Obviamente que al estar encerrados, con la posibilidad de salir para lo mínimo indispensable, los horarios se van desfadando. Nos levantamos tarde, nos acostamos tarde, sobre todo porque aprovechamos cuando el Ro duerme para coger en cualquier lugar de la casa, donde sea que nos sorprenda la calentura.
El otro día sería ya pasada la medianoche, que terminamos de ver La Casa de Papel. Voy a la cocina a preparar un refrigerio, algo para pellizcar, ya que habíamos cenado antes de que el Ro se fuera a dormir. Estoy acomodando todo en una bandeja, para llevarla a la sala, que mi marido me sorprende arrinconándome por detrás. Lo primero que siento, aparte del calor de su cuerpo, y de la excitación de su aliento, es la dureza que se erige ahí abajo.
No sé si se habrá excitado con Tokio o la inspectora Sierra, su personaje favorito, me lo recalcó varias veces, pero portaba una erección que me hizo dejar lo que estaba haciendo y concentrar todos mis sentidos en esa turgencia exquisita.
-Estaba... preparando... algo... para... comer...- le digo entre ahogados suspiros.
-Podemos comer después...- me dice, besándome el cuello.
-¿Después de qué...?- le pregunto, frotándome contra su cuerpo, para sentirlo más nítido aún.
-De coger...- me susurra, mordiéndome el lóbulo de la oreja.
-¿Me vas a coger?- no era una pregunta, solo quería escucharme decirlo.
-Te voy a coger mucho, mucho...-
Cómo después de ver la serie nos íbamos a dormir, yo tenía puesto un camisón, bueno, en realidad una especie de baby doll, mientras que él estaba de camiseta y calzoncillo.
Llevo la mano hacia atrás y le tocó el bulto. ¡¡¡Por favor!!! ¿Era ése mi marido? ¿O lo había reemplazado un semental con la testosterona fuera de control?
Me doy la vuelta y sí, es mi marido, que me mira caliente y enamorado. Nos besamos en esa forma que revela nuestro lazo. No es trampa, no es un "touch and go", es un amor que ya lleva 14 años de matrimonio.
-¿Te acordás cuando estábamos de novios? Te gustaba que te la chupara-
-Me encantaba, ¿porque dejaste de hacerlo?-
-Ya no me lo pedías-
-Porque pensaba que no te gustaba...-
Nos quedamos mirando como si acabáramos de darnos cuenta de un malentendido de varios años.
-¿Y si te lo pido ahora?- pregunta.
A modo de respuesta me pongo de rodillas en el suelo, y le empiezo a besar el paquete a través de la tirante tela del slip. Se estremece todo al sentirme.
Con un par de deditos por debajo del elástico, le bajo el slip de un tirón, provocando que la pija salte y se sacuda como impulsada por un resorte invisible.
-¡Mmmhhh... mi amor...!- alcanzo a exclamar mientras se la agarro y la refriego en toda su extensión.
Le doy un besito en la punta, otro en los lados, uno más en los huevos, haciendo como que no sé por dónde empezar. Aunque me muero por comérsela, tengo que hacerme la neófita, la que no está acostumbrada a devorarse un pedazo como aquel.
Lo cierto es que me como pijas mucho más grandes en el desayuno, almuerzo y cena, y me las como enteras, pero eso lo sé yo, lo saben ustedes, pero no mi marido, por lo que al principio actuo de manera torpe, como si no encontrara la forma de metérmela en la boca.
Cuando consigo, por fin, comerme un buen pedazo, hago la que me ahogo, la suelto y simulo una arcada.
-Perdón, es que hace tiempo que no...- le digo, secándome las lágrimas de los ojos.
¡Sí, hasta me salieron lágrimas, jajaja...!
Comprensivo, mi marido me acaricia una mejilla con el dorso de la mano y me dice que no hay problema, que si no puedo, será otro día.
-Pero es que te la quiero chupar...- le insisto.
Vuelvo a intentarlo y está vez si que consigo metérmela en la boca con fluidez. La pija de mi marido está de rechupete, así que me olvido de cualquier "acting" y se la empiezo a chupar con ganas.
-¡Sí... ya te acordaste...!- exclama mi marido entre suspiros.
"Si supieras...", pienso.
Se la sostengo firme con una mano, deslizando mis labios por toda su extensión, sintiendo como se le infla la carne y como le laten las venas.
Está como para dedicarle una garganta profunda, pero no quiero que acabe todavía. Tenemos toda la noche para nosotros y no pienso conformarme con un mísero polvo.
Me levanto, dejándosela toda babeada, y arrancándome la bombacha, me siento sobre la isla de la cocina.
-Favor con favor se paga...- le digo, abriéndome de piernas.
Estoy tan caliente, tan excitada, que el olor a concha se expande por todo el ambiente.
Mi marido se echa en el suelo, y me complace oralmente, dándome un chupada que me pone en un estado más desesperante todavía. Ahora es él quién me deja toda babeada.
Se levanta y cuándo está a punto de ponérmela, lo freno de golpe.
-Todavía no, hacémela desear un poquito...- se la agarro y me la refriego arriba y abajo -Así... frotámela por toda la concha-
Por supuesto que lo hace, hasta me puntea el clítoris, lo que me rugir de placer.
-¡Ahora... ahora...!- le grito, y apenas me la mete, acabo, desfallezco entre sus brazos.
Cuando empieza a moverse, el goce se reinicia, se potencia, colocándome, tras unas cuantas penetraciones, a las puertas de un nuevo orgasmo.
El segundo me llega mucho más intenso, enérgico y hasta brutal. Resulta casi un milagro que mi marido siga tan duro después de estar bombeándome durante un buen rato, pero ahí está, haciendo gala de una Virilidad con mayúsculas.
¡Ése es mi marido, carajo! Si no terminamos ésta cuarentena haciéndole un hermanito al Ro, le pasamos raspando.
-¡Cogeme de parada...- le pido, ahogándome con mis propios gemidos de placer.
Me la saca y se corre para atrás, y de verdad les digo que verlo ahí, con la pija bien parada, gorda, entumecida, casi me arranca un tercer orgasmo.
Me bajo de un salto, le doy terrible chupón, y dándome la vuelta, me apoyo contra la mesada, echando la cola hacia atrás. Mi marido se pega a mi espalda, y con una mano enfila su poronga por entre mis nalgas, mientras que con la otra me agarra una teta y me la estruja.
Mi cuerpo da un respingo al sentirlo avanzando tan duro e implacable. Cierro los ojos y podría ser cualquiera de mis amantes, cogiéndome en un telo de la ciudad. Pero no, es mi marido y estamos en casa, amándonos, gozándonos, renaciendo luego de un par de crisis que amenazaron con disolver nuestra relación.
Acabamos juntos, entre gemidos, jadeos y hasta rugidos. Nuestros fluidos se mezclan en mi interior, fusionándose hasta volverse indistinto el uno del otro.
El placer del sexo conyugal, no está tan mal después de todo...
El otro día sería ya pasada la medianoche, que terminamos de ver La Casa de Papel. Voy a la cocina a preparar un refrigerio, algo para pellizcar, ya que habíamos cenado antes de que el Ro se fuera a dormir. Estoy acomodando todo en una bandeja, para llevarla a la sala, que mi marido me sorprende arrinconándome por detrás. Lo primero que siento, aparte del calor de su cuerpo, y de la excitación de su aliento, es la dureza que se erige ahí abajo.
No sé si se habrá excitado con Tokio o la inspectora Sierra, su personaje favorito, me lo recalcó varias veces, pero portaba una erección que me hizo dejar lo que estaba haciendo y concentrar todos mis sentidos en esa turgencia exquisita.
-Estaba... preparando... algo... para... comer...- le digo entre ahogados suspiros.
-Podemos comer después...- me dice, besándome el cuello.
-¿Después de qué...?- le pregunto, frotándome contra su cuerpo, para sentirlo más nítido aún.
-De coger...- me susurra, mordiéndome el lóbulo de la oreja.
-¿Me vas a coger?- no era una pregunta, solo quería escucharme decirlo.
-Te voy a coger mucho, mucho...-
Cómo después de ver la serie nos íbamos a dormir, yo tenía puesto un camisón, bueno, en realidad una especie de baby doll, mientras que él estaba de camiseta y calzoncillo.
Llevo la mano hacia atrás y le tocó el bulto. ¡¡¡Por favor!!! ¿Era ése mi marido? ¿O lo había reemplazado un semental con la testosterona fuera de control?
Me doy la vuelta y sí, es mi marido, que me mira caliente y enamorado. Nos besamos en esa forma que revela nuestro lazo. No es trampa, no es un "touch and go", es un amor que ya lleva 14 años de matrimonio.
-¿Te acordás cuando estábamos de novios? Te gustaba que te la chupara-
-Me encantaba, ¿porque dejaste de hacerlo?-
-Ya no me lo pedías-
-Porque pensaba que no te gustaba...-
Nos quedamos mirando como si acabáramos de darnos cuenta de un malentendido de varios años.
-¿Y si te lo pido ahora?- pregunta.
A modo de respuesta me pongo de rodillas en el suelo, y le empiezo a besar el paquete a través de la tirante tela del slip. Se estremece todo al sentirme.
Con un par de deditos por debajo del elástico, le bajo el slip de un tirón, provocando que la pija salte y se sacuda como impulsada por un resorte invisible.
-¡Mmmhhh... mi amor...!- alcanzo a exclamar mientras se la agarro y la refriego en toda su extensión.
Le doy un besito en la punta, otro en los lados, uno más en los huevos, haciendo como que no sé por dónde empezar. Aunque me muero por comérsela, tengo que hacerme la neófita, la que no está acostumbrada a devorarse un pedazo como aquel.
Lo cierto es que me como pijas mucho más grandes en el desayuno, almuerzo y cena, y me las como enteras, pero eso lo sé yo, lo saben ustedes, pero no mi marido, por lo que al principio actuo de manera torpe, como si no encontrara la forma de metérmela en la boca.
Cuando consigo, por fin, comerme un buen pedazo, hago la que me ahogo, la suelto y simulo una arcada.
-Perdón, es que hace tiempo que no...- le digo, secándome las lágrimas de los ojos.
¡Sí, hasta me salieron lágrimas, jajaja...!
Comprensivo, mi marido me acaricia una mejilla con el dorso de la mano y me dice que no hay problema, que si no puedo, será otro día.
-Pero es que te la quiero chupar...- le insisto.
Vuelvo a intentarlo y está vez si que consigo metérmela en la boca con fluidez. La pija de mi marido está de rechupete, así que me olvido de cualquier "acting" y se la empiezo a chupar con ganas.
-¡Sí... ya te acordaste...!- exclama mi marido entre suspiros.
"Si supieras...", pienso.
Se la sostengo firme con una mano, deslizando mis labios por toda su extensión, sintiendo como se le infla la carne y como le laten las venas.
Está como para dedicarle una garganta profunda, pero no quiero que acabe todavía. Tenemos toda la noche para nosotros y no pienso conformarme con un mísero polvo.
Me levanto, dejándosela toda babeada, y arrancándome la bombacha, me siento sobre la isla de la cocina.
-Favor con favor se paga...- le digo, abriéndome de piernas.
Estoy tan caliente, tan excitada, que el olor a concha se expande por todo el ambiente.
Mi marido se echa en el suelo, y me complace oralmente, dándome un chupada que me pone en un estado más desesperante todavía. Ahora es él quién me deja toda babeada.
Se levanta y cuándo está a punto de ponérmela, lo freno de golpe.
-Todavía no, hacémela desear un poquito...- se la agarro y me la refriego arriba y abajo -Así... frotámela por toda la concha-
Por supuesto que lo hace, hasta me puntea el clítoris, lo que me rugir de placer.
-¡Ahora... ahora...!- le grito, y apenas me la mete, acabo, desfallezco entre sus brazos.
Cuando empieza a moverse, el goce se reinicia, se potencia, colocándome, tras unas cuantas penetraciones, a las puertas de un nuevo orgasmo.
El segundo me llega mucho más intenso, enérgico y hasta brutal. Resulta casi un milagro que mi marido siga tan duro después de estar bombeándome durante un buen rato, pero ahí está, haciendo gala de una Virilidad con mayúsculas.
¡Ése es mi marido, carajo! Si no terminamos ésta cuarentena haciéndole un hermanito al Ro, le pasamos raspando.
-¡Cogeme de parada...- le pido, ahogándome con mis propios gemidos de placer.
Me la saca y se corre para atrás, y de verdad les digo que verlo ahí, con la pija bien parada, gorda, entumecida, casi me arranca un tercer orgasmo.
Me bajo de un salto, le doy terrible chupón, y dándome la vuelta, me apoyo contra la mesada, echando la cola hacia atrás. Mi marido se pega a mi espalda, y con una mano enfila su poronga por entre mis nalgas, mientras que con la otra me agarra una teta y me la estruja.
Mi cuerpo da un respingo al sentirlo avanzando tan duro e implacable. Cierro los ojos y podría ser cualquiera de mis amantes, cogiéndome en un telo de la ciudad. Pero no, es mi marido y estamos en casa, amándonos, gozándonos, renaciendo luego de un par de crisis que amenazaron con disolver nuestra relación.
Acabamos juntos, entre gemidos, jadeos y hasta rugidos. Nuestros fluidos se mezclan en mi interior, fusionándose hasta volverse indistinto el uno del otro.
El placer del sexo conyugal, no está tan mal después de todo...
25 comentarios - De cuarentena y sexo conyugal...
besos Misko
Besotes hermosa.
Y como broche de oro, una buena sesión de cuernos y un embarazo de otro 😉, me encanta como relatas la trampa y el engaño.
Yo pensaba lo mismo, pero la estoy pasando bárbaro, con las reservas del caso, lógico.
Recuerdo que en un relato mencionaste a un chico que iba a repartir productos al kiosko donde trabajaste