Tiempos extraños, difíciles. ¿Quién nos iba a decir que comenzaríamos la tercer década del nuevo siglo, encerrados, aislados, evitando cualquier contacto con otra persona, como si estuviéramos en una mala película de ciencia ficción? Pero aquí estamos, en plena cuarentena. Lo único que nos queda es aguantar y desear que pase pronto.
Lo que voy a decir es lo menos importante en éste momento, pero que mal la estamos pasando los infieles. Yo no sé ustedes, pero me tortura pensar que ya no voy a poder coger libremente con quién quiera, por lo menos hasta que se desarrolle una vacuna.
Obviamente que en situaciones tan extremas como la que estamos viviendo, una de las recomendaciones es no interactuar con extraños. Por más que te cuides de todas las formas posibles, el riesgo de contagio es alto. Y si te contagiás vos, contagiás a los demás.
Por lo menos durante un tiempo vamos a tener que prescindir del encanto de la seducción callejera, de ese morbo de conocer a alguien, cruzar una mirada y coincidir en un mismo deseo.
Por mi parte el aislamiento me agarró con mi marido en casa. Había viajado a Mendoza, como ya es habitual, pero estuvo de regreso justo el día antes. ¿Se imaginan si me hubiera quedado sola con el Ro, sin nadie que me consuele en éstos días tan aciagos?
Si bien el sexo matrimonial no es lo que más me complace, la verdad es que no me puedo quejar. No sé, pero el hecho de no poder salir, de tener que quedarnos encerrados, como que reforzó nuestra libido conyugal.
El tercer o cuarto día de cuarentena, mi marido se comunica con sus socios a través de una videoconferencia. Se instala en la sala, con la laptop en la mesa, y desde allí empieza a coordinar la estrategia a seguir dentro de ésta coyuntura.
Estuvo como dos horas hablando, mientras yo lo miraba, imaginando que era el alto ejecutivo de una empresa multinacional en su oficina y yo la empleada de limpieza que lo deseaba en silencio.
Apenas termina con la reunión, me acerco con una gamuza en la mano y me pongo a limpiar todo aquello con lo que haya tenido contacto.
-Hay que mantener todo bien limpio, señor- le digo, inclinándome de forma tal que le pongo el culo casi en la cara.
Obvio que me lo toca, será cornudo pero no boludo.
-¿Y el Ro...?- me pregunta, mirando para todos lados.
-En su cuarto, mirando una peli, y tiene para un buen rato- le aclaro.
Cuando se pone a ver una película que le gusta, mi hijo no se mueve ni distrae hasta que termina, así que le había puesto la última de "Toy Story".
Mi marido me atrae hacía él y me besa, larga y profundamente, con mucha saliva de por medio, algo que no podemos hacer con otras personas..., por ahora.
Suelto la gamuza y me siento encima suyo, notando enseguida una dureza notable ahí abajo. Una comba que parece endurecerse más con cada refriegue.
No solemos coger fuera de la cama, pero se trata de una situación especial. El confinamiento nos obliga a ser más creativos para evitar el tedio, por lo que en la sala, y en una silla nos pareció una buena opción.
Le desabrocho el pantalón y se la saco afuera, ya parada y vibrando rabiosamente.
Yo estoy de entrecasa, haciendo la limpieza, por lo que tengo puesto un short suyo, uno viejo de fútbol, por lo que solo tengo que corrérmelo a un lado, junto con la tanga, para
Yo tenía puesto un shortcito, así que me lo saco, me hago a un lado la tanga y me siento sobre la verga de mi marido. Los dos gemimos al unísono al quedar íntimamente unidos. Nos miramos y nos volvemos a besar, con más intensidad todavía, devorándonos las bocas como hace tiempo no lo hacíamos.
Le rodeo el cuello con los brazos y empiezo a balancearme, primero a los lados, sintiendo como se va acomodando en mi interior, luego arriba y abajo, cuidándome de no jadear demasiado fuerte, para no atraer la atención de mi hijo.
Me levanto la blusa y bajándome el corpiño le pongo las tetas frente a la cara. Por supuesto que me las chupa, ya les dije, es cornudo pero no boludo.
Me sujeta entonces de la cintura y mientras yo hago a un lado la laptop de un manotazo, me pone de espalda sobre la mesa. Le pongo las piernas sobre los hombros y agarrándome de sus brazos, lo impulso contra mí.
-¡Cogeme fuerte...!- le pido, con la temperatura a punto de hacerme saltar la térmica.
Atendiendo mi deseo, me empieza a dar con todo, pero siempre procurando no hacer más ruido del necesario, hasta que en un momento, parece que pierde el control, y de tan fuerte que me la clava, corre la mesa unos cuantos centímetros. Se escucha el chirrido del desplazamiento.
-¡Shhhhhhh...!- le digo, enlazando mis piernas en torno a su cintura para inmovilizarlo.
Nos quedamos mirando hacia el pasillo en dónde está la puerta del cuarto del Ro, esperando verlo aparecer en cualquier momento. Yo ya estaba pensando en todas las explicaciones que podía darle, aunque no se me ocurría nada bueno que decirle a un niño que encuentra a sus padres garchando.
"Esto me pasa por calentona", me decía, culpándome a mí misma por tan incómoda situación.
Pero el Ro no apareció, ni en ese momento, ni en los dos o tres minutos que nos quedamos congelados, sin saber que hacer.
-¡Seguí...!- le digo cuándo ya pareció no haber riesgo alguno.
Por suerte, y pese al susto, mi marido seguía duro en mi interior, como si se hubiera tomado una buena dosis de Viagra un rato antes. Digamos que no se caracteriza por tener una erección prolongada, por lo que estaba decidida a disfrutar lo máximo que me fuera posible ese regalo que la cuarentena me estaba haciendo.
Empieza de nuevo con las embestidas, mientras yo me muerdo los labios para no estallar en gritos que pudieran alertar a todo el edificio de lo que está pasando en mi departamento. Si estuviéramos los dos solos, gritaría, para que escuchen todos y sepan lo bien que me coge mi marido. Pero estando el Ro a una habitación de distancia, debo controlarme y desfogar de otra manera, ya sea mordiéndome o amasándome las tetas.
Yo ya había disfrutado de un par de orgasmos, intensos, emotivos, voluptuosos. Así que espero el suyo, el que se demora mucho más de lo habitual. Mi esposo suele ser de aquellos que meten, bombean y descargan, pero en ésta oportunidad, sobre la mesa y en plena crisis sanitaria, me estaba proporcionando un garche de largo aliento.
Ni siquiera me acordaba de la última vez que duramos tanto haciendo el amor, creo que hace ya un par de años, aunque desde entonces mucha agua había pasado bajo el puente, pero ahí estaba, a punto de arrancarme un tercer polvo.
¡Un poco más... un poquito... ahí... ahí está... lo siento palpitando en mis entrañas... no falta nada...! Pero no, acaba justo unos segundos antes de igualar nuestro propio récord.
Pero igual me complace sentir como se disuelve dentro mío, con fuerza y vigor, PAM-PAM-PAM, unos lechazos tan cargados que hasta un buen rato después me seguía mojando con su simiente.
Me levanto de la mesa y nos quedamos abrazados, recuperando de a poco la calma, respirando ya más normalmente, sintiendo como a pesar del Covid-19 y el aislamiento, el fuego de nuestra pasión parece renovarse.
Alguien me imaginó caminando por las paredes con ésta cuarentena, yo también lo pensé, ¿que voy a hacer durante dos semanas (al principio) encerrada con mi marido? No solo tenía que dejar en stand by mi vida profesional, sino también la otra, la paralela, ésa que ustedes ya conocen por mis relatos.
Pero Mi marido, el hombre que elegí para compartir mi vida, me demostró que en situaciones de catástrofe, allí estará para contenerme y complacerme, como debe hacer un buen esposo.
Por eso yo me quedo en casa. Vos también quedate, la vas a pasar bien...
Lo que voy a decir es lo menos importante en éste momento, pero que mal la estamos pasando los infieles. Yo no sé ustedes, pero me tortura pensar que ya no voy a poder coger libremente con quién quiera, por lo menos hasta que se desarrolle una vacuna.
Obviamente que en situaciones tan extremas como la que estamos viviendo, una de las recomendaciones es no interactuar con extraños. Por más que te cuides de todas las formas posibles, el riesgo de contagio es alto. Y si te contagiás vos, contagiás a los demás.
Por lo menos durante un tiempo vamos a tener que prescindir del encanto de la seducción callejera, de ese morbo de conocer a alguien, cruzar una mirada y coincidir en un mismo deseo.
Por mi parte el aislamiento me agarró con mi marido en casa. Había viajado a Mendoza, como ya es habitual, pero estuvo de regreso justo el día antes. ¿Se imaginan si me hubiera quedado sola con el Ro, sin nadie que me consuele en éstos días tan aciagos?
Si bien el sexo matrimonial no es lo que más me complace, la verdad es que no me puedo quejar. No sé, pero el hecho de no poder salir, de tener que quedarnos encerrados, como que reforzó nuestra libido conyugal.
El tercer o cuarto día de cuarentena, mi marido se comunica con sus socios a través de una videoconferencia. Se instala en la sala, con la laptop en la mesa, y desde allí empieza a coordinar la estrategia a seguir dentro de ésta coyuntura.
Estuvo como dos horas hablando, mientras yo lo miraba, imaginando que era el alto ejecutivo de una empresa multinacional en su oficina y yo la empleada de limpieza que lo deseaba en silencio.
Apenas termina con la reunión, me acerco con una gamuza en la mano y me pongo a limpiar todo aquello con lo que haya tenido contacto.
-Hay que mantener todo bien limpio, señor- le digo, inclinándome de forma tal que le pongo el culo casi en la cara.
Obvio que me lo toca, será cornudo pero no boludo.
-¿Y el Ro...?- me pregunta, mirando para todos lados.
-En su cuarto, mirando una peli, y tiene para un buen rato- le aclaro.
Cuando se pone a ver una película que le gusta, mi hijo no se mueve ni distrae hasta que termina, así que le había puesto la última de "Toy Story".
Mi marido me atrae hacía él y me besa, larga y profundamente, con mucha saliva de por medio, algo que no podemos hacer con otras personas..., por ahora.
Suelto la gamuza y me siento encima suyo, notando enseguida una dureza notable ahí abajo. Una comba que parece endurecerse más con cada refriegue.
No solemos coger fuera de la cama, pero se trata de una situación especial. El confinamiento nos obliga a ser más creativos para evitar el tedio, por lo que en la sala, y en una silla nos pareció una buena opción.
Le desabrocho el pantalón y se la saco afuera, ya parada y vibrando rabiosamente.
Yo estoy de entrecasa, haciendo la limpieza, por lo que tengo puesto un short suyo, uno viejo de fútbol, por lo que solo tengo que corrérmelo a un lado, junto con la tanga, para
Yo tenía puesto un shortcito, así que me lo saco, me hago a un lado la tanga y me siento sobre la verga de mi marido. Los dos gemimos al unísono al quedar íntimamente unidos. Nos miramos y nos volvemos a besar, con más intensidad todavía, devorándonos las bocas como hace tiempo no lo hacíamos.
Le rodeo el cuello con los brazos y empiezo a balancearme, primero a los lados, sintiendo como se va acomodando en mi interior, luego arriba y abajo, cuidándome de no jadear demasiado fuerte, para no atraer la atención de mi hijo.
Me levanto la blusa y bajándome el corpiño le pongo las tetas frente a la cara. Por supuesto que me las chupa, ya les dije, es cornudo pero no boludo.
Me sujeta entonces de la cintura y mientras yo hago a un lado la laptop de un manotazo, me pone de espalda sobre la mesa. Le pongo las piernas sobre los hombros y agarrándome de sus brazos, lo impulso contra mí.
-¡Cogeme fuerte...!- le pido, con la temperatura a punto de hacerme saltar la térmica.
Atendiendo mi deseo, me empieza a dar con todo, pero siempre procurando no hacer más ruido del necesario, hasta que en un momento, parece que pierde el control, y de tan fuerte que me la clava, corre la mesa unos cuantos centímetros. Se escucha el chirrido del desplazamiento.
-¡Shhhhhhh...!- le digo, enlazando mis piernas en torno a su cintura para inmovilizarlo.
Nos quedamos mirando hacia el pasillo en dónde está la puerta del cuarto del Ro, esperando verlo aparecer en cualquier momento. Yo ya estaba pensando en todas las explicaciones que podía darle, aunque no se me ocurría nada bueno que decirle a un niño que encuentra a sus padres garchando.
"Esto me pasa por calentona", me decía, culpándome a mí misma por tan incómoda situación.
Pero el Ro no apareció, ni en ese momento, ni en los dos o tres minutos que nos quedamos congelados, sin saber que hacer.
-¡Seguí...!- le digo cuándo ya pareció no haber riesgo alguno.
Por suerte, y pese al susto, mi marido seguía duro en mi interior, como si se hubiera tomado una buena dosis de Viagra un rato antes. Digamos que no se caracteriza por tener una erección prolongada, por lo que estaba decidida a disfrutar lo máximo que me fuera posible ese regalo que la cuarentena me estaba haciendo.
Empieza de nuevo con las embestidas, mientras yo me muerdo los labios para no estallar en gritos que pudieran alertar a todo el edificio de lo que está pasando en mi departamento. Si estuviéramos los dos solos, gritaría, para que escuchen todos y sepan lo bien que me coge mi marido. Pero estando el Ro a una habitación de distancia, debo controlarme y desfogar de otra manera, ya sea mordiéndome o amasándome las tetas.
Yo ya había disfrutado de un par de orgasmos, intensos, emotivos, voluptuosos. Así que espero el suyo, el que se demora mucho más de lo habitual. Mi esposo suele ser de aquellos que meten, bombean y descargan, pero en ésta oportunidad, sobre la mesa y en plena crisis sanitaria, me estaba proporcionando un garche de largo aliento.
Ni siquiera me acordaba de la última vez que duramos tanto haciendo el amor, creo que hace ya un par de años, aunque desde entonces mucha agua había pasado bajo el puente, pero ahí estaba, a punto de arrancarme un tercer polvo.
¡Un poco más... un poquito... ahí... ahí está... lo siento palpitando en mis entrañas... no falta nada...! Pero no, acaba justo unos segundos antes de igualar nuestro propio récord.
Pero igual me complace sentir como se disuelve dentro mío, con fuerza y vigor, PAM-PAM-PAM, unos lechazos tan cargados que hasta un buen rato después me seguía mojando con su simiente.
Me levanto de la mesa y nos quedamos abrazados, recuperando de a poco la calma, respirando ya más normalmente, sintiendo como a pesar del Covid-19 y el aislamiento, el fuego de nuestra pasión parece renovarse.
Alguien me imaginó caminando por las paredes con ésta cuarentena, yo también lo pensé, ¿que voy a hacer durante dos semanas (al principio) encerrada con mi marido? No solo tenía que dejar en stand by mi vida profesional, sino también la otra, la paralela, ésa que ustedes ya conocen por mis relatos.
Pero Mi marido, el hombre que elegí para compartir mi vida, me demostró que en situaciones de catástrofe, allí estará para contenerme y complacerme, como debe hacer un buen esposo.
Por eso yo me quedo en casa. Vos también quedate, la vas a pasar bien...
23 comentarios - #Quedate en casa...
(aunque algunos no son tan malos 😉)
Muy bueno el relato, como siempre 👍
¿... y si comemos en casa Wilson?
A aguantar nomas que apenes termine vas a tener fila para que te cojan.
Excelente relato.
que esta cuarentena pase pronto y de la mejor manera
besos Misko