Me llamo Adriana, me dicen Lala o Lali, soy una mujer madura, y la idea de estos relatos es contar un poco de mi pasado con hechos más actuales, ya que aunque estoy casada no he sido ni seré nunca un derroche de fidelidad.
Para empezar quiero contar cómo fue mi primera vez. Estaba en cuarto año y vivía con mis padres en un departamento de la calle Tres Arroyos. Enfrente había un depósito que durante la semana bullía de actividad, pero los domingos quedaba a resguardo de un sereno. Ese sereno se llamaba Juan y desde que tenía catorce me acostumbré a ver como, siempre después del mediodía, recibía la visita de una mujer a la que se llevaba al interior del depósito y la cuál salía luego de dos, dos horas y media. Por supuesto yo no podía ver lo que pasaba, solo imaginarlo. Fue así que ese sereno, un total y absoluto desconocido, pasó a ser en una presencia viril sumamente fuerte en mi vida.
Mis primeras pajas fueron imaginando que era yo una de las mujeres que entraban al depósito, porque con el tiempo iban cambiando, no eran siempre las mismas.
Hasta que llegó un momento en que no aguanté más, ya no soportaba seguir mirándolo por la ventana de la cocina. Fue algo espontáneo, que ni siquiera había planeado. Agarré una pelota de fútbol de mi viejo, subí a la terraza de mi edificio, y desde allí la lancé hacía el depósito.
Bajé a toda prisa, crucé la calle y golpeé la puerta. Por supuesto todavía no era el mediodía, apenas pasaba de las diez, ya que debía anticiparme a la infaltable visita femenina que recibiría más tarde.
Cuándo abrió y lo tuve enfrente, se me hizo un nudo en el estómago. Tenía ganas de salir corriendo y esconderme bajo mi cama, pero junté valor de no sé dónde y con un hilo de voz, le dije:
-Perdón, pero mi hermano estaba jugando a la pelota y sin querer la tiró adentro, ¿me la podría devolver?-
-Con que ése fue el ruido que escuché- repuso con una voz ronca, aguardentosa -No sé dónde habrá caído, vení, pasá que la buscamos-
Ni lo dudé, y pese a que aún era una adolescente, entré al depósito imaginando que era una de sus mujeres.
Adentro se abría una gran playa en dónde los camiones hacían la carga y descarga de los productos. En una esquina estaba la pelota que yo misma había tirado.
La agarró y mientras me la daba, me dice:
-Decile a tu hermano que aprenda a patear mejor-
Titubeé por un instante, pero finalmente me decidí a decírselo.
-En realidad no tengo hermano y la pelota la tiré yo-
Creo que eso solo bastó para que se diera cuenta de cuál era mi intención. Se me acercó un poco y me preguntó:
-¿Vos vivís enfrente, no? ¿En el tercer piso?-
Asentí.
-Me pareció verte alguna vez-
Me saca la pelota de las manos, la deja rebotando por ahí y agarrándome de la mano, me dice:
-Vení-
Y me lleva al interior del depósito, a la parte cubierta. Mientras atravesamos un pasillo, me suelta la mano y me toma de la cintura.
-Creo que sé porque viniste, espero no equivocarme- me dice llevándome bien sujeta a su lado.
Entramos a una oficina en la que el escritorio y las sillas están corridas contra la pared. En el medio, tendida en el suelo, como si fuera una cama, una frazada con una sábana.
-Acá traigo a las mujeres que me visitan, querías saber eso, ¿no?-
Asiento.
-Me pareció verte más de una vez asomada por la ventana-
Me puse roja de vergüenza al escucharlo, sabía que era una mirona. ¿Sabría también que me masturbaba con él como fantasía?
Me acaricia los brazos, con suavidad, tratando de no intimidarme.
-Si no te estuviera esperando tu hermano, te mostraría lo que hago con ellas- me confirma.
El nudo en el estómago se hace más fuerte, más intenso.
-No tengo hermano, yo misma tiré la pelota- le digo en un susurro, bajando la cabeza y mirando el piso.
-Mirá que sos terrible, eh- me dice levantándome la cabeza por el mentón, mirándome a los ojos.
Me agarra entonces la mano y la frota despacio por sobre su entrepierna, haciéndome sentir una dureza que no se parece a ninguna otra.
-Esas mujeres vienen porque les gusta ésto, ¿a vos también te gusta?- me pregunta, con la voz ahora un poco agitada.
Por supuesto que asentí. Me gustaba.
Se baja entonces el cierre y la saca afuera.
-Dale, agarrámela que no muerde- me apura.
Siento una mezcla de sensaciones, miedo, ansiedad, entusiasmo. Aún así se la agarro. Hoy, a la distancia, no puedo ser objetiva y decir si estaba bien dotado, ya saben como el tiempo idealizar todo, pero en ese momento me pareció enorme.
Mientras yo se la aprieto y masajeo, aprovecha la distracción para meter la mano dentro de mi shortcito de jean y acariciarme por encima de la bombacha. Lo que sentí en ese momento, con la mano de ese hombre metida en una parte tan íntima de mi cuerpo, no lo había sentido nunca en mi vida. Y fue algo que me gustó y me gustaría siempre.
Sin dejar de tocarnos, el tipo me besa, metiéndome la lengua bien adentro de la boca. Le respondo comiéndolo y dejándome comer. Mientras nos chuponeamos, había empezado a pajearlo. Fue algo instintivo, ya que en ese entonces ni siquiera sabía cómo se masturba a un hombre. Pero como me daba cuenta que el movimiento de mi mano lo complacía y se le ponía más y más dura, yo seguía, sintiendo ya en la palma de mi mano la humedad que destilaba.
Sin soltarme, siempre con la mano metida en el short, me lleva a la improvisada cama. Recostados nos seguimos besando y tocando.
-¿Ya chupaste una pija antes?- me pregunta.
Obvio le digo que no, que es la primera vez que tengo una en la mano.
-¿Te gustaría chupármela?-
-Sí, claro, eso hacen todas, ¿no?-
-Claro, y les gusta- repone.
Se estira de espalda cuán largo es, con la pija bien parada, apuntando hacia el techo de la oficina.
-Sacate el short y ponete acá en cuatro- me indica.
Siguiendo sus instrucciones, me levanto, me desabrocho el short y me lo saco. Creo que lo más conveniente es que me saque también la bombacha, pero cuando estoy a punto de hacerlo, me dice que no, que me la dejé puesta..., por el momento. Me echo entonces en cuatro, perpendicular a su cuerpo, con la cabeza justo encima de esa erección que parece latir con vida propia.
Cómo no me animo a tomar la iniciativa, empuja la pelvis hacía arriba, buscándome la boca con la chota. Solo tengo que separar los labios y dejar que la punta se deslice entre ellos.
Mientras empiezo a chupársela o por lo menos a intentarlo, él lleva la mano hacia mi cola, la mete dentro de la bombacha y me acaricia justo ahí en dónde suelo tocarme, pero por supuesto sus caricias resultan mucho más efectivas. Una especie de explosión me sacude toda, provocando que, sin querer, le suelte la pija. Me sujeta entonces de la cabeza y me la hace comer de nuevo, hasta la garganta está vez. No estoy acostumbrada a tener algo así en la boca, por lo que me sorprenden un par de arcadas que trato de disimular para no pasar vergüenza. Y aunque los ojos se me llenan de lágrimas, no la suelto, se la sigo chupando, con mayor entusiasmo todavía.
-Vení, ponete encima- me dice y sacándome ahora sí la bombacha, hace que me coloque sobre su cuerpo, en un 69, aunque entonces aún no sabía cómo se llamaba esa pose.
Mientras se la chupo, él me chupa a mí, lo que me acelera las pulsaciones a mil. El placer se ramifica por todo mi cuerpo, un placer al cuál me haría adicta desde entonces.
En cierto momento, tras dejarme la concha toda babeada, sale de debajo de mi cuerpo y se pone de rodillas por detrás. Yo estoy en cuatro y por alguna razón sé que debo quedarme así. Que algo más va a pasar.
Giro la cabeza y lo veo sacando un sobrecito plateado del bolsillo del pantalón. Por supuesto sé lo que es un forro y para qué sirve, pero verlo preparándolo para usarlo conmigo, me produce un escalofrío que me eriza todo el cuerpo.
Lo abre y se lo pone. Lo miro atenta y excitada mientras lo hace. Con el látex, la pija parece aún más amenazante. Dura, erguida, hermosa.
Me apoya la punta entre los labios y cuándo empieza a metérmela, me doy cuenta que mi vida acaba de cambiar para siempre. Ya no soy una niña ni una adolescente, ése desconocido acaba de convertirme en mujer.
Mientras siento como avanza, no dejo de repetirme una y otra vez:
"Estoy cogiendo con el sereno del depósito... Estoy cogiendo con el sereno del depósito..."
Ni sé cómo se llama pero lo tengo adentro, abriéndome y llenándome con su verga, haciéndome sentir sensaciones que ni sabía que existían. Obvio que conocía el sexo, no era tan ingenua, había visto revistas y películas porno, pero jamás imaginé que pudiera llegar a ser algo tan poderoso y alucinante. Y eso que aquello era solo el principio. Lo mejor vino cuándo empezó a moverse y entonces mi mundo, todo lo que conocía, pareció difuminarse a mi alrededor.
Allí, en un depósito de la calle Tres Arroyos, con un hombre que no conocía y que me llevaba varios años, tuve el primer orgasmo de mi vida. Un orgasmo fuerte, intenso, que me dejó como desvanecida por un instante.
Cuando recuperé la conciencia lo sentí entrando y saliendo, cogiéndome y volví a estallar otra vez, y otra, y otra más.
Entonces no lo sabía pero resulta que soy multiorgásmica, puedo acabar varias veces durante una misma relación, que fue lo que hice en aquella primera cogida de mi vida. Me eché una sucesión de polvos que al tipo lo tomaron por sorpresa.
-¡Cómo acabas pendejita, te estás mojando toda!- me gruñe desde atrás, sin dejar de bombearme.
Y era cierto, podía sentir como la pija resbalaba, produciendo un sonido húmedo, acuoso, al deslizarse en mi interior.
El sereno siguió penetrándome un rato más, jadeando cada vez más excitado, hasta que me la dejó clavada adentro y estalló en mi interior.
Pese a la limitación del látex, pude sentir como la leche implosionaba y se acumulaba dentro del forro, sensación que aún hoy me sigue resultando incomparable.
Entre exaltados suspiros, se recuesta sobre mi espalda y me abraza, demostrándome un cariño que no había evidenciado hasta ese momento.
-¡Que buen polvo, la puta madre!- exclama en medio de una exhalación, tras lo cuál sale de mi interior y se tira de espalda.
Sintiendo que me tiemblan las piernas y que la concha me late como si tuviera pulso propio, me recuesto a su lado.
-Me cogiste y ni siquiera sé cómo te llamás- le hago notar.
Me rodea con un brazo, me atrae hacía él y me besa.
-Me llamo Juan- me dice.
-Yo me llamo Adriana, para vos Lali, por supuesto-
Luego me contaría que estaba casado, que era padre de tres hijos, dos varones, una nena, y que tenía 35 años, casi veinte más que yo. Pero, claro, eso a mí no me importaba.
Ésta fue mi primera vez, si gusta sigo contando. Ojalá me lean y comenten que les pareció y si quieren que siga con la historia.
Besos.
Para empezar quiero contar cómo fue mi primera vez. Estaba en cuarto año y vivía con mis padres en un departamento de la calle Tres Arroyos. Enfrente había un depósito que durante la semana bullía de actividad, pero los domingos quedaba a resguardo de un sereno. Ese sereno se llamaba Juan y desde que tenía catorce me acostumbré a ver como, siempre después del mediodía, recibía la visita de una mujer a la que se llevaba al interior del depósito y la cuál salía luego de dos, dos horas y media. Por supuesto yo no podía ver lo que pasaba, solo imaginarlo. Fue así que ese sereno, un total y absoluto desconocido, pasó a ser en una presencia viril sumamente fuerte en mi vida.
Mis primeras pajas fueron imaginando que era yo una de las mujeres que entraban al depósito, porque con el tiempo iban cambiando, no eran siempre las mismas.
Hasta que llegó un momento en que no aguanté más, ya no soportaba seguir mirándolo por la ventana de la cocina. Fue algo espontáneo, que ni siquiera había planeado. Agarré una pelota de fútbol de mi viejo, subí a la terraza de mi edificio, y desde allí la lancé hacía el depósito.
Bajé a toda prisa, crucé la calle y golpeé la puerta. Por supuesto todavía no era el mediodía, apenas pasaba de las diez, ya que debía anticiparme a la infaltable visita femenina que recibiría más tarde.
Cuándo abrió y lo tuve enfrente, se me hizo un nudo en el estómago. Tenía ganas de salir corriendo y esconderme bajo mi cama, pero junté valor de no sé dónde y con un hilo de voz, le dije:
-Perdón, pero mi hermano estaba jugando a la pelota y sin querer la tiró adentro, ¿me la podría devolver?-
-Con que ése fue el ruido que escuché- repuso con una voz ronca, aguardentosa -No sé dónde habrá caído, vení, pasá que la buscamos-
Ni lo dudé, y pese a que aún era una adolescente, entré al depósito imaginando que era una de sus mujeres.
Adentro se abría una gran playa en dónde los camiones hacían la carga y descarga de los productos. En una esquina estaba la pelota que yo misma había tirado.
La agarró y mientras me la daba, me dice:
-Decile a tu hermano que aprenda a patear mejor-
Titubeé por un instante, pero finalmente me decidí a decírselo.
-En realidad no tengo hermano y la pelota la tiré yo-
Creo que eso solo bastó para que se diera cuenta de cuál era mi intención. Se me acercó un poco y me preguntó:
-¿Vos vivís enfrente, no? ¿En el tercer piso?-
Asentí.
-Me pareció verte alguna vez-
Me saca la pelota de las manos, la deja rebotando por ahí y agarrándome de la mano, me dice:
-Vení-
Y me lleva al interior del depósito, a la parte cubierta. Mientras atravesamos un pasillo, me suelta la mano y me toma de la cintura.
-Creo que sé porque viniste, espero no equivocarme- me dice llevándome bien sujeta a su lado.
Entramos a una oficina en la que el escritorio y las sillas están corridas contra la pared. En el medio, tendida en el suelo, como si fuera una cama, una frazada con una sábana.
-Acá traigo a las mujeres que me visitan, querías saber eso, ¿no?-
Asiento.
-Me pareció verte más de una vez asomada por la ventana-
Me puse roja de vergüenza al escucharlo, sabía que era una mirona. ¿Sabría también que me masturbaba con él como fantasía?
Me acaricia los brazos, con suavidad, tratando de no intimidarme.
-Si no te estuviera esperando tu hermano, te mostraría lo que hago con ellas- me confirma.
El nudo en el estómago se hace más fuerte, más intenso.
-No tengo hermano, yo misma tiré la pelota- le digo en un susurro, bajando la cabeza y mirando el piso.
-Mirá que sos terrible, eh- me dice levantándome la cabeza por el mentón, mirándome a los ojos.
Me agarra entonces la mano y la frota despacio por sobre su entrepierna, haciéndome sentir una dureza que no se parece a ninguna otra.
-Esas mujeres vienen porque les gusta ésto, ¿a vos también te gusta?- me pregunta, con la voz ahora un poco agitada.
Por supuesto que asentí. Me gustaba.
Se baja entonces el cierre y la saca afuera.
-Dale, agarrámela que no muerde- me apura.
Siento una mezcla de sensaciones, miedo, ansiedad, entusiasmo. Aún así se la agarro. Hoy, a la distancia, no puedo ser objetiva y decir si estaba bien dotado, ya saben como el tiempo idealizar todo, pero en ese momento me pareció enorme.
Mientras yo se la aprieto y masajeo, aprovecha la distracción para meter la mano dentro de mi shortcito de jean y acariciarme por encima de la bombacha. Lo que sentí en ese momento, con la mano de ese hombre metida en una parte tan íntima de mi cuerpo, no lo había sentido nunca en mi vida. Y fue algo que me gustó y me gustaría siempre.
Sin dejar de tocarnos, el tipo me besa, metiéndome la lengua bien adentro de la boca. Le respondo comiéndolo y dejándome comer. Mientras nos chuponeamos, había empezado a pajearlo. Fue algo instintivo, ya que en ese entonces ni siquiera sabía cómo se masturba a un hombre. Pero como me daba cuenta que el movimiento de mi mano lo complacía y se le ponía más y más dura, yo seguía, sintiendo ya en la palma de mi mano la humedad que destilaba.
Sin soltarme, siempre con la mano metida en el short, me lleva a la improvisada cama. Recostados nos seguimos besando y tocando.
-¿Ya chupaste una pija antes?- me pregunta.
Obvio le digo que no, que es la primera vez que tengo una en la mano.
-¿Te gustaría chupármela?-
-Sí, claro, eso hacen todas, ¿no?-
-Claro, y les gusta- repone.
Se estira de espalda cuán largo es, con la pija bien parada, apuntando hacia el techo de la oficina.
-Sacate el short y ponete acá en cuatro- me indica.
Siguiendo sus instrucciones, me levanto, me desabrocho el short y me lo saco. Creo que lo más conveniente es que me saque también la bombacha, pero cuando estoy a punto de hacerlo, me dice que no, que me la dejé puesta..., por el momento. Me echo entonces en cuatro, perpendicular a su cuerpo, con la cabeza justo encima de esa erección que parece latir con vida propia.
Cómo no me animo a tomar la iniciativa, empuja la pelvis hacía arriba, buscándome la boca con la chota. Solo tengo que separar los labios y dejar que la punta se deslice entre ellos.
Mientras empiezo a chupársela o por lo menos a intentarlo, él lleva la mano hacia mi cola, la mete dentro de la bombacha y me acaricia justo ahí en dónde suelo tocarme, pero por supuesto sus caricias resultan mucho más efectivas. Una especie de explosión me sacude toda, provocando que, sin querer, le suelte la pija. Me sujeta entonces de la cabeza y me la hace comer de nuevo, hasta la garganta está vez. No estoy acostumbrada a tener algo así en la boca, por lo que me sorprenden un par de arcadas que trato de disimular para no pasar vergüenza. Y aunque los ojos se me llenan de lágrimas, no la suelto, se la sigo chupando, con mayor entusiasmo todavía.
-Vení, ponete encima- me dice y sacándome ahora sí la bombacha, hace que me coloque sobre su cuerpo, en un 69, aunque entonces aún no sabía cómo se llamaba esa pose.
Mientras se la chupo, él me chupa a mí, lo que me acelera las pulsaciones a mil. El placer se ramifica por todo mi cuerpo, un placer al cuál me haría adicta desde entonces.
En cierto momento, tras dejarme la concha toda babeada, sale de debajo de mi cuerpo y se pone de rodillas por detrás. Yo estoy en cuatro y por alguna razón sé que debo quedarme así. Que algo más va a pasar.
Giro la cabeza y lo veo sacando un sobrecito plateado del bolsillo del pantalón. Por supuesto sé lo que es un forro y para qué sirve, pero verlo preparándolo para usarlo conmigo, me produce un escalofrío que me eriza todo el cuerpo.
Lo abre y se lo pone. Lo miro atenta y excitada mientras lo hace. Con el látex, la pija parece aún más amenazante. Dura, erguida, hermosa.
Me apoya la punta entre los labios y cuándo empieza a metérmela, me doy cuenta que mi vida acaba de cambiar para siempre. Ya no soy una niña ni una adolescente, ése desconocido acaba de convertirme en mujer.
Mientras siento como avanza, no dejo de repetirme una y otra vez:
"Estoy cogiendo con el sereno del depósito... Estoy cogiendo con el sereno del depósito..."
Ni sé cómo se llama pero lo tengo adentro, abriéndome y llenándome con su verga, haciéndome sentir sensaciones que ni sabía que existían. Obvio que conocía el sexo, no era tan ingenua, había visto revistas y películas porno, pero jamás imaginé que pudiera llegar a ser algo tan poderoso y alucinante. Y eso que aquello era solo el principio. Lo mejor vino cuándo empezó a moverse y entonces mi mundo, todo lo que conocía, pareció difuminarse a mi alrededor.
Allí, en un depósito de la calle Tres Arroyos, con un hombre que no conocía y que me llevaba varios años, tuve el primer orgasmo de mi vida. Un orgasmo fuerte, intenso, que me dejó como desvanecida por un instante.
Cuando recuperé la conciencia lo sentí entrando y saliendo, cogiéndome y volví a estallar otra vez, y otra, y otra más.
Entonces no lo sabía pero resulta que soy multiorgásmica, puedo acabar varias veces durante una misma relación, que fue lo que hice en aquella primera cogida de mi vida. Me eché una sucesión de polvos que al tipo lo tomaron por sorpresa.
-¡Cómo acabas pendejita, te estás mojando toda!- me gruñe desde atrás, sin dejar de bombearme.
Y era cierto, podía sentir como la pija resbalaba, produciendo un sonido húmedo, acuoso, al deslizarse en mi interior.
El sereno siguió penetrándome un rato más, jadeando cada vez más excitado, hasta que me la dejó clavada adentro y estalló en mi interior.
Pese a la limitación del látex, pude sentir como la leche implosionaba y se acumulaba dentro del forro, sensación que aún hoy me sigue resultando incomparable.
Entre exaltados suspiros, se recuesta sobre mi espalda y me abraza, demostrándome un cariño que no había evidenciado hasta ese momento.
-¡Que buen polvo, la puta madre!- exclama en medio de una exhalación, tras lo cuál sale de mi interior y se tira de espalda.
Sintiendo que me tiemblan las piernas y que la concha me late como si tuviera pulso propio, me recuesto a su lado.
-Me cogiste y ni siquiera sé cómo te llamás- le hago notar.
Me rodea con un brazo, me atrae hacía él y me besa.
-Me llamo Juan- me dice.
-Yo me llamo Adriana, para vos Lali, por supuesto-
Luego me contaría que estaba casado, que era padre de tres hijos, dos varones, una nena, y que tenía 35 años, casi veinte más que yo. Pero, claro, eso a mí no me importaba.
Ésta fue mi primera vez, si gusta sigo contando. Ojalá me lean y comenten que les pareció y si quieren que siga con la historia.
Besos.
27 comentarios - El depósito frente a casa
Si despues pudieras describir como eras vos y el físicamente mejor dale
Besos húmedos