En capítulos anteriores...
Tarde prohibida con la hermanita || (Otra) tarde prohibida con la hermanita || Mi madre salió el fin de semana... || Playita con la hermana
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Todos sabéis que mi historia con mi hermana Leire ha sido siempre… bueno, de ir y venir. Y no pasa nada, desde luego. Es más, socialmente lo que hacemos no está aceptado. Pero no nos ha importado. Disfrutamos de nuestra compañía en el sexo, nos complementamos bien. Y cuando no, nos las apañamos por nuestra cuenta.
Pues en una de esas estábamos Leire y yo. Esa noche se estaba arreglando para salir con sus amigos, y yo me tenía que quedar en casa, porque todos mis amigos se habían ido a pasar el fin de semana fuera, y yo andaba sin dinero. Tener amigos para esto…
“¿Qué tal?”, me preguntó Leire. La verdad estaba potentísima, se había puesto un vestido de noche ajustado negro que le dejaba la mitad de las tetas fuera, y no le llegaba a la altura de las rodillas. Y además, tacón alto. Súper sexy.
"Espectacular", le dije sincero. No tenía sentido pretender lo contrario habiendo follado varias veces. Se dio la vuelta, el culo se le marcaba a la perfección. Me apeteció morderlo. Se fue a sentar a mi lado, y muy descaradamente, puse la mano bajo aquel culo. Mientras sacaba el móvil me dijo "Creía que habíamos dicho que lo dejábamos por un tiempo, ¿no?”
“Pero eres irresistible. Y llevo un tiempo a dos velas” le dije. “¿No te apiadas de tu pobre hermanito?”, le pregunté con una voz de pena muy malinterpretada.
“Tal vez si esta noche no se me da bien”, me dijo y me dio un beso en los labios. Yo lo seguí, y nuestras lenguas se encontraron. Pero se echó hacia atrás. Sonreí. La conocía, podría haber estado a punto de caer. “Entonces, ¿no vas a salir?”
“No, supongo que me hartaré de Netflix hasta que me quede dormido”
“Con cerveza?”
“No sé. ¿Quieres que pueda conducir por si tengo que ir a buscarte?”
“No hará falta, pero como veas. Me voy”, dijo, y me plantó un segundo beso. “No satures el WiFi con el porno”.
Después de aquellos besos el único video porno fue el que grabamos ella y yo una tarde, pasándonos el movil de mano para grabarnos. Pero lamentablemente acordamos que ella lo guardaría. Es más de fiar que yo. Así que me eché en el sofá y empecé un maratón de Doctor Who mientras las horas pasaban. Recuerdo que me tuve que quedar dormido un par de veces mientras veía la serie, pero no me apetecía levantarme.
El problema fue cuando decidí ponerme en pie. Mi cuerpo me exigía mear, así que fui al baño. Y cuando terminé pensé que podría prepararme un sandwich para cenar con una lata de algo. Me llevé al comedor el pan y el fiambre y la lata de cerveza y en ese momento sonó mi teléfono. Era Leire.
“Hola. hermanita”
“¿Estabas dormido?”, preguntó. Parecía que iba caminando.
“¿Y estás vestido?”
“Claro que sí. ¿Qué pasa?”
“Necesito que vengas a por mi”, dijo.
Me alarmé.
“¿Qué pasa?”
“Estábamos en el Copacabana. Un tipo se nos acercó, nos gustamos, pero… me metió mano. Me he ido, y creo que me está siguiendo”
“¿Crees?”
“No me atrevo a girarme… Tengo miedo…”
“Dime donde estas”, le pedí, y ella me respondió. “Vale, eso está cerca de la tienda del tío. Ve para allá, tardo cinco minutos”.
Salí corriendo por la puerta, llevándome conmigo las llaves de la moto. Bajé por las escaleras y salí a la calle. Monté en la moto y arranqué. Cierto era que debería haberme puesto el casco pero en aquel momento no pensaba en mi seguridad. Solo en la de mi hermana.
Circulé a velocidad hasta llegar donde había acordado verme con ella. Y menos mal. Estaba apoyada en una pared, la de la tienda de nuestro tío, mientras un tipo se había pegado a ella. Le estaba gritando. Y al otro lado de la calle, un puñado de curiosos mirando la escena pero ninguno se dignaba en echar una mano. Qué ganas de vomitar. Aceleré.
Me subí a la acera sin desmontar. El tipo se giró a mirar mi moto, y en ese momento frené. A la distancia suficiente para que mi rueda le golpease y se cayera al suelo. Miré a mi hermana.
“¡Sube!”
Tardó un momento en reaccionar pero no tardó en montar conmigo. Se agarró bien a mi cintura, algo habitualmente peligroso pero lo que corría prisa era irnos de allí. Di media vuelta y le di caña al acelerador. Nos alejamos de allí deprisa. No me preocupaba si alguien había tomado nota de la matrícula de mi moto. De hecho, me encantaría conocer a ese desgraciado frente a frente y destrozarle la cara a golpes.
Cuando por fin llegábamos a nuestra calle bajé la velocidad. Entramos a la velocidad adecuada y aparqué la moto encima de la acera, un hueco en que solía dejarla. Leire se bajó primero, y luego desmonté yo. Ella se había apoyado en la pared, y le temblaban las piernas. Le di un abrazo.
“Ya pasó, ya pasó”, le dije. “Estás a salvo”
“He tenido mucho miedo”, me dijo. “Gracias por venir”
“Siempre. Eres mi hermana. No voy a dejar que te ocurra nada malo”
Cuando ya se vio capaz de caminar subimos a casa. Una vez más, estábamos solos. Mi madre se había ido a una conferencia de algo de su trabajo. La dejé en el comedor y fui a prepararle una tila. Le gustaba y era bueno para su estado de nervios. Mientras se calentaba el agua y yo iba buscando la bolsita y el azúcar (la cocina se convertía en un desastre cuando no había una figura de autoridad), ella vino.
“Ahora te lo llevo”, le dije.
“No me apetecía estar sola”, me respondió. “Joder, mis amigos no han hecho nada. Los del bar no han hecho nada. Ese tío podría haberme…”, cerró los ojos. “Joder, no quiero ni pensarlo”.
“Lo sé”, le dije. Le puse las manos sobre los hombros. No los apartó. Aún confiaba en mi. “Pero ¿sabes? Mientras me tengas a mi no te va a pasar nada malo. Y si alguien se atreve a hacerte algún daño, me ocuparé de que no ocurra más veces”.
Me di cuenta.
“El agua ya está, ve al comedor”.
Le llevé la infusión ya con la bolsita de tila puesta y el azúcar. Sabía cómo le gustaba. Yo aproveché en ese momento para atacar el sandwich que no me había podido cenar. No dije nada, esperando que ella dijera algo. Pero hasta que no terminamos de comer, no lo dijo. Yo me había apoyado en el sofá y ella se tumbó encima de mi.
“Eres demasiado bueno conmigo”, me dijo.
“Creo que no se puede ser demasiado bueno. Además eres mi hermana. Y aunque no lo fueras, ¿crees que iba a dejar que ese hijo de puta te violara?”
“Pero nuestra relación no es solo de hermanos, ¿verdad? Hemos follado. Y antes te me insinuaste, yo te rechacé”, recordó. “te dije que no porque pensaba follar con otro. Podrías haber ignorado mi llamada”
“Jamás podría”, le dije. Siempre había sido una persona importante para mi. Y claro que en la cama habíamos conectado de una forma especial, pero eso no importaba. Yo la cuidaría cuando hiciera falta.
“Pero no solo hemos follado. Ha habido veces que me has hecho el amor. Es algo muy diferente”
“Leire…”
“Escucha. No es malo. Yo he sido la mala. Yo te dije de empezar, yo te dije de parar, te volví a decir de empezar, y siempre me has hecho caso. No te merezco. Incluso ahora mismo estamos en una situación en la que te dije de no seguir haciéndolo”.
“Pero eres mi hermana. ¿Crees que lo del sexo me molesta? Es algo excepcional que hemos hecho”, le dije. “No me debes nada, no le tienes que dar más vueltas”.
“Se las doy. Haga lo que haga he contado con tu apoyo. Mis amigas y amigos no tienen esa suerte con sus hermanos. Soy muy afortunada de tenerte”
“Gracias”
“No vas a librarte de mi. Cuando conozcas a una mujer que merezca la pena, quédate con ella. Mientras, yo estaré contigo. Y por muchos que yo conozca, ninguno será como tú. Siempre llamaré a tu puerta”.
“Creo que el incidente te ha alterado”, le dije, con miedo de que dijera algo que se pudiera arrepentir. “Deberías ir a descansar, ha sido una noche muy dura”.
“Creo que tienes razón. ¿Tú vas a dormir también?”
“Creo que iré a ver una peli a mi cuarto”
Así que nos levantamos y ella se fue a su habitación. Se había descalzado. Pensé en que los tacones no estorbaban en medio del salón en ese momento y yo también fui para mi dormitorio. Me tumbé en la cama, y me quité la sudadera. A pecho descubierto puse la televisión de mi cuarto.
“¿Me dejas dormir contigo?”
Leire había aparecido en ese momento. No se había quitado el vestido aún. Yo asentí.
“¿No te quieres quitar el vestido?”, pregunté mientras se sentaba en mi cama.
“No puedo con la cremallera. Ayúdame”, dijo en un tono de voz dulce.
Me apañé para bajarle la cremallera. Ciertamente era difícil, era diminuta y mis dedos no se apañaban bien. Pero se lo pude desabrochar. Y me sorprendió que de ese modo ella se lo pudo quitar, hacia abajo, y pude ver que no se había puesto sujetador. Únicamente llevaba unas bragas negras de lencería.
“¿En serio has salido así?”, le pregunté.
“Ya te dije. había salido para seducir. Pero topé con la persona equivocada”, me dijo con las tetas al aire. “Pero me habías prometido que dormiría contigo”
“¿Sin pijama?”
“No era parte del trato”, bromeó.
No dije nada más y me tumbé en la cama. Ella se puso encima de mí. Sentía el calor de su cuerpo. Instintivamente pasé un brazo por encima de ella, abrazándola. Era muy agradable. Ella intentó pasar una pierna por encima de mi, pero algo no le gustaba.
“Disculpa”, me dijo y empezó a desabrochar el pantalón. Creo que puso adrede su mano sobre mi paquete. Yo le dejé que me lo quitara y luego se volvió a tumbar sobre mi. “Así mejor, ¿Verdad?”
“Sí, la verdad”, no era mentira. Era muy agradable estar así.
Estuve unos minutos más sin hacer nada. Pensé que Leire se había dormido. Sentía su respiración sobre mi pecho. Debería haber quitado la tele, y echarme a dormir. Pero cuando empecé a bajar la voz del aparato mi hermana volvió a poner la mano sobre mi rabo. Y no estaba dormida.
“Echo esto de menos”, me dijo. “Nunca debería haberte dicho que no lo haríamos”
“Tú misma lo has dicho. Está mal, ¿Verdad?”
“Pero me da igual que esté mal. Yo quiero hacerlo. Me he prohibido mucho hacerlo porque pensaba que no debíamos hacerlo. Ahora ya me da igual. Te quiero”
“Yo a ti también”
“No me refiero a que seas mi hermano. Es algo más allá. No sé si es amor… Creo que no, he sentido muchas cosas diferentes por muchas personas, pero contigo ha sido único”.
“Leire… a dormir”, le dije. Seguía sobándome el rabo y lo tenía durísimo en ese momento.
“Aún no”, dijo ella. “Quiero hacerlo contigo. Pero no digo hoy, como un juego más. Quiero hacerlo siempre que queramos. No volveré a negarme”
“Oye…”
“Puedo hacerte feliz si quieres. Hasta que encuentres a alguien que te haga feliz también. Tú has estado para mi, y yo voy a estar para ti”
No dije nada. Era una extraña propuesta que rompía nuestro acuerdo habitual. Solo teníamos sexo por diversión, un desahogo. Aquello era aceptar algo diferente, algo que nos habíamos negado muchas veces. Yo lo había querido impedir, y ella quería continuar.
“Si me dices que quieres, vamos a hacerlo. Si no me lo dices, te dejaré tranquilo. Solo dormiremos. Es una promesa”
“No puedo negarme a hacerlo contigo, Leire”, le dije, “pero si eso te hace daño no puedo decirlo”
“Me está haciendo daño no hacerlo. Desde hace semanas, ahora lo se. Di que quieres”
“Leire. Quiero hacerlo”
Y de un tirón me arrancó el boxer. Mi falo ahí estaba, goteando líquido preseminal por la excitación. Se echó a mi lado y empezó a chupármela. Lentamente, con mucha ternura. Dedicó muchos minutos a mi glande mientras me hacía una paja a la vez. Yo estiré una mano y empecé a acariciarle una teta. Me gustaban sus tetas. Aquel pezón travieso me gustaba y ella gemía por culpa de mi juego.
“Eres malo”, protestó. “Sabes que eso me pone mucho”
“Por eso lo hago”, respondí sonriendo. Joder, llevaba demasiado tiempo contenido. “Oye, me voy a correr”.
“¿En mi boquita?”, preguntó y siguió chupándomela.
“No es ¡aaaaaaaah!”, eyaculé de pronto, antes de lo que había pensado. Mi hermana cerró sus labios alrededor de mi polla y siguió exprimiendo mi jugo hasta que terminé de correrme. “Necesario”, terminé la frase.
“De esto también tengo yo la culpa, no puedo dejar que se te acumule así”, me dijo. “Por eso he empezado así”
“No te entiendo”
“Te corres deprisa en mi boca, y ahora puedo sentirte dentro de mi”, explicó mientras se quitaba las bragas. “Vamos. Disfruta esto”
Gimió al sentir mi falo penetrando su coñito. Estaba húmedo y resbalaba fácilmente. Abrió mucho los ojos, como si fuera la primera vez.
“Qué intenso”, comentó. “Casi ni me acordaba aaaaah aaaaaah” gimió. Yo había empezado a mover mis caderas debajo de ella y mi polla entraba y salía de su interior. “Eres malo”
“Pero ¿te gusta?”
“Mucho” dijo “sigue así sí sí” gimió, llevó sus manos a sus tetas y se estimuló los pezones. “Eres genial, hermanito. Te quiero”
“Yo también te quiero, Leire”, le dije. “Y también estaré siempre contigo”
“Sí, por favor”, pidió ella. “Quiero esto todos los días”, gimió. “Me encanta sentir tu amor. Aaaaah aaaaaah” empezó a moverse al mismo tiempo que yo, fuera de si. “Quiero correrme… haz que me corra, vas muy bien”
La sujeté por el culo y aceleré mis embestidas. Me la estaba follando deprisa, por lo contenido que habíamos estado esos días, íbamos a compensar cada día perdido en esa noche. Sentí sus chorros saliendo de su coñito y resbalando hacia abajo por mis huevos y luego mi semen inundó su chocho. Se dejó caer encima de mi, aún unidos por mi erección que se negaba a relajarse y a salir del cuerpo de mi hermana.
Me besó. Yo devolví el beso, y esa vez nuestras lenguas sí que jugaron el baile de la lascivia. Aproveché para toquetearla entera, de la espalda a su culo y luego al punto en que estábamos unidos. Levantó la cabeza y me sonrió.
“Podríamos darnos una ducha. Nos hemos manchado mucho”
Fuimos al baño, aunque desde luego la idea no era ducharnos. Juntos en nuestra bañera, Leire se arrodilló nuevamente para chupármela un poco y luego se puso de espaldas a mi, apoyada en la pared. Con el agua mojando en los puntos exactos para mantener el calor y no ahogarnos, volví a meterla dentro de su chochito. Ella gimió de placer mientras la embestía una y otra y otra vez.
“Leire, quiero hacértelo por el culo”, le dije al oído. No iba a contenerme en mis deseos, quería a mi hermanita entregada por el culo.
“Acaba aquí primero”, dijo, y supe que su mano se frotaba el coñito. “Luego me puedes hacer lo que quieras”, me dijo. “Pero acaba primero aquí ih ih ih ih”, su palabra se estiró por el aire mientras mi rabo entraba, salía, entraba, salía, entraba, salía y finalmente descargaba mi semen dentro de ella.
“¿Qué hay de tu culo?”, pregunté. Me había abrazado a ella y frotaba mi polla por su rajita entre sus piernas. Ella simplemente se abrazaba a mi, gozándolo.
“Te voy a dejar que me lo hagas, pero… en la cama de mamá” propuso.
Aquella idea sí que me ponía cachondo. Salimos de la ducha y fui primero a mi cuarto a por un bote de lubricante. Leire me dijo que en seguida venía. La esperé desnudo sobre la cama de mamá, y no tardó en aparecer. Traía algo en la mano.
“Pero bueno, Leire. No sabía que fueras tan guarrilla”, me reí. Tenía un dildo de color azul en la mano. Sonrió y se acercó. “¿Eh, qué haces?”, pregunté mientras ella juntaba su dildo con mi polla.
“Lo sabía. Es casi del mismo tamaño”, dijo sonriendo. “Me compré esto hace poco. Lo he usado varias veces. Acordándome de lo que hacemos”
“¿De verdad? Traviesa, traviesa”, le dije, sonriendo.
“Puedes hacérmelo por detrás si quieres, y si no te importa yo jugaré con esto”
“No pasa nada”, le dije, “tú también tienes que disfrutar”
Se puso en cuatro para mi. Separó bien las piernas permitiendome acceso total. Acaricié qu culo primero, lo notaba tenso. Lo besé, le di un mordisco travieso. Ella protestó. “Malo. Sabes que tengo ganas”
Destapé el bote de lubricante y dejé que cayeran unas gotas sobre su culito. Pocas al principio, solo para ir dilatando su delicado agujero. Luego dejé que un poco más de lubricante cayera. Ella gemía, mi dedo medio ya podía entrar perfectamente en su interior.
“¿No te duele?”
“No, me pone cachonda… Métemela ya”, pidió.
Eché un generoso chorro de lubricante en mi polla y me hice unas pajas para extenderlo bien. Cuando estuve listo apunté con mi glande a su culo y empujé. Suave, despacio, sin detenerme salvo que ella me lo pidiera. Pero no lo hizo. Lentamente mi rabo entró por completo dentro de ella. Qué bien se sentía.
“¿Estás bien?”
“De maravilla”, dijo, “sigue”.
Empecé a meterla y sacarla. Mucho más delicado que los dos polvos que habíamos echado antes, aún notaba cierta resistencia de su culo. Noté algo debajo de mi. Era Leire, apuntando con su dildo a su coñito y suavemente empezaba a masturbarse con él. Mi hermanita estaba disfrutando de aquella doble penetración improvisada y a mi su culo me estaba volviendo loco.
Se la saqué para volver a lubrircar mi falo y ahora me deslizaba con mayor facilidad. Era delicioso. Mi hermanita Leira sometida a mi. Aumenté el ritmo, pero sin hacerle daño (en serio, el culo puede ser muy delicado) aunque ya no encontraba resistencia. Ella gemía, jadeaba y disfrutaba.
“Esto me vuelve loca…” jadeó Leire “Voy a correrme… de verdad que voy a correrme”
“Yo también”, le dije. “¿Quieres que lo haga?”
“Sí, por favor, córrete, córrete, córrete”, me pidió. “Te quiero, aaaaaaah, te quiero” gimió.
Di mis últimos empujones antes de eyacular como un bendito dentro de su culo. Ella gimió muchísimo, su mano la estimulaba perfectamente con el dildo. Lo dejó dentro de su coñito mientras descansábamos. Yo estaba un poco cansado después de cuatro corridas, pero ella parecía ansiosa por querer más.
Leire se tumbó encima de mi, con su coño encima de mi cabeza. En seguida entendí lo que quería. Empecé a comérselo suavemente mientras ella volvía a devorar mi polla. Nos entregamos a aquel 69 lento, pasional. Disfruté del sabor salado de su coñito mientras notaba sensaciones increíbles en mi glande. La chupaba genial, había que reconocerlo. Me abracé a su cintura mientras me sumergía en su coñito, Disfrutando de aquella agonía hasta que sus jugos me llenaron la boca y los míos estallaron en la suya.
Se dio la vuelta y nos besamos. Nuestras bocas estaban llenas de pringue pero en ese momento no nos importaba mucho. Ella volvió a resbalar por mi cuerpo hasta que volvimos a estar unidos.
“Leire… aunque sea imposible que se me baje la erección estando así, yo no puedo más”, le dije.
“No pasa nada. Me basta con sentirte”, me dijo. “Quiero que hagamos una locura”.
“¿Una mayor que esta?”
“Sí. Dijiste que querías buscarte un piso. Pues quiero que busquemos un piso. Para los dos”
“Estás loca, de verdad”, le dije.
“Tú con tu habitación, yo con la mía. Puedes llevarte chicas, puedo llevarme chicos. Pero si estamos solos podemos seguir haciendo esto. No tendremos que tener cuidado de que mamá no esté en casa”, me dijo. “¿Lo pensarás?”
Le prometí pensarlo. La idea no era mala. Solo había el pequeño problema de la moralidad. ¿Podía dejar de importarme ese tema?
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Todos sabéis que mi historia con mi hermana Leire ha sido siempre… bueno, de ir y venir. Y no pasa nada, desde luego. Es más, socialmente lo que hacemos no está aceptado. Pero no nos ha importado. Disfrutamos de nuestra compañía en el sexo, nos complementamos bien. Y cuando no, nos las apañamos por nuestra cuenta.
Pues en una de esas estábamos Leire y yo. Esa noche se estaba arreglando para salir con sus amigos, y yo me tenía que quedar en casa, porque todos mis amigos se habían ido a pasar el fin de semana fuera, y yo andaba sin dinero. Tener amigos para esto…
“¿Qué tal?”, me preguntó Leire. La verdad estaba potentísima, se había puesto un vestido de noche ajustado negro que le dejaba la mitad de las tetas fuera, y no le llegaba a la altura de las rodillas. Y además, tacón alto. Súper sexy.
"Espectacular", le dije sincero. No tenía sentido pretender lo contrario habiendo follado varias veces. Se dio la vuelta, el culo se le marcaba a la perfección. Me apeteció morderlo. Se fue a sentar a mi lado, y muy descaradamente, puse la mano bajo aquel culo. Mientras sacaba el móvil me dijo "Creía que habíamos dicho que lo dejábamos por un tiempo, ¿no?”
“Pero eres irresistible. Y llevo un tiempo a dos velas” le dije. “¿No te apiadas de tu pobre hermanito?”, le pregunté con una voz de pena muy malinterpretada.
“Tal vez si esta noche no se me da bien”, me dijo y me dio un beso en los labios. Yo lo seguí, y nuestras lenguas se encontraron. Pero se echó hacia atrás. Sonreí. La conocía, podría haber estado a punto de caer. “Entonces, ¿no vas a salir?”
“No, supongo que me hartaré de Netflix hasta que me quede dormido”
“Con cerveza?”
“No sé. ¿Quieres que pueda conducir por si tengo que ir a buscarte?”
“No hará falta, pero como veas. Me voy”, dijo, y me plantó un segundo beso. “No satures el WiFi con el porno”.
Después de aquellos besos el único video porno fue el que grabamos ella y yo una tarde, pasándonos el movil de mano para grabarnos. Pero lamentablemente acordamos que ella lo guardaría. Es más de fiar que yo. Así que me eché en el sofá y empecé un maratón de Doctor Who mientras las horas pasaban. Recuerdo que me tuve que quedar dormido un par de veces mientras veía la serie, pero no me apetecía levantarme.
El problema fue cuando decidí ponerme en pie. Mi cuerpo me exigía mear, así que fui al baño. Y cuando terminé pensé que podría prepararme un sandwich para cenar con una lata de algo. Me llevé al comedor el pan y el fiambre y la lata de cerveza y en ese momento sonó mi teléfono. Era Leire.
“Hola. hermanita”
“¿Estabas dormido?”, preguntó. Parecía que iba caminando.
“¿Y estás vestido?”
“Claro que sí. ¿Qué pasa?”
“Necesito que vengas a por mi”, dijo.
Me alarmé.
“¿Qué pasa?”
“Estábamos en el Copacabana. Un tipo se nos acercó, nos gustamos, pero… me metió mano. Me he ido, y creo que me está siguiendo”
“¿Crees?”
“No me atrevo a girarme… Tengo miedo…”
“Dime donde estas”, le pedí, y ella me respondió. “Vale, eso está cerca de la tienda del tío. Ve para allá, tardo cinco minutos”.
Salí corriendo por la puerta, llevándome conmigo las llaves de la moto. Bajé por las escaleras y salí a la calle. Monté en la moto y arranqué. Cierto era que debería haberme puesto el casco pero en aquel momento no pensaba en mi seguridad. Solo en la de mi hermana.
Circulé a velocidad hasta llegar donde había acordado verme con ella. Y menos mal. Estaba apoyada en una pared, la de la tienda de nuestro tío, mientras un tipo se había pegado a ella. Le estaba gritando. Y al otro lado de la calle, un puñado de curiosos mirando la escena pero ninguno se dignaba en echar una mano. Qué ganas de vomitar. Aceleré.
Me subí a la acera sin desmontar. El tipo se giró a mirar mi moto, y en ese momento frené. A la distancia suficiente para que mi rueda le golpease y se cayera al suelo. Miré a mi hermana.
“¡Sube!”
Tardó un momento en reaccionar pero no tardó en montar conmigo. Se agarró bien a mi cintura, algo habitualmente peligroso pero lo que corría prisa era irnos de allí. Di media vuelta y le di caña al acelerador. Nos alejamos de allí deprisa. No me preocupaba si alguien había tomado nota de la matrícula de mi moto. De hecho, me encantaría conocer a ese desgraciado frente a frente y destrozarle la cara a golpes.
Cuando por fin llegábamos a nuestra calle bajé la velocidad. Entramos a la velocidad adecuada y aparqué la moto encima de la acera, un hueco en que solía dejarla. Leire se bajó primero, y luego desmonté yo. Ella se había apoyado en la pared, y le temblaban las piernas. Le di un abrazo.
“Ya pasó, ya pasó”, le dije. “Estás a salvo”
“He tenido mucho miedo”, me dijo. “Gracias por venir”
“Siempre. Eres mi hermana. No voy a dejar que te ocurra nada malo”
Cuando ya se vio capaz de caminar subimos a casa. Una vez más, estábamos solos. Mi madre se había ido a una conferencia de algo de su trabajo. La dejé en el comedor y fui a prepararle una tila. Le gustaba y era bueno para su estado de nervios. Mientras se calentaba el agua y yo iba buscando la bolsita y el azúcar (la cocina se convertía en un desastre cuando no había una figura de autoridad), ella vino.
“Ahora te lo llevo”, le dije.
“No me apetecía estar sola”, me respondió. “Joder, mis amigos no han hecho nada. Los del bar no han hecho nada. Ese tío podría haberme…”, cerró los ojos. “Joder, no quiero ni pensarlo”.
“Lo sé”, le dije. Le puse las manos sobre los hombros. No los apartó. Aún confiaba en mi. “Pero ¿sabes? Mientras me tengas a mi no te va a pasar nada malo. Y si alguien se atreve a hacerte algún daño, me ocuparé de que no ocurra más veces”.
Me di cuenta.
“El agua ya está, ve al comedor”.
Le llevé la infusión ya con la bolsita de tila puesta y el azúcar. Sabía cómo le gustaba. Yo aproveché en ese momento para atacar el sandwich que no me había podido cenar. No dije nada, esperando que ella dijera algo. Pero hasta que no terminamos de comer, no lo dijo. Yo me había apoyado en el sofá y ella se tumbó encima de mi.
“Eres demasiado bueno conmigo”, me dijo.
“Creo que no se puede ser demasiado bueno. Además eres mi hermana. Y aunque no lo fueras, ¿crees que iba a dejar que ese hijo de puta te violara?”
“Pero nuestra relación no es solo de hermanos, ¿verdad? Hemos follado. Y antes te me insinuaste, yo te rechacé”, recordó. “te dije que no porque pensaba follar con otro. Podrías haber ignorado mi llamada”
“Jamás podría”, le dije. Siempre había sido una persona importante para mi. Y claro que en la cama habíamos conectado de una forma especial, pero eso no importaba. Yo la cuidaría cuando hiciera falta.
“Pero no solo hemos follado. Ha habido veces que me has hecho el amor. Es algo muy diferente”
“Leire…”
“Escucha. No es malo. Yo he sido la mala. Yo te dije de empezar, yo te dije de parar, te volví a decir de empezar, y siempre me has hecho caso. No te merezco. Incluso ahora mismo estamos en una situación en la que te dije de no seguir haciéndolo”.
“Pero eres mi hermana. ¿Crees que lo del sexo me molesta? Es algo excepcional que hemos hecho”, le dije. “No me debes nada, no le tienes que dar más vueltas”.
“Se las doy. Haga lo que haga he contado con tu apoyo. Mis amigas y amigos no tienen esa suerte con sus hermanos. Soy muy afortunada de tenerte”
“Gracias”
“No vas a librarte de mi. Cuando conozcas a una mujer que merezca la pena, quédate con ella. Mientras, yo estaré contigo. Y por muchos que yo conozca, ninguno será como tú. Siempre llamaré a tu puerta”.
“Creo que el incidente te ha alterado”, le dije, con miedo de que dijera algo que se pudiera arrepentir. “Deberías ir a descansar, ha sido una noche muy dura”.
“Creo que tienes razón. ¿Tú vas a dormir también?”
“Creo que iré a ver una peli a mi cuarto”
Así que nos levantamos y ella se fue a su habitación. Se había descalzado. Pensé en que los tacones no estorbaban en medio del salón en ese momento y yo también fui para mi dormitorio. Me tumbé en la cama, y me quité la sudadera. A pecho descubierto puse la televisión de mi cuarto.
“¿Me dejas dormir contigo?”
Leire había aparecido en ese momento. No se había quitado el vestido aún. Yo asentí.
“¿No te quieres quitar el vestido?”, pregunté mientras se sentaba en mi cama.
“No puedo con la cremallera. Ayúdame”, dijo en un tono de voz dulce.
Me apañé para bajarle la cremallera. Ciertamente era difícil, era diminuta y mis dedos no se apañaban bien. Pero se lo pude desabrochar. Y me sorprendió que de ese modo ella se lo pudo quitar, hacia abajo, y pude ver que no se había puesto sujetador. Únicamente llevaba unas bragas negras de lencería.
“¿En serio has salido así?”, le pregunté.
“Ya te dije. había salido para seducir. Pero topé con la persona equivocada”, me dijo con las tetas al aire. “Pero me habías prometido que dormiría contigo”
“¿Sin pijama?”
“No era parte del trato”, bromeó.
No dije nada más y me tumbé en la cama. Ella se puso encima de mí. Sentía el calor de su cuerpo. Instintivamente pasé un brazo por encima de ella, abrazándola. Era muy agradable. Ella intentó pasar una pierna por encima de mi, pero algo no le gustaba.
“Disculpa”, me dijo y empezó a desabrochar el pantalón. Creo que puso adrede su mano sobre mi paquete. Yo le dejé que me lo quitara y luego se volvió a tumbar sobre mi. “Así mejor, ¿Verdad?”
“Sí, la verdad”, no era mentira. Era muy agradable estar así.
Estuve unos minutos más sin hacer nada. Pensé que Leire se había dormido. Sentía su respiración sobre mi pecho. Debería haber quitado la tele, y echarme a dormir. Pero cuando empecé a bajar la voz del aparato mi hermana volvió a poner la mano sobre mi rabo. Y no estaba dormida.
“Echo esto de menos”, me dijo. “Nunca debería haberte dicho que no lo haríamos”
“Tú misma lo has dicho. Está mal, ¿Verdad?”
“Pero me da igual que esté mal. Yo quiero hacerlo. Me he prohibido mucho hacerlo porque pensaba que no debíamos hacerlo. Ahora ya me da igual. Te quiero”
“Yo a ti también”
“No me refiero a que seas mi hermano. Es algo más allá. No sé si es amor… Creo que no, he sentido muchas cosas diferentes por muchas personas, pero contigo ha sido único”.
“Leire… a dormir”, le dije. Seguía sobándome el rabo y lo tenía durísimo en ese momento.
“Aún no”, dijo ella. “Quiero hacerlo contigo. Pero no digo hoy, como un juego más. Quiero hacerlo siempre que queramos. No volveré a negarme”
“Oye…”
“Puedo hacerte feliz si quieres. Hasta que encuentres a alguien que te haga feliz también. Tú has estado para mi, y yo voy a estar para ti”
No dije nada. Era una extraña propuesta que rompía nuestro acuerdo habitual. Solo teníamos sexo por diversión, un desahogo. Aquello era aceptar algo diferente, algo que nos habíamos negado muchas veces. Yo lo había querido impedir, y ella quería continuar.
“Si me dices que quieres, vamos a hacerlo. Si no me lo dices, te dejaré tranquilo. Solo dormiremos. Es una promesa”
“No puedo negarme a hacerlo contigo, Leire”, le dije, “pero si eso te hace daño no puedo decirlo”
“Me está haciendo daño no hacerlo. Desde hace semanas, ahora lo se. Di que quieres”
“Leire. Quiero hacerlo”
Y de un tirón me arrancó el boxer. Mi falo ahí estaba, goteando líquido preseminal por la excitación. Se echó a mi lado y empezó a chupármela. Lentamente, con mucha ternura. Dedicó muchos minutos a mi glande mientras me hacía una paja a la vez. Yo estiré una mano y empecé a acariciarle una teta. Me gustaban sus tetas. Aquel pezón travieso me gustaba y ella gemía por culpa de mi juego.
“Eres malo”, protestó. “Sabes que eso me pone mucho”
“Por eso lo hago”, respondí sonriendo. Joder, llevaba demasiado tiempo contenido. “Oye, me voy a correr”.
“¿En mi boquita?”, preguntó y siguió chupándomela.
“No es ¡aaaaaaaah!”, eyaculé de pronto, antes de lo que había pensado. Mi hermana cerró sus labios alrededor de mi polla y siguió exprimiendo mi jugo hasta que terminé de correrme. “Necesario”, terminé la frase.
“De esto también tengo yo la culpa, no puedo dejar que se te acumule así”, me dijo. “Por eso he empezado así”
“No te entiendo”
“Te corres deprisa en mi boca, y ahora puedo sentirte dentro de mi”, explicó mientras se quitaba las bragas. “Vamos. Disfruta esto”
Gimió al sentir mi falo penetrando su coñito. Estaba húmedo y resbalaba fácilmente. Abrió mucho los ojos, como si fuera la primera vez.
“Qué intenso”, comentó. “Casi ni me acordaba aaaaah aaaaaah” gimió. Yo había empezado a mover mis caderas debajo de ella y mi polla entraba y salía de su interior. “Eres malo”
“Pero ¿te gusta?”
“Mucho” dijo “sigue así sí sí” gimió, llevó sus manos a sus tetas y se estimuló los pezones. “Eres genial, hermanito. Te quiero”
“Yo también te quiero, Leire”, le dije. “Y también estaré siempre contigo”
“Sí, por favor”, pidió ella. “Quiero esto todos los días”, gimió. “Me encanta sentir tu amor. Aaaaah aaaaaah” empezó a moverse al mismo tiempo que yo, fuera de si. “Quiero correrme… haz que me corra, vas muy bien”
La sujeté por el culo y aceleré mis embestidas. Me la estaba follando deprisa, por lo contenido que habíamos estado esos días, íbamos a compensar cada día perdido en esa noche. Sentí sus chorros saliendo de su coñito y resbalando hacia abajo por mis huevos y luego mi semen inundó su chocho. Se dejó caer encima de mi, aún unidos por mi erección que se negaba a relajarse y a salir del cuerpo de mi hermana.
Me besó. Yo devolví el beso, y esa vez nuestras lenguas sí que jugaron el baile de la lascivia. Aproveché para toquetearla entera, de la espalda a su culo y luego al punto en que estábamos unidos. Levantó la cabeza y me sonrió.
“Podríamos darnos una ducha. Nos hemos manchado mucho”
Fuimos al baño, aunque desde luego la idea no era ducharnos. Juntos en nuestra bañera, Leire se arrodilló nuevamente para chupármela un poco y luego se puso de espaldas a mi, apoyada en la pared. Con el agua mojando en los puntos exactos para mantener el calor y no ahogarnos, volví a meterla dentro de su chochito. Ella gimió de placer mientras la embestía una y otra y otra vez.
“Leire, quiero hacértelo por el culo”, le dije al oído. No iba a contenerme en mis deseos, quería a mi hermanita entregada por el culo.
“Acaba aquí primero”, dijo, y supe que su mano se frotaba el coñito. “Luego me puedes hacer lo que quieras”, me dijo. “Pero acaba primero aquí ih ih ih ih”, su palabra se estiró por el aire mientras mi rabo entraba, salía, entraba, salía, entraba, salía y finalmente descargaba mi semen dentro de ella.
“¿Qué hay de tu culo?”, pregunté. Me había abrazado a ella y frotaba mi polla por su rajita entre sus piernas. Ella simplemente se abrazaba a mi, gozándolo.
“Te voy a dejar que me lo hagas, pero… en la cama de mamá” propuso.
Aquella idea sí que me ponía cachondo. Salimos de la ducha y fui primero a mi cuarto a por un bote de lubricante. Leire me dijo que en seguida venía. La esperé desnudo sobre la cama de mamá, y no tardó en aparecer. Traía algo en la mano.
“Pero bueno, Leire. No sabía que fueras tan guarrilla”, me reí. Tenía un dildo de color azul en la mano. Sonrió y se acercó. “¿Eh, qué haces?”, pregunté mientras ella juntaba su dildo con mi polla.
“Lo sabía. Es casi del mismo tamaño”, dijo sonriendo. “Me compré esto hace poco. Lo he usado varias veces. Acordándome de lo que hacemos”
“¿De verdad? Traviesa, traviesa”, le dije, sonriendo.
“Puedes hacérmelo por detrás si quieres, y si no te importa yo jugaré con esto”
“No pasa nada”, le dije, “tú también tienes que disfrutar”
Se puso en cuatro para mi. Separó bien las piernas permitiendome acceso total. Acaricié qu culo primero, lo notaba tenso. Lo besé, le di un mordisco travieso. Ella protestó. “Malo. Sabes que tengo ganas”
Destapé el bote de lubricante y dejé que cayeran unas gotas sobre su culito. Pocas al principio, solo para ir dilatando su delicado agujero. Luego dejé que un poco más de lubricante cayera. Ella gemía, mi dedo medio ya podía entrar perfectamente en su interior.
“¿No te duele?”
“No, me pone cachonda… Métemela ya”, pidió.
Eché un generoso chorro de lubricante en mi polla y me hice unas pajas para extenderlo bien. Cuando estuve listo apunté con mi glande a su culo y empujé. Suave, despacio, sin detenerme salvo que ella me lo pidiera. Pero no lo hizo. Lentamente mi rabo entró por completo dentro de ella. Qué bien se sentía.
“¿Estás bien?”
“De maravilla”, dijo, “sigue”.
Empecé a meterla y sacarla. Mucho más delicado que los dos polvos que habíamos echado antes, aún notaba cierta resistencia de su culo. Noté algo debajo de mi. Era Leire, apuntando con su dildo a su coñito y suavemente empezaba a masturbarse con él. Mi hermanita estaba disfrutando de aquella doble penetración improvisada y a mi su culo me estaba volviendo loco.
Se la saqué para volver a lubrircar mi falo y ahora me deslizaba con mayor facilidad. Era delicioso. Mi hermanita Leira sometida a mi. Aumenté el ritmo, pero sin hacerle daño (en serio, el culo puede ser muy delicado) aunque ya no encontraba resistencia. Ella gemía, jadeaba y disfrutaba.
“Esto me vuelve loca…” jadeó Leire “Voy a correrme… de verdad que voy a correrme”
“Yo también”, le dije. “¿Quieres que lo haga?”
“Sí, por favor, córrete, córrete, córrete”, me pidió. “Te quiero, aaaaaaah, te quiero” gimió.
Di mis últimos empujones antes de eyacular como un bendito dentro de su culo. Ella gimió muchísimo, su mano la estimulaba perfectamente con el dildo. Lo dejó dentro de su coñito mientras descansábamos. Yo estaba un poco cansado después de cuatro corridas, pero ella parecía ansiosa por querer más.
Leire se tumbó encima de mi, con su coño encima de mi cabeza. En seguida entendí lo que quería. Empecé a comérselo suavemente mientras ella volvía a devorar mi polla. Nos entregamos a aquel 69 lento, pasional. Disfruté del sabor salado de su coñito mientras notaba sensaciones increíbles en mi glande. La chupaba genial, había que reconocerlo. Me abracé a su cintura mientras me sumergía en su coñito, Disfrutando de aquella agonía hasta que sus jugos me llenaron la boca y los míos estallaron en la suya.
Se dio la vuelta y nos besamos. Nuestras bocas estaban llenas de pringue pero en ese momento no nos importaba mucho. Ella volvió a resbalar por mi cuerpo hasta que volvimos a estar unidos.
“Leire… aunque sea imposible que se me baje la erección estando así, yo no puedo más”, le dije.
“No pasa nada. Me basta con sentirte”, me dijo. “Quiero que hagamos una locura”.
“¿Una mayor que esta?”
“Sí. Dijiste que querías buscarte un piso. Pues quiero que busquemos un piso. Para los dos”
“Estás loca, de verdad”, le dije.
“Tú con tu habitación, yo con la mía. Puedes llevarte chicas, puedo llevarme chicos. Pero si estamos solos podemos seguir haciendo esto. No tendremos que tener cuidado de que mamá no esté en casa”, me dijo. “¿Lo pensarás?”
Le prometí pensarlo. La idea no era mala. Solo había el pequeño problema de la moralidad. ¿Podía dejar de importarme ese tema?
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