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Sumiso en castidad: La vecina III

Este relato y los siguientes juegan entre la realidad y la fantasía. Algunas de las cosas aquí escritas son ciertas, otras no. Queda a consideración del lector qué tomar por cierto y qué no.



Parte 1: http://www.poringa.net/posts/relatos/3595945/Sumiso-en-castidad-La-vecina.html
Parte 2: http://www.poringa.net/posts/relatos/3596937/Sumiso-en-castidad-La-vecina-II.html


Volví a mi departamento como pude, todavía agitado y aturdido por lo que había pasado. No solo no había podido recuperar la llave mi cinturón de castidad, sino que estaba aún más entregado que antes. Verónica empezaba no sólo a intimidarme sino a también a calentarme mucho. Demasiado. Me envolvía en una peligrosa mezcla de calentura y humillación que no sabía manejar. ¿Cuánto tiempo más iba a seguir esta pesadilla? 

Me desperté el domingo aún peor que el día anterior. La pija me latía contra las paredes del cinturón y no tenía cómo aliviarlo. Miré la hora en el celular y me encontré con un mensaje de un número desconocido. Lo abrí sin pensar (porque con esa calentura no podía pensar) y lo que ví me provocó una dolorosa puntada en la pija: una foto de Verónica con un tremendo escote y una pequeña llave plateada entre las tetas. La acompañaba una sola frase: "No te olvides quién es tu dueña, pajero" La leí una y otra vez sin poder creer lo que veía. Intenté tragar saliva pero tenía la boca seca, a diferencia del bóxer que estaba cada vez más húmedo. Estuve a punto de borrar la foto pero no pude. Me gustaba demasiado. Verónica tenía razón: era todo un pajero.

Tardé varias horas en darme cuenta de lo obvio. Verónica había sacado mi número del grupo de WhatsApp que teníamos los vecinos del edificio. No necesitaba que yo se lo diera, así que lo del día anterior no había sido más que otra muestra de su poder sobre mí para afianzar su superioridad. Para peor, cualquier posible represalia que tomara contra ella ahora tenía también una réplica directa entre los vecinos del edificio, donde todos sabían todo de todos. Pueblo chico, infierno grande...


El resto del fin de semana fue como me esperaba, o más bien como me temía. No tuve noticias de Verónica más allá de esa infartante foto y a juzgar por como me había ido la última vez, ni loco le tocaba la puerta sin que me avisara. Llegó el lunes y me fui a laburar como pude. Las 8 horas fueron una tortura continua; no podía concentrarme en nada y a cada rato sentía la presión que ejercía mi miembro sobre su jaulita de plástico. No terminaba de ajustarme a mi nueva realidad pero, al mismo tiempo, era demasiado real como para negarla.

Cuando volví a casa decidí subir por la escalera. Noté que el ascensor estaba detenido en mi piso lo cual sólo podía significar que Verónica estaba en casa porque son sólo dos departamentos por piso: el de ella y el mío. Me quedé ahí de pie, plantéandome si tocarle la puerta o no. Mi pija asentía con énfasis (como podía) pero la cabeza me seguía diciendo que no. Recordé un viejo chiste de Robin Williams: "Dios dotó al hombre de pene y  un cerebro, pero no suficiente sangre para que ambos funcionen a la vez". A juzgar por como me encontraba, encerrado y sin acabar hacía días, esto era una verdad del tamaño de una catedral.

Finalmente triunfó la razón y mi paciencia se vió compensada unas horas después. Recibí un mensaje de Verónica de una sola línea, esta vez sin foto: "Mañana a las 19. Puntual, perro". Eso era todo, pero yo ya sabía tres cosas con toda certeza: que no me convenía atrasarme ni un minuto, que tendría que atravesar otra insoportable jornada laboral y que el mensaje me produjo una alegría y alivio indescriptibles... y preocupantes.

A las 19 estaba allí, golpeando la puerta de mi vecina. Nadie respondía. Justo cuando pensaba darme media vuelta e irme, las puertas del ascensor se abrieron a mis espaldas y salió Verónica. Llevaba puesta una calza rosa de esas que hasta hace solo unos días me habrían parado la pija de inmediato. Un top del mismo color y una colita alta remataban el atuendo que, acompañado por el brillo de la transpiración sobre su piel bronceada, hacían obvio que venía de entrenar.

- Uff, hola sumiso. Hoy me dieron duro, ¿sabés? -me preguntó Verónica risueña, consciente del efecto que producía el doble sentido sobre mi pobre pija-
- Hola Vero...
- Vas a tener mucho trabajo hoy. -añadió antes de darme un beso en la mejilla que me hizo temblar-
- Ah, sí?
- Sí. Estoy agotada. Vas a tener que darme un buen masaje, un baño y mucha lengua. Vení, pasá.

Verónica me tomó de la mano y me guió por el departamento directo al baño. Cualquiera que nos hubiera visto de afuera habría podido pensar que eramos novios, una jóven parejita feliz dispuesta a matarse y tener mucho sexo mientras se bañaban. Nada más lejos de la realidad.

- Desvestite -me ordenó como si nada- Sacate todo y entrá a la ducha.
Obedecí. Volver a estar desnudo frente a ella me produjo tal calentura que me ruboricé.
- Mmm, muy bien -me dijo mientras se mordía el labio y me miraba de arriba a abajo- Veo que todo está como debería -y me agarró el cinturón para sacudirlo- Nada de pajas, no mi sumiso?
- No...
- No, qué?
- No Ver... no mi ama.
Vero soltó una risita y me hizo un ademán para que me meta en la bañera. Me quedé allí de pie, tapándome el cinturón con las manos, sin saber muy bien qué hacer.
- Bueno, esto es así -me dijo, repentinamente muy seria- Vamos abrir esa jaulita para lavarte bien. Vos te vas a quedar muy quieto y dejarme hacer. Hace todos los ruidos que quieras, pero no te muevas por nada. Si te portás bien hay premio. Si no...
No terminó la frase. En su lugar se dió a entender tomando mis bolas con una mano. Apretó ligeramente, con suavidad, pero lo suficiente para hacerme saber que no iba a tener ningún problema en hacer que me arrepintiera de tener pelotas. Tragué saliva y ella me sostuvo la mirada hasta que bajé la mía.
- Muy bien. Empezamos.
Me quitó la jaula con habilidad y delicadeza. Fue lenta a propósito, y cada vez que mi pija empujaba por dentro ella hacía una pausa deliberada. La sensación de libertad era indescriptible. Dí gracias por dentro y casi que también a ella. Dejó el cinturón a un costado y, sentándose sobre un pequeño banquito al borde la ducha, me dijo:
- Vamos a tener que hacer algunos cambios. Regla número 4: nada de pelos. Nada, ni uno. Los pelos son para machos, y vos claramente no sos uno. Así que te quiero bien rasurado y afeitado todo el tiempo, ¿entendiste?
Todavía no había procesado lo que me dijo cuando Verónica se levantó de un salto y sacó una gillette del botiquín. Verla así de segura, con la gillette rosada en mano a juego con su conjunto y humillándome de esa manera me produjo un nudo en la garganta y una potente erección.
- Bueno, veo que alguien está de acuerdo -dijo mientras me señalaba la pija que a su vez apuntaba hacia ella- Mejor, esto me hace más fácil las cosas. Quedate bien quietito. Me parece que no te conviene moverte.

Me quedé tan quieto que creo que contuve la respiración. Verónica se sentó en el banquito y con toda la paciencia del mundo empezó a enjabonarme toda superficie de piel que tuviera un pelo. Pensé que iba a evitar tocarme la pija, pero no: la enjabono bien con ambas manos y se detuvo cuando llegó al glande y comprobó que goteaba como una canilla abierta. Estaba a una o dos sacudidas de acabar pero ella se quedó así, quieta, con las manos alrededor de mi pija y me miró fijamente a los ojos, muy seria:
- ¿Vas a acabar?
Sabía que lo tenía que responder, y sabía que lo me pasaría si me equivocaba. La respuesta fue automática
- No. No mi señora.
Verónica sonrió con satisfacción y me soltó de inmediato. Mi pija quedó tiesa en el aire, confundida y llena de leche. Ella continuó como si nada y terminó de enjabonarme, divirtiéndose especialmente con mis pezones mientras yo gemía como mi ex novia cuando se los chupaba. En menos de 5 minutos ya estaba completamente rasurado: pecho, espalda, piernas, pies, bolas y culo. No dejó un sólo pelo y se alejó para contemplar su obra. Mi pija, por supuesto, seguía dura como un hierro.
- Mucho mejor. Estás más lindo así, sabías? Más... no sé, delicado. Femenino. Pero claro, ahora tenemos un problema. -y me señaló la pija- Eso no se va a bajar sólo. Por suerte, sé como solucionarlo.

El alivio y la felicidad que sentí de que finalmente me hiciera acabar me duraron menos de 5 segundos. Fue lo que tardó Verónica en agarrar el duchador y apuntarme con un chorro de agua helada directamente a las bolas. Dí un paso para atrás del susto y me cubrí instintivamente con las manos. Verónica leyó mi reacción como si lo hubiera hecho cientos de veces y me apunto con el chorro a la cara sin aviso. Mi instinto de preservación cambió y pasé a cubrirme el rostro, dejando mis huevos de nuevo vulnerables. El chorro volvió a cambiar de posición, esta vez acompañado de una orden firme:
- ¡Quieto! Poné las manos en la espalda o vas a tener que ponerte hielo en las bolas para que se te desinflamen.
Entendí la amenaza implícita de una golpiza y dejé las manos quietas. Lentamente las llevé hacia la espalda y lentamente mi erección fue perdiendo fuerza bajo el torrente de agua helada.
Mi pija recuperó su tamaño normal, entumecida por el frío. Verónica apartó el duchador y agarró el cinturón nuevamente. Presa del pánico, supliqué casi sollozando:
- Por favor. Por favor no me lo pongas de nuevo. No aguanto más, necesito acabar.
- Vas a aguantar lo que ye te diga -contestó Verónica imperturbable- Y lo que necesites no me interesa.
Esta vez no fue tan delicada y me puso el aparato por la fuerza. Mi pija estaba encerrada de nuevo, y yo a punto de romper en llanto.
- Lo que sí me interesa -prosiguió- es darme un buen baño. Serví para algo, inútil.

Lo que siguió fue una tortura indescriptible. Verónica me hizo no sólo desvestirla, sino también bañarla. Enjabonarla y enjuagarla con esmero. Tocar y frotar ese cuerpo perfecto era la tortura más dulce que había recibido jamás. Se me hacía agua la boca y la pija de tocarla, de tenerla tan cerca y no poder hacer nada. Temblaba con cada puntada que me daba la pija, hinchada hasta los límites de su jaula. Terminé más transpirado que antes, pero a Verónica no pareció importarle. Ella estaba limpia y satisfecha, tanto que me dijo:

- Muy bien esclavo. Te portaste bien. Te ganaste tu premio.

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, pero yo ya no tenía ninguna. Sabía que no iba a acabar, y así fue. Ni siquiera cuando Verónica me guió hasta su cama y se acostó en ella boca abajo, desnuda. Especialmente no cuando miré alrededor y ví una colección de látigos, arneses, esposas, vibradores y otras cosas que ni siquiera puedo nombrar digna de un sex shop. Sea lo que fuera que Verónica quería hacer conmigo, era muy claro que recién empezaba.
- Y? Te gusta? - Verónica me sacó de mi estupor con esa pregunta-
Yo no sabía si se refería a sus juguetes sexuales o al perfecto culo en pompa que me ofrecía desde la cama. Respondí en silencio que sí con la cabeza y ella apoyó la cabeza en la almohada.
- Dale. Serví para algo.

No tuvo que decir nada más. Como un perro hambriento, que es lo que era, me abalancé sobre su culo y empecé a chupar. Le pasé la lengua una y otra vez, despacio, de la concha hasta el culo, ida y vuelta. No hacía otra cosa que lamer y ella no hacía otra cosa que gemir y humillarme. Me dijo que eso era para lo único que servía, que siempre iba a estar así, que me olvidara de que tenía pija. Lo cierto es que por un rato me olvidé, mientras la chupaba desesperado, aunque el dolor y la hinchazon eran peores que nunca.
Verónica debía estar cerca del orgasmo porque me apretó con las piernas y me dejó ahí, nuevamente asfixiado y sin poder moverme. Sabía que la única forma de volver a respirar era seguir lamiendo, así que eso hice. Con más ganas que antes, seguí chupando y chupando hasta que ella acabó en un grito y una catarata de insultos. Me soltó y me tiró de la cama de una patada. Estaba hecho un desastre, transpirado y con la cara empapada. Me puse de pié como pude y Verónica me dió la última orden del día:

- Vestite y andate. No te quiero ver hasta el fin de semana.

Como un autómata, obedecí. Junté mi ropa, me vestí y antes de que pudiera salir del departamento, Verónica me dijo desde la habitación.

- Ah... le hablé a las chicas de vos. Dijeron que quieren conocerte. Preparate.

Continuará...

3 comentarios - Sumiso en castidad: La vecina III

MIsko-Jones +1
gran relato felicitaciones

te va a sacar bueno 😃