Volvimos de Mar del Plata a mitad de la segunda semana de febrero. Recién llegada me tocó el día de los enamorados, y como ya es habitual en esa fecha, no dejo de recibir los consabidos mensajes de amistad, no sólo de amigos convencionales, sino también de los otros, los "amigarch".
Todos me desean lo mejor, pero lo que en realidad buscan es festejar el día echándose un buen polvo conmigo.
Obviamente que no puedo con todos. Pero hay algunos a los que no les puedo fallar. Bruno era impostergable. Pese a la escapada romántica con mi marido y la volcánica noche que pasé con los chicos que conocí en el bar del hotel, tenía ganas de volver a estar con él.
Juan Carlos, el colectivero, también es una fija en éstas fechas. Ya es habitual que nos encontremos para nuestros cumpleaños, por lo que el día del amor y la amistad no podía ser la excepción.
De no haber tenido ningún otro compromiso, me hubiera gustado tener un "remember" con Damián, mi querido pintor de brocha gorda.
Al Cholo le debo una visita desde hace tiempo.
Benito, el amigo de mi viejo, estaba ahí en las gateras. Ya nos veníamos mensajeando, luego de un tiempo de silencio absoluto.
Jorgito en cualquier momento.
Y la lista sigue, sigue y sigue...
El viernes por la mañana mi marido me sorprende con un arreglo floral, una caja de bombones en forma de corazón y un osito de peluche con la frase "te amo" estampada en el pecho.
-Me imagino que tendrás tiempo para que te dé el tuyo- le digo tras agradecerle efusivamente los regalos.
-Si es lo que pienso, tiempo es lo que me sobra- asiente con una sonrisa.
Le pido que me espere solo un momento, y agarrando un paquete del ropero, me meto en el baño. Me saco el camisón, la bombacha, y poniéndome su regalo, salgo de nuevo al cuarto.
-¿Y, te gusta?- le pregunto, exhibiendo además de mi desnudez el reloj pulsera que le había comprado.
El que tenía se lo robaron en Mar del Plata, por lo que me pareció el obsequio más adecuado, ya que no le gusta andar sin reloj en la muñeca, dice que le resta presencia.
-¡Me encanta!- exclama, aunque no sé si refiere al regalo o a mi cuerpo.
-¿El reloj o... lo otro?- lo interrogo sugestiva.
-Mmmm, a ver...- se levanta de la cama y se acerca, exhibiendo un más que notable abultamiento por debajo del calzoncillo.
Me agarra el brazo y contempla el reloj, admirándolo, como si estuviera más conforme con ese accesorio que con lo demás, hasta que me levanta en vilo, me lleva hacía la cama y tirándonos los dos encima, me dice todo jocoso:
-Creo que esta vez me voy a quedar con el envoltorio-
Nos besamos largamente, un beso de amor, de esposos, sintiendo esa vibración que pese a las crisis y los momentos negativos, aún sigue flameando en nuestro interior.
Tal como mi marido pensaba, el viaje a Mardel dió sus frutos, permitiéndonos zanjar esas diferencias que nos estaban distanciando. No es que estemos como cuando recién nos casamos, pero estamos mejor y eso ya es un gran paso adelante.
Tanto es así que a su regreso de Mendoza, y después del trío con los chicos del hotel, tuvimos el mejor sexo en mucho tiempo. El último día ni fuimos a la playa, cojimos mañana, tarde y noche. E incluso a la vuelta, nos paramos en la ruta y simulando un pinchazo, nos echamos un rapidito.
Ahora también estábamos prendidos fuego, con la líbido envolviéndonos y fagocitándonos sin control ni medida.
Fue un polvo lindo, placentero, agradable, pero un polvo conyugal al fin y al cabo. Desconozco el motivo, pero el sexo matrimonial sigue sin complacerme tanto como el que suelo tener por fuera, en la infidelidad. Hasta creo que si M....., en vez de mi marido fuera mi amante, lo disfrutaría mucho más.
Luego del sexo, nos duchamos, nos vestimos, y tras dejar al Ro en lo de mi suegra, partimos cada cuál rumbo a su trabajo. Bueno, él al menos, porque yo me desvié hacía lo de Bruno, con quién había quedado ya la noche anterior, ni bien recibí su saludo.
Llegué recién duchadita, con el pelo todavía húmedo.
-Mmmm..., olés a sexo- me dice al recibirme
-Vengo de cojer con mi marido- le confirmo por si no lo tenía claro.
-¡Cómo me excita eso!- exclama llevándome enseguida a la cama.
Sobre la almohada hay un ramo de rosas rojas y una caja de bombones, ésta rectangular, con un lazo que sí tiene corazoncitos. Le agradezco el presente con un beso que compensa sobradamente su atención.
Sin dejar de chupeternos, empezamos a quitarnos la ropa, con esa urgencia que reviste cualquier relación impregnada con el aura de lo prohibido.
Desnudos nos tiramos sobre la cama, metiéndonos manos por doquier, mojándonos en la humedad del otro, sintiendo crecer en nuestro interior esa pasión que cuándo estamos juntos alcanza ribetes de salvajismo.
Se deleita primero con mis tetas, para luego bajar y pegarme una soberbia chupada de concha, que me deja los labios húmedos y dilatados, prestos a recibirlo en toda su inmensidad.
Por supuesto que le retribuyo la atención con una mamada igual de entusiasta, tras lo cuál se me sube encima y me la mete de un solo empujón, iniciando enseguida ese delicioso vaivén sin el cuál la vida carecería de todo sentido.
Cuánto placer y que diferencia con mi marido.
De solo sentirlo me mojo toda, me derrito en torno a su verga, que no deja de hundirse hasta en lo más profundo de mi ser.
Rodamos sobre la cama, cabalgándonos con frenesí, con intensidad, sacándonos chispas con cada golpe.
Esto no es sexo conyugal, es sexo de trampa, sexo infiel, el más placentero, el que se disfruta con todos los sentidos.
En cuatro me aniquila, me parte al medio, me la mete bien hasta los huevos, con ese "sprint" final que parece rebotarme por toda la columna.
Los ruidos húmedos de la penetración mezclados con nuestros jadeos, potencian mi líbido ya de por sí descontrolada.
Me sacudo toda cuando me llega el orgasmo. Me aferro de las sábanas y estiro las piernas, a la vez que Bruno se derrumba sobre mi cuerpo y me acaba adentro con una potencia arrolladora.
Una marea láctea arrasa todo mi interior, un desborde de semen que se diluye efusivamente por los conductos más íntimos de mi sexo.
-¡Me encanta llenarte de leche!- me susurra pícaro, perverso.
-¡A cuántas les dirás lo mismo!- le replico, conciente de que no debo ser la única amante que tiene.
Se levanta y con la pija dura y aún goteando, me pregunta:
-¿Te quedás para una segunda vuelta?-
-¿Qué, también querés llenarme el culito?-
-Sabés que me gusta hacértela completa-
-Jaja...- me río -Me gustaría, pero vamos a tener que dejarlo para otro día, aunque sea San Valentín tengo que trabajar-
Me levanto y tras darme una ducha, la segunda en apenas un par de horas, me despido de Bruno y sigo mi rumbo.
En realidad no tenía que trabajar, era solo una excusa. Había quedado en encontrarme con Lucho para almorzar. Estaba en Buenos Aires para hacer la transferencia de la licencia del taxi, por lo que aprovechó para mandarme un mensaje.
”Que ganas de verte...", le respondí.
"Me vuelvo mañana así que si querés..."
Y claro que quería...
Llegué a la parrilla don Julio a la una y media. Lucho ya estaba esperándome, revisando la carta mientras saboreaba un buen vino. Nos saludamos con un pico, pese a que el lugar estaba bastante concurrido. Ni siquiera pensé que alguien conocido pudiera vernos, fue verlo y sentir que nunca se había ido.
En Santa Fé las cosas parecen irle mucho mejor que acá, ya que insistió en pagar él solo el almuerzo, luego de lo cuál me llevó a un albergue transitorio categoría VIP. Por supuesto hizo la reserva el día anterior, ni bien quedamos en vernos, ya que sino hubiera sido imposible encontrar una habitación disponible.
-¿Tan seguro estabas que iba a aceptar venir al telo con vos?- le pregunté cuando me lo dijo.
-¿Te hubieras negado?- me pregunta de lo más seguro.
-Por supuesto que no- le confirmo.
Lucho es uno de esos hombres que, aunque pase el tiempo, siempre tendrá un lugar en mi corazón y en mi cama. Forma parte de esa cofradía junto a el Cholo, Damián, Juan Carlos, Jorgito y varios más que son y serán mis amantes eternos. Hombres con los cuáles el sexo pasa a ser una cuestión de amistad. Lo que se dice amigos con derechos.
Nos besamos y nos recostamos en la cama, dándole a nuestras manos absoluta libertad para que puedan recorrer el cuerpo del otro.
Resulta estimulante reconocer las diferencias entre Bruno y Lucho a pocas horas de estar con cada uno de ellos.
Uno impetuoso, salvaje, hasta agresivo, el otro más pasional y cariñoso. En la cama puede que sean diferentes, pero ambos me complacen a su manera, cojiéndome como me gusta.
Formamos un incitante 69 y nos chupamos todo, yo comiéndole la verga casi hasta la raíz, él deleitándose con la turgencia de mis gajos, mordiéndolos y succionándolos como si quisiera sacarles juguito.
En esa posición me gusta especialmente chuparle los huevos, así de gordos y duros como se le ponen. Meter la lengua entre medio y saborear el sudor, ese pegote tan característico que se acumula por debajo y a los lados.
Me levanto, me doy la vuelta y me le siento encima, las piernas abiertas, acomodándome en torno a su cuerpo. Ninguno tiene que hacer nada, la pija encuentra por sí misma el camino a mi interior, llenándome con esa suficiencia que todo lo puede.
Me estremezco al sentir como se desliza dentro mío, avasallando todo en su avance. Me relajo, arqueo la espalda y la dejo fluir hasta que los huevos hacen tope. Exhalo un fuerte suspiro y empiezo a moverme, adelante y atrás, a los lados, sintiéndolo en toda su vigorosa extensión.
Nos cojemos como si quisiéramos retenernos por siempre el uno dentro del otro, sabiendo que luego de esa tarde pasará mucho tiempo hasta que volvamos a vernos.
Ninguno cede, por el contrario intensificamos la fricción, hasta que estallamos en mutua concordancia, disolviéndonos en un orgasmo que no es suyo ni mío, sino de ambos. Un polvo compartido que nos transporta a esa porción de Cielo que nuestras almas alcanzan cada vez que estamos juntos.
Nos quedamos desfallecientes, resoplando extenuados, sin dejar de besarnos ni acariciarnos, sintiendo que éste reencuentro es un regalo que debemos aprovechar al máximo.
Pese a la cuantiosa descarga, la pija de Lucho sigue gorda y dura, como si la acción no hubiese comenzado todavía, así que ni me la saca, solo me sigue cogiendo, chapoteando por entre la leche de ése primer polvo.
Recién cuando me pongo en cuatro, siento como, a causa de la gravedad, lo que acaba de inseminarme, se vuelca hacía afuera. Él igual sigue y sigue.
Me agarra fuerte de las caderas y me bombea con todo, fluyendo con una celeridad que de nuevo me nubla los sentidos, apoderándose de todo mi ser, físico y espiritual.
Ese segundo polvo queda repercutiendo en mí hasta mucho después de separarnos.
Hubiéramos seguido meta garche hasta el otro día, pero Lucho había venido con su esposa y el bebé, quienes lo esperaban para ir a visitar a la madre de ella, antes de pegar la vuelta. Quedamos en que yo me ocuparía de los últimos detalles respecto a la transferencia de la licencia, ya que debía regresar a Santa Fé cuanto antes.
Mi despedida fue con un pete de esos que tendría que haberlo puesto en un cuadro y llevárselo de recuerdo. Por supuesto sé que tendrá otras amantes, muchas más, pero de mis labios en su chota no se va a olvidar jamás.
-Ojalá nos veamos pronto...- le digo al dejarlo en la esquina de dónde estaban parando, la casa de un familiar en Lugano.
Hace ademán de bajarse, pero a último momento se frena y volviéndose hacia mí, me besa con una pasión que reivindica una vez más, lo que sentimos el uno por el otro. Ése es un beso de amor, no uno conyugal ni de amigarch, un beso por el que, si me lo pidiera, lo seguiría hasta el fin del mundo.
Pero no me lo pide.
Ver cómo se aleja, saliendo de mi vida una vez más, me vuelve a partir el corazón. No me avergüenza decir que se me humedecen los ojos y que un par de lágrimas caen por mis mejillas. Pero así es la vida, estamos dónde podemos y no dónde queremos.
Así transcurrió mi día de los enamorados, junto a los tres hombres más importantes de mi vida, por lo menos en éste momento.
Mi marido, Bruno y Lucho...
El gran amor de mi vida, el padre de mi hijo y el dulce capricho de mi corazón...
Los tres me llenaron de amor, literalmente...
Todos me desean lo mejor, pero lo que en realidad buscan es festejar el día echándose un buen polvo conmigo.
Obviamente que no puedo con todos. Pero hay algunos a los que no les puedo fallar. Bruno era impostergable. Pese a la escapada romántica con mi marido y la volcánica noche que pasé con los chicos que conocí en el bar del hotel, tenía ganas de volver a estar con él.
Juan Carlos, el colectivero, también es una fija en éstas fechas. Ya es habitual que nos encontremos para nuestros cumpleaños, por lo que el día del amor y la amistad no podía ser la excepción.
De no haber tenido ningún otro compromiso, me hubiera gustado tener un "remember" con Damián, mi querido pintor de brocha gorda.
Al Cholo le debo una visita desde hace tiempo.
Benito, el amigo de mi viejo, estaba ahí en las gateras. Ya nos veníamos mensajeando, luego de un tiempo de silencio absoluto.
Jorgito en cualquier momento.
Y la lista sigue, sigue y sigue...
El viernes por la mañana mi marido me sorprende con un arreglo floral, una caja de bombones en forma de corazón y un osito de peluche con la frase "te amo" estampada en el pecho.
-Me imagino que tendrás tiempo para que te dé el tuyo- le digo tras agradecerle efusivamente los regalos.
-Si es lo que pienso, tiempo es lo que me sobra- asiente con una sonrisa.
Le pido que me espere solo un momento, y agarrando un paquete del ropero, me meto en el baño. Me saco el camisón, la bombacha, y poniéndome su regalo, salgo de nuevo al cuarto.
-¿Y, te gusta?- le pregunto, exhibiendo además de mi desnudez el reloj pulsera que le había comprado.
El que tenía se lo robaron en Mar del Plata, por lo que me pareció el obsequio más adecuado, ya que no le gusta andar sin reloj en la muñeca, dice que le resta presencia.
-¡Me encanta!- exclama, aunque no sé si refiere al regalo o a mi cuerpo.
-¿El reloj o... lo otro?- lo interrogo sugestiva.
-Mmmm, a ver...- se levanta de la cama y se acerca, exhibiendo un más que notable abultamiento por debajo del calzoncillo.
Me agarra el brazo y contempla el reloj, admirándolo, como si estuviera más conforme con ese accesorio que con lo demás, hasta que me levanta en vilo, me lleva hacía la cama y tirándonos los dos encima, me dice todo jocoso:
-Creo que esta vez me voy a quedar con el envoltorio-
Nos besamos largamente, un beso de amor, de esposos, sintiendo esa vibración que pese a las crisis y los momentos negativos, aún sigue flameando en nuestro interior.
Tal como mi marido pensaba, el viaje a Mardel dió sus frutos, permitiéndonos zanjar esas diferencias que nos estaban distanciando. No es que estemos como cuando recién nos casamos, pero estamos mejor y eso ya es un gran paso adelante.
Tanto es así que a su regreso de Mendoza, y después del trío con los chicos del hotel, tuvimos el mejor sexo en mucho tiempo. El último día ni fuimos a la playa, cojimos mañana, tarde y noche. E incluso a la vuelta, nos paramos en la ruta y simulando un pinchazo, nos echamos un rapidito.
Ahora también estábamos prendidos fuego, con la líbido envolviéndonos y fagocitándonos sin control ni medida.
Fue un polvo lindo, placentero, agradable, pero un polvo conyugal al fin y al cabo. Desconozco el motivo, pero el sexo matrimonial sigue sin complacerme tanto como el que suelo tener por fuera, en la infidelidad. Hasta creo que si M....., en vez de mi marido fuera mi amante, lo disfrutaría mucho más.
Luego del sexo, nos duchamos, nos vestimos, y tras dejar al Ro en lo de mi suegra, partimos cada cuál rumbo a su trabajo. Bueno, él al menos, porque yo me desvié hacía lo de Bruno, con quién había quedado ya la noche anterior, ni bien recibí su saludo.
Llegué recién duchadita, con el pelo todavía húmedo.
-Mmmm..., olés a sexo- me dice al recibirme
-Vengo de cojer con mi marido- le confirmo por si no lo tenía claro.
-¡Cómo me excita eso!- exclama llevándome enseguida a la cama.
Sobre la almohada hay un ramo de rosas rojas y una caja de bombones, ésta rectangular, con un lazo que sí tiene corazoncitos. Le agradezco el presente con un beso que compensa sobradamente su atención.
Sin dejar de chupeternos, empezamos a quitarnos la ropa, con esa urgencia que reviste cualquier relación impregnada con el aura de lo prohibido.
Desnudos nos tiramos sobre la cama, metiéndonos manos por doquier, mojándonos en la humedad del otro, sintiendo crecer en nuestro interior esa pasión que cuándo estamos juntos alcanza ribetes de salvajismo.
Se deleita primero con mis tetas, para luego bajar y pegarme una soberbia chupada de concha, que me deja los labios húmedos y dilatados, prestos a recibirlo en toda su inmensidad.
Por supuesto que le retribuyo la atención con una mamada igual de entusiasta, tras lo cuál se me sube encima y me la mete de un solo empujón, iniciando enseguida ese delicioso vaivén sin el cuál la vida carecería de todo sentido.
Cuánto placer y que diferencia con mi marido.
De solo sentirlo me mojo toda, me derrito en torno a su verga, que no deja de hundirse hasta en lo más profundo de mi ser.
Rodamos sobre la cama, cabalgándonos con frenesí, con intensidad, sacándonos chispas con cada golpe.
Esto no es sexo conyugal, es sexo de trampa, sexo infiel, el más placentero, el que se disfruta con todos los sentidos.
En cuatro me aniquila, me parte al medio, me la mete bien hasta los huevos, con ese "sprint" final que parece rebotarme por toda la columna.
Los ruidos húmedos de la penetración mezclados con nuestros jadeos, potencian mi líbido ya de por sí descontrolada.
Me sacudo toda cuando me llega el orgasmo. Me aferro de las sábanas y estiro las piernas, a la vez que Bruno se derrumba sobre mi cuerpo y me acaba adentro con una potencia arrolladora.
Una marea láctea arrasa todo mi interior, un desborde de semen que se diluye efusivamente por los conductos más íntimos de mi sexo.
-¡Me encanta llenarte de leche!- me susurra pícaro, perverso.
-¡A cuántas les dirás lo mismo!- le replico, conciente de que no debo ser la única amante que tiene.
Se levanta y con la pija dura y aún goteando, me pregunta:
-¿Te quedás para una segunda vuelta?-
-¿Qué, también querés llenarme el culito?-
-Sabés que me gusta hacértela completa-
-Jaja...- me río -Me gustaría, pero vamos a tener que dejarlo para otro día, aunque sea San Valentín tengo que trabajar-
Me levanto y tras darme una ducha, la segunda en apenas un par de horas, me despido de Bruno y sigo mi rumbo.
En realidad no tenía que trabajar, era solo una excusa. Había quedado en encontrarme con Lucho para almorzar. Estaba en Buenos Aires para hacer la transferencia de la licencia del taxi, por lo que aprovechó para mandarme un mensaje.
”Que ganas de verte...", le respondí.
"Me vuelvo mañana así que si querés..."
Y claro que quería...
Llegué a la parrilla don Julio a la una y media. Lucho ya estaba esperándome, revisando la carta mientras saboreaba un buen vino. Nos saludamos con un pico, pese a que el lugar estaba bastante concurrido. Ni siquiera pensé que alguien conocido pudiera vernos, fue verlo y sentir que nunca se había ido.
En Santa Fé las cosas parecen irle mucho mejor que acá, ya que insistió en pagar él solo el almuerzo, luego de lo cuál me llevó a un albergue transitorio categoría VIP. Por supuesto hizo la reserva el día anterior, ni bien quedamos en vernos, ya que sino hubiera sido imposible encontrar una habitación disponible.
-¿Tan seguro estabas que iba a aceptar venir al telo con vos?- le pregunté cuando me lo dijo.
-¿Te hubieras negado?- me pregunta de lo más seguro.
-Por supuesto que no- le confirmo.
Lucho es uno de esos hombres que, aunque pase el tiempo, siempre tendrá un lugar en mi corazón y en mi cama. Forma parte de esa cofradía junto a el Cholo, Damián, Juan Carlos, Jorgito y varios más que son y serán mis amantes eternos. Hombres con los cuáles el sexo pasa a ser una cuestión de amistad. Lo que se dice amigos con derechos.
Nos besamos y nos recostamos en la cama, dándole a nuestras manos absoluta libertad para que puedan recorrer el cuerpo del otro.
Resulta estimulante reconocer las diferencias entre Bruno y Lucho a pocas horas de estar con cada uno de ellos.
Uno impetuoso, salvaje, hasta agresivo, el otro más pasional y cariñoso. En la cama puede que sean diferentes, pero ambos me complacen a su manera, cojiéndome como me gusta.
Formamos un incitante 69 y nos chupamos todo, yo comiéndole la verga casi hasta la raíz, él deleitándose con la turgencia de mis gajos, mordiéndolos y succionándolos como si quisiera sacarles juguito.
En esa posición me gusta especialmente chuparle los huevos, así de gordos y duros como se le ponen. Meter la lengua entre medio y saborear el sudor, ese pegote tan característico que se acumula por debajo y a los lados.
Me levanto, me doy la vuelta y me le siento encima, las piernas abiertas, acomodándome en torno a su cuerpo. Ninguno tiene que hacer nada, la pija encuentra por sí misma el camino a mi interior, llenándome con esa suficiencia que todo lo puede.
Me estremezco al sentir como se desliza dentro mío, avasallando todo en su avance. Me relajo, arqueo la espalda y la dejo fluir hasta que los huevos hacen tope. Exhalo un fuerte suspiro y empiezo a moverme, adelante y atrás, a los lados, sintiéndolo en toda su vigorosa extensión.
Nos cojemos como si quisiéramos retenernos por siempre el uno dentro del otro, sabiendo que luego de esa tarde pasará mucho tiempo hasta que volvamos a vernos.
Ninguno cede, por el contrario intensificamos la fricción, hasta que estallamos en mutua concordancia, disolviéndonos en un orgasmo que no es suyo ni mío, sino de ambos. Un polvo compartido que nos transporta a esa porción de Cielo que nuestras almas alcanzan cada vez que estamos juntos.
Nos quedamos desfallecientes, resoplando extenuados, sin dejar de besarnos ni acariciarnos, sintiendo que éste reencuentro es un regalo que debemos aprovechar al máximo.
Pese a la cuantiosa descarga, la pija de Lucho sigue gorda y dura, como si la acción no hubiese comenzado todavía, así que ni me la saca, solo me sigue cogiendo, chapoteando por entre la leche de ése primer polvo.
Recién cuando me pongo en cuatro, siento como, a causa de la gravedad, lo que acaba de inseminarme, se vuelca hacía afuera. Él igual sigue y sigue.
Me agarra fuerte de las caderas y me bombea con todo, fluyendo con una celeridad que de nuevo me nubla los sentidos, apoderándose de todo mi ser, físico y espiritual.
Ese segundo polvo queda repercutiendo en mí hasta mucho después de separarnos.
Hubiéramos seguido meta garche hasta el otro día, pero Lucho había venido con su esposa y el bebé, quienes lo esperaban para ir a visitar a la madre de ella, antes de pegar la vuelta. Quedamos en que yo me ocuparía de los últimos detalles respecto a la transferencia de la licencia, ya que debía regresar a Santa Fé cuanto antes.
Mi despedida fue con un pete de esos que tendría que haberlo puesto en un cuadro y llevárselo de recuerdo. Por supuesto sé que tendrá otras amantes, muchas más, pero de mis labios en su chota no se va a olvidar jamás.
-Ojalá nos veamos pronto...- le digo al dejarlo en la esquina de dónde estaban parando, la casa de un familiar en Lugano.
Hace ademán de bajarse, pero a último momento se frena y volviéndose hacia mí, me besa con una pasión que reivindica una vez más, lo que sentimos el uno por el otro. Ése es un beso de amor, no uno conyugal ni de amigarch, un beso por el que, si me lo pidiera, lo seguiría hasta el fin del mundo.
Pero no me lo pide.
Ver cómo se aleja, saliendo de mi vida una vez más, me vuelve a partir el corazón. No me avergüenza decir que se me humedecen los ojos y que un par de lágrimas caen por mis mejillas. Pero así es la vida, estamos dónde podemos y no dónde queremos.
Así transcurrió mi día de los enamorados, junto a los tres hombres más importantes de mi vida, por lo menos en éste momento.
Mi marido, Bruno y Lucho...
El gran amor de mi vida, el padre de mi hijo y el dulce capricho de mi corazón...
Los tres me llenaron de amor, literalmente...
22 comentarios - Día de los enamorados...
Van diez puntos.
¿Realmente eres la de la foto?
Excelenterelato