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Zoológico

Me encontraba parado en una esquina de plaza Miserere. Tenía un cigarrillo por la mitad que había empezado hace unos minutos. No hacía frío, pero había una brisa fresca que se dejaba sentir como caricias en los costados de mi cara, la cual se sentía cálida. Ya el atardecer había terminado, y todas las luces de la plaza estaban encendidas. Apoyado contra un poste de luz ámbar, absorbía lentamente la nicotina sin mucha prisa, disfrutando cada pitada. Mi mirada iba de un lado a otro de la plaza. Siempre me gusto ver las criaturas que circulan por esa zona o similares. Siempre hay algo extraño o nuevo por ver. Es como una delicia para los ojos de quienes pueden apreciar belleza en las cosas más ordinarias y grotescas. A 20 metros podía observar a un pibe sentado bajo una persiana roja y oxidada de un local clausurado. Tenía los ojos cerrados, se notaba completamente ido de sí, y apenas sostenido por el fino equilibrio de su cabeza contra el borde de la pared del local. Era como un objeto abandonado ahí que nadie observaba al pasa. Vestía un jogging rojo, del cual podía verse que al final de la pierna le faltaba uno de sus pies, el derecho. Me arriesgaba a decir que tal herida no había sido hace tanto tiempo, ya que aún podía verse rastros de rasguños del suceso que haya causado tal amputación. A 10 metros de él, un bar con una rockola casi en la calle, estaba una señora de unos 50 y tantos años pasando los discos y bailando al ritmo de cuarteto, vestida con ropa muy ajustada, que marcaba mucho sus curvas y deformaciones de carne. En las rotas y disparejas mesas de afuera, dos hombres entrados en edad y gordos, tomaban cerveza mientras se reían y observaban a la mujer. Podría adivinar en ese momento que uno de ellos era el dueño del local, o encargado al menos. Estaba de camisa, con actitud de jefe observando el fruto de su trabajo, tomando de un vaso de vidrio grueso en sorbos de grandes cantidades. Este, sonriendo a su compañero, se paró decidido y caminó a paso firme hacia ella por la sucia vereda llena de papeles y mugre, como si de un salón de baile se tratara y acabaran de poner la pieza más fina de música clásica. Se paró detrás de la señora, quien seguía pasando los discos uno tras otros, con una mano en el bolsillo y apoyo la otra en la rokola, con muy poco espacio entre su pelvis y el culo gigante de la señora, y comenzó a hablarle sonriendo. Apenas más alejado de ellos, un vagabundo, lleno de bolsos y con un abrigo enorme que imaginaba sería muy caluroso para ese momento, caminaba con una mirada de quien odia a la vida misma por el simple hecho de haber nacido. Si en aquel momento hubiera sacado un cuchillo y degollado a alguien, no me hubiera sorprendido.
Terminé mi cigarrillo observando esta hermosa escena con satisfacción, cuando sonó mi celular y recibí un mensaje de ella, Celeste, el cual sabía que no era su verdadero nombre. Habíamos empezado a charlar a través de una aplicación de citas hacía no más de dos semanas, y quedamos en encontrarnos allí. Quizás a mucha gente le gusta presumir con el otro y encontrarse en lugares sofisticados, caros, donde puedan demostrar su poder adquisitivo, donde poder realizar una suerte de ritual de apareamiento tratando de deslumbrar a la otra persona. Claramente ese no era mi caso. O si pero de una manera completamente distinta. Por alguna razón, había encontrado ese gusto particular en los lugares más mundanos, en las citas que empiezan desde algo menos ostentoso y pretencioso. Quizás, lo primero que pensaría cualquiera es que la mujer con la que me estoy por encontrar es una mujer de clase social baja, o media baja. Que no se espantaría por salir de la Linea A de subte a la mugrosa plaza en plena noche. Pero todo lo contrario. La mujer con la que iba a encontrarme era una mujer que no ha pasado absolutamente ninguna necesidad y que no iba a hacerlo por el resto de su vida. Por las fotografías que tenía hasta ese momento (Caribe, bares de cócteles caros, vestidos sofisticados), una mujer con clase y hermosa, con la cual podía charlar los más diversos temas. Incluso, el tener gustos similares de admiración por las cosas menos agradables a la vista, o al resto de los sentidos. El mensaje decía que estaba saliendo en ese momento de la estación, con lo cual empecé a caminar observando la boca del subte. Cuando me encontraba llegando a la misma, salió ella. Pelirroja, con un largo cuello que quizás era producto de su pelo corto, un vestido ajustado sin ser extremadamente provocativo pero que dejaba ver que tenía una buena figura. Parecía un cordero perdido al salir de la estación en medio del tumulto de gente que estaba volviendo a su casa después de todo unos día de trabajo, apurados, transpirados, empujando como animales. Levanté mi mano y le sonreí, y ella hizo lo mismo. Nos saludamos con un beso en la mejilla, y comenzamos a caminar lentamente hacia la plaza, a recorrerla un poco. 
Caminamos sin un rumbo particular, simplemente observando como habíamos acordado en hacer. Nos pusimos a comentar por lo bajo, las cosas que nos llamaban la atención de la plaza. El fuerte olor a pis en cualquier rincón por donde caminábamos, las personas durmiendo, que no solo eran vagabundos, sino borrachos que no podían mantenerse parados. Las viejas prostitutas de años  con calzas que masticando chicle buscan clientes con casi nula sonrisa, queriendo llevarse los clientes casi de prepo.
“Es hermoso.”, la escuche decir mientras suspiraba por lo bajo. Podía notar que su respiración estaba agitada, aseguraba que tenía una leve excitación.
“Es la primera vez que camino por acá.”, Me dijo mientras rozaba mi mano y podía experimentar una hermosa electricidad que nos recorría. “Nunca me anime a venir sola y nadie que conozca entendería porque querría.” Continuo.
Me gustaba sentir la excitación en su voz, era dulce e interesante, pero para nada naive. Giramos en la esquina y continuamos nuestro recorrido. Pasamos por las largas colas de gente esperando el colectivo junto a los carros de comida chatarra con olor a grasa y aceite que se impregnaba dentro de la nariz y se sujetaba de los pelos. Observaba una pareja de jóvenes de unos 16 años, ella embarazada con la panza por explotar que se desbordaba de su remera y el de la misma edad o un año más grande quizás, con una cicatriz cerca de su oreja izquierda, escuchando música con auriculares sin mirarse. Siempre se me pasaba por la cabeza qué futuro podría haber ahí. O cuán importante es que haya uno realmente.
Cuando me giré a verla para comentarle eso, note que ella estaba pagando dos hamburguesas en el peor puesto que podría haber, pero con unas luces frías que lo hacían aún más deprimente, en un sentido poético. Con las hamburguesas en la mano, se acercó a mí y me ofreció una. “Yo invito.”, me dijo, y acepte. Le hice seña de dirigirnos a las rejas que resguardan a la estatua. Apoyados allí, comenzamos a degustar algo que, muy contrario a su apariencia, sabia delicioso por alguna extraña razón. La observe comer mientras miraba fascinada todo a su alrededor. Nadie diría que esta mujer, delicada, inteligente, atractiva, podría estar teniendo una cita aquí, comienzo hamburguesas grasosas en medio de una plaza con olor a meo y putrefacción, por propia voluntad. Comimos en silencio mientras observábamos todo a nuestro alrededor, la gente yendo y viniendo, y la mezcla de sonidos que generaban una música discordante.
“Mi vida suele ser siempre ordenada, pulcra, rodeada de gente similar, Hasta el punto que pareciera que no existe otra cosa.”, Me dijo mientras se limpiaba la boca con una servilleta.
“La mía no es tan así, pero entiendo a lo que te refieres.” Le dije, mientras estiraba mis dedos para tocar la punta de los suyos y hacer contacto. Me estaba sintiendo muy atraído por ella. La forma de observar el mundo que teníamos en común me llenaba de placer, como si estuviéramos en una galería de arte hablando de las pinceladas de un cuadro. Necesitaba sentir el contacto de su piel, no podía sentirme tan alejado físicamente de ella. Roce lentamente sus uñas, luego lentamente sus falanges hasta llegar a su mano, donde la acaricie muy suavemente.  Sin mirarme ella sonrío, continuó observando un perro lanudo, que en algún momento fue blanco, unos metros nuestro, acostado. De la misma forma que nosotros, mirando la gente que pasaba por allí.
Agarre mi teléfono con la otra mano, busque una dirección en el mapa, que ya tenía guardado y se la mostré. Ella acercó su cara al teléfono, la cual se iluminó por la pantalla y me dejo ver mejor su mirada lasciva, sonriente. Giro tu cara y me dijo “Quiero ir”.
Comenzamos a caminar hacia la esquina tomados de la mano. Esperamos el semáforo y nos dirigimos hacia una parte menos concurrida del barrio de once. Caminamos por esas calles oscuras, yo con un poco de ansiedad y con el corazón latiendo más fuerte. Nos cruzábamos caras oscuras, criaturas que nos miraban de forma extraña, aunque creo que la principal razón era ella que no encajaba en aquel entorno. Doblamos en una esquina y a unos metros se encontraba la puerta de un hotel albergue transitorio. Era uno de los que peor puntuación tenía según el mapa, y el que peor se veía. Antes de entrar, la atraje hacia mí de la mano, y la bese profundamente, apoyados en la pared de la entrada del hotel. Ella devolvió mi beso agarrándome del cuello, jugando con su lengua en mi boca. Dejaba de sentir que era la aparente mujer indefensa de hace unos segundos. Comenzamos a excitarnos apoyados el uno contra el otro. “Tengo muchas ganas de entrar.” Me dijo, lo cual me hizo salir de mi trance sexual. Me aleje levemente de ella completamente duro y le hice una seña para que pasara primero. Ella abrió la puerta nos metimos sin pensarlo.
Dentro, un largo pasillo con luz tenue roja dejaba ver algunas puertas. Y a unos metros estaba la recepción, donde un hombre entrado en años y una piba de unos 18 estaban parados allí, siendo atendidos. “Señora, me sale más cara la habitación que la pendeja, no me puede hacer menos?.” Dijo el hombre con actitud de poca paciencia. Discutieron un poco con la persona que atendía, que no podía ver claramente en ese momento, y finalmente pagó resignado. “Vamos nena”, Le dijo a la piba que tenía a su lado, y la agarro del culo para llevarla. Ella inmutada camino a su lado sin decir palabra. 
Nos acercamos al mostrador, en él una señora baja nos atendió, mientras comía una galleta de agua con la mano. “Hola chicos, Tengo 3 habitaciones ahora nomas”, Dijo mientras terminaba de masticar y tragar. “Bien, quiero la habitación más barata” Le dije mientras miraba hacia donde tenía colgadas las llaves. “Son todas iguales querido.” Me dijo mientras estiraba la mano para tomar una llave. Titubeó unos segundos y tomó la número 203. “Y se paga por adelantado.” Continuó, mientras me entregaba la llave.
Caminamos por el pasillo y subimos por las escaleras de alfombra roja, gastadas, manchadas. La poca luz que había iluminando las paredes la hacía sentir parte de otro mundo, juntos con los sonidos y golpes contra la pared que se escuchaban, que más que de placer sonaba a camas viejas moviéndose. Yo me encontraba muy excitado por la situación, por el lugar, por ella. No podía ocultarlo en mis pantalones, y quería que ella lo sintiera. Frente a la puerta, antes de entrar, la tome de la cintura y la apoye desde atrás. Ella puso sus manos en la puerta, y movió lentamente su culo contra mí. Podía notar como también estaba hipnotizada por la situación, por el lugar, por todo. Se dio vuelta y me beso el cuello. Yo la agarre por el culo, contra mí, y luego fui bajando mi mano por sus piernas, hasta meterla bajo su vestido. Acaricie con dos dedos su ropa interior, completamente húmeda. Ella suspiro y comencé a masajearla allí, apoyada contra la puerta. Me gustaba sentir cómo se movía y arqueaba lentamente. Sentí su mano en mi cintura, tocando mi panza con sus perfectas uñas, y desabrochándome el pantalón. Bajo el cierre y metió su mano adentro, directamente tocando mis huevos, masajeándolos. Se sentía muy segura haciéndolo. Agarro mi mano con la cual la estaba acariciando, y mientras me miraba, metió mis dedos en su boca, y comenzó a jugar con su lengua, mientras presionaba mas mis huevos. Por un momento sentí que iba a arrancarlos de cuajo por la forma en que los tenía en la mano, y hasta era algo que sonaba tentador. “Vamos adentro.” Le dije, y abrí la puerta y nos metimos, ella sin soltar mis huevos, caminando hacia atrás, hasta que una vez dentro cerré la puerta de una patada. La habitación tenía una muy mala decoración, con muebles viejos, un cubrecama desgastado y con poco color, con una ventana de persiana baja desde la cual podía oírse la ciudad. El piso alfombrado pero manchado y roto era el mejor toque que podía tener ese vulgar lugar.
Ella se agacho cuando entramos y bajo mis pantalones. Paso su cara por mis calzoncillos sintiendo mi pija dura y olió la tela, lo hizo desde arriba hacia abajo, hasta mis huevos. “Siempre quise hacer esto.” Me dijo, mientras lo olía. Mordió entonces mi pene sobre la tela, y frotó su cara allí. Levantó su mirada y mientras me miraba me bajo la ropa interior. Volvió a sumergir su cara allí contra mi piel, contra mis pelos, oliendo y saboreando, hasta que comenzó a meterlo en su boca y succionar de forma muy suave pero profunda. Me gustaba como lo hacía y no podía dejar de verla a ella y a la habitación, el lugar, todo genera un clima que me sobrepasaba. Exploraba de excitación.
La tome del cuello y la levante. La apoye contra el marco de la puerta del banco, y comencé a masajear su culo, mientras ella comenzaba a moverlo. Separe un poco sus piernas y levante su pollera, y sentí nuevamente su ropa interior humedad. Froté mis dedos allí mientras la sentía retorcerse. Me agaché y corrí su tanga y hundí mi lengua en tu concha. Comencé a saborearla como si fuese el néctar más sabroso que jamás haya probado. Y así se sentía, con un suave gusto salado y un hermoso perfume que emanaba de allí. Pase mi lengua por sus labios y luego por tu clítoris, presionando pero sin rozar demasiado. Abri su culo con mis manos. Se veía maravilloso,  como esos culos de paginas porno que no suelen existir realmente, redondo y parado. Comencé a subir con mi lengua hasta su culo y comencé a jugar allí. Podía notar cómo le gustaba, como se empujaba con fuerza hacia mí. Jugué profundamente en él, mientras mis dedos masacraban su clítoris de tanta fricción. Comenzó a gemir y pegó un fuerte grito como si la hubiera golpeado, y seguido de un alarido que tenía un sonido muy particular, como el de un animal que está advirtiendo a otro de algo. “Sentate en el borde de la cama.”, me indicó mientras se corrió hacia un costado y se quitó la ropa interior. Aun cuando suelo tener el control y dirigir siempre la situación cuando tengo sexo con alguien, esta vez fue distinto, no sentía que tenía el control y tampoco podía sentir que tenía que ser así. Y mi reacción fue obedecer y sentarme sin siquiera darme cuenta que aun tenia los pantalones  y calzoncillos bajos. Ella levantó su vestido y se sentó sobre mí, acomodando mi dura verga en su concha. Y de un movimiento levantó mi camisa. No tengo un cuerpo muy trabajado, así que al lado de ella no me sentí tan bien con él. Ella comenzó a moverse, a acariciar mi pecho, besar mi cuello. Yo comencé a acariciar sus tetas que tenían un tamaño justo. Ella comenzó a moverse más rápidamente, gimiendo, gritando. Yo comencé a no poder controlar la eyaculación, y antes de que pudiera hacer un movimiento para advertirle, comencé a acabar dentro de ella. Pude notar como ella lo sintió y empezó a moverse más bruscamente, hasta acabar arañandome la espalda, completamente transpirada. Se quedó allí unos segundos, recobrando fuerzas, hasta que se levantó y cayó semen en el suelo. Ella lo miró y sonrió. “No te preocupes.” me dijo, y se dirigió al baño mientras podía ver como restos de fluidos corrían por sus piernas. Me recosté en la cama y me quede relajado mirando el techo con manchas de humedad amarillas que formaban diversas figuras, como sucede con las nubes. En una de ellas podía ver una suerte de perro, aunque más parecido a un lobo. En otra mancha la forma de una persona, no podía distinguir si hombre o mujer. También un conejo. Me quedé observándolos unos segundos en silencio, mientras volvía a percibir el sonido del exterior y los ruidos de los demás amantes de aquel lugar.
Pude oír el sonido de la cadena del baño, y ella salió del mismo. “Ya debería irme”. Me dijo, mientras levantaba del suelo su tanga y volvía a ponérsela. “Si, yo también.” Le dije, aunque no era así. y me incorpore en la cama. Agarra la punta de la sabana, me limpie entre las piernas y me acomode la ropa. Cuando estábamos por salir de la habitación, se dio vuelta y me dio un dulce beso en los labios. “Gracias”, me dijo y me acarició la mejilla.
Salimos del hotel en silencio y caminamos nuevamente hacia la plaza. La calle se sentía más abandonada que de costumbre. “Elegiste un buen lugar”, dijo ella, cortando el silencio. “Si, aunque siento que hay otros más turbios para investigar”, le conteste. Ella asintió con la cabeza. Llegamos a la esquina de la plaza, y esperamos unos segundos allí a que cortara el semáforo.  Cuando los autos comenzaban a avanzar, ella levantó la mano y paró un taxi. Antes de subirse, me dio un beso en la mejilla “La pase muy bien” me fijo, y subió al mismo. Me quede esperando que arrancara. Cuando lo hizo, ella dio un vistazo a la vereda donde estaban los negocios que había visto yo previamente, y luego a mí, y se alejó sonriendo satisfecha. Me quedé parado unos segundos pensando en toda la situación, mientras prendía un cigarrillo. Di unas profundas pitadas al mismo, mientras aclaraba mi mente. Baje a la calle unos metros donde había estado el taxi, me di vuelta y mire hacia la vereda. Observe nuevamente el bar con la rockola, donde ahora había más gente tomando y sonaba una cumbia fuerte de esos parlantes desconados. El pibe amputado ya no estaba, pero había dos pibas tomando de un cartón mientras fumaban. Una me miró y sonrió. Mira hacia donde había estado yo, y solté el humo del cigarrillo. 
Entonces entendí de repente que yo también había sido parte de ese paisaje para Celeste. Me quedé parado unos segundos, pensando en ello. Me sorprendí como cada persona separa las cosas, objetos, personas, de forma distinta. Volví a subir a la vereda y comencé a caminar hacia Boedo. “Me convidas uno”, me dijo una de las pibas. Saqué un cigarrillo y se lo convide. Cuando estaba por alejarme, le dije “Me convidas un trago”. Me alcanzó la caja de vino y tomé un sorbo. Creo que jamás había probado un vino tan horrible. “Gracias”, le dije, y comencé a alejarme de ahí, mientras prendía otro cigarrillo y pasaba por al lado del bar esquivando mesas.

7 comentarios - Zoológico

Lady_GodivaII
Un relato de excelencia, me alegra haberlo descubierto
Pervberto
Una joya. A Bukowski le hubiera dado un ataque de envidia.
eltato57
Se ve que conocés la zona. Hace años tuve una amiga casada, de buena posición y siempre nos encontrábamos por ahí.
grancucon
¡¡¡ Muy bueno ...Interesante su relato, por momentos se me hizo duro ...Gracias capo ...!!!
Elmuerto
Que bueno encontrarme con esto gracias