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Sumiso en castidad: La vecina

Este relato y los siguientes juegan entre la realidad y la fantasía. Algunas de las cosas aquí escritas son ciertas, otras no. Queda a consideración del lector qué tomar por cierto y qué no.


Verónica vive en el departamento justo enfrente del mío. Cada mañana al salir rumbo al trabajo, pasaba por su puerta y suspiraba. Suspiraba por ella, una linda rubia de ojos verdes, simpática, dientes perlados, tetas hechas y un culo sencillamente perfecto. Redondo, firme, macizo, proporcionado... perfecto. Suspiraba también por mí, que llevaba meses sin coger desde que mi novia me había dejado (tema para otro capítulo) y le había dedicado ya incontables pajas a mi vecina. Como si fuera poco, era jóven (calculo que unos 25 años frente a mis 31) y estaba llena de guita. En pocas palabras, estaba completamente fuera de mi alcance.

Una mañana salí temprano rumbo al laburo (como buen pobre) y la encontré esperando el ascensor. Llevaba puesta una calza gris que le marcaba ese culo precioso y se metía donde yo quería meterme. Por supuesto se lo miré con hambre y por supuesto ella se dió cuenta. No me dijo nada, simplemente sonrió y me contó que iba al gimnasio -"a seguir trabajando ese culo" pensé- como buena niña rica que no necesita laburar para mantenerse. Tuve la impresión de que todo ese intercambio la divertía, pero quizás hayan sido más mis ganas que otra cosa. Al llegar a planta baja nos despedimos, ella se fue a entrenar como si nada y yo me quedé con la imágen de ese culo en la cabeza por el resto del día, incapaz de concentrarme en nada y con la pija al palo. De más está decir que esa misma noche le dedique una larga y desesperada paja.

Al día siguiente, para mi decepción, no la volví a cruzar. Ni al otro. El resto de la semana siguió sin aparecer y llegado el fin de semana, yo ya habría dado por olvidado el episodio si no fuera por las pajas constantes que me remitían a nuestro encuentro una y otra vez. Pensé mil veces la forma de acercarme a ella, de tener una excusa para tocarle la puerta, pero no se me ocurrió ninguna. Al cabo de otra semana, pensaba en darme por vencido cuando alguien llamó a la puerta y, para mi sorpresa, me encontré a Verónica del otro lado.
Llevaba puesto un top negro y un short blanco. Nada más. Tres cuartas partes de su cuerpo iban desnudas, incluyendo los pies. No llevaba corpiño. Contando el piercing en el ombligo, Verónica tenía puestas literalmente sólo tres cosas.

Me quedé petrificado en el umbral de la puerta y tardé en reaccionar a su saludo. Ella se sonrió, probablemente acostumbrada a lograr esa reacción en los hombres, y me preguntó si podía darle una mano con algo. Que el calefón se le había apagado, que se quería bañar y no sabía encenderlo. En un principio no sospeché nada, pero muy tarde me dí cuenta que quería que la encendiera a ella, no al calefón.

Creo que es relevante hacer un alto en la historia y dedicar un párrafo a hablar de mí para que el lector comprenda mejor la situación. Soy, para decirlo sin vueltas, fachero. Lindo tipo, alto y de buen físico, del tipo que las minas miran, pero con dos grandes desventajas: tímido -defecto fatal con las mujeres- y con un pene mediano tirando a pequeño -otro defecto fatal, aún peor y vinculado al primero-.

Retomando nuestra historia, Verónica me abrió la puerta de su departamento y me llevó por el living hasta la cocina, siempre un paso de delante de mí, guiándome con ese culo perfecto del que era imposible quitar los ojos. Ubiqué rápidamente el calefón con la vista y le pedí un mechero. La muy turra se dió vuelta y se agachó a buscarlo en el último cajón del mueble, dejando su culo más marcado y expuesto que nunca. Tragué saliva y simulé examinar el calefón con interés profesional pero a juzgar por como sonreía cuando se dió vuelta, no tuve mucho éxito.

Me acerqué hasta el calefón y puse manos a la obra. Verónica me siguió y se puso muy cerca mío, tanto que me rozaba el brazo con las tetas. Me preguntó si era difícil, si me estaba dando mucho trabajo y si sabía meterle mano. Esto último por supuesto con la mejor voz de puta que fue capaz, mojándose los labios con la lengua y mirándome directo a los ojos. Me quedé ahí de pié sin saber qué decir y Verónica se acercó aún más, susurrándome algo al oído. No alcancé a preguntarle qué había dicho cuando me comió la boca y me tiró un manotazo a la entrepierna, todo de una. Dejé inmediatamente lo que estaba haciendo y le devolví el beso, dándole la espalda al calefón y la pared.
Apoyado sobre la mesada, con las manos sobre el mármol, sentí su cuerpo trabajado, bronceado, perfecto pegado al mío. Quise tocarla pero me sacó las manos, frotándome la pija una y otra vez sobre la tela . Yo ya estaba muy al palo y demasiado excitado por toda la situación. Traté de pedirle un par de veces que frenara o al menos bajara el ritmo pero no paraba de besarme y antes de que me diera cuenta, estaba de rodillas frente a mí.

La vista era espectacular, sencillamente perfecta. La bomba de mi vecina, con la que me había pajeado y fantaseado por meses estaba arrodillada frente a mí a punto de hacerme un pete. O eso esperaba. No sé si fue la vista que tenía, las continuas pajas o el roce sobre la tela, pero ocurrió lo peor. Verónica me bajó el pantalón de un tirón y cuando mi pija saltó, la agarró con firmeza. Quisiera decir que con las dos manos, pero le alcanzaba con una. Quisiera decir que le cogí la boca y la ahogué de pija, pero no tenía con qué. Quisiera decir que no ví la decepción en su ojos, pero la reconocí al instante, la misma de mi novia y tantas otras mujeres. Y, así como me agarró, acabé.

Sí, me vine en seco. Es un tópico decir que nunca me había pasado, pero nunca me había pasado. Ni siquiera tuve un orgasmo. Simplemente acabé, y fuerte, sobre la cara de Verónica que retrocedía espantada pero demasiado tarde. El primer chorro le dió justo en la boca, el segundo en la frente y creo que algo más en el pelo. Mi pija todavía escupía cuando se levantó hecha un basilisco y me gritó:

- No puede ser! -exclamó enfurecida- Ni te toqué y ya te acabaste todo?? Cualquiera.
- Pe.. perdón, es que... -no sabía cómo disculparme, no me salían las palabras-
- ¿¿Qué perdón nene?? -me gritó mientras se limpiaba la cara con una servilleta- Mirá cómo me dejaste, infeliz!!
Tengo que reconocer que verla con la carita llena de leche después de todas las pajas que le había dedicado fue demasiado para mí y no pude evitar sonreír.
- ¿¡Encima te reís!? ¿Pero de qué te reís, tarado? - y antes de que me diera cuenta, Verónica levantó la mano y me dió una sonora cachetada- A mí NADIE me acaba sin permiso, y mucho menos en la cara, está claro??
Mi sonrisa se borró rápidamente y mutó en una expresión de sorpresa. La cara me ardía por la cachetada pero no alcanzaba a decir nada. Me quedé mirandola con los ojos muy abiertos mientras ella me sostenía la mirada, desafiante. Al cabo de unos segundos, miré hacia el piso y balbuceé unas disculpas avergonzado.

- ¿Qué decís? - me interrumpió ella - Si te vas a disculpar hacelo bien, o ni eso podés hacer, tarado?
Y me dí cuenta que tenía razón, parado ahí en el medio del living, con los pantalones por las rodillas y mirando al piso mientras me disculpaba.
- ¿Sabés que la cagaste, no? -prosiguió, descartando la servilleta- Esta era tu oportunidad. La cagaste. Andate ahora, no quiero saber nada más de vos.

Escuchar eso fue como un baldazo de agua fría. Reaccioné de repente, levanté la viste y empecé a pedirle disculpas con énfasis. Verónica me ignoró y fue derecho hacia la puerta para abrirme. La alcancé justo a tiempo para agarrarla del brazo y hacerla girar, pero ella me dió un empujón que con los pantalones por los tobillos, me hizo tropezar y caer al piso. La miré desde ahí, aún más shockeado que antes, y ella se veía aún más imponente.

- No me toques - me marcó con una ira contenida - No tenés derecho a tocarme. Si vas a disculparte, hacelo bien.
Tendido en el piso, tratando de comprender cómo las cosas habían resultado tan mal, no ví otra opción que ponerme de rodillas. En realidad, lo hice instintivamente, sin pensar. La expresión de Verónica se suavizó ligeramente, como si confirmara algo que intuía y que yo sabía hace ya mucho: que soy un verdadero beta sumiso.

- Por favor,.. - dije, sin terminar la frase.
- ¿Por favor, qué?
- Disculpame por haberte acabado sin aviso. Por favor no me eches, dame otra oportunidad. Te prometo que no te voy a decepcionar.
Una disculpa, un pedido y una promesa, todo un tirón. Verónica se quedó ahí de pie, inmóvil, mirándome fijamente. Pasaron varios segundos y al ver que ella permanecía impasible, levanté las manos y las junté en gesto de súplica.
- Por favor - repetí - No va a volver a pasar.
- Eso ya lo sé, tarado - respondió - Pero no porque vos lo digas, sino porque yo me voy asegurar de que no pase.
En ese momento no entendí a qué se refería, pero lo tomé como una buena señal y mantuve mi gesto de súplica.
- Por favor... - y una vez más no supe como continuar.
- Muy bien - dijo ella sonriendo de nuevo - Te disculpo. Pero con una condición. Si te quedás, es para complacerme. Si no, ahí tenés la puerta -y agarró el picaporte con la mano-
- Por supuesto - repuse yo instantáneamente, esperando que lo soltara -
- Eso significa que vas a hacer lo que yo te diga, no? - no lo soltó-
- Sí claro, lo que vos me digas -cada vez contestaba más apurado-
- Sin quejarte y sin peros. Ok? - y levantó ligeramente los dedos de la puerta-
Me quedé mirando alternativamente su mano y a ella, que empezaba a sonreír disimuladamente Respondí fuerte y claro que sí, que haría todo lo que ella quisiera sin poner ningún pero. La pequeña sonrisa de Verónica dió paso a una expresión total de satisfacción y algo más que no alcanzaba a distinguir.

- Muy bien -dijo ella satisfecha- Esperame acá, así. No te muevas. Ahora vuelvo.
Y se marchó a otra habitación, fuera de mi vista. Me quedé allí de rodillas, con las manos todavía en el aire y el pantalón por los tobillos viendo su culo perfecto marcharse. Al principio me alegré de tener otra oportunidad, pero conforme pasaba el tiempo y veía la situación en la que estaba comencé a dudar. Por suerte o por desgracia, Verónica volvió antes de que hiciera algo.

- Bien, seguís ahí como te dije. No sos tan inútil. - dijo mientras se acercaba y noté que traía una caja. - Quiero que te pongas esto -añadió y extendió la caja hacia mí-
Tomé la caja desde el piso y la abrí con cuidado. No sé qué esperaba encontrar, pero definitivamente no lo que encontré.
- ¿Qué es esto? -pregunté mientras sacaba lo que para mí era un plástico extraño-
- No podés ser tan tarado -me dijo Verónica mientras ponía los ojos en blanco- Eso es un cinturón de castidad. Quiero que te lo pongas. Ahora.
Mire alternativamente el contenido de la caja y a ella sin terminar de comprender. Verónica vió mi confusión y me arrebató la caja de las manos, exasperada.
- Dame. Hasta esto tengo que hacer yo. Parate.
Me puse de pié y Verónica se acercó a mí. Me agarró la pija y los huevos sin aviso, cosa que me hizo gemir involuntariamente y me valió una mirada asesina. Me callé al instante y la dejé hacer. Maniobró un poco, encastró un plástico con otro y en menos de 30 segundos tenía la pija completamente envuelta en duro plástico transparente.
- Me aprieta un poco... -me quejé yo midiendo a ojo el aparto-
- Esa es la idea -repuso ella- Y a juzgar por lo que veo, no te quejes o te pongo uno más chico.
¿Cómo que era la idea? ¿Uno más chico? ¿En qué me estaba metiendo?
- ¿Qué querés que haga con esto? - pregunté yo mientras me examinaba-
- Nada -respondió ella divertida- Esa es la idea. No quiero que hagas nada.
- ¿Entonces para qué..? -no llegué a terminar la pregunta que Verónica me interrumpió-
- Shhhh. Callate y esperá que aún falta el toque final.
Verónica se metió una mano en el bolsillo del short y sacó un candado. Chiquito, brillante, sólido. Lo abrió un una pequeña llave, lo acercó a mi jaula y lo insertó por un agujero que hasta entonces no había notado en unos de los plásticos.
- Y... -Verónica hizo una pausa para mirarme a los ojos, con sus manos aún en el candado- Listo! -sentenció, al tiempo que cerraba el candado con un sonoro click. - Esto me lo quedo yo -agregó mientras se guardaba las llaves en el bolsillo-

Verónica se alejó unos pasos para mirarme. Debía ofrecer todo un espectáculo, ahí parado en el medio del living, con los pantalones aún bajos y el cinturón de castidad recién puesto porque Verónica no paraba de taparse la risa con las manos. Yo me quedé quieto sin saber muy bien qué hacer y sacudí el aparto un par de veces antes de hacer la pregunta más obvia y más estúpida posible.

- Y... cómo se saca?
Verónica no pudo disimular más y estalló en una franca carcajada. Me miró con una mezcla de malicia y lástima que aún me duelen y se acercó a mí.
- Veo que además de precoz y manicero sos lento, así que dejame que te explique cuál es la situación. Esto -dijo, al tiempo que me agarraba del aparto con fuerza y lo sacudía- ahora es mío. Vos sos mío. Dijiste que ibas a hacer cualquier cosa para que te disculpara, y esto es lo que tenés que hacer. Tu pija claramente no me sirve, así que me voy a quedar con el resto. Con vos. Vas a pasar a ser mi juguete, porque para amante no llegas ni a palos. De acá -y volvió a sacudirla con más fuerza- no vas a salir a menos que yo quiera, y si te portás mal no vas a salir jamás. Así que despedite de "tu" pija, porque de ahora en más es todo mío. Y despedite de mí, porque por hoy terminamos. Hasta mañana.

No sé si fueron la firmeza y seguridad con que lo dijo, lo rápido que pasó todo o mi pija encerrada que no me dejaba pensar pero antes de que me diera cuenta estaba fuera del departamento, vestido y enjaulado. La puerta se cerró detrás de mí y escuché a Verónica reírse con ganas del otro lado. Caminé hasta mi puerta aturdido, tratando de procesar todo lo que había pasado. Me examiné en cuanto crucé el umbral y me dí cuenta que Verónica no mentía: el dispositivo era de plástico sólido, sin fisuras, y con una pequeña rendija para orinar sin problemas pero demasiado pequeña para tocarme.
Intenté maniobrar con el aparto un par de veces para quitármelo pero no sólo era imposible, sino que las constantes sacudidas habían empezado a despertar mi pija hasta entonces dormida por la acabada (prematura) en la cara de Vero. La imagen de su cara llena de leche junto a los movimientos me dieron una erección que inmediatamente chocó con los límites de la jaula. El dolor no era insoportable pero sí constante y aunque pensé en ir a tocarle la puerta y pedirle las llaves del candado, descarté la idea de inmediato. Si tenía alguna chance de recuperar esas llaves y mí libertad (es decir, la liberta de mi pija), esa chance era mañana, cuando Verónica me dijo que volviera.

Sólo tenía que aguantar una noche. Después de todo, ¿qué tan difícil podía ser?


Continuará.

4 comentarios - Sumiso en castidad: La vecina

barnum77
Muy mórbido...espero impaciente una Segunda parte
Red_October
Ya estoy trabajando en ella.
Valeriahot1980
excelente! quiero mas
Red_October +1
A sus órdenes, hay varias partes más en camino.
CORNUDOWANNAB
Subi como sigue la historia +0
Red_October
En unos días estará lista la segunda parte.