Les voy a contar la historia de cómo una decisión cambió mi vida social, sexual e incluso familiar completamente. Voy a comenzar desde el principio, para que entiendan cada paso y por qué sucedieron las cosas de la manera en que se dieron.
Yo desde adolescente fui un poco mujeriego, y era cosa sabida con mis amigos y en la escuela que yo andaba siempre de relación en relación, cada dos meses buscando una nueva víctima para tener un noviazgo temporal, y dentro de dos meses abandonarlo y saltar a otro nuevo. Era muy precoz y con cualquier novia que se dejara me iba a un callejón, a un salón solo, a mi cuarto o al de ella, listo para besuquearla y meter mano por donde se dejara. Tuve mi primera vez con una muchachita de la misma edad y a partir de ahí no dejé de buscar nuevos lugares dónde meter mi verga, hasta cierto punto de mi vida que ya verán más adelante.
Yo la verdad no era muy apuesto, principalmente porque nunca tuve un aspecto muy masculino. Desde chico fui delgado, de estatura media, con nalgas redondas y paradas (herencia de la familia de mi mamá) y piernas fuertes, llenitas. Una discreta y estilizada curva en mi cintura-cadera coronaba la desafortunada feminidad de mi cuerpo. Lo que me ayudaba con las chicas era mi cara, la típica de niño bonito de secundaria, con facciones delicadas de esas que ya desde chico revelan que en esa cara nunca va a crecer una buena barba, piel muy blanca, pálida (también herencia materna) y cabello castaño lacio.
Otra cosa donde mi masculinidad me fallaba era mi verga, más bien chica, más o menos de 9 centímetros, para nada gruesa y completamente diminuta cuando estaba flácida. No era precisamente mi orgullo, pero a esa edad las chicas con quienes tenía sexo normalmente no habían tenido otra pareja sexual antes, así que no tenían nada con qué compararme y me salvaba de humillaciones.
A medida que crecía esto se volvió un problema más grande, ya que las chicas dejaban de ser igual de estrechas que cuando iban entrando a la adolescencia, sin mencionar que la mayoría estaban muy despiertas y habían tenido ya otros compañeros sexuales mejor dotados que yo; esto me causaba pena y algo de nervios a la hora del acto sexual, y eso sumado a que mi tamaño tan chico hacía difícil sentir cualquier fricción en las panochitas ya estrenadas de las chicas que se acostaban conmigo, en especial si traía un condón puesto, me hacía muy difícil mantener una erección, y más de una vez tuve que fingir que ya había terminado para no admitir que se me había puesto suave mientras estaba adentro. Intenté remediar esto con un poco de éxito buscando parejas sexuales más jóvenes que yo, pero cuando comencé a topar los 18 años empecé a notar que ligarme a muchachitas menores no podía ser una solución permanente.
Alrededor de esta etapa de mi vida comencé a probar cosas para explorar más mi vida sexual, y descubrí algunas cositas de mí mismo que, yo creo, desembocaron en el estilo de vida que llevo ahora.
La primera era cuánto me gustaba el sexo oral. Con la lengua era muy hábil, ya que con eso me esforzaba para compensar lo que me faltaba en otros lados, y más de una muchachita me llegó a decir que era raro que yo solo me pusiera de rodillas para satisfacerla con mi lengua, que otros hombres nunca lo hacían de una forma tan sumisa, o simplemente no lo hacían para nada (pero claro, no se resistían ni se quejaban cuando yo lo hacía). Y sobre recibirlo, no sé si todas mis parejas tenían mala técnica o si sólo no tenía mucha sensibilidad por masturbarme tanto, pero nunca pude terminar mientras me la chupaban. Lo que hacía para terminar era masturbarme mientras me lamían los huevos; de ahí era más sensible y me venía bastante cuando me lo hacían.
Con mi última novia, una muchachita de 18 años a quien conocí cuando yo tenía 19, fue con quien me di rienda suelta experimentando. Comenzando con mi costumbre de hacerla lamer mis huevos mientras me masturbaba, la fui acostumbrando a bajar poco a poco, hasta que terminó lamiendo directamente mi culo (un rimjob, como le llaman) y me vine como nunca, deleitándome al descubrir lo sensible que era ahí. También la acostumbré a ella a tener sexo anal, siendo mucho más fácil sentir la fricción y la presión en mi verga así, manteniéndola dura (y por lo chica que la tenía, no la lastimaba tanto) y llegando al orgasmo mientras la penetraba. Hacia el final de nuestra relación todo nuestro contacto sexual giraba en torno al jugueteo anal, de ella y mío, hasta que la diferencia de edades tan pronunciada causó problemas con su familia y tuvimos que dejar de vernos.
Como se imaginarán, quedé muy frustrado, sabiendo que no iba a ser fácil encontrar a otra muchachita dispuesta a hacer esas cosas conmigo, además de estar entrando en confusión sobre mi propia sexualidad. Esto sumado a mi recién descubierta afición al jugueteo anal y mi creciente apetito sexual que ya no saciaba sólo masturbándome me hizo atreverme a intentar cosas más nuevas y atrevidas.
La primera fue la obvia: seguir con la experimentación anal. Primero era masturbarme mientras metía una pluma o algo delgado ahí detrás, usando cosas más grandes cada que me atrevía y experimentando con lubricantes. Era algo incómodo para mí y no lograba disfrutarlo mucho, principalmente por sentir que yo era un hombre y no debía de estar haciendo esas cosas. Sólo me atrevía a probar cuando estaba suficientemente excitado, y al venirme inmediatamente me sentía incómodo y apenado conmigo mismo.
Pero claro, esto sólo fue escalando con el paso del tiempo también. Después de hacerlo muchas veces me acostumbré, y ya no me sentía tan raro como antes haciéndolo, y de vez en cuando mientras me masturbaba me descubría a mí mismo sintiendo un cosquilleo dentro de mi agujero, como queriendo sentir algo adentro para poder venirme bien.
El segundo paso vino como consecuencia inevitable del primero. Mi cuerpo era muy afeminado, como dije, caderas un poquito anchas, nalgas redondas y firmes y una figura delgada y algo estilizada. Nada que ver con los pectorales prominentes y espaldas anchas de mis amigos y compañeros de clase, ellos se volvían más masculinos con el paso del tiempo y yo me quedaba igual. Esto, junto con la imagen mental de mí mismo metiéndome dedos, plumones y botes delgados y redondos por detrás, dio pie a que me imaginara a mí mismo como una chica, con ropa de mujer y todo, jugueteando con mi propio culo. La idea me asaltaba cada vez más seguido, y con los meses me di cuenta de que cuando veía porno o fantaseaba con chicas de mi escuela ya no me imaginaba a mí mismo cogiéndomelas; me imaginaba cómo se sentiría ser ellas, usando ropa linda, siendo sometidas y penetradas por hombres grandes y fuertes, completamente usadas para dar placer sin poder resistirse.
Yo no tenía hermanos y mis papás trabajaban toda la tarde, así que tenía tiempo suficiente para experimentar solo y sin interrupciones en mi casa. El negocio familiar es la venta de ropa, y cada cierto tiempo había en mi casa bolsas con ropa nueva que aquí separaban mis papás y luego vendían en un local. Era raro que fuera ropa sexy, claro, y normalmente era muy grande o muy chica para mí, pero de vez en cuando lograba salvar alguna blusa, un vestido, una pieza de ropa interior; lo que fuera, lo escondía antes de que lo vieran y lo guardaba en algún cajón de mi cuarto después, para probármelo cuando estuviera solo.
Me quedé algo impactado la primera vez que usé ropa de mujer. Era mucho más ajustada que lo que estaba acostumbrado a usar, sentía la tela apretando mi piel, y sólo ese contacto bastaba para calentar todo mi cuerpo. Las primeras veces sólo me veía un poco al espejo, y con modestia puedo decir que a pesar de que tuviera algo de vello corporal y cabello con corte masculino, mi cuerpo no se veía nada mal.
Tenía ciertas reservas sobre ir más lejos, todavía aferrándome un poco a mi hombría, pero más tarde que temprano di el tercer paso. Comencé a depilar mi cuerpo, piernas y nalgas, los vellitos que crecían en mi vientre y brazos, no muy prominentes pero notables, mis axilas, todo. Mis cejas y pestañas se veían bien, así que no las tocaba, pero el escaso y casi invisible bigote y barba que me crecía procuraba dejarlo completamente rasurado. Luego siguió el maquillaje: hacía un trabajo horrible al principio y dependía enteramente del maquillaje que tenía mi mamá en su cuarto, pero le tomé el truco rápido al labial y al delineador y en unos pocos días hice que se viera suficientemente decente.
Eso se convirtió en la mitad de mi vida muy rápidamente, y llegué a un punto donde cada minuto del día que estaba solo lo dedicaba a vestirme, maquillarme, combinar prendas, y sobre todo masturbarme mientras estaba completamente vestido y arreglado. Tenía mucha ropa acumulada ya, oculta en cajones, cajas, debajo del colchón, donde pudiera meterla. Me encantaba verme en el espejo, la manera en que las pantaletas se perdían en mis nalgas, mi silueta con un vestido ajustado. No me atrevía a dejarme el cabello largo, ya que seguía manteniendo mi imagen de hombre ante el público (usando siempre manga larga y pantalones para ocultar la lo depilado de mi cuerpo), pero mi cara afeminada con algo de maquillaje daba el toque perfecto de chica con cabello corto. Mi verguita se ponía durísima dentro de la suave tela de pantaletas y tangas, y me venía como nunca frotándola mientras me metía por detrás cualquier cosa que fuera larga y tuviera punta redondita.
Las perversiones seguían creciendo, me masturbaba a diario vestido con la ropa más linda que encontrara, con mis labios y ojos pintados, a veces solo, a veces viendo porno de transexuales o travestis, envidiando su valor para entregarse tanto a su deseo sexual. Pero mientras más me entregaba a mi nueva pasión, más confiada y menos cuidadosa me volvía, y un día cuando recién había cumplido 18 años me descuidé y mi mamá me encontró en mi cuarto, con faldita y blusa, maquillaje, el juego completo.
Me moría de pena, pero ella se puso seria y comenzó con el discurso típico de mamá. Que ya lo sospechaba, que no era nada malo, que ella me aceptaba como fuera, que iba a hablar con mi papá. Me preguntó algunos detalles, si sólo me gustaba vestirme así, si me gustaban las chicas o no, ese tipo de cosas. Le confesé que simplemente ya no me sentía hombre, que todavía me parecían lindas algunas chicas y que en realidad no me interesaban los hombres (y esto no estaba tan lejos de la verdad, lo que me causaban era curiosidad sexual pero no me atraían como para tener un noviazgo o algo así), pero que llevaba tiempo vistiéndome así y maquillándome en secreto cuando estaba sola en la casa, y que simplemente me sentía yo misma cuando estaba así, como una chica.
Con mi papá la cosa era más complicada. Siempre había existido alguna distancia entre él y yo, ya que él era un clásico macho criado en el campo, más alto que yo, de espalda ancha y brazos fuertes, no era alguien musculoso pero era un hombre grande y fuerte, y yo siempre fui un chico delgado, afeminado, sin intereses en común con él. Por esto mismo fue el colmo para él que yo decidiera que ahora me identificaba como una chica; no estuve presente cuando mi mamá se lo dijo, pero podía escucharlos detrás de la puerta de su cuarto. No tuvo una reacción muy agresiva, pero era obvio que no estaba de acuerdo y que no quería aceptar que su único hijo prefiriera vestirse como niña, no darle nietos, todas esas cosas.
Al día siguiente mi mamá vino a mi cuarto a decirme que ya había hablado con él, que estaba todo bien y que podíamos comenzar a redecorar mi cuarto y mi clóset si yo estaba de acuerdo. Nos deshicimos de la mayoría de mi ropa y en los siguientes días comenzamos a comprar cosas nuevas, ya de mi talla, para ponerme. Al principio atraía algunas miradas en la calle, en especial de personas que ya me conocían, pero la verdad es que no exagero cuando digo que mi cara es muy femenina, y cuando andábamos en un mercado o una plaza muchas personas no parecían darse cuenta de que yo era un niño con vestido y maquillaje. Usaba extensiones en el cabello al principio, pero con el tiempo mi cabello comenzó a crecer y ya podía peinarlo un poco o hacerme un flequito, y la mayoría de las personas simplemente daban por hecho que yo era una muchacha como cualquiera. A eso se le sumaban mis ejercicios, que habían reafirmado mis nalgas y definido mi figura, mi silueta, lo que con ciertas prendas incluso atraía miradas bobas de varios hombres, cosa que a mí me encantaba. No tomaba hormonas ni nada parecido principalmente por miedo a perder mi apetito sexual, pero honestamente no me hacía falta. A los ojos de cualquiera yo era una muchachita hecha y derecha, delgadita y plana pero nalgona y bastante linda.
Mi mamá había hecho a mi papá prometer que iba a hablar conmigo sobre el tema. Él se volvió más distante al principio, pero con los meses simplemente volvió a la normalidad, tratándome exactamente igual que antes, sin ninguna actitud especial o diferente. Era visible que le costaba aceptarlo, pero también era visible que lo estaba intentando.
Pero el momento crucial que cambió mi vida para siempre llegó un buen tiempo después. Ya había pasado alrededor de un año y medio desde que mi cambio dejó de ser un secreto; por regulaciones de la escuela y para evitar problemas seguí usando uniforme de niño durante el tiempo que me faltaba para terminar la preparatoria, pero al entrar a la universidad había ingresado completamente como mujer. Desde antes de mi cambio la mayoría de mis amigas habían sido mujeres, y ni ellas ni los pocos hombres con quienes hablaba reaccionaron de forma negativa a mi cambio; lo único que recibía a veces eran ciertas miradas incómodas de algunos de esos hombres, pero me parecía que eran más de atracción insegura que de rechazo.
Pero una de las personas que no me miraban con nada de inseguridad, sino con descaro y perversión, era uno de mis tíos, hermano de mi papá. Si mi papá era un hombre machista de campo, mi tío lo era mil veces más; igual de alto que mi papá, un tipo grande, con brazos fuertes y panza, algo de barba, siempre vestido de forma masculina con pantalones y camisas, cinturón café, botas o zapatos. Era el típico bebedor extrovertido, muy malhablado y algo grosero e inapropiado. Mis papás se encargaron de “avisarle” a mis familiares sobre mi cambio poco a poco; algunos lo tomaron bien, otros no tanto, pero los que lo tomaron bien eran a quienes frecuentábamos más, así que el resto no me importaba mucho.
La excepción a esto era mi tío. No lo tomó a mal, en realidad, sino con humor; demasiado humor, ya que desde que se lo dijimos no perdía oportunidad para burlarse de mí, confiado al saber que ni mi mamá ni yo nos íbamos a atrever a criticar su conducta abiertamente. Y encima mi papá, quien no aprobaba del todo mi cambio, tomaba a mi tío discretamente como un “aliado” y, aunque no se burlaba directamente de mí, se reía de las bromas de mi tío y la única vez que intenté quejarme sólo me dijo que “eran bromas y ya” y que no me lo tomara a pecho.
Un día hubo una fiesta en nuestra casa por el cumpleaños de otro tío (uno que no me molestaba). Ya habíamos tenido varias reuniones familiares donde todos me veían cambiada, y ya no era ninguna sorpresa para nadie, pero esta vez había algo diferente; desde antes de que llegaran los invitados me sentía algo nerviosa porque, por coincidencias y otros problemas, los invitados eran casi solamente hombres mayores (tíos, primos grandes y mis abuelos). Normalmente en estas reuniones yo me quedaba conviviendo con mis tías y primas, o con mi mamá, pero esta vez mi mamá no iba a estar presente por cosas del trabajo, y las únicas mujeres invitadas eran dos tías, típicas esposas de campo, sin voz ni voto, dóciles. A lo que voy es que no había nadie con quien pudiera defenderme y quedarme segura.
El primer problema fue decidir qué vestirme; en ese momento maldije mi idea de deshacerme de casi toda mi ropa de hombre y de usar casi pura ropa ligerita y femenina. Hacía mucho calor, así que ponerme un suéter o una chaqueta habría sido suicidio, y al final decidí ponerme un vestido de tirantes, algo corto, blanco y con flores amarillas y rojas. Llevaba un corpiño y un cachetero debajo, ambos blancos, y sandalias del mismo color. Era algo simple, ligero y adecuado para la ocasión; había elegido ese vestido en particular porque no era ajustado y me sentía más protegida al no mostrar las curvas de mi cuerpo. Tenía el cabello suelto, ya para ese entonces me llegaba un poco más abajo de los hombros.
Más tarde me arrepentí de esta elección de ropa, sin embargo, ya que por el calor mi papá colocó varios ventiladores en el patio de la casa, donde estábamos todos, y tenía que tener cuidado para que el aire no levantara mi vestido y los hombres no vieran mi ropa interior.
-Miren, ya salió la sobrina favorita –exclamó ruidosamente mi tío cuando salí de mi cuarto.
Al instante todas las miradas se clavaron en mí; mi tío sabía perfectamente que eso era lo que iba a pasar, y que me iba a poner nerviosa cuando pasara. Sentí toda la cara caliente, de pena y de molestia, y antes de que pudiera hacer algo mi tío se puso de pie y siguió gritando.
-A ver, ven para acá a saludarme.
Me forcé a sonreír, intentando que no se notara en mis pasos lo nerviosa que estaba, y cuando estuve suficientemente cerca extendí la mano para saludarlo, pero al tomar mi mano me jaló hacia él, plantándome un beso fuerte y sonoro en la mejilla, rozando la comisura de mis labios.
-Uy, casi te lo doy en la boca. Pero no habría problema, ¿verdad? Ahora ya te gusta besar hombres –exclamó, causando unas risas incómodas del resto de los invitados.
-Ay tío, usted siempre con sus tonterías –le dije yo, tratando de suavizar la cosa, pero el tono seguro que quería no me salió y sólo logré hacerlo sonreír cuando notó que mi voz se quebraba.
-Bueno, igual cuando eras niño siempre me saludabas de beso. Y ya estabas grandecito, ¿eh? ¿Se acuerdan? Ya todos tus primos eran hombrecitos y tú seguías así, saludándoles de beso a los hombres. Algo querías –dijo con un gesto insinuante, causando risas más abiertas alrededor.
-Y usted se dejaba, bien puesto, y ahora solito me besa –le contesté riendo, tratando de ganar terreno.
-Pues la cara de niña ya la tenías –contestó; se escuchó una carcajada y mi papá soltó una risa por lo bajo-, te faltaba el maquillaje y el cabello nada más. Y pues ahorita ya no hay problema, ¿no? Con eso que dices de que no eres mariconsita, eres niña de verdad.
Toda la tarde pasó así, aprovechando cualquier pretexto para llamarme “mariconsita”, “niñita”, “nenita”, cualquier nombre que se le ocurriera. Al principio era algo soportable, ya que la mayoría de las otras personas sólo reían forzadamente y de forma incómoda, incluso mirándome con simpatía a veces, pero ya más entrada la noche habían bebido mucho y se reían abiertamente de mí y de las cosas que mi tío decía.
-Oye, está guapa la muchachita esta, ¿verdad? –dijo cuando empezamos a cenar, sentándose a un lado de mí-. Porque maquillaje es poco el que traes puesto. Te digo que la cara de niña ya la tenías –dijo, poniendo una mano sobre mi pierna mientras sonaban risas alrededor.
-Pues… -comencé a decir, pero mi voz sonó muy débil y no se me ocurrió nada inteligente para contestarle en el momento.
-¿Ya te maquillas sola, verdad? ¿Compras tu maquillaje o le pides a tu mamá todavía?
-Ya póngase a comer, tío –le dije, dándole una palmada en el hombro para alejarlo de mí, pero no se movió ni un poco.
-Sí, ¿verdad? Ya coman todos, o mi sobrinita se va a comer sus salchichones –siguió, dirigiéndose a toda la mesa, soltando una fuerte carcajada que todos acompañaron-. No te preocupes mami, yo aquí te guardo mi pedazo de carne, de los que te gustan.
Pasó un muy buen rato antes de que las risas pararan en la mesa. Mis tías estaban adentro de la casa y mi papá en el asador, y estando ahí sola sentía que se me iba el color de la cara por la pena y la impotencia de no poder contestar nada.
-Si se te mira la carita de niña hambrienta –me dijo al oído disimuladamente, aprovechando que nadie lo escuchaba por el ruido en la mesa-. Pero yo creo que con mi pedazo de carne sí te lleno todita.
Me congelé de pies a cabeza; sentí una mezcla entre nervios y miedo y debo de haberme puesto pálida. Incluso las mejillas me temblaban, y cualquier hambre que tenía desapareció inmediatamente.
-Oye, y hablando de salchichas y pedazos de carne –continuó mi tío-, ¿y el tuyo dónde está? No me digas que con esa carita de princesa tienes algo colgando ahí abajo. ¿Tan chiquito lo tienes que preferiste hacerte niña?
No soporté más y me puse de pie inmediatamente, lanzando mi silla hacia atrás, pero justo cuando me giré mi tío tomó la parte baja de mi vestido y lo levantó, dejando al descubierto mi culo, sólo con el cachetero puesto, a la vista de todos.
Como dije antes, la mitad inferior de mi cuerpo ya era muy femenina desde antes de mi cambio, y después de pasar un tiempo con mi nueva identidad, luego de muchas dietas y ejercicios, mis piernas estaban muy bien torneadas, y mi culo redondo, firme y grande sobresalía de forma sensual enmarcado con mis caderas anchas y mi cintura algo angosta. Ya era muy tarde cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, y al girar mi cabeza de nuevo no pude moverme por un momento; las risas se fueron acabando poco a poco, y aunque algunos apartaron la mirada, la mayoría veían mi culo directamente, embobados y con ojos llenos de perversión. Sentía que me moría estando así de expuesta en frente de amigos y familia, todos borrachos y mirándome con lujuria, y como pude me recuperé y me fui casi corriendo, azotando la puerta detrás de mí y subiendo inmediatamente a mi cuarto.
Cerré la puerta con candado, me arranqué el vestido y me puse un pijama y un suéter, me metí debajo de mis cobijas y me quedé un buen rato ahí, temblando y llorando de rabia, miedo e impotencia, sintiéndome humilladísima, hasta que me cansé y me quedé dormida, todavía escuchando pláticas, gritos y música afuera siendo ya casi media noche.
No supe el momento exacto en que me dormí, pero desperté muy acalorada, con mi ropa pesada y debajo de mis cobijas. Lancé la cobija al suelo y vi el reloj en mi pared, que marcaba ya las 3am. Me asomé hacia afuera por mi ventana y vi que ya no había gente abajo ni carros estacionados en la calle, y sentí una calma interna sabiendo que ya se habían ido todos. Me quedé un rato sentada en mi cama, calmándome, y cuando me sentí mejor me quité la ropa, quedando solo con mi cachetero y mi corpiño puestos, dándome cuenta de que estaba sudadísima y de que tenía mucha hambre; no había alcanzado a cenar bien cuando me escapé de la mesa unas horas antes.
Tomé aire y me puse de pie, buscando mi llave para ir abajo; quería tomar algo y ver si encontraba algo ligero para comer, al menos para calmar el hambre y seguir durmiendo. Bajé las escaleras con cuidado para no hacer ruido y no despertar a mi papá, pasé por la sala y entré a la cocina. Justo cuando iba a abrir el refrigerador escuché una voz detrás de mí que me puso fría.
-Hola sobrinita –me dijo mi tío desde la entrada de la cocina, y antes de terminar de girarme para verlo escuché el clic de la puerta cerrándose.
Quería correr o gritar, pero esa puerta era la única salida y cuando quise hablar, mi voz se atoró en mi garganta y no salió ningún sonido. Me puse a temblar y me quedé parada, viéndolo mientras se acercaba a mí.
-¿Por qué me dejaste solito afuera? No aguantas ni una bromita. Fíjate, me tuve que quedar aquí a dormir, para ver si alcanzaba a disculparme contigo.
Otra vez intenté abrir la boca, pero ni siquiera eso pude hacer.
-O bueno, no, te miento. No todo era broma. No sé cómo le hizo tu mamá para parirte así, pero estás más guapa que mis hijas –me dijo, agachándose un poco y tomando mi mentón con una mano, viéndome directo a los ojos-. Ya ni te dejé cenar bien, ¿verdad? Ven, agáchate para que comas.
Me tomó de los hombros y comenzó a empujarme hacia abajo, de forma lenta pero firme, y aunque intenté resistirme estaba muy débil y terminé cayendo de rodillas al suelo. Mi cara quedó justamente en frente de la parte frontal de su pantalón, y vi sin moverme cómo se quitaba el cinturón, bajaba su cierre y sus bóxers un poco y sacaba, así sin más, una verga tres veces más larga y gruesa que la mía, con una cabeza gorda y venas grandes a lo largo del tronco. Me tomó de la cara con una mano, haciéndome mirarlo hacia arriba, y con la otra tomó su palo y me lo comenzó a frotar por la cara y los labios. Sentí o creí sentir asco por un segundo, pero pronto me di cuenta de que el olor fuerte de su cosa y lo caliente que se sentía en mi piel no me causaba ninguna sensación desagradable o mala.
-Yo sé que esto es lo que quieres, putita –me dijo, poniendo la punta directamente en mis labios y comenzando a empujar un poco-. Para esto te arreglas tanto, para esto te hiciste niña, quieres que un hombre de verdad te ponga de rodillas y te haga esto.
Siguió empujando, y no sé si yo abrí la boca o él la empujó hasta adentro, pero tras unos segundos ya tenía la boca bien abierta, con la mitad de su verga adentro. Sólo sentir su tronco grueso adentro me estaba empezando a poner la mente en blanco, sentir la línea de la base de su glande sobre mi lengua, y por instinto comencé a succionar despacito y a mover mi lengua alrededor, mirándolo con sumisión y miedo directo a los ojos.
-¿Ves que sí, mariconsita? –me dijo mirándome con una desesperación extraña, una mezcla de excitación, asco, rabia y burla.
Comenzó a dar unos pasos hacia atrás, empujando despacio mi cara para sacarme su verga de la boca, y no me pude contener; me puse firme y tomé sus piernas con mis manos para empujarme hacia adelante, metiendo su verga incluso más en mi boquita.
Sentí su mano golpear de repente mi mejilla; una sonora cachetada que me puso la vista en blanco a la cual le siguió una idéntica y luego una tercera. Sentía mi mejilla palpitar de ardor y dolor, pero hice todo lo que podía por mantener su vergota en mi boquita y seguir lamiéndola y chupándola. Mientras el dolor iba desapareciendo y mis oídos dejaban de vibrar, comencé a escucharlo de nuevo, pero ahora caí en cuenta de que se estaba burlando de mí.
-Ni a golpes quieres soltar la verga, perrita –me dijo, dándome una última cachetada aún más fuerte que me dejó aturdida, pero lo que decía era verdad; no podía resistirme a ese instinto, y no quería. Necesitaba sentirla adentro de mi boca, sentir ese sabor saladito recorrer mi lengua; sentía un calorcito delicioso recorrer mi frente, mi pecho, mis piernas sólo de saber que estaba así, de rodillas, siendo maltratada y humillada de esa forma.
No supe por cuánto tiempo me estuve comiendo su verga y apenas podía escuchar sus insultos: mariconsita, perrita, putita, niñita, pendejita, todas las cosas que se le ocurrieron; yo sólo asentía, como si quisiera gritar sí, sí lo soy, soy todo eso y más, pero no podía pronunciar ni una palabra por el monstruo que tenía metido hasta la garganta. Sólo sé que llegó un punto donde me tenía tomada muy firme de la cabeza con ambas manos, metiendo y sacando su verga de mi boquita, tocando hasta mi garganta y yo recibiéndola con gusto y sin quejarme ni un poco, a pesar de lo difícil que era respirar así, tanto que me estaba mareando. Finalmente sentí la punta de su verga tocar la parte de atrás de mi garganta y sus bolas chocar con mi barbilla, y sin pensar subí una mano para acariciarlas, sintiendo en recompensa una caricia en mi cabello y un gemido grave y profundo de su parte.
-Ay, perrita, ay putita, qué boca tan rica tienes –dijo, comenzando a perder fuerza en sus piernas, causando una sensación cálida que me derretía al halagarme así. Entonces sentí una excitación terrible llenarme al saber exactamente lo que estaba a punto de pasar.
Sentí uno, dos, tres, cuatro, cinco chorros de abundante y caliente semen llenar mi boca poco a poco; el sabor era algo delicioso, cálido y saladito y un poco dulce, no había comparación con el sabor que había llegado a sentir al lamer la vagina de alguna chica; tenía una esencia y aroma súper fuertes que me inundaban todos los sentidos y no podía pensar en nada más. Intentaba como desesperada tragarlo todo, sintiendo mi boquita llenarse de nuevo al instante con cada nueva descarga que salía de su verga, lamiendo como loquita su glande y jugando con su frenillo para hacerlo disfrutar más. Al final las palpitaciones de su verga se redujeron poco a poco, y sólo quedó un hilito de semen espeso escurriendo por la comisura de mis labios que sorbí rápidamente para no perder ni un poco de esa lechita tan deliciosa.
Me atreví a mirarlo a la cara de nuevo, poniendo una sonrisita tímida en mis labios, una sonrisita de satisfacción y de placer, buscando aprobación, buscando que me volviera a decir que mi boca era muy rica, y recibí otra cachetada fuerte en mi mejilla izquierda. Me tomó del cuello con una mano y me jaló hacia arriba, obligándome a ponerme de pie; frente a frente yo le llegaba más o menos a la altura de los hombros.
-¿Te lo tomaste todo? –me preguntó, y rápidamente asentí de nuevo, soltando una sonrisita que reprimí rápidamente para cumplir su siguiente orden-. Enséñame.
Obediente, abrí mi boca y saqué mi lengua; debo de haberme visto súper erótica, jadeando, gimiendo levemente y, me di cuenta en el momento, babeando, salivando mucho por la lechita tan deliciosa que me acababa de tomar. Y supongo que tan erótica y linda me veía que lo hice perder aún más el control: pronto se abalanzó sobre mi boca y comenzó a besarme desesperadamente, chupando mi lengua y mordiendo mis labios, y apretando mis nalgas con sus manos. Me sentía super pequeña así en frente de él, siendo manoseada de forma tan firme y fuerte, sintiendo todo el calor de su cuerpo envolviéndome, su lengua explorando el interior de mi boca, mi pantaleta metida en medio de mis nalgas mientras él me las tocaba y apretaba y me daba nalgadas fuertes que me hacían soltar gemidos involuntariamente.
-¿Cuántas veces te han cogido putita? –me dijo jadeando, respirando muy acelerado, como si estuviera muy molesto- ¿cuántas veces te han violado este culito?
-Nunca –contesté como pude, entre sus besos-. Nunca tío.
-Eres una puta mentirosa –me dijo, tomándome del cuello y besándome con más fuerza-. Para eso te hiciste niña, para que te cogieran, no te creo.
-Sí tío, eso quiero –le dije con voz débil, hablando con mucha dificultad por sus dedos cerrados alrededor de mi cuello-. Pero nadie me lo ha hecho todavía. Se lo juro. Sigo siendo virgen.
Me miró por unos segundos de arriba abajo, como dudando, pero no rompí contacto visual con él y pude notar que creyó mis palabras. Y era verdad; fuera de mis propios juegos y masturbaciones, ni siquiera había besado a un hombre todavía, mucho menos tenido sexo con alguien.
Bajó su mirada de nuevo y vio directamente mi verga, un bultito duro adentro de mis pantaletas, y luego me miró a mí de nuevo.
-Sácala –me dijo con voz autoritaria.
Obediente, metí mis pulgares en los lados de mi ropa interior y la deslicé hacia abajo. Estaba completamente depilada, sin ningún vello a la vista. Mi verguita saltó, apuntando hacia arriba, buen durita y con la cabecita algo húmeda y medio cubierta con mi prepucio. Mi tío la miró fijamente, soltó una risa burlona y antes de que pudiera reaccionar me la apretó con una mano, y tomó una mano mía para ponerla alrededor de la suya.
-Esta es una verga de verdad, de hombre –me dijo, moviendo mi mano pequeña a la que le faltaban uno o dos centímetros para rodear completamente su paquete tan enorme-. Esto no. Esto da risa. Con esto no puedes cogerte a una mujer, das risa –me dijo, apretando más fuerte mi verguita, cubriéndola completamente con todo y mis bolas con su grande y pesada mano-. Esto es una verga de niña.
-Sí tío –le dije, entre gemidos, comenzando a masturbarlo despacito con la mano que tenía alrededor de su verga-. Soy una niña.
Soltó mi verguita para darme otra cachetada, pero esta vez fue un poco menos fuerte. De todos modos me dolió y sentí mi mejilla enrojecerse, pero no dejé de masturbarlo a pesar del golpe y lo miré a los ojos, sonriendo.
-¿Me vas a coger como a tus mujeres, tío? –le pregunté, casi sorprendida conmigo misma por lo zorra que sonó mi voz.
Me miró por un momento, algo sorprendido también, y una sonrisa perversa se dibujó en sus labios. Estaba excitadísimo, era obvio por el tamaño y la dureza que tenía su arma a pesar de que acababa de venirse en mi boquita, pero también notaba cierto odio y rencor en su expresión y su forma de hablar y mirarme.
-Eres una puta. Hija de puta, estás más guapa que todas tus primas –me dijo, viendo como poseído mis labios, mis ojos, mi nariz, mis mejillas, mi cabello-. Hija de puta –dijo de nuevo, echándole algunas miradas a mi vientre y mi verguita, y luego comenzó a besarme otra vez.
-Tío, nos va a ver alguien –le dije entre el besuqueo que me estaba poniendo-. Si mi mamá despierta nos va a encontrar aquí.
Me miró fijamente y me dio un manazo fuerte en mi verguita, que a pesar del golpe sólo tuvo un pequeño espasmo de placer, y me tomó del cabello, desde atrás de mi cabeza, plantándome un beso más.
-Ya sé que no quieres perder la oportunidad, putita –me dijo, mordiendo mis labios, y con rapidez subió su bóxer, abrochó su pantalón y apenas tuve tiempo te tomar mi propia ropa interior cuando comenzó a caminar arrastrándome del cabello detrás de él.
No puedo ni siquiera comenzar a describir lo excitada que me sentía en ese momento. Cuando todavía creía ser hombre siempre me había incomodado y molestado mucho tener que ser el dominante a la hora del sexo, tener que besar a una mujer, ponerme encima de ella, hacer yo el trabajo incluso si ella era un poco más activa de lo normal. El rol dominante simplemente no se me daba y siempre me sentí torpe y ridícula intentando tomarlo, y sentirme así ahora, completamente bajo el control de un hombre, siendo arrastrada del cabello mientras me llevaba a mi cuarto sabiendo perfectamente que me iba a coger ahí tanto como quisiera, me tenía acelerada y con toda la carita caliente de excitación.
Entramos a mi cuarto y mi tío sólo me soltó unos instantes para cerrar la puerta con candado, y se abalanzó sobre mí de nuevo, tirándome boca arriba sobre mi cama y besuqueándome toda ahí, besando mis labios, mis mejillas, mi mentón, mi cuello, mis hombros, lamiendo y mordiendo por todos lados a su antojo. Era sofocante sentir todo su calor corporal alrededor de mí, y me excitaba demasiado mirar hacia abajo y ver mi verguita frotándose contra su verga grandota y gruesa. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho al imaginarme que toda esa carne iba a estar dentro de mí muy pronto, al imaginarme que alguien me iba a quitar mi virginidad anal al fin. Y ese momento no tardó mucho en llegar.
-Ponte en cuatro –me dijo mi tío, quitándose de encima de mí y quitándose toda la ropa, y me sentí a mí misma completamente resignada a que esta era mi vida a partir de ahora.
Me di la vuelta e hice lo que me pidió, sosteniéndome con mis rodillas y mis codos, arqueando mi espalda y saltando mi culo como tantas veces había visto a las chicas hacerlo en el porno y como tantas veces había practicado sola en mi casa, fantaseando con el momento que estaba viviendo ahora mismo, y casi casi sentí la testosterona salir de mi cuerpo sentí las manos de mi tío tomar con firmeza mi cintura, y mucho más cuando sentí la cálida y húmeda cabeza de su verga tocar mi culito cerrado.
-Puta madre –exclamó con desesperación, dándome una nalgada-. Tienes mejor culo que mi esposa cuando era joven. Ahora sí vas a saber en qué te metiste, pendejita.
Es muy difícil describir con palabras la sensación que me llenó después de eso, la sensación que tantas chicas seguro sienten cada que alguien se las coge. Esperaba que me doliera mucho, ya que ese es el consenso universal sobre el sexo anal, pero supongo que tanta masturbación anal me había acostumbrado suficiente a estar estirada por dentro. Sólo sentí un ardor muy leve dentro de mi culito a medida que su verga me abría más y más, haciéndome sentir súper llena por dentro; era una sensación algo rara, no incómoda pero nueva, ya que lo más grande que había tenido dentro eran plumones y dedos, y la vergota de mi tío era mucho más grande que cualquiera de esas cosas. Pero dos cosas sobresaltaban entre todo; lo caliente, tan tan caliente que me sentía por dentro, y un cosquilleo muy adentro de mi culito que me hacía sentir como si estuviera teniendo un orgasmo constante, un cosquilleo en un punto dentro de mí que nunca había alcanzado con dedos ni plumones ni nada.
-Ay, perrita –suspiró mi tío, y casi podía escuchar cómo perdía el aliento-. Ay, mi putita, qué apretadita estás, qué rica mi niña, qué rico culito tienes…
Sus palabras me hacían sentir que perdía el control todavía más. Me la estaba metiendo poco a poco y me asusté un poco al sentir que no terminaba, que seguía entrando más y más, que me seguía abriendo, y un poco de pánico comenzó a entrar en mí al darme cuenta de que ya no había vuelta atrás; me estaban cogiendo, estaba siendo penetrada y dominada por un hombre más grande, más fuerte y con la verga más grande que yo, me estaban cogiendo y aunque quisiera arrepentirme e intentar detenerlo no tenía manera de defenderme, sólo podía dejar que me cogiera con mi consentimiento o que me violara. Cualquier oportunidad de regresar a como era antes, de volver a ser hombre, cualquier posibilidad de recuperar mi hombría estaba desapareciendo por completo con cada centímetro de su vergota dura y caliente que entraba en mí. Pero en ese momento lo sentí inclinarse hacia adelante y poner su cuerpo encima de mí, tomándome del cuello con una mano y besando mis hombros y mi cuello desde atrás, y todas mis dudas y miedos dejaron de importarme cuando sentí su pelvis chocar contra mi culo, indicando que ya me la tenía completa adentro, y más aún cuando comenzó a moverse.
No sé por cuánto tiempo me estuvo cogiendo así, con todas sus fuerzas, con una violencia con la que quizá nunca se había cogido a nadie más. Yo era un revoltijo de sensaciones: la satisfacción de al fin cumplir mi fantasía de que me cogiera un hombre, el placer casi eléctrico que me causaba con cada embestida que le daba a mi culito, la ensalada de sensaciones físicas de calor, de ser abierta por dentro, sus mordidas en mi cuello y hombros, sus besos, sus nalgadas, la fuerza con que sostenía mi cintura, la falta de aire cuando me tomaba del cuello, el dolor cuando me jalaba el cabello…
Pero principalmente era la rabia y la vergüenza lo que más llenaba. En el fondo odiaba la situación en la que estaba; odiaba estar siendo sometida así, odiaba estar siendo cogida con tanta fuerza y lujuria por mi tío, por un hombre tan asqueroso y odioso como él, por un hombre que se la pasaba humillándome y burlándose de mí por ser quien era, una persona tan machista y prepotente. Odiaba que se la hubiera pasado toda la tarde y noche insultándome y burlándose de mí y se hubiera quedado en mi casa con el puro objetivo de acosarme, de violarme si era necesario, de poseer mi cuerpo que yo cuidaba tanto simplemente porque se le antojaba hacerlo y porque podía, porque era más grande y más fuerte y yo no podía defenderme. Odiaba con todas mis fuerzas que un hombre tan horrible tuviera una verga así de enorme, de dura, de caliente, odiaba que me estuviera cogiendo tan rico y que me gustara tanto, y que seguramente con esa verga había vuelto adictas a muchas mujeres y todas lo buscaban para que las cogiera más y más a pesar de su forma de ser tan horrible y asquerosa.
Pero lo que más odiaba era mi propia sumisión, que no me estaba defendiendo ni intentando detenerlo mientras penetraba mi culito una y otra vez, mientras usaba mi cuerpo como si fuera una muñeca para darse placer. Que a pesar de todo lo que hizo, a pesar de lo que yo sé que él es, no me resistí ni un poco a sus avances y a la primera acepté toda su verga en mi boca, a la primera se la chupé y acaricié sus huevos y dejé que me la metiera hasta la garganta y me tragué todo su semen mientras me decía que era una perrita y una putita, a la primera lo obedecí y me puse en cuatro para que pudiera meterme la verga por detrás tanto como le diera la gana. Odiaba haberle dado la razón y odiaba la humillación de haberle dado lo que quería, pero al mismo tiempo esa rabia y ese coraje y esa humillación me excitaban aún más al sentirme así, tan usada, tan pendeja y putita como él decía, tan sumisa y entregada ante un hombre así como él.
-Quiero verte la cara, putita.
No supe cuánto tiempo había pasado, pero mi cabeza volvió a la realidad para cumplir inmediatamente su orden, como la pendejita sumisa en que me había convertido; sentí el aire salir de mi pecho cuando me sacó de golpe su vergota de adentro, dejándome muy abierta y exhausta tirada boca abajo en la cama, pero yo misma me apresuré a girarme, quedando acostada boca arriba, alzando por instinto mis rodillas hasta los lados de mi cara y sosteniéndolas ahí con mis manos para dejarlo cogerme en posición de misionero.
-Ay, tío –gemí al fin cuando sentí su verga entrar otra vez, sintiendo cómo desde esa posición frotaba aún más el punto exacto donde me hacía sentir más placer todavía-. Siento que voy a terminar, voy a…
No pude terminar de hablar, pero vi cómo su rostro se iluminó como si hubiera tenido una idea nueva; una que no tardé mucho en descubrir. En esa misma posición tomó mi cintura con sus manos y me alzó, poniéndose él mismo un poco de pie, de modo que mi cabeza estaba en la cama pero mi culo al aire, y él estaba casi de pie, sosteniéndome así y cogiéndome todavía.
-Dime cuando vayas a terminar –me ordenó, y comenzó a cogerme más fuerte aún antes de que pudiera preguntar por qué.
En ese momento ya llevaba demasiado tiempo aguantándome las ganas de terminar; como dije, cada embestida suya la sentía como un mini orgasmo, pero estaba llegando un punto en el que ya no podía aguantar mucho más. Me di cuenta de que me había estado conteniendo porque una parte de mí sentía que sería llegar a un extremo de humillación el terminar así, sin tocar mi verga, sólo siendo penetrada una y otra vez; era algo que ya había visto muchas veces en videos porno, pero no pensé que me pudiera pasar a mí, mucho menos en mi primera vez. Pero a mi cuerpo no le importaba lo que yo pensara, y cuando sentí que estaba a punto de eyacular, se lo dije como me pidió.
-Ya, ya, ya –gemí como desesperada-. ¿Qué…?
No pude terminar mi pregunta. Justo en el primer “ya”, mi tío rápidamente tomó mi verguita dura con una mano y la apuntó directo a mi propia cara, haciendo que todo mi semen me cayera encima, cubriendo mis mejillas, nariz y chorreando a mis labios. Era demasiado lo que estaba soltando; no era tanto como el que él había soltado dentro de mi boca, claro, pero era muchísimo y muy espeso comparado con lo que eyaculaba normalmente.
-Abre la boca –me ordenó-, trágatelo todo.
Inclinó más mi cuerpo con el peso del suyo, acercando un poco más mi verguita a mi boca, y por instinto y miedo lo obedecí al instante, abriendo mi boca y sacando mi lengua para recibir el resto de mi propio semen ahí. De verdad me sorprendía la cantidad y lo espeso de mi propia lechita. En ese momento terminé de convencerme de que ya no había vuelta atrás; jamás podría volver a funcionar como un hombre después de haber vivido un placer así, después de saber lo delicioso que se sentía entregarme a un hombre que me sometiera, que me dominara, que me cogiera tanto como se le antojara, que me golpeara y me humillara y me obligara a tragarme mi propio semen.
Me sentí estúpida por haber desperdiciado tanto semen en servilletas o en la regadera; estaba riquísimo, delicioso. No tenía el sabor fuerte de hombre, de macho que tenía la leche espesa y caliente de mi tío, y no me causaba la misma sensación de sumisión de tomarme el suyo, pero de todos modos era muy espeso y tenía un sabor rico, entre dulcito y salado, y sentía que era demasiado erótico, demasiado femenino, patético y de mariconsita estarme bebiendo mi propio semen tan gustosa.
Normalmente después de tener un orgasmo me llenaba esa pena tan conocida, esa sensación de ya no querer más, pero sentir el sabor de mi semen en mi boca, sentir un poco todavía sobre mi cara y mis labios y tener a mi tío tan excitado cogiéndome todavía, tocando todos mis puntos de placer con su verga, me mantuvieron excitada por un muy buen tiempo más, todo el que mi tío necesitó para terminar él.
Volvió a dejarme caer sobre la cama, tomando una posición de misionero más cómoda, me apretó el cuello con una mano y comenzó a darme cachetadas con la otra, inhalando y exhalando muy rápido, como desesperado, hasta que volví a escuchar el mismo gemido grave y profundo que soltó cuando terminó en mi boca.
-Te voy a llenar –dijo, jadeando-, te voy a llenar perrita…
Me apenaba mucho lo fuerte que estaba gimiendo al sentirlo terminar, lo femenina que sonaba mi voz, pero no me contuve porque se notaba cuánto lo excitaba escucharme así. Me metió su verga por completo, hasta adentro, y sentí cada espasmo, cada chorro inundándome por dentro, llenando todo mi culito de leche muy caliente, como si estuviera marcando su territorio así. Cayó rendido sobre mí, quedándose acostado sobre mi cuerpo unos minutos, dificultando mi respiración; de verdad estaba jadeando y gimiendo mucho, ya sin aire y sin energías, exhausta, y con cada gemido mi voz sonaba como si de verdad fuera una perrita asustada.
Finalmente se levantó, sacando su verga ya menos dura de mí (pero todavía muy grande incluso así, flácida) y comenzó a vestirse mientras yo intentaba volver a respirar bien.
-Nadie se va a enterar de esto, ¿está claro? –me dijo después de unos minutos, ya vestido, tomándome del cuello y cortando mi respiración otra vez.
-Sí, sí, nadie –me apresuré a contestar como pude, en voz entrecortada, y cuando intenté sonreírle con complicidad sentí una cachetada muy fuerte que desconectó mi mente por unos segundos.
-Eres una puta –continuó, dándome ahora un golpe directo en el mentón, haciendo que me mordiera el labio por dentro yo misma-. Me das asco. Tu papá no supo educarte, por eso terminaste así, pero tú ya habías nacido puta –me dijo, y comencé a sentir sangre saliendo de donde me mordí, un sabor metálico en mi boca y un hilito escurriendo por mis labios y mi mentón-. Sólo sirves para que te cojan. Para eso naciste –repitió, con su cara muy cerca de la mía, y de verdad comencé a sentir miedo-. Pero nadie te va a coger tan bien como yo, ¿está claro? Voy a venir y te voy a coger cuando te me antojes.
Me empujó hacia la cama, todavía sosteniendo mi cuello, y apretó mi cara contra la almohada, lastimándome de la garganta.
-Este culo va a ser mío cuando yo lo quiera –me dijo, dándome nalgadas muy fuertes que me hacían querer gritar de dolor, pero mi boca estaba cubierta con la almohada. Me daba miedo de verdad sentir mi cuerpo tan delicado, tan ligero y delgadito siendo maltratado así, tanto que comencé a llorar, pero mi verguita poniéndose dura de nuevo me confirmó lo masoquista que me estaba volviendo-. No me importa cuántos te cojan, tú vas a ser mía cuando yo quiera.
Finalmente me soltó, pero se detuvo un poco antes de salir de mi cuarto al ver mis lágrimas y mi verguita dura.
-Ah, mira, llorando de miedo –me dijo, burlón, acariciando mi carita-. Como niñita asustada. Así me gusta. Llora así la próxima vez si quieres que te viole más fuerte.
Me dio una última cachetada y al fin se fue, cerrando la puerta, dejándome exhausta y sin aliento, asustada y excitada por esa última ronda de cachetadas y maltratos, y a pesar del cansancio no pude evitar masturbarme de nuevo, jalando mi verguita con desesperación hasta que eyaculé al fin, soltando toda mi lechita sobre mi mano para poder llevarla a mi boca y tomármela toda.
Estaba sucia, sudada, con mi culito todavía algo abierto por el tiempo que tuve su vergota adentro y con su semen comenzando a salir, con mi propio semen comenzando a secarse sobre mi carita, pero como pude me paré con las piernas temblorosas, tropezándome dos veces antes de llegar a la puerta para ponerle candado y al fin regresé a mi cama y me quedé dormida así, lastimada, adolorida, casi muerta de cansancio pero satisfecha totalmente, bien cogidita, y me quedé dormida en unos minutos pensando en la vida en la que me acababa de meter, en que esta era apenas la primera vez de todas las que me iban a coger así o más fuerte, en que de verdad me había convertido en una niña, y encima en una puta, en una que jamás iba a sentirse satisfecha con sexo normal, con sexo lento y bonito, porque mi propio tío me había enseñado el placer incomparable de ser maltratada, humillada y usada como el objeto sexual que era.
Yo desde adolescente fui un poco mujeriego, y era cosa sabida con mis amigos y en la escuela que yo andaba siempre de relación en relación, cada dos meses buscando una nueva víctima para tener un noviazgo temporal, y dentro de dos meses abandonarlo y saltar a otro nuevo. Era muy precoz y con cualquier novia que se dejara me iba a un callejón, a un salón solo, a mi cuarto o al de ella, listo para besuquearla y meter mano por donde se dejara. Tuve mi primera vez con una muchachita de la misma edad y a partir de ahí no dejé de buscar nuevos lugares dónde meter mi verga, hasta cierto punto de mi vida que ya verán más adelante.
Yo la verdad no era muy apuesto, principalmente porque nunca tuve un aspecto muy masculino. Desde chico fui delgado, de estatura media, con nalgas redondas y paradas (herencia de la familia de mi mamá) y piernas fuertes, llenitas. Una discreta y estilizada curva en mi cintura-cadera coronaba la desafortunada feminidad de mi cuerpo. Lo que me ayudaba con las chicas era mi cara, la típica de niño bonito de secundaria, con facciones delicadas de esas que ya desde chico revelan que en esa cara nunca va a crecer una buena barba, piel muy blanca, pálida (también herencia materna) y cabello castaño lacio.
Otra cosa donde mi masculinidad me fallaba era mi verga, más bien chica, más o menos de 9 centímetros, para nada gruesa y completamente diminuta cuando estaba flácida. No era precisamente mi orgullo, pero a esa edad las chicas con quienes tenía sexo normalmente no habían tenido otra pareja sexual antes, así que no tenían nada con qué compararme y me salvaba de humillaciones.
A medida que crecía esto se volvió un problema más grande, ya que las chicas dejaban de ser igual de estrechas que cuando iban entrando a la adolescencia, sin mencionar que la mayoría estaban muy despiertas y habían tenido ya otros compañeros sexuales mejor dotados que yo; esto me causaba pena y algo de nervios a la hora del acto sexual, y eso sumado a que mi tamaño tan chico hacía difícil sentir cualquier fricción en las panochitas ya estrenadas de las chicas que se acostaban conmigo, en especial si traía un condón puesto, me hacía muy difícil mantener una erección, y más de una vez tuve que fingir que ya había terminado para no admitir que se me había puesto suave mientras estaba adentro. Intenté remediar esto con un poco de éxito buscando parejas sexuales más jóvenes que yo, pero cuando comencé a topar los 18 años empecé a notar que ligarme a muchachitas menores no podía ser una solución permanente.
Alrededor de esta etapa de mi vida comencé a probar cosas para explorar más mi vida sexual, y descubrí algunas cositas de mí mismo que, yo creo, desembocaron en el estilo de vida que llevo ahora.
La primera era cuánto me gustaba el sexo oral. Con la lengua era muy hábil, ya que con eso me esforzaba para compensar lo que me faltaba en otros lados, y más de una muchachita me llegó a decir que era raro que yo solo me pusiera de rodillas para satisfacerla con mi lengua, que otros hombres nunca lo hacían de una forma tan sumisa, o simplemente no lo hacían para nada (pero claro, no se resistían ni se quejaban cuando yo lo hacía). Y sobre recibirlo, no sé si todas mis parejas tenían mala técnica o si sólo no tenía mucha sensibilidad por masturbarme tanto, pero nunca pude terminar mientras me la chupaban. Lo que hacía para terminar era masturbarme mientras me lamían los huevos; de ahí era más sensible y me venía bastante cuando me lo hacían.
Con mi última novia, una muchachita de 18 años a quien conocí cuando yo tenía 19, fue con quien me di rienda suelta experimentando. Comenzando con mi costumbre de hacerla lamer mis huevos mientras me masturbaba, la fui acostumbrando a bajar poco a poco, hasta que terminó lamiendo directamente mi culo (un rimjob, como le llaman) y me vine como nunca, deleitándome al descubrir lo sensible que era ahí. También la acostumbré a ella a tener sexo anal, siendo mucho más fácil sentir la fricción y la presión en mi verga así, manteniéndola dura (y por lo chica que la tenía, no la lastimaba tanto) y llegando al orgasmo mientras la penetraba. Hacia el final de nuestra relación todo nuestro contacto sexual giraba en torno al jugueteo anal, de ella y mío, hasta que la diferencia de edades tan pronunciada causó problemas con su familia y tuvimos que dejar de vernos.
Como se imaginarán, quedé muy frustrado, sabiendo que no iba a ser fácil encontrar a otra muchachita dispuesta a hacer esas cosas conmigo, además de estar entrando en confusión sobre mi propia sexualidad. Esto sumado a mi recién descubierta afición al jugueteo anal y mi creciente apetito sexual que ya no saciaba sólo masturbándome me hizo atreverme a intentar cosas más nuevas y atrevidas.
La primera fue la obvia: seguir con la experimentación anal. Primero era masturbarme mientras metía una pluma o algo delgado ahí detrás, usando cosas más grandes cada que me atrevía y experimentando con lubricantes. Era algo incómodo para mí y no lograba disfrutarlo mucho, principalmente por sentir que yo era un hombre y no debía de estar haciendo esas cosas. Sólo me atrevía a probar cuando estaba suficientemente excitado, y al venirme inmediatamente me sentía incómodo y apenado conmigo mismo.
Pero claro, esto sólo fue escalando con el paso del tiempo también. Después de hacerlo muchas veces me acostumbré, y ya no me sentía tan raro como antes haciéndolo, y de vez en cuando mientras me masturbaba me descubría a mí mismo sintiendo un cosquilleo dentro de mi agujero, como queriendo sentir algo adentro para poder venirme bien.
El segundo paso vino como consecuencia inevitable del primero. Mi cuerpo era muy afeminado, como dije, caderas un poquito anchas, nalgas redondas y firmes y una figura delgada y algo estilizada. Nada que ver con los pectorales prominentes y espaldas anchas de mis amigos y compañeros de clase, ellos se volvían más masculinos con el paso del tiempo y yo me quedaba igual. Esto, junto con la imagen mental de mí mismo metiéndome dedos, plumones y botes delgados y redondos por detrás, dio pie a que me imaginara a mí mismo como una chica, con ropa de mujer y todo, jugueteando con mi propio culo. La idea me asaltaba cada vez más seguido, y con los meses me di cuenta de que cuando veía porno o fantaseaba con chicas de mi escuela ya no me imaginaba a mí mismo cogiéndomelas; me imaginaba cómo se sentiría ser ellas, usando ropa linda, siendo sometidas y penetradas por hombres grandes y fuertes, completamente usadas para dar placer sin poder resistirse.
Yo no tenía hermanos y mis papás trabajaban toda la tarde, así que tenía tiempo suficiente para experimentar solo y sin interrupciones en mi casa. El negocio familiar es la venta de ropa, y cada cierto tiempo había en mi casa bolsas con ropa nueva que aquí separaban mis papás y luego vendían en un local. Era raro que fuera ropa sexy, claro, y normalmente era muy grande o muy chica para mí, pero de vez en cuando lograba salvar alguna blusa, un vestido, una pieza de ropa interior; lo que fuera, lo escondía antes de que lo vieran y lo guardaba en algún cajón de mi cuarto después, para probármelo cuando estuviera solo.
Me quedé algo impactado la primera vez que usé ropa de mujer. Era mucho más ajustada que lo que estaba acostumbrado a usar, sentía la tela apretando mi piel, y sólo ese contacto bastaba para calentar todo mi cuerpo. Las primeras veces sólo me veía un poco al espejo, y con modestia puedo decir que a pesar de que tuviera algo de vello corporal y cabello con corte masculino, mi cuerpo no se veía nada mal.
Tenía ciertas reservas sobre ir más lejos, todavía aferrándome un poco a mi hombría, pero más tarde que temprano di el tercer paso. Comencé a depilar mi cuerpo, piernas y nalgas, los vellitos que crecían en mi vientre y brazos, no muy prominentes pero notables, mis axilas, todo. Mis cejas y pestañas se veían bien, así que no las tocaba, pero el escaso y casi invisible bigote y barba que me crecía procuraba dejarlo completamente rasurado. Luego siguió el maquillaje: hacía un trabajo horrible al principio y dependía enteramente del maquillaje que tenía mi mamá en su cuarto, pero le tomé el truco rápido al labial y al delineador y en unos pocos días hice que se viera suficientemente decente.
Eso se convirtió en la mitad de mi vida muy rápidamente, y llegué a un punto donde cada minuto del día que estaba solo lo dedicaba a vestirme, maquillarme, combinar prendas, y sobre todo masturbarme mientras estaba completamente vestido y arreglado. Tenía mucha ropa acumulada ya, oculta en cajones, cajas, debajo del colchón, donde pudiera meterla. Me encantaba verme en el espejo, la manera en que las pantaletas se perdían en mis nalgas, mi silueta con un vestido ajustado. No me atrevía a dejarme el cabello largo, ya que seguía manteniendo mi imagen de hombre ante el público (usando siempre manga larga y pantalones para ocultar la lo depilado de mi cuerpo), pero mi cara afeminada con algo de maquillaje daba el toque perfecto de chica con cabello corto. Mi verguita se ponía durísima dentro de la suave tela de pantaletas y tangas, y me venía como nunca frotándola mientras me metía por detrás cualquier cosa que fuera larga y tuviera punta redondita.
Las perversiones seguían creciendo, me masturbaba a diario vestido con la ropa más linda que encontrara, con mis labios y ojos pintados, a veces solo, a veces viendo porno de transexuales o travestis, envidiando su valor para entregarse tanto a su deseo sexual. Pero mientras más me entregaba a mi nueva pasión, más confiada y menos cuidadosa me volvía, y un día cuando recién había cumplido 18 años me descuidé y mi mamá me encontró en mi cuarto, con faldita y blusa, maquillaje, el juego completo.
Me moría de pena, pero ella se puso seria y comenzó con el discurso típico de mamá. Que ya lo sospechaba, que no era nada malo, que ella me aceptaba como fuera, que iba a hablar con mi papá. Me preguntó algunos detalles, si sólo me gustaba vestirme así, si me gustaban las chicas o no, ese tipo de cosas. Le confesé que simplemente ya no me sentía hombre, que todavía me parecían lindas algunas chicas y que en realidad no me interesaban los hombres (y esto no estaba tan lejos de la verdad, lo que me causaban era curiosidad sexual pero no me atraían como para tener un noviazgo o algo así), pero que llevaba tiempo vistiéndome así y maquillándome en secreto cuando estaba sola en la casa, y que simplemente me sentía yo misma cuando estaba así, como una chica.
Con mi papá la cosa era más complicada. Siempre había existido alguna distancia entre él y yo, ya que él era un clásico macho criado en el campo, más alto que yo, de espalda ancha y brazos fuertes, no era alguien musculoso pero era un hombre grande y fuerte, y yo siempre fui un chico delgado, afeminado, sin intereses en común con él. Por esto mismo fue el colmo para él que yo decidiera que ahora me identificaba como una chica; no estuve presente cuando mi mamá se lo dijo, pero podía escucharlos detrás de la puerta de su cuarto. No tuvo una reacción muy agresiva, pero era obvio que no estaba de acuerdo y que no quería aceptar que su único hijo prefiriera vestirse como niña, no darle nietos, todas esas cosas.
Al día siguiente mi mamá vino a mi cuarto a decirme que ya había hablado con él, que estaba todo bien y que podíamos comenzar a redecorar mi cuarto y mi clóset si yo estaba de acuerdo. Nos deshicimos de la mayoría de mi ropa y en los siguientes días comenzamos a comprar cosas nuevas, ya de mi talla, para ponerme. Al principio atraía algunas miradas en la calle, en especial de personas que ya me conocían, pero la verdad es que no exagero cuando digo que mi cara es muy femenina, y cuando andábamos en un mercado o una plaza muchas personas no parecían darse cuenta de que yo era un niño con vestido y maquillaje. Usaba extensiones en el cabello al principio, pero con el tiempo mi cabello comenzó a crecer y ya podía peinarlo un poco o hacerme un flequito, y la mayoría de las personas simplemente daban por hecho que yo era una muchacha como cualquiera. A eso se le sumaban mis ejercicios, que habían reafirmado mis nalgas y definido mi figura, mi silueta, lo que con ciertas prendas incluso atraía miradas bobas de varios hombres, cosa que a mí me encantaba. No tomaba hormonas ni nada parecido principalmente por miedo a perder mi apetito sexual, pero honestamente no me hacía falta. A los ojos de cualquiera yo era una muchachita hecha y derecha, delgadita y plana pero nalgona y bastante linda.
Mi mamá había hecho a mi papá prometer que iba a hablar conmigo sobre el tema. Él se volvió más distante al principio, pero con los meses simplemente volvió a la normalidad, tratándome exactamente igual que antes, sin ninguna actitud especial o diferente. Era visible que le costaba aceptarlo, pero también era visible que lo estaba intentando.
Pero el momento crucial que cambió mi vida para siempre llegó un buen tiempo después. Ya había pasado alrededor de un año y medio desde que mi cambio dejó de ser un secreto; por regulaciones de la escuela y para evitar problemas seguí usando uniforme de niño durante el tiempo que me faltaba para terminar la preparatoria, pero al entrar a la universidad había ingresado completamente como mujer. Desde antes de mi cambio la mayoría de mis amigas habían sido mujeres, y ni ellas ni los pocos hombres con quienes hablaba reaccionaron de forma negativa a mi cambio; lo único que recibía a veces eran ciertas miradas incómodas de algunos de esos hombres, pero me parecía que eran más de atracción insegura que de rechazo.
Pero una de las personas que no me miraban con nada de inseguridad, sino con descaro y perversión, era uno de mis tíos, hermano de mi papá. Si mi papá era un hombre machista de campo, mi tío lo era mil veces más; igual de alto que mi papá, un tipo grande, con brazos fuertes y panza, algo de barba, siempre vestido de forma masculina con pantalones y camisas, cinturón café, botas o zapatos. Era el típico bebedor extrovertido, muy malhablado y algo grosero e inapropiado. Mis papás se encargaron de “avisarle” a mis familiares sobre mi cambio poco a poco; algunos lo tomaron bien, otros no tanto, pero los que lo tomaron bien eran a quienes frecuentábamos más, así que el resto no me importaba mucho.
La excepción a esto era mi tío. No lo tomó a mal, en realidad, sino con humor; demasiado humor, ya que desde que se lo dijimos no perdía oportunidad para burlarse de mí, confiado al saber que ni mi mamá ni yo nos íbamos a atrever a criticar su conducta abiertamente. Y encima mi papá, quien no aprobaba del todo mi cambio, tomaba a mi tío discretamente como un “aliado” y, aunque no se burlaba directamente de mí, se reía de las bromas de mi tío y la única vez que intenté quejarme sólo me dijo que “eran bromas y ya” y que no me lo tomara a pecho.
Un día hubo una fiesta en nuestra casa por el cumpleaños de otro tío (uno que no me molestaba). Ya habíamos tenido varias reuniones familiares donde todos me veían cambiada, y ya no era ninguna sorpresa para nadie, pero esta vez había algo diferente; desde antes de que llegaran los invitados me sentía algo nerviosa porque, por coincidencias y otros problemas, los invitados eran casi solamente hombres mayores (tíos, primos grandes y mis abuelos). Normalmente en estas reuniones yo me quedaba conviviendo con mis tías y primas, o con mi mamá, pero esta vez mi mamá no iba a estar presente por cosas del trabajo, y las únicas mujeres invitadas eran dos tías, típicas esposas de campo, sin voz ni voto, dóciles. A lo que voy es que no había nadie con quien pudiera defenderme y quedarme segura.
El primer problema fue decidir qué vestirme; en ese momento maldije mi idea de deshacerme de casi toda mi ropa de hombre y de usar casi pura ropa ligerita y femenina. Hacía mucho calor, así que ponerme un suéter o una chaqueta habría sido suicidio, y al final decidí ponerme un vestido de tirantes, algo corto, blanco y con flores amarillas y rojas. Llevaba un corpiño y un cachetero debajo, ambos blancos, y sandalias del mismo color. Era algo simple, ligero y adecuado para la ocasión; había elegido ese vestido en particular porque no era ajustado y me sentía más protegida al no mostrar las curvas de mi cuerpo. Tenía el cabello suelto, ya para ese entonces me llegaba un poco más abajo de los hombros.
Más tarde me arrepentí de esta elección de ropa, sin embargo, ya que por el calor mi papá colocó varios ventiladores en el patio de la casa, donde estábamos todos, y tenía que tener cuidado para que el aire no levantara mi vestido y los hombres no vieran mi ropa interior.
-Miren, ya salió la sobrina favorita –exclamó ruidosamente mi tío cuando salí de mi cuarto.
Al instante todas las miradas se clavaron en mí; mi tío sabía perfectamente que eso era lo que iba a pasar, y que me iba a poner nerviosa cuando pasara. Sentí toda la cara caliente, de pena y de molestia, y antes de que pudiera hacer algo mi tío se puso de pie y siguió gritando.
-A ver, ven para acá a saludarme.
Me forcé a sonreír, intentando que no se notara en mis pasos lo nerviosa que estaba, y cuando estuve suficientemente cerca extendí la mano para saludarlo, pero al tomar mi mano me jaló hacia él, plantándome un beso fuerte y sonoro en la mejilla, rozando la comisura de mis labios.
-Uy, casi te lo doy en la boca. Pero no habría problema, ¿verdad? Ahora ya te gusta besar hombres –exclamó, causando unas risas incómodas del resto de los invitados.
-Ay tío, usted siempre con sus tonterías –le dije yo, tratando de suavizar la cosa, pero el tono seguro que quería no me salió y sólo logré hacerlo sonreír cuando notó que mi voz se quebraba.
-Bueno, igual cuando eras niño siempre me saludabas de beso. Y ya estabas grandecito, ¿eh? ¿Se acuerdan? Ya todos tus primos eran hombrecitos y tú seguías así, saludándoles de beso a los hombres. Algo querías –dijo con un gesto insinuante, causando risas más abiertas alrededor.
-Y usted se dejaba, bien puesto, y ahora solito me besa –le contesté riendo, tratando de ganar terreno.
-Pues la cara de niña ya la tenías –contestó; se escuchó una carcajada y mi papá soltó una risa por lo bajo-, te faltaba el maquillaje y el cabello nada más. Y pues ahorita ya no hay problema, ¿no? Con eso que dices de que no eres mariconsita, eres niña de verdad.
Toda la tarde pasó así, aprovechando cualquier pretexto para llamarme “mariconsita”, “niñita”, “nenita”, cualquier nombre que se le ocurriera. Al principio era algo soportable, ya que la mayoría de las otras personas sólo reían forzadamente y de forma incómoda, incluso mirándome con simpatía a veces, pero ya más entrada la noche habían bebido mucho y se reían abiertamente de mí y de las cosas que mi tío decía.
-Oye, está guapa la muchachita esta, ¿verdad? –dijo cuando empezamos a cenar, sentándose a un lado de mí-. Porque maquillaje es poco el que traes puesto. Te digo que la cara de niña ya la tenías –dijo, poniendo una mano sobre mi pierna mientras sonaban risas alrededor.
-Pues… -comencé a decir, pero mi voz sonó muy débil y no se me ocurrió nada inteligente para contestarle en el momento.
-¿Ya te maquillas sola, verdad? ¿Compras tu maquillaje o le pides a tu mamá todavía?
-Ya póngase a comer, tío –le dije, dándole una palmada en el hombro para alejarlo de mí, pero no se movió ni un poco.
-Sí, ¿verdad? Ya coman todos, o mi sobrinita se va a comer sus salchichones –siguió, dirigiéndose a toda la mesa, soltando una fuerte carcajada que todos acompañaron-. No te preocupes mami, yo aquí te guardo mi pedazo de carne, de los que te gustan.
Pasó un muy buen rato antes de que las risas pararan en la mesa. Mis tías estaban adentro de la casa y mi papá en el asador, y estando ahí sola sentía que se me iba el color de la cara por la pena y la impotencia de no poder contestar nada.
-Si se te mira la carita de niña hambrienta –me dijo al oído disimuladamente, aprovechando que nadie lo escuchaba por el ruido en la mesa-. Pero yo creo que con mi pedazo de carne sí te lleno todita.
Me congelé de pies a cabeza; sentí una mezcla entre nervios y miedo y debo de haberme puesto pálida. Incluso las mejillas me temblaban, y cualquier hambre que tenía desapareció inmediatamente.
-Oye, y hablando de salchichas y pedazos de carne –continuó mi tío-, ¿y el tuyo dónde está? No me digas que con esa carita de princesa tienes algo colgando ahí abajo. ¿Tan chiquito lo tienes que preferiste hacerte niña?
No soporté más y me puse de pie inmediatamente, lanzando mi silla hacia atrás, pero justo cuando me giré mi tío tomó la parte baja de mi vestido y lo levantó, dejando al descubierto mi culo, sólo con el cachetero puesto, a la vista de todos.
Como dije antes, la mitad inferior de mi cuerpo ya era muy femenina desde antes de mi cambio, y después de pasar un tiempo con mi nueva identidad, luego de muchas dietas y ejercicios, mis piernas estaban muy bien torneadas, y mi culo redondo, firme y grande sobresalía de forma sensual enmarcado con mis caderas anchas y mi cintura algo angosta. Ya era muy tarde cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, y al girar mi cabeza de nuevo no pude moverme por un momento; las risas se fueron acabando poco a poco, y aunque algunos apartaron la mirada, la mayoría veían mi culo directamente, embobados y con ojos llenos de perversión. Sentía que me moría estando así de expuesta en frente de amigos y familia, todos borrachos y mirándome con lujuria, y como pude me recuperé y me fui casi corriendo, azotando la puerta detrás de mí y subiendo inmediatamente a mi cuarto.
Cerré la puerta con candado, me arranqué el vestido y me puse un pijama y un suéter, me metí debajo de mis cobijas y me quedé un buen rato ahí, temblando y llorando de rabia, miedo e impotencia, sintiéndome humilladísima, hasta que me cansé y me quedé dormida, todavía escuchando pláticas, gritos y música afuera siendo ya casi media noche.
No supe el momento exacto en que me dormí, pero desperté muy acalorada, con mi ropa pesada y debajo de mis cobijas. Lancé la cobija al suelo y vi el reloj en mi pared, que marcaba ya las 3am. Me asomé hacia afuera por mi ventana y vi que ya no había gente abajo ni carros estacionados en la calle, y sentí una calma interna sabiendo que ya se habían ido todos. Me quedé un rato sentada en mi cama, calmándome, y cuando me sentí mejor me quité la ropa, quedando solo con mi cachetero y mi corpiño puestos, dándome cuenta de que estaba sudadísima y de que tenía mucha hambre; no había alcanzado a cenar bien cuando me escapé de la mesa unas horas antes.
Tomé aire y me puse de pie, buscando mi llave para ir abajo; quería tomar algo y ver si encontraba algo ligero para comer, al menos para calmar el hambre y seguir durmiendo. Bajé las escaleras con cuidado para no hacer ruido y no despertar a mi papá, pasé por la sala y entré a la cocina. Justo cuando iba a abrir el refrigerador escuché una voz detrás de mí que me puso fría.
-Hola sobrinita –me dijo mi tío desde la entrada de la cocina, y antes de terminar de girarme para verlo escuché el clic de la puerta cerrándose.
Quería correr o gritar, pero esa puerta era la única salida y cuando quise hablar, mi voz se atoró en mi garganta y no salió ningún sonido. Me puse a temblar y me quedé parada, viéndolo mientras se acercaba a mí.
-¿Por qué me dejaste solito afuera? No aguantas ni una bromita. Fíjate, me tuve que quedar aquí a dormir, para ver si alcanzaba a disculparme contigo.
Otra vez intenté abrir la boca, pero ni siquiera eso pude hacer.
-O bueno, no, te miento. No todo era broma. No sé cómo le hizo tu mamá para parirte así, pero estás más guapa que mis hijas –me dijo, agachándose un poco y tomando mi mentón con una mano, viéndome directo a los ojos-. Ya ni te dejé cenar bien, ¿verdad? Ven, agáchate para que comas.
Me tomó de los hombros y comenzó a empujarme hacia abajo, de forma lenta pero firme, y aunque intenté resistirme estaba muy débil y terminé cayendo de rodillas al suelo. Mi cara quedó justamente en frente de la parte frontal de su pantalón, y vi sin moverme cómo se quitaba el cinturón, bajaba su cierre y sus bóxers un poco y sacaba, así sin más, una verga tres veces más larga y gruesa que la mía, con una cabeza gorda y venas grandes a lo largo del tronco. Me tomó de la cara con una mano, haciéndome mirarlo hacia arriba, y con la otra tomó su palo y me lo comenzó a frotar por la cara y los labios. Sentí o creí sentir asco por un segundo, pero pronto me di cuenta de que el olor fuerte de su cosa y lo caliente que se sentía en mi piel no me causaba ninguna sensación desagradable o mala.
-Yo sé que esto es lo que quieres, putita –me dijo, poniendo la punta directamente en mis labios y comenzando a empujar un poco-. Para esto te arreglas tanto, para esto te hiciste niña, quieres que un hombre de verdad te ponga de rodillas y te haga esto.
Siguió empujando, y no sé si yo abrí la boca o él la empujó hasta adentro, pero tras unos segundos ya tenía la boca bien abierta, con la mitad de su verga adentro. Sólo sentir su tronco grueso adentro me estaba empezando a poner la mente en blanco, sentir la línea de la base de su glande sobre mi lengua, y por instinto comencé a succionar despacito y a mover mi lengua alrededor, mirándolo con sumisión y miedo directo a los ojos.
-¿Ves que sí, mariconsita? –me dijo mirándome con una desesperación extraña, una mezcla de excitación, asco, rabia y burla.
Comenzó a dar unos pasos hacia atrás, empujando despacio mi cara para sacarme su verga de la boca, y no me pude contener; me puse firme y tomé sus piernas con mis manos para empujarme hacia adelante, metiendo su verga incluso más en mi boquita.
Sentí su mano golpear de repente mi mejilla; una sonora cachetada que me puso la vista en blanco a la cual le siguió una idéntica y luego una tercera. Sentía mi mejilla palpitar de ardor y dolor, pero hice todo lo que podía por mantener su vergota en mi boquita y seguir lamiéndola y chupándola. Mientras el dolor iba desapareciendo y mis oídos dejaban de vibrar, comencé a escucharlo de nuevo, pero ahora caí en cuenta de que se estaba burlando de mí.
-Ni a golpes quieres soltar la verga, perrita –me dijo, dándome una última cachetada aún más fuerte que me dejó aturdida, pero lo que decía era verdad; no podía resistirme a ese instinto, y no quería. Necesitaba sentirla adentro de mi boca, sentir ese sabor saladito recorrer mi lengua; sentía un calorcito delicioso recorrer mi frente, mi pecho, mis piernas sólo de saber que estaba así, de rodillas, siendo maltratada y humillada de esa forma.
No supe por cuánto tiempo me estuve comiendo su verga y apenas podía escuchar sus insultos: mariconsita, perrita, putita, niñita, pendejita, todas las cosas que se le ocurrieron; yo sólo asentía, como si quisiera gritar sí, sí lo soy, soy todo eso y más, pero no podía pronunciar ni una palabra por el monstruo que tenía metido hasta la garganta. Sólo sé que llegó un punto donde me tenía tomada muy firme de la cabeza con ambas manos, metiendo y sacando su verga de mi boquita, tocando hasta mi garganta y yo recibiéndola con gusto y sin quejarme ni un poco, a pesar de lo difícil que era respirar así, tanto que me estaba mareando. Finalmente sentí la punta de su verga tocar la parte de atrás de mi garganta y sus bolas chocar con mi barbilla, y sin pensar subí una mano para acariciarlas, sintiendo en recompensa una caricia en mi cabello y un gemido grave y profundo de su parte.
-Ay, perrita, ay putita, qué boca tan rica tienes –dijo, comenzando a perder fuerza en sus piernas, causando una sensación cálida que me derretía al halagarme así. Entonces sentí una excitación terrible llenarme al saber exactamente lo que estaba a punto de pasar.
Sentí uno, dos, tres, cuatro, cinco chorros de abundante y caliente semen llenar mi boca poco a poco; el sabor era algo delicioso, cálido y saladito y un poco dulce, no había comparación con el sabor que había llegado a sentir al lamer la vagina de alguna chica; tenía una esencia y aroma súper fuertes que me inundaban todos los sentidos y no podía pensar en nada más. Intentaba como desesperada tragarlo todo, sintiendo mi boquita llenarse de nuevo al instante con cada nueva descarga que salía de su verga, lamiendo como loquita su glande y jugando con su frenillo para hacerlo disfrutar más. Al final las palpitaciones de su verga se redujeron poco a poco, y sólo quedó un hilito de semen espeso escurriendo por la comisura de mis labios que sorbí rápidamente para no perder ni un poco de esa lechita tan deliciosa.
Me atreví a mirarlo a la cara de nuevo, poniendo una sonrisita tímida en mis labios, una sonrisita de satisfacción y de placer, buscando aprobación, buscando que me volviera a decir que mi boca era muy rica, y recibí otra cachetada fuerte en mi mejilla izquierda. Me tomó del cuello con una mano y me jaló hacia arriba, obligándome a ponerme de pie; frente a frente yo le llegaba más o menos a la altura de los hombros.
-¿Te lo tomaste todo? –me preguntó, y rápidamente asentí de nuevo, soltando una sonrisita que reprimí rápidamente para cumplir su siguiente orden-. Enséñame.
Obediente, abrí mi boca y saqué mi lengua; debo de haberme visto súper erótica, jadeando, gimiendo levemente y, me di cuenta en el momento, babeando, salivando mucho por la lechita tan deliciosa que me acababa de tomar. Y supongo que tan erótica y linda me veía que lo hice perder aún más el control: pronto se abalanzó sobre mi boca y comenzó a besarme desesperadamente, chupando mi lengua y mordiendo mis labios, y apretando mis nalgas con sus manos. Me sentía super pequeña así en frente de él, siendo manoseada de forma tan firme y fuerte, sintiendo todo el calor de su cuerpo envolviéndome, su lengua explorando el interior de mi boca, mi pantaleta metida en medio de mis nalgas mientras él me las tocaba y apretaba y me daba nalgadas fuertes que me hacían soltar gemidos involuntariamente.
-¿Cuántas veces te han cogido putita? –me dijo jadeando, respirando muy acelerado, como si estuviera muy molesto- ¿cuántas veces te han violado este culito?
-Nunca –contesté como pude, entre sus besos-. Nunca tío.
-Eres una puta mentirosa –me dijo, tomándome del cuello y besándome con más fuerza-. Para eso te hiciste niña, para que te cogieran, no te creo.
-Sí tío, eso quiero –le dije con voz débil, hablando con mucha dificultad por sus dedos cerrados alrededor de mi cuello-. Pero nadie me lo ha hecho todavía. Se lo juro. Sigo siendo virgen.
Me miró por unos segundos de arriba abajo, como dudando, pero no rompí contacto visual con él y pude notar que creyó mis palabras. Y era verdad; fuera de mis propios juegos y masturbaciones, ni siquiera había besado a un hombre todavía, mucho menos tenido sexo con alguien.
Bajó su mirada de nuevo y vio directamente mi verga, un bultito duro adentro de mis pantaletas, y luego me miró a mí de nuevo.
-Sácala –me dijo con voz autoritaria.
Obediente, metí mis pulgares en los lados de mi ropa interior y la deslicé hacia abajo. Estaba completamente depilada, sin ningún vello a la vista. Mi verguita saltó, apuntando hacia arriba, buen durita y con la cabecita algo húmeda y medio cubierta con mi prepucio. Mi tío la miró fijamente, soltó una risa burlona y antes de que pudiera reaccionar me la apretó con una mano, y tomó una mano mía para ponerla alrededor de la suya.
-Esta es una verga de verdad, de hombre –me dijo, moviendo mi mano pequeña a la que le faltaban uno o dos centímetros para rodear completamente su paquete tan enorme-. Esto no. Esto da risa. Con esto no puedes cogerte a una mujer, das risa –me dijo, apretando más fuerte mi verguita, cubriéndola completamente con todo y mis bolas con su grande y pesada mano-. Esto es una verga de niña.
-Sí tío –le dije, entre gemidos, comenzando a masturbarlo despacito con la mano que tenía alrededor de su verga-. Soy una niña.
Soltó mi verguita para darme otra cachetada, pero esta vez fue un poco menos fuerte. De todos modos me dolió y sentí mi mejilla enrojecerse, pero no dejé de masturbarlo a pesar del golpe y lo miré a los ojos, sonriendo.
-¿Me vas a coger como a tus mujeres, tío? –le pregunté, casi sorprendida conmigo misma por lo zorra que sonó mi voz.
Me miró por un momento, algo sorprendido también, y una sonrisa perversa se dibujó en sus labios. Estaba excitadísimo, era obvio por el tamaño y la dureza que tenía su arma a pesar de que acababa de venirse en mi boquita, pero también notaba cierto odio y rencor en su expresión y su forma de hablar y mirarme.
-Eres una puta. Hija de puta, estás más guapa que todas tus primas –me dijo, viendo como poseído mis labios, mis ojos, mi nariz, mis mejillas, mi cabello-. Hija de puta –dijo de nuevo, echándole algunas miradas a mi vientre y mi verguita, y luego comenzó a besarme otra vez.
-Tío, nos va a ver alguien –le dije entre el besuqueo que me estaba poniendo-. Si mi mamá despierta nos va a encontrar aquí.
Me miró fijamente y me dio un manazo fuerte en mi verguita, que a pesar del golpe sólo tuvo un pequeño espasmo de placer, y me tomó del cabello, desde atrás de mi cabeza, plantándome un beso más.
-Ya sé que no quieres perder la oportunidad, putita –me dijo, mordiendo mis labios, y con rapidez subió su bóxer, abrochó su pantalón y apenas tuve tiempo te tomar mi propia ropa interior cuando comenzó a caminar arrastrándome del cabello detrás de él.
No puedo ni siquiera comenzar a describir lo excitada que me sentía en ese momento. Cuando todavía creía ser hombre siempre me había incomodado y molestado mucho tener que ser el dominante a la hora del sexo, tener que besar a una mujer, ponerme encima de ella, hacer yo el trabajo incluso si ella era un poco más activa de lo normal. El rol dominante simplemente no se me daba y siempre me sentí torpe y ridícula intentando tomarlo, y sentirme así ahora, completamente bajo el control de un hombre, siendo arrastrada del cabello mientras me llevaba a mi cuarto sabiendo perfectamente que me iba a coger ahí tanto como quisiera, me tenía acelerada y con toda la carita caliente de excitación.
Entramos a mi cuarto y mi tío sólo me soltó unos instantes para cerrar la puerta con candado, y se abalanzó sobre mí de nuevo, tirándome boca arriba sobre mi cama y besuqueándome toda ahí, besando mis labios, mis mejillas, mi mentón, mi cuello, mis hombros, lamiendo y mordiendo por todos lados a su antojo. Era sofocante sentir todo su calor corporal alrededor de mí, y me excitaba demasiado mirar hacia abajo y ver mi verguita frotándose contra su verga grandota y gruesa. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho al imaginarme que toda esa carne iba a estar dentro de mí muy pronto, al imaginarme que alguien me iba a quitar mi virginidad anal al fin. Y ese momento no tardó mucho en llegar.
-Ponte en cuatro –me dijo mi tío, quitándose de encima de mí y quitándose toda la ropa, y me sentí a mí misma completamente resignada a que esta era mi vida a partir de ahora.
Me di la vuelta e hice lo que me pidió, sosteniéndome con mis rodillas y mis codos, arqueando mi espalda y saltando mi culo como tantas veces había visto a las chicas hacerlo en el porno y como tantas veces había practicado sola en mi casa, fantaseando con el momento que estaba viviendo ahora mismo, y casi casi sentí la testosterona salir de mi cuerpo sentí las manos de mi tío tomar con firmeza mi cintura, y mucho más cuando sentí la cálida y húmeda cabeza de su verga tocar mi culito cerrado.
-Puta madre –exclamó con desesperación, dándome una nalgada-. Tienes mejor culo que mi esposa cuando era joven. Ahora sí vas a saber en qué te metiste, pendejita.
Es muy difícil describir con palabras la sensación que me llenó después de eso, la sensación que tantas chicas seguro sienten cada que alguien se las coge. Esperaba que me doliera mucho, ya que ese es el consenso universal sobre el sexo anal, pero supongo que tanta masturbación anal me había acostumbrado suficiente a estar estirada por dentro. Sólo sentí un ardor muy leve dentro de mi culito a medida que su verga me abría más y más, haciéndome sentir súper llena por dentro; era una sensación algo rara, no incómoda pero nueva, ya que lo más grande que había tenido dentro eran plumones y dedos, y la vergota de mi tío era mucho más grande que cualquiera de esas cosas. Pero dos cosas sobresaltaban entre todo; lo caliente, tan tan caliente que me sentía por dentro, y un cosquilleo muy adentro de mi culito que me hacía sentir como si estuviera teniendo un orgasmo constante, un cosquilleo en un punto dentro de mí que nunca había alcanzado con dedos ni plumones ni nada.
-Ay, perrita –suspiró mi tío, y casi podía escuchar cómo perdía el aliento-. Ay, mi putita, qué apretadita estás, qué rica mi niña, qué rico culito tienes…
Sus palabras me hacían sentir que perdía el control todavía más. Me la estaba metiendo poco a poco y me asusté un poco al sentir que no terminaba, que seguía entrando más y más, que me seguía abriendo, y un poco de pánico comenzó a entrar en mí al darme cuenta de que ya no había vuelta atrás; me estaban cogiendo, estaba siendo penetrada y dominada por un hombre más grande, más fuerte y con la verga más grande que yo, me estaban cogiendo y aunque quisiera arrepentirme e intentar detenerlo no tenía manera de defenderme, sólo podía dejar que me cogiera con mi consentimiento o que me violara. Cualquier oportunidad de regresar a como era antes, de volver a ser hombre, cualquier posibilidad de recuperar mi hombría estaba desapareciendo por completo con cada centímetro de su vergota dura y caliente que entraba en mí. Pero en ese momento lo sentí inclinarse hacia adelante y poner su cuerpo encima de mí, tomándome del cuello con una mano y besando mis hombros y mi cuello desde atrás, y todas mis dudas y miedos dejaron de importarme cuando sentí su pelvis chocar contra mi culo, indicando que ya me la tenía completa adentro, y más aún cuando comenzó a moverse.
No sé por cuánto tiempo me estuvo cogiendo así, con todas sus fuerzas, con una violencia con la que quizá nunca se había cogido a nadie más. Yo era un revoltijo de sensaciones: la satisfacción de al fin cumplir mi fantasía de que me cogiera un hombre, el placer casi eléctrico que me causaba con cada embestida que le daba a mi culito, la ensalada de sensaciones físicas de calor, de ser abierta por dentro, sus mordidas en mi cuello y hombros, sus besos, sus nalgadas, la fuerza con que sostenía mi cintura, la falta de aire cuando me tomaba del cuello, el dolor cuando me jalaba el cabello…
Pero principalmente era la rabia y la vergüenza lo que más llenaba. En el fondo odiaba la situación en la que estaba; odiaba estar siendo sometida así, odiaba estar siendo cogida con tanta fuerza y lujuria por mi tío, por un hombre tan asqueroso y odioso como él, por un hombre que se la pasaba humillándome y burlándose de mí por ser quien era, una persona tan machista y prepotente. Odiaba que se la hubiera pasado toda la tarde y noche insultándome y burlándose de mí y se hubiera quedado en mi casa con el puro objetivo de acosarme, de violarme si era necesario, de poseer mi cuerpo que yo cuidaba tanto simplemente porque se le antojaba hacerlo y porque podía, porque era más grande y más fuerte y yo no podía defenderme. Odiaba con todas mis fuerzas que un hombre tan horrible tuviera una verga así de enorme, de dura, de caliente, odiaba que me estuviera cogiendo tan rico y que me gustara tanto, y que seguramente con esa verga había vuelto adictas a muchas mujeres y todas lo buscaban para que las cogiera más y más a pesar de su forma de ser tan horrible y asquerosa.
Pero lo que más odiaba era mi propia sumisión, que no me estaba defendiendo ni intentando detenerlo mientras penetraba mi culito una y otra vez, mientras usaba mi cuerpo como si fuera una muñeca para darse placer. Que a pesar de todo lo que hizo, a pesar de lo que yo sé que él es, no me resistí ni un poco a sus avances y a la primera acepté toda su verga en mi boca, a la primera se la chupé y acaricié sus huevos y dejé que me la metiera hasta la garganta y me tragué todo su semen mientras me decía que era una perrita y una putita, a la primera lo obedecí y me puse en cuatro para que pudiera meterme la verga por detrás tanto como le diera la gana. Odiaba haberle dado la razón y odiaba la humillación de haberle dado lo que quería, pero al mismo tiempo esa rabia y ese coraje y esa humillación me excitaban aún más al sentirme así, tan usada, tan pendeja y putita como él decía, tan sumisa y entregada ante un hombre así como él.
-Quiero verte la cara, putita.
No supe cuánto tiempo había pasado, pero mi cabeza volvió a la realidad para cumplir inmediatamente su orden, como la pendejita sumisa en que me había convertido; sentí el aire salir de mi pecho cuando me sacó de golpe su vergota de adentro, dejándome muy abierta y exhausta tirada boca abajo en la cama, pero yo misma me apresuré a girarme, quedando acostada boca arriba, alzando por instinto mis rodillas hasta los lados de mi cara y sosteniéndolas ahí con mis manos para dejarlo cogerme en posición de misionero.
-Ay, tío –gemí al fin cuando sentí su verga entrar otra vez, sintiendo cómo desde esa posición frotaba aún más el punto exacto donde me hacía sentir más placer todavía-. Siento que voy a terminar, voy a…
No pude terminar de hablar, pero vi cómo su rostro se iluminó como si hubiera tenido una idea nueva; una que no tardé mucho en descubrir. En esa misma posición tomó mi cintura con sus manos y me alzó, poniéndose él mismo un poco de pie, de modo que mi cabeza estaba en la cama pero mi culo al aire, y él estaba casi de pie, sosteniéndome así y cogiéndome todavía.
-Dime cuando vayas a terminar –me ordenó, y comenzó a cogerme más fuerte aún antes de que pudiera preguntar por qué.
En ese momento ya llevaba demasiado tiempo aguantándome las ganas de terminar; como dije, cada embestida suya la sentía como un mini orgasmo, pero estaba llegando un punto en el que ya no podía aguantar mucho más. Me di cuenta de que me había estado conteniendo porque una parte de mí sentía que sería llegar a un extremo de humillación el terminar así, sin tocar mi verga, sólo siendo penetrada una y otra vez; era algo que ya había visto muchas veces en videos porno, pero no pensé que me pudiera pasar a mí, mucho menos en mi primera vez. Pero a mi cuerpo no le importaba lo que yo pensara, y cuando sentí que estaba a punto de eyacular, se lo dije como me pidió.
-Ya, ya, ya –gemí como desesperada-. ¿Qué…?
No pude terminar mi pregunta. Justo en el primer “ya”, mi tío rápidamente tomó mi verguita dura con una mano y la apuntó directo a mi propia cara, haciendo que todo mi semen me cayera encima, cubriendo mis mejillas, nariz y chorreando a mis labios. Era demasiado lo que estaba soltando; no era tanto como el que él había soltado dentro de mi boca, claro, pero era muchísimo y muy espeso comparado con lo que eyaculaba normalmente.
-Abre la boca –me ordenó-, trágatelo todo.
Inclinó más mi cuerpo con el peso del suyo, acercando un poco más mi verguita a mi boca, y por instinto y miedo lo obedecí al instante, abriendo mi boca y sacando mi lengua para recibir el resto de mi propio semen ahí. De verdad me sorprendía la cantidad y lo espeso de mi propia lechita. En ese momento terminé de convencerme de que ya no había vuelta atrás; jamás podría volver a funcionar como un hombre después de haber vivido un placer así, después de saber lo delicioso que se sentía entregarme a un hombre que me sometiera, que me dominara, que me cogiera tanto como se le antojara, que me golpeara y me humillara y me obligara a tragarme mi propio semen.
Me sentí estúpida por haber desperdiciado tanto semen en servilletas o en la regadera; estaba riquísimo, delicioso. No tenía el sabor fuerte de hombre, de macho que tenía la leche espesa y caliente de mi tío, y no me causaba la misma sensación de sumisión de tomarme el suyo, pero de todos modos era muy espeso y tenía un sabor rico, entre dulcito y salado, y sentía que era demasiado erótico, demasiado femenino, patético y de mariconsita estarme bebiendo mi propio semen tan gustosa.
Normalmente después de tener un orgasmo me llenaba esa pena tan conocida, esa sensación de ya no querer más, pero sentir el sabor de mi semen en mi boca, sentir un poco todavía sobre mi cara y mis labios y tener a mi tío tan excitado cogiéndome todavía, tocando todos mis puntos de placer con su verga, me mantuvieron excitada por un muy buen tiempo más, todo el que mi tío necesitó para terminar él.
Volvió a dejarme caer sobre la cama, tomando una posición de misionero más cómoda, me apretó el cuello con una mano y comenzó a darme cachetadas con la otra, inhalando y exhalando muy rápido, como desesperado, hasta que volví a escuchar el mismo gemido grave y profundo que soltó cuando terminó en mi boca.
-Te voy a llenar –dijo, jadeando-, te voy a llenar perrita…
Me apenaba mucho lo fuerte que estaba gimiendo al sentirlo terminar, lo femenina que sonaba mi voz, pero no me contuve porque se notaba cuánto lo excitaba escucharme así. Me metió su verga por completo, hasta adentro, y sentí cada espasmo, cada chorro inundándome por dentro, llenando todo mi culito de leche muy caliente, como si estuviera marcando su territorio así. Cayó rendido sobre mí, quedándose acostado sobre mi cuerpo unos minutos, dificultando mi respiración; de verdad estaba jadeando y gimiendo mucho, ya sin aire y sin energías, exhausta, y con cada gemido mi voz sonaba como si de verdad fuera una perrita asustada.
Finalmente se levantó, sacando su verga ya menos dura de mí (pero todavía muy grande incluso así, flácida) y comenzó a vestirse mientras yo intentaba volver a respirar bien.
-Nadie se va a enterar de esto, ¿está claro? –me dijo después de unos minutos, ya vestido, tomándome del cuello y cortando mi respiración otra vez.
-Sí, sí, nadie –me apresuré a contestar como pude, en voz entrecortada, y cuando intenté sonreírle con complicidad sentí una cachetada muy fuerte que desconectó mi mente por unos segundos.
-Eres una puta –continuó, dándome ahora un golpe directo en el mentón, haciendo que me mordiera el labio por dentro yo misma-. Me das asco. Tu papá no supo educarte, por eso terminaste así, pero tú ya habías nacido puta –me dijo, y comencé a sentir sangre saliendo de donde me mordí, un sabor metálico en mi boca y un hilito escurriendo por mis labios y mi mentón-. Sólo sirves para que te cojan. Para eso naciste –repitió, con su cara muy cerca de la mía, y de verdad comencé a sentir miedo-. Pero nadie te va a coger tan bien como yo, ¿está claro? Voy a venir y te voy a coger cuando te me antojes.
Me empujó hacia la cama, todavía sosteniendo mi cuello, y apretó mi cara contra la almohada, lastimándome de la garganta.
-Este culo va a ser mío cuando yo lo quiera –me dijo, dándome nalgadas muy fuertes que me hacían querer gritar de dolor, pero mi boca estaba cubierta con la almohada. Me daba miedo de verdad sentir mi cuerpo tan delicado, tan ligero y delgadito siendo maltratado así, tanto que comencé a llorar, pero mi verguita poniéndose dura de nuevo me confirmó lo masoquista que me estaba volviendo-. No me importa cuántos te cojan, tú vas a ser mía cuando yo quiera.
Finalmente me soltó, pero se detuvo un poco antes de salir de mi cuarto al ver mis lágrimas y mi verguita dura.
-Ah, mira, llorando de miedo –me dijo, burlón, acariciando mi carita-. Como niñita asustada. Así me gusta. Llora así la próxima vez si quieres que te viole más fuerte.
Me dio una última cachetada y al fin se fue, cerrando la puerta, dejándome exhausta y sin aliento, asustada y excitada por esa última ronda de cachetadas y maltratos, y a pesar del cansancio no pude evitar masturbarme de nuevo, jalando mi verguita con desesperación hasta que eyaculé al fin, soltando toda mi lechita sobre mi mano para poder llevarla a mi boca y tomármela toda.
Estaba sucia, sudada, con mi culito todavía algo abierto por el tiempo que tuve su vergota adentro y con su semen comenzando a salir, con mi propio semen comenzando a secarse sobre mi carita, pero como pude me paré con las piernas temblorosas, tropezándome dos veces antes de llegar a la puerta para ponerle candado y al fin regresé a mi cama y me quedé dormida así, lastimada, adolorida, casi muerta de cansancio pero satisfecha totalmente, bien cogidita, y me quedé dormida en unos minutos pensando en la vida en la que me acababa de meter, en que esta era apenas la primera vez de todas las que me iban a coger así o más fuerte, en que de verdad me había convertido en una niña, y encima en una puta, en una que jamás iba a sentirse satisfecha con sexo normal, con sexo lento y bonito, porque mi propio tío me había enseñado el placer incomparable de ser maltratada, humillada y usada como el objeto sexual que era.
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