Por aquel entonces llevábamos varios años de novios. Ella era más grande que yo. Nos conocimos por un azar del destino que quiso, justamente, que nos conociéramos. Era la hermana de un amigo mío.
En el imaginario siempre supimos de su belleza, aunque yo no la conocía. Mi amigo también era más grande que yo. Precisamente el día que la conocí no me impactó tanto su belleza. Me dio la impresión de ser una mujer normal, ni linda ni fea. Probablemente la expectativa que me había generado, sumado a lo sorpresivo de mi visita, un favor que mi amigo me había pedido, de alcanzarle unas llaves, que la habrá encontrado en quehaceres cotidianos de su casa, lo cual hizo que justamente yo me mostrara tranquilo. Por ahí eso fue lo que a ella le llamó la atención de mí. Luego de unas conversaciones por fin nos vimos y ahí pude conocer todo el resplandor de su encanto. Por aquel entonces ella debía tener alrededor de treinta años, y un cuerpo bestial, que disimulaba bastante bien porque solía usar ropa holgada, sobre todo los jeans, que de tan holgados permitían que los bordes de sus tangas (nunca usó otra cosa) asomaran y quedaran a la vista de quien quisiera observar. Los primeros años de nuestra relación, sexualmente hablando, fueron intensos. Hasta entonces yo no había podido desarrollarme sexualmente y con ella descubrí los placeres del encuentro de los cuerpos que se atraen. Tampoco durante esa época sentí celos. Me sentía muy seguro con ella. La notaba feliz y satisfecha a mi lado, de igual modo que me sentía yo con respecto a ella. Su nombre era Ivana.
Pasado un tiempo largo de nuestra relación, en la meseta en la que se hunden casi todas las relaciones de los tiempos actuales, tuvimos los primeros encontronazos debido, a mi entender, a nuestra diferencia de edad, que implicaba no tener o compartir la misma visión de la vida. Yo estudiaba y trabajaba a más no poder y mi único anhelo era conformarla. Ella trabajaba y gracias a su sueldo podíamos mantenernos. De a poco y solapadamente, en nuestras discusiones ella hacía referencia a mi inutilidad, sobre todo con las cosas de la casa (nunca fui muy ducho en cuestión de manualidades), como también los temas vinculados con el dinero. Fue por ahí que nuestras relaciones sexuales también empezaron a cambiar. Alegando diversos motivos, ella ponía trabas a la hora de cojer, y sólo lo hacíamos cuando ella quería.
Generalmente los fines de semana, luego de fumarnos un porro y mientras mirábamos una serie me preguntaba "¿querés coger?", y yo, por supuesto, esperando todos los días de la semana su misma pregunta, le respondía que sí. "Bueno, apurate que se me van las ganas", me decía.
Todo empezaba como siempre con un beso. Vivíamos en un loft y mirábamos las series en la planta baja.
Un día, que pudo haber sido cualquier otro, y en la inocencia que da pensar que podemos controlar las fantasías le pregunté, más bien le sugerí, la posibilidad de que estuviera con otro tipo. "¿Te gustaría coger con otro?", le dije mientras nos bañábamos juntos y comenzábamos a tocarnos.
Al principio le divirtió mi propuesta, y me contestó "¿a vos te gustaría?", a lo cual le respondí que sí. Ya desde hacía un tiempo había comenzado a sopesar esa posibilidad pero no me atrevía a confesárselo.
Los fines de semana que ella no tenía intención de tener relaciones, y directamente no me preguntaba nada, cuando estábamos por dormirnos, ella entangada con su cola perfecta me pedía que le hiciera cucharita. Siempre quería dormir así, sobre todo en invierno. Y yo la apoyaba como para generarle las ganas y ella como si nada. Cuando intentaba ir un poco más allá me frenaba en seco "no quiero", me decía. Y yo entonces quedaba con la pija parada guardada en el calzoncillo. Además, durante la semana prefería no pajearme para estar mejor preparado para cuando ella tuviera ganas.
Un día no aguanté más y bajé a la planta baja con el propósito de hacerme la paja. Mientras buceaba por los navegadores porno, descubrí la fantasía que a mí hacía tanto tiempo me daba vueltas por la cabeza. Una mujer que cogía con un hombre mientras su marido los miraba. Probablemente ver que esa fantasía no me pertenecía me animó a ir un poco más allá.
Luego de esa primera vez, donde conversamos respecto a esa posibilidad y ella se había mostrado entusiasmada, las siguientes, por el contrario, se enojó. Me dijo que no la divertía pensar en eso y punto. Aun así, yo notaba algo raro. Mientras cogíamos, luego de los juegos sexuales que nos mantenían a ambos encendidos, yo sentía que a ella la abandonaba el placer.
-¿Qué te pasa? -preguntaba yo.
-Nada Andrés -me decía ella.
-Dale, ¿qué te pasa? -insistía yo.
-Nada, me aburro.
-¿Te aburriste de mi pija?
Tras unos instantes en silencio me contestaba:
-Sí.
-¿Y qué vas a hacer?
-Nada.
-¿Como nada?
Ya fastidiosa me contestaba:
-Me voy a buscar otra pija.
-Ah, ¿sí? -preguntaba yo retóricamente.
-Sí.
Ya por entonces habíamos detenido la penetración y yo me pajeaba mirándola. Sus tetas grandes, su boca rugosa y sus dientes apenas separados. Sus ojos cerrados y su mano que suavemente comenzaba a deslizarse desde el cuello hasta por debajo de la tanga, que nunca se sacaba. Me gusta así, me decía. Comenzaba por masturbarse despacio. Yo miraba como sus dedos acariciaban su concha hermosa, que mis dedos ya no lograban humedecer. Veía como de repente se anchaba, se abría, jugosa y expectante.
-¿Y qué pija te vas a buscar? -le preguntaba yo completamente extasiado, lo suficientemente distanciado para dejarle su propio lugar.
-No sé, ya voy a pensar en algo.
Yo sabía que en algo ya estaba pensando porque sus ojos no se abrían y mis palabras le llegaban como un eco lejano. Esa concha ya tenía destino.
En el imaginario siempre supimos de su belleza, aunque yo no la conocía. Mi amigo también era más grande que yo. Precisamente el día que la conocí no me impactó tanto su belleza. Me dio la impresión de ser una mujer normal, ni linda ni fea. Probablemente la expectativa que me había generado, sumado a lo sorpresivo de mi visita, un favor que mi amigo me había pedido, de alcanzarle unas llaves, que la habrá encontrado en quehaceres cotidianos de su casa, lo cual hizo que justamente yo me mostrara tranquilo. Por ahí eso fue lo que a ella le llamó la atención de mí. Luego de unas conversaciones por fin nos vimos y ahí pude conocer todo el resplandor de su encanto. Por aquel entonces ella debía tener alrededor de treinta años, y un cuerpo bestial, que disimulaba bastante bien porque solía usar ropa holgada, sobre todo los jeans, que de tan holgados permitían que los bordes de sus tangas (nunca usó otra cosa) asomaran y quedaran a la vista de quien quisiera observar. Los primeros años de nuestra relación, sexualmente hablando, fueron intensos. Hasta entonces yo no había podido desarrollarme sexualmente y con ella descubrí los placeres del encuentro de los cuerpos que se atraen. Tampoco durante esa época sentí celos. Me sentía muy seguro con ella. La notaba feliz y satisfecha a mi lado, de igual modo que me sentía yo con respecto a ella. Su nombre era Ivana.
Pasado un tiempo largo de nuestra relación, en la meseta en la que se hunden casi todas las relaciones de los tiempos actuales, tuvimos los primeros encontronazos debido, a mi entender, a nuestra diferencia de edad, que implicaba no tener o compartir la misma visión de la vida. Yo estudiaba y trabajaba a más no poder y mi único anhelo era conformarla. Ella trabajaba y gracias a su sueldo podíamos mantenernos. De a poco y solapadamente, en nuestras discusiones ella hacía referencia a mi inutilidad, sobre todo con las cosas de la casa (nunca fui muy ducho en cuestión de manualidades), como también los temas vinculados con el dinero. Fue por ahí que nuestras relaciones sexuales también empezaron a cambiar. Alegando diversos motivos, ella ponía trabas a la hora de cojer, y sólo lo hacíamos cuando ella quería.
Generalmente los fines de semana, luego de fumarnos un porro y mientras mirábamos una serie me preguntaba "¿querés coger?", y yo, por supuesto, esperando todos los días de la semana su misma pregunta, le respondía que sí. "Bueno, apurate que se me van las ganas", me decía.
Todo empezaba como siempre con un beso. Vivíamos en un loft y mirábamos las series en la planta baja.
Un día, que pudo haber sido cualquier otro, y en la inocencia que da pensar que podemos controlar las fantasías le pregunté, más bien le sugerí, la posibilidad de que estuviera con otro tipo. "¿Te gustaría coger con otro?", le dije mientras nos bañábamos juntos y comenzábamos a tocarnos.
Al principio le divirtió mi propuesta, y me contestó "¿a vos te gustaría?", a lo cual le respondí que sí. Ya desde hacía un tiempo había comenzado a sopesar esa posibilidad pero no me atrevía a confesárselo.
Los fines de semana que ella no tenía intención de tener relaciones, y directamente no me preguntaba nada, cuando estábamos por dormirnos, ella entangada con su cola perfecta me pedía que le hiciera cucharita. Siempre quería dormir así, sobre todo en invierno. Y yo la apoyaba como para generarle las ganas y ella como si nada. Cuando intentaba ir un poco más allá me frenaba en seco "no quiero", me decía. Y yo entonces quedaba con la pija parada guardada en el calzoncillo. Además, durante la semana prefería no pajearme para estar mejor preparado para cuando ella tuviera ganas.
Un día no aguanté más y bajé a la planta baja con el propósito de hacerme la paja. Mientras buceaba por los navegadores porno, descubrí la fantasía que a mí hacía tanto tiempo me daba vueltas por la cabeza. Una mujer que cogía con un hombre mientras su marido los miraba. Probablemente ver que esa fantasía no me pertenecía me animó a ir un poco más allá.
Luego de esa primera vez, donde conversamos respecto a esa posibilidad y ella se había mostrado entusiasmada, las siguientes, por el contrario, se enojó. Me dijo que no la divertía pensar en eso y punto. Aun así, yo notaba algo raro. Mientras cogíamos, luego de los juegos sexuales que nos mantenían a ambos encendidos, yo sentía que a ella la abandonaba el placer.
-¿Qué te pasa? -preguntaba yo.
-Nada Andrés -me decía ella.
-Dale, ¿qué te pasa? -insistía yo.
-Nada, me aburro.
-¿Te aburriste de mi pija?
Tras unos instantes en silencio me contestaba:
-Sí.
-¿Y qué vas a hacer?
-Nada.
-¿Como nada?
Ya fastidiosa me contestaba:
-Me voy a buscar otra pija.
-Ah, ¿sí? -preguntaba yo retóricamente.
-Sí.
Ya por entonces habíamos detenido la penetración y yo me pajeaba mirándola. Sus tetas grandes, su boca rugosa y sus dientes apenas separados. Sus ojos cerrados y su mano que suavemente comenzaba a deslizarse desde el cuello hasta por debajo de la tanga, que nunca se sacaba. Me gusta así, me decía. Comenzaba por masturbarse despacio. Yo miraba como sus dedos acariciaban su concha hermosa, que mis dedos ya no lograban humedecer. Veía como de repente se anchaba, se abría, jugosa y expectante.
-¿Y qué pija te vas a buscar? -le preguntaba yo completamente extasiado, lo suficientemente distanciado para dejarle su propio lugar.
-No sé, ya voy a pensar en algo.
Yo sabía que en algo ya estaba pensando porque sus ojos no se abrían y mis palabras le llegaban como un eco lejano. Esa concha ya tenía destino.
3 comentarios - El despertar de una fantasía