El vestido de dama de honor era de un rosa pastel, con la falda larga y voluminosa como se usaba décadas pasadas. El estilo iba acorde a la decoración retro que adornaba la ostentosa boda de una compañera de facultad. Se casaba luego de años de relación, yo diría que por fin se casaba.
Me encantó el evento porque también me encanta ese estilo. No pude sino estar más al juego, llevando debajo del vestido unas medias de nylon crema que iban sujetas por un porta ligas de color púrpura de encaje, el mismo color que la tanga que llevaba puesta, aunque no era de la época llevar una fina tela de encaje entre las piernas siempre me ocasiona una ligera excitación, suficiente como para tener un sentimiento de felicidad por toda la noche. Por los pies me coloqué unas botitas cortas, blancas y de tacón alto y fino.
La ceremonia religiosa y la civil concluyeron y luego todos los invitados teníamos que pasar al local donde disfrutaríamos del pequeño agasajo.
Una vez ahí cenamos y luego se pasó a la típica escena del baile ceremonial. Mientras parejas pasaban a la pista del baile no dejaba de pensar en él. En aquel señor se trataba del padre de mi amiga. El padre de la novia.
Rondaba los cincuenta y tantos, era bastante alto, aunque cualquiera es alto comparado con mi metro sesenta, tenía una barriga predominante, pelo corto y una barba tupida pero no tan larga, notablemente arreglada para la ocasión. No era ni atractivo ni joven pero había algo atrayente en él y no me había despegado los ojos de encima.
Cuando llegamos al local dónde se serviría la cena y antes de que empiecen a servirla él se me acercó a hablar, no tardamos en quedar los dos solos.
- Elizabeth - nunca antes me había llamado por ni nombre completo - de verdad hoy estás bastante hermosa.
- Gracias, ¿Su esposa piensa igual? - no pude evitar decirlo, aunque lo lamenté enseguida - usted está muy elegante, nunca lo había visto así.
- Yo nunca supe lo que Amanda piensa - me respondió tras un instante de silencio - pero sé que piensas tú.
- ¿Ah sí? ¿Y qué es lo que yo piens...
El movimiento fue tan rápido que no lo vi venir. Me sujetó con su mano derecha el antebrazo izquierdo y jalando de él me hizo girar, dándole la espalda. No me dejó reaccionar, aún sujetándome del antebrazo me envolvió con el brazo. Nadie pareció darse cuenta, todos estaban inmersos en sus propias conversaciones.
Cuando la consciencia llegó a mí trate de preguntar que diablos pasaba por su cabeza. Pero en ese instante sentí un fuerte apretón. Con la mano libre el señor me apretó las nalgas. Quedé totalmente anonadada, me estaba manoseando.
- Sé que quieres ésto.
No pude responder, estaba clavaba ahí con mis nalgas siendo apretadas por él. Manoseó una y luego la otra y siguió hablando.
- ¿Traes una tanga puesta? Apuesto a que sí.
- S... sí.
- Ve al baño, sé una buena niña, quítatelo y traemelo.
Después de aquel, incidente, fuí al baño de damas y me encerré en uno de los cubículos. Mi corazón latía con tal fuerza que parecía que quisiera salir de mi pecho y huir corriendo, si eso hubiese sido posible no creo que exista duda alguna de que eso hubiera pasado.
Temblaba ante el nerviosismo.
<Me tocó. El señor me tocó las nalgas. Me pidió, no, me ordenó que me quitase la tanga y se la diera. No pude decirle no, soy una débil>
Mis pensamientos me torturaban. ¿Era una débil? O bien aquél señor era mi debilidad. Aparté los pensamientos y levanté mi falda lo suficiente para meter ambas manos. Sujeté la tanga por ambos lados y me los bajé en un solo movimiento. Levanté un pie y el luego el otro, la tanga quedó enredada por el último tacón. Lo destrabé y me lo quité completo. ¿Qué era eso? ¿Acaso la tanga estaba húmeda? No quise meter la mano y descubrirme a mí misma mojada. Me invadió la rabia y escondí la tanga en mi bolso de mano que traía colgada de la muñeca. Salí del baño, pero no fuí junto al señor, convencida de dominar mi comportamiento. No iba a ser el juguete de nadie, menos del papá de mi novia. Así que fuí a mi lugar. Cené y conversé como si no estuviera desnuda bajo el vestido, como si fuera que no sentía el calor creciente al caminar y sentir mis labios libres y mis muslos rozar, como si fuera que no sentía la humedad bajando en gotas por mis piernas.
Escapé de él todo ese tiempo, lo miré un par de veces y por más que hubiera deseado ir a darle el pedido no iba a poder hacerlo porque él estaba hablando con los invitados sin que su señora esposa se despegase de su brazo.
Por poco olvidé todo eso, todos estaban bailando, al menos no los que estaban ya ebrios, la fiesta estaba durando un buen tiempo y algunos estaban retirándose. No me gusta demasiado bailar, pero lo hice de todas formas con la pareja recién casada, con algunos amigos y amigas. Pero rechacé a todos los desconocidos que intentaron halagarme. Me sentía algo incómoda al moverme desnuda debajo del vestido. Aunque suelo estar sin ropa interior en mi departamento era muy diferente a estar ahí sin bragas, en medio de una fiesta elegante en la boda de mi amiga. Una pizca de duda se cruzó en mi cabeza, pero la ahogue rápidamente y decidí que ya era hora que yo me retirase. Me despedí de la mayoría, incluso de los novios y pretendía salir de ahí cuando el señor se cruzó en mi camino.
- ¿Te vas sin darme lo que me pertenece?
- No te pertenece nada. Mejor ve a estar con tú mujer.
- Mi esposa seguro estará ebria follando con mi hermano, seguro pensando que yo no sé nada.
- ¿Qué? - Eso me tomó por sorpresa.
- Lo que oíste niña. Ahora yo te haré mi mujer.
- ¿De modo que todo es por desquite?
- No, es porque eres hermosa. Ven, sígueme.
Se dió media vuelta y caminó hacia el otro extremo del local. No puedo decir la razón de por qué lo seguí, pero eso fue lo que hice. Esperé unos segundos y seguí a aquél señor. Se metió entre la decoración, por un estrecho pasillo por donde supongo pasaban los meseros, estaba desierto. Giró en una esquina y entró en una habitación. Estaba abierta por uno de los lados y daría al salón del baile, si es que no hubiera una pared falsa hecha con telas. También entré, momento después, disimuladamente, segura de que nadie nos había visto desaparecer por allí.
- No soy ni seré tu mujer - empecé diciendo recobrando mi valor - se los voy a contar a todos...
- ¿Dónde está tu tanga?
Aquel señor me preguntó donde estaba, no si me lo había quitado o no. Él estaba seguro de que yo lo había obedecido y el hecho de que aquello fuera verdad me enfurecía.
- ¡En mi bolso! - dije sin poder mentir - ¡Pero no es tuyo! Ahora mismo me largo de aquí maldito viejo...
Para ser viejo, se movió nuevamente muy rápido. Se pegó a mí agarrándome de un brazo y de la cintura. Con su peso me desequilibró y con asombrosa presteza me tendió sobre el piso lleno de retazos de tela. Forcejeé pero era imposible hacer nada contra él.
El señor, simplemente se limitó a hacer caso omiso a mis empujones y empezó a buscar en mi bolso. No tardó en sacar la tanga que tenía ahí.
- Aquí está. - me dijo mientras acercaba la tanga a mi rostro - dime algo Elizabeth, ¿Te excitaste?
- Déjame ir o empiezo a gritar y todos van a escucharlo - amenacé. Aunque fue en vano. El señor no me escuchaba, estaba ahí, sobre mí sujetándome y agarrando la tanga púrpura que me había quitado para él.
<¿De verdad era para él? Había ido al baño después de que él me lo dijera, con rabia me había quitado la tanga, incluso pensé en dársela pero no hubo ocasión. Me mentía diciendo que yo había decidido no entregarle mi tanga, pero ¿Por qué no fui entonces a volver a ponérmela en el baño? Pude haber ido en cualquier momento pero en cambio decidí estar desnuda durante toda la fiesta, había bailado con mi amiga mientras en mi bolso tenía mi tanga para su padre>
- Entonces hay que hacerte callar - fue lo que dijo, para después hacer una pelota con mi tanga y acercarlo a mi boca.
No abrí los labios y ladeé mi cabeza a ambos lados. En el fondo sabía que era inútil, sentía en mi boca la sensación extraña que se siente al morder el encaje junto al salado sabor de mis propios jugos. También sabía que eso no hacía falta, pude haber gritado cuando me manoseó las nalgas pero no lo hice. No lo hice ahí y tampoco iba a gritar ahora porque lo que estaba pasando yo lo deseaba.
Y aunque lo deseaba, me resistí.
Pataleé, empujé y forcejeé todo lo que pude. Murmuré con la tanga en mi boca que se detenga e hice todo lo que podía hacer pero aquél señor no lo permitió.
Con su peso me inmovilizó. Con la mano izquierda me bajaba el corsé para dejar mis tetas al aire mientras que a su vez, con la mano derecha iba subiendo de a poco la falda del vestido.
Cuando mis pechos quedaron al descubierto los besó y los mordió. A cada uno les dedicó especial interés y chupó mis pezones con tanta intensidad que me retorcí debajo de él. Olvidé todo esfuerzo por un tiempo, suficiente como para que él pudiera levantar la falda por completo y colocarse entre mis piernas. Por más que intenté cerrarlas nuevamente su cuerpo me lo impidió. Sin dejar de chuparme las tetas empezó a desprenderse el pantalón.
Nuevamente intenté apartarlo con las manos, claramente iba perdiendo aquel duelo. Pero él me tomó por las muñecas y las colocó por encima de mi cabeza. Ahora era poco o nada lo que podía hacer y por una rato más él saboreó mis pechos.
Como estaba abierta de piernas y sin tanga pude sentir el roce del miembro del señor.
Dejó mis tetas y se acomodó mejor encima mío. Se movía hacia los costos haciendo lugar y abriéndome aún más. Sentí impotencia cuando la cabeza de su pene se colocó entre mis labios vaginales. Iba a ser penetrada.
Lo miré con desesperación. Era lo que quería pero mi orgullo no me dejaba aceptarlo. Él en cambio solo se recostó sobre mí agarrándome de las manos y con un empujón su verga entró en mí.
Sentí un ligero dolor, aunque estaba demasiado mojada. Lo sentí un poco dentro, luego sentí como lo retiraba y al instante lo volvió a meter. No había pausas, sino más bien el movimiento fue creciendo en profundidad siempre a la misma velocidad. Su pene estaba muy duro, no lo había visto y no sabía muy bien que tamaño tenía, aunque lo sentía apretar estando dentro mío, empujar contra las paredes, como si no tuviera suficiente lugar.
Ya era demasiado tarde para hacer algo. Aquel señor me estaba follando. Cerré los ojos y sentí todo su cuerpo moverse encima mío. Era tan grande y yo tan pequeña que si alguien nos hubiera visto desde arriba solo había visto a un hombre tendido boca a bajo. A excepción de mis piernas abiertas a sus costados.
Empezó a cogerme con más fuerza. Mi piel se erizó y sentí corrientes de placer por todo mi cuerpo, pequeños gemidos se me escapaban a través de la tanga y no podía pensar con claridad. Mi vagina estaba ardiendo y la verga del señor me penetraba todo lo que la posición le permitía. Pero sentía que no entraba todo.
Y en aquel momento lo quería todo dentro. De modo que por propia voluntad abrí más las piernas e incliné la cintura, dejando que me penetrase a profundidad. Levanté las piernas tanto como pude y las doblé sobre sí mismas, me entregué totalmente. El señor sintió la nueva libertad y soltó mis maños, se apoyó en el piso y colocó una mano detrás de mi cabeza y apretó contra él. En ese instante empezó a moverse frenéticamente. Ahora la penetración era total, sentía sus testículos apretarse contra mis labios cuando tenía toda la verga dentro.
Mis botitas se movían en el aire al ritmo de la cogida y mis piernas temblaban entre mis espasmos de placer. El clímax lo alcancé no sé en que momento pero la cabeza ya la perdí incluso antes. Estaba siendo suya y el así me lo confirmó.
- Me corro. ¿Lo quieres dentro?
En aquel momento me miraba a los ojos. Yo miraba los suyos pero mi mente estaba concentrada en la penetración que no cesaba. Era tan intensa, me estaba abriendo en canal.
Pero, incluso así, le dije que sí moviendo la cabeza de arriba a abajo. Y no lentamente, sino con un movimiento rápido, exigiéndole que eyaculase. Quería sentirlo.
Y lo sentí.
Tras los últimos violentos embistes su miembro se metió tan dentro mío que lo sentí en un lugar extraño y justo ahí eyaculó. No sentí el chorro de semen como cuando me eyaculan en la boca, pero si sentí un líquido mucho más caliente de lo que estaba yo por dentro.
- Ahora eres mi mujer.
De la tanga no pude decir nada, aunque seguí diciendo sí con la cabeza. No me había dado cuenta que no dejé de hacerlo mientras eyaculaba dentro mío. No saco su pene ni se levantó, siguió acostado sobre mí. Entonces, apoyé mi cabeza contra el suelo y miré hacia un costado mientras sentía la respiración agitada del señor, y lo ví.
Un joven estaba en la puerta, con su teléfono en la mano a la altura de su rostro, filmando, desde no sé que momento, toda la acción.
Debí de cambiar mi expresión porque aquel joven lo notó, bajo su celular y pude ver su rostro antes de que desapareciera tras la puerta.
Luego de varios minutos el señor se levantó y se acomodó el pene ya flácido en el pantalón.
Yo también me levanté. Me arreglé como pude el vestido y el peinado mientras escuchaba los halagos del señor. Por alguna razón ahora ya había perdido todo el encanto. Sus halagos sonaban a piropos de leñador e incluso me parecía más gordo y más viejo que antes.
Me volví a colocar la tanga y está quedó embarrada con el semen que salía por mi vagina.
- Oye nena, eso era mío. Terminé tanto dentro tuyo que quizás hasta te hice un hijo..
- Cállate, viejo estúpido - lo dije con tanta brusquedad que el señor se me quedó mirando como si de verdad lo fuera - soy estéril.
Me dirigí hacia la puerta pero me quedé en el umbral y volví a hablar.
- ¿Como se llama su otro hijo?
- ¿Quién? ¿Ed? ¿O él mayor?
No respondí y salí de aquella fiesta. En camino a mi departamento no pensaba en otra cosa. El pequeño Ed. Maldita sea, el padre me había follado y ahora, quedaba el hijo.
Me encantó el evento porque también me encanta ese estilo. No pude sino estar más al juego, llevando debajo del vestido unas medias de nylon crema que iban sujetas por un porta ligas de color púrpura de encaje, el mismo color que la tanga que llevaba puesta, aunque no era de la época llevar una fina tela de encaje entre las piernas siempre me ocasiona una ligera excitación, suficiente como para tener un sentimiento de felicidad por toda la noche. Por los pies me coloqué unas botitas cortas, blancas y de tacón alto y fino.
La ceremonia religiosa y la civil concluyeron y luego todos los invitados teníamos que pasar al local donde disfrutaríamos del pequeño agasajo.
Una vez ahí cenamos y luego se pasó a la típica escena del baile ceremonial. Mientras parejas pasaban a la pista del baile no dejaba de pensar en él. En aquel señor se trataba del padre de mi amiga. El padre de la novia.
Rondaba los cincuenta y tantos, era bastante alto, aunque cualquiera es alto comparado con mi metro sesenta, tenía una barriga predominante, pelo corto y una barba tupida pero no tan larga, notablemente arreglada para la ocasión. No era ni atractivo ni joven pero había algo atrayente en él y no me había despegado los ojos de encima.
Cuando llegamos al local dónde se serviría la cena y antes de que empiecen a servirla él se me acercó a hablar, no tardamos en quedar los dos solos.
- Elizabeth - nunca antes me había llamado por ni nombre completo - de verdad hoy estás bastante hermosa.
- Gracias, ¿Su esposa piensa igual? - no pude evitar decirlo, aunque lo lamenté enseguida - usted está muy elegante, nunca lo había visto así.
- Yo nunca supe lo que Amanda piensa - me respondió tras un instante de silencio - pero sé que piensas tú.
- ¿Ah sí? ¿Y qué es lo que yo piens...
El movimiento fue tan rápido que no lo vi venir. Me sujetó con su mano derecha el antebrazo izquierdo y jalando de él me hizo girar, dándole la espalda. No me dejó reaccionar, aún sujetándome del antebrazo me envolvió con el brazo. Nadie pareció darse cuenta, todos estaban inmersos en sus propias conversaciones.
Cuando la consciencia llegó a mí trate de preguntar que diablos pasaba por su cabeza. Pero en ese instante sentí un fuerte apretón. Con la mano libre el señor me apretó las nalgas. Quedé totalmente anonadada, me estaba manoseando.
- Sé que quieres ésto.
No pude responder, estaba clavaba ahí con mis nalgas siendo apretadas por él. Manoseó una y luego la otra y siguió hablando.
- ¿Traes una tanga puesta? Apuesto a que sí.
- S... sí.
- Ve al baño, sé una buena niña, quítatelo y traemelo.
Después de aquel, incidente, fuí al baño de damas y me encerré en uno de los cubículos. Mi corazón latía con tal fuerza que parecía que quisiera salir de mi pecho y huir corriendo, si eso hubiese sido posible no creo que exista duda alguna de que eso hubiera pasado.
Temblaba ante el nerviosismo.
<Me tocó. El señor me tocó las nalgas. Me pidió, no, me ordenó que me quitase la tanga y se la diera. No pude decirle no, soy una débil>
Mis pensamientos me torturaban. ¿Era una débil? O bien aquél señor era mi debilidad. Aparté los pensamientos y levanté mi falda lo suficiente para meter ambas manos. Sujeté la tanga por ambos lados y me los bajé en un solo movimiento. Levanté un pie y el luego el otro, la tanga quedó enredada por el último tacón. Lo destrabé y me lo quité completo. ¿Qué era eso? ¿Acaso la tanga estaba húmeda? No quise meter la mano y descubrirme a mí misma mojada. Me invadió la rabia y escondí la tanga en mi bolso de mano que traía colgada de la muñeca. Salí del baño, pero no fuí junto al señor, convencida de dominar mi comportamiento. No iba a ser el juguete de nadie, menos del papá de mi novia. Así que fuí a mi lugar. Cené y conversé como si no estuviera desnuda bajo el vestido, como si fuera que no sentía el calor creciente al caminar y sentir mis labios libres y mis muslos rozar, como si fuera que no sentía la humedad bajando en gotas por mis piernas.
Escapé de él todo ese tiempo, lo miré un par de veces y por más que hubiera deseado ir a darle el pedido no iba a poder hacerlo porque él estaba hablando con los invitados sin que su señora esposa se despegase de su brazo.
Por poco olvidé todo eso, todos estaban bailando, al menos no los que estaban ya ebrios, la fiesta estaba durando un buen tiempo y algunos estaban retirándose. No me gusta demasiado bailar, pero lo hice de todas formas con la pareja recién casada, con algunos amigos y amigas. Pero rechacé a todos los desconocidos que intentaron halagarme. Me sentía algo incómoda al moverme desnuda debajo del vestido. Aunque suelo estar sin ropa interior en mi departamento era muy diferente a estar ahí sin bragas, en medio de una fiesta elegante en la boda de mi amiga. Una pizca de duda se cruzó en mi cabeza, pero la ahogue rápidamente y decidí que ya era hora que yo me retirase. Me despedí de la mayoría, incluso de los novios y pretendía salir de ahí cuando el señor se cruzó en mi camino.
- ¿Te vas sin darme lo que me pertenece?
- No te pertenece nada. Mejor ve a estar con tú mujer.
- Mi esposa seguro estará ebria follando con mi hermano, seguro pensando que yo no sé nada.
- ¿Qué? - Eso me tomó por sorpresa.
- Lo que oíste niña. Ahora yo te haré mi mujer.
- ¿De modo que todo es por desquite?
- No, es porque eres hermosa. Ven, sígueme.
Se dió media vuelta y caminó hacia el otro extremo del local. No puedo decir la razón de por qué lo seguí, pero eso fue lo que hice. Esperé unos segundos y seguí a aquél señor. Se metió entre la decoración, por un estrecho pasillo por donde supongo pasaban los meseros, estaba desierto. Giró en una esquina y entró en una habitación. Estaba abierta por uno de los lados y daría al salón del baile, si es que no hubiera una pared falsa hecha con telas. También entré, momento después, disimuladamente, segura de que nadie nos había visto desaparecer por allí.
- No soy ni seré tu mujer - empecé diciendo recobrando mi valor - se los voy a contar a todos...
- ¿Dónde está tu tanga?
Aquel señor me preguntó donde estaba, no si me lo había quitado o no. Él estaba seguro de que yo lo había obedecido y el hecho de que aquello fuera verdad me enfurecía.
- ¡En mi bolso! - dije sin poder mentir - ¡Pero no es tuyo! Ahora mismo me largo de aquí maldito viejo...
Para ser viejo, se movió nuevamente muy rápido. Se pegó a mí agarrándome de un brazo y de la cintura. Con su peso me desequilibró y con asombrosa presteza me tendió sobre el piso lleno de retazos de tela. Forcejeé pero era imposible hacer nada contra él.
El señor, simplemente se limitó a hacer caso omiso a mis empujones y empezó a buscar en mi bolso. No tardó en sacar la tanga que tenía ahí.
- Aquí está. - me dijo mientras acercaba la tanga a mi rostro - dime algo Elizabeth, ¿Te excitaste?
- Déjame ir o empiezo a gritar y todos van a escucharlo - amenacé. Aunque fue en vano. El señor no me escuchaba, estaba ahí, sobre mí sujetándome y agarrando la tanga púrpura que me había quitado para él.
<¿De verdad era para él? Había ido al baño después de que él me lo dijera, con rabia me había quitado la tanga, incluso pensé en dársela pero no hubo ocasión. Me mentía diciendo que yo había decidido no entregarle mi tanga, pero ¿Por qué no fui entonces a volver a ponérmela en el baño? Pude haber ido en cualquier momento pero en cambio decidí estar desnuda durante toda la fiesta, había bailado con mi amiga mientras en mi bolso tenía mi tanga para su padre>
- Entonces hay que hacerte callar - fue lo que dijo, para después hacer una pelota con mi tanga y acercarlo a mi boca.
No abrí los labios y ladeé mi cabeza a ambos lados. En el fondo sabía que era inútil, sentía en mi boca la sensación extraña que se siente al morder el encaje junto al salado sabor de mis propios jugos. También sabía que eso no hacía falta, pude haber gritado cuando me manoseó las nalgas pero no lo hice. No lo hice ahí y tampoco iba a gritar ahora porque lo que estaba pasando yo lo deseaba.
Y aunque lo deseaba, me resistí.
Pataleé, empujé y forcejeé todo lo que pude. Murmuré con la tanga en mi boca que se detenga e hice todo lo que podía hacer pero aquél señor no lo permitió.
Con su peso me inmovilizó. Con la mano izquierda me bajaba el corsé para dejar mis tetas al aire mientras que a su vez, con la mano derecha iba subiendo de a poco la falda del vestido.
Cuando mis pechos quedaron al descubierto los besó y los mordió. A cada uno les dedicó especial interés y chupó mis pezones con tanta intensidad que me retorcí debajo de él. Olvidé todo esfuerzo por un tiempo, suficiente como para que él pudiera levantar la falda por completo y colocarse entre mis piernas. Por más que intenté cerrarlas nuevamente su cuerpo me lo impidió. Sin dejar de chuparme las tetas empezó a desprenderse el pantalón.
Nuevamente intenté apartarlo con las manos, claramente iba perdiendo aquel duelo. Pero él me tomó por las muñecas y las colocó por encima de mi cabeza. Ahora era poco o nada lo que podía hacer y por una rato más él saboreó mis pechos.
Como estaba abierta de piernas y sin tanga pude sentir el roce del miembro del señor.
Dejó mis tetas y se acomodó mejor encima mío. Se movía hacia los costos haciendo lugar y abriéndome aún más. Sentí impotencia cuando la cabeza de su pene se colocó entre mis labios vaginales. Iba a ser penetrada.
Lo miré con desesperación. Era lo que quería pero mi orgullo no me dejaba aceptarlo. Él en cambio solo se recostó sobre mí agarrándome de las manos y con un empujón su verga entró en mí.
Sentí un ligero dolor, aunque estaba demasiado mojada. Lo sentí un poco dentro, luego sentí como lo retiraba y al instante lo volvió a meter. No había pausas, sino más bien el movimiento fue creciendo en profundidad siempre a la misma velocidad. Su pene estaba muy duro, no lo había visto y no sabía muy bien que tamaño tenía, aunque lo sentía apretar estando dentro mío, empujar contra las paredes, como si no tuviera suficiente lugar.
Ya era demasiado tarde para hacer algo. Aquel señor me estaba follando. Cerré los ojos y sentí todo su cuerpo moverse encima mío. Era tan grande y yo tan pequeña que si alguien nos hubiera visto desde arriba solo había visto a un hombre tendido boca a bajo. A excepción de mis piernas abiertas a sus costados.
Empezó a cogerme con más fuerza. Mi piel se erizó y sentí corrientes de placer por todo mi cuerpo, pequeños gemidos se me escapaban a través de la tanga y no podía pensar con claridad. Mi vagina estaba ardiendo y la verga del señor me penetraba todo lo que la posición le permitía. Pero sentía que no entraba todo.
Y en aquel momento lo quería todo dentro. De modo que por propia voluntad abrí más las piernas e incliné la cintura, dejando que me penetrase a profundidad. Levanté las piernas tanto como pude y las doblé sobre sí mismas, me entregué totalmente. El señor sintió la nueva libertad y soltó mis maños, se apoyó en el piso y colocó una mano detrás de mi cabeza y apretó contra él. En ese instante empezó a moverse frenéticamente. Ahora la penetración era total, sentía sus testículos apretarse contra mis labios cuando tenía toda la verga dentro.
Mis botitas se movían en el aire al ritmo de la cogida y mis piernas temblaban entre mis espasmos de placer. El clímax lo alcancé no sé en que momento pero la cabeza ya la perdí incluso antes. Estaba siendo suya y el así me lo confirmó.
- Me corro. ¿Lo quieres dentro?
En aquel momento me miraba a los ojos. Yo miraba los suyos pero mi mente estaba concentrada en la penetración que no cesaba. Era tan intensa, me estaba abriendo en canal.
Pero, incluso así, le dije que sí moviendo la cabeza de arriba a abajo. Y no lentamente, sino con un movimiento rápido, exigiéndole que eyaculase. Quería sentirlo.
Y lo sentí.
Tras los últimos violentos embistes su miembro se metió tan dentro mío que lo sentí en un lugar extraño y justo ahí eyaculó. No sentí el chorro de semen como cuando me eyaculan en la boca, pero si sentí un líquido mucho más caliente de lo que estaba yo por dentro.
- Ahora eres mi mujer.
De la tanga no pude decir nada, aunque seguí diciendo sí con la cabeza. No me había dado cuenta que no dejé de hacerlo mientras eyaculaba dentro mío. No saco su pene ni se levantó, siguió acostado sobre mí. Entonces, apoyé mi cabeza contra el suelo y miré hacia un costado mientras sentía la respiración agitada del señor, y lo ví.
Un joven estaba en la puerta, con su teléfono en la mano a la altura de su rostro, filmando, desde no sé que momento, toda la acción.
Debí de cambiar mi expresión porque aquel joven lo notó, bajo su celular y pude ver su rostro antes de que desapareciera tras la puerta.
Luego de varios minutos el señor se levantó y se acomodó el pene ya flácido en el pantalón.
Yo también me levanté. Me arreglé como pude el vestido y el peinado mientras escuchaba los halagos del señor. Por alguna razón ahora ya había perdido todo el encanto. Sus halagos sonaban a piropos de leñador e incluso me parecía más gordo y más viejo que antes.
Me volví a colocar la tanga y está quedó embarrada con el semen que salía por mi vagina.
- Oye nena, eso era mío. Terminé tanto dentro tuyo que quizás hasta te hice un hijo..
- Cállate, viejo estúpido - lo dije con tanta brusquedad que el señor se me quedó mirando como si de verdad lo fuera - soy estéril.
Me dirigí hacia la puerta pero me quedé en el umbral y volví a hablar.
- ¿Como se llama su otro hijo?
- ¿Quién? ¿Ed? ¿O él mayor?
No respondí y salí de aquella fiesta. En camino a mi departamento no pensaba en otra cosa. El pequeño Ed. Maldita sea, el padre me había follado y ahora, quedaba el hijo.
7 comentarios - #35 Mis piernas abiertas en la boda (error de la tanga)
Como siempre impresionante relato!!😍😘