Esta es la casa natal de mi madre. De allí se remonta el origen de todas las tribulaciones de nuestra actualidad como familia.
En el interior de esa vivienda, las mujeres no la pasaban nada bien.
Era en una provincia pobre del norte de nuestro país. Con hábitos y costumbres enraizadas de una cultura patriarcal y arbitraria.
Producto de esas condiciones económicas, laborales, la mayoría mal vivía de "changas", "conchabos", con míseros salarios.
La poca mano de obra empleada, era para varones, las mujeres eran una carga, no generaban ingresos. Ante tanta adversidad y necesidades, algunas eran obligadas a ejercer el trabajo más antiguo de nuestra "civilización", la prostitución.
Ese fue el caso de mi madre y sus hermanas. Ellos eran ocho hijos, cinco varones y tres mujeres. La hermana mayor de mi madre, Lola, fue a la primera que iniciaron los varones de la casa y el encargado de "convencerlas" era Rogelio, el primogénito de la progenie. Lo hacía a través de relaciones incestuosas, algo consuetudinario en esa zona.
Mi madre, ya estaba en edad para acompañar a su hermana en la faena. Sin embargo, Rogelio no había tenido el mismo éxito que con Lola, ya que no había logrado seducir a su joven hermanita.
Lola y Ernesto tenían casi la misma edad entre ellos, sin embargo mi madre era diez años menor que ellos. No le resultaba atractivo su hermano mayor, dejando de lado el hecho que además eran familia. Cosa que no había sucedido con Lola, ya que esta lo veneraba a Rogelio y era su "hombre", su proxeneta.
Debido a esto, Rogelio utilizó el otro método para "convencerla", más violento, y la ultrajó por la fuerza, tomándola por sorpresa y a traición.
La desvirgó con la violación. Golpes, insultos, castigos, todos los tormentos hasta que mi madre accedió a incorporarse a la tarea requerida.
El incidente fue consumado una noche, cuando mi madre se dirigió al baño para higienizarse y disponerse a dormir.
Rogelio la estaba vigilando de manera aviesa, malvada. La dejó ingresar al lugar y luego de unos segundos irrumpió por la fuerza, desde atrás de ella.
Bajó sus pantalones, le corrió las bragas y la ensartó con la habilidad de un cirujano. El se jactaba de su puntería para encestar en el aro.
Y de su poronga que era un fierro contra los "hímen", la membrana y/o mucosa que recubre las vaginas de las mujeres vírgenes.
Y así fue que mi madre comenzó con la actividad. Profesionalmente debutó con un viejo turco, dueño de una mercería. Absolutamente desagradable, que ni siquiera se le paraba, pero la manoseaba en forma degenerada.
Sin embargo, no siempre tenía esa suerte. Cuando promediaba la quincena y no había víveres en el hogar, debía junto a su hermana mayor a hacer la calle. Se dirigían al "centro cívico" tratando de enganchar algo, para luego dirigirse al descampado y tener sexo en la vía pública.
Aquello era mucho más arriesgado, primero porque eran absolutos desconocidos con quien trataban, gente de paso, forasteros. Y segundo, que podían ser apresadas, detenidas por la seguridad pública, la policía. Aparte de correr el riesgo de no cobrar por sus servicios (aunque de eso se encargaba Ernesto, su hermano).
Como compensación a este padecimiento, mi madre rescata que fue breve su paso por esa actividad.
Esto fue así, porque su otra hermana, la menor, Lidia, al ver el martirio que soportaban sus otras dos hermanas, quiso ayudarlas, y sin que nadie se lo exigiera, se lanzó a inmolarse en las calles. Sola, sin el "cuidado y la vigilancia de nadie", con todo lo que significaba eso, y sin ninguna experiencia de que o como hacer nada.
Fue así que mi madre sin querer la encontró en la calle, tirada en el pasto con un "cliente" y con una fila de jóvenes aguardando turno para usarla. Mi madre intervino a los gritos, la sacó de allí, y fueron directamente a la terminal de trenes, con lo puesto y vinieron a Buenos Aires.
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