Esta es la historia de Camila, un chica muy santa que a los 19 años se pone de novia con un chico más grande y empieza a experimentar con su vida sexual descubriendo muchísimas cosas que ni se imaginaba que le iban a dar tanto placer. Esta historia es ficción, sin embargo eso no quiere decir que no se basa en algunos hechos reales…
CAPITULO 1
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Capítulo 4: Placer anal
Luego de la noche alocada que tuvimos con Francisco en el parque de su ciudad natal, la idea de tener sexo en lugares distintos a una cama parecía encantarnos. De golpe me encontré con un universo inmenso de posibilidades donde podíamos hacerlo y parecía que hasta cualquier lugar era apto para una escena sexual. Un mes más tarde probamos haciéndolo en la terraza del edificio donde él vivía y en enero del año siguiente nos animamos a tener sexo en la pileta de mi casa (después de asegurarnos que mis padres no iban a volver luego de unas horas). La idea de lo monótono había desaparecido de mi mente y entre los dos fantaseábamos con la idea de tener sexo en lugares muy alocados.
El baño de un avión fue uno de los primeros lugares que nombramos ya que esa es la fantasía de muchos. En el baño de algún restaurante o bar, dije yo recordando la idea que me había surgido en un principio y sin saber que un tiempo después íbamos a cumplirlo. Otros lugares como la escalera de su edificio, el auto o su oficina de trabajo, se hicieron presentes en la lista que de a poco se iba haciendo más larga. Otros lugares más bizarros, raros y hasta inalcanzables surgieron en una conversación que tuvimos una noche en su casa.
- Si alguna vez viajamos a Nueva York, me gustaría coger en el subte.- Me dijo él y yo lo miré con cara rara.- Pero seguro que ahí hay cámaras.
- O en un colectivo, eso es más fácil de hacer.- Le sugerí yo.
- ¡En una cancha de futbol!- Dijo él pensando de manera bien alocada.
Nos encontramos con que el sexo podía ser muy divertido y de a poco me empecé a dejar llevar por los instintos y comprendí que me divertía mucho haciéndolo. Ese año iba a ser un año de muchas experiencias nuevas, ya que además de experimentar de hacerlo en distintos lugares, íbamos a probar otras cosas que nos iban a llevar a volvernos locos de placer. En tan solo 12 meses íbamos a estar frente a un presente totalmente distinto y yo iba a ser una chica completamente diferente, con una mentalidad nueva. Ese año iba a convertirme en una nueva chica.
Sin embargo todavía no me animaba a confesarles a mis amigas las cosas que estaba haciendo con Fran, me gustaba la idea de ser reservada y de que el sexo alocado que estábamos teniendo fuera nuestro pequeño secreto. Después de todo yo era la chica que hasta hacía algunos meses le daba asco chupar una pija o pensaba que era desagradable que un hombre me chupara la concha. Me parecía increíble que en algún momento de mi vida pensara eso, con lo mucho que lo disfrutaba ahora. Pero mis amigas no lo podían saber, además ahora el centro de atención era Ailín y su nuevo novio, Gastón, un jugador de futbol de 25 años que había conocido en una de esas fiestas bien top a las que ella solía ir. El chico no era muy conocido, ya que jugaba en la segunda división de futbol, sin embargo tenía mucha plata, era muy lindo y aparentemente estaba muy bien dotado, algo que ella se encargó de hacernos saber de entrada.
- Les estoy hablando, no sé… ¡20 centímetros! No sé. Es enorme chicas. Aparte es bien gruesa. No saben lo que me hace gritar.- No dijo después de introducir el tema casi de prepo.
Debo confesar que de entrada pensé que esa relación no iba a durar, pero cuando se pusieron de novios a los dos meses y empezaron a aparecer juntos en casi todas las reuniones, me di cuenta de que él de verdad la quería y que ella estaba completamente enamorada de él. Gastón era un buen chico, amable y muy modesto para la impresión que nos había dado Ailín, algo que no nos sorprendió ya que solo ella podía ser el centro de atención. Pero por primera vez en varios meses, vi a mi amiga verdaderamente contenta y su relación con Gastón iba a ser algo de mucha importancia en el futuro.
Mientras tanto yo seguía llenando mi cabeza de cosas que podía llegar a hacer con Francisco, algunas ni siquiera me animaba a contarle. Es verdad, mi mente había cambiado mucho desde que empezamos a salir, pero todavía seguía pensando que una chica debía ser una dama, algo que me retenía algunas fantasías que por las noches me hacían subir la temperatura. El problema era que mis sueños me jugaban una mala pasada y después de juntarme una noche con una amiga, tuve una nueva revelación.
Conocí a Leticia cuando teníamos 4 ó 5 años porque era mi vecina. Pasábamos mucho tiempo juntas en la plaza que estaba cerca de nuestras casas y cuando empezamos a crecer llegamos a ser las mejores amigas. Sin embargo cuando cumplimos 16, ella y su familia se mudaron casi a la otra punta de la ciudad y nos terminamos distanciando. A pesar de eso nos reencontrábamos de vez en cuando, pero el alejamiento se hizo definitivo cuando las dos cursábamos el último año de secundaria. En la facultad nos volvimos a reencontrar, ya que ella cursaba otra carera pero en el mismo edificio donde yo cursaba y así nos pusimos al día y decidimos juntarnos al menos una vez al mes. Las conversaciones eran variadas, pero sobre todo sexuales ya que ella, al igual que Ailín, le encantaba contar de sus experiencias. Una de las últimas que me llegó a contar fue con un brasilero con el que estaba saliendo que aparentemente estaba obsesionado con hacerlo por la cola, el problema fue que la tenía muy grande.
- Intentamos como 5 veces hasta que por fin me la pudo dilatar lo suficiente para metérmela.- Me dijo y después dio detalles muy precisos de sus sentimientos y emociones.
A Leticia le encanaba hacerlo por atrás, algo que ya había escuchado de otras de mis amigas, pero a mí todavía me seguía resultando innecesario y rechazaba la idea en mi cabeza, o al menos eso creía. A los pocos días de hablar con Leti tuve un sueño bastante fogoso en el que Fran y yo estábamos en su cama y comenzábamos a hacerlo. Al principio iba todo normal hasta que de golpe él se ponía detrás de mí y me empezaba a coger por la cola sin ningún problema y yo lo disfrutaba muchísimo. A la noche siguiente volví a soñar lo mismo y a los pocos días me encontré con que mi inconsciente repetía la escena. El problema era que siempre me despertaba en el mismo momento, cuando estaba a punto de llegar al clímax máximo. Fue ahí cuando supe que tenía que intentarlo.
La primera vez que le dije a mi novio de hacerlo por la cola fue después del cumpleaños de Ezequiel, uno de sus amigos. Los dos habíamos tomado mucho y yo me fui a dormir a su casa y en medio de una noche bastante caliente yo me puse en cuatro y le pedí que me hiciera la cola. El problema es que yo nunca llegué a dilatarme lo suficiente y él estaba más borracho que yo y terminó acabando antes de poder intentarlo. La segunda vez fue dos semanas después, que salimos a comer y después a tomar unos tragos y terminamos nuevamente en su departamento y a pesar de que esta vez sí lo intentamos, yo sentí tanto dolor que tuvimos que frenar de golpe y después de eso no pudimos retomar. Pero como bien dice el dicho, la tercera es la vencida.
Esa noche, la última de febrero, algo se sentía distinto. El plan fue bastante similar al primero, nada más que el cumpleaños fue el de su primo y el entorno fue algo más familiar, pero con mucho alcohol. Cuando nos estábamos subiendo al auto para ir a su depto, me acerqué a su oído y le dije “esta noche me haces el culito sí o sí”, algo que no yo podía creer que le había dicho. Él se sorprendió por completo y cuando llegamos a su casa el resultado fue casi instantáneo.
Francisco me cogió de una manera increíble. Primero me chupó la concha hasta dejarme totalmente excitada y tuve que pedirle casi por favor que me la metiera. Después me fue cogiendo como loco en cualquier posición que se imaginan, hasta provocarme un hermoso orgasmo que me llevó a gritar descontroladamente en su pieza. Por último me pidió que me ponga en cuatro y cuando menos me lo esperaba, me sorprendió con su lengua sobre mi cola y me dio una lamida muy distinta a las que solía darme, causándome unas cosquillas únicas que me provocaron más deseos de que me la hiciera.
Pero su lengua no se apartó, por el contrario siguió humedeciendo aun más mi culito y generándome ese cosquilleo que cada vez me gustaba más. Sus manos abrían mis cachetes y lo sujetaban con fuerza mientras que la respiración de su nariz chocaba contra mi piel. Su lengua se movía como si estuviese electrizada y parecía no quererla frenar en ningún momento. Sentía su saliva chorrear por mi cuerpo y caer hasta mi conchita que todavía palpitaba del hermoso orgasmo que me había provocado hacía unos minutos. De golpe sentí uno de sus dedos entrar suavemente en mi cola y me sorprendió por completo el hecho de que entrara sin ningún inconveniente. Era una sensación rara, diferente, pero no podía negar que me gustaba. Me costaba creer lo caliente que estaba yo en ese momento y el hecho de saber que dentro de unos minutos me la iba a meter por atrás, me calentaba aun más.
Francisco se arrodilló detrás de mí unos minutos más tarde después de haberme cogido la cola con su dedo y despacito empezó a hacer fuerza con su pija. Noté como suavemente iba entrando, pero esta vez era distinto. No me dolía, no sentía incomodidad, por el contrario quería que la metiera cuanto antes así podía seguís disfrutando como lo había hecho con su dedo. Me relajé tanto que sentí como mi culito se abría y le hacía lugar a su verga bien dura que me penetró de lleno.
Pegué un gritito de dolor que ahogué con la almohada, sin embargo él se dio cuenta y volvió a sacarla un poco para continuar más despacio. Lentamente se empezó a mover hacia adelante y hacia atrás mientras mis manos sujetaban con fuerza las sábanas, sabía que tenía que llevar un ritmo lento y lo hacía muy bien. Me dolía, sí, pero a su vez un escalofrío recorría todo mi cuerpo y eso me encantaba. Sus manos seguía sobre mis cachetes, abriendo como podían mi cola y la sujetaba con fuerza. Una vez estuvo toda adentro, se detuvo unos segundos y después me empezó a coger.
Al principio lo hacía despacio, sabía que tenía que hacerlo de esa manera ya que mis muecas de dolor eran evidentes. Sin embargo Francisco estaba muy excitado y no tardó en mover su cuerpo con velocidad y fue ahí cuando comencé a sentir una mezcla de dolor y placer que no llegaba a procesar. De mi boca salían pequeños gritos y gemidos que sonaban más a queja, mi cuerpo se arqueaba intentando encontrar mayor comodidad, pero no quería que se dejara de mover en ningún segundo. Comencé a disfrutarlo enseguida, esa sensación rara de que te la metan por la cola, pero a su vez sumamente placentera.
Él me tomó por los hombros y me fue levantando hasta que su pecho quedó casi pegado a mi espalda. Me abrazó con sus manos y las puso encima de mis tetas para apretarlas con algo de fuerza. “¿Te gusta?” me preguntó al oído y entre mis quejidos y gemidos de placer yo le dije que sí, que me estaba gustando mucho. Podía sentir como su pija entraba y salía de mi cola a cada instante, como su cuerpo se movía descontroladamente y como el mío se iba calentando aun más a medida que todo sucedía. Era una mezcla completamente impensada, dolor y placer a la vez.
Minutos más tarde Francisco me soltó y me dio vuelta levantando rápidamente mis piernas y sentí como su pija entraba en mi conchita una vez más. Se acostó encima de mí y con un beso bien apasionado me volvió a coger como una bestia. Sentía su respiración agitada en mi cuello y la transpiración de ambos que caía por todos nuestros cuerpos. Entonces él acabó en un grito lleno de placer y cuando lo hice me relajé y descargué mi segundo orgasmo de la noche, el que venía acumulando desde que su lengua tocó mi cola.
Nos recostamos el uno al lado del otro, mirando el techo y tratando de entender lo que acababa de pasar. Me moví y sentí una incomodidad en mi cola, sabía que al día siguiente me iba a pasar factura, pero no podía negar que había disfrutado muchísimo lo que acababa de pasar. En la cara de mi novio noté felicidad plena porque él sabía que eso era un viaje de ida y que a partir de ahora no íbamos a dejar de hacerlo. Ahí caí en la cuenta de que podía usar todo mi cuerpo a la hora del sexo y que el resultado iba a ser siempre muy placentero. En ese momento entendí que no es necesario hacerlo por la concha para acabar.
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