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Todo comenzó al morir mi marido. De repente una llamada de la Guardia Civil me puso en alerta, me dijeron que había sufrido un accidente y que lo llevaban al hospital, por lo que, muy alarmada cogí un taxi desde el trabajo y me fui directa hacia allí.
Al llegar y preguntar por mi marido, fue cuando me dieron la fatídica noticia: había llegado con un hijo de vida y había muerto mientras lo trasladaban al quirófano. Ya se puede imaginar el shock que sufrimos tanto yo como mi hijo. Nunca se está preparado para una noticia así, eso te cambia la vida.
Éramos una pareja normal, con un hijo que recientemente había entrado en la universidad, para estudiar arquitectura. Algo que ni mi marido ni yo pudimos hacer en nuestro tiempo, al quedarme yo embarazada de él muy joven siendo novios.
Ambos trabajábamos, yo como contable en una pequeña empresa y él de repartidor de una empresa de mensajería. Ya sabe, siempre con la hora justa, siempre con la presión de las entregas, siempre al límite con su furgoneta, tanto que ese fue su final, una accidente laboral se lo llevó por delante.
A partir de ahí como le he dicho, todo cambió. En el funeral vinieron parientes de todos sitios, durante unos días la casa fue un frenesí de visitas, mi madre vino con nosotros y se quedó unos días mientras pasaba todo. Al final regresó a su casa, pues tras jubilarse se había marchado a Sudamérica, ya que conoció a un turista argentino y se casó con él tras muchos años de viuda.
De modo que, tras su marcha, nos quedamos solos, mi hijo y yo. Ese día, cuando regresamos del aeropuerto, tras dejar a la abuela en el avión que la llevaría de vuelta a Argentina, la casa nos pareció desierta, como si un aire desolador y agobiante la envolviese. Cenamos a duras penas, porque yo insistí en que lo hiciéramos, aunque pasamos más rato preparando la frugal cena, poniendo y quitando la mesa, que comiendo en sí.
Luego nos fuimos a acostar, cada uno a su cuarto, nuestro piso tiene únicamente dos dormitorios, al casarnos no pudimos permitirnos uno más grande y con el tiempo, como sólo nació mi hijo Isaac, nos acomodamos y ya no nos planteamos el mudarnos a otro más espacioso.
Tras los días que siguieron al entierro, mi madre había estado durmiendo conmigo en mi cama de matrimonio, por lo que hasta aquella noche no fui consciente de lo grande que era para una persona sola. Pensé que tendría que acostumbrarme, hasta pensé en tirarla y comprar una individual, pues de todos modos dormiría sola el resto del tiempo.
El caso es que apenas pude dormir, así que terminé levantándome y atracando la nevera de casa, sacando helado y comiéndolo con ansiedad, había pasado de la inapetencia de la cena a una bulimia compulsiva.
Allí estaba yo, en camisón cuando mi hijo me dio un susto apareciendo por la puerta en calzoncillos. Él tampoco podía dormir así que terminamos los dos comiendo palomitas recién hechas en el microondas viendo la teletienda de madrugada.
Al alborear el día decidimos acostarnos, y al llegar a mi cuarto vi la inmensa cama y me vine abajo ante la idea de dormir sola. Sin pensarlo cogí a mi Isaac del brazo y le dije que viniese a dormir conmigo. Él asintió sin pensárselo dos veces, pues creo que ambos buscábamos la compañía que nos sacara de nuestros deprimentes pensamientos.
Finalmente conseguí dormirme y entre sueños me abracé a él, no se si era consciente de que él no era mi marido, pero estaba tan cansada que me giré y me coloqué junto a su espalda como solía hacer cuando vivía mi marido. Él es muy alto, aunque de complexión delgada, al contrario que yo que soy más bien bajita e igualmente delgada, el caso es que ni lo noté hasta que me desperté ya avanzado el día.
El caso es que no sé si fue por su compañía o porque abrazarlo me dio seguridad, pero esa noche pude descansar sin despertarme cien veces sobresaltada con el recuerdo de la fatídica llamada de la Guardia Civil. Nos levantamos a eso de la hora del almuerzo y como no tenía ganas de cocinar cogí el coche y nos fuimos a un burguer en el centro. Allí comimos sendas hamburguesas, esta vez con un hambre canina. Y al terminar nos dimos una vuelta por las tiendas.
Extrañamente mi hijo me acompañó a tiendas de ropa, a pesar de que él las odiaba y casi siempre iba yo sola de compras. Pero ese día estuvo de lo más encantador conmigo. Eso sí, me fijé en las miradas que les echaba a las dependientas de la tienda, ya sabe, todas chicas muy monas con unos tipitos con muchas curvas y uniformadas. Esto me hizo gracia, y me recordó los días en que sólo era un niño. Ahora se notaba que ya buscaba “otros juegos”, usted ya me entiende.
Dicho sea de paso mi Isaac es muy apuesto, tan alto y con su pelo rubio como el de su padre. En eso se le parece a él. Nos casamos muy jóvenes y lo tuvimos casi de inmediato, pues fue como vulgarmente se dice “de penalti”.
Por eso yo a su lado, no aparento realmente ser su madre, sino casi su hermana mayor pues apenas tengo cumplidos los treinta y seis años.
Ese día decidí comprarme un vestido muy mono, estampado con vivos colores, pues era primavera y eso del luto ya no se lleva, de alguna manera quería sentirme distinta, diferente, así que me lo puse y me gustó tanto que me lo llevé puesto.
Luego estuvimos tomando helado y paseando por un parque, hasta Isaac estuvo dando de comer a las palomas como cuando era niño. Yo creo que todo esto nos hizo mucho bien a ambos, pues nos ayudó a evadirnos de nuestra cruda realidad.
Era domingo así que al siguiente día yo tendría que volver al trabajo y él a la universidad. Aquella noche nos recogimos tarde, pues también cenamos fuera, de manera que cuando llegamos tan sólo nos tuvimos que duchar y acostarnos.
El entró primero y luego, mientras se secaba, entré a darle ropa limpia, pues se la había olvidado fuera. Entonces lo vi, tras salir de la ducha, con el pelo mojado y con la toalla a medio liar, por lo que furtivamente vi su miembro con todo su vello púbico y sus testículos, así que me quedé un tanto impresionada y pensé en lo apuesto que se había vuelto mi Isaac, con todo su torso musculoso y barbilampiño.
Aquello no pasó de ser un simple incidente doméstico, sin mayor importancia. Luego pasé yo a la ducha, mientras él salía para terminar de secarse y vestirse fuera.
Para mi sorpresa cuando salí, un buen rato después de secar mi largo pelo, lo descubrí durmiendo de nuevo en mi cama. De modo que, como la noche anterior, dormimos también juntos. Y lo cierto es que no me desagradó de nuevo su compañía.
La semana pasó rápido, pues yo trabajo muchas horas al tener jornada partida y él estudiaba otras tantas, de modo que sólo nos veíamos para la cena, luego ducha y después nos acostábamos.
Lo que comenzó siendo una ocurrencia mía para evitar la soledad de mi cama vacía, acabó convirtiéndose en un hábito. Tampoco es que le diésemos mayor importancia al tema en aquel tiempo, después de todo creo que ambos necesitábamos de nuestra mutua compañía.
Los fines de semana aprovechábamos para coger el coche y hacer algunas escapadas. Comenzamos a ir a paradores nacionales, a visitar sitios y lugares donde antes no íbamos.
—Pero antes me dijo que no ganaban mucho dinero, ¿cómo podían permitírselo? —le preguntó su interlocutor.
—Es cierto, pero, aunque esté mal decirlo, la verdad es que la indemnización por la muerte de mi marido nos dio un desahogo económico y tanto mi hijo como sentíamos la opresión de aquel piso, los recuerdos de cuando mi marido estaba allí, por lo que aprovechábamos la primera oportunidad para escaparnos.
—Claro, es muy normal.
—Bueno como le decía, estuvimos en hoteles durmiendo en habitaciones dobles y una vez fuimos a uno que tenía aguas termales y un circuito de spa. Allí nos estuvimos relajando. Apenas había clientela ese fin de semana, no entendíamos por qué, ya hacía calor y tal vez la gente buscaba más las playas que aquellos lugares.
El caso es que estuvimos en todas las piscinas, tras lo cual nos dieron un masaje unas chicas muy monas y luego pasamos al jacuzzi donde estuvimos charlando relajadamente. Era la primera vez que probaba uno y fue toda una gozada, ¡sentir el cosquilleo de aquellas burbujas! —exclamó rememorando aquel grato recuerdo con sus palabras.
—¿Te han gustado las chicas Isaac, eran monas verdad? —le pregunté para sonsacarle.
—¡Oh si, ya lo creo mamá! —exclamó el ufano—. Especialmente la rubia que te daba el masaje a ti, tenía unas... enormes —asintió haciendo un gesto con las manos en su pecho.
—Si, ¡tenían unas buenas domingas como las mías! ¿Eh? —le guiñé un ojo de complicidad—, ¡cómo las mías! —añadí realzando mi busto con las manos.
—¡Ya lo creo! —exclamó él sonriente.
—¿Que ya crees qué? —le pregunté yo—. ¡Que las tengo muy gordas o que te gustan las de la chica! —exclamé sonriente poniéndolo nervioso.
—¡Eh qué “ella” las tenía muy gordas! —aclaró el apurado—.
—¿Entonces, las mías no te gustan? —me insinué tomando mis pechos con las manos y juntándolos realzándolas.
—No es eso mamá, tú también eres muy guapa —afirmó finalmente tras mi encerrona.
—Gracias cariño, eres un sol —le espeté por fin satisfecha.
Las burbujas eran muy relajantes y me hacían un montón de cosquillas sobre todo al principio. Esos sitios son fantásticos, acostumbrarse a lo bueno cuesta muy poco, ¿verdad?. El caso es que picaronamente le insinué que podía aprovechar aquel momento para aliviarse, pues allí estábamos solos.
—¡Cómo, hacerlo aquí! —exclamó con extrañeza.
—¡Claro hijo, donde si no! —le dije yo sonriéndole—. Bajo el agua no te veré si es el pudor lo que te retiene.
—Pero mamá, no es sólo eso, ¡es que tú estarías delante! —se escandalizó él.
—Hombre eso si, pero siempre puedes cerrar los ojos y concentrarte pensar que estás sólo, ¿no?
—Yo creo que no podría mamá, sinceramente —me dijo algo serio.
—¡Vale, sólo era una idea hombre no te pongas tan serio! —le dije yo tratando de que se relajase.
Lo cierto es que secretamente yo sí que me aparté el bañador y sentí aquellas burbujas acariciarme en lo más íntimo de mi ser. Desde el accidente no había tenido ningún tipo de reacción sexual, mi cuerpo sencillamente no lo necesitó, pero en aquel jacuzzi fue distinto. Las burbujas tuvieron este inesperado efecto en mí, me puse algo cachonda así que deslicé mis dedos por mi sexo para darme placer.
(Nota del autor: Si te gusta el capítulo, te gustará la novela completa, está publicada en amazon, búscala en cualquiera se sus webs a través del código: B08373WVMV)
Isaac fue ajeno a todo aquello, pues era imposible que me viese, y yo me hice la dormida para disimular. Incluso pensé que mientras tenía los ojos cerrados él se masturbaba en mi presencia sin que yo lo supiera y esto me excitó mucho más. No se si realmente llegó o no a hacerlo pero fue algo maravilloso. Apreté los diente y trate de mantenerme inmóvil mientras mi cuerpo se removía como una leona aprisionada, retorciéndose, disfrutando de un placer fantástico y liberador.
Luego nos salimos del agua, nos duchamos y estuvimos cenando en el jardín, pues la temperatura invitaba a ello. Bebimos vino y yo creo que nos mareamos. Finalmente estuvimos paseando junto al hotel, pues tenía muchos metros cuadrados de jardines iluminados con lamparitas plantadas en el suelo, lo que le daba un aspecto muy acogedor.
—Isaac, al final hoy, ¿te relajaste en el jacuzzi? Yo me dormí y ni me enteré de lo que hacías —le insinué yo a ver si confesaba.
—¡Oh no mamá, no podría hacer algo así delante tuyo! —se escandalizó mi joven retoño.
—¡Vale, es que si lo hiciste ni me enteré! —exclamé yo—. ¿Sabes qué? Me estoy haciendo un montón de pipí —le confesé mientras miraba a mi alrededor buscando un lugar donde aliviarme.
—¡Pero lo vas a hacer aquí mamá, puede venir otra gente del hotel! —afirmó escandalizado.
—Bueno tú vigilarás para que no me vean, ¿no? —le sonreí.
Nos apartamos un poco del camino y junto a unos arbustos me agaché y lo hice, él se puso de espaldas caballerosamente mirando a un lado y a otro. Cuando me percaté de que no tenía pañuelos de papel en el bolso, así que le pregunté si él llevaba y algo avergonzado me dijo que si y me entregó uno mientras yo permanecía en cuclillas en la oscuridad. Lo cierto es que estaba bastante mareada y tal vez fuera eso lo que me hacía estar algo exhibicionista.
Recuerdo cómo me miraba de reojo cuando me levanté y me limpié con las piernas abiertas, yo creo que apenas vería nada de mi sexo desnudo en aquella oscuridad, pero el exhibirme delante suyo fue algo morboso. Llegué a encontrar un placer inusual y ciertamente obsceno al hacer todo aquello delante de mi propio hijo.
Lo gracioso de todo, es que luego fue él, quien a continuación tuvo que imitarme haciendo pis allí mismo. Yo hice como que vigilaba pero lo cierto es que estuve espiándolo. Vi como extraía su miembro y cómo se concentraba para hacerlo, pues parecía que algo iba mal y tardó mucho en aliviarse. Entonces pensé que tal vez se había excitado con la situación anterior y, empalmado, le fue difícil orinar, pues por mi marido sabía que cuando los hombres se excitan no pueden hacerlo.
Esa noche di un montón de vueltas en la cama, sin poder dormir. Lo miraba mientras él dormía y sentí la necesidad de tocar sus pectorales. Nerviosa, lo hice suavemente hasta que amenazó con despertarse y entonces paré, escondiendo rápidamente mi mano furtiva. Era tan fuerte y fibroso, ¡divina juventud!
Me sentí como una guarra por acosar así a mi propio hijo sin que él lo supiera. Hasta me permití palpar su virilidad, ¡y para mi asombro esta respondió empalmándose con mis caricias! Me puse tan nerviosa que pensé que despertaría y me pillaría con mis dedos en su miembro, así que de nuevo me retiré rápidamente mientras sentía mi corazón latir con fuerza a la vez que se me secaba la boca y se me hacía imposible tragar.
Volví a masturbarme en la cama, introduciéndome cuantos dedos pude en mi vagina, tremendamente lubricada, como cuando era muy joven y lo hacía las primeras veces con mi marido. Creo que llegué hasta a atreverme a introducir un dedo por mi culo, pues esto a veces me lo hacía él y me excitaba mucho, aunque yo nunca lo hacía en mis masturbaciones.
Turbada, comencé a sentirme mal por hacer algo como aquello con mi hijo durmiendo a mi lado. Más aún, me sentí fatal por excitarme con su propio cuerpo. Así que fui incapaz de continuar allí mismo, me levanté y salí al balcón.
La brisa marina me refrescó, corrió por entre mis piernas torneadas y mi humedad al contacto con la brisa me estremeció. Seguí acariciándome la vulva allí mismo, absorta en el cielo estrellado, con un mar de pinos grises, oscuros y silenciosos movidos por el viento de montaña.
Cuando me corrí me tuve que agachar y aferrarme a la barandilla por temor a caer por ella. Me estremecí tanto que acabé sentada en el suelo mientras no paraba de frotar y frotar mi sexo. Me da mucha vergüenza confesar esto pero lo cierto es que, descubrí algo que ya apenas me pasaba, pues al correrme se me escapó algo de pipí, por lo que acabé sentada en un charco de pis. En el clímax me fue imposible contenerlo dentro de mí.
Luego me volvió el cargo de conciencia, me sentí fatal doctor, me sentí tremendamente cerda por hacer algo como aquello, por pajearme tras meter mano a Isaac, por llegar a consumar aquella masturbación hasta el final y porque me llegase a gustar tanto...
—Está bien Leonor, no se martirice por esos pensamientos. Asúmalos como pasados y como naturales, la naturaleza nos previene contra el tabú, pero a la vez nos tienta en favor de él. De ahí los sentimientos contrapuestos que usted manifiesta tan fuertemente —intervino su interlocutor.
Esta semana si le parece escríbame algo sobre lo que me acaba de contar, alguna lección que haya permanecido en su mente desde aquel tiempo, algo que le haya quedado grabado. Y en la próxima cita lo comentamos, ¿vale?
—Está bien doctor, eso haré. Nos vemos la próxima semana.
Leonor se levantó del diván donde había permanecido reclinada, al estilo clásico de psicoanálisis, durante cuarenta minutos le había estado relatando un episodio de su oscuro pasado, el primer episodio, pues era su primera cita.
Había estado dudando en asistir a un psicólogo, pero dados los últimos acontecimientos en su vida decidió hacerlo y aunque en estos momentos se sentía rara, lo cierto es que mientras el ascensor bajaba al portal se sintió un poco aliviada de poder contar sus preocupaciones a alguien, de poder confesar sus más oscuros recuerdos, aunque fuese a un extraño.
Todo comenzó al morir mi marido. De repente una llamada de la Guardia Civil me puso en alerta, me dijeron que había sufrido un accidente y que lo llevaban al hospital, por lo que, muy alarmada cogí un taxi desde el trabajo y me fui directa hacia allí.
Al llegar y preguntar por mi marido, fue cuando me dieron la fatídica noticia: había llegado con un hijo de vida y había muerto mientras lo trasladaban al quirófano. Ya se puede imaginar el shock que sufrimos tanto yo como mi hijo. Nunca se está preparado para una noticia así, eso te cambia la vida.
Éramos una pareja normal, con un hijo que recientemente había entrado en la universidad, para estudiar arquitectura. Algo que ni mi marido ni yo pudimos hacer en nuestro tiempo, al quedarme yo embarazada de él muy joven siendo novios.
Ambos trabajábamos, yo como contable en una pequeña empresa y él de repartidor de una empresa de mensajería. Ya sabe, siempre con la hora justa, siempre con la presión de las entregas, siempre al límite con su furgoneta, tanto que ese fue su final, una accidente laboral se lo llevó por delante.
A partir de ahí como le he dicho, todo cambió. En el funeral vinieron parientes de todos sitios, durante unos días la casa fue un frenesí de visitas, mi madre vino con nosotros y se quedó unos días mientras pasaba todo. Al final regresó a su casa, pues tras jubilarse se había marchado a Sudamérica, ya que conoció a un turista argentino y se casó con él tras muchos años de viuda.
De modo que, tras su marcha, nos quedamos solos, mi hijo y yo. Ese día, cuando regresamos del aeropuerto, tras dejar a la abuela en el avión que la llevaría de vuelta a Argentina, la casa nos pareció desierta, como si un aire desolador y agobiante la envolviese. Cenamos a duras penas, porque yo insistí en que lo hiciéramos, aunque pasamos más rato preparando la frugal cena, poniendo y quitando la mesa, que comiendo en sí.
Luego nos fuimos a acostar, cada uno a su cuarto, nuestro piso tiene únicamente dos dormitorios, al casarnos no pudimos permitirnos uno más grande y con el tiempo, como sólo nació mi hijo Isaac, nos acomodamos y ya no nos planteamos el mudarnos a otro más espacioso.
Tras los días que siguieron al entierro, mi madre había estado durmiendo conmigo en mi cama de matrimonio, por lo que hasta aquella noche no fui consciente de lo grande que era para una persona sola. Pensé que tendría que acostumbrarme, hasta pensé en tirarla y comprar una individual, pues de todos modos dormiría sola el resto del tiempo.
El caso es que apenas pude dormir, así que terminé levantándome y atracando la nevera de casa, sacando helado y comiéndolo con ansiedad, había pasado de la inapetencia de la cena a una bulimia compulsiva.
Allí estaba yo, en camisón cuando mi hijo me dio un susto apareciendo por la puerta en calzoncillos. Él tampoco podía dormir así que terminamos los dos comiendo palomitas recién hechas en el microondas viendo la teletienda de madrugada.
Al alborear el día decidimos acostarnos, y al llegar a mi cuarto vi la inmensa cama y me vine abajo ante la idea de dormir sola. Sin pensarlo cogí a mi Isaac del brazo y le dije que viniese a dormir conmigo. Él asintió sin pensárselo dos veces, pues creo que ambos buscábamos la compañía que nos sacara de nuestros deprimentes pensamientos.
Finalmente conseguí dormirme y entre sueños me abracé a él, no se si era consciente de que él no era mi marido, pero estaba tan cansada que me giré y me coloqué junto a su espalda como solía hacer cuando vivía mi marido. Él es muy alto, aunque de complexión delgada, al contrario que yo que soy más bien bajita e igualmente delgada, el caso es que ni lo noté hasta que me desperté ya avanzado el día.
El caso es que no sé si fue por su compañía o porque abrazarlo me dio seguridad, pero esa noche pude descansar sin despertarme cien veces sobresaltada con el recuerdo de la fatídica llamada de la Guardia Civil. Nos levantamos a eso de la hora del almuerzo y como no tenía ganas de cocinar cogí el coche y nos fuimos a un burguer en el centro. Allí comimos sendas hamburguesas, esta vez con un hambre canina. Y al terminar nos dimos una vuelta por las tiendas.
Extrañamente mi hijo me acompañó a tiendas de ropa, a pesar de que él las odiaba y casi siempre iba yo sola de compras. Pero ese día estuvo de lo más encantador conmigo. Eso sí, me fijé en las miradas que les echaba a las dependientas de la tienda, ya sabe, todas chicas muy monas con unos tipitos con muchas curvas y uniformadas. Esto me hizo gracia, y me recordó los días en que sólo era un niño. Ahora se notaba que ya buscaba “otros juegos”, usted ya me entiende.
Dicho sea de paso mi Isaac es muy apuesto, tan alto y con su pelo rubio como el de su padre. En eso se le parece a él. Nos casamos muy jóvenes y lo tuvimos casi de inmediato, pues fue como vulgarmente se dice “de penalti”.
Por eso yo a su lado, no aparento realmente ser su madre, sino casi su hermana mayor pues apenas tengo cumplidos los treinta y seis años.
Ese día decidí comprarme un vestido muy mono, estampado con vivos colores, pues era primavera y eso del luto ya no se lleva, de alguna manera quería sentirme distinta, diferente, así que me lo puse y me gustó tanto que me lo llevé puesto.
Luego estuvimos tomando helado y paseando por un parque, hasta Isaac estuvo dando de comer a las palomas como cuando era niño. Yo creo que todo esto nos hizo mucho bien a ambos, pues nos ayudó a evadirnos de nuestra cruda realidad.
Era domingo así que al siguiente día yo tendría que volver al trabajo y él a la universidad. Aquella noche nos recogimos tarde, pues también cenamos fuera, de manera que cuando llegamos tan sólo nos tuvimos que duchar y acostarnos.
El entró primero y luego, mientras se secaba, entré a darle ropa limpia, pues se la había olvidado fuera. Entonces lo vi, tras salir de la ducha, con el pelo mojado y con la toalla a medio liar, por lo que furtivamente vi su miembro con todo su vello púbico y sus testículos, así que me quedé un tanto impresionada y pensé en lo apuesto que se había vuelto mi Isaac, con todo su torso musculoso y barbilampiño.
Aquello no pasó de ser un simple incidente doméstico, sin mayor importancia. Luego pasé yo a la ducha, mientras él salía para terminar de secarse y vestirse fuera.
Para mi sorpresa cuando salí, un buen rato después de secar mi largo pelo, lo descubrí durmiendo de nuevo en mi cama. De modo que, como la noche anterior, dormimos también juntos. Y lo cierto es que no me desagradó de nuevo su compañía.
La semana pasó rápido, pues yo trabajo muchas horas al tener jornada partida y él estudiaba otras tantas, de modo que sólo nos veíamos para la cena, luego ducha y después nos acostábamos.
Lo que comenzó siendo una ocurrencia mía para evitar la soledad de mi cama vacía, acabó convirtiéndose en un hábito. Tampoco es que le diésemos mayor importancia al tema en aquel tiempo, después de todo creo que ambos necesitábamos de nuestra mutua compañía.
Los fines de semana aprovechábamos para coger el coche y hacer algunas escapadas. Comenzamos a ir a paradores nacionales, a visitar sitios y lugares donde antes no íbamos.
—Pero antes me dijo que no ganaban mucho dinero, ¿cómo podían permitírselo? —le preguntó su interlocutor.
—Es cierto, pero, aunque esté mal decirlo, la verdad es que la indemnización por la muerte de mi marido nos dio un desahogo económico y tanto mi hijo como sentíamos la opresión de aquel piso, los recuerdos de cuando mi marido estaba allí, por lo que aprovechábamos la primera oportunidad para escaparnos.
—Claro, es muy normal.
—Bueno como le decía, estuvimos en hoteles durmiendo en habitaciones dobles y una vez fuimos a uno que tenía aguas termales y un circuito de spa. Allí nos estuvimos relajando. Apenas había clientela ese fin de semana, no entendíamos por qué, ya hacía calor y tal vez la gente buscaba más las playas que aquellos lugares.
El caso es que estuvimos en todas las piscinas, tras lo cual nos dieron un masaje unas chicas muy monas y luego pasamos al jacuzzi donde estuvimos charlando relajadamente. Era la primera vez que probaba uno y fue toda una gozada, ¡sentir el cosquilleo de aquellas burbujas! —exclamó rememorando aquel grato recuerdo con sus palabras.
—¿Te han gustado las chicas Isaac, eran monas verdad? —le pregunté para sonsacarle.
—¡Oh si, ya lo creo mamá! —exclamó el ufano—. Especialmente la rubia que te daba el masaje a ti, tenía unas... enormes —asintió haciendo un gesto con las manos en su pecho.
—Si, ¡tenían unas buenas domingas como las mías! ¿Eh? —le guiñé un ojo de complicidad—, ¡cómo las mías! —añadí realzando mi busto con las manos.
—¡Ya lo creo! —exclamó él sonriente.
—¿Que ya crees qué? —le pregunté yo—. ¡Que las tengo muy gordas o que te gustan las de la chica! —exclamé sonriente poniéndolo nervioso.
—¡Eh qué “ella” las tenía muy gordas! —aclaró el apurado—.
—¿Entonces, las mías no te gustan? —me insinué tomando mis pechos con las manos y juntándolos realzándolas.
—No es eso mamá, tú también eres muy guapa —afirmó finalmente tras mi encerrona.
—Gracias cariño, eres un sol —le espeté por fin satisfecha.
Las burbujas eran muy relajantes y me hacían un montón de cosquillas sobre todo al principio. Esos sitios son fantásticos, acostumbrarse a lo bueno cuesta muy poco, ¿verdad?. El caso es que picaronamente le insinué que podía aprovechar aquel momento para aliviarse, pues allí estábamos solos.
—¡Cómo, hacerlo aquí! —exclamó con extrañeza.
—¡Claro hijo, donde si no! —le dije yo sonriéndole—. Bajo el agua no te veré si es el pudor lo que te retiene.
—Pero mamá, no es sólo eso, ¡es que tú estarías delante! —se escandalizó él.
—Hombre eso si, pero siempre puedes cerrar los ojos y concentrarte pensar que estás sólo, ¿no?
—Yo creo que no podría mamá, sinceramente —me dijo algo serio.
—¡Vale, sólo era una idea hombre no te pongas tan serio! —le dije yo tratando de que se relajase.
Lo cierto es que secretamente yo sí que me aparté el bañador y sentí aquellas burbujas acariciarme en lo más íntimo de mi ser. Desde el accidente no había tenido ningún tipo de reacción sexual, mi cuerpo sencillamente no lo necesitó, pero en aquel jacuzzi fue distinto. Las burbujas tuvieron este inesperado efecto en mí, me puse algo cachonda así que deslicé mis dedos por mi sexo para darme placer.
(Nota del autor: Si te gusta el capítulo, te gustará la novela completa, está publicada en amazon, búscala en cualquiera se sus webs a través del código: B08373WVMV)
Isaac fue ajeno a todo aquello, pues era imposible que me viese, y yo me hice la dormida para disimular. Incluso pensé que mientras tenía los ojos cerrados él se masturbaba en mi presencia sin que yo lo supiera y esto me excitó mucho más. No se si realmente llegó o no a hacerlo pero fue algo maravilloso. Apreté los diente y trate de mantenerme inmóvil mientras mi cuerpo se removía como una leona aprisionada, retorciéndose, disfrutando de un placer fantástico y liberador.
Luego nos salimos del agua, nos duchamos y estuvimos cenando en el jardín, pues la temperatura invitaba a ello. Bebimos vino y yo creo que nos mareamos. Finalmente estuvimos paseando junto al hotel, pues tenía muchos metros cuadrados de jardines iluminados con lamparitas plantadas en el suelo, lo que le daba un aspecto muy acogedor.
—Isaac, al final hoy, ¿te relajaste en el jacuzzi? Yo me dormí y ni me enteré de lo que hacías —le insinué yo a ver si confesaba.
—¡Oh no mamá, no podría hacer algo así delante tuyo! —se escandalizó mi joven retoño.
—¡Vale, es que si lo hiciste ni me enteré! —exclamé yo—. ¿Sabes qué? Me estoy haciendo un montón de pipí —le confesé mientras miraba a mi alrededor buscando un lugar donde aliviarme.
—¡Pero lo vas a hacer aquí mamá, puede venir otra gente del hotel! —afirmó escandalizado.
—Bueno tú vigilarás para que no me vean, ¿no? —le sonreí.
Nos apartamos un poco del camino y junto a unos arbustos me agaché y lo hice, él se puso de espaldas caballerosamente mirando a un lado y a otro. Cuando me percaté de que no tenía pañuelos de papel en el bolso, así que le pregunté si él llevaba y algo avergonzado me dijo que si y me entregó uno mientras yo permanecía en cuclillas en la oscuridad. Lo cierto es que estaba bastante mareada y tal vez fuera eso lo que me hacía estar algo exhibicionista.
Recuerdo cómo me miraba de reojo cuando me levanté y me limpié con las piernas abiertas, yo creo que apenas vería nada de mi sexo desnudo en aquella oscuridad, pero el exhibirme delante suyo fue algo morboso. Llegué a encontrar un placer inusual y ciertamente obsceno al hacer todo aquello delante de mi propio hijo.
Lo gracioso de todo, es que luego fue él, quien a continuación tuvo que imitarme haciendo pis allí mismo. Yo hice como que vigilaba pero lo cierto es que estuve espiándolo. Vi como extraía su miembro y cómo se concentraba para hacerlo, pues parecía que algo iba mal y tardó mucho en aliviarse. Entonces pensé que tal vez se había excitado con la situación anterior y, empalmado, le fue difícil orinar, pues por mi marido sabía que cuando los hombres se excitan no pueden hacerlo.
Esa noche di un montón de vueltas en la cama, sin poder dormir. Lo miraba mientras él dormía y sentí la necesidad de tocar sus pectorales. Nerviosa, lo hice suavemente hasta que amenazó con despertarse y entonces paré, escondiendo rápidamente mi mano furtiva. Era tan fuerte y fibroso, ¡divina juventud!
Me sentí como una guarra por acosar así a mi propio hijo sin que él lo supiera. Hasta me permití palpar su virilidad, ¡y para mi asombro esta respondió empalmándose con mis caricias! Me puse tan nerviosa que pensé que despertaría y me pillaría con mis dedos en su miembro, así que de nuevo me retiré rápidamente mientras sentía mi corazón latir con fuerza a la vez que se me secaba la boca y se me hacía imposible tragar.
Volví a masturbarme en la cama, introduciéndome cuantos dedos pude en mi vagina, tremendamente lubricada, como cuando era muy joven y lo hacía las primeras veces con mi marido. Creo que llegué hasta a atreverme a introducir un dedo por mi culo, pues esto a veces me lo hacía él y me excitaba mucho, aunque yo nunca lo hacía en mis masturbaciones.
Turbada, comencé a sentirme mal por hacer algo como aquello con mi hijo durmiendo a mi lado. Más aún, me sentí fatal por excitarme con su propio cuerpo. Así que fui incapaz de continuar allí mismo, me levanté y salí al balcón.
La brisa marina me refrescó, corrió por entre mis piernas torneadas y mi humedad al contacto con la brisa me estremeció. Seguí acariciándome la vulva allí mismo, absorta en el cielo estrellado, con un mar de pinos grises, oscuros y silenciosos movidos por el viento de montaña.
Cuando me corrí me tuve que agachar y aferrarme a la barandilla por temor a caer por ella. Me estremecí tanto que acabé sentada en el suelo mientras no paraba de frotar y frotar mi sexo. Me da mucha vergüenza confesar esto pero lo cierto es que, descubrí algo que ya apenas me pasaba, pues al correrme se me escapó algo de pipí, por lo que acabé sentada en un charco de pis. En el clímax me fue imposible contenerlo dentro de mí.
Luego me volvió el cargo de conciencia, me sentí fatal doctor, me sentí tremendamente cerda por hacer algo como aquello, por pajearme tras meter mano a Isaac, por llegar a consumar aquella masturbación hasta el final y porque me llegase a gustar tanto...
—Está bien Leonor, no se martirice por esos pensamientos. Asúmalos como pasados y como naturales, la naturaleza nos previene contra el tabú, pero a la vez nos tienta en favor de él. De ahí los sentimientos contrapuestos que usted manifiesta tan fuertemente —intervino su interlocutor.
Esta semana si le parece escríbame algo sobre lo que me acaba de contar, alguna lección que haya permanecido en su mente desde aquel tiempo, algo que le haya quedado grabado. Y en la próxima cita lo comentamos, ¿vale?
—Está bien doctor, eso haré. Nos vemos la próxima semana.
Leonor se levantó del diván donde había permanecido reclinada, al estilo clásico de psicoanálisis, durante cuarenta minutos le había estado relatando un episodio de su oscuro pasado, el primer episodio, pues era su primera cita.
Había estado dudando en asistir a un psicólogo, pero dados los últimos acontecimientos en su vida decidió hacerlo y aunque en estos momentos se sentía rara, lo cierto es que mientras el ascensor bajaba al portal se sintió un poco aliviada de poder contar sus preocupaciones a alguien, de poder confesar sus más oscuros recuerdos, aunque fuese a un extraño.
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