Ya conté mis aventuras con esta chica (no tan chica) Martina, mi amiga de acá de Carapachay. Que le di para que tenga, gima y disfrute. Pero, aún cuando no fui yo el protagonista, la rubia cincuentona me saca de eje. Y me sacó algo más.
Uno de estos sábados fui a su casa a tocarle el timbre, en lugar de llamarla, ya que andaba cerca y quería cena y sexo abundantes. Martina me recibió así nomás vestida, vestidito de entrecasa y chancletas, pero me calentaba igual, y me dijo para mi sorpresa que tenía la noche ocupada con su marido remisero. Que el chongo la iba a llevar a cenar, que no sé qué aniversario, de si la primera vez que se la cogió. La cosa es que me recagó los planes de vagina que tenía. Justo antes de que le dijera chau y me fuera de mala gana, me puso la mano en el hombro y me avisó: "Quedate tranquilo, después te cuento lo que hicimos". Genial, con eso y una buena masturbada era más que suficiente.
Así que me fui a casa a pasar lo mejor posible la noche. Iba a escribir acá cuando me llamó Martina. "Escuchame, al final vamos a estar acá los dos, pero venite a comer con nosotros, mi marido te quiere conocer", me comentó. Bárbaro, dije, algo es algo, me puse campera de cuero, mucho perfume y me fui para lo de la fuertona señora. Al llegar, me abrió, me recibió con mimo en la pera y besote en la cara, excitándome con su aroma fuerte a pintura, perfume y hasta enjuague de cabello. Aparte de blusita sin mangas y pollera que me la comía. Y vino el marido, un tal Richard, grandote, lindo y más perfumado todavía que ella. Entre la amabilidad de los dos, los perfumes de ellos y los míos estaba más que caliente. Y qué decir cuando ella preparó picada y una buena pasta rellena con salsa. El queso, el fiambre, la pasta y el postre me llenaron y pusieron los pelos de la pija de punta. Pero claro, los que iban a darse eran ellos. Así que yo me tenía que conformar con la cena.
Pero Martina me dio otra sorpresita, siempre tan dulce: "Amorcito, quedate a dormir acá en casa, nosotros vamos a estar al final en nuestra pieza". Bárbaro, aunque claro que me parecía descolgado que la rubia cogiera con el tipo conmigo en la casa. Le pregunté si no molestaba que interrumpía su momento de intimidad. "Nooo, mi amor, nada que ver, vos dormí tranquilito, nosotros nos damos unos picos, nos manoseamos un poco y listo", dijo la loca delante de Richard. Y el otro se prendió: "Sí mamita, sabés cómo te voy a manosear esta noche". Y se dirigió a mí: "Vos no sabés cómo la cepillo, la tengo abajo mío y le doy bien fuerte, y ella chocha". Está bien que estaban calientes, que son marido y mujer, pero ya se pasaban de mambo. Pero bueno, charlamos un ratito más, cafecito y me fui a dormir.
Tenía ganas, solo en la pieza, de cualquier cosa: paja, una bombacha de Martina, cogerme un cajón, lo que sea. Pero al final no quise hacer nada, me daba paja (justamente) hacer nada en lo de una amiga. Pero no tuve que hacer nada. Martu y Richard lo hicieron por mí: a los 20 de estar acostado, y cuando me estaba durmiendo, me despertaron unos ruidos bárbaros de la pieza de ambos. Revolcadas, gemidos de Martina, de él, agitadas, el tipo frotándola en su concha, la mujer loca a los alaridos y puteadas, gritaba pidiendo más, que le diera duro. "Ah, aaahh, papi cogeme bien, pija, pija con todo ah, aaah", decía la rubia con la voz cortada. El hombrazo se le movía como una tromba, se escuchaba cómo hacía ruido la madera de la cama matrimonial. Entonces no aguanté y resolví, sin importarme nada, darme yo también. Me toqueteé el pene, me creció montón, me saqué el calzón, me agarré impresionante salchichón con las dos manos y me lo amasijé y exprimí.
Y sí, adivinaron: justo en el mismo momento que yo estaba por terminar mi trabajo, escucho un griterío al unísono y un "aaaahhh" largo de los esposos. En efecto, justo antes de consumir mi paja, Richard frotó excitadiísimo y le eyaculó y llenó de semen la vagina a Martina. Ahí fui yo quien aceleró la frotada, me di con tutti y gritando loco eyaculé monstruoso torrente de semen que bañó las sábanas y hasta mis piernas. No conformes ellos, se dieron de nuevo haciendo de vuelta todo tipo de ruidos bien fuertes, menos mal que eran unos picos y listo. Y yo no me quedé atrás y tras pararse bien mi porongaza, me froté de nuevo con todo. El matrimonio me ganó de mano y acabaron de nuevo, y unos instantes después acabé yo mi inmenso torrente de semen espeso y calenttito. De la locura, me lo chupé con los dedos y hasta me lamí el calzón y el semen que chorreaba. Y ellos se dijeron cositas, se besuquearon (todo se escuchó) y por fin se durmieron. Qué bárbaro, estos vecinos hacen ruido a cualqier hora, no respetan a nadie, viejo. Ni siquiera cuando uno se está haciendo la paja. Pero a mí me vino perfecto, a la punta de mi pene.
Uno de estos sábados fui a su casa a tocarle el timbre, en lugar de llamarla, ya que andaba cerca y quería cena y sexo abundantes. Martina me recibió así nomás vestida, vestidito de entrecasa y chancletas, pero me calentaba igual, y me dijo para mi sorpresa que tenía la noche ocupada con su marido remisero. Que el chongo la iba a llevar a cenar, que no sé qué aniversario, de si la primera vez que se la cogió. La cosa es que me recagó los planes de vagina que tenía. Justo antes de que le dijera chau y me fuera de mala gana, me puso la mano en el hombro y me avisó: "Quedate tranquilo, después te cuento lo que hicimos". Genial, con eso y una buena masturbada era más que suficiente.
Así que me fui a casa a pasar lo mejor posible la noche. Iba a escribir acá cuando me llamó Martina. "Escuchame, al final vamos a estar acá los dos, pero venite a comer con nosotros, mi marido te quiere conocer", me comentó. Bárbaro, dije, algo es algo, me puse campera de cuero, mucho perfume y me fui para lo de la fuertona señora. Al llegar, me abrió, me recibió con mimo en la pera y besote en la cara, excitándome con su aroma fuerte a pintura, perfume y hasta enjuague de cabello. Aparte de blusita sin mangas y pollera que me la comía. Y vino el marido, un tal Richard, grandote, lindo y más perfumado todavía que ella. Entre la amabilidad de los dos, los perfumes de ellos y los míos estaba más que caliente. Y qué decir cuando ella preparó picada y una buena pasta rellena con salsa. El queso, el fiambre, la pasta y el postre me llenaron y pusieron los pelos de la pija de punta. Pero claro, los que iban a darse eran ellos. Así que yo me tenía que conformar con la cena.
Pero Martina me dio otra sorpresita, siempre tan dulce: "Amorcito, quedate a dormir acá en casa, nosotros vamos a estar al final en nuestra pieza". Bárbaro, aunque claro que me parecía descolgado que la rubia cogiera con el tipo conmigo en la casa. Le pregunté si no molestaba que interrumpía su momento de intimidad. "Nooo, mi amor, nada que ver, vos dormí tranquilito, nosotros nos damos unos picos, nos manoseamos un poco y listo", dijo la loca delante de Richard. Y el otro se prendió: "Sí mamita, sabés cómo te voy a manosear esta noche". Y se dirigió a mí: "Vos no sabés cómo la cepillo, la tengo abajo mío y le doy bien fuerte, y ella chocha". Está bien que estaban calientes, que son marido y mujer, pero ya se pasaban de mambo. Pero bueno, charlamos un ratito más, cafecito y me fui a dormir.
Tenía ganas, solo en la pieza, de cualquier cosa: paja, una bombacha de Martina, cogerme un cajón, lo que sea. Pero al final no quise hacer nada, me daba paja (justamente) hacer nada en lo de una amiga. Pero no tuve que hacer nada. Martu y Richard lo hicieron por mí: a los 20 de estar acostado, y cuando me estaba durmiendo, me despertaron unos ruidos bárbaros de la pieza de ambos. Revolcadas, gemidos de Martina, de él, agitadas, el tipo frotándola en su concha, la mujer loca a los alaridos y puteadas, gritaba pidiendo más, que le diera duro. "Ah, aaahh, papi cogeme bien, pija, pija con todo ah, aaah", decía la rubia con la voz cortada. El hombrazo se le movía como una tromba, se escuchaba cómo hacía ruido la madera de la cama matrimonial. Entonces no aguanté y resolví, sin importarme nada, darme yo también. Me toqueteé el pene, me creció montón, me saqué el calzón, me agarré impresionante salchichón con las dos manos y me lo amasijé y exprimí.
Y sí, adivinaron: justo en el mismo momento que yo estaba por terminar mi trabajo, escucho un griterío al unísono y un "aaaahhh" largo de los esposos. En efecto, justo antes de consumir mi paja, Richard frotó excitadiísimo y le eyaculó y llenó de semen la vagina a Martina. Ahí fui yo quien aceleró la frotada, me di con tutti y gritando loco eyaculé monstruoso torrente de semen que bañó las sábanas y hasta mis piernas. No conformes ellos, se dieron de nuevo haciendo de vuelta todo tipo de ruidos bien fuertes, menos mal que eran unos picos y listo. Y yo no me quedé atrás y tras pararse bien mi porongaza, me froté de nuevo con todo. El matrimonio me ganó de mano y acabaron de nuevo, y unos instantes después acabé yo mi inmenso torrente de semen espeso y calenttito. De la locura, me lo chupé con los dedos y hasta me lamí el calzón y el semen que chorreaba. Y ellos se dijeron cositas, se besuquearon (todo se escuchó) y por fin se durmieron. Qué bárbaro, estos vecinos hacen ruido a cualqier hora, no respetan a nadie, viejo. Ni siquiera cuando uno se está haciendo la paja. Pero a mí me vino perfecto, a la punta de mi pene.
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