Ya saben que masturbarme es mi pasión desde muy pequeña. Pero no es la única que ya conocen. También saben, por la historia de mi kiosquero, que desde muy joven soy una experta en satisfacer a los hombres con la boca.
Carlos, el kiosquero, me tenía tan caliente, que había decidido desvirgarme con él.
Fue así que una tarde, muy decidida, entré como siempre, pero en vez de esconderme debajo del mostrador como hacia siempre, me quedé parada frente a él.
¿La verdad? Estaba tremenda: un vestidito bobo que marcaba mis pechos y mostraba algo más que mis rodillas, que estaba perfectamente diseñado para que me lo levanta y me curta.
-Qué te pasa, nena, preguntó el kiosquero asombrado.
-Quería hacerte una pregunta
-Pregunta tranquila, bebé
-Queria saber a que horas cerrabas con las persianas y todo
-A las diez, diez y media de la noche.
Puse cara de compungida. Pero no era falsa. Tenía otra idea en la cabeza, pero yo no podía andar por la calle a esa hora, sin que en mi casa se preocuparan. Carlos me preguntó qué era lo que tenía en mente, y le contesté sin reparos.
-Quiero que me cojas, pero a esa hora no puedo.
Me miró con cara de asesino. De macho en celo. Y sin dudarlo, cerró el kiosco. Como si fuera de noche. No le importaba nada. Ni una venta, ni que pase su pareja y vea que no estaba, ni nada. Cerró totalmente el comercio. Y me besó en la boca. Y yo también.
Esta historia no tiene nada de especial. Es más, con el tiempo me di cuenta de que todo se trató de una confusión. Pero el tiempo no puede volverse atrás, y lo hecho, hecho está. Y todo lo que yo hice en la vida, es lo que me transformó en esta mujer fogoza, satisfecha, peligrosa y clandestina.
Incluso, el intento de desvirgue del kiosquero, que estaba loco por cogerme, después de la larga temporada de petes sin preámbulos ni preguntas, fue no sólo un debut sexual. También fue el debut de la clandestina que hoy soy.
Cerró la persiana, se dio vuelta me agarró de la cintura, me subió a la banqueta y me levantó el vestido. Ni se fijó en mi ropa interior, porque prácticamente me arrancó la bombachita.
En un solo movimiento, se bajó la bragueta, y liberó su pija, esa que yo conocía perfectamente su sabor, su tamaño, su comportamiento al momento de estallar, y la puso en todo su esplendor sobre mi raja húmeda.
Cuando se frotó sobre mí, me volví loca… era como cuando me pajeaba, pero con el mejor de los dedos, que no era mío, y que tenía el grosor justo. Cuando su glande se apoyaba en mi clítoris, sentía una serie de pequeñas explosiones de sentimientos en mi nuca, en mi vientre, y en mi garganta, que sin yo quererlo, me hicieron gemir como gata en celo.
Mi gemido de placer, lo enloqueció. Y eso lo desmadró todo. Empezó a murmurar cosas incomprensibles, como un animal, pero en medio de su manoseo, porque el chabón no podía sacar las manos de mis tetas, entendí algo como se ve que te gusta la pija, pendeja, vas a tener pija, pija, pija.
Y quedó así, como tildado en la palabra pija, y me dio vuelta, casi en el aire, tomándome de la cintura, y apoyó mi panza en la banqueta. Quedé con el culo mirando el techo, y los brazos al costado de la silla.
Yo no tuve tiempo a nada. Ni siquiera a decirle que no. Pero el muy pelotudo apoyó su pija enorme, en la entrada de mi culo. Sentí como ese glande que yo conocía bien, cuando me lo tragaba con la boca, se apoyó en mi ano virgen. Y el muy hijo de puta, con su pija lubricada únicamente con mis jugos, sin usar manteca, ni nada, como había hecho Marlon Brandon en “El último tango en París”, me zampó la pija en el orto, haciéndome doler y gritar, pero esta vez, ya no de placer.
Fueron tres o cuatro estocadas. Voy a confesar algo: la última de ellas, ya no me disgustó tanto, pero eso lo sabría mucho después. Ahora soy una perra del culo. Si no me haces bien el culo, es como si no hubieras hecho nada. Pero en aquel momento me ofendí mucho.
Es que fui dulcemente a entregarle mi virginidad a mi amante clandestino, el señor del kiosco, el que cuando era niña me vendía figus y caramelos, y el muy hijo de puta me hizo el orto. Y encima mal, bruto. Y por cierto, escaso. Tres, cuatro empujones, y se acabó adentro mío.
Tuvo su orgasmo y se derrumbó. Como se derrumbó toda la mística que yo había creado alrededor del hombre maduro y experimentado, parece que el tipo había acumulado mucha calentura, y entonces me fui.
Me fui enojadísima. Con el culo roto, lleno de leche y todavía virgen.
O casi.
Carlos, el kiosquero, me tenía tan caliente, que había decidido desvirgarme con él.
Fue así que una tarde, muy decidida, entré como siempre, pero en vez de esconderme debajo del mostrador como hacia siempre, me quedé parada frente a él.
¿La verdad? Estaba tremenda: un vestidito bobo que marcaba mis pechos y mostraba algo más que mis rodillas, que estaba perfectamente diseñado para que me lo levanta y me curta.
-Qué te pasa, nena, preguntó el kiosquero asombrado.
-Quería hacerte una pregunta
-Pregunta tranquila, bebé
-Queria saber a que horas cerrabas con las persianas y todo
-A las diez, diez y media de la noche.
Puse cara de compungida. Pero no era falsa. Tenía otra idea en la cabeza, pero yo no podía andar por la calle a esa hora, sin que en mi casa se preocuparan. Carlos me preguntó qué era lo que tenía en mente, y le contesté sin reparos.
-Quiero que me cojas, pero a esa hora no puedo.
Me miró con cara de asesino. De macho en celo. Y sin dudarlo, cerró el kiosco. Como si fuera de noche. No le importaba nada. Ni una venta, ni que pase su pareja y vea que no estaba, ni nada. Cerró totalmente el comercio. Y me besó en la boca. Y yo también.
Esta historia no tiene nada de especial. Es más, con el tiempo me di cuenta de que todo se trató de una confusión. Pero el tiempo no puede volverse atrás, y lo hecho, hecho está. Y todo lo que yo hice en la vida, es lo que me transformó en esta mujer fogoza, satisfecha, peligrosa y clandestina.
Incluso, el intento de desvirgue del kiosquero, que estaba loco por cogerme, después de la larga temporada de petes sin preámbulos ni preguntas, fue no sólo un debut sexual. También fue el debut de la clandestina que hoy soy.
Cerró la persiana, se dio vuelta me agarró de la cintura, me subió a la banqueta y me levantó el vestido. Ni se fijó en mi ropa interior, porque prácticamente me arrancó la bombachita.
En un solo movimiento, se bajó la bragueta, y liberó su pija, esa que yo conocía perfectamente su sabor, su tamaño, su comportamiento al momento de estallar, y la puso en todo su esplendor sobre mi raja húmeda.
Cuando se frotó sobre mí, me volví loca… era como cuando me pajeaba, pero con el mejor de los dedos, que no era mío, y que tenía el grosor justo. Cuando su glande se apoyaba en mi clítoris, sentía una serie de pequeñas explosiones de sentimientos en mi nuca, en mi vientre, y en mi garganta, que sin yo quererlo, me hicieron gemir como gata en celo.
Mi gemido de placer, lo enloqueció. Y eso lo desmadró todo. Empezó a murmurar cosas incomprensibles, como un animal, pero en medio de su manoseo, porque el chabón no podía sacar las manos de mis tetas, entendí algo como se ve que te gusta la pija, pendeja, vas a tener pija, pija, pija.
Y quedó así, como tildado en la palabra pija, y me dio vuelta, casi en el aire, tomándome de la cintura, y apoyó mi panza en la banqueta. Quedé con el culo mirando el techo, y los brazos al costado de la silla.
Yo no tuve tiempo a nada. Ni siquiera a decirle que no. Pero el muy pelotudo apoyó su pija enorme, en la entrada de mi culo. Sentí como ese glande que yo conocía bien, cuando me lo tragaba con la boca, se apoyó en mi ano virgen. Y el muy hijo de puta, con su pija lubricada únicamente con mis jugos, sin usar manteca, ni nada, como había hecho Marlon Brandon en “El último tango en París”, me zampó la pija en el orto, haciéndome doler y gritar, pero esta vez, ya no de placer.
Fueron tres o cuatro estocadas. Voy a confesar algo: la última de ellas, ya no me disgustó tanto, pero eso lo sabría mucho después. Ahora soy una perra del culo. Si no me haces bien el culo, es como si no hubieras hecho nada. Pero en aquel momento me ofendí mucho.
Es que fui dulcemente a entregarle mi virginidad a mi amante clandestino, el señor del kiosco, el que cuando era niña me vendía figus y caramelos, y el muy hijo de puta me hizo el orto. Y encima mal, bruto. Y por cierto, escaso. Tres, cuatro empujones, y se acabó adentro mío.
Tuvo su orgasmo y se derrumbó. Como se derrumbó toda la mística que yo había creado alrededor del hombre maduro y experimentado, parece que el tipo había acumulado mucha calentura, y entonces me fui.
Me fui enojadísima. Con el culo roto, lleno de leche y todavía virgen.
O casi.
21 comentarios - Debut con el kiosquero
@Kakaroto2017 ... quizás, si hacía las cosas bien, yo no sería la que soy.
gracias por compartir
Van +10 y recomendada
😜
ya me pongo a buscarla!
besos Misko