Como ya saben, me llamo Carolina, tengo 49 años y vivo sola en Buenos Aires.
También saben que como me es difícil encontrar a alguien que pueda seguirme el ritmo, entonces, fácil de deducir, no puedo ser fiel a una sola persona. La monogamia no es para mí. Y los señores que me han tocado en suerte en la vida, al principio se la bancan, pero después ya no.
Se ve que la muchachada argentina tiene la auto estima muy baja, que no tolera comparaciones, ni compartir a la pareja.
Las cosas claras desde el principio: para estar conmigo, tenes que tener las cosas muy claras, porque en esta cama no hay límites. Yo no tengo límites, y, para satisfacerme, tenes que tener muy largo aliento, pero además, tenés que tolerar que yo me satisfaga a mi modo.
Si alguno de ustedes pasó por mi cuerpo, estoy segura de que no lo olvidó. En algún lugar de la piel o del alma, les dejé una herida.
Si alguno de ustedes pasó por mi cuerpo y pretende volver a hacerlo, siga así, como hasta ahora, sin abrir la boca. El que come callado, come dos veces.
Hoy voy a adelantarles el por qué de mi nombre. Ya vieron, no soy “clandestina” porque me esté ocultando de alguien. Soy “clandestina” por dos cosas.
Primero, porque no tengo problemas en ser la “clandestina” de sus parejas. Mientras sean obedientes, y cumplan mis caprichos, pueden dormir con quien quiera. De mi, no tendrán problemas de ningún tipo.
Pero eso sí, deben cumplir mis caprichos. Y no son fáciles de complacer.
La segunda, tiene que ver con los lugares. Porque allí empezó mi historia. Soy una señora grande, pero tuve una época en la que sólo quería sexo en lugares públicos. En forma clandestina. Sentada. Parada. Como sea. En el subterráneo. En el colectivo. En la plaza. En el kiosco. Los kioscos siempre fueron mis favoritos.
Es que allí me inicié. Con Carlos. El kiosquero de mi barrio. Un señor grande, de unos cuarenta. Y yo apenas una niña. Quizás 16 -para no escandalizar a nadie-. Trataba de ir a la hora de la siesta a comprar cualquier huevada. Y yo sabía que él mantenía abierto el local a la hora de la siesta solo para esperarme. Yo pasaba y me escondía detrás del mostrador. Y me tragaba su pija, mientras él atendía. Era un juego muy divertido. Venía un cliente, y me tragaba su aparato, y se lo soltaba recién cuando el cliente se iba. El kiosco tiene una dinámica muy excitante. Al menos para mí, claro. Les aseguro que para Carlos también.
Pero todo se desmadró cuando me dejó atender a mi, y era él el que estaba de rodillas debajo del mostrador.
Pero eso se los voy a contar mañana. O en la semana.
También saben que como me es difícil encontrar a alguien que pueda seguirme el ritmo, entonces, fácil de deducir, no puedo ser fiel a una sola persona. La monogamia no es para mí. Y los señores que me han tocado en suerte en la vida, al principio se la bancan, pero después ya no.
Se ve que la muchachada argentina tiene la auto estima muy baja, que no tolera comparaciones, ni compartir a la pareja.
Las cosas claras desde el principio: para estar conmigo, tenes que tener las cosas muy claras, porque en esta cama no hay límites. Yo no tengo límites, y, para satisfacerme, tenes que tener muy largo aliento, pero además, tenés que tolerar que yo me satisfaga a mi modo.
Si alguno de ustedes pasó por mi cuerpo, estoy segura de que no lo olvidó. En algún lugar de la piel o del alma, les dejé una herida.
Si alguno de ustedes pasó por mi cuerpo y pretende volver a hacerlo, siga así, como hasta ahora, sin abrir la boca. El que come callado, come dos veces.
Hoy voy a adelantarles el por qué de mi nombre. Ya vieron, no soy “clandestina” porque me esté ocultando de alguien. Soy “clandestina” por dos cosas.
Primero, porque no tengo problemas en ser la “clandestina” de sus parejas. Mientras sean obedientes, y cumplan mis caprichos, pueden dormir con quien quiera. De mi, no tendrán problemas de ningún tipo.
Pero eso sí, deben cumplir mis caprichos. Y no son fáciles de complacer.
La segunda, tiene que ver con los lugares. Porque allí empezó mi historia. Soy una señora grande, pero tuve una época en la que sólo quería sexo en lugares públicos. En forma clandestina. Sentada. Parada. Como sea. En el subterráneo. En el colectivo. En la plaza. En el kiosco. Los kioscos siempre fueron mis favoritos.
Es que allí me inicié. Con Carlos. El kiosquero de mi barrio. Un señor grande, de unos cuarenta. Y yo apenas una niña. Quizás 16 -para no escandalizar a nadie-. Trataba de ir a la hora de la siesta a comprar cualquier huevada. Y yo sabía que él mantenía abierto el local a la hora de la siesta solo para esperarme. Yo pasaba y me escondía detrás del mostrador. Y me tragaba su pija, mientras él atendía. Era un juego muy divertido. Venía un cliente, y me tragaba su aparato, y se lo soltaba recién cuando el cliente se iba. El kiosco tiene una dinámica muy excitante. Al menos para mí, claro. Les aseguro que para Carlos también.
Pero todo se desmadró cuando me dejó atender a mi, y era él el que estaba de rodillas debajo del mostrador.
Pero eso se los voy a contar mañana. O en la semana.
15 comentarios - Los Inicios
pero a veces no podes quedarte callado... por lo que decis que "siempre trate de hacer"... puedo llegar a entenderlo... hay historias que hay que contar.
Quiero conocer más de esta historia!
un señor y dos señoritas...
pero dificilmente se den a conocer, porque conocen las reglas