Cuando uno sabe que no es una belleza, desarrolla algunas habilidades para suplirlo. Y uno se entera de que no es una belleza, a muy temprana edad. Pongamos que a los catorce, cuando ya desarrollaste todo lo que tenías que desarrollar, y ves en el espejo un ejemplar de hombre que no es de los más atractivos de tu curso, entonces, se empieza a fabricar otros recursos. O a resignarse a morir pajeándose.
Yo no soy un hermoso ejemplar de macho. Nunca lo fui. Tampoco soy Quasimodo. Pero lindo, nada. Soy un portador sano de las tres pe: panzón, petiso, pelado. Un hombre común.
Desde mi más tierna adolescencia supe que los boliches no eran mi mejor territorio. La estética no era mi fuerte, por más que intentara bailar arriba de los bafles, por más que me vistiera correctamente.
Entonces, a cierta gracia, a cierta prolijidad, tuve que sumarle dos cosas: unos brazos muy fuertes, y un desarrollo discursivo diferente. Brazos fuertes para remar mucho, y muchos colores en el diálogo para entretener mientras se rema.
De hecho, esta cuenta , si ustedes la revisan, no tiene ni una fotografía mía … es que no hay mucho para exhibir. Sólo palabras, fantasías, historias.
La historia de hoy, es una que viví hace muy poco en la facultad, dando clases.
Perdón que sea insistente: un hombre grande, entrado en años, en kilos, de baja estatura, pero, remador. Busco que mis clases sean amenas. Ya bastante aburrido es el tema que doy, para que además, me haga el super teórico y los duerma a todos.
Cuando termina la clase, una de las que salieron bien, con mucha participación y duelos dialécticos, cuatro alumnos se me acercan al escritorio para hacerme “una pregunta más”, y mientras voy guardando mis cosas veo que sentada en el primer banco, la más linda de la clase, me mira, con mirada asesina.
Contesto pacientemente, se van retirando, y yo también, cuando esta piba, la de la mirada gélida, me intercepta y me dice sin vueltas
-profe, a mi me gustan los jóvenes lindos, pero con usted voy a hacer la excepción
Juro que la vi venir. Esa mirada ya la había visto en otras miradas. Y no pensé demasiado la respuesta, porque si la hubiera pensado no hubiera respondido de ese modo
-alumna, a mi me gustan las señoras grandes que no son alumnas mías, pero con vos puedo hacer la excepción.
Me regaló una sonrisa amplia, muy amplia, con esa boca joven, carnosa, divina, que me hizo recordar a la sonrisa de Jessica Lange. No se lo dije, porque no iba a saber quién era Jessica Lange, y antes de que siguiera pensando le dije que vaya caminando hasta Las Heras y Pueyrredón, que se siente en el monumento, que yo la pasaría a buscar en veinte minutos.
No terminé de decirle eso que desapareció. Me quedé solo en el aula, parado, congelado. Pensando en que había metido la pata. La cagué, pensé. Tantos años de prestigio tirados a la mierda por una piba muy caradura que me avanzó y que me hizo una propuesta que no pude rechazar.
Ni que fuera el Padrino, pensé. Y me reí, y volví a la realidad, cuando empezaron a entrar los alumnos del próximo curso.
Fui a sala de profesores, firmé, fui al baño, luego al estacionamiento, y salí para tomar por Pueyrredón y allí estaba. Me acerqué y bajé el vidrio
-Esperás a alguien?
-A vos
Cerró la puerta, se abalanzó sobre mí y puso su boca, la de Jessica Lange, sobre mi boca, y sin dejar de besarme dijo
-Quiero que me demuestres que la boca no la usas para decir cosas graciosas
-Dalo por hecho- le dije, mientras ponía rumbo al telo que está frente al Cementerio de la Recoleta.
Ese lugar no es muy conveniente, porque podes cruzarte con alumnos, colegas, cualquier cosa, pero era el que más cerca estaba, y no quería que se disipara el hechizo. También está el morbo, de coger frente a un cementerio. La vida y la muerte separados apenas por una vereda. Pero eso es para otro relato.
Lo cierto es que todo fue una sola cosa: tomar la habitación, abrir la puerta, cerrarla, meterle la mano debajo de la pollera, alzarla agarrándola bien de las nalgas, subirla a la mesa, sacarle la bombacha, y dejarla así, con las piernas abiertas, desnuda, arriba de la mesa y mirándola a los ojos, con la mirada que yo se bien que tengo.
Mis dedos empezaron a rozarle el vientre, mi boca a besarle los muslos. No se si ya les dije que no soy un ejemplar de hombre de esos que dan gusto ver, pero quizás sea por eso mismo, que cuando tengo a una mujer en mis manos, se muy bien qué hacer con ella.
Se que tengo una sola chance. ¿Chance de qué? De hacerlo bien. Hacerlo bien significa que puedo generar el deseo en ella de querer volver a verme. Entonces mi ecuación es simple: plena satisfacción para ella. Ya habrá tiempo para mi placer.
Y la táctica es esa. Hacerlo lenta y cadenciosamente. Siguiendo un ritmo que no se detiene, pero que no se apresura. Los besos van rodeando el centro, generando placer por lo que va a pasar, no por lo que está ocurriendo, sino por la promesa de lo que va a ocurrir enseguida. Y el roce, siempre circular, siempre destacando el centro, hacia el que me acerco, indisimuladamente, con la punta de mis dedos, y con mis labios, hasta sentir el aroma profundo de una mujer en celo que ya gime, por la electricidad que su cuerpo empieza a generar, pero por las fantasías que imagina, a punto tal que en el momento en que la punta de mi lengua roza su centro, su cuerpo se llena de placeres, su boca queda totalmente cubierta por una O, y la contorsión de su vientre parece más a un estertor propio del orgasmo, que arrancaré en breve, cuando decida hundir mi lengua dentro suyo, pero aún eso no ocurrirá, porque tengo mis dos manos sobre sus nalgas, y apoyo mis labios sobre su clitoris, y hago círculos sobre él, y los gemidos acompañan mis movimientos, y sus caderas buscan apoyarse sobre mi boca y mi mano la sostiene inmóvil, apoyándose con la palma abierta sobre su vientre, mientras, sí, mi lengua saborea sus jugos, y la recorre por completo, desde el clítoris hasta su ano, avisándole que tendrá su orgasmo, que mi lengua la hará acabar, pero que también la estoy lubricando con mi saliva, porque le voy a perforar el ojete cuando llegue mi turno.
Me aferro contra ella. Mi boca y su concha es una sola cosa, y la habitación queda literalmente inundada de sus gritos.
-Cogeme, cogeme hijo de puta. Dame pija, si, si, si, no pares
Y un montón de otras cosas inconexas mientras mi lengua hacía eso que ella había imaginado, que era mucho más que usarla para hacer bromas sobre la aburrida materia que estaba cursando. Hasta que el momento más preciado para mí llegó.
Su cuerpo se tensó y contuvo la respiración. No gimió más. Todos sus músculos contraídos. Y yo supo que un lengüetazo más sería suficiente para obtener mi premio. Y como si se tratara de un disparo, allí fue, al centro, con todo el grosor de mi lengua, apretando el clítoris con la base, mientras dos dedos jugaban con su concha, y empezó a descargar gritos, jugos, gemidos, estertores. Sus abdominales habían cobrado vida. Se movían espasmódicamente.
Y así fue como tuve el orgasmo de mi atrevida alumna en mi boca, que es la herramienta que usamos los hombres que no somos muy agraciados, para lograr que una joven belleza haga una excepción y quiera dejarse perforar el culo por su profesor.
Yo no soy un hermoso ejemplar de macho. Nunca lo fui. Tampoco soy Quasimodo. Pero lindo, nada. Soy un portador sano de las tres pe: panzón, petiso, pelado. Un hombre común.
Desde mi más tierna adolescencia supe que los boliches no eran mi mejor territorio. La estética no era mi fuerte, por más que intentara bailar arriba de los bafles, por más que me vistiera correctamente.
Entonces, a cierta gracia, a cierta prolijidad, tuve que sumarle dos cosas: unos brazos muy fuertes, y un desarrollo discursivo diferente. Brazos fuertes para remar mucho, y muchos colores en el diálogo para entretener mientras se rema.
De hecho, esta cuenta , si ustedes la revisan, no tiene ni una fotografía mía … es que no hay mucho para exhibir. Sólo palabras, fantasías, historias.
La historia de hoy, es una que viví hace muy poco en la facultad, dando clases.
Perdón que sea insistente: un hombre grande, entrado en años, en kilos, de baja estatura, pero, remador. Busco que mis clases sean amenas. Ya bastante aburrido es el tema que doy, para que además, me haga el super teórico y los duerma a todos.
Cuando termina la clase, una de las que salieron bien, con mucha participación y duelos dialécticos, cuatro alumnos se me acercan al escritorio para hacerme “una pregunta más”, y mientras voy guardando mis cosas veo que sentada en el primer banco, la más linda de la clase, me mira, con mirada asesina.
Contesto pacientemente, se van retirando, y yo también, cuando esta piba, la de la mirada gélida, me intercepta y me dice sin vueltas
-profe, a mi me gustan los jóvenes lindos, pero con usted voy a hacer la excepción
Juro que la vi venir. Esa mirada ya la había visto en otras miradas. Y no pensé demasiado la respuesta, porque si la hubiera pensado no hubiera respondido de ese modo
-alumna, a mi me gustan las señoras grandes que no son alumnas mías, pero con vos puedo hacer la excepción.
Me regaló una sonrisa amplia, muy amplia, con esa boca joven, carnosa, divina, que me hizo recordar a la sonrisa de Jessica Lange. No se lo dije, porque no iba a saber quién era Jessica Lange, y antes de que siguiera pensando le dije que vaya caminando hasta Las Heras y Pueyrredón, que se siente en el monumento, que yo la pasaría a buscar en veinte minutos.
No terminé de decirle eso que desapareció. Me quedé solo en el aula, parado, congelado. Pensando en que había metido la pata. La cagué, pensé. Tantos años de prestigio tirados a la mierda por una piba muy caradura que me avanzó y que me hizo una propuesta que no pude rechazar.
Ni que fuera el Padrino, pensé. Y me reí, y volví a la realidad, cuando empezaron a entrar los alumnos del próximo curso.
Fui a sala de profesores, firmé, fui al baño, luego al estacionamiento, y salí para tomar por Pueyrredón y allí estaba. Me acerqué y bajé el vidrio
-Esperás a alguien?
-A vos
Cerró la puerta, se abalanzó sobre mí y puso su boca, la de Jessica Lange, sobre mi boca, y sin dejar de besarme dijo
-Quiero que me demuestres que la boca no la usas para decir cosas graciosas
-Dalo por hecho- le dije, mientras ponía rumbo al telo que está frente al Cementerio de la Recoleta.
Ese lugar no es muy conveniente, porque podes cruzarte con alumnos, colegas, cualquier cosa, pero era el que más cerca estaba, y no quería que se disipara el hechizo. También está el morbo, de coger frente a un cementerio. La vida y la muerte separados apenas por una vereda. Pero eso es para otro relato.
Lo cierto es que todo fue una sola cosa: tomar la habitación, abrir la puerta, cerrarla, meterle la mano debajo de la pollera, alzarla agarrándola bien de las nalgas, subirla a la mesa, sacarle la bombacha, y dejarla así, con las piernas abiertas, desnuda, arriba de la mesa y mirándola a los ojos, con la mirada que yo se bien que tengo.
Mis dedos empezaron a rozarle el vientre, mi boca a besarle los muslos. No se si ya les dije que no soy un ejemplar de hombre de esos que dan gusto ver, pero quizás sea por eso mismo, que cuando tengo a una mujer en mis manos, se muy bien qué hacer con ella.
Se que tengo una sola chance. ¿Chance de qué? De hacerlo bien. Hacerlo bien significa que puedo generar el deseo en ella de querer volver a verme. Entonces mi ecuación es simple: plena satisfacción para ella. Ya habrá tiempo para mi placer.
Y la táctica es esa. Hacerlo lenta y cadenciosamente. Siguiendo un ritmo que no se detiene, pero que no se apresura. Los besos van rodeando el centro, generando placer por lo que va a pasar, no por lo que está ocurriendo, sino por la promesa de lo que va a ocurrir enseguida. Y el roce, siempre circular, siempre destacando el centro, hacia el que me acerco, indisimuladamente, con la punta de mis dedos, y con mis labios, hasta sentir el aroma profundo de una mujer en celo que ya gime, por la electricidad que su cuerpo empieza a generar, pero por las fantasías que imagina, a punto tal que en el momento en que la punta de mi lengua roza su centro, su cuerpo se llena de placeres, su boca queda totalmente cubierta por una O, y la contorsión de su vientre parece más a un estertor propio del orgasmo, que arrancaré en breve, cuando decida hundir mi lengua dentro suyo, pero aún eso no ocurrirá, porque tengo mis dos manos sobre sus nalgas, y apoyo mis labios sobre su clitoris, y hago círculos sobre él, y los gemidos acompañan mis movimientos, y sus caderas buscan apoyarse sobre mi boca y mi mano la sostiene inmóvil, apoyándose con la palma abierta sobre su vientre, mientras, sí, mi lengua saborea sus jugos, y la recorre por completo, desde el clítoris hasta su ano, avisándole que tendrá su orgasmo, que mi lengua la hará acabar, pero que también la estoy lubricando con mi saliva, porque le voy a perforar el ojete cuando llegue mi turno.
Me aferro contra ella. Mi boca y su concha es una sola cosa, y la habitación queda literalmente inundada de sus gritos.
-Cogeme, cogeme hijo de puta. Dame pija, si, si, si, no pares
Y un montón de otras cosas inconexas mientras mi lengua hacía eso que ella había imaginado, que era mucho más que usarla para hacer bromas sobre la aburrida materia que estaba cursando. Hasta que el momento más preciado para mí llegó.
Su cuerpo se tensó y contuvo la respiración. No gimió más. Todos sus músculos contraídos. Y yo supo que un lengüetazo más sería suficiente para obtener mi premio. Y como si se tratara de un disparo, allí fue, al centro, con todo el grosor de mi lengua, apretando el clítoris con la base, mientras dos dedos jugaban con su concha, y empezó a descargar gritos, jugos, gemidos, estertores. Sus abdominales habían cobrado vida. Se movían espasmódicamente.
Y así fue como tuve el orgasmo de mi atrevida alumna en mi boca, que es la herramienta que usamos los hombres que no somos muy agraciados, para lograr que una joven belleza haga una excepción y quiera dejarse perforar el culo por su profesor.
7 comentarios - El profe y la alumna con boca de Jessica Lange
🔥
Que lindo leerte, como siempre 🔥
danger my ass!
Provoco.
@putita_linda
@SweetDragonfly
Magnífico relato. Que se te multipliquen las pendejas atrevidas, que te admiren @putita_linda, @SweetDragonfly_ y muchas otras.