El último martes fue el cumpleaños de Juan Carlos, el colectivero. Cumplió cincuenta años. No podía dejar de saludarlo, así que ni bien mi marido salió con el Ro para esperar la movilidad escolar, le mandé un mensaje.
"Feliz cumple, te mando cincuenta besitos dónde más te guste", acompañando el texto con emoticones de besos y corazones.
"Sería lindo que me los des personalmente", me contestó al toque, con un guiño.
Evalúo rápidamente mis compromisos del día, a las dos tengo una reunión en la Compañía, que está a pocas cuadras del lugar dónde solemos vernos, por lo que no estaría mal un encuentro.
"¿Cómo estás para que nos veamos?", le consulto.
"¿A qué hora te queda bien?".
No me pregunta dónde, ya que el lugar es el mismo de siempre, el telo de Solís e Independencia.
"A las dos salgo de una reunión por ahí cerca, puedo dos y media".
"Hecho, me muero por sentir tus besos", me confirma con unos cuantos diablitos enfatizando sus palabras.
Cuando vuelve mi marido, desayunamos juntos y luego cada uno parte rumbo a su respectivo trabajo.
Una de mis funciones es mantener los canales abiertos entre la Compañía de seguros y el Broker del cuál formo parte. Soy buena haciendo relaciones públicas, por lo que todos los meses paso por la sucursal en Constitución, y le hago unos mimos a nuestra ejecutiva de cuentas y a los encargados de liquidar robos y accidentes. Claro que últimamente, con la crisis que estamos padeciendo, estoy yendo casi todas las semanas.
Ese martes tenía pactada una reunión para renegociar tarifas. Era más que nada para ratificar lo que ya habíamos hablado anteriormente, teniendo en cuenta la inflación y el aumento del dólar. Así que tras ponernos de acuerdo en cuáles servicios iban a sufrir los recargos, quedé libre para encontrarme con mi hombre.
Todavía era temprano, así que fuí al bar de la vuelta a tomar un café.
Pasados unos minutos de las dos, me puse en marcha. Fui caminando, total de la Nueve de Julio estoy a unas pocas cuadras. Coincidimos prácticamente en la esquina, yo viniendo desde el bajo y él desde la avenida Entre Ríos, de jean y con una remera negra con el estampado de una banda de metal: "Slayer".
Solo mirándonos, sin hacernos ninguna seña, doblamos en Solís, caminando cada uno por la vereda opuesta. Al llegar a mitad de cuadra, que es dónde está el telo, yo entro primero y cruzando la calle, él entra tras de mí.
Cuando me alcanza en el pasillo de entrada, me acaricia la cola y me susurra al oído:
-¡Que ganas tengo de que me soples la vela!-
No se lo digo pero yo estaba con más ganas que él.
Entramos a la habitación y nos chuponeamos todo, dejando que nuestras manos resbalen libremente por el cuerpo del otro.
-¿Dónde querías que te besara?- le pregunto en alusión a los mensajes que intercambiamos por la mañana.
Se sonríe lascivo y a modo de respuesta se desabrocha el pantalón y sacándoselo junto con el calzoncillo, se tiende de espalda sobre la cama. Ya tiene la pija medio morcillona, echada hacía un costado, los pendejos alborotados alrededor.
Con movimientos sexys y provocativos, me desvisto yo también, y desnuda me subo a la cama, gateando hacía él, las tetas colgando pesadas y tentadoras.
Me acerco y aspiro profundamente, mareándome con ese olor denso y afrodisíaco que me atrae y obsesiona. El aroma del placer. El perfume de mi locura.
Desde esa posición, como una gata al acecho, le canto el feliz cumpleaños con una entonación similar al "Happy birthday Mr. President" de Marilyn Monroe.
"Que los cumplas feliz,
que los cumplas feliz,
que los cumplas Juan Carlos,
que los cumplas feliz".
Me acerco un poco más y empiezo a darle los 50 besos prometidos.
"Chuick, uno... Chuick, dos... Chuick, tres...".
Empiezo por las bolas, besándolo de abajo hacia arriba, recorriendo toda la pija que, ahora sí, está bien parada. Un monumento al vigor y la virilidad.
"Chuick, cuarenta y siete... Chuick, cuarenta y ocho... Chuick, cuarenta y nueve...".
Éstos los recibe en la cabeza, que ya está empapada con ese líquido perlado y salobre que le sale del tercer ojo, pero para el último me levanto y se lo doy en los labios, volviendo a enredarnos en un chuponazo que nos deja sin aliento.
Luego del beso camino a gatas encima suyo y le pongo la concha contra la boca, sentándome prácticamente sobre su cabeza, de forma que me agarra con las manos de las nalgas y me pega tal chupada que me la deja toda babeada, viscosa, empapada.
Sin dejar de chuparme y de meterme la lengua, desliza una mano por mi cuerpo y me aprieta las tetas, primero una, luego la otra, para finalmente dedicar ambas manos a tan plácida tarea. Tengo los pezones tan duros que me duele cuando me pellizca, pero igual me gusta.
Es entonces que agarra una de mis manos y la lleva hacia su pija, para que se la pajee mientras él me sigue chupando la concha y amasando las tetas.
Estamos un buen rato así, disfrutando sin cogernos todavía, dejando que la excitación se dispare hacía esos límites que nos resultan imposibles de contener.
Ya habíamos estado juntos hace poco, durante mi abstinencia de Lucho. Había recurrido a él para sacarme las ganas. En eso Juan Carlos es un "boy scout", está siempre listo. Y no solo me atiende de maravilla, sino que también sabe escucharme y darme buenos consejos.
Aquella vez, después de coger, le conté lo que sentía por Lucho, y hasta le confesé que si me lo pedía sería capaz de dejar todo para estar a su lado. Me miró como si estuviera loca.
-Me parece que estás delirando- fue lo primero que me dijo.
-No es sólo una calentura...- traté de defender mi amor.
Prendió nun cigarrillo y como un reflexivo de la vida, me dijo, palabras más, palabras menos:
-Lo nuestro tampoco es una calentura, y sin embargo venimos, cogemos y después cada cual a su casa. No lo conozco al tipo, pero te escuché hablar de tu marido, de tu hijo, hasta me mostraste fotos de ellos. Yo te veo feliz en esas fotos, enamorada. Vos sos dueña de hacer lo que quieras, pero antes de mandarte una macana, cogete al chabón todas las veces que quieras, y solo si estás segura al cien por ciento, hacé lo que te dicte éste (poniendo un dedo sobre uno de mis pechos, a la altura del corazón), no ésta (acariciándome la concha)-
Sus palabras me llegaron al alma, por lo que tras echarnos otro polvo, le dije que iba a seguir su consejo. Y así fue. No dejé de querer a Lucho, pero sí lo dejé ir, por el bien de su familia y de la mía.
Ahora volvíamos a estar juntos, ya sin Lucho de por medio, dándole por su cumpleaños lo que más le gustaba en la vida. Según sus propias palabras, mi dulce y acaramelada conchita.
Se pone rápido un forro, así que me deslizo hacia atrás y me la encajo toda, así de grande y dura, la verga de un toro que me empuja la matriz hasta el último rincón de mi anatomía.
Me quedo ahí, bien estaqueada, disfrutando ese lleno absoluto, olvidándome al menos por un momento de cualquier pena o desazón.
Estar montada encima de un macho como el colectivero es la cura adecuada para cualquier mal. No podés sentirte deprimida con una buena pija adentro.
Es él quién empieza a moverse primero, agarrándome bien fuerte de las nalgas y acometiéndome con ensartes cada vez más profundos y acelerados. Yo me dejó embocar, disfrutando el movimiento, los suspiros, el roce de la piel...
Me gusta mirar cómo me coge por los espejos, su cuerpo fuerte y viril absorbiendo prácticamente el mío.
Rodamos el uno sobre el otro, quedando ahora él encima mío, aplastándome con su cuerpo, con toda la pija adentro, llenándome de una manera que me hace sentir totalmente saciada.
Por eso me gusta el colectivero, porque sabe lo que quiero y me lo da con creces. Y eso era lo que yo había ido a buscar, un buen garche, sin complicaciones.
Necesitaba sentirme usada de esa forma tan elemental, primaria, sentirme objeto sin más sentimiento que el placer.
Entrelazo mis piernas con las suyas y me muevo con él, ávida, hambrienta, soltando con cada puntazo un ¡Ahhhhhhh.....! plácido y gustoso.
Le busco la boca para chuparle la lengua, disfrutando la forma en que tan terrible pijazo fluye por todo mi interior, grueso, cargado, potente.
-¡Sí..., Sí..., Dale..., Cogeme..., No pares que se me hace agüita la concha!- le grito totalmente desbordada por ese fuego que me corroe las entrañas.
Me estoy echando un polvo, absorta en mi propio goce, cuando siento que me la saca de la concha, así..., ¡FUAP!..., de un tirón y levantándome las piernas, me la mete por el culo..., ¡PLOP!...
Ya antes me había estado metiendo los dedos, por lo que no tiene que esforzarse demasiado para poner toda la carne en el asador.
La culeada que me pega ahí, con mis piernas encajadas en torno a sus caderas, me arranca otro orgasmo aún más fuerte e intenso que el anterior.
Esta vez no se queda atrás y decide acompañarme, así que arremete con ímpetu ese último trecho, y sacándola de nuevo de un tirón..., ¡FUAP!..., se arranca el forro y suelta sobre mi vientre, tetas y hasta en mi cara, un potentísimo lechazo, de esos bien cargados y espesos, que hasta parecen crema batida.
Después de ese primer disparo, le siguieron varios más, ya menos caudalosos, pero igual de contundentes. Ahora es él quién se queda absorto, descargándose en violentas y sinuosas ráfagas.
Usando los dedos como pala, me unto la leche que me chorrea por la mejilla y llevándomela a la boca la saboreo con golosa predilección.
-¡Mmmhhh..., la mejor torta de cumpleaños que haya probado!- le digo mientras me chupeteo los dedos empapados en su semen.
Con la pija aún goteando, viene hacia mí y me la pone en la boca. Se la chupo y rebabeo, extasiándome con ese sabor que tanto me puede. Sabor a hombre, a virilidad.
La vida puede verse tan simple cuando estás encamada con un tipo, que desearías no levantarte nunca. Seguir echándote polvo tras polvo y que pase lo que tenga que pasar.
Con el colectivero me pasa eso, me cuesta dejarlo.
Luego de ducharnos juntos, nos vestimos y salimos del telo cada uno por su lado. Él a tomarse la línea 50 para ir a la terminal en dónde debía iniciar su servicio, yo a tomarme un taxi en la esquina de Solís y Chile. Todavía tenía trabajo pendiente en la oficina. El mundo real, el de todos los días, se resistía a dejarme escapar.
"Feliz cumple, te mando cincuenta besitos dónde más te guste", acompañando el texto con emoticones de besos y corazones.
"Sería lindo que me los des personalmente", me contestó al toque, con un guiño.
Evalúo rápidamente mis compromisos del día, a las dos tengo una reunión en la Compañía, que está a pocas cuadras del lugar dónde solemos vernos, por lo que no estaría mal un encuentro.
"¿Cómo estás para que nos veamos?", le consulto.
"¿A qué hora te queda bien?".
No me pregunta dónde, ya que el lugar es el mismo de siempre, el telo de Solís e Independencia.
"A las dos salgo de una reunión por ahí cerca, puedo dos y media".
"Hecho, me muero por sentir tus besos", me confirma con unos cuantos diablitos enfatizando sus palabras.
Cuando vuelve mi marido, desayunamos juntos y luego cada uno parte rumbo a su respectivo trabajo.
Una de mis funciones es mantener los canales abiertos entre la Compañía de seguros y el Broker del cuál formo parte. Soy buena haciendo relaciones públicas, por lo que todos los meses paso por la sucursal en Constitución, y le hago unos mimos a nuestra ejecutiva de cuentas y a los encargados de liquidar robos y accidentes. Claro que últimamente, con la crisis que estamos padeciendo, estoy yendo casi todas las semanas.
Ese martes tenía pactada una reunión para renegociar tarifas. Era más que nada para ratificar lo que ya habíamos hablado anteriormente, teniendo en cuenta la inflación y el aumento del dólar. Así que tras ponernos de acuerdo en cuáles servicios iban a sufrir los recargos, quedé libre para encontrarme con mi hombre.
Todavía era temprano, así que fuí al bar de la vuelta a tomar un café.
Pasados unos minutos de las dos, me puse en marcha. Fui caminando, total de la Nueve de Julio estoy a unas pocas cuadras. Coincidimos prácticamente en la esquina, yo viniendo desde el bajo y él desde la avenida Entre Ríos, de jean y con una remera negra con el estampado de una banda de metal: "Slayer".
Solo mirándonos, sin hacernos ninguna seña, doblamos en Solís, caminando cada uno por la vereda opuesta. Al llegar a mitad de cuadra, que es dónde está el telo, yo entro primero y cruzando la calle, él entra tras de mí.
Cuando me alcanza en el pasillo de entrada, me acaricia la cola y me susurra al oído:
-¡Que ganas tengo de que me soples la vela!-
No se lo digo pero yo estaba con más ganas que él.
Entramos a la habitación y nos chuponeamos todo, dejando que nuestras manos resbalen libremente por el cuerpo del otro.
-¿Dónde querías que te besara?- le pregunto en alusión a los mensajes que intercambiamos por la mañana.
Se sonríe lascivo y a modo de respuesta se desabrocha el pantalón y sacándoselo junto con el calzoncillo, se tiende de espalda sobre la cama. Ya tiene la pija medio morcillona, echada hacía un costado, los pendejos alborotados alrededor.
Con movimientos sexys y provocativos, me desvisto yo también, y desnuda me subo a la cama, gateando hacía él, las tetas colgando pesadas y tentadoras.
Me acerco y aspiro profundamente, mareándome con ese olor denso y afrodisíaco que me atrae y obsesiona. El aroma del placer. El perfume de mi locura.
Desde esa posición, como una gata al acecho, le canto el feliz cumpleaños con una entonación similar al "Happy birthday Mr. President" de Marilyn Monroe.
"Que los cumplas feliz,
que los cumplas feliz,
que los cumplas Juan Carlos,
que los cumplas feliz".
Me acerco un poco más y empiezo a darle los 50 besos prometidos.
"Chuick, uno... Chuick, dos... Chuick, tres...".
Empiezo por las bolas, besándolo de abajo hacia arriba, recorriendo toda la pija que, ahora sí, está bien parada. Un monumento al vigor y la virilidad.
"Chuick, cuarenta y siete... Chuick, cuarenta y ocho... Chuick, cuarenta y nueve...".
Éstos los recibe en la cabeza, que ya está empapada con ese líquido perlado y salobre que le sale del tercer ojo, pero para el último me levanto y se lo doy en los labios, volviendo a enredarnos en un chuponazo que nos deja sin aliento.
Luego del beso camino a gatas encima suyo y le pongo la concha contra la boca, sentándome prácticamente sobre su cabeza, de forma que me agarra con las manos de las nalgas y me pega tal chupada que me la deja toda babeada, viscosa, empapada.
Sin dejar de chuparme y de meterme la lengua, desliza una mano por mi cuerpo y me aprieta las tetas, primero una, luego la otra, para finalmente dedicar ambas manos a tan plácida tarea. Tengo los pezones tan duros que me duele cuando me pellizca, pero igual me gusta.
Es entonces que agarra una de mis manos y la lleva hacia su pija, para que se la pajee mientras él me sigue chupando la concha y amasando las tetas.
Estamos un buen rato así, disfrutando sin cogernos todavía, dejando que la excitación se dispare hacía esos límites que nos resultan imposibles de contener.
Ya habíamos estado juntos hace poco, durante mi abstinencia de Lucho. Había recurrido a él para sacarme las ganas. En eso Juan Carlos es un "boy scout", está siempre listo. Y no solo me atiende de maravilla, sino que también sabe escucharme y darme buenos consejos.
Aquella vez, después de coger, le conté lo que sentía por Lucho, y hasta le confesé que si me lo pedía sería capaz de dejar todo para estar a su lado. Me miró como si estuviera loca.
-Me parece que estás delirando- fue lo primero que me dijo.
-No es sólo una calentura...- traté de defender mi amor.
Prendió nun cigarrillo y como un reflexivo de la vida, me dijo, palabras más, palabras menos:
-Lo nuestro tampoco es una calentura, y sin embargo venimos, cogemos y después cada cual a su casa. No lo conozco al tipo, pero te escuché hablar de tu marido, de tu hijo, hasta me mostraste fotos de ellos. Yo te veo feliz en esas fotos, enamorada. Vos sos dueña de hacer lo que quieras, pero antes de mandarte una macana, cogete al chabón todas las veces que quieras, y solo si estás segura al cien por ciento, hacé lo que te dicte éste (poniendo un dedo sobre uno de mis pechos, a la altura del corazón), no ésta (acariciándome la concha)-
Sus palabras me llegaron al alma, por lo que tras echarnos otro polvo, le dije que iba a seguir su consejo. Y así fue. No dejé de querer a Lucho, pero sí lo dejé ir, por el bien de su familia y de la mía.
Ahora volvíamos a estar juntos, ya sin Lucho de por medio, dándole por su cumpleaños lo que más le gustaba en la vida. Según sus propias palabras, mi dulce y acaramelada conchita.
Se pone rápido un forro, así que me deslizo hacia atrás y me la encajo toda, así de grande y dura, la verga de un toro que me empuja la matriz hasta el último rincón de mi anatomía.
Me quedo ahí, bien estaqueada, disfrutando ese lleno absoluto, olvidándome al menos por un momento de cualquier pena o desazón.
Estar montada encima de un macho como el colectivero es la cura adecuada para cualquier mal. No podés sentirte deprimida con una buena pija adentro.
Es él quién empieza a moverse primero, agarrándome bien fuerte de las nalgas y acometiéndome con ensartes cada vez más profundos y acelerados. Yo me dejó embocar, disfrutando el movimiento, los suspiros, el roce de la piel...
Me gusta mirar cómo me coge por los espejos, su cuerpo fuerte y viril absorbiendo prácticamente el mío.
Rodamos el uno sobre el otro, quedando ahora él encima mío, aplastándome con su cuerpo, con toda la pija adentro, llenándome de una manera que me hace sentir totalmente saciada.
Por eso me gusta el colectivero, porque sabe lo que quiero y me lo da con creces. Y eso era lo que yo había ido a buscar, un buen garche, sin complicaciones.
Necesitaba sentirme usada de esa forma tan elemental, primaria, sentirme objeto sin más sentimiento que el placer.
Entrelazo mis piernas con las suyas y me muevo con él, ávida, hambrienta, soltando con cada puntazo un ¡Ahhhhhhh.....! plácido y gustoso.
Le busco la boca para chuparle la lengua, disfrutando la forma en que tan terrible pijazo fluye por todo mi interior, grueso, cargado, potente.
-¡Sí..., Sí..., Dale..., Cogeme..., No pares que se me hace agüita la concha!- le grito totalmente desbordada por ese fuego que me corroe las entrañas.
Me estoy echando un polvo, absorta en mi propio goce, cuando siento que me la saca de la concha, así..., ¡FUAP!..., de un tirón y levantándome las piernas, me la mete por el culo..., ¡PLOP!...
Ya antes me había estado metiendo los dedos, por lo que no tiene que esforzarse demasiado para poner toda la carne en el asador.
La culeada que me pega ahí, con mis piernas encajadas en torno a sus caderas, me arranca otro orgasmo aún más fuerte e intenso que el anterior.
Esta vez no se queda atrás y decide acompañarme, así que arremete con ímpetu ese último trecho, y sacándola de nuevo de un tirón..., ¡FUAP!..., se arranca el forro y suelta sobre mi vientre, tetas y hasta en mi cara, un potentísimo lechazo, de esos bien cargados y espesos, que hasta parecen crema batida.
Después de ese primer disparo, le siguieron varios más, ya menos caudalosos, pero igual de contundentes. Ahora es él quién se queda absorto, descargándose en violentas y sinuosas ráfagas.
Usando los dedos como pala, me unto la leche que me chorrea por la mejilla y llevándomela a la boca la saboreo con golosa predilección.
-¡Mmmhhh..., la mejor torta de cumpleaños que haya probado!- le digo mientras me chupeteo los dedos empapados en su semen.
Con la pija aún goteando, viene hacia mí y me la pone en la boca. Se la chupo y rebabeo, extasiándome con ese sabor que tanto me puede. Sabor a hombre, a virilidad.
La vida puede verse tan simple cuando estás encamada con un tipo, que desearías no levantarte nunca. Seguir echándote polvo tras polvo y que pase lo que tenga que pasar.
Con el colectivero me pasa eso, me cuesta dejarlo.
Luego de ducharnos juntos, nos vestimos y salimos del telo cada uno por su lado. Él a tomarse la línea 50 para ir a la terminal en dónde debía iniciar su servicio, yo a tomarme un taxi en la esquina de Solís y Chile. Todavía tenía trabajo pendiente en la oficina. El mundo real, el de todos los días, se resistía a dejarme escapar.
18 comentarios - Le soplé la vela...
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