Estela dormía acurrucada sobre su costado izquierdo. Dardo la miraba y pensaba en lo que le había dicho un rato antes, antes de dormirse. No era una advertencia, no. Tampoco un prurito. Era, de algún modo, un complemento a la fantasía liberada. En líneas generales, no tenían demasiadas barreras. De inmediato o con la madurez del tiempo, lo imaginado se volvía tangible. Así le llegó el momento a los disfraces, al vibrador. La cena en el restorán con discoteca swinger, que fue recorrida en apenas 15 minutos pero sirvió para hervir la sangre y explotar en el baño de hombres mientras dos o tres los miraban.
Hace un rato, mirando videos al azar encontraron varios de algunos desviados que se masturban en público y eyaculaban encima de mujeres desprevenidas en las plazas, transporte público o en la calle. Los japoneses son amantes de algunas perversiones notables. Él le contó que algunas madrugadas se despertaba excitado y que la próxima le descargaría su leche en el cuerpo, mientras ella durmiera. Que ahora sentía la necesidad de hacerlo y encontrarse con el punto en que esos tipos resolvían sus necesidades sexuales. “Creo que me excita vejarte de ese modo, abusar de tu condición de desprevenida”, le dijo, serio, para que no pasar por pervertido.
Hubo un silencio. Ella no respondió del modo en que cerraba los tratos de índole sexual. No le acomodó el culo entre la pija como señal de acuerdo. Se quedó quieta y luego habló.
-Siempre me pedís algo nuevo y me encanta. Nunca propongo yo. Cuando saltamos al vacío, me cuidás siempre. “Relajate”, me decís y me tranquilizo. Así nos cogimos un tipo, aunque no le tocaste un pelo. A una mina, a esa sí la cogimos estrictamente entre los dos. Así me hiciste el culo la primera vez y se volvió una rutina. Tenías razón: era una cuestión de relajación. “Relajate y gocemos”, me propusiste mientras me enterrabas la pija y sentía el calor más grande que sentí en mi vida. Me terminó gustando esa primera vez. Sentí que me había perdido toda la vida negándome a que me rompieras el culo. Que placer enorme. Te la pido yo, por la menos una vez en la semana. Dale, despertame con tu leche. En la cara, en las tetas o en el culo, donde quieras. Pero te quiero pedir algo yo también. Dejame que te rompa el culo. Quiero igualarte el placer que me hacés sentir. Te quiero meter la pija que no tengo, el pito de goma que me metés cuando fantaseamos que nos cogemos a un negro pijudo. Si me entra a mi, también te va a entrar a vos, amor. Así como me domaste la cola, te la quiero domar yo-, dijo ella.
La habitación volvió al silencio. Él tampoco le comió desenfrenadamente la boca como cuando ella accedía a sus invitaciones. Ella se durmió y a él le costó un rato largo lograrlo.
Esther se despertó con una latigazo caliente en la cara y un goteo interminable de semen que se escurría entre las tetas. Miró la hora, no serían más de las 3 de la mañana. Hubo acuerdo, estaba todo preparado en la mesita de luz. Ella sonrió y mientras le abría la boca a él con la píja que habían comprado juntos en un sex shop, volvió a hablar.
-Relajate, pruebo solo con la puntita.
Hace un rato, mirando videos al azar encontraron varios de algunos desviados que se masturban en público y eyaculaban encima de mujeres desprevenidas en las plazas, transporte público o en la calle. Los japoneses son amantes de algunas perversiones notables. Él le contó que algunas madrugadas se despertaba excitado y que la próxima le descargaría su leche en el cuerpo, mientras ella durmiera. Que ahora sentía la necesidad de hacerlo y encontrarse con el punto en que esos tipos resolvían sus necesidades sexuales. “Creo que me excita vejarte de ese modo, abusar de tu condición de desprevenida”, le dijo, serio, para que no pasar por pervertido.
Hubo un silencio. Ella no respondió del modo en que cerraba los tratos de índole sexual. No le acomodó el culo entre la pija como señal de acuerdo. Se quedó quieta y luego habló.
-Siempre me pedís algo nuevo y me encanta. Nunca propongo yo. Cuando saltamos al vacío, me cuidás siempre. “Relajate”, me decís y me tranquilizo. Así nos cogimos un tipo, aunque no le tocaste un pelo. A una mina, a esa sí la cogimos estrictamente entre los dos. Así me hiciste el culo la primera vez y se volvió una rutina. Tenías razón: era una cuestión de relajación. “Relajate y gocemos”, me propusiste mientras me enterrabas la pija y sentía el calor más grande que sentí en mi vida. Me terminó gustando esa primera vez. Sentí que me había perdido toda la vida negándome a que me rompieras el culo. Que placer enorme. Te la pido yo, por la menos una vez en la semana. Dale, despertame con tu leche. En la cara, en las tetas o en el culo, donde quieras. Pero te quiero pedir algo yo también. Dejame que te rompa el culo. Quiero igualarte el placer que me hacés sentir. Te quiero meter la pija que no tengo, el pito de goma que me metés cuando fantaseamos que nos cogemos a un negro pijudo. Si me entra a mi, también te va a entrar a vos, amor. Así como me domaste la cola, te la quiero domar yo-, dijo ella.
La habitación volvió al silencio. Él tampoco le comió desenfrenadamente la boca como cuando ella accedía a sus invitaciones. Ella se durmió y a él le costó un rato largo lograrlo.
Esther se despertó con una latigazo caliente en la cara y un goteo interminable de semen que se escurría entre las tetas. Miró la hora, no serían más de las 3 de la mañana. Hubo acuerdo, estaba todo preparado en la mesita de luz. Ella sonrió y mientras le abría la boca a él con la píja que habían comprado juntos en un sex shop, volvió a hablar.
-Relajate, pruebo solo con la puntita.
10 comentarios - La propuesta de Esther