l dolor y la angustia de saber que había fallado primero como padre, luego como esposo y para terminar como suegro y como abuelo era insoportable. Como padre había logrado que mi hijo se abochornara de mí y que no quisiera verme. Como esposo, no había logrado mantener a Aurora a mi lado. Pero lo que realmente me rompía el alma era saber que había mancillado la memoria de Manuel, violando y emputeciendo a su señora.
―Hijo, ¡lo siento!―, murmuré totalmente empapado mientras elevaba mi mirada al cielo: ― Sé que me he comportado como un hijo de perra con Sonia, pero te juro que, a partir de este momento, no será así y me ocuparé de que no les falte de nada a ninguno de los dos. ¡Por Manolito y su madre no tienes que preocuparte! ¡Son desde ahora mi responsabilidad!
Puede parecer una locura, pero en ese preciso instante dejó de llover y salió en sol. Sentí como si mi chaval me perdonara e incluso que, olvidando mi pecado, me diera las gracias.
―No te fallaré otra vez― grité al viento y corriendo como un loco, volví al cortijo.
Nada más llegar, llamé a Sonia, a su madre y a mi ex. Las dos primeras en llegar fueron Aurora y Teresa, las cuales venían charlando animadamente y la complicidad que leí en sus gestos, me hizo sospechar que además de las paces esas dos habían firmado una entente cordiale. Mis sospechas quedaron confirmadas al sentarse frente a mí, juntas y bastante acarameladas.
«Me alegro sobre todo por Aurora», pensé porque desde que nos habíamos separado a mi ex se le habían sucedido las desgracias.
Cuando mi nuera apareció por la puerta, su actitud era la contraria. Mientras su vieja y mi ex estaban alegres y sonrientes, ella estaba triste y meditabunda.
«Soy un capullo sin ningún tipo de escrúpulos», me dije mientras centímetro a centímetro me hundía avergonzado en el sillón al observar la evidencia en su rostro que había estado llorando.
―Suegro, ¿qué desea de mí?― mientras se arrodillaba y con un hilo de voz me preguntó.
El ver a mi nuera tan alicaída me impactó de sobremanera y levantándola del suelo, la senté junto a mí. Eso solo obró un milagro y como por arte de magia desapareció la angustia de su rostro y sonrió.
―Pensaba que seguía enfadado con su cachorrita― susurró en mi oído mientras se restregaba dichosa contra mí.
La ternura y alegría con la que pegaba su cuerpo al míolevantaron todas mis alertas y sin ningún deseo de prolongar su sufrimiento ni el de mi consuegra, les expliqué que nos había dejado llevar por el rencor y que les habíamos hecho a ellas responsables de algo cuyo culpable había sido nuestro hijo.
―No sé cómo compensaros el daño que os he afligido, desde este momento, sois nuestras invitadas.
Mi ex, asintiendo cada una de mis palabras, añadió mientras cogía la mano de mi consuegra:
―Si queréis quedaros aquí con Pedro y conmigo, sois bienvenidas.
Teresa, más afectada de lo que se suponía, nos contestó casi llorando que no había nada que perdonar porque ellas tampoco habían hecho por arreglar la difícil relación entre nosotros y Manuel. Tras lo cual, abrazando a Aurora, le preguntó si ahora que no tenía que ejercer de su putita, podía convertirse en su amiga cariñosa.
Mi antigua esposa riendo la besó.
Como mi nuera no se había manifestado, nuevamente, le pregunté qué iba a hacer y si me perdonaba.
―Suegro, ¿qué es lo que desea su cachorrita le prepare de comer?
La incongruencia de su respuesta me dejó sin habla y mi silencio hizo que Aurora quisiera intervenir:
―Ya no tienes que seguir comportándote así, Pedro te ha pedido perdón.
Girándose hacia ella y con un desprecio brutal en sus ojos, la rubia contestó a la que hasta unos minutos había sido su señora:
―No recibo órdenes de una puta que abandonó a su marido. Mi señor sabe que su cachorrita le ama y que nunca le dejará.
―Hija, piensa lo que dices― intentó mediar su madre.
El rechazo de Sonia por la mujer que le había engendrado fue todavía mayor y con ira apenas contenida, replicó:
―Si no permito que una zorra me aconseje, ¡menos a su amante! Nunca se me olvidará que no solo intentaste robarme el marido sino también que querías quitarme el amor de mi suegro.
Que se negara a atender mis palabras y la violencia con la que había respondido a su madre y mi ex fueron una señal de queo bien estaba fingiendo o bien de que algo en su cerebro había hecho crack y de que se rehusaba a acatar la realidad.
―Sonia, no pienso dejarte en la estacada― comenté creyendo que iban por ahí los tiros: ―No necesitas seguir actuando para que me ocupe de ti y de tu hijo.
Sorprendida y mirándome con los ojos abiertos de par en par, resopló diciendo:
―Suegro, su cachorrita no actúa. Su cachorrita obedece.
Mi ex fue sumando diferentes indicios y cogiéndome del brazo, me llevó a un lado.
―Pedro, ¿me puedes ayudar a comprobar algo?
―Claro― respondí deseando cualquier ayuda porque lo quisiera o no reconocer estaba aterrado.
―Manda a Sonia con nuestro nieto y pide a su madre que se quede.
―No sé por dónde vas, pero eso haré― contesté y volviendo a donde estaban madre e hija, hice lo que Aurora me había pedido.
A regañadientes nuestra nuera nos dejó para irse a ocupar de su niño, mientras Teresa nos preguntaba que deseábamos de ella.
―Teresa, ¿eres consciente de que Pedro solo os esclavizó porque pensábamos que le habíais separado de Manuel?
Mi consuegra sin perder la sonrisa asintió. La respuesta de la morena permitió a mi ex seguir:
―¿Recuerdas que Pedro os liberó y que por lo tanto no tenéis que servirle?
―Claro, no soy boba ni tengo Alzheimer.
―¿Te crees capaz de no cumplir una orden directa de él?
―Nunca podría. ¡Pedro es mi dueño!
―A ver― dije interviniendo: ―¿Por qué no puedes desobedecerme si te liberé?
―Sé que me liberó, pero una esclava siempre es esclava y nada que haga nadie puede cambiarlo. Cuando murió su hijo, estaba desamparada, pero usted me acogió bajo su abrazo y siempre seré suya.
Olvidando a la cincuentona, mi ex me soltó desternillada:
―¿No te das cuenta? Está condicionada a servirte. De alguna forma, Manuel lavó el cerebro a las dos.
Sin entender qué era lo que le hacía tanta gracia a mi antigua pareja y con el estómago revuelto, me negué a aceptarlo. Decidido a demostrar que se equivocaba, sacando un fajo de billetes de un cajón, se lo di a la morena:
―Toma este dinero y vete. No quiero volverte a ver.
Tal y como había anticipado, Teresa agarró la pasta y salió de la habitación, pero justo cuando ya creía que había ganado la vi entrar llorando y arrodillándose a mis pies, me pidió que no fuera cruel con ella y que le perdonara cualquier cosa que hubiese hecho.
Mi ex con una sonrisa de oreja a oreja, preguntó a la que había sido su consuegra:
―Teresa, si tu amo te permite quedarte con él, pero sirviéndome solo a mí, ¿estarías contenta?
―Señora, lo aceptaría gustosa― replicó con sus ojos teñidos de emoción― pero en cuanto mi señor me llame ha de saber que acudiré a su lado.
Muerta de risa y feliz, Aurora me miró diciendo:
―Te he quitado un problema. ¡Sonia es el tuyo!
Tras lo cual y cogiendo de la cintura a nuestra consuegra, salió con ella rumbo a su cuarto.
Me quedé de piedra por el descaro y de la cara dura con la que mi ex se tomaba el asunto. Era acojonante que hubiese decidido aprovechar el condicionamiento al que las había sometido Manuel para agenciarse una amante fiel, cariñosa y sobre todo obediente, importándole bien poco el destino de nuestra nuera.
«¿Y ahora qué hago?», me pregunté tan aturdido como abochornado por la actitud de la que había sido mi señora.
Sin cómplice ni consejero al que acudir, tenía que abordar solo el hecho de que la viuda de mi hijo y su madre se negaban a aceptar que eran libres.
«Me recuerdan al cuento de la barracuda y de la caballa», me dije meditando sobre la historia en la que unos científicos habían encerrado a esos dos peces en el mismo acuario, pero con un cristal separándolos. La hambrienta barracuda ignorando la invisible barrera que había entre ellos, había querido comerse una y otra vez a la aterrorizada caballa hasta que resignada había dejado de intentarlo. Entonces habían retirado el cristal y la barracuda, nunca traspasaba el lugar donde había estado la barrera, pensando que seguía ahí.
«A pesar de saberse emancipadas, siguen pensando que sonmis esclavas», sentencié: «Debo armarme de paciencia para que olviden esa locura y convencerlas de qué son libres».
Con ese pensamiento rondando, fui a ver dónde estaba mi nuera. Tal y como le había exigido, la hallé cuidando de su hijo. Sonia al verme entrar sonrió, pero como no le di orden que dijera lo contrario siguió ejerciendo de madre mientras sentado en un sofá admiraba algo más que su comportamiento como madre de mi nieto.
«Hay que reconocer que mi hijo tenía buen gusto», me dije valorando positivamente la forma y la rotundidad de sus pechos.
Sintiéndose observada, Sonia comenzó a ponerse nerviosa y a pesar de los esfuerzos que hizo para evitar que lo notara, sus pezones se le erizaron bajo el uniforme de criada.
―¿Qué te pasa?― olvidando momentáneamente mi propósito de respetarla como la viuda de mi hijo que era, pregunté mientras pasaba mi mano por sus senos.
―Suegro, no sea malo― masculló entre dientes al sentir que le flaqueaban las piernas: ―Está mi bebé.
Al recordarme la presencia de mi nieto, se me calló el alma a los pies. Como perro apaleado y con el rabo entre las piernas, hui por segunda vez en una hora de ella.
«Definitivamente, ¡soy un capullo!», me torturé mientras achacaba ese nuevo error a una falta de moral inasumible y mirando hacia una foto de mi hijo que había en una cómoda, prometí que no me volvería a sobrepasar con la que había sido su esposa.
«No entiendo por qué le he tocado las tetas, si mi intención era hablar con ella para que supiera que nunca más tenía ni debía entregarse a mí», murmuré entre dientes.
En un intento de buscar ayuda o al menos hablar con alguien, fui a ver a mi ex. La muy zorra ni siquiera había tenido la delicadeza de cerrar la puerta de su cuarto y por eso al oír ruido, entré sin saber que me encontraría a Aurora totalmente desnuda y a Teresa con la cara entre sus muslos, mientras exigía con una fusta a nuestra consuegra que no parara de lamerle el coño.
«Al menos, estas dos están felices», con un cabreo creciente, rumié.
Abatido y preocupado, cogí las llaves del coche y me marché de casa con la idea de evitar encontrarme con cualquiera de las tres. Como ya era cerca de las dos y no quería que Sonia me diera de comer, me fui a un restaurante que acaban de inaugurar en el pueblo.
Al llegar al local, agradecí el encontrarme con unos conocidos y uniéndome a su mesa, disfruté de largo rato de asueto donde mi nieto y las mujeres que había dejado en el cortijo pasaron a un segundo plano. De esa forma, aunque fuera momentáneamente, conseguí olvidar el deshonor y la humillación que me producía el haber abusado de una inocente que para más inri era la viuda de mi chaval.
Al volver con el estómago lleno y sin ganas de compañía, decidí salir a correr por el campo para que el ejercicio me permitiera ordenar mi mente y encontrar una solución a mis problemas.
Tras colocarme una zapatillas, dejé atrás el cortijo con la intención de perderme entre los olivares. Durante más de una hora, recorrí esos agrestes pero ricos parajes con la idea fija de dejar atrás todo recuerdo de Sonia.
Desgraciadamente y a pesar de que forcé mis músculos y el sudor empapó mi camiseta, la presencia de mi preciosa nuera y mi ignominia seguían presentes en cada una de mis respiraciones.
«Debo hacer algo para convencerla de que abandone esa idea. Debo conseguir que vuelva a ser una joven del siglo XXI y que olvide esa obsesión por ser mía», me repetía como un mantra cada vez que subía una cuesta o recorría una vereda.
Con la derrota reflejada en mi rostro, volví a la casa. Afortunadamente, nadie me esperaba en la entrada y por ello, en absoluto silencio, me escabullí hacia mi habitación. Lamentablemente, mi alegría duró poco porque al pasar la puerta me encontré con Sonia esperando sentada en una silla junto a la cama.
―Estaba preocupada por usted. La próxima vez que vaya a correr, avíseme― murmuró y sin decir nada más, me dejó solo en el cuarto y pasó a mi baño.
Un observador poco avispado se hubiese escandalizado con la altanera actitud de esa criada, pero por el contrario cualquiera con un poco de chispa hubiese comprendido de inmediato que esa mujer sentía algo por su jefe y que su protesta se debía a una inquietud sincera. El ruido del agua llenando la bañera me informó de que, aún enfadada, esa rubia seguía firme en su decisión de servirme hasta las últimas consecuencias y por ello no me extrañó que, al cabo de unos minutos, volviera a comunicarme que el jacuzzi estaba listo.
―Suegro, deme su camisa― pidió.
Por un momento, creí que su petición era inocua y por eso se la di. Pero entonces y ante mi pasmo, no pudo ocultar que mi olor le resultaba irresistible y como un perro olfateando una pista, mi nuera acercó mi polo sudado a su nariz.
―¡Dios! ¡Qué bien huele!― gimió incapaz de contenerse y con lágrimas en los ojos, salió del baño.
Reconozco que no me esperaba esa reacción y siendo lo último que deseaba en ese momento era pensar en ello, me desnudé y totalmente desmoralizado entré en la bañera.
«En menudo lío me has metido, hijo», cerrando los ojos, sentencié tan triste como preocupado.
Mi tranquilidad duró unos diez minutos, porque aterrorizado, escuché que se abría la puerta y que alguien entraba en el baño. Asumiendo que era Sonia que volvía, simulé que dormía para que así se pensara dos veces el despertarme.
―Abuelo, ¿sabes por qué llora mamá?― escuché que Manolito me decía.
―No lo sé, cariño― mentí descaradamente a mi nieto.
El crio, con la memoria de pez habitual a su edad, olvidó la preocupación por su progenitora en cuanto me vio chapotear y riendo en plan pícaro, me pidió permiso para entrar conmigo en la bañera.
―Primero, tengo que quitarte la ropa― respondió su madre desde la puerta.
Por ridículo que parezca, sentí vergüenza de que Sonia me viera desnudo y mientras intentaba taparme, mi nuera aprovechó para empelotar a su chaval. Manolito, en cuanto pudo liberarse de los maternales brazos de mi nuera, se lanzó en picado dentro del jacuzzi.
―Hijo, ten cuidado― le pidió su madre mientras acercaba una silla a la bañera.
La naturalidad con la que Sonia se quedó mirando a su chaval mientras se bañaba a mi lado me descolocó y más cuando luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me soltó:
―Como se parece mi bebé a usted, se nota que lleva sus genes.
Sé que quizás lo dijo para halagarme y lo cierto es que ¡lo consiguió! No pude evitar sentirme dichoso de que parte de Manolo e incluso de mí perdurara en mi nieto. Quizás por ello, me relajé y comencé a jugar con el niño sin importarme que su madre estuviese.
―Mamá, ¡defiéndeme! ¡El abuelo me está echando agua en la cara!― en un momento dado pidió el crio.
―Mójale tú a él, ¿no ves que es un anciano?― replicó Sonia lanzándome una carga de profundidad mientras me miraba a los ojos.
Si la vez anterior su intención era agradarme, en esta claramente era molestar y nuevamente logró su objetivo.
«Será puta», pensé y ahuecando mis manos, le lancé su contenido a la cara.
La muy zorra en vez de cabrearse, al verse empapada por mí, se echó a reír y respondiendo a mi agresión, se metió vestida a la bañera y me atacó. Respondiendo a las risas de su bebé, cogió agua en sus mofletes y descargó su contenido sobre mi cara.
El niño lo estaba pasando en grande al ver a su madre y a su abuelo haciendo unas travesuras que a buen seguro se las hubiésemos prohibido hacer y decidido a no ser el único en portarse bien, la imitó.
―Ahora veréis― dije y aferrando a los dos entre mis brazos, los hundí en el jacuzzi.
Sonia se tomó ese gesto como una declaración de guerra y a carcajada limpia, pidió a su hijo que la ayudara. Juntos los dos me embistieron, iniciando un festival de risas y revolcones en el que,sin malicia por mi parte, pero irremediablemente, se alborotaronmis hormonas al sentir sus manos recorriendo mi pecho.
―¡Qué bonita eres!― balbuceé en voz baja al observar que su uniforme mojado se le pegaba totalmente al cuerpo dejando al descubierto la sensual curvatura de sus pechos.
A pesar de no ser esa mi intención, mi nuera lo escuchó ybajo la tela de su vestido, crecieron ante mis ojos dos traicioneros volcanes delatando lo mucho que le había afectado ese piropo.
«Recuerda quien es y lo que te has prometido», me dije haciendo verdaderos esfuerzos por retirar mi vista de esos primorosos senos que tenía frente a mis ojos.
«Son una belleza».
Asumiendo que, de seguir jugando con los dos, mi excitación me pondría en ridículo o algo peor, decidí dar por terminado ese baño y secarme. Al descubrir que Sonia me miraba atentamente mientras salía, me puse rojo y ella, al contrario que otras veces no aprovechó mi embarazo para reírse de mí, sino que poniendo un puchero me preguntó si podía quedarse con Manolito un rato más.
Al responderle que sí y antes de que me diera tiempo de marcharme, la viuda de mi hijo desabrochó su vestido y lo dejó caer. La belleza juvenil de su cuerpo, no por conocida, fue menos impactante y con sonrojo he de decir que consciente o inconscientemente al salir del baño dejé la puerta abierta. Por eso y mientras me secaba en el cuarto, no pude dejar de deleitarme con la dulce pero sensual escena que Sonia me estaba regalandoal bañar a su chaval.
«¡Qué rica que está la condenada!», exclamé para mí con la mirada clavada en las preciosas areolas que decoraban sus senos.
Si a mi nuera fueron sus pezones los que la traicionaron, a mí fue la incipiente erección que crecía entre mis piernas la que me delató y por eso cuando de reojo Sonia miró hacía donde yo la espiaba, descubrió mi pene tieso.
―Suegro, ¿es por mí?― preguntó la maldita con toda su mala leche.
Estuve a punto de contestar una burrada, pero cuando las palabrotas estaban a punto de emerger de mi boca pensé que con ello le estaba haciendo el juego. Aunque me costó, le devolví una sonrisa y me di la vuelta.
«Tranquilízate macho», murmuré entre dientes, «eres mayor y más inteligente que esa zorrita. No dejes que te manipule».
Simulando una tranquilidad que no sentía comencé a vestirme y ya me había puesto los pantalones cuando escuché que salían del jacuzzi.
―Suegro, me pregunta Manolito si todas las noches puede bañarse con nosotros― escuché a mi espalda.
Supe que era cosa suya y pensé en negarme, pero al darme la vuelta me encontré con Sonia mojada y completamente desnuda mirándome con una expresión que interpreté de deseo en su cara.
―¡Tapate!― le pedí angustiado al sentir que me fallaba hasta el respirar.
―Solo si me ayuda a dar de cenar al nene― replicó mientras en plan puta me lucía muy ufana la perfección de su trasero.
A duras penas pude retirar mis ojos de sus nalgas y cuandoacercándose a mí, comenzó a acariciarse los pechos, claudiqué y prometí hacerlo.
―Por eso le quiero tanto― riendo contestó para acto seguido darme una pista de lo que me esperaba, posando sus labios en mi mejilla con dulzura mientras susurraba en mi oído: ―Recuerde que…soy y seré siempre… su cachorrita
―Hijo, ¡lo siento!―, murmuré totalmente empapado mientras elevaba mi mirada al cielo: ― Sé que me he comportado como un hijo de perra con Sonia, pero te juro que, a partir de este momento, no será así y me ocuparé de que no les falte de nada a ninguno de los dos. ¡Por Manolito y su madre no tienes que preocuparte! ¡Son desde ahora mi responsabilidad!
Puede parecer una locura, pero en ese preciso instante dejó de llover y salió en sol. Sentí como si mi chaval me perdonara e incluso que, olvidando mi pecado, me diera las gracias.
―No te fallaré otra vez― grité al viento y corriendo como un loco, volví al cortijo.
Nada más llegar, llamé a Sonia, a su madre y a mi ex. Las dos primeras en llegar fueron Aurora y Teresa, las cuales venían charlando animadamente y la complicidad que leí en sus gestos, me hizo sospechar que además de las paces esas dos habían firmado una entente cordiale. Mis sospechas quedaron confirmadas al sentarse frente a mí, juntas y bastante acarameladas.
«Me alegro sobre todo por Aurora», pensé porque desde que nos habíamos separado a mi ex se le habían sucedido las desgracias.
Cuando mi nuera apareció por la puerta, su actitud era la contraria. Mientras su vieja y mi ex estaban alegres y sonrientes, ella estaba triste y meditabunda.
«Soy un capullo sin ningún tipo de escrúpulos», me dije mientras centímetro a centímetro me hundía avergonzado en el sillón al observar la evidencia en su rostro que había estado llorando.
―Suegro, ¿qué desea de mí?― mientras se arrodillaba y con un hilo de voz me preguntó.
El ver a mi nuera tan alicaída me impactó de sobremanera y levantándola del suelo, la senté junto a mí. Eso solo obró un milagro y como por arte de magia desapareció la angustia de su rostro y sonrió.
―Pensaba que seguía enfadado con su cachorrita― susurró en mi oído mientras se restregaba dichosa contra mí.
La ternura y alegría con la que pegaba su cuerpo al míolevantaron todas mis alertas y sin ningún deseo de prolongar su sufrimiento ni el de mi consuegra, les expliqué que nos había dejado llevar por el rencor y que les habíamos hecho a ellas responsables de algo cuyo culpable había sido nuestro hijo.
―No sé cómo compensaros el daño que os he afligido, desde este momento, sois nuestras invitadas.
Mi ex, asintiendo cada una de mis palabras, añadió mientras cogía la mano de mi consuegra:
―Si queréis quedaros aquí con Pedro y conmigo, sois bienvenidas.
Teresa, más afectada de lo que se suponía, nos contestó casi llorando que no había nada que perdonar porque ellas tampoco habían hecho por arreglar la difícil relación entre nosotros y Manuel. Tras lo cual, abrazando a Aurora, le preguntó si ahora que no tenía que ejercer de su putita, podía convertirse en su amiga cariñosa.
Mi antigua esposa riendo la besó.
Como mi nuera no se había manifestado, nuevamente, le pregunté qué iba a hacer y si me perdonaba.
―Suegro, ¿qué es lo que desea su cachorrita le prepare de comer?
La incongruencia de su respuesta me dejó sin habla y mi silencio hizo que Aurora quisiera intervenir:
―Ya no tienes que seguir comportándote así, Pedro te ha pedido perdón.
Girándose hacia ella y con un desprecio brutal en sus ojos, la rubia contestó a la que hasta unos minutos había sido su señora:
―No recibo órdenes de una puta que abandonó a su marido. Mi señor sabe que su cachorrita le ama y que nunca le dejará.
―Hija, piensa lo que dices― intentó mediar su madre.
El rechazo de Sonia por la mujer que le había engendrado fue todavía mayor y con ira apenas contenida, replicó:
―Si no permito que una zorra me aconseje, ¡menos a su amante! Nunca se me olvidará que no solo intentaste robarme el marido sino también que querías quitarme el amor de mi suegro.
Que se negara a atender mis palabras y la violencia con la que había respondido a su madre y mi ex fueron una señal de queo bien estaba fingiendo o bien de que algo en su cerebro había hecho crack y de que se rehusaba a acatar la realidad.
―Sonia, no pienso dejarte en la estacada― comenté creyendo que iban por ahí los tiros: ―No necesitas seguir actuando para que me ocupe de ti y de tu hijo.
Sorprendida y mirándome con los ojos abiertos de par en par, resopló diciendo:
―Suegro, su cachorrita no actúa. Su cachorrita obedece.
Mi ex fue sumando diferentes indicios y cogiéndome del brazo, me llevó a un lado.
―Pedro, ¿me puedes ayudar a comprobar algo?
―Claro― respondí deseando cualquier ayuda porque lo quisiera o no reconocer estaba aterrado.
―Manda a Sonia con nuestro nieto y pide a su madre que se quede.
―No sé por dónde vas, pero eso haré― contesté y volviendo a donde estaban madre e hija, hice lo que Aurora me había pedido.
A regañadientes nuestra nuera nos dejó para irse a ocupar de su niño, mientras Teresa nos preguntaba que deseábamos de ella.
―Teresa, ¿eres consciente de que Pedro solo os esclavizó porque pensábamos que le habíais separado de Manuel?
Mi consuegra sin perder la sonrisa asintió. La respuesta de la morena permitió a mi ex seguir:
―¿Recuerdas que Pedro os liberó y que por lo tanto no tenéis que servirle?
―Claro, no soy boba ni tengo Alzheimer.
―¿Te crees capaz de no cumplir una orden directa de él?
―Nunca podría. ¡Pedro es mi dueño!
―A ver― dije interviniendo: ―¿Por qué no puedes desobedecerme si te liberé?
―Sé que me liberó, pero una esclava siempre es esclava y nada que haga nadie puede cambiarlo. Cuando murió su hijo, estaba desamparada, pero usted me acogió bajo su abrazo y siempre seré suya.
Olvidando a la cincuentona, mi ex me soltó desternillada:
―¿No te das cuenta? Está condicionada a servirte. De alguna forma, Manuel lavó el cerebro a las dos.
Sin entender qué era lo que le hacía tanta gracia a mi antigua pareja y con el estómago revuelto, me negué a aceptarlo. Decidido a demostrar que se equivocaba, sacando un fajo de billetes de un cajón, se lo di a la morena:
―Toma este dinero y vete. No quiero volverte a ver.
Tal y como había anticipado, Teresa agarró la pasta y salió de la habitación, pero justo cuando ya creía que había ganado la vi entrar llorando y arrodillándose a mis pies, me pidió que no fuera cruel con ella y que le perdonara cualquier cosa que hubiese hecho.
Mi ex con una sonrisa de oreja a oreja, preguntó a la que había sido su consuegra:
―Teresa, si tu amo te permite quedarte con él, pero sirviéndome solo a mí, ¿estarías contenta?
―Señora, lo aceptaría gustosa― replicó con sus ojos teñidos de emoción― pero en cuanto mi señor me llame ha de saber que acudiré a su lado.
Muerta de risa y feliz, Aurora me miró diciendo:
―Te he quitado un problema. ¡Sonia es el tuyo!
Tras lo cual y cogiendo de la cintura a nuestra consuegra, salió con ella rumbo a su cuarto.
Me quedé de piedra por el descaro y de la cara dura con la que mi ex se tomaba el asunto. Era acojonante que hubiese decidido aprovechar el condicionamiento al que las había sometido Manuel para agenciarse una amante fiel, cariñosa y sobre todo obediente, importándole bien poco el destino de nuestra nuera.
«¿Y ahora qué hago?», me pregunté tan aturdido como abochornado por la actitud de la que había sido mi señora.
Sin cómplice ni consejero al que acudir, tenía que abordar solo el hecho de que la viuda de mi hijo y su madre se negaban a aceptar que eran libres.
«Me recuerdan al cuento de la barracuda y de la caballa», me dije meditando sobre la historia en la que unos científicos habían encerrado a esos dos peces en el mismo acuario, pero con un cristal separándolos. La hambrienta barracuda ignorando la invisible barrera que había entre ellos, había querido comerse una y otra vez a la aterrorizada caballa hasta que resignada había dejado de intentarlo. Entonces habían retirado el cristal y la barracuda, nunca traspasaba el lugar donde había estado la barrera, pensando que seguía ahí.
«A pesar de saberse emancipadas, siguen pensando que sonmis esclavas», sentencié: «Debo armarme de paciencia para que olviden esa locura y convencerlas de qué son libres».
Con ese pensamiento rondando, fui a ver dónde estaba mi nuera. Tal y como le había exigido, la hallé cuidando de su hijo. Sonia al verme entrar sonrió, pero como no le di orden que dijera lo contrario siguió ejerciendo de madre mientras sentado en un sofá admiraba algo más que su comportamiento como madre de mi nieto.
«Hay que reconocer que mi hijo tenía buen gusto», me dije valorando positivamente la forma y la rotundidad de sus pechos.
Sintiéndose observada, Sonia comenzó a ponerse nerviosa y a pesar de los esfuerzos que hizo para evitar que lo notara, sus pezones se le erizaron bajo el uniforme de criada.
―¿Qué te pasa?― olvidando momentáneamente mi propósito de respetarla como la viuda de mi hijo que era, pregunté mientras pasaba mi mano por sus senos.
―Suegro, no sea malo― masculló entre dientes al sentir que le flaqueaban las piernas: ―Está mi bebé.
Al recordarme la presencia de mi nieto, se me calló el alma a los pies. Como perro apaleado y con el rabo entre las piernas, hui por segunda vez en una hora de ella.
«Definitivamente, ¡soy un capullo!», me torturé mientras achacaba ese nuevo error a una falta de moral inasumible y mirando hacia una foto de mi hijo que había en una cómoda, prometí que no me volvería a sobrepasar con la que había sido su esposa.
«No entiendo por qué le he tocado las tetas, si mi intención era hablar con ella para que supiera que nunca más tenía ni debía entregarse a mí», murmuré entre dientes.
En un intento de buscar ayuda o al menos hablar con alguien, fui a ver a mi ex. La muy zorra ni siquiera había tenido la delicadeza de cerrar la puerta de su cuarto y por eso al oír ruido, entré sin saber que me encontraría a Aurora totalmente desnuda y a Teresa con la cara entre sus muslos, mientras exigía con una fusta a nuestra consuegra que no parara de lamerle el coño.
«Al menos, estas dos están felices», con un cabreo creciente, rumié.
Abatido y preocupado, cogí las llaves del coche y me marché de casa con la idea de evitar encontrarme con cualquiera de las tres. Como ya era cerca de las dos y no quería que Sonia me diera de comer, me fui a un restaurante que acaban de inaugurar en el pueblo.
Al llegar al local, agradecí el encontrarme con unos conocidos y uniéndome a su mesa, disfruté de largo rato de asueto donde mi nieto y las mujeres que había dejado en el cortijo pasaron a un segundo plano. De esa forma, aunque fuera momentáneamente, conseguí olvidar el deshonor y la humillación que me producía el haber abusado de una inocente que para más inri era la viuda de mi chaval.
Al volver con el estómago lleno y sin ganas de compañía, decidí salir a correr por el campo para que el ejercicio me permitiera ordenar mi mente y encontrar una solución a mis problemas.
Tras colocarme una zapatillas, dejé atrás el cortijo con la intención de perderme entre los olivares. Durante más de una hora, recorrí esos agrestes pero ricos parajes con la idea fija de dejar atrás todo recuerdo de Sonia.
Desgraciadamente y a pesar de que forcé mis músculos y el sudor empapó mi camiseta, la presencia de mi preciosa nuera y mi ignominia seguían presentes en cada una de mis respiraciones.
«Debo hacer algo para convencerla de que abandone esa idea. Debo conseguir que vuelva a ser una joven del siglo XXI y que olvide esa obsesión por ser mía», me repetía como un mantra cada vez que subía una cuesta o recorría una vereda.
Con la derrota reflejada en mi rostro, volví a la casa. Afortunadamente, nadie me esperaba en la entrada y por ello, en absoluto silencio, me escabullí hacia mi habitación. Lamentablemente, mi alegría duró poco porque al pasar la puerta me encontré con Sonia esperando sentada en una silla junto a la cama.
―Estaba preocupada por usted. La próxima vez que vaya a correr, avíseme― murmuró y sin decir nada más, me dejó solo en el cuarto y pasó a mi baño.
Un observador poco avispado se hubiese escandalizado con la altanera actitud de esa criada, pero por el contrario cualquiera con un poco de chispa hubiese comprendido de inmediato que esa mujer sentía algo por su jefe y que su protesta se debía a una inquietud sincera. El ruido del agua llenando la bañera me informó de que, aún enfadada, esa rubia seguía firme en su decisión de servirme hasta las últimas consecuencias y por ello no me extrañó que, al cabo de unos minutos, volviera a comunicarme que el jacuzzi estaba listo.
―Suegro, deme su camisa― pidió.
Por un momento, creí que su petición era inocua y por eso se la di. Pero entonces y ante mi pasmo, no pudo ocultar que mi olor le resultaba irresistible y como un perro olfateando una pista, mi nuera acercó mi polo sudado a su nariz.
―¡Dios! ¡Qué bien huele!― gimió incapaz de contenerse y con lágrimas en los ojos, salió del baño.
Reconozco que no me esperaba esa reacción y siendo lo último que deseaba en ese momento era pensar en ello, me desnudé y totalmente desmoralizado entré en la bañera.
«En menudo lío me has metido, hijo», cerrando los ojos, sentencié tan triste como preocupado.
Mi tranquilidad duró unos diez minutos, porque aterrorizado, escuché que se abría la puerta y que alguien entraba en el baño. Asumiendo que era Sonia que volvía, simulé que dormía para que así se pensara dos veces el despertarme.
―Abuelo, ¿sabes por qué llora mamá?― escuché que Manolito me decía.
―No lo sé, cariño― mentí descaradamente a mi nieto.
El crio, con la memoria de pez habitual a su edad, olvidó la preocupación por su progenitora en cuanto me vio chapotear y riendo en plan pícaro, me pidió permiso para entrar conmigo en la bañera.
―Primero, tengo que quitarte la ropa― respondió su madre desde la puerta.
Por ridículo que parezca, sentí vergüenza de que Sonia me viera desnudo y mientras intentaba taparme, mi nuera aprovechó para empelotar a su chaval. Manolito, en cuanto pudo liberarse de los maternales brazos de mi nuera, se lanzó en picado dentro del jacuzzi.
―Hijo, ten cuidado― le pidió su madre mientras acercaba una silla a la bañera.
La naturalidad con la que Sonia se quedó mirando a su chaval mientras se bañaba a mi lado me descolocó y más cuando luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me soltó:
―Como se parece mi bebé a usted, se nota que lleva sus genes.
Sé que quizás lo dijo para halagarme y lo cierto es que ¡lo consiguió! No pude evitar sentirme dichoso de que parte de Manolo e incluso de mí perdurara en mi nieto. Quizás por ello, me relajé y comencé a jugar con el niño sin importarme que su madre estuviese.
―Mamá, ¡defiéndeme! ¡El abuelo me está echando agua en la cara!― en un momento dado pidió el crio.
―Mójale tú a él, ¿no ves que es un anciano?― replicó Sonia lanzándome una carga de profundidad mientras me miraba a los ojos.
Si la vez anterior su intención era agradarme, en esta claramente era molestar y nuevamente logró su objetivo.
«Será puta», pensé y ahuecando mis manos, le lancé su contenido a la cara.
La muy zorra en vez de cabrearse, al verse empapada por mí, se echó a reír y respondiendo a mi agresión, se metió vestida a la bañera y me atacó. Respondiendo a las risas de su bebé, cogió agua en sus mofletes y descargó su contenido sobre mi cara.
El niño lo estaba pasando en grande al ver a su madre y a su abuelo haciendo unas travesuras que a buen seguro se las hubiésemos prohibido hacer y decidido a no ser el único en portarse bien, la imitó.
―Ahora veréis― dije y aferrando a los dos entre mis brazos, los hundí en el jacuzzi.
Sonia se tomó ese gesto como una declaración de guerra y a carcajada limpia, pidió a su hijo que la ayudara. Juntos los dos me embistieron, iniciando un festival de risas y revolcones en el que,sin malicia por mi parte, pero irremediablemente, se alborotaronmis hormonas al sentir sus manos recorriendo mi pecho.
―¡Qué bonita eres!― balbuceé en voz baja al observar que su uniforme mojado se le pegaba totalmente al cuerpo dejando al descubierto la sensual curvatura de sus pechos.
A pesar de no ser esa mi intención, mi nuera lo escuchó ybajo la tela de su vestido, crecieron ante mis ojos dos traicioneros volcanes delatando lo mucho que le había afectado ese piropo.
«Recuerda quien es y lo que te has prometido», me dije haciendo verdaderos esfuerzos por retirar mi vista de esos primorosos senos que tenía frente a mis ojos.
«Son una belleza».
Asumiendo que, de seguir jugando con los dos, mi excitación me pondría en ridículo o algo peor, decidí dar por terminado ese baño y secarme. Al descubrir que Sonia me miraba atentamente mientras salía, me puse rojo y ella, al contrario que otras veces no aprovechó mi embarazo para reírse de mí, sino que poniendo un puchero me preguntó si podía quedarse con Manolito un rato más.
Al responderle que sí y antes de que me diera tiempo de marcharme, la viuda de mi hijo desabrochó su vestido y lo dejó caer. La belleza juvenil de su cuerpo, no por conocida, fue menos impactante y con sonrojo he de decir que consciente o inconscientemente al salir del baño dejé la puerta abierta. Por eso y mientras me secaba en el cuarto, no pude dejar de deleitarme con la dulce pero sensual escena que Sonia me estaba regalandoal bañar a su chaval.
«¡Qué rica que está la condenada!», exclamé para mí con la mirada clavada en las preciosas areolas que decoraban sus senos.
Si a mi nuera fueron sus pezones los que la traicionaron, a mí fue la incipiente erección que crecía entre mis piernas la que me delató y por eso cuando de reojo Sonia miró hacía donde yo la espiaba, descubrió mi pene tieso.
―Suegro, ¿es por mí?― preguntó la maldita con toda su mala leche.
Estuve a punto de contestar una burrada, pero cuando las palabrotas estaban a punto de emerger de mi boca pensé que con ello le estaba haciendo el juego. Aunque me costó, le devolví una sonrisa y me di la vuelta.
«Tranquilízate macho», murmuré entre dientes, «eres mayor y más inteligente que esa zorrita. No dejes que te manipule».
Simulando una tranquilidad que no sentía comencé a vestirme y ya me había puesto los pantalones cuando escuché que salían del jacuzzi.
―Suegro, me pregunta Manolito si todas las noches puede bañarse con nosotros― escuché a mi espalda.
Supe que era cosa suya y pensé en negarme, pero al darme la vuelta me encontré con Sonia mojada y completamente desnuda mirándome con una expresión que interpreté de deseo en su cara.
―¡Tapate!― le pedí angustiado al sentir que me fallaba hasta el respirar.
―Solo si me ayuda a dar de cenar al nene― replicó mientras en plan puta me lucía muy ufana la perfección de su trasero.
A duras penas pude retirar mis ojos de sus nalgas y cuandoacercándose a mí, comenzó a acariciarse los pechos, claudiqué y prometí hacerlo.
―Por eso le quiero tanto― riendo contestó para acto seguido darme una pista de lo que me esperaba, posando sus labios en mi mejilla con dulzura mientras susurraba en mi oído: ―Recuerde que…soy y seré siempre… su cachorrita
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