Tenía la pollera, apenas, arriba de las rodillas, las mejillas calientes y seguro, ligeramente sonrojadas, Me quedé quieta, clavada en el asiento, del colectivo, con los pies cruzados y las rodillas cerradas, me daba vergüenza como si todos supieran lo que iba a hacer.
Subió una anciana y me miró con una mueca como si supiese lo que tenía en mi cabeza. Dos hombres, al pasar hacia los asientos posteriores, clavaron los ojos en mi escote. No estaba con mis tetas al viento, mi blusa abierta alrededor del cuello y mi corpiño de encaje negro no dejaban ver nada, sólo yo advertía un inoportuno endurecimiento de los pezones.
Crucé los brazos, de modo casi involuntario, para manosearme ambos pezones con mis dedos pulgar e índice (ocultos por los brazos). Giré los ojos hacia la ventanilla comencé a jugar con ellos.
Escuché el sonido de llamada entrante en el celular. “¡Ohh Dios mio!” pensé y tuve la tentación de apagarlo, casi lo hice.
-¿Hola, Reina, por donde estás?-
Era él. Respiro profundo y respondo:
-Hola, estoy yendo. En 10 minutos llego-
-… Regio,…Inés,,,, si no me ves, perdóname y esperame, el tráfico está pesado!-
Miré a los otros pasajeros, estaba sudada, cada vez más excitada y terriblemente avergonzada.
Mi bajo vientre reaccionó y comenzó a pulsar, al agujerito del ano lo fruncía y dilataba con los músculos. Metí mi mano derecha debajo de la pollera, entre los muslos, Los, diabólicos, grandes labios se habían dilatado, tragado y empapado la tela central de mi bombachita, negra de encaje, con una mariposa bordada que la adornaba. Tuve ganas de manosearme, apretarme, pero no estaba sola. Me contuve y crucé las piernas, de modo de dejar, mi cosita, palpitar disimulada.
Por fin se aproximaba mi parada, conseguí ralentizar los latidos del corazón, los temblores de piernas, manos y concha. Sin merma de la excitación.
Me levanté y me ubiqué, impaciente, frente a la puerta de descenso.
Una vez que bajé, no vi a Jorge. Me sobrevino una sensación de temor y un deseo de escapar, de volverme. Durante unos interminables minutos sentí que no debería haber traicionado a Carlos, que tal vez nunca me lo perdonaría o tal vez que me arruinaría el matrimonio y mi felicidad aunque nunca saliese a la luz, mi infidelidad.
Estaba muy resentida con Carlos que había viajado al exterior (por trabajo y por más de un mes) dejándome sola con mis 24 años y tres hijitos pequeños.
Jorge, al que conocía por intermedio de Laura, una querida amiga de la infancia, comenzó a intentar conseguir una cita conmigo, acompañándome y halagándome, en cada ocasión propicia para eso. Después de perseverar, varios días, ayudado por mi enojo con mi marido, logró que yo cediera al impulso, a la excitación venérea.
Para evitar que algún vecino o conocido, me viera subir a su auto, arreglamos vernos lejos de mi casa, en la costanera del río.
Estaba sumergida en esos pensamientos, cuando de repente una mano se posó, delicadamente sobre mis ojos.
-¿Adivina quién soy?-
Respiré hondo, con los pulmones llenos de aire y las tetas erguidas, respondí de una manera estúpida y banal:
-¡Jorge!- y me di vuelta. Me sorprendieron sus cálidos, carnosos y abiertos labios en mi mejilla y un intenso aroma “a pecho peludo” que salía de su camisa abierta.
No besó mis labios. Era obvio que no estábamos ahí para jugar a las muñecas, sino para hacer el amor. Optó por ocultarlo y que pareciese algo distinto a lo que era. No entendí porque, nos encontrábamos a un par de kilómetros de casa.
-¿Estás segura, Inés, de seguir adelante?- preguntó.
Debe haber percibido algo de perplejidad en mi cara.
Asentí, con la cabeza, aunque, in mente seguía dudosa, incierta, irresoluta, confusa, pudo más la comezón en mi entrepiernas.
Sin decir una palabra más, me hizo un gesto y, tomada de la mano, me llevó, a paso rápido, casi corrí taconeando tras de él, hasta su auto y en él, hasta el garaje de un chalecito, a metros de la parada del colectivo y de la orilla del río.
Bajamos y con su atrayente sonrisa que tenía impresa en mi mente, me tomó en sus brazos como un recién casado antes de cruzar el umbral, le rodeé con un brazo el cuello. Se evaporó, definitivamente, el conflicto de sentimientos, temores y recelos que me había afligido en la parada del colectivo.
Adentro, me bajó al piso y, por primera vez, nos besamos, acariciamos y manoseamos de modo ardiente, demasiado vivo, que quemaba y abrasaba.
En el dormitorio, me quitó blusa y pollerita. Se declaró encantado de mi conjuntito de bombacha y corpiño, negros de encaje.
Me deshice de medias y zapatos y me acosté de espaldas.
Mientras él comenzaba a desvestirse, sentí un olor a sexo que me embriagó la mente e hice algo que nunca había pensado hacer en mi vida: me saqué el corpiño y, tetas al aire, comencé a quitarme la bombacha apretada en la cintura, un instante de recato y luego el baile de las nalgas y las caderas para acompañar el, lento, deslizar del encaje, hasta las rodillas y a los tobillos, una vez allí expulsé la bombacha levantando primero una pierna y luego la otra. Abrí las piernas de par en par y lo miré fingiendo indiferencia, estaba quieto, parecía absorto, atontado.
Lo dicho: “Soy una tipa extraña”, en mi primera infidelidad y primera relación sexual con un hombre, me comporté como una actriz porno.
Jorge se rehízo, terminó de desvestirse, subió a la cama por el lado de los pies, me dio un beso, breve y cariñoso, en la entrepiernas y se ubicó encima mío.
El cálido aliento de Jorge en mi cuello y la cabeza de su miembro a la entrada de la concha, sublevó mis sentidos de manera rara, nunca había experimentado algo tan extraño hasta entonces, (Carlos, mi marido, encima de mí, me hacía tremendamente feliz), pero estas emociones eran diferentes, y mi cuerpo reaccionó más atrevidamente que mi mente. Gocé, soltando ayes de placer, cada centímetro (más tarde me enteraría que eran entre 18 y19) de la verga que me entraba por primera vez.
Ni hablar de la cogida. A pesar de la normal pose misionero y de lo modoso de mí “semental” me asombró: aluciné que viajaba por el espacio de los placeres sensuales.
Después de la, alborotada, culminación y los arrumacos, me propuso ser mi amante.
Acepté pero sólo duró hasta el regreso de Carlos. Es arduo resistirse a la atracción, pero mucho más mentirle al amor.
Subió una anciana y me miró con una mueca como si supiese lo que tenía en mi cabeza. Dos hombres, al pasar hacia los asientos posteriores, clavaron los ojos en mi escote. No estaba con mis tetas al viento, mi blusa abierta alrededor del cuello y mi corpiño de encaje negro no dejaban ver nada, sólo yo advertía un inoportuno endurecimiento de los pezones.
Crucé los brazos, de modo casi involuntario, para manosearme ambos pezones con mis dedos pulgar e índice (ocultos por los brazos). Giré los ojos hacia la ventanilla comencé a jugar con ellos.
Escuché el sonido de llamada entrante en el celular. “¡Ohh Dios mio!” pensé y tuve la tentación de apagarlo, casi lo hice.
-¿Hola, Reina, por donde estás?-
Era él. Respiro profundo y respondo:
-Hola, estoy yendo. En 10 minutos llego-
-… Regio,…Inés,,,, si no me ves, perdóname y esperame, el tráfico está pesado!-
Miré a los otros pasajeros, estaba sudada, cada vez más excitada y terriblemente avergonzada.
Mi bajo vientre reaccionó y comenzó a pulsar, al agujerito del ano lo fruncía y dilataba con los músculos. Metí mi mano derecha debajo de la pollera, entre los muslos, Los, diabólicos, grandes labios se habían dilatado, tragado y empapado la tela central de mi bombachita, negra de encaje, con una mariposa bordada que la adornaba. Tuve ganas de manosearme, apretarme, pero no estaba sola. Me contuve y crucé las piernas, de modo de dejar, mi cosita, palpitar disimulada.
Por fin se aproximaba mi parada, conseguí ralentizar los latidos del corazón, los temblores de piernas, manos y concha. Sin merma de la excitación.
Me levanté y me ubiqué, impaciente, frente a la puerta de descenso.
Una vez que bajé, no vi a Jorge. Me sobrevino una sensación de temor y un deseo de escapar, de volverme. Durante unos interminables minutos sentí que no debería haber traicionado a Carlos, que tal vez nunca me lo perdonaría o tal vez que me arruinaría el matrimonio y mi felicidad aunque nunca saliese a la luz, mi infidelidad.
Estaba muy resentida con Carlos que había viajado al exterior (por trabajo y por más de un mes) dejándome sola con mis 24 años y tres hijitos pequeños.
Jorge, al que conocía por intermedio de Laura, una querida amiga de la infancia, comenzó a intentar conseguir una cita conmigo, acompañándome y halagándome, en cada ocasión propicia para eso. Después de perseverar, varios días, ayudado por mi enojo con mi marido, logró que yo cediera al impulso, a la excitación venérea.
Para evitar que algún vecino o conocido, me viera subir a su auto, arreglamos vernos lejos de mi casa, en la costanera del río.
Estaba sumergida en esos pensamientos, cuando de repente una mano se posó, delicadamente sobre mis ojos.
-¿Adivina quién soy?-
Respiré hondo, con los pulmones llenos de aire y las tetas erguidas, respondí de una manera estúpida y banal:
-¡Jorge!- y me di vuelta. Me sorprendieron sus cálidos, carnosos y abiertos labios en mi mejilla y un intenso aroma “a pecho peludo” que salía de su camisa abierta.
No besó mis labios. Era obvio que no estábamos ahí para jugar a las muñecas, sino para hacer el amor. Optó por ocultarlo y que pareciese algo distinto a lo que era. No entendí porque, nos encontrábamos a un par de kilómetros de casa.
-¿Estás segura, Inés, de seguir adelante?- preguntó.
Debe haber percibido algo de perplejidad en mi cara.
Asentí, con la cabeza, aunque, in mente seguía dudosa, incierta, irresoluta, confusa, pudo más la comezón en mi entrepiernas.
Sin decir una palabra más, me hizo un gesto y, tomada de la mano, me llevó, a paso rápido, casi corrí taconeando tras de él, hasta su auto y en él, hasta el garaje de un chalecito, a metros de la parada del colectivo y de la orilla del río.
Bajamos y con su atrayente sonrisa que tenía impresa en mi mente, me tomó en sus brazos como un recién casado antes de cruzar el umbral, le rodeé con un brazo el cuello. Se evaporó, definitivamente, el conflicto de sentimientos, temores y recelos que me había afligido en la parada del colectivo.
Adentro, me bajó al piso y, por primera vez, nos besamos, acariciamos y manoseamos de modo ardiente, demasiado vivo, que quemaba y abrasaba.
En el dormitorio, me quitó blusa y pollerita. Se declaró encantado de mi conjuntito de bombacha y corpiño, negros de encaje.
Me deshice de medias y zapatos y me acosté de espaldas.
Mientras él comenzaba a desvestirse, sentí un olor a sexo que me embriagó la mente e hice algo que nunca había pensado hacer en mi vida: me saqué el corpiño y, tetas al aire, comencé a quitarme la bombacha apretada en la cintura, un instante de recato y luego el baile de las nalgas y las caderas para acompañar el, lento, deslizar del encaje, hasta las rodillas y a los tobillos, una vez allí expulsé la bombacha levantando primero una pierna y luego la otra. Abrí las piernas de par en par y lo miré fingiendo indiferencia, estaba quieto, parecía absorto, atontado.
Lo dicho: “Soy una tipa extraña”, en mi primera infidelidad y primera relación sexual con un hombre, me comporté como una actriz porno.
Jorge se rehízo, terminó de desvestirse, subió a la cama por el lado de los pies, me dio un beso, breve y cariñoso, en la entrepiernas y se ubicó encima mío.
El cálido aliento de Jorge en mi cuello y la cabeza de su miembro a la entrada de la concha, sublevó mis sentidos de manera rara, nunca había experimentado algo tan extraño hasta entonces, (Carlos, mi marido, encima de mí, me hacía tremendamente feliz), pero estas emociones eran diferentes, y mi cuerpo reaccionó más atrevidamente que mi mente. Gocé, soltando ayes de placer, cada centímetro (más tarde me enteraría que eran entre 18 y19) de la verga que me entraba por primera vez.
Ni hablar de la cogida. A pesar de la normal pose misionero y de lo modoso de mí “semental” me asombró: aluciné que viajaba por el espacio de los placeres sensuales.
Después de la, alborotada, culminación y los arrumacos, me propuso ser mi amante.
Acepté pero sólo duró hasta el regreso de Carlos. Es arduo resistirse a la atracción, pero mucho más mentirle al amor.
8 comentarios - Soy una tipa extraña.