18 añitos bien frescos y radiantes. Esa era la edad dePriscilla, mi hijastra. Con su madre habíamos estado casados durante 11 años,de modo que yo prácticamente la había criado desde muy chiquita y hasta reciéncomenzada su adolescencia. Luego del divorcio no la volví a ver durante algunos años, hasta que puse en práctica un plan para reencontrarla. Publiqué enInternet un relato fuertemente erótico en el que ella era la protagonista, yesperé hasta que un día apareció como de la nada, diciendo que lo había leído yque también ella quería verme. En esa ocacion me envio esta foto para que la reconociera.
Fue todo muy rápido: el reencuentro, la salida atomar algo en ese mismo atardecer, la ternura mutua, el diálogo, el cariño casicomo entre padre e hija pero también la atracción fulminante y el deseo. Esanoche la llevé a un motel y la desvirgué. Es cierto que la apuré mucho. Despuésde todo es una nena, una nena a la que yo conozco más que nadie porque yo mismola crié. Entonces supe como excitarla y manejé su calentura y todas sus inhibicionesprevias y hasta sus sentimientos por mí, que por otra parte eran mutuos. Laapuré y la acorralé, desesperado por el deseo de poseerla. Y finalmente la tuveentre mis brazos, desnuda y jadeante en la cama del motel, atravesada de dolory de llanto mientras la desfloraba, pero sin resistirse, obediente para dejarseinvadir por el placer. Nunca olvidaré la boquita muy abierta de Priscillacuando desgarré su himen, las uñas desesperadamente clavadas en mi espalda yfinalmente la dulce violencia de su orgasmo.
Después no quiso verme durante varios días. No respondía a misllamados, lo cual me preocupaba. Finalmente logré que me atendiera y fuimos aun lugar apartado a tomar un café. Priscilla no quería volver a hacer aquello.Se sentía culpable y creía que estaba mal. Me dijo que ella todavía se sentíaen parte como una niña y que estaba llena de miedo. Que me quería mucho peroque me seguía viendo casi como a un padre, que necesitaba mi presenciapaternal, que le gustaría seguir siendo mi hija, sentirse querida y cuidada ytener alguien con quien hablar y que la entendiera. Mientras hablaba tenía losojos llenos de lágrimas y más hermosos que nunca.
Acepté, por lo menos en principio, todo lo que me decía. Así quedurante tres semanas nos estuvimos viendo muy seguido, pero como padrastro ehijastra. Fuimos al cine, salimos a pasear y hablamos mucho. La aconsejé sobresu vida y sus estudios, y nos divertimos muchísimo. Priscilla estaba radiante.Pero seguía habiendo un algo más entre nosotros. Primero porque nos veíamos ensecreto, ya que si su madre se enteraba seguramente habría un gran problema. Ysegundo porque los mimos, intensos y frecuentes, estaban siempre un poco másallá de lo normal entre padre e hija. Tercero porque aunque no lo comentáramos,sin embargo los dos recordábamos aquella noche de pasión primero en la playa yluego en el motel. Y a veces alguna situación muy especial iba aún más allá.Una tarde sacamos un premio en una feria y entre saltos y gritos de alegría nosdimos un beso fuerte y rápido en la boca y luego seguimos como si no hubierapasado nada. Otra tarde, paseando por un paisaje romántico y maravilloso, nossentíamos tan bien que nos dimos un largo beso de lengua como si fueramos novios.
A mi hijastra le gustó la idea cuando la invité a pasar un finde semana en Pinamar. Era como una niña exaltada frente a una aventura, unviaje a lo desconocido. Casi que nunca había salido de Buenos Aires, así que lefascinaba poder conocer Pinamar. Pero además era pasar en un hotel cinco estrellas,comer de primera, disfrutar la piscina, ir a la playa, pasear y disfrutarconmigo de unos dias de distensión en lugar de los habituales conflictos con sumadre. Para completar su felicidad le compré ropa, bastante abundante y cara,por cierto. Hicimos juntos las compras. Le hice abandonar sus criteriosinfantiles y vergonzosos, herencia de una madre reprimida y amargada. Así fueque le compré ropa ajustada al cuerpo, que se lo resaltara en vez de ocultarlo.Con toda naturalidad entré a los probadores para ver cómo le quedaba cadaprenda. Ella lo aceptaba con naturalidad, incluso cuando se trataba de ropainterior. La vi probándose aquellos conjuntitos super estrechos y modernos, muysexies y calados, tanto en blanco como en negro, a veces posando frente alespejo con la duda de quien nunca se ha visto así, atrevida y provocativa. Notuve duda en que no había ninguna mujer cuyo cuerpo me hubiera gustado tantocomo el de mi hijastra, espléndida en sus aún ingenuos 17 años. Animado por lavisión celestial de su cuerpito, la forcé a comprar una espectacular microtanganegra, y por supuesto la miré cuando se la estaba probando. Priscilla mepreguntaba con vergüenza cómo le iba, pero yo no podía apartar mi vista de sucola hermosa y casi desnuda. Apenas tenía una delgada cinta horizontal y unatirita más delgada aún entre las nalgas muy paraditas y firmes. La niña seavergonzó más aún cuando sintió mi mirada de codicia sobre su cuerpo yespecialmente sobre su colita de yegua joven.
Finalmente, y tras el engaño a su madre que se quedó convencidaque se iba unos días a casa de una amiga, finalmente nos fuimos a Pinamar apasar tres días que serían inolvidables.
La llegada a Pinamar fue cuando ya comenzaba el anochecer delviernes. Los preparativos del viaje, el viaje mismo, la llegada al hotel, elrato para desempacar las valijas, un primer y breve paseo y la cena en unprecioso restaurante, todo fue en aquel estilo de padre e hija compinches queveníamos descubriendo por esos días.
Priscilla estaba preciosa con su sonrisa radiante, sus ojitosmuy brillantes, su blusa blanca contrastando con su piel tostada y su minifaldanegra de cuero mostrando generosa la bella elegancia de sus piernas dejovencita. Todo lo miraba y lo descubría con un entusiasmo casi infantil.
A medianoche estábamos bailando en un boliche muy concurrido. Nole gustaba tomar, pero aceptó un par de cervezas que la deshinibieron más parabailar. Se movía con mucha sensualidad, divirtiéndose como nunca. Cuandocomenzó la música lenta se dejó abrazar dócilmente. Bailamos largamente en ladulce y poblada oscuridad. La música era muy romántica y Priscilla se dejaballevar, su cuerpito adolescente pegado al mío con cariñosa confianza. Paraescucharnos teníamos que hablarnos al oído. Hablamos de música y de momentoslindos. Recordamos entre risas muchos episodios de la infancia de ella. Mecontó de su orgullo cuando yo la llevaba al colegio y ella le explicaba a suscompañeras que yo era su padrastro. Y de cómo le gustaba que yo le enseñara yle explicara cosas. Y de aquella sensación de sentirse protegida cuando yoestaba en casa.
-Te quiero tanto-me dijo con voz tierna. La apreté con fuerzacontra mi cuerpo y le di besitos rápidos en la cara y el cuello. Tenía unperfume muy delicado que aspiré con placer. Mis labios se demoraron en besosmás largos sobre su cuello.
-Yo también te quiero-le dije al oído, aprovechando paramordisquearle el lóbulo de la oreja.
Le busqué la boca en la oscuridad y la encontré. Tenía loslabios entreabiertos y húmedos y se dejó besar con total naturalidad. Mientrasnos besábamos en los labios ella seguía con sus brazos colgados de mi cuello.Mi mano la enlazaba por la cintura, frotando levemente su cuerpo contra el mío.Fue un beso muy largo y fresco, lleno de ternura.
-Prisci-le susurré al oído mientras ella respiraba agitada.
-No me sigas besando, porfa-me susurró ella.
Le pregunté si no le gustaba y me dijo que sí, que le gustaba,pero que ya me había dicho que no era eso lo que quería.
-Solo quiero ser tu nenita, papá-gimoteaba mi niña mientras yopresionaba con el duro bulto de mi sexo entre sus piernas ligeramente abiertas.
-Te deseo, Priscilla-le dije al oído frotando mi sexo contra alsuyo al suave ritmo de la música.
Protestó susurrando que no hiciera eso, que ella era una mujer,que no quería que la excitara ni que le hiciera esas cosas.
-Te quiero excitada, Prisci, te quiero bien caliente-le dijecálidamente al oído.
-Te dejo que me beses -murmuró en mi oído-todas las veces quequieras, papi...todas las veces...pero...pero...
Le tapé la boca con un beso que ella respondió con timidez.
-No quiero que me hagas tu mujer-insistió sofocada.
-Ya te desvirgué mi amorcito-insistí yo frotandome con fuerzacontra ella-ya te hice gozar una vez, Prisci, ya sé como gemís cuando llegás alorgasmo...
-Pero no quiero perderte ahora que te encontré, papito, porfavor-dijo ella muy agitada.
Su cuerpo temblaba de excitación y deseo.
-Nunca te voy a dejar-le prometí.
Sellamos la promesa con un volcánico beso de lengua. Priscillaardía en tiernos gemidos de placer. Su cuerpito se abandonaba entre mis brazosy comenzaba a moverse a mi ritmo.
-Llevame al hotel, porfa-me gimió al oído.
-Quiero acabarte acá, mi amorcito-le respondí.
-No, papi, no...acá no...ahh, no no...
Priscilla se sacudía y se restregaba contra mí casi en el clímaxde la excitación.
-Llevame a la cama, por favor, aquí nooo...llevame a lacamaaahhh, papiii...
Su vocecita ronca en mi oído me enloquecía. Saber que se estabaacabando me enloquecía más aún.
-Prisci, Prisci-le decía yo mientras sentía vibrar su cuerpitojuvenil.
-Aaahhh, me estás acabandoo, papá, me ahhhhhhh me estasacabandooo-susurraba apasionada en mi oído mientras su cuerpo temblaba.
En la oscuridad del boliche, en medio de la multitud, bailandomuy juntos aquella música romántica, mi hijastra tuvo un orgasmo breve eintenso y luego quedó inmóvil entre mis brazos, quietita mientras me ofrecíasus labios jugosos que volví a besar.
Ya en la habitación del hotel la desnudé lentamente sin que ellaprotestara. Decididamente Priscilla tenía un cuerpo espectacular, un cuerpojuvenil e insinuante que siempre había estado más bien cubierto y reprimido, uncuerpo de curvas perfectas que nadie sino yo había disfrutado.
La ropa fue quedando tirada en el piso. Priscilla, desnuda sobrela cama, jadeaba y me miraba con las pupilas dilatadas por el deseo. Su pielbellamente tostada contrastaba con la blancura de las sábanas. Acaricié sucuerpo centímetro a centímetro, sintiendo bajo mis manos su piel suave y tersa.Sus manitos pequeñas, las mismas manitos que tantas veces tomé entre las míaspara cruzarla en una calle peligrosa al llevarla al colegio, las mismas manitosque agarré alguna noche mientras le hacía un cuento para que durmiera, lasmismas con las que forcejeaba y hacía pulseadas en los simulacros de luchas quehacíamos al comienzo de su adolescencia, esas mismas manitos ahora meacariciaban dulcemente los brazos, el pecho, la espalda y las piernas.
Desnudita en la cama mi hijastra se encendía mientras yo besabapalmo a palmo su cuerpo. La sentir gemir mientras exploraba y disfrutaba suspechos. Recordé cuando aún no tenía senos y paseaba su pechito planoinocentemente desnudo por la playa, cuando los pezones eran apenas una sombritamás oscura. Recordé luego cuando sus senos comenzaron a crecer, levantándoseminúsculos bajo sus camisitas, y hasta su vergueza cuando su madre le regaló elprimer sostén, que por cierto demoró en empezar a usar. Y especialmente recordéaquella noche de verano que entré a su cuarto, ella tendría no más de doceaños, y la vi dormida bocaarriba y sin taparse, los pechitos ya redondeados ycrecidos, ya hermosos y deseables aunque pequeños. Ahora, no tanto tiempodespués, sus pechos eran firmes y redondos, bien levantados y de pezoneserectos muy paraditos. Mis manos acariciaron una y otra vez los divinos pechosde Priscilla, y la niña jadeaba y gemía al sentir en ellos mi boca, mis labiosy mi lengua. Y el estremecimiento de su cuerpo fue total cuando besé suspezones durísimos y los lamí y chupé deliciosamente hasta arrancarle pequeñosquejiditos de placer.
No hubo ningún rinconcito de su cuerpo que no besara, lamiera ychupara. Cuando mi boca se metió entre sus piernas la agitación de Priscilla sehizo incontenible.
-Me gusta-susurró ronquita y apasionada.
Tenía la entrepierna empapada. Mis labios descubrieron elpequeño promontorio de su clítoris y a ella le dio como una descarga eléctrica.Lamí y besé y chupé lentamente aquel botoncito del placer que ella jamás habíadescubierto en sí misma. Priscilla se retorcía en la cama, con los mismossacudones que un dia siendo niña la habían hecho abrazarse desesperada a micuello, espantada por no sé qué cosa que la asustaba. Ahora eran sacudones desorpresa y placer, sacudones de mujercita violentamente excitada.
Luego mi lengua y mis labios se deslizaron hasta la cálidaentrada de su sexo. Priscilla abrió más las piernas, ofreciéndome su pequeñaconcha peluda, sus ásperos pelitos negros protegiendo la suavidad de sus labiosvaginales y la hondura de su agujerito de mujer que solo yo había explorado enuna noche de hace poco tiempo atrás. Tomé con mi boca lo que me ofrecía,lamiendola y chupándola mientras la aferraba por la redondez de las caderas.
Los gemidos y jadeos de mi hijastra crecieron en volumen. De suboca muy abierta escapaban grititos. Muchas veces la había oído gritar cuandoera una nena. Algunas veces que gritaba lastimada o herida, yo tenía queabrazarla para que se calmara y luego la curaba con paciencia de padre. Otrasveces gritaba asustada y también era yo que la sostenía entre mis brazos hastatranquilizarla. Lo mismo ocurría cuando se enojaba y tenía aquellos ataques degritos, y entonces yo tenía que sujetarla con fuerza y hasta sacudirla un pocopara callarla. Pero ahora lo mismo que la hacía gritar era lo que iba acalmarla: mi boca chupando su conchita. Y sus gritos eran diferentes: graves,roncos, apasionados, llenos de energía y de deseo. Eran gritos de mujer.
-Comémela toda papito-exclamó de pronto entre suspiros.
Yo seguía con lenguetazos frenéticos, sintiendo que el cuerpo dela niña vibraba al borde del orgasmo. Priscilla se retorcía en la cama,acariciándose ella misma los pechos con una lujuria que no le conocía hastaentonces. De su concha manaba una miel que yo recogía con la lengua y la boca.Finalmente mi hijastra no pudo más y explotó, acabándose en mi boca entregrititos desesperados y un descontrolado movimiento de sus caderas.
Esa noche mi chiquilla descubrió que es multiorgásmica.
La niña recién había llegado al orgasmo, y era el segundo de lanoche, cuando me tendí desnudo sobre ella buscando con mi sexo durísimo su sexocaliente y bien abierto. Nos besamos largamente en la boca. Siempre me habíangustado los besos de ella cuando niña, los inocentes besos familiares. Porquees común que las niñas den a los mayores pequeños besos casi que por purocompromiso, besos fríos y livianos, apenas un roce en la mejilla, casiimperceptible y seguramente impersonal. Pero Priscilla, por lo menos conmigo y enel comienzo de su adolescencia, había sido distinta. Era un beso en la mejilla,por supuesto, pero me hacía sentir la plenitud de sus labios. Y se demorabacomo disfrutándolo, como dejándome saber del placer que sentía al hacerlo. Mihijastra no rozaba mi mejilla sino que me besaba. Pero ahora todo aquello sehacía más intenso, porque besarla en la boca era un placer indescriptible. Asíque ella me recibió con un beso de lengua cálido y profundo mientras su cuerpourgido se acomodaba bajo el mío. La penetré robándole un gritito y ella seacabó rápidamente mienras su boca golosa seguía ardientemente unida con la mía.Yo también me acabé, inundando su conchita juvenil con un río de lechecaliente.
Hicimos el amor toda la noche. Priscilla parecía insaciable, ycuanto más le daba ella más quería. Su vocecita en mi oído me excitabadesaforadamente.
-Daddy, daddy-gimoteaba en inglés con su deliciosa pronunciaciónde largos años de colegio bilingüe.
-Mi chiquita...mi mujercita- le decía yo entrando en ella una yotra vez.
Su cuerpito desnudo se acoplaba maravillosamente al mío. Yo mehundía en ella y Priscilla abría muy grande la boca, gemía largamente, seaferraba a los barrotes de la cama y parecía hundir su cuerpo en la profundidaddel colchón. Pero enseguida gritaba y movía la pelvis violentamente haciaarriba, devolviendo mi embestida abrazada a mí con lujuriosa pasión.
-¡Oh my god!...¡Oh my god!-susurraba mirándome con sus ojitos degata, las pupilas dilatadas por el deseo.
-Prisci, Prisci-decía yo mirando sus ojos que se le llenaban delágrimas mientras llegaba al orgasmo.
-Aaaahhhhhh, paaapiiii-.
Aquella noche inolvidable mi hijastra tuvo un orgasmo detrás deotro: en la cama, en la alfombra del piso y hasta bajo la ducha. Priscilla, apesar de su inexperiencia, era una pequeña diosa en la cama. Y le gustabacoger. Cada vez que se acababa era un escándalo de gritos, gemidos y violentasconvulsiones de placer. Finalmente, cuando ya comenzaba a amanecer y los dosestábamos amorosamente exhaustos, nos quedamos profundamente dormidos.
Durante todo el día siguiente nos dedicamos a descansar y apasear lentamente por Pinamar. Fue una jornada calma y suave, y realmenteestabamos agotados por el esfuerzo físico de aquella impresionante noche deamor. Priscilla estaba deliciosamente cariñosa. Hablamos mucho, nos divertimosy nos mimamos todo el tiempo.
Al atardecer, de vuelta en el hotel, los dos nos sentíamosnuevamente excitados. Fue allí que la conduje a hacer lo que jamás ella habíahecho: esta vez le tocaba a ella chuparme. Y me hizo la mejor mamada de mivida. Todo comenzó muy despacito, entre besos y caricias casi paternales. Mesenté semidesnudo en un sillón y la puse a ella, también semidesnuda, derodillas en el suelo, acercando con mi mano su cabecita hasta tener su boca ala altura de mi sexo. Sus labios húmedos besaron levemente mi sexo, como contimidez.
-Así Prisci, así-la alenté yo.
La niña siguió explorándome con aquellos labios jugosos, recorriendomi miembro de un extremo al otro con suaves y dulces besitos. De a poco se fueanimando y asomaba la puntita de la lengua y me lamía apenas.
-Me gusta tu lenguita-le dije alentándola.
Priscilla me lamió lentamente, ahora con toda su lengua tibiamentemojada. Me hizo gemir de placer mientras mi erección se hacía cada vez másenorme. Recordé cuando ella tenía doce o trece años y lamía con aquelentusiasmo un conito de helado. Ya en aquel tiempo me sobresaltaba un poco sulenguita casi lasciva sobre el helado, y sus labiecitos mojados y suexclamación de placer, aquel "mmmmmmm....qué rico", y su mirada entrepícara y seductora.
Mi hijastra levantó la cabeza y me miró, suspendiendo brevementesu lamida y clavando sus ojos directamente en los míos. Sus ojitos divinosparecían devorarme, mientras sus pupilas se abrían inmensamente. Era una miradainundada de excitación y deseo, y estaba respaldada en su respiración agitada ycasi jadeante. Me incliné hacia ella y le di un beso en la boca, pidiéndole porfavor que siguiera adelante.
Priscilla bajó la cabeza y metió mi sexo en su boquita abierta.Sentí la tibieza enloquecedora de sus labios, de su lengua y del interior de suboca. La chiquita, arrodillada y jadeante, engullía enteramente mi sexo, lohundía en su boquita de nena y alternaba las lamidas muy lentas e intensas conlas chupadas más profundas. Mi hijastra me mamaba como si fuera una terneritacon su mamadera, chupando y succionando con furibunda pasión. Yo gemía ymientras le acariciaba la cabecita le pedía que tomara toda la leche. Priscillame chupó, me mamó y me lamió hasta hacerme acabar en su boca. Me arrancófuertes chorros de leche caliente que ella bebió y tragó con jadeantedesesperación. Después de acabarme y de lamerme hasta la última gota se acostóboca arriba en el piso y se masturbó frente a mis ojos. Sus manitos sedeslizaron bajo la bombacha, acariciando y frotando su entrepierna, moviendo sucuerpito adolescente como una diosa, susurrando entre gemidos que se habíatomado toda mi lechita y mirándome a los ojos mientras se acababa con rápidassacudidas de placer.
Después de recuperar energías la levanté del piso y la llevé enbrazos hasta el baño. Nos terminamos de desvestir besandonos desaforadamente.Hicimos el amor bajo la ducha, lenta y apasionadamente. Priscilla era unagatita grácil y desnuda entre mis brazos, rodeando con sus piernas mi cinturamientras movía sus caderas juveniles al ritmo de mis embestidas hasta lo máshondo de su sexo. Su cuerpo mojado temblaba de deseo y sentí su agitadavibración al llegar al orgasmo. Mi hijastra se había convertido, ya sin ningunaduda, en mi mujer. Esa noche volvimos a disfrutarnos en la cama hasta dormirnosrendidos y felices.
Al día siguiente, el último que pasamos en Pinamar, inauguré lacola hermosa y salvaje de Priscilla.
Como tantas otras cosas, fue también cuando ella tenía doce otrece años que comencé a descubrir su linda colita. La niña estaba creciendo yeso comenzaba a notarse. Ya su cuerpo se desarrollaba y mostraba los primerossignos de su condición de mujer. Más de una vez me sorprendí viendola desdeatrás, admirando casi sin querer aquellas nalguitas que se redondeaban y selevantaban cada vez más firmes. También tendría doce o trece años cuando mehacía sentir nervioso al sentarse en mi falda o cuando le pegaba algunaspalmadas por un mal comportamiento. En cualquiera de los dos casos me quedabala sensación de que ambos sentíamos algo especial con ese contacto corporal.Pero era mi hijastra y además era muy niña, a lo que se sumó que luego no la vipor algunos años.
No había pasado tanto tiempo desde entonces, pero ahora ellatenía diecisiete años y a partir del reencuentro nuestra relación habíacambiado totalmente. Ahora yo deseaba concientemente su culito, y sabía que seríamío. Y sospechaba que también ella lo deseaba, sabiendo como sabía ahora loapasionada y erotizada que era mi querida hijastra.
El culo de Priscilla es magnífico: firme, levantado, rotundo yperfectamente redondeado. Desde el comienzo mismo de nuestro romance le hicesaber cuánto me gustaba y cómo quisiera disfrutarlo. Ella se sorprendía unpoco, pero progresivamente se fue convenciendo de su hermosura. Ya en Pinamarfue como que se sintió por fin liberada, ahora más deshinibida y más concientede su atractivo. Y se paseaba al borde de la piscina, con su microtanga dejandocasi totalmente al desnudo sus nalgas divinas mientras caminaba con unasensualidad que no le había conocido hasta ahora.
Por todo eso fue muy natural para ambos que la última noche, yadesnudos en la cama y en medio de un fogoso intercambio de besos y caricias, yola diera vuelta y la pusiera boca abajo. El espectáculo que me ofrecía eratremendamente excitante: el pelo muy negro sobre las sábanas blancas, la caritade perfil sobre la cama, la boquita entreabierta respirando con agitación, elcuello largo y elegante, la piel tostada de su espalda, la curva espectacular yrotunda de sus nalgas y las largas piernas esbeltas.
Besé centímetro a centímetro su cuerpo boca abajo, recorrí conlos dedos y los labios y la lengua cada milímetro de su desnudez, comenzandopor el cuello, siguiendo por los hombros, bajando por la espalda, recorriendosu cinturita y la redondez de sus caderas y demorandome intencionalmente en lavoluptuosidad de su trasero. Mi lengua entró entre sus nalgas mientras mismanos se las separaban. Priscilla levantaba su cola hacia mí y gemía. Separé unpoco más sus espléndidas nalgas hasta que mi boca alcanzó su pequeño agujeritotrasero. Mi hijastra tembló al sentir mi lengua en la invicta entrada de suculito.
-¡Papito!-exclamó cuando mi lengua comenzó a lamer la entrada desu orificio.
Metí la punta de la lengua dentro suyo y seguí lamiendo. APriscilla le gustaba y se movía levemente, frotándose contra mi boca. Susgemiditos de placer se hacían más intensos. Cuando la sentí muy excitada metendí sobre ella, jugando con mi sexo entre sus nalgas y besándole el cuellomientras le susurraba obscenidades al oído.
-Quiero desvirgar tu colita, Prisci-le dije.
-¡Ay sí, sí...haceme lo que quieras, papi!-jadeaba ella.
La coloqué de rodillas en la cama, apoyada hacia adelante sobrecodos y antebrazos y con la cola muy levantada hacia mí. Busqué con la durezade mi sexo la húmeda entrada de su ano y presioné lentamente pero con firmeza.Priscilla se quejó. Empujé otro poco y entré apenas en ella. La niña soltó ungritito de dolor. Tomándola con fuerza por las caderas la penetré bastante másadentro. Priscilla gritó.
-¡Aaayy...ayyy! Me duele mucho...-
Con varios golpes violentos mi sexo se hundió hasta el fondo desu colita virginal. Ahora Priscilla se quejaba mientras su voz se quebraba porel llanto. Mi sexo estaba hundido por completo en su estrecho agujerito.Comencé a cogerla ferozmente, entrando y saliendo de ella, rasgando su carne virgen,atravesándola con apasionada furia, arrancándole a la fuerza los gemidos másfuribundos, aferrándola por las caderas y embistiéndola cada vez con másenergía.
-Me enloquece tu culo, Priscilita-le grité desaforado.
Priscilla estaba comenzando a gozar. Ahora su cuerpito seamoldaba al mío y se movía a mi ritmo. Sus gemidos roncos de placer se hicieronmás intensos. Mis manos iban y venían por su cuerpo tenso y elástico. Suspezones se ponían durísimos bajo mis manos. Su pequeño agujerito masajeaba mi sexocada vez más grande y duro. Sus caderas se movían circularmente en una danzavoluptuosa que me llevaba al borde del orgasmo. Priscilla cogía por el culocomo una diosa. Su cuerpo ágil y firme devolvía con creces cada embestida mía.Sus pechos desbordaban la avidez de mis manos que los estrujaban. Todo en sucuerpito adolescente era deseo, excitación y pasión. Los dos éramos como unsolo cuerpo, como una perfecta y coordinada maquinaria sexual.
Finalmente Priscilla tembló y su cuerpo cimbreante se sacudiócomo con descargas eléctricas. Mientras la cogía por el culo yo oprimía suspechos, pellizcaba sus pezones y la mordía en el cuello.
-¡Daddy, daddy....yes, síí, asíí...papito!-gritaba mientrasllegaba al orgasmo entre violentas convulsiones.
El cuerpo de Priscilla quedó rígido como una tabla, y entoncesmientras ella se acababa en un largo chillido yo explotaba en un río de lechecaliente dentro de su colita.
-Prisci, Prisci- era lo único que atinaba a decir mientras nosacabábamos mutuamente.
Ella se quedó quietita, jadeando sobre la cama, soportandotodavía mi cuerpo encima de su cuerpo tembloroso, diciendo con su vocecitaentrecortada que era toda mía, que me amaba y que se enloquecía de deseo y deplacer, que ya no le alcanzaba con ser mi hijita sino que quería ser mi mujer.La besé en la boca y mi hijastra me respondió con su lenguita insaciable.Todavía la tenía penetrada por atrás cuando Priscilla, comenzó a masajearme elsexo con levísimas contracciones de su estrecho agujerito. Lo hizo con tanta destrezay dulzura que me provocó una enorme erección y una nueva acabada, al mismotiempo que nos besábamos en la boca y yo le acariciaba los pechos y ella volvíaa acabarse con largos y tiernos gemidos.
Volvimos exhaustos a Buenos Aires. De ahora en adelantePriscilla sería mi hijastra reencontrada y volveríamos a nuestra relación decompañerismo y cariño. Pero además sería mi mujercita, mi hembra, mi yeguita deuso personal, mi pequeña geisha. A todos los hombres de mi edad nos gustafantasear con amantes jóvenes. Pero Priscilla tiene muchas ventajas: es real,más que joven es una adolescente, es una divina y divertida personita y nostenemos un enorme cariño mutuo. Además Priscilla es mi hijastra, tiene uncuerpo espectacular, es una pequeña diosa cogiendo y en la cama nos entendemosde maravilla. Más no puedo pedir.
Sé que ahora, Priscilita, estás leyendo este relato pues eresseguidora de BUNNYOFDADDY3 y te excitas, te mojas casi hasta el orgasmo. No lodudes: mandame un mail, o whats app y nos encontramos todas las veces quetengas ganas y si lo deseas tengamos un hijo.
Fue todo muy rápido: el reencuentro, la salida atomar algo en ese mismo atardecer, la ternura mutua, el diálogo, el cariño casicomo entre padre e hija pero también la atracción fulminante y el deseo. Esanoche la llevé a un motel y la desvirgué. Es cierto que la apuré mucho. Despuésde todo es una nena, una nena a la que yo conozco más que nadie porque yo mismola crié. Entonces supe como excitarla y manejé su calentura y todas sus inhibicionesprevias y hasta sus sentimientos por mí, que por otra parte eran mutuos. Laapuré y la acorralé, desesperado por el deseo de poseerla. Y finalmente la tuveentre mis brazos, desnuda y jadeante en la cama del motel, atravesada de dolory de llanto mientras la desfloraba, pero sin resistirse, obediente para dejarseinvadir por el placer. Nunca olvidaré la boquita muy abierta de Priscillacuando desgarré su himen, las uñas desesperadamente clavadas en mi espalda yfinalmente la dulce violencia de su orgasmo.
Después no quiso verme durante varios días. No respondía a misllamados, lo cual me preocupaba. Finalmente logré que me atendiera y fuimos aun lugar apartado a tomar un café. Priscilla no quería volver a hacer aquello.Se sentía culpable y creía que estaba mal. Me dijo que ella todavía se sentíaen parte como una niña y que estaba llena de miedo. Que me quería mucho peroque me seguía viendo casi como a un padre, que necesitaba mi presenciapaternal, que le gustaría seguir siendo mi hija, sentirse querida y cuidada ytener alguien con quien hablar y que la entendiera. Mientras hablaba tenía losojos llenos de lágrimas y más hermosos que nunca.
Acepté, por lo menos en principio, todo lo que me decía. Así quedurante tres semanas nos estuvimos viendo muy seguido, pero como padrastro ehijastra. Fuimos al cine, salimos a pasear y hablamos mucho. La aconsejé sobresu vida y sus estudios, y nos divertimos muchísimo. Priscilla estaba radiante.Pero seguía habiendo un algo más entre nosotros. Primero porque nos veíamos ensecreto, ya que si su madre se enteraba seguramente habría un gran problema. Ysegundo porque los mimos, intensos y frecuentes, estaban siempre un poco másallá de lo normal entre padre e hija. Tercero porque aunque no lo comentáramos,sin embargo los dos recordábamos aquella noche de pasión primero en la playa yluego en el motel. Y a veces alguna situación muy especial iba aún más allá.Una tarde sacamos un premio en una feria y entre saltos y gritos de alegría nosdimos un beso fuerte y rápido en la boca y luego seguimos como si no hubierapasado nada. Otra tarde, paseando por un paisaje romántico y maravilloso, nossentíamos tan bien que nos dimos un largo beso de lengua como si fueramos novios.
A mi hijastra le gustó la idea cuando la invité a pasar un finde semana en Pinamar. Era como una niña exaltada frente a una aventura, unviaje a lo desconocido. Casi que nunca había salido de Buenos Aires, así que lefascinaba poder conocer Pinamar. Pero además era pasar en un hotel cinco estrellas,comer de primera, disfrutar la piscina, ir a la playa, pasear y disfrutarconmigo de unos dias de distensión en lugar de los habituales conflictos con sumadre. Para completar su felicidad le compré ropa, bastante abundante y cara,por cierto. Hicimos juntos las compras. Le hice abandonar sus criteriosinfantiles y vergonzosos, herencia de una madre reprimida y amargada. Así fueque le compré ropa ajustada al cuerpo, que se lo resaltara en vez de ocultarlo.Con toda naturalidad entré a los probadores para ver cómo le quedaba cadaprenda. Ella lo aceptaba con naturalidad, incluso cuando se trataba de ropainterior. La vi probándose aquellos conjuntitos super estrechos y modernos, muysexies y calados, tanto en blanco como en negro, a veces posando frente alespejo con la duda de quien nunca se ha visto así, atrevida y provocativa. Notuve duda en que no había ninguna mujer cuyo cuerpo me hubiera gustado tantocomo el de mi hijastra, espléndida en sus aún ingenuos 17 años. Animado por lavisión celestial de su cuerpito, la forcé a comprar una espectacular microtanganegra, y por supuesto la miré cuando se la estaba probando. Priscilla mepreguntaba con vergüenza cómo le iba, pero yo no podía apartar mi vista de sucola hermosa y casi desnuda. Apenas tenía una delgada cinta horizontal y unatirita más delgada aún entre las nalgas muy paraditas y firmes. La niña seavergonzó más aún cuando sintió mi mirada de codicia sobre su cuerpo yespecialmente sobre su colita de yegua joven.
Finalmente, y tras el engaño a su madre que se quedó convencidaque se iba unos días a casa de una amiga, finalmente nos fuimos a Pinamar apasar tres días que serían inolvidables.
La llegada a Pinamar fue cuando ya comenzaba el anochecer delviernes. Los preparativos del viaje, el viaje mismo, la llegada al hotel, elrato para desempacar las valijas, un primer y breve paseo y la cena en unprecioso restaurante, todo fue en aquel estilo de padre e hija compinches queveníamos descubriendo por esos días.
Priscilla estaba preciosa con su sonrisa radiante, sus ojitosmuy brillantes, su blusa blanca contrastando con su piel tostada y su minifaldanegra de cuero mostrando generosa la bella elegancia de sus piernas dejovencita. Todo lo miraba y lo descubría con un entusiasmo casi infantil.
A medianoche estábamos bailando en un boliche muy concurrido. Nole gustaba tomar, pero aceptó un par de cervezas que la deshinibieron más parabailar. Se movía con mucha sensualidad, divirtiéndose como nunca. Cuandocomenzó la música lenta se dejó abrazar dócilmente. Bailamos largamente en ladulce y poblada oscuridad. La música era muy romántica y Priscilla se dejaballevar, su cuerpito adolescente pegado al mío con cariñosa confianza. Paraescucharnos teníamos que hablarnos al oído. Hablamos de música y de momentoslindos. Recordamos entre risas muchos episodios de la infancia de ella. Mecontó de su orgullo cuando yo la llevaba al colegio y ella le explicaba a suscompañeras que yo era su padrastro. Y de cómo le gustaba que yo le enseñara yle explicara cosas. Y de aquella sensación de sentirse protegida cuando yoestaba en casa.
-Te quiero tanto-me dijo con voz tierna. La apreté con fuerzacontra mi cuerpo y le di besitos rápidos en la cara y el cuello. Tenía unperfume muy delicado que aspiré con placer. Mis labios se demoraron en besosmás largos sobre su cuello.
-Yo también te quiero-le dije al oído, aprovechando paramordisquearle el lóbulo de la oreja.
Le busqué la boca en la oscuridad y la encontré. Tenía loslabios entreabiertos y húmedos y se dejó besar con total naturalidad. Mientrasnos besábamos en los labios ella seguía con sus brazos colgados de mi cuello.Mi mano la enlazaba por la cintura, frotando levemente su cuerpo contra el mío.Fue un beso muy largo y fresco, lleno de ternura.
-Prisci-le susurré al oído mientras ella respiraba agitada.
-No me sigas besando, porfa-me susurró ella.
Le pregunté si no le gustaba y me dijo que sí, que le gustaba,pero que ya me había dicho que no era eso lo que quería.
-Solo quiero ser tu nenita, papá-gimoteaba mi niña mientras yopresionaba con el duro bulto de mi sexo entre sus piernas ligeramente abiertas.
-Te deseo, Priscilla-le dije al oído frotando mi sexo contra alsuyo al suave ritmo de la música.
Protestó susurrando que no hiciera eso, que ella era una mujer,que no quería que la excitara ni que le hiciera esas cosas.
-Te quiero excitada, Prisci, te quiero bien caliente-le dijecálidamente al oído.
-Te dejo que me beses -murmuró en mi oído-todas las veces quequieras, papi...todas las veces...pero...pero...
Le tapé la boca con un beso que ella respondió con timidez.
-No quiero que me hagas tu mujer-insistió sofocada.
-Ya te desvirgué mi amorcito-insistí yo frotandome con fuerzacontra ella-ya te hice gozar una vez, Prisci, ya sé como gemís cuando llegás alorgasmo...
-Pero no quiero perderte ahora que te encontré, papito, porfavor-dijo ella muy agitada.
Su cuerpo temblaba de excitación y deseo.
-Nunca te voy a dejar-le prometí.
Sellamos la promesa con un volcánico beso de lengua. Priscillaardía en tiernos gemidos de placer. Su cuerpito se abandonaba entre mis brazosy comenzaba a moverse a mi ritmo.
-Llevame al hotel, porfa-me gimió al oído.
-Quiero acabarte acá, mi amorcito-le respondí.
-No, papi, no...acá no...ahh, no no...
Priscilla se sacudía y se restregaba contra mí casi en el clímaxde la excitación.
-Llevame a la cama, por favor, aquí nooo...llevame a lacamaaahhh, papiii...
Su vocecita ronca en mi oído me enloquecía. Saber que se estabaacabando me enloquecía más aún.
-Prisci, Prisci-le decía yo mientras sentía vibrar su cuerpitojuvenil.
-Aaahhh, me estás acabandoo, papá, me ahhhhhhh me estasacabandooo-susurraba apasionada en mi oído mientras su cuerpo temblaba.
En la oscuridad del boliche, en medio de la multitud, bailandomuy juntos aquella música romántica, mi hijastra tuvo un orgasmo breve eintenso y luego quedó inmóvil entre mis brazos, quietita mientras me ofrecíasus labios jugosos que volví a besar.
Ya en la habitación del hotel la desnudé lentamente sin que ellaprotestara. Decididamente Priscilla tenía un cuerpo espectacular, un cuerpojuvenil e insinuante que siempre había estado más bien cubierto y reprimido, uncuerpo de curvas perfectas que nadie sino yo había disfrutado.
La ropa fue quedando tirada en el piso. Priscilla, desnuda sobrela cama, jadeaba y me miraba con las pupilas dilatadas por el deseo. Su pielbellamente tostada contrastaba con la blancura de las sábanas. Acaricié sucuerpo centímetro a centímetro, sintiendo bajo mis manos su piel suave y tersa.Sus manitos pequeñas, las mismas manitos que tantas veces tomé entre las míaspara cruzarla en una calle peligrosa al llevarla al colegio, las mismas manitosque agarré alguna noche mientras le hacía un cuento para que durmiera, lasmismas con las que forcejeaba y hacía pulseadas en los simulacros de luchas quehacíamos al comienzo de su adolescencia, esas mismas manitos ahora meacariciaban dulcemente los brazos, el pecho, la espalda y las piernas.
Desnudita en la cama mi hijastra se encendía mientras yo besabapalmo a palmo su cuerpo. La sentir gemir mientras exploraba y disfrutaba suspechos. Recordé cuando aún no tenía senos y paseaba su pechito planoinocentemente desnudo por la playa, cuando los pezones eran apenas una sombritamás oscura. Recordé luego cuando sus senos comenzaron a crecer, levantándoseminúsculos bajo sus camisitas, y hasta su vergueza cuando su madre le regaló elprimer sostén, que por cierto demoró en empezar a usar. Y especialmente recordéaquella noche de verano que entré a su cuarto, ella tendría no más de doceaños, y la vi dormida bocaarriba y sin taparse, los pechitos ya redondeados ycrecidos, ya hermosos y deseables aunque pequeños. Ahora, no tanto tiempodespués, sus pechos eran firmes y redondos, bien levantados y de pezoneserectos muy paraditos. Mis manos acariciaron una y otra vez los divinos pechosde Priscilla, y la niña jadeaba y gemía al sentir en ellos mi boca, mis labiosy mi lengua. Y el estremecimiento de su cuerpo fue total cuando besé suspezones durísimos y los lamí y chupé deliciosamente hasta arrancarle pequeñosquejiditos de placer.
No hubo ningún rinconcito de su cuerpo que no besara, lamiera ychupara. Cuando mi boca se metió entre sus piernas la agitación de Priscilla sehizo incontenible.
-Me gusta-susurró ronquita y apasionada.
Tenía la entrepierna empapada. Mis labios descubrieron elpequeño promontorio de su clítoris y a ella le dio como una descarga eléctrica.Lamí y besé y chupé lentamente aquel botoncito del placer que ella jamás habíadescubierto en sí misma. Priscilla se retorcía en la cama, con los mismossacudones que un dia siendo niña la habían hecho abrazarse desesperada a micuello, espantada por no sé qué cosa que la asustaba. Ahora eran sacudones desorpresa y placer, sacudones de mujercita violentamente excitada.
Luego mi lengua y mis labios se deslizaron hasta la cálidaentrada de su sexo. Priscilla abrió más las piernas, ofreciéndome su pequeñaconcha peluda, sus ásperos pelitos negros protegiendo la suavidad de sus labiosvaginales y la hondura de su agujerito de mujer que solo yo había explorado enuna noche de hace poco tiempo atrás. Tomé con mi boca lo que me ofrecía,lamiendola y chupándola mientras la aferraba por la redondez de las caderas.
Los gemidos y jadeos de mi hijastra crecieron en volumen. De suboca muy abierta escapaban grititos. Muchas veces la había oído gritar cuandoera una nena. Algunas veces que gritaba lastimada o herida, yo tenía queabrazarla para que se calmara y luego la curaba con paciencia de padre. Otrasveces gritaba asustada y también era yo que la sostenía entre mis brazos hastatranquilizarla. Lo mismo ocurría cuando se enojaba y tenía aquellos ataques degritos, y entonces yo tenía que sujetarla con fuerza y hasta sacudirla un pocopara callarla. Pero ahora lo mismo que la hacía gritar era lo que iba acalmarla: mi boca chupando su conchita. Y sus gritos eran diferentes: graves,roncos, apasionados, llenos de energía y de deseo. Eran gritos de mujer.
-Comémela toda papito-exclamó de pronto entre suspiros.
Yo seguía con lenguetazos frenéticos, sintiendo que el cuerpo dela niña vibraba al borde del orgasmo. Priscilla se retorcía en la cama,acariciándose ella misma los pechos con una lujuria que no le conocía hastaentonces. De su concha manaba una miel que yo recogía con la lengua y la boca.Finalmente mi hijastra no pudo más y explotó, acabándose en mi boca entregrititos desesperados y un descontrolado movimiento de sus caderas.
Esa noche mi chiquilla descubrió que es multiorgásmica.
La niña recién había llegado al orgasmo, y era el segundo de lanoche, cuando me tendí desnudo sobre ella buscando con mi sexo durísimo su sexocaliente y bien abierto. Nos besamos largamente en la boca. Siempre me habíangustado los besos de ella cuando niña, los inocentes besos familiares. Porquees común que las niñas den a los mayores pequeños besos casi que por purocompromiso, besos fríos y livianos, apenas un roce en la mejilla, casiimperceptible y seguramente impersonal. Pero Priscilla, por lo menos conmigo y enel comienzo de su adolescencia, había sido distinta. Era un beso en la mejilla,por supuesto, pero me hacía sentir la plenitud de sus labios. Y se demorabacomo disfrutándolo, como dejándome saber del placer que sentía al hacerlo. Mihijastra no rozaba mi mejilla sino que me besaba. Pero ahora todo aquello sehacía más intenso, porque besarla en la boca era un placer indescriptible. Asíque ella me recibió con un beso de lengua cálido y profundo mientras su cuerpourgido se acomodaba bajo el mío. La penetré robándole un gritito y ella seacabó rápidamente mienras su boca golosa seguía ardientemente unida con la mía.Yo también me acabé, inundando su conchita juvenil con un río de lechecaliente.
Hicimos el amor toda la noche. Priscilla parecía insaciable, ycuanto más le daba ella más quería. Su vocecita en mi oído me excitabadesaforadamente.
-Daddy, daddy-gimoteaba en inglés con su deliciosa pronunciaciónde largos años de colegio bilingüe.
-Mi chiquita...mi mujercita- le decía yo entrando en ella una yotra vez.
Su cuerpito desnudo se acoplaba maravillosamente al mío. Yo mehundía en ella y Priscilla abría muy grande la boca, gemía largamente, seaferraba a los barrotes de la cama y parecía hundir su cuerpo en la profundidaddel colchón. Pero enseguida gritaba y movía la pelvis violentamente haciaarriba, devolviendo mi embestida abrazada a mí con lujuriosa pasión.
-¡Oh my god!...¡Oh my god!-susurraba mirándome con sus ojitos degata, las pupilas dilatadas por el deseo.
-Prisci, Prisci-decía yo mirando sus ojos que se le llenaban delágrimas mientras llegaba al orgasmo.
-Aaaahhhhhh, paaapiiii-.
Aquella noche inolvidable mi hijastra tuvo un orgasmo detrás deotro: en la cama, en la alfombra del piso y hasta bajo la ducha. Priscilla, apesar de su inexperiencia, era una pequeña diosa en la cama. Y le gustabacoger. Cada vez que se acababa era un escándalo de gritos, gemidos y violentasconvulsiones de placer. Finalmente, cuando ya comenzaba a amanecer y los dosestábamos amorosamente exhaustos, nos quedamos profundamente dormidos.
Durante todo el día siguiente nos dedicamos a descansar y apasear lentamente por Pinamar. Fue una jornada calma y suave, y realmenteestabamos agotados por el esfuerzo físico de aquella impresionante noche deamor. Priscilla estaba deliciosamente cariñosa. Hablamos mucho, nos divertimosy nos mimamos todo el tiempo.
Al atardecer, de vuelta en el hotel, los dos nos sentíamosnuevamente excitados. Fue allí que la conduje a hacer lo que jamás ella habíahecho: esta vez le tocaba a ella chuparme. Y me hizo la mejor mamada de mivida. Todo comenzó muy despacito, entre besos y caricias casi paternales. Mesenté semidesnudo en un sillón y la puse a ella, también semidesnuda, derodillas en el suelo, acercando con mi mano su cabecita hasta tener su boca ala altura de mi sexo. Sus labios húmedos besaron levemente mi sexo, como contimidez.
-Así Prisci, así-la alenté yo.
La niña siguió explorándome con aquellos labios jugosos, recorriendomi miembro de un extremo al otro con suaves y dulces besitos. De a poco se fueanimando y asomaba la puntita de la lengua y me lamía apenas.
-Me gusta tu lenguita-le dije alentándola.
Priscilla me lamió lentamente, ahora con toda su lengua tibiamentemojada. Me hizo gemir de placer mientras mi erección se hacía cada vez másenorme. Recordé cuando ella tenía doce o trece años y lamía con aquelentusiasmo un conito de helado. Ya en aquel tiempo me sobresaltaba un poco sulenguita casi lasciva sobre el helado, y sus labiecitos mojados y suexclamación de placer, aquel "mmmmmmm....qué rico", y su mirada entrepícara y seductora.
Mi hijastra levantó la cabeza y me miró, suspendiendo brevementesu lamida y clavando sus ojos directamente en los míos. Sus ojitos divinosparecían devorarme, mientras sus pupilas se abrían inmensamente. Era una miradainundada de excitación y deseo, y estaba respaldada en su respiración agitada ycasi jadeante. Me incliné hacia ella y le di un beso en la boca, pidiéndole porfavor que siguiera adelante.
Priscilla bajó la cabeza y metió mi sexo en su boquita abierta.Sentí la tibieza enloquecedora de sus labios, de su lengua y del interior de suboca. La chiquita, arrodillada y jadeante, engullía enteramente mi sexo, lohundía en su boquita de nena y alternaba las lamidas muy lentas e intensas conlas chupadas más profundas. Mi hijastra me mamaba como si fuera una terneritacon su mamadera, chupando y succionando con furibunda pasión. Yo gemía ymientras le acariciaba la cabecita le pedía que tomara toda la leche. Priscillame chupó, me mamó y me lamió hasta hacerme acabar en su boca. Me arrancófuertes chorros de leche caliente que ella bebió y tragó con jadeantedesesperación. Después de acabarme y de lamerme hasta la última gota se acostóboca arriba en el piso y se masturbó frente a mis ojos. Sus manitos sedeslizaron bajo la bombacha, acariciando y frotando su entrepierna, moviendo sucuerpito adolescente como una diosa, susurrando entre gemidos que se habíatomado toda mi lechita y mirándome a los ojos mientras se acababa con rápidassacudidas de placer.
Después de recuperar energías la levanté del piso y la llevé enbrazos hasta el baño. Nos terminamos de desvestir besandonos desaforadamente.Hicimos el amor bajo la ducha, lenta y apasionadamente. Priscilla era unagatita grácil y desnuda entre mis brazos, rodeando con sus piernas mi cinturamientras movía sus caderas juveniles al ritmo de mis embestidas hasta lo máshondo de su sexo. Su cuerpo mojado temblaba de deseo y sentí su agitadavibración al llegar al orgasmo. Mi hijastra se había convertido, ya sin ningunaduda, en mi mujer. Esa noche volvimos a disfrutarnos en la cama hasta dormirnosrendidos y felices.
Al día siguiente, el último que pasamos en Pinamar, inauguré lacola hermosa y salvaje de Priscilla.
Como tantas otras cosas, fue también cuando ella tenía doce otrece años que comencé a descubrir su linda colita. La niña estaba creciendo yeso comenzaba a notarse. Ya su cuerpo se desarrollaba y mostraba los primerossignos de su condición de mujer. Más de una vez me sorprendí viendola desdeatrás, admirando casi sin querer aquellas nalguitas que se redondeaban y selevantaban cada vez más firmes. También tendría doce o trece años cuando mehacía sentir nervioso al sentarse en mi falda o cuando le pegaba algunaspalmadas por un mal comportamiento. En cualquiera de los dos casos me quedabala sensación de que ambos sentíamos algo especial con ese contacto corporal.Pero era mi hijastra y además era muy niña, a lo que se sumó que luego no la vipor algunos años.
No había pasado tanto tiempo desde entonces, pero ahora ellatenía diecisiete años y a partir del reencuentro nuestra relación habíacambiado totalmente. Ahora yo deseaba concientemente su culito, y sabía que seríamío. Y sospechaba que también ella lo deseaba, sabiendo como sabía ahora loapasionada y erotizada que era mi querida hijastra.
El culo de Priscilla es magnífico: firme, levantado, rotundo yperfectamente redondeado. Desde el comienzo mismo de nuestro romance le hicesaber cuánto me gustaba y cómo quisiera disfrutarlo. Ella se sorprendía unpoco, pero progresivamente se fue convenciendo de su hermosura. Ya en Pinamarfue como que se sintió por fin liberada, ahora más deshinibida y más concientede su atractivo. Y se paseaba al borde de la piscina, con su microtanga dejandocasi totalmente al desnudo sus nalgas divinas mientras caminaba con unasensualidad que no le había conocido hasta ahora.
Por todo eso fue muy natural para ambos que la última noche, yadesnudos en la cama y en medio de un fogoso intercambio de besos y caricias, yola diera vuelta y la pusiera boca abajo. El espectáculo que me ofrecía eratremendamente excitante: el pelo muy negro sobre las sábanas blancas, la caritade perfil sobre la cama, la boquita entreabierta respirando con agitación, elcuello largo y elegante, la piel tostada de su espalda, la curva espectacular yrotunda de sus nalgas y las largas piernas esbeltas.
Besé centímetro a centímetro su cuerpo boca abajo, recorrí conlos dedos y los labios y la lengua cada milímetro de su desnudez, comenzandopor el cuello, siguiendo por los hombros, bajando por la espalda, recorriendosu cinturita y la redondez de sus caderas y demorandome intencionalmente en lavoluptuosidad de su trasero. Mi lengua entró entre sus nalgas mientras mismanos se las separaban. Priscilla levantaba su cola hacia mí y gemía. Separé unpoco más sus espléndidas nalgas hasta que mi boca alcanzó su pequeño agujeritotrasero. Mi hijastra tembló al sentir mi lengua en la invicta entrada de suculito.
-¡Papito!-exclamó cuando mi lengua comenzó a lamer la entrada desu orificio.
Metí la punta de la lengua dentro suyo y seguí lamiendo. APriscilla le gustaba y se movía levemente, frotándose contra mi boca. Susgemiditos de placer se hacían más intensos. Cuando la sentí muy excitada metendí sobre ella, jugando con mi sexo entre sus nalgas y besándole el cuellomientras le susurraba obscenidades al oído.
-Quiero desvirgar tu colita, Prisci-le dije.
-¡Ay sí, sí...haceme lo que quieras, papi!-jadeaba ella.
La coloqué de rodillas en la cama, apoyada hacia adelante sobrecodos y antebrazos y con la cola muy levantada hacia mí. Busqué con la durezade mi sexo la húmeda entrada de su ano y presioné lentamente pero con firmeza.Priscilla se quejó. Empujé otro poco y entré apenas en ella. La niña soltó ungritito de dolor. Tomándola con fuerza por las caderas la penetré bastante másadentro. Priscilla gritó.
-¡Aaayy...ayyy! Me duele mucho...-
Con varios golpes violentos mi sexo se hundió hasta el fondo desu colita virginal. Ahora Priscilla se quejaba mientras su voz se quebraba porel llanto. Mi sexo estaba hundido por completo en su estrecho agujerito.Comencé a cogerla ferozmente, entrando y saliendo de ella, rasgando su carne virgen,atravesándola con apasionada furia, arrancándole a la fuerza los gemidos másfuribundos, aferrándola por las caderas y embistiéndola cada vez con másenergía.
-Me enloquece tu culo, Priscilita-le grité desaforado.
Priscilla estaba comenzando a gozar. Ahora su cuerpito seamoldaba al mío y se movía a mi ritmo. Sus gemidos roncos de placer se hicieronmás intensos. Mis manos iban y venían por su cuerpo tenso y elástico. Suspezones se ponían durísimos bajo mis manos. Su pequeño agujerito masajeaba mi sexocada vez más grande y duro. Sus caderas se movían circularmente en una danzavoluptuosa que me llevaba al borde del orgasmo. Priscilla cogía por el culocomo una diosa. Su cuerpo ágil y firme devolvía con creces cada embestida mía.Sus pechos desbordaban la avidez de mis manos que los estrujaban. Todo en sucuerpito adolescente era deseo, excitación y pasión. Los dos éramos como unsolo cuerpo, como una perfecta y coordinada maquinaria sexual.
Finalmente Priscilla tembló y su cuerpo cimbreante se sacudiócomo con descargas eléctricas. Mientras la cogía por el culo yo oprimía suspechos, pellizcaba sus pezones y la mordía en el cuello.
-¡Daddy, daddy....yes, síí, asíí...papito!-gritaba mientrasllegaba al orgasmo entre violentas convulsiones.
El cuerpo de Priscilla quedó rígido como una tabla, y entoncesmientras ella se acababa en un largo chillido yo explotaba en un río de lechecaliente dentro de su colita.
-Prisci, Prisci- era lo único que atinaba a decir mientras nosacabábamos mutuamente.
Ella se quedó quietita, jadeando sobre la cama, soportandotodavía mi cuerpo encima de su cuerpo tembloroso, diciendo con su vocecitaentrecortada que era toda mía, que me amaba y que se enloquecía de deseo y deplacer, que ya no le alcanzaba con ser mi hijita sino que quería ser mi mujer.La besé en la boca y mi hijastra me respondió con su lenguita insaciable.Todavía la tenía penetrada por atrás cuando Priscilla, comenzó a masajearme elsexo con levísimas contracciones de su estrecho agujerito. Lo hizo con tanta destrezay dulzura que me provocó una enorme erección y una nueva acabada, al mismotiempo que nos besábamos en la boca y yo le acariciaba los pechos y ella volvíaa acabarse con largos y tiernos gemidos.
Volvimos exhaustos a Buenos Aires. De ahora en adelantePriscilla sería mi hijastra reencontrada y volveríamos a nuestra relación decompañerismo y cariño. Pero además sería mi mujercita, mi hembra, mi yeguita deuso personal, mi pequeña geisha. A todos los hombres de mi edad nos gustafantasear con amantes jóvenes. Pero Priscilla tiene muchas ventajas: es real,más que joven es una adolescente, es una divina y divertida personita y nostenemos un enorme cariño mutuo. Además Priscilla es mi hijastra, tiene uncuerpo espectacular, es una pequeña diosa cogiendo y en la cama nos entendemosde maravilla. Más no puedo pedir.
Sé que ahora, Priscilita, estás leyendo este relato pues eresseguidora de BUNNYOFDADDY3 y te excitas, te mojas casi hasta el orgasmo. No lodudes: mandame un mail, o whats app y nos encontramos todas las veces quetengas ganas y si lo deseas tengamos un hijo.
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