Ya tengo todo lo que necesito: dos sogas, preservativos, aceite y una palabra de seguridad. Lo demás, estará en el lugar o lo llevo encima.
No me gusta guionar un encuentro, pero esta vez, el caso lo amerita.
La última vez que me encontré con esta muchachita, ardía de deseo, y quería hacerle todo a la vez. Las cosas salieron bien sólo porque ella también estaba prendida fuego.
Esta vez nada estará improvisado.
Y se meterá sus palabras en el culo.
Justo a mí me va a venir con ese “te controlás demasiado”. Burlona. No tiene ni idea lo que es tener el control. Y quizás no tenga idea que con ella lo perdí.
Ahora va a conocer el frío del desinterés.
El ardor del castigo.
El calor de la caricia.
Y el fuego donde se consuma.
La última vez que me encontré con esta muchachita, eran tantas las ganas que quería cogérmela en todos lados, por todos lados, y al mismo tiempo. Fui dulce e intenso, y finalmente creo que la pasó bien.
Yo la provoqué recordándole que me había dicho que habían sido pocas las veces que había tenido tantos orgasmos. Y ella, sabiendo lo que provoca en mí, me respondió que no había dicho eso, que en realidad lo que había dicho era que NUNCA había tenido diez orgasmos en tres horas.
A mí no me gusta guionar un encuentro, pero esta vez lo amerita.
No va a volver a sentir diez orgasmos. Uno, dos… quizás tres. Pero no más.
Esta vez, todo va a ser distinto.
Nos vamos a encontrar, la voy a saludar con un beso frío, en la mejilla, igual al que me dio en la vereda cuando nos despedimos.
Aquella vez ella era local. Hoy es visitante.
No le voy a dirigir la palabra hasta que cerremos la puerta de la habitación.
Y en ese momento la voy a a agarrar del pelo fuerte, y la voy a llevar de los pelos hasta el sillón.
Sin soltarla, me voy a desabrochar la bragueta, y voy a liberar mi miembro y se lo voy a meter en la boca.
Yo le voy a enseñar tres o cuatro cosas en este encuentro, siguiendo paso a paso esto que no es un guión, sino una partitura.
Porque esta vez pienso sacar música de su cuerpo.
Y como toda composición clásica, todo tiene su tiempo.
No tengo apuros, y quiero que su primera imagen sea mi camisa blanca, y mi pija dentro de su boca.
Cuando logre mi erección, la mandaré al baño a que se desnude. No sentirá mis manos en su cuerpo quitándole la ropa. No tendrá ese placer. Son muchos los placeres que no tendrá esta vez.
Mientras se demora, voy a cruzar las sogas por debajo del colchón, y cuando regrese, con toda su desnudez, le voy a decir con voz firme que lo que más le conviene es tratar de no acabar como una puta, porque recibirá un castigo que no olvidará en su vida.
Quiero que acabe cuando yo se lo diga. Cuando la partitura lo ordene.
La voy a obligar a acostarse boca abajo, con su pelvis apoyada en una almohada, y el primer chirlo en su cola, con la mano abierta, pero con un golpe firme, irá acompañado de una advertencia: la almohada es para tu comodidad, no para que te masturbes con ella.
Con mucha delicadeza, pero con mucha más firmeza aún, ataré cada una de sus extremidades a la soga.
Su imagen estaqueada en la cama será preciosa, y en ese momento, justo es reconocerlo, deberé respirar hondo, para recuperar el control.
Recién lo lograré porque voy a tomar fotografías de mi obra.
Y la dejaré esperando un poco más, antes de que sienta uno o dos chirlos más en su cola, y arremangaré los puños de mi camisa, antes de descargar dos golpes más.
Me voy a descalzar y a quitar el cinturón. Y se lo voy a hacer saber.
Ella sabrá qué es lo que va a pasar con el cinturón, y si no, ya lo sentirá en su piel.
Tratando de buscar el límite, le voy a cruzar dos cintazos en la espalda. Y le voy a dar un motivo. Quiero que sean lo suficientemente fuertes para que le provoquen dolor. Solo por decir en un reportaje que ella no era gauchita, que ella solo quería recibir.
Y allí estará, recibiendo su castigo.
Las marcas en su espalda y en su cola por mi cinturón y por mi mano abierta.
Hasta que llegue el momento de mi rúbrica.
La partitura indica que todo va en crescendo, así que será el momento de besarle por primera vez una nalga, en un beso traicionero, que continuará en chupón, y culminará en mordida.
Esa es mi firma. Así rubrico yo mis trabajos.
Una marca en su nalga, inexplicable, indisimulable, inexcusable.
Y luego el silencio.
Y un chorro de aceite en su espalda.
Y mis manos recorriéndola, esparciendo el aceite aromático por toda su piel.
Y mis manos demorándose en sus nalgas, las que tanto deseo.
Y la presión abriéndoselas dejando al descubierto, el más preciado de sus orificios.
Y mi lengua recorriendo los bordes de su ogete.
Y mi lengua tratando de hundirse en las profundidades de su tesoro.
Y mis dedos penetrando los pliegues de carne.
Y mis dedos hundiéndose en su culo.
Y mi mano derecha jugando con los jugos que rezuman de su concha.
Y mis murmullos diciéndole que sí, que ahora, que es el momento.
Y dos dedos por delante, dejándose resbalar hasta las profundidades de su vientre.
Y dos dedos en su culo, penetrándola sin compasión.
Y un movimiento intenso, duro, rítmico, por momentos circular, por momentos más intensos.
Y una orden precisa, directa.
Acabame en las manos, puta. Te lo ganaste.
Una hora después de habernos vuelto a encontrar, podrás tener tu primer orgasmo.
Solo porque así lo indica la partitura que dice climax.
Ahora sí podré desatarte, y darte en la boca el beso más profundo de la mañana.
No me gusta guionar un encuentro, pero esta vez, el caso lo amerita.
La última vez que me encontré con esta muchachita, ardía de deseo, y quería hacerle todo a la vez. Las cosas salieron bien sólo porque ella también estaba prendida fuego.
Esta vez nada estará improvisado.
Y se meterá sus palabras en el culo.
Justo a mí me va a venir con ese “te controlás demasiado”. Burlona. No tiene ni idea lo que es tener el control. Y quizás no tenga idea que con ella lo perdí.
Ahora va a conocer el frío del desinterés.
El ardor del castigo.
El calor de la caricia.
Y el fuego donde se consuma.
La última vez que me encontré con esta muchachita, eran tantas las ganas que quería cogérmela en todos lados, por todos lados, y al mismo tiempo. Fui dulce e intenso, y finalmente creo que la pasó bien.
Yo la provoqué recordándole que me había dicho que habían sido pocas las veces que había tenido tantos orgasmos. Y ella, sabiendo lo que provoca en mí, me respondió que no había dicho eso, que en realidad lo que había dicho era que NUNCA había tenido diez orgasmos en tres horas.
A mí no me gusta guionar un encuentro, pero esta vez lo amerita.
No va a volver a sentir diez orgasmos. Uno, dos… quizás tres. Pero no más.
Esta vez, todo va a ser distinto.
Nos vamos a encontrar, la voy a saludar con un beso frío, en la mejilla, igual al que me dio en la vereda cuando nos despedimos.
Aquella vez ella era local. Hoy es visitante.
No le voy a dirigir la palabra hasta que cerremos la puerta de la habitación.
Y en ese momento la voy a a agarrar del pelo fuerte, y la voy a llevar de los pelos hasta el sillón.
Sin soltarla, me voy a desabrochar la bragueta, y voy a liberar mi miembro y se lo voy a meter en la boca.
Yo le voy a enseñar tres o cuatro cosas en este encuentro, siguiendo paso a paso esto que no es un guión, sino una partitura.
Porque esta vez pienso sacar música de su cuerpo.
Y como toda composición clásica, todo tiene su tiempo.
No tengo apuros, y quiero que su primera imagen sea mi camisa blanca, y mi pija dentro de su boca.
Cuando logre mi erección, la mandaré al baño a que se desnude. No sentirá mis manos en su cuerpo quitándole la ropa. No tendrá ese placer. Son muchos los placeres que no tendrá esta vez.
Mientras se demora, voy a cruzar las sogas por debajo del colchón, y cuando regrese, con toda su desnudez, le voy a decir con voz firme que lo que más le conviene es tratar de no acabar como una puta, porque recibirá un castigo que no olvidará en su vida.
Quiero que acabe cuando yo se lo diga. Cuando la partitura lo ordene.
La voy a obligar a acostarse boca abajo, con su pelvis apoyada en una almohada, y el primer chirlo en su cola, con la mano abierta, pero con un golpe firme, irá acompañado de una advertencia: la almohada es para tu comodidad, no para que te masturbes con ella.
Con mucha delicadeza, pero con mucha más firmeza aún, ataré cada una de sus extremidades a la soga.
Su imagen estaqueada en la cama será preciosa, y en ese momento, justo es reconocerlo, deberé respirar hondo, para recuperar el control.
Recién lo lograré porque voy a tomar fotografías de mi obra.
Y la dejaré esperando un poco más, antes de que sienta uno o dos chirlos más en su cola, y arremangaré los puños de mi camisa, antes de descargar dos golpes más.
Me voy a descalzar y a quitar el cinturón. Y se lo voy a hacer saber.
Ella sabrá qué es lo que va a pasar con el cinturón, y si no, ya lo sentirá en su piel.
Tratando de buscar el límite, le voy a cruzar dos cintazos en la espalda. Y le voy a dar un motivo. Quiero que sean lo suficientemente fuertes para que le provoquen dolor. Solo por decir en un reportaje que ella no era gauchita, que ella solo quería recibir.
Y allí estará, recibiendo su castigo.
Las marcas en su espalda y en su cola por mi cinturón y por mi mano abierta.
Hasta que llegue el momento de mi rúbrica.
La partitura indica que todo va en crescendo, así que será el momento de besarle por primera vez una nalga, en un beso traicionero, que continuará en chupón, y culminará en mordida.
Esa es mi firma. Así rubrico yo mis trabajos.
Una marca en su nalga, inexplicable, indisimulable, inexcusable.
Y luego el silencio.
Y un chorro de aceite en su espalda.
Y mis manos recorriéndola, esparciendo el aceite aromático por toda su piel.
Y mis manos demorándose en sus nalgas, las que tanto deseo.
Y la presión abriéndoselas dejando al descubierto, el más preciado de sus orificios.
Y mi lengua recorriendo los bordes de su ogete.
Y mi lengua tratando de hundirse en las profundidades de su tesoro.
Y mis dedos penetrando los pliegues de carne.
Y mis dedos hundiéndose en su culo.
Y mi mano derecha jugando con los jugos que rezuman de su concha.
Y mis murmullos diciéndole que sí, que ahora, que es el momento.
Y dos dedos por delante, dejándose resbalar hasta las profundidades de su vientre.
Y dos dedos en su culo, penetrándola sin compasión.
Y un movimiento intenso, duro, rítmico, por momentos circular, por momentos más intensos.
Y una orden precisa, directa.
Acabame en las manos, puta. Te lo ganaste.
Una hora después de habernos vuelto a encontrar, podrás tener tu primer orgasmo.
Solo porque así lo indica la partitura que dice climax.
Ahora sí podré desatarte, y darte en la boca el beso más profundo de la mañana.
9 comentarios - Promesas
Quiero ese premio...
cuando ocurra... si me autoriza
cuando ocurra... si me autoriza
(pero no me dejó puntitos...😞)
siga asi...