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Tarde prohibida con la hermanita || (Otra) tarde prohibida con la hermanita || Mi madre salió el fin de semana...
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Pese al haber pasado un buen fin de semana entre Leire, su amiga Esther y yo, nuestro trío no llegó a sucederse ningún otro día. Una verdadera lástima, porque me lo había pasado muy bien teniendo sexo con las dos. Nos turnábamos para elegir “quién mandaba”, y nos dedicábamos a darle placer.
No negaré que me encantaba ver a aquellas dos chicas preocupándose por mi placer, devorándo juntas mi erección. Pero todo lo bueno tiene un final, y aprendimos varias cosas aquel fin de semana.
Lo que nuevamente nos dejaba solos a Leire y a mi. Algo que podría haber funcionado más o menos. Colarnos en la habitación del otro para tener sexo (benditos chats privados de Telegram para avisarnos de lo que nos apetecía hacer) se podía hacer en invierno. El problema es que, recientemente con la llegada del verano, nuestros encuentros se habían visto frustrados.
Y es que con estas temperaturas dignas del mismo desierto del Gobi, la casa se pasa mucho tiempo abierta en espera de que alguna corriente de aire nos refresque. Y se oye todo. Así que por muy poco ruido que hiciéramos Leire y yo, una vez mi madre estuvo a punto de pillarnos. Menos mal que mi hermanita estuvo rápida en decir “es que aquí corre más airecito”. Por suerte, estaba tapada por debajo, ya que yo me había ocupado de quitarle el tanga con los dientes, y el sujetador lo tenía puesto.
Sinceramente, incluso si mi madre no nos hubiera interrumpido, esa noche me hubiera costado mucho concentrarme en el sexo. Escuchábamos los motores de los coches, gente gritando de fiesta… Me ponía de los nervios, todo ruido era una potencial advertencia de que iban a pillarnos.
“¿Y qué hacemos?”, preguntó mi hermanita a finales de junio. “El verano acaba de empezar… pero ya llevamos un mes…”
“Bueno… Te podrías buscar un novio o una novia legal, y yo hacer lo mismo”, bromeé. Me dio un puñetazo en el pecho.
“Incluso si me lo busco, no iba a entregarme a él, o a ella fácilmente. Lo de Esther no se volverá a repetir”, me dijo. “Y yo estoy cachonda perdida…”
“¿Y qué hay del… juguete que te pedí por Amazon?”, pregunté.
“Bueno… me ayuda, pero no es lo mismo. Me toca hacer todo el trabajo y se me cansa el brazo”, me dijo. Giró y se subió encima de mi. “A ti te parece bien que lo sigamos haciendo, ¿verdad?”
“Mientras… sepamos que es un tema de solo placer…”, respondí. Dudé de si ella compartía mi pensamiento cuando sus labios se encontraron con los míos.
“De mucho placer”, me corrigió ella. “Pues se me ocurre una cosa…”
Así que el fin de semana pasado decidimos marcharnos a un hotel en la playa. Solo el fin de semana, ya que mis vacaciones largas las tendré en agosto. Pero igualmente, nos vendría bien salir un poco de la ciudad. A mi madre le pareció estupendo que nos fuéramos juntos, así que con todo a favor, llegamos a la playa.
No era nada demasiado ostentoso. Habitación con cama de matrimonio, y en el precio se incluía el desayuno. Por la poca antelación nos cobraron un precio un tanto excesivo, pero hicimos el check-in y subimos a la habitación. Nada mal.
Nada más entrar a la derecha, el servicio con aseo, lavabo y la bañera. Y avanzando por el pequeño pasillo, un cuarto con la cama de matrominio, dos mesas de noche, un armario empotrado, el aire acondicionado apuntando directo al colchón, una televisión de tamaño pequeño y, para nuestra sorpresa, incluía una pequeña terraza. Además había una pequeña nevera, vacía, para que llenáramos con lo que nos apeteciera.
“Creo que ha sido una buena inversión”, dije. “¿Te gusta?”
“Me encanta”, dijo ella. Me dio un abrazo. “La verdad… Tengo muchas ganas de estar contigo a solas, pero… venir a la playa y no aprovecharla sería algo muy feo”.
“Podemos aprovechar para darnos un baño ahora… Luego comer, y subirnos a la habitación a echarnos la siesta”, le propuse. “Con el aire acondicionado.”
“Sí, por favor”.
Nos despojamos allí mismo de la ropa, sin tener especial vergüenza. Habíamos hecho cosas peores que vernos desnudos. Mi hermana no se complicó en exceso. Sacó de la mochila un bikini (que me maten si no se agachó sensualmente intentando provocarme) y se lo puso. Me pidió ayuda para atarse a la espalda la parte de arriba, e improvisó una falda con la toalla. Yo, menos fino que ella, me subí el bañador, y me echó la toalla, enrollada, por encima de los hombros. Lo que más me jodió fue tener que llevar la sombrilla.
Caminamos por unos cuantos metros hasta que llegamos a la fina arena de la playa. Había gente, pero siendo un pueblo pequeño, tampoco estaba especialmente atestada. Clavé la sombrilla, con el ángulo necesario para que nos tapara su sombra lo más posible, mientras Leire tendía las toallas en el suelo. Me refugié en la sombra arrojada por la sombrilla.
“¿Qué haces?”, le pregunté a Leire, que se estaba desabrochando el sujetador del bikini.
“Evitar que se me quede la marca del moreno”, respondió. “¿Me ayudas con la crema por la espalda?”
Mis manos se deslizaron por su suave espalda, extendiendo la crema. Me tentó mucho llevar las manos hacia adelante y aplicarle el mejunje por los pechos…
“Esto es un poco llamativo”, me dijo ella, y no me había dado cuenta de que realmente le estaba masajeando las tetas. “Y me estás poniendo cachonda, para…”, me susurró. Me detuve en el acto y continué extendiendo la crema solar por su espalda. Por suerte, solo una vieja nos había echado una mala mirada. Y para más suerte, allí nadie conocía que éramos hermanos. Podríamos pasar perfectamente por una pareja de novios que expresaban su pasión.
Estuvimos un rato metidos en el agua. Jugamos, echamos alguna carrera… incluso hubo cierto momento en que nos metimos mano en el agua. Admito que el cuerpo de mi hermana no tenía el mismo rico sabor bañada por la salada mar de la playa, pero encontramos un sitio donde le podía comer las tetas un poco y no lo íbamos a rechazar.
Cuando volvimos y nos secamos, caminamos de vuelta hacia el hotel. Lo bueno es que el sitio era lo bastante informal como para dejarnos comer estando así de medio vestidos. No comimos en exceso tampoco, a pesar de haber gastado una buena cantidad de energías en la playa. Pasamos un rato agradable, charlando y pensando qué podríamos hacer durante el resto del verano.
Terminada la comida y dejado el dinero sobre la mesa (malditos sitios sin todo incluído) subimos de vuelta al dormitorio. Pinché la tarjeta en la ranura que daba luz y agua a la habitación, salí a tender las toallas en el pequeño balcón que disponíamos, entré de nuevo y bajé la persiana antes de que el sol inundara la habitación y quisiéramos morir ante la deshidratación.
“Hermanito, ven… qué frescor”.
Miré a Leire. La muy golfilla se había despojado por completo de su bikini, que reposaba en el suelo, y ella, de piernas abierta, recibía directamente el aire acondicionado.
“¿Te parece buen sitio para dejar eso? Se seca en la calle”
“Pues sácalo, y de paso deja el tuyo fuera. ¿Qué pasa, te da vergüenza que te vean salir desnudo?”
Ante semejante desafío, yo como persona adulta y madura que no cae en las provocaciones solo podía hacer una cosa. Me quité el bañador, pillé el bikini de Leire, volví a salir al balcón tal como Dios me trajo al mundo, colgué las prendas y me metí dentro. El sol empezaba a quemar seriamente. Bajé la persiana.
“Perfecto”, dijo Leire. “Ahora…”
“Ahora deberíamos darnos una ducha”, le dije. “Estamos llenos de arena de la playa y de la sal del mar”.
“Eres un aburrido” dijo ella con un puchero.
“¿Por qué? ¿No te quieres dar una ducha con tu hermano?”, le propuse. En seguida sonrió.
Fuimos al baño, y activé los grifos de la bañera. Bañera… Tentador lo que podríamos hacer ahí también. Pero la idea era una ducha. Cuando el agua salía a una temperatura que nos pareció aceptable, entré primero y le tendí una mano a Leire para que entrase conmigo. Dejé que se pusiera bajo el chorro y el agua corrió por su precioso cuerpecito. Luego me dejó a mi ese hueco. Se agradecía quitarse de encima lo que llevábamos de la playa.
Envolvió mi cuello con sus brazos y nos dimos un beso largo. Maldición, me estaba poniendo cachondo… y no podía evitarlo, ya que su mano se ocupó de masturbarme hasta que tuve el pene bien erecto.
“¿Me vas a dejar así?”, pregunté cuando se detuvo.
“Solo me quiero asegurar de que lo disfrutas”, dijo ella. Se dio la vuelta, donde estaba la repisa con los geles. “¿Te paso el… champú…?”
Temblaba, pues mi pene estaba muy cerca de su vagina. Más bien, lo estana usando para acariciar el exterior de su sexo y me costaría muy poco penetrarla en ese momento.
“Vale. No juego más”, dije, y mi pene se apoyó sobre sus nalgas. “Creo que sí, es mejor que nos lavemos el pelo primero. Luego el cuerpo… te lo puedo lavar yo”.
Leire aceptó encantada. De forma que me apresuré el lavarme y aclararme el pelo. Cuando nuestras respectivas melenas (bueno, yo no lo llevo largo, ya me entendéis) estuvieron limpias, apliqué gel de ducha en mis manos y recorrí el cuerpo de Leire. Sus hombros, su espalda, sus tetas, su vientre, sus piernas… Con mucho cuidado de no resbalarme, dejé su cuerpo completamente limpio. Ella me correspondió aplicando jabón por mi cuerpo, y aunque se había mostrado cauta para evitar caernos, dedicó unos minutos de más en limpiar mi pene, que no descendía su erección.
Corté el agua, y salimos de la bañera. Con cuidado, nos movimos a la habitación. Qué maravilla. Con los cuerpos recién mojaditos y con el aire acondicionado apuntando directamente hacia la cama, estábamos en la gloria. Ella se echó sobre la cama primero, y me llamó hacia ella.
Como me indicó me senté a horcajadas encima de ella, con mi polla apuntando peligrosamente hacia su cara. En ese momento apresó mi erección con las manos y empezó a masturbarme muy despacio. Aquella imagen me hipnotizó. Mi pene sobre el cuerpecito de Leire, que me pajeaba de tal forma que si eyaculaba mancharía su cara, sus tetas… Tenía que detenerla pero no podía, simplemente no podía.
“Leire… como me sigas haciendo eso me voy a correr”, le dije.
“¿En serio?”, dijo ella. Parecía desconcertada. “Vaya, yo esperaba que te saliera confeti y haríamos una fiesta”, añadió en broma.
“Idiota”, respondí. “En serio… para…”
Pero no se detuvo y aumentó el ritmo de pajeo. Decidí que lo mejor que podía hacer era dejarme hacer, y así fue. Me relajé, mirando los brillantes ojos de mi hermana, que me miraba con ternura, y de pronto lo sentí.
“¡Me corro!” grité sin que le diera tiempo a parar. Tampoco lo hizo. Ví como mi semen brotaba, cayendo un chorro que le alcanzó desde la mejilla hasta el cuello… el siguiente sobre sus tetas… en definitiva, dejé a mi hermana completamente manchada por mi semen. “Joder… que acabamos de ducharnos…”, le dije.
“Lo sé, y voy a asearme”, dijo ella. Pero llevas tanto tiempo como yo sin hacerlo, y te has corrido rápido… quiero que duremos más cuando esté encima de ti”.
Con una sonrisa traviesa se resbaló entre mis piernas. Me practicó una felación que me dejó el pene perfectamente limpio y luego se escabulló hacia el baño. Tardó apenas un par de minutos en regresar, completamente limpia y lista para la acción.
“Tengo ganas de ti”, me dijo, “así queeeeeh…”
No pudo acabar la frase. Tiré de ella hacia mí, y la coloqué debajo de mi. Mi pene entró a la perfección dentro de ella, gracias a lo cachonda y resbalosa que ella estaba. Gimió. Tal vez había sido un poco brusco. Pero no tardó en pedirme que empezase a moverme.. sujeté sus caderas y empecé a moverme hacia adelante y hacia atrás, follándola. Ella se agarró a la almohada, y me dejó hacer libremente.
“¿Te gusta, nena? Para esto hemos venido, ¿verdad?”.
“Sí… a tu nena le gusta el sexo… Dame más, por favor… ahí, justo ahí, síííhh”, gimió.
Levanté su culo en ese momento, y la atraje hacia mi, penetrándola aún más rápido. Ella estaba completamente sometida a todo lo que yo le hiciera. Sonreímos cómplices mientras nos perdíamos en el placer. Aceleré más mis acometidas. Ambos estábamos locos por el placer. Me corrí por segunda vez aquella tarde al tiempo que lo hacía mi hermana. Nos echamos en la cama para reposar.
“Se me olvidaba una cosa”, dijo ella al cabo de un ratito. “Espera”.
“¿Qué es?”, le pregunté.
“Un regalito”, me dijo ella. Abrió su maleta. “Aquí está…”
Y con un pequeño trote se fue al baño mientras yo le miraba el culito. Me pregunté qué sería, y de pronto la vi saliendo del baño. No me lo podía creer. Se había comprado un microbikini de color rojo. Apenas tres triángulos de tela, cubriendo sus pezones dos de ellos, y el tercero no terminaba de tapar su rajita.
“Wow… ¿pretendes ir así a la playa?”, le pregunté, embobado por su belleza.
“No. Esto es solo para tu disfrute”, me dijo. “¿Alguna vez te la ha chupado una chica así vestida?”, me preguntó. Subió a la cama y se acercó gateando. “Voy a darte un momento de placer inolvidable…”
“Leire… para”, le dije.
“¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza?”, me preguntó. Su mano se aferró a mi pene. “Tranquilo, no es la primera vez que…”
“¡LEIRE!”, grité. “He dicho que no”.
Desconcertada, me miró. Se quedó sentada en la cama, mirándome, esperando a que yo hablase.
“Escucha… ¿qué es lo que hablamos antes de venir?”.
“... Que aprovecharíamos para hacer lo que no podemos hacer en casa”, respondió ella.
“Me refiero a nosotros. ¿Qué es lo que establecimos?”
“Que sería solo por el placer, ¿no?”
“Exacto. Y yo me muevo por el placer, pero… ese rollo de masturbarme sin más… Volver tan rápido del baño para seguir haciéndolo… y ahora el microbikini…”
“¿Te parece mal?”
“Necesito saber que no tienes en mente… algo más entre nosotros”, le dije. Realmente era algo que me preocupaba. Yo me dejaba llevar por mis impulsos sexuales con ella, a pesar de que la ética lo impedía. Pero ella parecía pensar algo distinto.
Mi alerta se disparó cuando se acercó a mi y me dio un abrazo. Yo se lo devolví. Preocupado.
"No".
"¿No qué?"
"No me he enamorado de ti, si es lo que te preocupa", dijo ella. Me miró directamente a los ojos. “Nada más lejos de la realidad. Tú… eres el único chico que me ha sabido dar placer en la cama”.
“Pero Leire…”
“Pero nada. Aunque no lo sepas, ha habido otros chicos, sí. No te lo conté por… por si te parecía que era una guarra”, confesó, apartando la mirada. “Y aparte, porque han sido errores. La mayoría sabían follar, pero… se corrían muy rápido, o no me comían el coñito, ¿sabes? Pensaban en lo suyo. Contigo me lo paso bien y disfruto mucho más, aunque esté prohibido. Así que deja que siga disfrutando contigo un poco más”.
“¿Cuánto más?”
“Lo que nos dure. Podría volver a apagarse la llama y no pasaría nada, eres mi hermano. Pero hasta entonces, ¿qué hay de malo? Los dos nos lo pasamos bien, ¿no?”
“Muy bien”, admití. “Solo quería estar seguro de que no había… nada raro”, le dije.
“Pues ahora, voy a seguir donde lo dejamos”.
Se tendió de costado, a mi lado y empezó a chupármela nuevamente. Mi polla se había venido abajo durante nuestra conversación, pero la estimulación que me daba Leire fue suficiente para que se recuperase en unos segundos. Se quedó tumbada, exhibiendo su bonito cuerpo mientras yo seguía tendido, recibiendo su trabajito oral.
Travieso como estaba, tiré un poco del microbikini, liberando su pezón para poder juguetear con él. Sentí en ese momento que el ritmo de mi hermana cambiama un poco. Claramente le gustaba que jugase con sus tetas. Continué así por un largo rato, hasta que sentí cierta presión.
“Leire, me corro… No tienes que…”, empecé a decir, pero sentí que ella succionaba con mayor fuerza. Me temblaron las piernas al estallar dentro de su boquita. Me sorprendió con qué capacidad me lo pudo chupar todo.
“Otro motivo por el que me gusta hacerlo contigo… tú me avisas cuando te corres”. Intenté protestar por la clase de degenerador con los que ella se había acostado, pero en su lugar gateó y se puso de espaldas a mi, ofreciéndome el culo. “¿Qué vas a hacerme?”, preguntó traviesa.
Me acerqué a ella sin dudarlo y tiré hacia abajo de aquella fina tela. Me aseguré de dejar bien lubricado mi dedo empleando mi saliva, y suavemente empecé a dilatarle el ano. Entretanto, aproveché para degustar el sabor de su coñito. Me encantaba, era delicioso. Únicamente me detenía en los momentos en que debía lubricar aún más mi dedo.
En ese momento me di cuenta de que no tenía por qué “elegir”. Ella estaba expuesta, y le gustaba hacerlo. De modo que me situé bien entre sus piernas, y suavemente, deslicé mi polla dentro de su vagina. Húmeda, resbaladiza, sencilla de follar. La sujeté por las caderas, muy lentamente. No tenía ninguna prisa. Ella gemía de acuerdo a mis empujes.
De pronto se la saqué. Ella pareció extrañada, pero dejó escapar un gemido al darse cuenta de que ahora estaba penetrando su culo. Más apretado, más delicioso. Mis movimientos fueron más lentos que antes, pero no solté sus caderas. Ella dejó de apoyar las manos sobre el colchón, tendiéndose entera sobre la cama, solo con el culo levantado hacia mi.
“¿Te gusta así, nena?”, le pregunté. Se la volví a sacar, y volví a follarla por el coñito. “¿O prefieres así?”
“Me gustan las dos”, gimió ella. “Sigue, me gusta… aaaaah…”, gimoteó porque no le di un respiro a su culo, y mi dedo siguió trabajándoselo para asegurarme de que no se cerraba.
Empecé a alternar entre su coño y su culo. Era maravilloso. Ella estaba tan sometida a mi que casi me sentía culpable, de no ser por aquellos gemidos y súplicas de que no me detuviera. Llegó el momento en que si seguía empotrándola, iba a correrme, y no podía hacerlo sin ella, de forma que dejé su ano en reposo y me dediqué en exclusiva a su coñito.
Supe que se había corrido por cómo se tensaba su cuerpo, y así aproveché yo también para tener mi orgasmo. Había sido maravilloso, pero no ibamos a parar a respirar aún.
Me recliné hacia atrás y ella subió sobre mi, preparada para un último asalto. Me masturbó lo justo para que mi polla estuviera preparada, y se dejó caer sobre ella. Lentamente volvimos a tener sexo en aquella habitación de hotel, esta vez más pausado, con las respiraciones agitadas. Nos movíamos lentamente, disfrutando de nuestra compañía, del placer que nos daba estar ahí. Cuando ella tuvo su orgasmo, se dejó caer sobre mi, y me pidió que no me detuviera hasta que me hubiera corrido. Y así lo hice.
“Como siempre me ha gustado mucho… pero necesito descansar”, me dijo ella.
“Me parece bien, apenas son las cinco. Podríamos dormirnos un rato, aprovechando que tenemos el aire acondicionado”.
“Perfecto. ¿Iremos luego a cenar?”
“Claro que sí”.
“Me alegro. Y por la noche… podríamos darnos un baño”.
Me sentía muy afortunado por tener una relación así con ella.
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Pese al haber pasado un buen fin de semana entre Leire, su amiga Esther y yo, nuestro trío no llegó a sucederse ningún otro día. Una verdadera lástima, porque me lo había pasado muy bien teniendo sexo con las dos. Nos turnábamos para elegir “quién mandaba”, y nos dedicábamos a darle placer.
No negaré que me encantaba ver a aquellas dos chicas preocupándose por mi placer, devorándo juntas mi erección. Pero todo lo bueno tiene un final, y aprendimos varias cosas aquel fin de semana.
Lo que nuevamente nos dejaba solos a Leire y a mi. Algo que podría haber funcionado más o menos. Colarnos en la habitación del otro para tener sexo (benditos chats privados de Telegram para avisarnos de lo que nos apetecía hacer) se podía hacer en invierno. El problema es que, recientemente con la llegada del verano, nuestros encuentros se habían visto frustrados.
Y es que con estas temperaturas dignas del mismo desierto del Gobi, la casa se pasa mucho tiempo abierta en espera de que alguna corriente de aire nos refresque. Y se oye todo. Así que por muy poco ruido que hiciéramos Leire y yo, una vez mi madre estuvo a punto de pillarnos. Menos mal que mi hermanita estuvo rápida en decir “es que aquí corre más airecito”. Por suerte, estaba tapada por debajo, ya que yo me había ocupado de quitarle el tanga con los dientes, y el sujetador lo tenía puesto.
Sinceramente, incluso si mi madre no nos hubiera interrumpido, esa noche me hubiera costado mucho concentrarme en el sexo. Escuchábamos los motores de los coches, gente gritando de fiesta… Me ponía de los nervios, todo ruido era una potencial advertencia de que iban a pillarnos.
“¿Y qué hacemos?”, preguntó mi hermanita a finales de junio. “El verano acaba de empezar… pero ya llevamos un mes…”
“Bueno… Te podrías buscar un novio o una novia legal, y yo hacer lo mismo”, bromeé. Me dio un puñetazo en el pecho.
“Incluso si me lo busco, no iba a entregarme a él, o a ella fácilmente. Lo de Esther no se volverá a repetir”, me dijo. “Y yo estoy cachonda perdida…”
“¿Y qué hay del… juguete que te pedí por Amazon?”, pregunté.
“Bueno… me ayuda, pero no es lo mismo. Me toca hacer todo el trabajo y se me cansa el brazo”, me dijo. Giró y se subió encima de mi. “A ti te parece bien que lo sigamos haciendo, ¿verdad?”
“Mientras… sepamos que es un tema de solo placer…”, respondí. Dudé de si ella compartía mi pensamiento cuando sus labios se encontraron con los míos.
“De mucho placer”, me corrigió ella. “Pues se me ocurre una cosa…”
Así que el fin de semana pasado decidimos marcharnos a un hotel en la playa. Solo el fin de semana, ya que mis vacaciones largas las tendré en agosto. Pero igualmente, nos vendría bien salir un poco de la ciudad. A mi madre le pareció estupendo que nos fuéramos juntos, así que con todo a favor, llegamos a la playa.
No era nada demasiado ostentoso. Habitación con cama de matrimonio, y en el precio se incluía el desayuno. Por la poca antelación nos cobraron un precio un tanto excesivo, pero hicimos el check-in y subimos a la habitación. Nada mal.
Nada más entrar a la derecha, el servicio con aseo, lavabo y la bañera. Y avanzando por el pequeño pasillo, un cuarto con la cama de matrominio, dos mesas de noche, un armario empotrado, el aire acondicionado apuntando directo al colchón, una televisión de tamaño pequeño y, para nuestra sorpresa, incluía una pequeña terraza. Además había una pequeña nevera, vacía, para que llenáramos con lo que nos apeteciera.
“Creo que ha sido una buena inversión”, dije. “¿Te gusta?”
“Me encanta”, dijo ella. Me dio un abrazo. “La verdad… Tengo muchas ganas de estar contigo a solas, pero… venir a la playa y no aprovecharla sería algo muy feo”.
“Podemos aprovechar para darnos un baño ahora… Luego comer, y subirnos a la habitación a echarnos la siesta”, le propuse. “Con el aire acondicionado.”
“Sí, por favor”.
Nos despojamos allí mismo de la ropa, sin tener especial vergüenza. Habíamos hecho cosas peores que vernos desnudos. Mi hermana no se complicó en exceso. Sacó de la mochila un bikini (que me maten si no se agachó sensualmente intentando provocarme) y se lo puso. Me pidió ayuda para atarse a la espalda la parte de arriba, e improvisó una falda con la toalla. Yo, menos fino que ella, me subí el bañador, y me echó la toalla, enrollada, por encima de los hombros. Lo que más me jodió fue tener que llevar la sombrilla.
Caminamos por unos cuantos metros hasta que llegamos a la fina arena de la playa. Había gente, pero siendo un pueblo pequeño, tampoco estaba especialmente atestada. Clavé la sombrilla, con el ángulo necesario para que nos tapara su sombra lo más posible, mientras Leire tendía las toallas en el suelo. Me refugié en la sombra arrojada por la sombrilla.
“¿Qué haces?”, le pregunté a Leire, que se estaba desabrochando el sujetador del bikini.
“Evitar que se me quede la marca del moreno”, respondió. “¿Me ayudas con la crema por la espalda?”
Mis manos se deslizaron por su suave espalda, extendiendo la crema. Me tentó mucho llevar las manos hacia adelante y aplicarle el mejunje por los pechos…
“Esto es un poco llamativo”, me dijo ella, y no me había dado cuenta de que realmente le estaba masajeando las tetas. “Y me estás poniendo cachonda, para…”, me susurró. Me detuve en el acto y continué extendiendo la crema solar por su espalda. Por suerte, solo una vieja nos había echado una mala mirada. Y para más suerte, allí nadie conocía que éramos hermanos. Podríamos pasar perfectamente por una pareja de novios que expresaban su pasión.
Estuvimos un rato metidos en el agua. Jugamos, echamos alguna carrera… incluso hubo cierto momento en que nos metimos mano en el agua. Admito que el cuerpo de mi hermana no tenía el mismo rico sabor bañada por la salada mar de la playa, pero encontramos un sitio donde le podía comer las tetas un poco y no lo íbamos a rechazar.
Cuando volvimos y nos secamos, caminamos de vuelta hacia el hotel. Lo bueno es que el sitio era lo bastante informal como para dejarnos comer estando así de medio vestidos. No comimos en exceso tampoco, a pesar de haber gastado una buena cantidad de energías en la playa. Pasamos un rato agradable, charlando y pensando qué podríamos hacer durante el resto del verano.
Terminada la comida y dejado el dinero sobre la mesa (malditos sitios sin todo incluído) subimos de vuelta al dormitorio. Pinché la tarjeta en la ranura que daba luz y agua a la habitación, salí a tender las toallas en el pequeño balcón que disponíamos, entré de nuevo y bajé la persiana antes de que el sol inundara la habitación y quisiéramos morir ante la deshidratación.
“Hermanito, ven… qué frescor”.
Miré a Leire. La muy golfilla se había despojado por completo de su bikini, que reposaba en el suelo, y ella, de piernas abierta, recibía directamente el aire acondicionado.
“¿Te parece buen sitio para dejar eso? Se seca en la calle”
“Pues sácalo, y de paso deja el tuyo fuera. ¿Qué pasa, te da vergüenza que te vean salir desnudo?”
Ante semejante desafío, yo como persona adulta y madura que no cae en las provocaciones solo podía hacer una cosa. Me quité el bañador, pillé el bikini de Leire, volví a salir al balcón tal como Dios me trajo al mundo, colgué las prendas y me metí dentro. El sol empezaba a quemar seriamente. Bajé la persiana.
“Perfecto”, dijo Leire. “Ahora…”
“Ahora deberíamos darnos una ducha”, le dije. “Estamos llenos de arena de la playa y de la sal del mar”.
“Eres un aburrido” dijo ella con un puchero.
“¿Por qué? ¿No te quieres dar una ducha con tu hermano?”, le propuse. En seguida sonrió.
Fuimos al baño, y activé los grifos de la bañera. Bañera… Tentador lo que podríamos hacer ahí también. Pero la idea era una ducha. Cuando el agua salía a una temperatura que nos pareció aceptable, entré primero y le tendí una mano a Leire para que entrase conmigo. Dejé que se pusiera bajo el chorro y el agua corrió por su precioso cuerpecito. Luego me dejó a mi ese hueco. Se agradecía quitarse de encima lo que llevábamos de la playa.
Envolvió mi cuello con sus brazos y nos dimos un beso largo. Maldición, me estaba poniendo cachondo… y no podía evitarlo, ya que su mano se ocupó de masturbarme hasta que tuve el pene bien erecto.
“¿Me vas a dejar así?”, pregunté cuando se detuvo.
“Solo me quiero asegurar de que lo disfrutas”, dijo ella. Se dio la vuelta, donde estaba la repisa con los geles. “¿Te paso el… champú…?”
Temblaba, pues mi pene estaba muy cerca de su vagina. Más bien, lo estana usando para acariciar el exterior de su sexo y me costaría muy poco penetrarla en ese momento.
“Vale. No juego más”, dije, y mi pene se apoyó sobre sus nalgas. “Creo que sí, es mejor que nos lavemos el pelo primero. Luego el cuerpo… te lo puedo lavar yo”.
Leire aceptó encantada. De forma que me apresuré el lavarme y aclararme el pelo. Cuando nuestras respectivas melenas (bueno, yo no lo llevo largo, ya me entendéis) estuvieron limpias, apliqué gel de ducha en mis manos y recorrí el cuerpo de Leire. Sus hombros, su espalda, sus tetas, su vientre, sus piernas… Con mucho cuidado de no resbalarme, dejé su cuerpo completamente limpio. Ella me correspondió aplicando jabón por mi cuerpo, y aunque se había mostrado cauta para evitar caernos, dedicó unos minutos de más en limpiar mi pene, que no descendía su erección.
Corté el agua, y salimos de la bañera. Con cuidado, nos movimos a la habitación. Qué maravilla. Con los cuerpos recién mojaditos y con el aire acondicionado apuntando directamente hacia la cama, estábamos en la gloria. Ella se echó sobre la cama primero, y me llamó hacia ella.
Como me indicó me senté a horcajadas encima de ella, con mi polla apuntando peligrosamente hacia su cara. En ese momento apresó mi erección con las manos y empezó a masturbarme muy despacio. Aquella imagen me hipnotizó. Mi pene sobre el cuerpecito de Leire, que me pajeaba de tal forma que si eyaculaba mancharía su cara, sus tetas… Tenía que detenerla pero no podía, simplemente no podía.
“Leire… como me sigas haciendo eso me voy a correr”, le dije.
“¿En serio?”, dijo ella. Parecía desconcertada. “Vaya, yo esperaba que te saliera confeti y haríamos una fiesta”, añadió en broma.
“Idiota”, respondí. “En serio… para…”
Pero no se detuvo y aumentó el ritmo de pajeo. Decidí que lo mejor que podía hacer era dejarme hacer, y así fue. Me relajé, mirando los brillantes ojos de mi hermana, que me miraba con ternura, y de pronto lo sentí.
“¡Me corro!” grité sin que le diera tiempo a parar. Tampoco lo hizo. Ví como mi semen brotaba, cayendo un chorro que le alcanzó desde la mejilla hasta el cuello… el siguiente sobre sus tetas… en definitiva, dejé a mi hermana completamente manchada por mi semen. “Joder… que acabamos de ducharnos…”, le dije.
“Lo sé, y voy a asearme”, dijo ella. Pero llevas tanto tiempo como yo sin hacerlo, y te has corrido rápido… quiero que duremos más cuando esté encima de ti”.
Con una sonrisa traviesa se resbaló entre mis piernas. Me practicó una felación que me dejó el pene perfectamente limpio y luego se escabulló hacia el baño. Tardó apenas un par de minutos en regresar, completamente limpia y lista para la acción.
“Tengo ganas de ti”, me dijo, “así queeeeeh…”
No pudo acabar la frase. Tiré de ella hacia mí, y la coloqué debajo de mi. Mi pene entró a la perfección dentro de ella, gracias a lo cachonda y resbalosa que ella estaba. Gimió. Tal vez había sido un poco brusco. Pero no tardó en pedirme que empezase a moverme.. sujeté sus caderas y empecé a moverme hacia adelante y hacia atrás, follándola. Ella se agarró a la almohada, y me dejó hacer libremente.
“¿Te gusta, nena? Para esto hemos venido, ¿verdad?”.
“Sí… a tu nena le gusta el sexo… Dame más, por favor… ahí, justo ahí, síííhh”, gimió.
Levanté su culo en ese momento, y la atraje hacia mi, penetrándola aún más rápido. Ella estaba completamente sometida a todo lo que yo le hiciera. Sonreímos cómplices mientras nos perdíamos en el placer. Aceleré más mis acometidas. Ambos estábamos locos por el placer. Me corrí por segunda vez aquella tarde al tiempo que lo hacía mi hermana. Nos echamos en la cama para reposar.
“Se me olvidaba una cosa”, dijo ella al cabo de un ratito. “Espera”.
“¿Qué es?”, le pregunté.
“Un regalito”, me dijo ella. Abrió su maleta. “Aquí está…”
Y con un pequeño trote se fue al baño mientras yo le miraba el culito. Me pregunté qué sería, y de pronto la vi saliendo del baño. No me lo podía creer. Se había comprado un microbikini de color rojo. Apenas tres triángulos de tela, cubriendo sus pezones dos de ellos, y el tercero no terminaba de tapar su rajita.
“Wow… ¿pretendes ir así a la playa?”, le pregunté, embobado por su belleza.
“No. Esto es solo para tu disfrute”, me dijo. “¿Alguna vez te la ha chupado una chica así vestida?”, me preguntó. Subió a la cama y se acercó gateando. “Voy a darte un momento de placer inolvidable…”
“Leire… para”, le dije.
“¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza?”, me preguntó. Su mano se aferró a mi pene. “Tranquilo, no es la primera vez que…”
“¡LEIRE!”, grité. “He dicho que no”.
Desconcertada, me miró. Se quedó sentada en la cama, mirándome, esperando a que yo hablase.
“Escucha… ¿qué es lo que hablamos antes de venir?”.
“... Que aprovecharíamos para hacer lo que no podemos hacer en casa”, respondió ella.
“Me refiero a nosotros. ¿Qué es lo que establecimos?”
“Que sería solo por el placer, ¿no?”
“Exacto. Y yo me muevo por el placer, pero… ese rollo de masturbarme sin más… Volver tan rápido del baño para seguir haciéndolo… y ahora el microbikini…”
“¿Te parece mal?”
“Necesito saber que no tienes en mente… algo más entre nosotros”, le dije. Realmente era algo que me preocupaba. Yo me dejaba llevar por mis impulsos sexuales con ella, a pesar de que la ética lo impedía. Pero ella parecía pensar algo distinto.
Mi alerta se disparó cuando se acercó a mi y me dio un abrazo. Yo se lo devolví. Preocupado.
"No".
"¿No qué?"
"No me he enamorado de ti, si es lo que te preocupa", dijo ella. Me miró directamente a los ojos. “Nada más lejos de la realidad. Tú… eres el único chico que me ha sabido dar placer en la cama”.
“Pero Leire…”
“Pero nada. Aunque no lo sepas, ha habido otros chicos, sí. No te lo conté por… por si te parecía que era una guarra”, confesó, apartando la mirada. “Y aparte, porque han sido errores. La mayoría sabían follar, pero… se corrían muy rápido, o no me comían el coñito, ¿sabes? Pensaban en lo suyo. Contigo me lo paso bien y disfruto mucho más, aunque esté prohibido. Así que deja que siga disfrutando contigo un poco más”.
“¿Cuánto más?”
“Lo que nos dure. Podría volver a apagarse la llama y no pasaría nada, eres mi hermano. Pero hasta entonces, ¿qué hay de malo? Los dos nos lo pasamos bien, ¿no?”
“Muy bien”, admití. “Solo quería estar seguro de que no había… nada raro”, le dije.
“Pues ahora, voy a seguir donde lo dejamos”.
Se tendió de costado, a mi lado y empezó a chupármela nuevamente. Mi polla se había venido abajo durante nuestra conversación, pero la estimulación que me daba Leire fue suficiente para que se recuperase en unos segundos. Se quedó tumbada, exhibiendo su bonito cuerpo mientras yo seguía tendido, recibiendo su trabajito oral.
Travieso como estaba, tiré un poco del microbikini, liberando su pezón para poder juguetear con él. Sentí en ese momento que el ritmo de mi hermana cambiama un poco. Claramente le gustaba que jugase con sus tetas. Continué así por un largo rato, hasta que sentí cierta presión.
“Leire, me corro… No tienes que…”, empecé a decir, pero sentí que ella succionaba con mayor fuerza. Me temblaron las piernas al estallar dentro de su boquita. Me sorprendió con qué capacidad me lo pudo chupar todo.
“Otro motivo por el que me gusta hacerlo contigo… tú me avisas cuando te corres”. Intenté protestar por la clase de degenerador con los que ella se había acostado, pero en su lugar gateó y se puso de espaldas a mi, ofreciéndome el culo. “¿Qué vas a hacerme?”, preguntó traviesa.
Me acerqué a ella sin dudarlo y tiré hacia abajo de aquella fina tela. Me aseguré de dejar bien lubricado mi dedo empleando mi saliva, y suavemente empecé a dilatarle el ano. Entretanto, aproveché para degustar el sabor de su coñito. Me encantaba, era delicioso. Únicamente me detenía en los momentos en que debía lubricar aún más mi dedo.
En ese momento me di cuenta de que no tenía por qué “elegir”. Ella estaba expuesta, y le gustaba hacerlo. De modo que me situé bien entre sus piernas, y suavemente, deslicé mi polla dentro de su vagina. Húmeda, resbaladiza, sencilla de follar. La sujeté por las caderas, muy lentamente. No tenía ninguna prisa. Ella gemía de acuerdo a mis empujes.
De pronto se la saqué. Ella pareció extrañada, pero dejó escapar un gemido al darse cuenta de que ahora estaba penetrando su culo. Más apretado, más delicioso. Mis movimientos fueron más lentos que antes, pero no solté sus caderas. Ella dejó de apoyar las manos sobre el colchón, tendiéndose entera sobre la cama, solo con el culo levantado hacia mi.
“¿Te gusta así, nena?”, le pregunté. Se la volví a sacar, y volví a follarla por el coñito. “¿O prefieres así?”
“Me gustan las dos”, gimió ella. “Sigue, me gusta… aaaaah…”, gimoteó porque no le di un respiro a su culo, y mi dedo siguió trabajándoselo para asegurarme de que no se cerraba.
Empecé a alternar entre su coño y su culo. Era maravilloso. Ella estaba tan sometida a mi que casi me sentía culpable, de no ser por aquellos gemidos y súplicas de que no me detuviera. Llegó el momento en que si seguía empotrándola, iba a correrme, y no podía hacerlo sin ella, de forma que dejé su ano en reposo y me dediqué en exclusiva a su coñito.
Supe que se había corrido por cómo se tensaba su cuerpo, y así aproveché yo también para tener mi orgasmo. Había sido maravilloso, pero no ibamos a parar a respirar aún.
Me recliné hacia atrás y ella subió sobre mi, preparada para un último asalto. Me masturbó lo justo para que mi polla estuviera preparada, y se dejó caer sobre ella. Lentamente volvimos a tener sexo en aquella habitación de hotel, esta vez más pausado, con las respiraciones agitadas. Nos movíamos lentamente, disfrutando de nuestra compañía, del placer que nos daba estar ahí. Cuando ella tuvo su orgasmo, se dejó caer sobre mi, y me pidió que no me detuviera hasta que me hubiera corrido. Y así lo hice.
“Como siempre me ha gustado mucho… pero necesito descansar”, me dijo ella.
“Me parece bien, apenas son las cinco. Podríamos dormirnos un rato, aprovechando que tenemos el aire acondicionado”.
“Perfecto. ¿Iremos luego a cenar?”
“Claro que sí”.
“Me alegro. Y por la noche… podríamos darnos un baño”.
Me sentía muy afortunado por tener una relación así con ella.
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