La noche había sido larga y estábamos rendidos. Ceci se fue a dormir con Paul en nuestra cama y yo, comobuen cornudo, me fui solo al cuarto de huéspedes a masturbarme mientras escuchaba cómo seguían haciendo el amor y de vez en cuando Paul le arrancaba unos gritos de placer salvaje que jamás le había escuchado a mi esposa. En algún momento me dormí. Por la mañana me levanté, les preparé el desayuno y llevé la bandeja al cuarto, pero al acercarme oí que ya se habían despertado: él estaba sentado sobre el respaldo de la cama, tapado a medias, con las piernazas extendidas, mientras la cabeza de mi esposa subía y bajaba mamándole la verga. “Vení, venía ver cómo le doy el desayuno”, dijo, y yo dejé la bandeja y me acerqué casi hipnotizado.
Ceci mamaba su verga imponente sin siquiera darse cuenta de mi presencia: lamía ese tronco firme, negro, venoso, pasando lentamente su lengua de abajo para arriba, ensalivándolo, disfrutando cada centímetro, pajeándolo con una mano y con la otra acariciándole los huevos enormes para luego tragarse lacabeza reluciente. Poco a poco fue acelerando, incapaz de contenerse: “¿Tenés hambre? Ganátela”. Pero era obvio que ella lo disfrutaba tanto como él: gemía, jadeaba, lamía y paladeaba cada centímetro de esa columna de carne que apenas podía rodear con la mano, y poco a poco él comenzó a tensar los músculos de las piernas y supe que iba a acabarle en la boca: “Coméla bien que te voy a alimentar, bebé”. Ceci aceleró, voraz, totalmente concentrada con la boca llena depija, mientras él murmuraba: “Quiero que te tragues hasta la última gota". Ella gimió y él le agarró el pelo con las dos manos, soltó un gruñido sordo y le cogió la boca hasta el fondo sosteniéndole la cabeza firmemente contra su ingle mientras le llenaba la garganta de leche. Incapaz de contenerla toda Ceci tragaba lo que podía y el resto le caía por los labios; pero, como una putita obediente, y también hambrienta, se esmeró mientras él resoplaba para no dejar escapar ni una sola gota. Era una visión irresistible: mi esposa en cuatro patas en nuestra cama, pasando su lengua desesperada por cada rincón del cuerpo de su amante en busca de la última gota de semen. Confieso que me moría de ganas de ayudarla, pero no me atreví a interrumpirla magia del momento.
Cuando estuvo satisfecho Paul se paró, nos dijo que tenía cosas que hacer y que volvería a la noche. Y antes de irse giró y me dijo sonriente, con voz calma, que Ceci estuviera lista por la tarde porque seguramente tendría ganas de salir a la noche. Le dio una palmada en la cola, como a una adolescente, y se fue a vestir. Recién entonces me miró mi mujer. Me guiñó un ojo y me dijo que me ocupara de preparar todo: ella estaba rendida porque casi no habían dormido y se fue a descansar un poco, para estar lista para salir.
Ceci mamaba su verga imponente sin siquiera darse cuenta de mi presencia: lamía ese tronco firme, negro, venoso, pasando lentamente su lengua de abajo para arriba, ensalivándolo, disfrutando cada centímetro, pajeándolo con una mano y con la otra acariciándole los huevos enormes para luego tragarse lacabeza reluciente. Poco a poco fue acelerando, incapaz de contenerse: “¿Tenés hambre? Ganátela”. Pero era obvio que ella lo disfrutaba tanto como él: gemía, jadeaba, lamía y paladeaba cada centímetro de esa columna de carne que apenas podía rodear con la mano, y poco a poco él comenzó a tensar los músculos de las piernas y supe que iba a acabarle en la boca: “Coméla bien que te voy a alimentar, bebé”. Ceci aceleró, voraz, totalmente concentrada con la boca llena depija, mientras él murmuraba: “Quiero que te tragues hasta la última gota". Ella gimió y él le agarró el pelo con las dos manos, soltó un gruñido sordo y le cogió la boca hasta el fondo sosteniéndole la cabeza firmemente contra su ingle mientras le llenaba la garganta de leche. Incapaz de contenerla toda Ceci tragaba lo que podía y el resto le caía por los labios; pero, como una putita obediente, y también hambrienta, se esmeró mientras él resoplaba para no dejar escapar ni una sola gota. Era una visión irresistible: mi esposa en cuatro patas en nuestra cama, pasando su lengua desesperada por cada rincón del cuerpo de su amante en busca de la última gota de semen. Confieso que me moría de ganas de ayudarla, pero no me atreví a interrumpirla magia del momento.
Cuando estuvo satisfecho Paul se paró, nos dijo que tenía cosas que hacer y que volvería a la noche. Y antes de irse giró y me dijo sonriente, con voz calma, que Ceci estuviera lista por la tarde porque seguramente tendría ganas de salir a la noche. Le dio una palmada en la cola, como a una adolescente, y se fue a vestir. Recién entonces me miró mi mujer. Me guiñó un ojo y me dijo que me ocupara de preparar todo: ella estaba rendida porque casi no habían dormido y se fue a descansar un poco, para estar lista para salir.
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