Nos encontramos en el estacionamiento del hotel un sábado por la tarde. Me había puesto ropa interior para grandes ocasiones, nueva, porque me parecía "traicionarlo" si vestía la que uso con mi marido. Por encima de la lencería de encaje negro, me puse un sencillo vestido de color camello adecuado para ir de compras con amigas que fue lo que inventé para huir de casa para la cita extramarital
Estaciono y empiezo a buscarlo. Escucho un golpecito en la ventanilla derecha y veo su rostro y una sonrisa radiante.
La señora de la recepción tiene el aire de quien ha visto a las parejas más inverosímiles aventurarse en los pasillos, estilo años ´70, con la alfombra marrón y sonríe tristemente.
Me pregunto si nosotros también parecemos extravagantes a sus ojos o a los de todo el mundo. Muy a menudo pienso cómo es posible que nuestro camino se cruce, con el alguien con una vida, aparentemente, incompatible con la nuestra, pero con mente tan afin, como en el caso de Ignacio.
Él ingresó a la empresa, menos de 90 días, atrás. Además de su físico atractivo, resultó de genio, carácter e inclinaciones coincidentes con los/las míos/as (léase en particular: propenso a escapadas extramatrimoniales)
No perdió mucho tiempo en hacérmelo saber, a su deseo de escapada. Lo hizo de modo original, vía mensajería instantánea (Skype) de la empresa, aprovechando una discusión que habíamos tenido, por cuestión de trabajo:
-No pensés mal de mí, Laura. Mi interés por vos, es enorme y puramente sexual- escribió y antes que pudiese reaccionar:
-Con el debido respeto, creo que para vos, como para mí, el sexo es la mejor invención de la naturaleza-
Con la mano sobre el ratón, olfateo el aire e imagino percibir el agradable olor de su cercanía, que me acaricia. Desvarío que nos besamos por primera vez.
Entre las piernas ya estoy mojada y siento un temblor que aumenta:
-Te pienso- respondí, queriendo decir que “me gustaría coger contigo”
Él respondió:
-Andate al baño y llevá tu celular-.
Trabajamos en el mismo edificio y solo una planta nos separa, los baños están apilados verticalmente, así que sé que estaré debajo de él, literalmente.
Era última hora de oficina de un viernes.
También cierro la puerta de la ante baño y suena el teléfono.
-Hola-
-Hola- respondo con voz excitada
-Te deseo, no puedo dejar de pensar en vos- murmura
-Yo también, ya estoy mojada-
-La agarré en la mano….. por favor, tocate mientras hablamos…-
-Ya lo estoy haciendo- miento, mientras pongo el celular en “manos libres” y me apuro a bajarme la bombacha a poner mi mano, entreabrir los grandes labios, con el dedo índice y el anular, para introducir, rápidamente, el dedo medio. Estoy tan mojada que siento que mis humores se deslizan hasta mi muñeca.
-¡Ídola!!... deberías ver lo roja que está la cabeza ….. y lo dura que la tengo. Estoy pensando, que en la próxima, me la vas a chupar…. sos hermosa, me estás volviendo loco-
-…no sabés como me gustaría mamártela…-
Aguanto la respiración para no levantar la voz, mientras siento que el orgasmo se acerca. Me paro y con mi hombro izquierdo apoyado contra la pared, miro mi imagen en el espejo. Mis mejillas están rojas y mi cara distorsionada:
-…. Voy a acabar… -escucho
-… Esperá que yo también acabe- me apuré a responder, mientras apretaba mis dedos contra el clítoris y los movía en pequeños círculos concéntricos.
Podía escucharlo gemir al otro lado del teléfono y como con los talones golpeó dos veces, el piso arriba mío.
-Te adoro-
-Yo también-
-Te espero en la puerta, a la hora de salida- me dijo
De no creer, había “cogido” con él, sin haberlo besado aún,… y vía telefónica. Nunca antes me había sucedido
No sé cómo encontré la fuerza para calmarme, para asumir la expresión algo sombría y deprimida propia de una empleada estándar al final del día y salir del baño.
A la salida, simulando una conversación normal de despedida, arreglamos la cita, para la tarde siguiente, sábado, en el estacionamiento del hotel.
En el pequeño ascensor, con la llave de la habitación en su mano, nuestros ojos se encuentran con complicidad. Nos besamos por primera vez, no esa tarde, sino literalmente, desde que nos conocimos.
Ambos estamos ansiosos por estar solos detrás de una puerta y, al mismo tiempo, con viva curiosidad por la intimidad, que, al fin, compartiremos de cuerpos enteros. Cruzamos el umbral y, frente a la cama hay un gran espejo de pared. No importa cuán reducido sea el espacio, el cuarto es un verdadero nido para juegos eróticos.
Pongo mi cartera en una silla y me quedo allí, petrificada, atrapada por una repentina timidez y lo miro mientras se sienta en el borde de la cama esperándome. Me acerco lentamente, me agarra y me tira en la cama y con un movimiento repentino se tiende a mi lado, su cara a un centímetro de distancia mirándome fijamente a los ojos, como leyendo mis pensamientos.
En su mirada “veo”, reflejada, la imagen de una mujer hermosa y seductora, que debería ser yo, y solo por esto me excito aún más, de lo que estoy.
Me levanta el vestidito, mete mano dentro de la bombacha y va bajándola hacia el pubis. Me viene in mente el vello púbico depilado y la piel aún enrojecida por cera.
(Me pregunto si mi marido notó que estuve en el baño dos horas depilándome antes de salir, de “shopping” con amigas).
De repente, el silencio se rompe por un fuerte ruido similar al de un fuerte gemido, ambos comprendemos de inmediato que es una mujer que aúlla, seguramente durante el orgasmo. Unos segundos después, se agrega una voz netamente masculina, pero como de perro con asma.
Obviamente se trata de un acoplamiento intenso, animal, grotesco, en un cuarto cercano.
En lugar de inhibirnos, desencadena el efecto opuesto y finalmente nos abandonamos a un beso lento y profundo.
Nos desnudamos completamente. Vuelve a besarme, las lenguas se funden, se enroscan. Él pone una mano entre mis muslos, sus dedos se encuentran con mi concha ya abierta y húmeda. Me mira a los ojos, interrumpiendo el beso, con una expresión de presunción y sádica, se zambulle entre mis piernas y me lame con entusiasmo y largamente. Siento que el clítoris se hincha y casi duele al acercarse el orgasmo, que literalmente explota en su cara, con contracciones violentas que se propagan por todo mi cuerpo.
Sentí que sus manos separaban mis piernas, se ubicó encima de mí, con sus ojos en los míos, su verga rígida se abrió camino y, segundos después, estaba, completamente, dentro de mí.
Me entregué, presa de goce total. Mis piernas estaban abiertas de par en par e, Ignacio, entraba y salía, a veces lentamente y a veces rápida y violentamente.
Nunca sabré si la pareja, ruidosa del cuarto cercano, aún estaba. Si estaba, escuchó nuestros gemidos, chillidos, gruñidos y jadeos.
Nuestros orgasmos, en lo que a sonidos se refiere, no tuvieron nada que envidiar a los de ellos.
Quedamos acostados lado a lado, pero no hacemos nada, queremos mirarnos y hablar. Ambos mentimos, por deseo sensual y respetable, el que no te hace dormir por la noche, que ocupa tu mente durante el día, mientras trabajas, mientras sales con amigas, mientras estás con tu esposo o esposa. Permanecemos abrazados, mi cabeza en su pecho, la oreja apretada en su vello, su mano en mi cabello, sus brazos me rodean. Nos contamos pensamientos, recordamos momentos, tratando de entenderlos, traducirlos, de darle un sentido a lo que nos está sucediendo.
De repente, miro al espejo y al ver nuestros cuerpos desnudos, que parecen más impúdicos en la imagen, me excito y sin dudar me arrodillo. Su verga se endurece de inmediato. Empiezo a chuparla, mientras con una mano le acaricio las bolas y con la otra juego con mi clítoris. Es obvio que le encanta, llega al orgasmo rápidamente, sin poder contenerse y acaba en mi boca.
Retengo su verga, con fuerza entre mis labios, hasta que la siento desinflarse y doblarse sobre sí misma, ahí la suelto. Con la boca llena de semen, la entreabro, dejando que el líquido se escurra, por mi mentón y luego entre mis pechos.
Lo beso.
Nos queda justo el tiempo para la ducha, se acabaron las horas libres, tenemos que vestirnos, usar una máscara, para ocultar cada evidencia de esa tarde culpable, esperando la siguiente, porque ambos sabemos que no fue la única, fue sólo la primera.
Estaciono y empiezo a buscarlo. Escucho un golpecito en la ventanilla derecha y veo su rostro y una sonrisa radiante.
La señora de la recepción tiene el aire de quien ha visto a las parejas más inverosímiles aventurarse en los pasillos, estilo años ´70, con la alfombra marrón y sonríe tristemente.
Me pregunto si nosotros también parecemos extravagantes a sus ojos o a los de todo el mundo. Muy a menudo pienso cómo es posible que nuestro camino se cruce, con el alguien con una vida, aparentemente, incompatible con la nuestra, pero con mente tan afin, como en el caso de Ignacio.
Él ingresó a la empresa, menos de 90 días, atrás. Además de su físico atractivo, resultó de genio, carácter e inclinaciones coincidentes con los/las míos/as (léase en particular: propenso a escapadas extramatrimoniales)
No perdió mucho tiempo en hacérmelo saber, a su deseo de escapada. Lo hizo de modo original, vía mensajería instantánea (Skype) de la empresa, aprovechando una discusión que habíamos tenido, por cuestión de trabajo:
-No pensés mal de mí, Laura. Mi interés por vos, es enorme y puramente sexual- escribió y antes que pudiese reaccionar:
-Con el debido respeto, creo que para vos, como para mí, el sexo es la mejor invención de la naturaleza-
Con la mano sobre el ratón, olfateo el aire e imagino percibir el agradable olor de su cercanía, que me acaricia. Desvarío que nos besamos por primera vez.
Entre las piernas ya estoy mojada y siento un temblor que aumenta:
-Te pienso- respondí, queriendo decir que “me gustaría coger contigo”
Él respondió:
-Andate al baño y llevá tu celular-.
Trabajamos en el mismo edificio y solo una planta nos separa, los baños están apilados verticalmente, así que sé que estaré debajo de él, literalmente.
Era última hora de oficina de un viernes.
También cierro la puerta de la ante baño y suena el teléfono.
-Hola-
-Hola- respondo con voz excitada
-Te deseo, no puedo dejar de pensar en vos- murmura
-Yo también, ya estoy mojada-
-La agarré en la mano….. por favor, tocate mientras hablamos…-
-Ya lo estoy haciendo- miento, mientras pongo el celular en “manos libres” y me apuro a bajarme la bombacha a poner mi mano, entreabrir los grandes labios, con el dedo índice y el anular, para introducir, rápidamente, el dedo medio. Estoy tan mojada que siento que mis humores se deslizan hasta mi muñeca.
-¡Ídola!!... deberías ver lo roja que está la cabeza ….. y lo dura que la tengo. Estoy pensando, que en la próxima, me la vas a chupar…. sos hermosa, me estás volviendo loco-
-…no sabés como me gustaría mamártela…-
Aguanto la respiración para no levantar la voz, mientras siento que el orgasmo se acerca. Me paro y con mi hombro izquierdo apoyado contra la pared, miro mi imagen en el espejo. Mis mejillas están rojas y mi cara distorsionada:
-…. Voy a acabar… -escucho
-… Esperá que yo también acabe- me apuré a responder, mientras apretaba mis dedos contra el clítoris y los movía en pequeños círculos concéntricos.
Podía escucharlo gemir al otro lado del teléfono y como con los talones golpeó dos veces, el piso arriba mío.
-Te adoro-
-Yo también-
-Te espero en la puerta, a la hora de salida- me dijo
De no creer, había “cogido” con él, sin haberlo besado aún,… y vía telefónica. Nunca antes me había sucedido
No sé cómo encontré la fuerza para calmarme, para asumir la expresión algo sombría y deprimida propia de una empleada estándar al final del día y salir del baño.
A la salida, simulando una conversación normal de despedida, arreglamos la cita, para la tarde siguiente, sábado, en el estacionamiento del hotel.
En el pequeño ascensor, con la llave de la habitación en su mano, nuestros ojos se encuentran con complicidad. Nos besamos por primera vez, no esa tarde, sino literalmente, desde que nos conocimos.
Ambos estamos ansiosos por estar solos detrás de una puerta y, al mismo tiempo, con viva curiosidad por la intimidad, que, al fin, compartiremos de cuerpos enteros. Cruzamos el umbral y, frente a la cama hay un gran espejo de pared. No importa cuán reducido sea el espacio, el cuarto es un verdadero nido para juegos eróticos.
Pongo mi cartera en una silla y me quedo allí, petrificada, atrapada por una repentina timidez y lo miro mientras se sienta en el borde de la cama esperándome. Me acerco lentamente, me agarra y me tira en la cama y con un movimiento repentino se tiende a mi lado, su cara a un centímetro de distancia mirándome fijamente a los ojos, como leyendo mis pensamientos.
En su mirada “veo”, reflejada, la imagen de una mujer hermosa y seductora, que debería ser yo, y solo por esto me excito aún más, de lo que estoy.
Me levanta el vestidito, mete mano dentro de la bombacha y va bajándola hacia el pubis. Me viene in mente el vello púbico depilado y la piel aún enrojecida por cera.
(Me pregunto si mi marido notó que estuve en el baño dos horas depilándome antes de salir, de “shopping” con amigas).
De repente, el silencio se rompe por un fuerte ruido similar al de un fuerte gemido, ambos comprendemos de inmediato que es una mujer que aúlla, seguramente durante el orgasmo. Unos segundos después, se agrega una voz netamente masculina, pero como de perro con asma.
Obviamente se trata de un acoplamiento intenso, animal, grotesco, en un cuarto cercano.
En lugar de inhibirnos, desencadena el efecto opuesto y finalmente nos abandonamos a un beso lento y profundo.
Nos desnudamos completamente. Vuelve a besarme, las lenguas se funden, se enroscan. Él pone una mano entre mis muslos, sus dedos se encuentran con mi concha ya abierta y húmeda. Me mira a los ojos, interrumpiendo el beso, con una expresión de presunción y sádica, se zambulle entre mis piernas y me lame con entusiasmo y largamente. Siento que el clítoris se hincha y casi duele al acercarse el orgasmo, que literalmente explota en su cara, con contracciones violentas que se propagan por todo mi cuerpo.
Sentí que sus manos separaban mis piernas, se ubicó encima de mí, con sus ojos en los míos, su verga rígida se abrió camino y, segundos después, estaba, completamente, dentro de mí.
Me entregué, presa de goce total. Mis piernas estaban abiertas de par en par e, Ignacio, entraba y salía, a veces lentamente y a veces rápida y violentamente.
Nunca sabré si la pareja, ruidosa del cuarto cercano, aún estaba. Si estaba, escuchó nuestros gemidos, chillidos, gruñidos y jadeos.
Nuestros orgasmos, en lo que a sonidos se refiere, no tuvieron nada que envidiar a los de ellos.
Quedamos acostados lado a lado, pero no hacemos nada, queremos mirarnos y hablar. Ambos mentimos, por deseo sensual y respetable, el que no te hace dormir por la noche, que ocupa tu mente durante el día, mientras trabajas, mientras sales con amigas, mientras estás con tu esposo o esposa. Permanecemos abrazados, mi cabeza en su pecho, la oreja apretada en su vello, su mano en mi cabello, sus brazos me rodean. Nos contamos pensamientos, recordamos momentos, tratando de entenderlos, traducirlos, de darle un sentido a lo que nos está sucediendo.
De repente, miro al espejo y al ver nuestros cuerpos desnudos, que parecen más impúdicos en la imagen, me excito y sin dudar me arrodillo. Su verga se endurece de inmediato. Empiezo a chuparla, mientras con una mano le acaricio las bolas y con la otra juego con mi clítoris. Es obvio que le encanta, llega al orgasmo rápidamente, sin poder contenerse y acaba en mi boca.
Retengo su verga, con fuerza entre mis labios, hasta que la siento desinflarse y doblarse sobre sí misma, ahí la suelto. Con la boca llena de semen, la entreabro, dejando que el líquido se escurra, por mi mentón y luego entre mis pechos.
Lo beso.
Nos queda justo el tiempo para la ducha, se acabaron las horas libres, tenemos que vestirnos, usar una máscara, para ocultar cada evidencia de esa tarde culpable, esperando la siguiente, porque ambos sabemos que no fue la única, fue sólo la primera.
4 comentarios - Extraconyugal: Una más