Después de haber estado con Lucho, no podía dejar de pensar en él.
Le escribía temprano por la mañana, deseándole buen día. Le escribía tarde por la noche, deseándole buenas noches. No había momento del día que mi cabeza no estuviera ocupada con ese hombre que a los 35 años estaba por tener a su quinto hijo.
Ustedes saben cómo es cuándo se quiere estar con alguien, no te importa nada, y como me sucede cada vez que me "enamoro", había empezado a desatender mi trabajo y hasta a mi familia.
Lucho era lo único que me importaba, incluso había llegado a ignorar las invitaciones de Ignacio (padre) que cuánto más me cogía, más quería.
Me urgía estar de nuevo con él, pero no me interesaba un encuentro de dos horas en un telo. Lo que sentíamos, fuera lo que fuese, se merecía el ámbito hogareño, el calor de mi cama, la complicidad de mis sábanas.
Le había estado dando vueltas al asunto, sin encontrar algún modo que me permitiese cumplir otra vez ese anhelo, hasta que los planetas se alinearon y todo se fue dando de tal forma que ya parecía estar predestinado.
Mi esposo tuvo que hacer un viaje imprevisto que lo mantendría un par de días fuera de Buenos Aires, y mi hijo tenía el cumpleaños de uno de sus primos, que se festejaría con un pijama party, lo que significaba que se quedaría a dormir fuera de casa. Lo primero que pensé cuándo relacioné ambos eventos, fue en que por fin podría pasar toda una noche con Lucho. Dormir con él, hacer el amor hasta quedarnos dormidos y despertar con un apasionado mañanero.
Yo misma le compré los pasajes a mi marido y le hice la reserva en el hotel, así que sabía muy bien cuáles serían sus horarios. En cuánto al Ro, mi suegra, partícipe involuntaria de muchas de mis infidelidades, se lo llevaría un día y lo traería recién al siguiente por la tarde, después del colegio. Lo cuál me permitía disponer de varias horas para dedicárselas a ese hombre que había capturado mi corazón.
Ésta vez no le escribí, lo llamé directamente.
-¿Querés pasar la noche conmigo, en mi casa?- le pregunté sin filtro alguno.
Le expliqué cómo era todo y estuvo de acuerdo. Por su parte le diría a su esposa que tenía que hacer el horario nocturno, lo cuál era algo habitual, así que no sospecharía nada.
El martes salgo temprano de la oficina y preparo todo para una cena romántica a la luz de las velas. En una casa de comida compro dos porciones de ravioles a la crema, su plato preferido, y de la bodega personal de mi marido selecciono un vino de marca exclusiva. También alisto el dormitorio, poniendo sábanas de seda, compradas especialmente para esa noche, programo el iPod con una música acorde al momento, y coloco unas gasas sobre ambos veladores para matizar la intensidad de la luz.
Me doy una ducha, tomándome mi tiempo para encremar esas partes de mi cuerpo que, doy por seguro, van a estar bajo el asedio de una intensa fricción.
Me pongo un vestido liviano, suelto, sin ropa interior debajo, por lo que mis atributos se traslucen incitantes a través de la suave tela.
Lucho llega a la hora convenida, sin demora. Con solo escuchar el timbre y saber que es él, el corazón me empieza a latir con prisa, con ansias, con amor.
Me miro en el espejo, me arreglo el pelo y corro a abrirle. Nos comemos a besos incluso antes de emitir palabra alguna.
Cenamos, charlando como si de verdad tuviésemos una vida en común. Terminamos una botella de vino y enseguida abrimos otra, sintiéndonos cada vez más alegres y efusivos. De postre compartimos un flan que mi suegra preparó el día anterior.
Luego levantamos la mesa y mientras yo lavo los platos, él los seca. Parecemos una pareja de recién casados, todavía enamorados, que no pueden separarse y todo lo hacen juntos.
En un momento deja el repasador y viene tras de mí, apoyándome con toda su pasión. Se me ponen duros los pezones de solo sentirlo respirándome en la nuca.
Lleva sus manos hacia mis pechos y me los pellizca. A modo de respuesta, echo la cola hacía atrás y se la refriego por todo el paquete, congraciándome con esa dureza exquisita que me alborota las hormonas y me dispara las endorfinas.
Suspiro. Me agito. Me estremezco.
Me levanta la falda del vestido y me acaricia la cola. Luego se agacha, manteniéndome en esa misma posición, de pie contra la mesada, y me pasa la lengua, bien cargada de saliva, por toda la zanja. Me empino en puntas de pie para sentirlo aún más nitidamente.
Con las manos me abre las nalgas y me recorre toda la hendidura, de arriba abajo, delineando con la puntita de su lengua el contorno de mis labios vaginales.
El calor que siento, el ardor, se intensifica, la humedad también.
La vida por fin cobra sentido cuando me empieza a chupar, sorbiendo con avidez los fluidos que brotan de mi interior. Podría quedarme el día entero ahí, con su cara entre mis muslos, saboreando mi intimidad. Pero se levanta, me da la vuelta y sentándome sobre la mesada, me separa las piernas.
Ese es el postre que quiere, el que me gusta darle.
Con unos rápidos movimientos se baja el pantalón, se agarra la pija, se la sacude unas cuantas veces, aunque no hace falta porque ya la tiene bien parada, y me la mete. Así, a pelo, sin forro, como ya resulta usual entre nosotros.
Lo abrazo y me cobijo en esa suave hondonada que forma su cuello y la clavícula, mordiéndolo a modo de desfogue, sin que me importe las marcas que pueda dejarle. Es más, quiero dejarle las marcas de mi pasión, para que su esposa las vea y sepa que es tan suyo como mío.
Me penetra varias veces para luego trasladarme, con la pija aún adentro, a la isla de la cocina, que es más amplia y está despejada.
Me recuesta allí, y por entre mis piernas, con el pantalón caído en torno a los tobillos, me sacude a puro bombazo, proporcionándome la felicidad absoluta, la razón que guía mi vida.
Tiene tan dura la pija, que cada vez que se sale, resbalando por entre el flujo de mi sexo, sale disparada hacia arriba con un fuerte tirón. Claro que cuando se me escapa, se la agarro y me la vuelvo a meter, ansiosa por sentirla siempre ahí, en ese reducto que le calza como anillo al dedo.
De la cocina pasamos al dormitorio, sin escalas, caminando el uno junto al otro, él ya sin pantalón ni calzoncillo, y yo agarrándome de su verga, como si fuera la tabla de salvación que va a rescatarme del naufragio.
Cuando entramos al cuarto está sonando una canción cuyo título parece definir los códigos de nuestra relación. "Que lo nuestro se quede nuestro".
Mientras la melodía nos envuelve con suaves arpegios, nos besamos y acariciamos, dejando que nuestras manos vaguen libres y sin restricciones por el cuerpo del otro.
Me saco el vestido por encima de la cabeza, me siento en el borde de mi cama, lo atraigo hacia mí, y agarrándole la pija me la meto en la boca y se la chupo.
"Estoy hecha de pedacitos de tí", musicaliza la mamada, y mi boca se hace agua saboreando un manjar tan excelso.
"Un amor de verdad" también nos acompaña mientras mis labios no quieren despegarse de esa carne caliente y pegajosa, y su primera estrofa, (te siento conmigo en cada latido), no puede estar más acertada.
Cuando me la saca, pese a mis protestas, la tiene tan dura, tan alzada, que parece que le fuera a explotar en cualquier momento.
Me recuesto, me abro de piernas y lo recibo entre ellas, amoldando mi cuerpo al suyo.
Ahora suena "Sin principio, ni final", de Abel Pintos, y les juro que, de ahora en más, cada vez que escuche esa canción, voy a pensar en Lucho haciéndome el amor.
Nos fundimos el uno en el otro, amándonos más que cogiéndonos, enfatizando con besos y caricias eso que ya trasciende lo meramente sexual.
No sé se trata tan solo de una atracción física, es algo mucho más intenso, una pasión irrefrenable que ya ninguno de los dos puede contener.
El estruendo final, ese estallido de placer que con la persona apropiada resulta aún más disfrutable, nos llega a ambos por igual. Yo, estremecida y jadeante, él disparándome a mansalva una cantidad de leche que parece colmarme todos los conductos, y es que cuando me saca la pija, me empieza a salir a borbotones, como si ya no me entrara ni una sola gota más.
Quedamos los dos tendidos de espalda, exhaustos, agitados, sabiendo muy bien que pese a habernos echado un polvo de alta gama, para nosotros, la noche recién comienza.
Y es que aunque acabó como si tuviera bolas de elefante, Lucho sigue con la pija parada, toda engrasada con una mezcla de flujo y semen. ¿Acaso me iba a perder semejante delicia?
Le doy una buena chupada, saboreando todo ese pegote, y tras dejársela limpia, me le subo encima y me la vuelvo a meter en la concha, cabalgándolo en una forma por demás épica. Las tetas se me balancean enloquecidas, bailándole en la cara a Lucho que se desvive por chupármelas.
Estoy cogiendo en mi propia cama de matrimonio con un hombre que no es mi marido, pero no me siento una puta infiel, sino una mujer que ama y es amada.
Nos cogemos durante casi toda la noche, durmiéndonos recién a la madrugada, cuando la leche de nuevo se escurre en mi interior, cálida y espesa, un torrente de placer inagotable que atesoro en mis entrañas como el bien más preciado.
Cuando me despierto estamos abrazados, de cucharita, él tras de mí, respirando al unísono. Cómo cualquier hombre sano y vital, pese a estar profundamente dormido, tiene una erección. ¡Y que pedazo de erección!
Se la tocó y no me puedo resistir a ser suya una vez más. Me doy vuelta y se la acaricio, pero como sigue dormido, se me ocurre despertarlo con un pete.
Hago a un lado la sábana, voy abajo y pongo manos a la obra, o mejor dicho, la boca. Cuando se despierta, aún somnoliento, la primera imagen que tiene del día soy yo chupándole la pija.
-Me gustaría despertar así todos los días- me dice.
-Si fuera tu esposa sería lo primero que haría cada día, chupártela...- le aseguro, volviéndolo a deleitar con la sedosidad de mis labios.
Si antes la tenía dura, ahora la tiene durísima. Puro vigor y masculinidad, así que me atraganto con cada pedazo, deleitándome ahora yo con ese sabor que me nubla los sentidos.
Lástima que no me deja disfrutarlo demasiado, ya que enseguida me la saca de la boca, se levanta y colocándose de rodillas tras de mí, me la pone y me empieza a garchar con un ritmo desaforado y abrumador, muy distinto del que había hecho gala esa misma noche.
Si antes todo había sido romántico y hasta conyugal, ahora me coge como lo que soy, una puta, dándome aquello que tanto anhelo y disfruto, pijazo tras pijazo.
Me da para que tenga, sacudiéndome las nalgas al ritmo de sus embestidas, sometiéndome a un verdadero terremoto de placer.
Tengo el clítoris del tamaño de un pulgar, duro, hinchado, entumecido, me lo toco y todo mi cuerpo se estremece, como si recibiera una descarga eléctrica.
Mis pechos también están endurecidos, como si el goce que me dispensa desde atrás se fuera solidificando a medida que avanza por mi cuerpo.
Ésta vez no me acaba adentro y se lo agradezco, ya que luego de tan apasionado mañanero, tengo que ir a trabajar y me resultaría por demás incómodo andar cambiándome la toalla íntima a cada rato.
Entre exaltados jadeos me la saca de la concha, se la bombea con fuerza y manteniéndome en cuatro, con las caderas bien levantadas, me pinta de leche la espalda y la cola. Me erizo toda cuando siento el semen espeso y calentito derramándose por la sinuosidad de mi columna vertebral.
-¿Mate o café con leche?- le pregunto refiriéndome al desayuno, luego de un breve y necesario descanso.
-Mate está bien- responde.
Me levanto, y al igual que la vez pasada me pongo su camisa, envolviéndome con el aroma de su piel. Preparo el mate, sirvo unos bizcochitos en un plato y reviso mi celular. Mi suegra me había enviado fotos del cumpleaños y mensajes de voz de mi hijo. Por suerte le había dicho que me tomaría la noche para darme un prolongado baño de inmersión y que luego haría una cura de sueño, por lo que lo más probable era que no le contestara.
Lucho aparece en la cocina en calzoncillo, ostentando un bulto que quita el aliento. No me resisto a besarlo.
Tomamos mate y charlamos. Charlamos mucho, de nosotros, de nuestros trabajos, de nuestros hijos y, claro está, también de nuestras parejas.
Luego nos duchamos juntos y cada cuál de nuevo a su vida. La fantasía, ese universo paralelo que nos habíamos creado, debía cederle su espacio a la realidad. Él de nuevo al taxi y a su esposa embarazada, y yo a la oficina, a mi marido y a mi hijo.
No creí volver a enamorarme, pero es el riesgo que se corre cuando te acostás con alguien que no es tu pareja. Al principio es por el sexo, pero después entran a tallar otros sentimientos.
A todos mis amantes les tengo un gran cariño, a todos y a cada uno de ellos, pero enamorarme, solo me enamoré una vez, de Damián, a quién todavía extraño. Ni siquiera por Bruno, el padre de mi hijo, llegué a sentir algo parecido a lo que siento ahora por Lucho.
Sé que resulta descorazonador, no solo porque soy una mujer casada, sino también porque no puedo mantenerme fiel a una sola persona, y sé que aunque lo ame, tarde o temprano, voy a terminar poniéndole los cuernos, está en mi naturaleza.
Tan segura estoy de ello como que me llamo Mariela...
Le escribía temprano por la mañana, deseándole buen día. Le escribía tarde por la noche, deseándole buenas noches. No había momento del día que mi cabeza no estuviera ocupada con ese hombre que a los 35 años estaba por tener a su quinto hijo.
Ustedes saben cómo es cuándo se quiere estar con alguien, no te importa nada, y como me sucede cada vez que me "enamoro", había empezado a desatender mi trabajo y hasta a mi familia.
Lucho era lo único que me importaba, incluso había llegado a ignorar las invitaciones de Ignacio (padre) que cuánto más me cogía, más quería.
Me urgía estar de nuevo con él, pero no me interesaba un encuentro de dos horas en un telo. Lo que sentíamos, fuera lo que fuese, se merecía el ámbito hogareño, el calor de mi cama, la complicidad de mis sábanas.
Le había estado dando vueltas al asunto, sin encontrar algún modo que me permitiese cumplir otra vez ese anhelo, hasta que los planetas se alinearon y todo se fue dando de tal forma que ya parecía estar predestinado.
Mi esposo tuvo que hacer un viaje imprevisto que lo mantendría un par de días fuera de Buenos Aires, y mi hijo tenía el cumpleaños de uno de sus primos, que se festejaría con un pijama party, lo que significaba que se quedaría a dormir fuera de casa. Lo primero que pensé cuándo relacioné ambos eventos, fue en que por fin podría pasar toda una noche con Lucho. Dormir con él, hacer el amor hasta quedarnos dormidos y despertar con un apasionado mañanero.
Yo misma le compré los pasajes a mi marido y le hice la reserva en el hotel, así que sabía muy bien cuáles serían sus horarios. En cuánto al Ro, mi suegra, partícipe involuntaria de muchas de mis infidelidades, se lo llevaría un día y lo traería recién al siguiente por la tarde, después del colegio. Lo cuál me permitía disponer de varias horas para dedicárselas a ese hombre que había capturado mi corazón.
Ésta vez no le escribí, lo llamé directamente.
-¿Querés pasar la noche conmigo, en mi casa?- le pregunté sin filtro alguno.
Le expliqué cómo era todo y estuvo de acuerdo. Por su parte le diría a su esposa que tenía que hacer el horario nocturno, lo cuál era algo habitual, así que no sospecharía nada.
El martes salgo temprano de la oficina y preparo todo para una cena romántica a la luz de las velas. En una casa de comida compro dos porciones de ravioles a la crema, su plato preferido, y de la bodega personal de mi marido selecciono un vino de marca exclusiva. También alisto el dormitorio, poniendo sábanas de seda, compradas especialmente para esa noche, programo el iPod con una música acorde al momento, y coloco unas gasas sobre ambos veladores para matizar la intensidad de la luz.
Me doy una ducha, tomándome mi tiempo para encremar esas partes de mi cuerpo que, doy por seguro, van a estar bajo el asedio de una intensa fricción.
Me pongo un vestido liviano, suelto, sin ropa interior debajo, por lo que mis atributos se traslucen incitantes a través de la suave tela.
Lucho llega a la hora convenida, sin demora. Con solo escuchar el timbre y saber que es él, el corazón me empieza a latir con prisa, con ansias, con amor.
Me miro en el espejo, me arreglo el pelo y corro a abrirle. Nos comemos a besos incluso antes de emitir palabra alguna.
Cenamos, charlando como si de verdad tuviésemos una vida en común. Terminamos una botella de vino y enseguida abrimos otra, sintiéndonos cada vez más alegres y efusivos. De postre compartimos un flan que mi suegra preparó el día anterior.
Luego levantamos la mesa y mientras yo lavo los platos, él los seca. Parecemos una pareja de recién casados, todavía enamorados, que no pueden separarse y todo lo hacen juntos.
En un momento deja el repasador y viene tras de mí, apoyándome con toda su pasión. Se me ponen duros los pezones de solo sentirlo respirándome en la nuca.
Lleva sus manos hacia mis pechos y me los pellizca. A modo de respuesta, echo la cola hacía atrás y se la refriego por todo el paquete, congraciándome con esa dureza exquisita que me alborota las hormonas y me dispara las endorfinas.
Suspiro. Me agito. Me estremezco.
Me levanta la falda del vestido y me acaricia la cola. Luego se agacha, manteniéndome en esa misma posición, de pie contra la mesada, y me pasa la lengua, bien cargada de saliva, por toda la zanja. Me empino en puntas de pie para sentirlo aún más nitidamente.
Con las manos me abre las nalgas y me recorre toda la hendidura, de arriba abajo, delineando con la puntita de su lengua el contorno de mis labios vaginales.
El calor que siento, el ardor, se intensifica, la humedad también.
La vida por fin cobra sentido cuando me empieza a chupar, sorbiendo con avidez los fluidos que brotan de mi interior. Podría quedarme el día entero ahí, con su cara entre mis muslos, saboreando mi intimidad. Pero se levanta, me da la vuelta y sentándome sobre la mesada, me separa las piernas.
Ese es el postre que quiere, el que me gusta darle.
Con unos rápidos movimientos se baja el pantalón, se agarra la pija, se la sacude unas cuantas veces, aunque no hace falta porque ya la tiene bien parada, y me la mete. Así, a pelo, sin forro, como ya resulta usual entre nosotros.
Lo abrazo y me cobijo en esa suave hondonada que forma su cuello y la clavícula, mordiéndolo a modo de desfogue, sin que me importe las marcas que pueda dejarle. Es más, quiero dejarle las marcas de mi pasión, para que su esposa las vea y sepa que es tan suyo como mío.
Me penetra varias veces para luego trasladarme, con la pija aún adentro, a la isla de la cocina, que es más amplia y está despejada.
Me recuesta allí, y por entre mis piernas, con el pantalón caído en torno a los tobillos, me sacude a puro bombazo, proporcionándome la felicidad absoluta, la razón que guía mi vida.
Tiene tan dura la pija, que cada vez que se sale, resbalando por entre el flujo de mi sexo, sale disparada hacia arriba con un fuerte tirón. Claro que cuando se me escapa, se la agarro y me la vuelvo a meter, ansiosa por sentirla siempre ahí, en ese reducto que le calza como anillo al dedo.
De la cocina pasamos al dormitorio, sin escalas, caminando el uno junto al otro, él ya sin pantalón ni calzoncillo, y yo agarrándome de su verga, como si fuera la tabla de salvación que va a rescatarme del naufragio.
Cuando entramos al cuarto está sonando una canción cuyo título parece definir los códigos de nuestra relación. "Que lo nuestro se quede nuestro".
Mientras la melodía nos envuelve con suaves arpegios, nos besamos y acariciamos, dejando que nuestras manos vaguen libres y sin restricciones por el cuerpo del otro.
Me saco el vestido por encima de la cabeza, me siento en el borde de mi cama, lo atraigo hacia mí, y agarrándole la pija me la meto en la boca y se la chupo.
"Estoy hecha de pedacitos de tí", musicaliza la mamada, y mi boca se hace agua saboreando un manjar tan excelso.
"Un amor de verdad" también nos acompaña mientras mis labios no quieren despegarse de esa carne caliente y pegajosa, y su primera estrofa, (te siento conmigo en cada latido), no puede estar más acertada.
Cuando me la saca, pese a mis protestas, la tiene tan dura, tan alzada, que parece que le fuera a explotar en cualquier momento.
Me recuesto, me abro de piernas y lo recibo entre ellas, amoldando mi cuerpo al suyo.
Ahora suena "Sin principio, ni final", de Abel Pintos, y les juro que, de ahora en más, cada vez que escuche esa canción, voy a pensar en Lucho haciéndome el amor.
Nos fundimos el uno en el otro, amándonos más que cogiéndonos, enfatizando con besos y caricias eso que ya trasciende lo meramente sexual.
No sé se trata tan solo de una atracción física, es algo mucho más intenso, una pasión irrefrenable que ya ninguno de los dos puede contener.
El estruendo final, ese estallido de placer que con la persona apropiada resulta aún más disfrutable, nos llega a ambos por igual. Yo, estremecida y jadeante, él disparándome a mansalva una cantidad de leche que parece colmarme todos los conductos, y es que cuando me saca la pija, me empieza a salir a borbotones, como si ya no me entrara ni una sola gota más.
Quedamos los dos tendidos de espalda, exhaustos, agitados, sabiendo muy bien que pese a habernos echado un polvo de alta gama, para nosotros, la noche recién comienza.
Y es que aunque acabó como si tuviera bolas de elefante, Lucho sigue con la pija parada, toda engrasada con una mezcla de flujo y semen. ¿Acaso me iba a perder semejante delicia?
Le doy una buena chupada, saboreando todo ese pegote, y tras dejársela limpia, me le subo encima y me la vuelvo a meter en la concha, cabalgándolo en una forma por demás épica. Las tetas se me balancean enloquecidas, bailándole en la cara a Lucho que se desvive por chupármelas.
Estoy cogiendo en mi propia cama de matrimonio con un hombre que no es mi marido, pero no me siento una puta infiel, sino una mujer que ama y es amada.
Nos cogemos durante casi toda la noche, durmiéndonos recién a la madrugada, cuando la leche de nuevo se escurre en mi interior, cálida y espesa, un torrente de placer inagotable que atesoro en mis entrañas como el bien más preciado.
Cuando me despierto estamos abrazados, de cucharita, él tras de mí, respirando al unísono. Cómo cualquier hombre sano y vital, pese a estar profundamente dormido, tiene una erección. ¡Y que pedazo de erección!
Se la tocó y no me puedo resistir a ser suya una vez más. Me doy vuelta y se la acaricio, pero como sigue dormido, se me ocurre despertarlo con un pete.
Hago a un lado la sábana, voy abajo y pongo manos a la obra, o mejor dicho, la boca. Cuando se despierta, aún somnoliento, la primera imagen que tiene del día soy yo chupándole la pija.
-Me gustaría despertar así todos los días- me dice.
-Si fuera tu esposa sería lo primero que haría cada día, chupártela...- le aseguro, volviéndolo a deleitar con la sedosidad de mis labios.
Si antes la tenía dura, ahora la tiene durísima. Puro vigor y masculinidad, así que me atraganto con cada pedazo, deleitándome ahora yo con ese sabor que me nubla los sentidos.
Lástima que no me deja disfrutarlo demasiado, ya que enseguida me la saca de la boca, se levanta y colocándose de rodillas tras de mí, me la pone y me empieza a garchar con un ritmo desaforado y abrumador, muy distinto del que había hecho gala esa misma noche.
Si antes todo había sido romántico y hasta conyugal, ahora me coge como lo que soy, una puta, dándome aquello que tanto anhelo y disfruto, pijazo tras pijazo.
Me da para que tenga, sacudiéndome las nalgas al ritmo de sus embestidas, sometiéndome a un verdadero terremoto de placer.
Tengo el clítoris del tamaño de un pulgar, duro, hinchado, entumecido, me lo toco y todo mi cuerpo se estremece, como si recibiera una descarga eléctrica.
Mis pechos también están endurecidos, como si el goce que me dispensa desde atrás se fuera solidificando a medida que avanza por mi cuerpo.
Ésta vez no me acaba adentro y se lo agradezco, ya que luego de tan apasionado mañanero, tengo que ir a trabajar y me resultaría por demás incómodo andar cambiándome la toalla íntima a cada rato.
Entre exaltados jadeos me la saca de la concha, se la bombea con fuerza y manteniéndome en cuatro, con las caderas bien levantadas, me pinta de leche la espalda y la cola. Me erizo toda cuando siento el semen espeso y calentito derramándose por la sinuosidad de mi columna vertebral.
-¿Mate o café con leche?- le pregunto refiriéndome al desayuno, luego de un breve y necesario descanso.
-Mate está bien- responde.
Me levanto, y al igual que la vez pasada me pongo su camisa, envolviéndome con el aroma de su piel. Preparo el mate, sirvo unos bizcochitos en un plato y reviso mi celular. Mi suegra me había enviado fotos del cumpleaños y mensajes de voz de mi hijo. Por suerte le había dicho que me tomaría la noche para darme un prolongado baño de inmersión y que luego haría una cura de sueño, por lo que lo más probable era que no le contestara.
Lucho aparece en la cocina en calzoncillo, ostentando un bulto que quita el aliento. No me resisto a besarlo.
Tomamos mate y charlamos. Charlamos mucho, de nosotros, de nuestros trabajos, de nuestros hijos y, claro está, también de nuestras parejas.
Luego nos duchamos juntos y cada cuál de nuevo a su vida. La fantasía, ese universo paralelo que nos habíamos creado, debía cederle su espacio a la realidad. Él de nuevo al taxi y a su esposa embarazada, y yo a la oficina, a mi marido y a mi hijo.
No creí volver a enamorarme, pero es el riesgo que se corre cuando te acostás con alguien que no es tu pareja. Al principio es por el sexo, pero después entran a tallar otros sentimientos.
A todos mis amantes les tengo un gran cariño, a todos y a cada uno de ellos, pero enamorarme, solo me enamoré una vez, de Damián, a quién todavía extraño. Ni siquiera por Bruno, el padre de mi hijo, llegué a sentir algo parecido a lo que siento ahora por Lucho.
Sé que resulta descorazonador, no solo porque soy una mujer casada, sino también porque no puedo mantenerme fiel a una sola persona, y sé que aunque lo ame, tarde o temprano, voy a terminar poniéndole los cuernos, está en mi naturaleza.
Tan segura estoy de ello como que me llamo Mariela...
22 comentarios - Que lo nuestro se quede nuestro...
te sigo hace años y siempre me encantaron tus relatos
besos Misko
Consejo no dejes tu flia por una calentura , como decis al final vas a a serle infiel como que te llamas mariela , me encanto la historia , como todas , tmb te sigo hace años , 10 pts para vos
Por supuesto mereces mis +10 de hoy
..👍
FELICIDADES POR SER AUTENTICA....! VIVE...!
😊😊😊
Amé esa oración.... Admiro esa habilidad para poder transportarnos a lo que sentís.