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Tarde prohibida con la hermanita
(Otra) tarde prohibida con la hermanita
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Ya he contado por aquí cómo mi hermanita Leire y yo habíamos empezado a tener relaciones incestuosas. Algo que al principio a mi no me había convencido, pero había acabado seducido por los encantos naturales de mi hermana pequeña. Habíamos acordado esquivar la presencia de mi madre cuando nos apeteciera dar rienda suelta a nuestros deseos carnales. Muchas noches nos habíamos colado en el dormitorio del otro para disfrutar de nuestras perversiones.
Sin embargo al final se convirtió en algo tan rutinario que poco a poco lo fuimos dejando. Algunas noches de esas fugaces habíamos terminado por no hacer nada que no fuera dormir, y cada vez era menos frecuente que acudiéramos a buscar el cuerpo del otro. De modo que, sin que hiciera falta decir nada, abandonamos la parte incestuosa de nuestra relación y volvíamos a ser simplemente hermano y hermana.
Fue hace poco cuando la llama se reavivó, aunque desde luego de una forma muy poco convencional. Fue un fin de semana reciente. Yo estaba regresando a casa cuando me llamó mi madre al teléfono. Que tenía un viaje de trabajo, que estaría todo el fin de semana fuera, que vigilase a Leire, etc. Le deseé buen viaje y un rato después estaba en casa.
“¡Hola!”, saludé, pero no había nadie en casa.
Bueno, pues algo había que hacer. Fui al salón, y me puse a buscar algo que ver. En la programación normal, nada. Me fui a buscar canales un poco más picantes. Tal vez me daría tiempo a ver alguna peli porno antes de que mi hermanita llegara a casa. Es gracioso, a pesar de todo lo que habíamos hecho, me daría vergüenza si me viera.
Y menos mal que no encontré nada, ya que de pronto sonó la puerta de la calle. Mi hermanita, por supuesto. Pero no escuché una voz, sino dos voces. Mierda, mi hermana con compañia. No era una queja… bueno, sí. Simplemente que si no había nadie más en casa y Leire tenía alguien con quien hablar yo me quedaba solo.
“Hola, hermanito querido”, dijo Leire, entrando al salón. “Ya conoces a Esther, ¿verdad?”.
Me giré para mirarla. Esther… me sonaba haberla visto algún día por casa. Una chica de cuerpo pequeñito. La piel muy pálida. Lo más llamativo que tenía era que solía llevar el pelo de colores, como aquel día, que lo tenía de color morado recogido en una trenza. Y sus tetas… no eran muy grandes, pero la camiseta holgada que llevaba me mostraba su canalillo.
“Hola, ¿qué hay?”, pregunté. No presté mucha atención igualmente.
“Eres un soso”, bromeó Leire. “¿Nos invitas a cenar?”
“No soy el Banco de España”, le dije.
“¿Lo ves? Un soso”, dijo Leire, bromeando. “Anda, toma”, me tendió un billete de diez. “¿Pedimos al chino para cenar?”
“Me parece bien. Si a Esther le gusta…”
“Ehhh… a mi me parece bien”, dijo ella. Qué vocecita más dulce tenía.
“Pues venga. Pide”, ordenó mi hermana. Estaba mandona, pero no me apetecía discutir.
Me moví al sillón para dejarles el sofá a ellas dos. Estuvieron todo aquel rato más pendientes del teléfono que de mi, o incluso del televisor. Las podía escuchar hablar de los tíos que había por Instagram y no sé qué cosas más. Tonterías que no me llamaban la atención, ya que me había eliminado todas las redes sociales. Me tenían harto.
Me percaté de algo extraño cuando me levanté a abrir la puerta al repartidor. Esther me miraba mucho. O eso me pareció. En cualquier caso, pagué y dejé la comida en la mesa mientras Leire traía platos para servirnos. Esther me seguía mirando.
"Bueno, ¿y qué tal las clases?", pregunté.
"Van bien. Menos mal que tengo a este cielo de chica para echarme una mano", respondió Leire. Vi como Esther se ponía colorada y bajó la mirada suavemente. "¿Y qué tal en la oficina?"
"Hasta los cojones me tienen”, reí. “Pero bueno, ya es fin de semana y me puedo olvidar de esos capullos”.
“¿A… a qué te dedicas?”, preguntó Esther. En serio, qué voz más dulce.
“Administrativo en una oficina”, respondí. “Nada muy emocionante, pero me da dinero.”
“Mi hermanito está ahorrando para comprarse un piso y dejarme abandonaba”, bromeó Leire. “Qué malo es”.
“Seguro que no tanto…”, dijo Esther.
“Simplemente quiero un espacio, nada más”, respondí. “Bueno, ¿qué vais a hacer después de la cena? ¿Os quedáis a ver una peli?
“No, la veremos en mi cuarto. Te dejaremos a tu aire”, dijo Leire. “Tienes el salón para ti”.
“Pues el salón se quedará vacío porque yo tampoco me voy a quedar. Iré a mi habitación a jugar al Fifa”, dije.
Terminé de cenar, recogimos rápidamente y fui para mi habitación. Leire y Esther se quedaron en la habitación de mi hermana, y no supe de ellas por un buen rato. Me acomodé en la cama, encendí la PlayStation y eché un buen partido. Gané 5 a 0, mi mejor marca en el videojuego, nada mal.
Antes de pasar al siguiente partido, decidí que tenía que ir al servicio a aliviar al pajarito. Pasé por el servicio, y una vez terminé, iba a volver a mi habitación. Pero algo me detuvo, un ruido en medio de la noche. Eran… gemidos. No me lo podía creer. Gemidos en la habitación de mi hermana. No podía ser, ¿estaban viendo una película porno? Eso no me lo perdía.
Me acerqué sin hacer mucho ruido, tenía curiosidad por ver la película. Normalmente mi hermana tenía la puerta de su dormitorio cerrada. Pero aquella noche algo pasaba que se le había olvidado, de forma que pude asomarme. Lo primero en que me fijé, desde mi posición, es que la tele de su cuarto estaba apagada. Tal vez estaban viendo el porno en el portátil… No, el porno lo estaban haciendo ellas. Joder.
Las pude ver sobre la cama de mi hermana. No era especialmente amplia, así que estaban muy juntas, cuerpo pegado a cuerpo. Debían llevar ya un rato, porque no tenían puesta apenas ropa. Solo la interior. Mi hermana llevaba un conjunto de lencería blanco. Y Esther un sujetador rojo y un tanga del mismo color. Pechos contra pechos juntos mientras se daban el lote. Se acariciaban mutuamente.
“Leire… nos va a oir tu hermano…”, gimió Esther, aunque no le daba un descanso a los labios de mi hermana.
“Me da igual… llevamos mucho esperando…”, respondió Leire. Esther se escurrió para besar sus tetas. “Y con tus padres en casa no podemos…”
“Pero si él nos pilla…”
“Pues que mire”, respondió Leire. Se escurrió hacia abajo y volvió a captar los labios de Esther. “Quiero hacerlo, Esther, de verdad…”
“Pero, ¿tú lo has hecho antes?”
“Con una chica no… y me encanta que tú seas la primera”, respondió mi hermana.
Sobra decir que mi polla estaba durísima por observar aquella escena. No es que me enorgullezca de ello, claro, pero madre mía. Mi hermana se desenvolvía tan bien con Esther que no parecía que fuera su primera experiencia. Leire giró sobre su cuerpo y puso a Esther bajo ella. Le había desatado el sujetador. Ahora veía a mi hermana de espaldas, mientras se desabrochaba el suyo.
No podía apartar la mirada. Leire se puso entre las piernas de Esther, se las levantó y tiró suavemente hacia arriba de su tanga. Pude ver fugazmente el coñito depilado de la amiga de mi hermana antes de que Leire le pusiera la cabeza en medio. Su gemido me indicó que efectivamente, mi hermana le estaba lamiendo la vagina. Leire se quitó las bragas también, y desde mi posición pude verla perfectamente, con las piernas separadas, exponiendo su rosado coñito. Recordé las largas tardes que me había pasado penetrándola.
Me costaba mucho contener mis deseos de unirme a la celebración. Pero no, no debía… a pesar que los gemidos de Esther eran música para mis oídos, los sonidos de la lengua de Leire en el coño de su amiga eran un coro, los movimientos de sus manos acariciándose eran hipnóticos… observé cómo aquella jovencita tenía un orgasmo provocado por mi hermana. Leire estaba desatada, y la vi trepar sobre Esther rápidamente, separando las piernas sobre su cabeza y bajando suavemente para permitirle que se lo comiera. Me eché para atrás. Por un momento, me pareció que mi hermana me había descubierto. Pero sus gemidos me demostraron que seguía ávida de sexo. Me asomé por última vez y las contemplé haciendo un 69 antes de irme a mi habitación.
Sin embargo, no me podía concentrar. Intentaba disfrutar de la saga de comedias de Scary Movie, pero me era imposible. Una y otra vez se me venía a la cabeza la imagen de mi hermana con su amiga follando. Y mi erección no se bajaba. Tenía que ser decente, o intentarlo al menos. No me debía masturbar con aquella foto en la cabeza. Así que esa noche no debería pajearme. Miré el reloj. Medianoche. Joder, qué noche más larga.
“Hola…”
Me sobresalté. Mi hermana Leire estaba en la puerta de mi habitación. No se había molestado en vestirse. Apenas tenía puestas las braguitas, mientras su cabello largo le caía tapando sus tetas. Me eché para atrás en la cama.
“Hola”, saludé. “¿Tu amiga se ha ido?”
“No, está durmiendo”, respondió Leire suavemente. “Está… cansada”.
“Imagino. Estudiáis mucho”.
“No. Por el sexo”, dijo Leire. “No te hagas el tonto. Sabes que llevamos dos horas dándole al tema”.
“Yo no sabía que…”
“Te vi asomado a la puerta”, dijo ella. Lo raro es que no parecía enfadada. “Pensé que me lo había imaginado, pero te vi. ¿No te diste cuenta?”
“Lo siento”.
“No. Es decir, no te disculpes”, dijo ella. “No voy a enfadarme. Qué tontería… Me has visto hacer más cosas. Y me has hecho más cosas”, rió Leire. Se sentó en mi cama. “Aunque no soy tan tonta como para decirle a Esther que nos has visto, claro”.
“Gracias”.
“Creo que tengo que contarte algo. Esther…”
“Escucha, no tienes que contarme nada que no te apetezca”, le dije. “Si te gustan las chicas…”
“No, no es tan simple, ¿vale?”, su voz suave me encantaba. Mis ojos se posaron un momento en sus pechos. Se le veía un poco el pezón. “Esther… es bi. Cuando me lo confesó, fue un poco brusca. Me comió la boca en ese momento”, se rió. “Y no sé, me sorprendió que no fue algo desagradable, besaba muy bien. Esto fue hace unos días. Habíamos pensado… experimentar, ya que ella era virgen”, me explicó. “Y en su casa es imposible, de modo que pensé en aproevechar el viaje de mamá para traerla aquí, y probar…”
“Ya entiendo. Bueno. Yo no voy a interrumpir nada… Sois libres de hacer lo que queráis. Siempre vas a ser mi hermanita”, le dije.
Leire se apoyó encima de mi. Pasé un brazo sobre ella, y la acerqué a mi. Era un poco extraño, por todo aquello prohibido que habíamos hecho, pero quería mucho a mi hermana y que le gustaran las mujeres no cambiaría eso. Le de un besito en la frente. En ese momento sus cabellos resbalaron, mostrando sus bonitos pechos al aire. No se molestó en taparse.
“¿Sabes? Que nos vieras antes… me excitó. Me gustó saber que te quedabas mirando.”
“Prometo que no se volverá a repetir”, le dije. “Deberías taparte, vas a pillar frío…”
“Soy un monstruo…”
“Leire, ¿qué dices?”
“Soy una persona horrible…”
“¿Qué estás diciendo?”
“Me excita que me vea mi propio hermano tener sexo… Y no he podido evitar… Nunca te lo he contado, pero no he tenido sexo con otro chico, ¿sabes? No ha habido otro después de ti…”
“Oye…”
“Me acuerdo mucho de cuando me follabas…”
La acallé con un beso. No pude reprimir el impulso. No fue un beso fuerte. Fui muy delicado. Acaricié sus mejillas. Sentí que se tensaba pero pronto se relajó. Me detuve finalmente.
“Nunca llegamos a hablar de dejar de vernos, Leire. Simplemente ocurrió.Tal vez deberíamos haber dicho que íbamos a parar”.
“¿Y si no quiero parar?”, me miró con ojos brillantes.
“Sabes que está mal”.
“No me has respondido”.
“Tienes a tu amiga durmiendo en tu cama recién follada…”, le dije.
“Y no me respondes”, sonrió, y esta vez fue ella la que me besó. “No debería haber dejado de venir a verte… me encantaba lo que me hacías…”
“Si tu amiga nos pilla…”
“Esther sabe lo que ha pasado entre nosotros… te recuerdo que fue ella quien me ató aquella tarde para ti… si nos pilla… creo que se uniría”, y se rio.
Sin decirme nada más se abalanzó a por mi. Su lengua buscó a la mía. Acaricié todo su cuerpo y le quité las braguitas. Masajeé su culo, sus nalgas, acaricié su ano. Estábamos desatados. Solo una última vez, una única vez… Di la vuelta para quedar encima de ella. Me quité la camiseta mientras ella me desabrochaba el pantalón.
“Mmmmm… qué durito lo tienes” susurró mientras me acariciaba el pene por encima del boxer. Me bajó la tela, y apuntaba directamente hacia su carita. “¿De verdad quieres que lo hagamos?”
“Sí… quiero hacerlo”.
Y en ese momento me puso las manos en los glúteos, y me acercó a ella. Abrió la boca, recibiendo mi polla en su interior. Su lengua jugó con mi glande, sus cálidos labios envolvieron toda mi erección. Me moví despacio, y me liberó las nalgas, permitiendo que le follara la boquita. Mi tierna hermana haciendo aquello, siempre me parecía imposible que alguien de aspecto tan inocente le diera a esos juegos.
Sentí cómo me acariciaba los huevos mientras seguía dedicando los cuidados oportunos a mi pene. Aceleré un poco más mis embestidas.
“Me gusta ver que también tenías ganas…” me dijo en una pausa. Sus manos siguieron trabajando mi polla. “¿Podría… hacer que te corras con las manos? Me está costando…”
“Leire, no puedo obligarte a hacer nadaaaaaaaah” suspiré cuando con ambas manos empezó a pajearme con ganas. Maldición… me gustaba más que me la chupara incluso si no me corría, pero a ese ritmo… antes de darme cuenta, eyaculé. Manché su cara, sus tetas… siempre me pregunté cómo algo tan asqueroso como el semen podía quedar bonito sobre una cara.
“Permite…”, dijo, y volvió a llevarse mi erección a la boca. Error suyo, me corrí un poco más. Pero no se detuvo hasta que mi pene quedó bien limpio. “¿Qué hacemos ahora?”, preguntó.
“Tendrías que… lavarte…”, dije mientras veía cómo se frotaba las tetas, restregándose mi semen por ellas.
“La verdad, sobre la cara es molesto… ¿Tienes algo para limpiarme?”
Saqué unos pañuelos del cajón, y le ayudé a limpiarse la cara.
“Eres un pervertido. Mira cómo la tienes de nuevo”, rió Leire. Mi rabo estaba empalmado una vez más. “Vamos, hermanito. Hace mucho que no te siento dentro de mi”.
“¿No quieres que te coma el…?”
“Eso lo ha hecho Esther, y muy bien. Pero tú tienes algo que ella no”, me dijo. Me eché sobre la cama y Leire quedó sobre mi. Dirigió mi erección hacia ella. Se dejó caer, introduciéndose toda mi polla. No recordaba lo bien que se sentía estar dentro de ella. Se quedó un momento quita. Sonreía.
“Me encanta”, susurró. “¿A ti también te gusta?”
“Mucho… Leire, podríamos dejarlo aquí…”, se asustó. “Volver a hacerlo otro día, cuando estemos solos… Esther podría descubrirnos…”
“¿Qué hacéis?”
Seguramente la había invocado, pero desde mi posición pude ver a Esther asomándose a la puerta. Sin discreción alguna, sin mirar por la ranura. Entró por la puerta. La chiquilla no se había molestado en vestirse, y estaba completamente desnuda.
“Leire… me dijiste que esto había acabado…”, dijo. Parecía contrariada, pero no escandalizada.
“Ven”, dijo mi hermana. Le tendió la mano. Yo me sorprendí al ver cómo su amiga se subía también a la cama. “¿No me mentiste al decir que eras virgen?”, Esther negó con la cabeza. “¿Pues qué te parece si hoy también te estrenas con un chico?”
“Leire… esto es raro…”, le dije.
“Eres un tío hetero, ¿te vas a negar a hacerlo con dos chicas?”, preguntó ella.
“Ella no quiere…”
“¿Y por qué no quiero?”, preguntó Esther. “¿Se siente bien eso que haces?”
Por toda respuesta mi hermana cerró los ojos y se dejó llevar. Subió y bajó varias veces sobre mi cuerpo, gimió por el placer, y yo mismo me sentía excitado. Esther se echó sobre mi cuerpo, contemplando como penetraba a mi hermana. Su mirada parecía fija en el punto en que mi polla se hundía dentro del coño de mi hermana.
Mientras Leire subía y bajaba por mi erección envolví a Esther con un brazo y empecé a acariciarle una teta. Estaba blandita, y a ella parecía excitarla. Me miró y me dio un beso con cierto miedo. Me gustaban sus labios, y el sonido de los gemidos de Leire indicando que estaba cachonda. Mi mano se movió suavemente de la teta de Esther a su coño y lo exploré con cuidado. qué sorpresa me llevé al ver que estaba completamente empapado.
“Aaaaah… me gusta… más… más…”, pidió mientras mis dedos jugaban a entrar y salir de su rosado coño.
“Esther… Leire… yo me…”, no pude acabar la frase y me corrí de pronto, llenando el coñito de mi hermana con mi semen. Ella se movió un poco más, disfrutando los últimos momentos de su orgasmo. “gracias…”
“No me las des”, dijo Leire. “Ven, Esther”.
Su amiga obedeció, y observé atontado cómo la chica limpiaba los restos de mi semen del coño de mi hermana usando la lengua. Leire le acarició la cabeza mientras lo hacía. Luego se acurruraron alrededor de mi polla, y Leire empezó a mostrarle cómo chupármela.
“Esto le gusta mucho”, afirmó y empezó a hacer círculos en mi glande con la lengua antes de engullirla. “Vamos, demuéstrame cómo puedes hacerlo”.
Y dejó a Esther comiéndome la polla unos minutos antes de que la chica se tumbara a cuatro patas delante de mi. Me puse tras ella y con un empujón suave empecé a follármela, agarrado a sus caderas. Leire se puso debajo de ella un momento y supe que se estaban besando mientras me estaba tirando a Esther.
“Me gusta… me encanta, es maravilloso…”, gimió Esther. Sentí tentaciones de sujetarla por las trenzas, pero me contuve.
Leire se movió y se acercó a mi con las piernas expuestas. Sonreí. Tiré de las piernas de Esther hasta que tuvo la pelvis apoyada en el colchón, y seguí follándola mientras Leire ponía su coñito delante de mi cara para que se lo comiera. Me encantaba el sabor de sus jugos, y seguí devorándolo mientras me beneficiaba a su amiga. Aunque tal vez desde aquel momento también fuera amiga mía.
Llené aquel coño de semen. Vi cómo goteaba mientras se recomponía del sexo que habíamos tenido. Leire sonrió. Ella también había acabado, gracias a mi lengua.
“Podrías haberme propuesto esto directamente”, dijo Esther. Estaba tumbada sobre mi, acariciando mi pene.
“Creo que ha sido mejor improvisar”, respondió Leire. Estaba echada a mi otro lado, también ocupándose de mi pene.
“Pero tenemos que hablar de límites”, les recordé. Yo estaba ocupado con las tetas de las dos.
“Límites, sí… un fin de semana sin mamá, y un canal porno que nos puede dar muchas ideas”, dijo Leire.
Los límites estaban claros.
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Sin embargo al final se convirtió en algo tan rutinario que poco a poco lo fuimos dejando. Algunas noches de esas fugaces habíamos terminado por no hacer nada que no fuera dormir, y cada vez era menos frecuente que acudiéramos a buscar el cuerpo del otro. De modo que, sin que hiciera falta decir nada, abandonamos la parte incestuosa de nuestra relación y volvíamos a ser simplemente hermano y hermana.
Fue hace poco cuando la llama se reavivó, aunque desde luego de una forma muy poco convencional. Fue un fin de semana reciente. Yo estaba regresando a casa cuando me llamó mi madre al teléfono. Que tenía un viaje de trabajo, que estaría todo el fin de semana fuera, que vigilase a Leire, etc. Le deseé buen viaje y un rato después estaba en casa.
“¡Hola!”, saludé, pero no había nadie en casa.
Bueno, pues algo había que hacer. Fui al salón, y me puse a buscar algo que ver. En la programación normal, nada. Me fui a buscar canales un poco más picantes. Tal vez me daría tiempo a ver alguna peli porno antes de que mi hermanita llegara a casa. Es gracioso, a pesar de todo lo que habíamos hecho, me daría vergüenza si me viera.
Y menos mal que no encontré nada, ya que de pronto sonó la puerta de la calle. Mi hermanita, por supuesto. Pero no escuché una voz, sino dos voces. Mierda, mi hermana con compañia. No era una queja… bueno, sí. Simplemente que si no había nadie más en casa y Leire tenía alguien con quien hablar yo me quedaba solo.
“Hola, hermanito querido”, dijo Leire, entrando al salón. “Ya conoces a Esther, ¿verdad?”.
Me giré para mirarla. Esther… me sonaba haberla visto algún día por casa. Una chica de cuerpo pequeñito. La piel muy pálida. Lo más llamativo que tenía era que solía llevar el pelo de colores, como aquel día, que lo tenía de color morado recogido en una trenza. Y sus tetas… no eran muy grandes, pero la camiseta holgada que llevaba me mostraba su canalillo.
“Hola, ¿qué hay?”, pregunté. No presté mucha atención igualmente.
“Eres un soso”, bromeó Leire. “¿Nos invitas a cenar?”
“No soy el Banco de España”, le dije.
“¿Lo ves? Un soso”, dijo Leire, bromeando. “Anda, toma”, me tendió un billete de diez. “¿Pedimos al chino para cenar?”
“Me parece bien. Si a Esther le gusta…”
“Ehhh… a mi me parece bien”, dijo ella. Qué vocecita más dulce tenía.
“Pues venga. Pide”, ordenó mi hermana. Estaba mandona, pero no me apetecía discutir.
Me moví al sillón para dejarles el sofá a ellas dos. Estuvieron todo aquel rato más pendientes del teléfono que de mi, o incluso del televisor. Las podía escuchar hablar de los tíos que había por Instagram y no sé qué cosas más. Tonterías que no me llamaban la atención, ya que me había eliminado todas las redes sociales. Me tenían harto.
Me percaté de algo extraño cuando me levanté a abrir la puerta al repartidor. Esther me miraba mucho. O eso me pareció. En cualquier caso, pagué y dejé la comida en la mesa mientras Leire traía platos para servirnos. Esther me seguía mirando.
"Bueno, ¿y qué tal las clases?", pregunté.
"Van bien. Menos mal que tengo a este cielo de chica para echarme una mano", respondió Leire. Vi como Esther se ponía colorada y bajó la mirada suavemente. "¿Y qué tal en la oficina?"
"Hasta los cojones me tienen”, reí. “Pero bueno, ya es fin de semana y me puedo olvidar de esos capullos”.
“¿A… a qué te dedicas?”, preguntó Esther. En serio, qué voz más dulce.
“Administrativo en una oficina”, respondí. “Nada muy emocionante, pero me da dinero.”
“Mi hermanito está ahorrando para comprarse un piso y dejarme abandonaba”, bromeó Leire. “Qué malo es”.
“Seguro que no tanto…”, dijo Esther.
“Simplemente quiero un espacio, nada más”, respondí. “Bueno, ¿qué vais a hacer después de la cena? ¿Os quedáis a ver una peli?
“No, la veremos en mi cuarto. Te dejaremos a tu aire”, dijo Leire. “Tienes el salón para ti”.
“Pues el salón se quedará vacío porque yo tampoco me voy a quedar. Iré a mi habitación a jugar al Fifa”, dije.
Terminé de cenar, recogimos rápidamente y fui para mi habitación. Leire y Esther se quedaron en la habitación de mi hermana, y no supe de ellas por un buen rato. Me acomodé en la cama, encendí la PlayStation y eché un buen partido. Gané 5 a 0, mi mejor marca en el videojuego, nada mal.
Antes de pasar al siguiente partido, decidí que tenía que ir al servicio a aliviar al pajarito. Pasé por el servicio, y una vez terminé, iba a volver a mi habitación. Pero algo me detuvo, un ruido en medio de la noche. Eran… gemidos. No me lo podía creer. Gemidos en la habitación de mi hermana. No podía ser, ¿estaban viendo una película porno? Eso no me lo perdía.
Me acerqué sin hacer mucho ruido, tenía curiosidad por ver la película. Normalmente mi hermana tenía la puerta de su dormitorio cerrada. Pero aquella noche algo pasaba que se le había olvidado, de forma que pude asomarme. Lo primero en que me fijé, desde mi posición, es que la tele de su cuarto estaba apagada. Tal vez estaban viendo el porno en el portátil… No, el porno lo estaban haciendo ellas. Joder.
Las pude ver sobre la cama de mi hermana. No era especialmente amplia, así que estaban muy juntas, cuerpo pegado a cuerpo. Debían llevar ya un rato, porque no tenían puesta apenas ropa. Solo la interior. Mi hermana llevaba un conjunto de lencería blanco. Y Esther un sujetador rojo y un tanga del mismo color. Pechos contra pechos juntos mientras se daban el lote. Se acariciaban mutuamente.
“Leire… nos va a oir tu hermano…”, gimió Esther, aunque no le daba un descanso a los labios de mi hermana.
“Me da igual… llevamos mucho esperando…”, respondió Leire. Esther se escurrió para besar sus tetas. “Y con tus padres en casa no podemos…”
“Pero si él nos pilla…”
“Pues que mire”, respondió Leire. Se escurrió hacia abajo y volvió a captar los labios de Esther. “Quiero hacerlo, Esther, de verdad…”
“Pero, ¿tú lo has hecho antes?”
“Con una chica no… y me encanta que tú seas la primera”, respondió mi hermana.
Sobra decir que mi polla estaba durísima por observar aquella escena. No es que me enorgullezca de ello, claro, pero madre mía. Mi hermana se desenvolvía tan bien con Esther que no parecía que fuera su primera experiencia. Leire giró sobre su cuerpo y puso a Esther bajo ella. Le había desatado el sujetador. Ahora veía a mi hermana de espaldas, mientras se desabrochaba el suyo.
No podía apartar la mirada. Leire se puso entre las piernas de Esther, se las levantó y tiró suavemente hacia arriba de su tanga. Pude ver fugazmente el coñito depilado de la amiga de mi hermana antes de que Leire le pusiera la cabeza en medio. Su gemido me indicó que efectivamente, mi hermana le estaba lamiendo la vagina. Leire se quitó las bragas también, y desde mi posición pude verla perfectamente, con las piernas separadas, exponiendo su rosado coñito. Recordé las largas tardes que me había pasado penetrándola.
Me costaba mucho contener mis deseos de unirme a la celebración. Pero no, no debía… a pesar que los gemidos de Esther eran música para mis oídos, los sonidos de la lengua de Leire en el coño de su amiga eran un coro, los movimientos de sus manos acariciándose eran hipnóticos… observé cómo aquella jovencita tenía un orgasmo provocado por mi hermana. Leire estaba desatada, y la vi trepar sobre Esther rápidamente, separando las piernas sobre su cabeza y bajando suavemente para permitirle que se lo comiera. Me eché para atrás. Por un momento, me pareció que mi hermana me había descubierto. Pero sus gemidos me demostraron que seguía ávida de sexo. Me asomé por última vez y las contemplé haciendo un 69 antes de irme a mi habitación.
Sin embargo, no me podía concentrar. Intentaba disfrutar de la saga de comedias de Scary Movie, pero me era imposible. Una y otra vez se me venía a la cabeza la imagen de mi hermana con su amiga follando. Y mi erección no se bajaba. Tenía que ser decente, o intentarlo al menos. No me debía masturbar con aquella foto en la cabeza. Así que esa noche no debería pajearme. Miré el reloj. Medianoche. Joder, qué noche más larga.
“Hola…”
Me sobresalté. Mi hermana Leire estaba en la puerta de mi habitación. No se había molestado en vestirse. Apenas tenía puestas las braguitas, mientras su cabello largo le caía tapando sus tetas. Me eché para atrás en la cama.
“Hola”, saludé. “¿Tu amiga se ha ido?”
“No, está durmiendo”, respondió Leire suavemente. “Está… cansada”.
“Imagino. Estudiáis mucho”.
“No. Por el sexo”, dijo Leire. “No te hagas el tonto. Sabes que llevamos dos horas dándole al tema”.
“Yo no sabía que…”
“Te vi asomado a la puerta”, dijo ella. Lo raro es que no parecía enfadada. “Pensé que me lo había imaginado, pero te vi. ¿No te diste cuenta?”
“Lo siento”.
“No. Es decir, no te disculpes”, dijo ella. “No voy a enfadarme. Qué tontería… Me has visto hacer más cosas. Y me has hecho más cosas”, rió Leire. Se sentó en mi cama. “Aunque no soy tan tonta como para decirle a Esther que nos has visto, claro”.
“Gracias”.
“Creo que tengo que contarte algo. Esther…”
“Escucha, no tienes que contarme nada que no te apetezca”, le dije. “Si te gustan las chicas…”
“No, no es tan simple, ¿vale?”, su voz suave me encantaba. Mis ojos se posaron un momento en sus pechos. Se le veía un poco el pezón. “Esther… es bi. Cuando me lo confesó, fue un poco brusca. Me comió la boca en ese momento”, se rió. “Y no sé, me sorprendió que no fue algo desagradable, besaba muy bien. Esto fue hace unos días. Habíamos pensado… experimentar, ya que ella era virgen”, me explicó. “Y en su casa es imposible, de modo que pensé en aproevechar el viaje de mamá para traerla aquí, y probar…”
“Ya entiendo. Bueno. Yo no voy a interrumpir nada… Sois libres de hacer lo que queráis. Siempre vas a ser mi hermanita”, le dije.
Leire se apoyó encima de mi. Pasé un brazo sobre ella, y la acerqué a mi. Era un poco extraño, por todo aquello prohibido que habíamos hecho, pero quería mucho a mi hermana y que le gustaran las mujeres no cambiaría eso. Le de un besito en la frente. En ese momento sus cabellos resbalaron, mostrando sus bonitos pechos al aire. No se molestó en taparse.
“¿Sabes? Que nos vieras antes… me excitó. Me gustó saber que te quedabas mirando.”
“Prometo que no se volverá a repetir”, le dije. “Deberías taparte, vas a pillar frío…”
“Soy un monstruo…”
“Leire, ¿qué dices?”
“Soy una persona horrible…”
“¿Qué estás diciendo?”
“Me excita que me vea mi propio hermano tener sexo… Y no he podido evitar… Nunca te lo he contado, pero no he tenido sexo con otro chico, ¿sabes? No ha habido otro después de ti…”
“Oye…”
“Me acuerdo mucho de cuando me follabas…”
La acallé con un beso. No pude reprimir el impulso. No fue un beso fuerte. Fui muy delicado. Acaricié sus mejillas. Sentí que se tensaba pero pronto se relajó. Me detuve finalmente.
“Nunca llegamos a hablar de dejar de vernos, Leire. Simplemente ocurrió.Tal vez deberíamos haber dicho que íbamos a parar”.
“¿Y si no quiero parar?”, me miró con ojos brillantes.
“Sabes que está mal”.
“No me has respondido”.
“Tienes a tu amiga durmiendo en tu cama recién follada…”, le dije.
“Y no me respondes”, sonrió, y esta vez fue ella la que me besó. “No debería haber dejado de venir a verte… me encantaba lo que me hacías…”
“Si tu amiga nos pilla…”
“Esther sabe lo que ha pasado entre nosotros… te recuerdo que fue ella quien me ató aquella tarde para ti… si nos pilla… creo que se uniría”, y se rio.
Sin decirme nada más se abalanzó a por mi. Su lengua buscó a la mía. Acaricié todo su cuerpo y le quité las braguitas. Masajeé su culo, sus nalgas, acaricié su ano. Estábamos desatados. Solo una última vez, una única vez… Di la vuelta para quedar encima de ella. Me quité la camiseta mientras ella me desabrochaba el pantalón.
“Mmmmm… qué durito lo tienes” susurró mientras me acariciaba el pene por encima del boxer. Me bajó la tela, y apuntaba directamente hacia su carita. “¿De verdad quieres que lo hagamos?”
“Sí… quiero hacerlo”.
Y en ese momento me puso las manos en los glúteos, y me acercó a ella. Abrió la boca, recibiendo mi polla en su interior. Su lengua jugó con mi glande, sus cálidos labios envolvieron toda mi erección. Me moví despacio, y me liberó las nalgas, permitiendo que le follara la boquita. Mi tierna hermana haciendo aquello, siempre me parecía imposible que alguien de aspecto tan inocente le diera a esos juegos.
Sentí cómo me acariciaba los huevos mientras seguía dedicando los cuidados oportunos a mi pene. Aceleré un poco más mis embestidas.
“Me gusta ver que también tenías ganas…” me dijo en una pausa. Sus manos siguieron trabajando mi polla. “¿Podría… hacer que te corras con las manos? Me está costando…”
“Leire, no puedo obligarte a hacer nadaaaaaaaah” suspiré cuando con ambas manos empezó a pajearme con ganas. Maldición… me gustaba más que me la chupara incluso si no me corría, pero a ese ritmo… antes de darme cuenta, eyaculé. Manché su cara, sus tetas… siempre me pregunté cómo algo tan asqueroso como el semen podía quedar bonito sobre una cara.
“Permite…”, dijo, y volvió a llevarse mi erección a la boca. Error suyo, me corrí un poco más. Pero no se detuvo hasta que mi pene quedó bien limpio. “¿Qué hacemos ahora?”, preguntó.
“Tendrías que… lavarte…”, dije mientras veía cómo se frotaba las tetas, restregándose mi semen por ellas.
“La verdad, sobre la cara es molesto… ¿Tienes algo para limpiarme?”
Saqué unos pañuelos del cajón, y le ayudé a limpiarse la cara.
“Eres un pervertido. Mira cómo la tienes de nuevo”, rió Leire. Mi rabo estaba empalmado una vez más. “Vamos, hermanito. Hace mucho que no te siento dentro de mi”.
“¿No quieres que te coma el…?”
“Eso lo ha hecho Esther, y muy bien. Pero tú tienes algo que ella no”, me dijo. Me eché sobre la cama y Leire quedó sobre mi. Dirigió mi erección hacia ella. Se dejó caer, introduciéndose toda mi polla. No recordaba lo bien que se sentía estar dentro de ella. Se quedó un momento quita. Sonreía.
“Me encanta”, susurró. “¿A ti también te gusta?”
“Mucho… Leire, podríamos dejarlo aquí…”, se asustó. “Volver a hacerlo otro día, cuando estemos solos… Esther podría descubrirnos…”
“¿Qué hacéis?”
Seguramente la había invocado, pero desde mi posición pude ver a Esther asomándose a la puerta. Sin discreción alguna, sin mirar por la ranura. Entró por la puerta. La chiquilla no se había molestado en vestirse, y estaba completamente desnuda.
“Leire… me dijiste que esto había acabado…”, dijo. Parecía contrariada, pero no escandalizada.
“Ven”, dijo mi hermana. Le tendió la mano. Yo me sorprendí al ver cómo su amiga se subía también a la cama. “¿No me mentiste al decir que eras virgen?”, Esther negó con la cabeza. “¿Pues qué te parece si hoy también te estrenas con un chico?”
“Leire… esto es raro…”, le dije.
“Eres un tío hetero, ¿te vas a negar a hacerlo con dos chicas?”, preguntó ella.
“Ella no quiere…”
“¿Y por qué no quiero?”, preguntó Esther. “¿Se siente bien eso que haces?”
Por toda respuesta mi hermana cerró los ojos y se dejó llevar. Subió y bajó varias veces sobre mi cuerpo, gimió por el placer, y yo mismo me sentía excitado. Esther se echó sobre mi cuerpo, contemplando como penetraba a mi hermana. Su mirada parecía fija en el punto en que mi polla se hundía dentro del coño de mi hermana.
Mientras Leire subía y bajaba por mi erección envolví a Esther con un brazo y empecé a acariciarle una teta. Estaba blandita, y a ella parecía excitarla. Me miró y me dio un beso con cierto miedo. Me gustaban sus labios, y el sonido de los gemidos de Leire indicando que estaba cachonda. Mi mano se movió suavemente de la teta de Esther a su coño y lo exploré con cuidado. qué sorpresa me llevé al ver que estaba completamente empapado.
“Aaaaah… me gusta… más… más…”, pidió mientras mis dedos jugaban a entrar y salir de su rosado coño.
“Esther… Leire… yo me…”, no pude acabar la frase y me corrí de pronto, llenando el coñito de mi hermana con mi semen. Ella se movió un poco más, disfrutando los últimos momentos de su orgasmo. “gracias…”
“No me las des”, dijo Leire. “Ven, Esther”.
Su amiga obedeció, y observé atontado cómo la chica limpiaba los restos de mi semen del coño de mi hermana usando la lengua. Leire le acarició la cabeza mientras lo hacía. Luego se acurruraron alrededor de mi polla, y Leire empezó a mostrarle cómo chupármela.
“Esto le gusta mucho”, afirmó y empezó a hacer círculos en mi glande con la lengua antes de engullirla. “Vamos, demuéstrame cómo puedes hacerlo”.
Y dejó a Esther comiéndome la polla unos minutos antes de que la chica se tumbara a cuatro patas delante de mi. Me puse tras ella y con un empujón suave empecé a follármela, agarrado a sus caderas. Leire se puso debajo de ella un momento y supe que se estaban besando mientras me estaba tirando a Esther.
“Me gusta… me encanta, es maravilloso…”, gimió Esther. Sentí tentaciones de sujetarla por las trenzas, pero me contuve.
Leire se movió y se acercó a mi con las piernas expuestas. Sonreí. Tiré de las piernas de Esther hasta que tuvo la pelvis apoyada en el colchón, y seguí follándola mientras Leire ponía su coñito delante de mi cara para que se lo comiera. Me encantaba el sabor de sus jugos, y seguí devorándolo mientras me beneficiaba a su amiga. Aunque tal vez desde aquel momento también fuera amiga mía.
Llené aquel coño de semen. Vi cómo goteaba mientras se recomponía del sexo que habíamos tenido. Leire sonrió. Ella también había acabado, gracias a mi lengua.
“Podrías haberme propuesto esto directamente”, dijo Esther. Estaba tumbada sobre mi, acariciando mi pene.
“Creo que ha sido mejor improvisar”, respondió Leire. Estaba echada a mi otro lado, también ocupándose de mi pene.
“Pero tenemos que hablar de límites”, les recordé. Yo estaba ocupado con las tetas de las dos.
“Límites, sí… un fin de semana sin mamá, y un canal porno que nos puede dar muchas ideas”, dijo Leire.
Los límites estaban claros.
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