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Alta suciedad

" ... Padre ... tengo una amante: mi hija ..."


Las palabras deban vueltas una y otra vez en la cabeza del Padre Juan. La confesión había pegado duro en la moral del religioso ...


El Padre Juan había llegado hacía 6 meses a la parroquia del pueblo. Tenía 26 años y ese pueblo en las sierras cordobesas era su primer destino. Destino que nunca olvidaría después de haber escuchado esa confesión.


Fué un domingo. Sentado dentro del confesionario vio entrar a Isabel ... morocha pelo enrulado, labios carnosos y pintados de un rojo furioso, de grandes pechos y caderas firmes, imponente en su andar ... tendría unos 45 años, muy bien llevados por cierto.
Isabel era la esposa del Intendente.


"... Padre ... tengo una amante: mi hija ..." había escuchado Juan de boca de la señora. Lo que siguió después no lo recordaba con precisión, en definitiva era el guardián de un secreto tremendo y debería hablar con esa mujer, hacerla desistir de sus actos inmorales, sobre todo porque había una adolescente entre medio: su hija.


Dio la misa con la mente puesta en la conversación que tendría unos minutos mas tarde ... las piernas le temblaban ... era su primer prueba de fuego como sacerdote: un caso de incesto, y nada menos que entre la esposa del Intendente y su hija.


Isabel llegó a la hora acordada al escritorio que se encontraba al final del pasillo. El Padre Juan se sentó dispuesto a escucharla.
A medida que transcurría el relato, Juan no podía desviar la mirada de los ojos de la mujer ... de su boca ... del movimiento de sus pechos con la respiración ... quería reprimir esas cosquillas que estaban invadiéndolo, pero su condición nata de hombre le ganaba terreno a su condición religiosa: una erección incomodaba al cura.
Siguió el relato atentamente, empezando a disfrutar de cada detalle descrito por Isabel, y ésta lo estaba entendiendo así: elevaba sus pechos al hacer ademanes con sus brazos ... respiraba fuerte resoplando los labios ... y no omitía el menor detalle de su relación incestuosa, haciendo que la calentura del Padre Juan llegara a su máxima expresión.


Cuando el cura se levantó de su silla era inocultable la erección. Trató de taparla disimuladamente con una mano, pero Isabel lo notó al instante.
Se paró, caminó hacia el Padre Juan y lo empujó sobre la mesa de escritorio, obligándolo a afirmarse para no caer... el factor sorpresa hizo que el cura no opusiese resistencia.
Corrió la blanca sotana y bajó de un tirón el pantalón liberando la verga del religioso y, a pesar de la escasa o nula oposición de éste, comenzó a lamer sus huevos ... a llevarlos a su boca uno a uno, subiendo despacio con su lengua hasta llegar a la cima de la cabeza ...sabía muy bien cómo hacer su trabajo.
Siguió lamiendo desde abajo hacia arriba unos segundos para pasar a dar pequeños sorbitos en la punta de la cabeza y engullirla hasta sentirla tocar su garganta.


El Padre Juan cerró sus ojos dejándose llevar por la ola de placer, placer que no sentía desde sus encuentros con Andrés, compañero de estudio, quien lo había hecho acabar por primera vez cuando eran seminaristas, chupándosela todas las noches hasta que su amigo renunció retornando a su casa.


Isabel supo que el cura estaba bajo su dominio. Se alejó y puso llave a la puerta ... dejó caer su vestido y desnudó sus pechos ... los acercó a la boca del cura que no tardó ni un segundo en devorarlos.
Juan tomó por los hombros a la mujer y girándola la dejó con los codos apoyados en el escritorio ... corrió su bombacha con los dedos y la penetró, violentamente, con todas las ganas contenidas durante años ... se agarró fuerte de su cintura y no paró hasta llenarla de leche.
Isabel se dio vuelta y agachándose limpió con sus labios la verga que hacía segundos estaba dentro suyo. Se vistió y se fue.


Al día siguiente el Intendente se presentó en la parroquia para invitar al religioso a cenar a su casa ya que era su aniversario de casado y quería renovar votos de casado en un acto íntimo, pero sobre todo en presencia de su hija. El Padre Juan no pudo negarse. 
 Esa noche en la casa, Juan pidió estar a solas con Isabel, el secreto de confesión era importante para iniciar este segunda etapa de casada.


Hasta el día de hoy Isabel tiene una copia de llave del dormitorio de la parroquia. A veces asiste con su hija.










 



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