Capítulo I
David Hugo Macía Pajas. Efectivamente, os estoy revelando mi nombre. ¡Empezamos bien!, que diría el chiste. Si ya de por sí no era suficientemente humillante la combinación de apellidos mis padres tuvieron la genial idea de ponerme un nombre compuesto. Da prestigio, alegaron siempre. Lo cierto es que cuando mis compañeros se cansaron de las bromas en las que yo era un practicante compulsivo de onanismo entonces llegaron las homosexuales, dónde un tal Hugo me masturbaba sistemáticamente a mí, David. Todo muy elaborado, como suele pasar a estas edades. No les cargaré toda la culpa a mis progenitores, ellos lo intentaron, me llevaron al colegio más abierto y transigente que pudieron encontrar en Madrid, un sitio dónde poder desarrollar la sensibilidad que se me presuponía. Una comunidad en la que mi hermana y yo seríamos libres, felices y partícipes de una gran comunidad abierta y avanzada.
Por suerte el calvario de las bromas para retrasados no las sufrí solo, me animaba pensar que a la señorita Paula Daniela Macía Pajas también le cayó lo suyo. Estando yo cursando el último año antes de la universidad, envidiaba pensar que mi hermana había conseguido salir de aquel antro hippie-izquierdoso para comenzar la carrera. Cierto que seguro que en psicología algún gracioso se encontraría, pero por lo menos en la universidad pública no pasarían lista todos los días, animando a los simples a reírse y envalentonarse con algún chascarrillo, buscando el reconocimiento fácil e inmediato.
Reitero, no fue el nombre lo que me convirtió en lo que soy. Fue la apatía, la indiferencia, la superioridad moral, la altivez malentendida, no lo sé, podríamos preguntárselo a las mujeres de mi familia, una psicóloga publicada y la otra en construcción. Simplemente nunca he sido capaz de concentrarme en lo que la sociedad consideraría normal. Podría haber disimulado, vivido un engaño, esforzado, pero no quise. Nunca me decidí por ser parte de ninguna de las pequeñas sociedades que convivían en el peculiar ecosistema que es un centro escolar.
Los deportistas, una mezcla de chicos sanos y vanidosos que viven por y para entrenar. Supongo que se excitan al mirar sus cuerpos musculados en el espejo, pero, yo siempre he tenido un defecto, soy heterosexual. Sí, por supuesto que es una imperfección, hay unos siete mil doscientos treinta millones de habitantes en el planeta, y yo empiezo el juego teniendo que descartar a la mitad por ser varones. Al diablo los deportistas, estoy en forma, conozco veintidós formas distintas de matar a un ser humano con las manos y no he necesitado que ningún cincuentón barrigudo con un silbato en la boca me dé lecciones de nada después de clase.
Los intelectuales, unos insufribles pedantes que hablan siempre de los mismos autores, debaten e incluso utilizan las instalaciones del colegio para ensayar sus obras de teatro. Obras que, por si fuera poco, nos obligan a ver al resto de alumnos cada trimestre. He leído más que todos ellos juntos, expertos en memorizar frases prefabricadas para ligar, hipócritas falso-sensibles que utilizan su rostro barbilampiño para intentar, frustradamente, dejarse algo parecido a una perilla, imitando a los pensadores franceses de antaño. Despertad queridos, no os llamáis Pierre y la boina en España está de moda solo pasado los setenta años.
Los empollones, marginados cubiertos de acné que estudian simplemente porque no tienen nada mejor que hacer. Adolescentes vestidas como monjas que sueñan con que algún interesante macho las penetre sin compasión, arrancándole los leotardos de colores mientras ellas leen la lección del día entre orgasmo y orgasmo. Abrid los ojos, eso no pasará, la gente popular de vuestra clase no sueña en secreto con vosotros, simplemente no sabe que existís. Saco mejores notas que vosotros sin despeinarme, no necesito llevar anteojos de culo de vaso para bordar mis calificaciones y detesto la pana, especialmente cuando hace calor.
No puedo olvidarme de los malotes, repetidores fumadores de hierba, agresivos homo sapiens inundados de testosterona. Líderes del aula que esconden problemas como la dislexia, el TDH o simplemente un padre dominante y alcohólico. Siento decíroslo, pero soy mucho más transgresor que vosotros, simplemente no necesito que nadie aplauda mis actos, podéis quedaros con el reconocimiento.
Quizás podría haber encajado con los frikis, inofensivos personajes que se unen haciendo su propia tribu urbana. Da igual que lo tuyo sea Star Trek, las partidas de rol o el heavy metal, la mente abierta de estos seres, habitantes del eslabón más bajo de la sociedad estudiantil siempre podrá acogerte. La lástima es que no me gusta ni la ropa negra, ni la caspa ni el Anime. Si queréis jugar a un juego de estrategia, olvidad los dados y sentaros a jugar al ajedrez conmigo, la rencarnación del mismísimo Mikhail Talh caerá como un martillo sobre vuestras pobres almas, parafraseándolo os diré: “hay dos clases de sacrificios, los correctos y los míos”.
Y es cierto que sacrifiqué muchas cosas, pero a mis dieciocho años y a menos de seis meses de graduarme puedo afirmar con orgullo que soy un inadaptado, una persona sin amigos. Mis convicciones me han hecho fuerte para no sucumbir al río de borregos que llena los pasillos del colegio, las calles o los centros comerciales. Creo firmemente todo lo que digo, el problema empieza cuando una persona se queda sin retos, entonces, a veces, tu mente empieza a tomar riesgos. Se olvida de toda la educación, las normas sociales y lo políticamente correcto e intenta ir siempre más y más allá, como si fuera una droga. No es fácil sentirse vivo en el siglo XXI, no es fácil no morir de aburrimiento.
Capítulo II
Fue de golpe, un día me desperté y necesité sacar lo que llevaba en mi interior. Desenmascarar a la sociedad, estimular sus más bajos instintos. Nos llenamos la boca de palabras bien intencionadas y condolencias cuando ponemos los informativos y vemos que el grupo terrorista de turno, cualquier radical casado con el salafismo ha cometido un atentado. Teñimos el mundo con la bandera del país perjudicado, enarbolamos el emblema de la libertad. Sin embargo nos quedamos pegados a la pantalla, oliendo la sangre, esperando ver imágenes de cuerpos mutilados y familiares llorando. Las chicas más populares entran corriendo a las redes sociales para aplicar el filtro de la bandera en su estudiadísima foto de perfil, posando como si estuvieran en una macabra alfombra roja. A veces parece que desean que al mundo le atice una desgracia solo para tener la excusa perfecta para lucir nuevo modelito y curvas.
Los terroristas a su vez disfrutan viendo a occidente temblar, orgullosos envían a todas las cadenas sus vídeos reivindicando la matanza, parece que también posen, incluso editan imágenes apocalípticas para intentar sembrar aún más el pánico. Yo no necesito eso, disfruto tan solo viendo los resultados, me carcajeo internamente en cada una de mis acciones. Soy el hermano malo de Batman, menos hortera y sin necesidad de notoriedad, el foco con mi símbolo se lo regalo al amigo rata con alas, tan solo acudo a mi propia llamada.
Lo primero que necesité fue una víctima, alguien que nunca sospechara de mí y que a su vez fuera foco de mi diversión. Lo tuve claro, mi hermana un año mayor que yo llevaba mucho tiempo pidiéndolo a gritos. Me asqueaba su mediocridad, su convencionalismo. Otra de tantas personas cortada por el mismo patrón, fácilmente clasificable. Si vivera en Estados Unidos mínimo habría alcanzado la cima convirtiéndose en la jefa de animadoras. También se rieron de ella por tan inoportuna combinación de apellidos, hasta que le crecieron las tetas por supuesto, entonces los chicos buscaban que les hiciera una paja y no humillarla. Hete aquí una gran metáfora.
Metro setenta, castaña clara, ojos verdes, nariz bien perfilada, labios gruesos, orejas pequeñas y pegadas, facciones armónicas, talla noventa de sujetador, cintura de avispa, nalgas trabajadas, trasero respingón, tono de piel adecuado, piernas largas y torneadas, pies pequeños y elegantes, manos finas de pianista, uñas cuidadas, ciento ocho de coeficiente intelectual, ¿necesitáis algo más? A mi hermana no la fecundaron, la recortaron directamente de una revista de moda y nuevas tendencias.
Tenía mi primera acción en mente, lo que nunca pensé fue que sería tan fácil.
—¡David, Paula, a cenar! —anunció mi madre desde la cocina, terminando de emplatar unos guisantes con jamón y cebolla.
Lo bueno de las nuevas tecnologías es que son como las personas, todas son iguales dentro del grupo adecuado. En este caso debía agradecerle a mis padres que nos hubieran regalado el mismo móvil las navidades pasadas, en su afán por no discriminarnos nunca habían simplificado mucho mis planes. Mi hermana dejó su Smartphone en el sofá, descansando por un rato hasta que volviese de cenar y siguiera machacando sus partes táctiles para parlotear con sus amigas o su novio. Tan solo tuve que poner el mío cerca, gracias al bluetooth y con el programa adecuado en poco tiempo se copiarían todas sus fotos e información al mío, sin contraseñas ni permisos. Estaba ansioso porque concluyera la cena, me esperaba un divertido rato cotilleando aquella vida tan standard, inmiscuyéndome en sus más íntimos secretos.
—¿Qué tal va el último año de colegio, David? —preguntó mi padre como un autómata, siguiendo la programación de su sistema binario.
—Bien, como siempre.
—¿Ya hay alguna chica por allí a la que quieras presentarnos? —añadió saliéndose ligeramente del guion.
—No.
—Ay hijo, que soso eres de verdad —intervino mi madre ante mi desdén.
—No hay nadie a la que presentaros, ¿no veis que es un bicho raro? —dijo mi hermana siempre dispuesta a poner su granito de arena.
—Deja en paz a tu hermano —le ordenó mi padre.
—Pero si es verdad, ni chicas, ni amigos, ni nada, es como un ermitaño de diecisiete años.
No me sorprendió que mi hermana ni siquiera supiese la edad que tengo o su afán por meterse conmigo, simplemente me daba absolutamente igual.
—Paula, basta por favor.
—Pero si es verdad papá, es como un fantasma, vive en su mundo como un autista. Yo creo que es asperger.
—Que desperdicio de dinero el invertido en tu carrera hermanita, deberías estudiar más y quedar menos con tu novio. Por cierto, ¿cómo le va?, compartí un año entretenido con Gonzalo cuando repitió, pero claro a la segunda vez perdimos el contacto. Quizás deberías psicoanalizarle a él y dejarme a mí tranquilo, me parece que el pobre muchacho necesita ayuda, tiene claros problemas de aprendizaje.
Aquello fue un latigazo para mi hermana, un torpedo en su línea de flotación. Salir con el malote de clase cuando tienes dieciséis años es glamuroso, pero cuando vas a la universidad empieza a ser más conflictivo.
—Haya paz —sentenció mi madre, viendo la cara compungida de su hija.
El resto de la cena transcurrió casi en silencio, por un momento pensé que Paula acabaría haciendo algún que otro puchero, pero no tuve tanta suerte. Se levantó la primera de la mesa y salió disparada a por su más preciado objeto de valor, su móvil, aquel consolador digital que tanto placer le daba a la vez que poco a poco le practicaba una lobotomización cerebral. Ni por un momento sospechó que ese pequeño trasto se había convertido en mi mayor cómplice. El siguiente en levantarse fui yo y después de dar las buenas noches recogí también mi teléfono y me encerré en mi cuarto como era costumbre en mí
Enseguida comprobé que la copia había sido completada con éxito y estuve más de una hora sumergido entre whatsapps intrascendentes y selfies estúpidos. Por un momento pensé que era tan simple que no encontraría nada de valor, pero mi paciencia obtuvo su recompensa. Una foto, una magnífica y valiosa foto hizo que casi llorara de la emoción. En ella se apreciaba con cierta dificultad por culpa de la oscuridad pero suficientemente bien a mi hermana en topless, con sus cotizados pechos al aire observando libidinosamente lo que, bien seguro, era el miembro erecto de su novio. Claramente la fotografía la había tomado él, tumbado en la cama con su manubrio en primer plano y Paula semidesnuda de fondo.
¡Bingo!, tenemos dos víctimas por el precio de una. Pasé la imagen rápidamente a mi portátil y con el Photoshop, jugando con la saturación y el brillo la mejoré considerablemente, la primera parte de mi plan ya estaba en marcha. El resto era aún más fácil, cree una cuenta falsa en varias redes sociales e imprimí varias copias de la fotografía. Bendita tecnología, que fácil lo ha convertido todo. Aquella noche dormí poco, la emoción me tenía sobreexcitado, me sentía más vivo que en mucho tiempo.
La mañana siguiente llegué al colegio como siempre, pasé entre varios corritos de estudiantes y sus intrascendentes conversaciones como cada día, alegrándome de comprobar que nadie se fijaba en mí. Cuando sonó el timbre y todos entraron en clase me quedé el último y aproveché aquel minuto de soledad por los pasillos del edificio para colgar tres de las lascivas imágenes que llevaba impresas. Era imposible que alguien se fijara en mi momentánea ausencia y mucho menos sospechara de mí. Cuando entré en clase vi que la mayoría de compañeros seguían acomodándose y charlando, esperando la reprimenda del profesor de matemáticas. La segunda parte de la acción estaba completada, la última fue la más fácil, con discreción agarré mi móvil y con la cuenta falsa se la envié todos los contactos de mi hermana, incluso a muchos estudiantes a los que no tenía agregados ella pero Gonzalo sí. Misión finalizada, ataque combinado completado con éxito.
Pronto los murmullos interrumpieron la clase, descolocando al maestro que no entendía nada de lo que estaba pasando. La imagen se propagó como un virus.
—Pajero, tu hermana tiene unas buenas tetas —me dijo un alumno que se sentaba detrás de mí, pensando equivocadamente que aquello me molestaría.
—Paula me hacía mamadas —dijo otro en voz alta, arrancando las carcajadas de toda la clase ante el enfado del profesos.
—¡Silencio!, ¡¿a qué viene este alboroto!?
Ya era imparable, me costó no sonreír ante aquella maldad, no podía entender como la gente de mi edad podía ser tan estúpida, tanto como para hacerse fotos comprometidas con su celular o como para enviarlas o dejar que alguien las tuviera. En unas catorce horas había sembrado el caos, jaque al rey. Cuando salí al recreo observé que algún profesor o miembro del colegio ya había retirado las imágenes de la pared, pero eso no frenó en absoluto aquella metástasis en grado avanzado, nadie hablaba de otra cosa, sentí incluso excitación.
Cuando llegué a casa a la hora de comer vi a mi hermana sentada en el sofá de casa. Mis padres revoloteaban a su alrededor intentando ser comprensivos, animándola pese a pensar que aquella chiquilla había cometido la mayor de las estupideces. Me acerqué lentamente a ellos y pregunté:
—Supongo que todo esto es por la dichosa foto, ¿verdad?
—Nos ha llamado la directora a media mañana —contestó mi padre con cara de circunstancias.
—David, si tienes alguna información sobre lo que ha pasado te ruego que nos lo digas —me dijo mi madre en un alarde de psicología aplicada.
—Ni siquiera tengo redes sociales, han estado toda la mañana metiéndose conmigo y he tardado dos horas en entender que estaba pasando —mentí.
—Está claro que ese gilipollas de novio que tienes es el culpable —afirmó mi padre, dejando aparecer parte de su monumental enfado.
—No es el momento de buscar culpables, yo no veo a Gonzalo haciendo algo así —intentó apaciguar los ánimos mi madre.
—¡Vamos Gloria no seas ingenua!, la habrá mandado a algún amigo para hacerse el machito o cualquier tontería por el estilo —insistió mi padre mientras que Paula se frotaba los ojos compulsivamente, probablemente después de horas llorando.
Mi madre la agarró del brazo y se la llevó a la habitación mientras prometía prepararle una camamila y llevársela más tarde. Mi padre me miró y con complicidad me dijo:
—Esta tarde tenemos que ir a tu colegio para hablar del tema, me parece que van a expulsar a Gonzalo y está claro que tu hermana lo va a dejar, de eso me ocuparé personalmente si es necesario. Siento que todo esto te salpique hijo.
—No te preocupes papá, seguro que se olvidará pronto.
Capítulo III
Mientras que mis padres seguían reunidos en el colegio pude oír los gritos que mi hermana le profería a su novio a través del teléfono. Habría pagado lo que fuese por ver la cara del pobre diablo, con lo inútil que era seguramente no sabía ni imprimir un documento. Le había caído una tormenta de mierda sin comerlo ni beberlo. Sin novia, sin reputación, sin colegio, todo eso es lo que había perdido en el mejor de los casos. Mi hermana salía más perjudicada incluso, pero por lo menos con un poco de suerte en la universidad encontraría la manera de evadirse de todo aquello, cambiando de amistades a lo sumo. Meterse conmigo tenía un precio, era una lástima no poder alardear de ello, pero como ya he dicho anteriormente, no lo necesitaba.
Al fin llegaron mis padres con la tez incluso más blanca con la que se habían ido. Fueron directamente hasta la habitación de mi hermana y estuvieron más de una hora hablando con ella. En sus esfuerzos por ser unos padres del siglo XXI siguieron siendo comprensivos a pesar de sentirse obviamente decepcionados con su hija. Finalmente mi madre vino al salón y se sentó a mi lado, pensé en preguntar por el estado de Paula pero me dio miedo meter la pata, nunca había mostrado el más mínimo interés por ella y cambiar ahora de actitud, pese a la gravedad del asunto, podía ser sospechoso. Mi madre me explicó un poco la conversación que habían mantenido en el colegio, confirmándome la expulsión de Gonzalo hasta que finalmente me dijo:
—También hemos hablado de ti, David. La directora está un poco preocupada, dice que te cuesta relacionarte con tus compañeros, que eres muy solitario.
—No le veo el problema —contesté serio aunque sorprendido con el giro que había tomado la conversación.
—Pues lo hay hijo, no es normal que a tu edad no tengas amigos, que no salgas por allí con la gente a divertirte.
—Sigo sin verle el problema, es cosa mía —respondí cada vez más incómodo.
—La profesora de literatura española es una de las más preocupadas, la directora nos ha contado que le ha comentado este tema en más de una ocasión.
—Saco excelentes en su materia, eso es lo único que debería importarle.
—Ella lo hace con la mejor intención, es normal que la gente se interese por ti.
A pesar del tono comprensivo y preocupado de mi madre aquello estaba yendo por un camino no deseado para mí. Estuve varios minutos manteniendo un incómodo silencio hasta que, sin mirarle ni a la cara, pregunté:
—¿Hemos acabado?
—Hijo…
—Estaré en mi cuarto si quieres decirme algo más —informé justo antes de levantarme e irme.
La profesora de literatura, ¿qué demonios sabrá ella? ¿Qué narices le importa mi manera de vivir? Otra marginada que se siente mejor por las noches pensando que ella es una maestra de raza, una de esas que se preocupa realmente por sus alumnos. Por mí podía ser voluntaria de un comedor social, ponerse una redecilla en la cabeza y repartir lentejas o plantar árboles en África, lo que fuera menos meterse en mi vida. La maldita estúpida se había cargado el regocijo de mi acción y no se lo iba a perdonar. Suerte que en el último curso no tenía que ir a clase por las tardes, lo último que me apetecía era ver su cara de mojigata mirándome con ojos de incomprensión.
El largo día pasó junto a su larga noche. Acudí a clase aún enfadado con aquella aburrida y entrometida profesora, quería hacerle pagar la desfachatez de hablar de mí a mis espaldas pero era consciente de que debía ser algo rápido y poco elaborado o de lo contrario llamaría demasiado la atención. Llegó la hora del recreo y me encerré en uno de los baños del colegio. Premeditadamente me bajé los pantalones y la ropa interior y comencé a acariciarme el miembro. Por mi mente pasaban todo tipo de imágenes lujuriosas.
La de Nuria Biosca haciéndome una paja en su casa ganaba por goleada. Las empollonas eran tan deprimentes como útiles, la excusa de realizar un trabajo juntos fue suficiente para seducirla. No era guapa ni popular ni demasiado inteligente, pero era fácilmente manipulable y sabía mover las manos con la suficiente gracia como para provocarme un orgasmo. Enseguida se quedó prendada de mi labia y mi cuerpo fibroso, me gustaba porque requería poco esfuerzo. Odio la seducción, días y días de trabajo, mostrando lo mejor de ti e incluso engañando para llegar a un objetivo tan básico como el sexo. Prefería pagar a cualquier prostituta que perder el tiempo de esa manera, pero Nuria lo ponía tan fácil que se me hacía irresistible. Complaciente y rápida, esas eran sus virtudes. Me masturbé recordando aquellas delicadas manos subiendo y bajando mi prepucio hasta que eyaculé encima de un papel que llevaba impreso de casa.
Guardando mis fluidos como oro en paño llegué el primero a la clase de literatura, me cercioré bien de que nadie me veía y guardé aquel papel impregnado de mí en el primer cajón del escritorio de los profesores. Sabía que sería lo primero que haría Carmen, la entrometida maestra antes de comenzar la clase, abrir aquel cajón en busca de las tizas. Según lo previsto pocos minutos después el aula se fue llenando de estudiantes dispuestos a soportar una hora de soporífera lección. La señorita Íñiguez llegó puntual como siempre, saludó a todos a la vez que nos mandaba ir callando y abrió el cajón. Sentía mi corazón acelerarse, me embargaba la emoción mientras miraba atentamente aquella cara de perrita maltratada. Vi como metía la mano despacio, como si fuera a cámara lenta, de repente la expresión de su cara cambió por la de sorpresa, agarró aquel papel y rápidamente lo volvió a guardar, restregándose compulsivamente la mano contra su vestido. Lo que aquella mala pécora acababa de leer en mi bonita nota de amor mientras impregnaba sus dedos con mi leche era:
“Sí, es lo que piensas, SEMEN”
Carmen intentó comenzar la clase con normalidad, pero a los pocos minutos dijo que se sentía indispuesta y se largó a paso ligero ante la sorpresa del resto de chicos. Aquello fue más placentero que la paja que me había hecho hacía un rato, pensar como la había ultrajado, la facilidad con la que había violado su ingenuidad me llenaba de orgullo. A ver si esto se lo contaba a la directora, tanto que le gustaba hablar con ella visto lo visto. Terminaron el resto de clases y fui directo a casa a comer.
Mis padres y yo nos sentamos en la mesa dispuestos a degustar un buen cocido cuando me di cuenta de que mi hermana no estaba.
—¿Dónde está Paula? —pregunté intentando parecer ingenuo.
—No tenía demasiado apetito, comerá algo más tarde —la excusó mi madre.
La comida transcurrió aún más sosa de lo normal, mi padre agarró un plátano de postre y se fue rápidamente diciendo:
—Luego te llamo cariño, llego tarde a una reunión.
Aquello nos dejó solos a mi madre y a mí, momento que muy a mi pesar mi madre aprovechó:
—David, hijo, necesito que me hagas un favor. Sabes que comparto consulta con un compañero, ¿verdad?
—Sí.
—Vale, pues él es un tipo encantador, Miguel está especializado en conducta adolescente y me gustaría que le hicieras una visita.
—¿Qué?, ¿cómo?, ¿yo?
—Estamos un poco preocupados por ti, cada día eres más introvertido y eso no es sano.
—¿Pero qué pinto yo en un loquero?, ¡enviad a Paula que es idiota!
—Hijo, deja a tu hermana en paz—me ordenó con voz firme —solo quiero que charles un poco con él. Lo que habléis vosotros dos nadie lo sabrá nunca, es un psicólogo no un psiquiatra no hay nada de malo en que os conozcáis. Yo misma lo haría si no fuera contraproducente y poco recomendable.
—Mamá, ¿me podéis dejar en paz?, es que solo quiero eso de verdad. Saco buenas notas, no me meto en líos, ¿qué más queréis?
—Hazlo por mí, si no va bien la primera sesión lo dejas. Él me lo hace como un favor, tendrías que estar agradecido.
—¡¿Pero qué coño…?!
—¡David!, haz el favor de hablar bien, ya está decidido, el jueves a las cinco te quiero ver en la consulta.
Capítulo IV
Complejo de Edipo: En psicología, complejo de una persona, especialmente durante su niñez, por el que manifiesta un evidente sentimiento de amor hacia al padre del sexo contrario y un sentimiento de rivalidad hacia el padre del mismo sexo; se aplica más concretamente al del hombre, por el que manifiesta amor por su madre y rivalidad hacia su padre.
A las cinco en punto llegué puntual a mi obligada cita. Cuando entré en aquel piso que mi madre compartía con su socio una jovencita recepcionista de muy buen ver me atendió y me indicó dónde estaba el despacho de Miguel. Al entrar un tipo de unos cincuenta años, vestido como lo haría un catedrático de filosofía, me estrechó débilmente la mano mientras me daba la bienvenida:
—Buenas tardes David, es un placer conocerte. Pasa por favor, ¿te importa que te tuee?
Le devolví el apretón de manos con todas mis fuerzas, acercándome a dislocarle un dedo y contesté:
—No sin invitarme a cenar primero.
El psicólogo sonrió y yo mientras me acomodaba en un sillón sentía que aquella tarde se me iba a hacer eterna.
—Pensaba que me estiraría en un diván mientras usted me preguntaba sobre aquello y lo otro.
—Aquí pensamos que es mejor mirar a nuestros pacientes cara a cara, el tema del diván es muy cinematográfico, pero poco efectivo. Dígame, ¿viene usted voluntariamente?
—Por supuesto que no.
—¿No?, pero es usted mayor de edad, ¿me equivoco?
—A efectos prácticos es lo mismo que si tuviera diez años, no gozo de independencia económica.
—Sin embargo la ley le permite tomar esta clase de decisiones a usted mismo.
—Por eso he dicho a efectos prácticos y no legales.
Miguel esbozó una nueva sonrisa antes de continuar:
—Bien, usted viene aquí porque su madre se lo ha recomendado tengo entendido, hay cierta preocupación en su entorno, creen que es usted muy huraño, antisocial.
—Me centro en lo que me interesa, eso es todo, no necesito exhibir mis aficiones o sentimientos.
—¿Y no cree que eso lo convierte en una persona introvertida?
—No, yo no tengo dificultades para manifestar mis sentimientos, simplemente no me interesa.
—De acuerdo, volvamos a lo que me acaba de comentar, ¿qué aficiones tiene?
—La lectura, el deporte, la música, lo típico de una persona de mi edad.
—Curioso —dijo mientras se frotaba el mentón pensativo —no sabía que practicase ningún deporte.
—Practico varias artes marciales.
—¿Ah sí?, muy interesante, ¿está apuntado a algún gimnasio?, ¿qué arte marcial es la que más le gusta?
—Me gusta el aikido, soy un autodidacta.
—Creía que era imprescindible practicar las llaves con algún compañero —viendo que respondía con un simple silencio Miguel prosiguió: —¿qué es lo que más le gusta del aikido?
—Poder controlar a una persona utilizando simplemente dos dedos.
Ahora fue el psicólogo el que se quedó callado, pensativo, dio un sorbo a algún brebaje que tenía en una taza y prosiguió:
—¿Le gusta a usted el control?
—¿Y a quién no?
—Se sorprendería de lo que le gusta y lo que le deja de gustar a mucha gente. Dejemos el tema, ¿qué estilo musical es su favorito?, ¿algún grupo en particular?
—No creo que los conozca.
—Bueno, eso ya lo veremos, a mí me gusta Cat Stevens, ¿y a usted?
—Sneaker Pimps, por ejemplo.
—¿Alguna canción en particular?
—Bloodsport.
—¿Y de qué habla?
—De un chico que se queja de las lecciones de su madre, le echa en cara que no le hablase de que el amor y el sexo es un deporte sangriento.
Miguel meditó aquella respuesta, intentaba que pareciera que tenía la situación controlada pero seguramente no sabía por dónde atacarme.
—El sexo, ese es otro tema importante, ¿ha tenido muchas relaciones sexuales?
—Las necesarias.
—Pero nunca ha presentado ninguna pareja a su familia, ¿verdad?, ni parece que dedique demasiado tiempo a estar con nadie.
—Me ha preguntado por el sexo, si lo que quiere preguntarme es si he tenido alguna relación sentimental entonces le diré que la respuesta es no.
—De acuerdo, de acuerdo. Dígame, ¿es usted heterosexual?
—Sí, a mi pesar.
—¿Le habría gustado ser homosexual?
—Me habría gustado que mis tendencias fueran lo más plurales posibles, cuantos más peces en el mar más fácil es pescar.
—Veo que tiene usted respuesta para todo, ¿cree que es una persona inteligente?
—Lo soy.
—¿Cómo lo sabe?
—Es empíricamente demostrable, además, estoy seguro de que mi madre ya le ha hablado de eso, vulnerando en cierta manera la privacidad del paciente.
Otra sonrisa del psicólogo, cada una de ellas era una derrota, un punto que subía a mi casillero.
—Es posible que me haya comentado algo, también que le gusta el ajedrez. Yo jugué en mi juventud, ¿qué Elo tiene?
—No compito, no necesito ir a ningún torneo para saber que soy Gran Maestro.
—¿Bobby Fischer o Kaspárov?
—Ninguno de los dos, jugadores mediatizados, politizados, cobardes. Mikhail Talh, jugador arriesgado y ofensivo, no se fijaba en el palmarés, ganaba o perdía pero nunca estaba a la defensiva.
—¿Se identifica con él?, ¿con su agresividad? ¿Sientes rabia, David?
—Ninguna.
—¿Estás seguro?, tienes un discurso muy bien armado, se te nota. Eres brillante, pero a veces la inseguridad se puede camuflar de muchas maneras. Una de ellas es en forma de coraza, de cinismo, de pasotismo. Es peligroso vivir así, la ira contenida puede hacer mucho daño.
—No siento ninguna ira, tan solo estoy asqueado por tener que venir aquí a escuchar sus estupideces de manual. El mundo me aborrece, eso es todo. ¿Cree que todo es así de sencillo?, ¿se siente como Hannibal Lecter interpretando a Clarice? Lo siento pero no tiene nada que hacer conmigo, ningún pseudointelectual que se crea un humanista por llevar una americana de pana con parches en los codos tiene nada que hacer conmigo. Sonría ahora, beba un trago de lo que sea que hay en esa taza y hágame la siguiente pregunta. ¡Ah!, y le he dicho que no tiene permiso para tutearme, no vuelva a olvidarlo.
La expresión del psicólogo se endureció, aquel era mi primer ataque directo y había dado en el centro de la diana, ahora era el momento de darle la estocada final, librarme de una vez por todas de aquel payaso con licenciatura.
—¿Tiene algún vicio, señor Macía?
—Ninguno.
—¿Ninguno?, ¿no fuma?, ¿no bebe?
—No.
—¿Nunca miente? —insistió él.
—Por supuesto que sí, pero no tengo el hábito de hacerlo, por lo tanto no es un vicio.
Miguel inspiró profundamente, parecía agotado, había llegado con una actitud distante pero ahora estábamos tan lejos el uno del otro que no compartíamos ni el mismo continente.
—Volvamos al tema del sexo, no le gusta perder el tiempo, ¿cómo obtiene placer entonces?, el cortejo es algo necesario creo yo.
—Quizás en su época, quizás para usted.
—Ilumíneme —dijo el psicólogo con una mezcla de amargura y sarcasmo.
—Fácil, prostitutas, masturbación y chicas fácilmente manipulables.
—¿Nunca se ha enamorado?
—No me permito tal cosa, yo controlo mi cuerpo y mi mente no mis hormonas.
—¿No es una visión de la vida algo triste?
—Yo no hago las reglas, simplemente las juego a mi manera, lo mejor que sé.
Miguel empezó a rascarse por varias partes de la cara y el cuello, nervioso e incómodo, no sé quién de los dos tenía más ganas de perder al otro de vista.
—¿Alguna vez ha deseado a alguna mujer que le fuera inalcanzable?
—Muchas veces.
—¿Por ejemplo?
—Jessica Alba, Megan Fox.
—¿Alguien más cercano a usted, de su entorno?
Aquel era mi momento, el psicólogo estaba harto de mí y yo de él, tenía que aprovecharme.
—También —respondí con desgana.
—¿A quién, si puedo preguntar?
—A mi madre.
La bomba ya había detonado, ahora solo faltaba ver cuanta metralla le iba a impactar.
—Te debe parecer muy gracioso —afirmó desencantado.
—Por una vez que abro mi corazoncito y usted me ignora, es terrible en su trabajo, ¿no cree?
—Reconozco a un provocador en cuanto cruza la puerta.
—Vamos, es algo muy natural, casi todos los varones lo padecen, se llama complejo de Edipo, ¿no estudió eso en la carrera? Además, usted pasa el día con mi madre, no me dirá que nunca ha fantaseado con tirársela. Arrancarle las medias y poseerla brutalmente. La señora Pajas mostrándole sus enormes pechos, desparramándolos encima de su escritorio. Sea sincero.
—Creo que hemos terminado por hoy —contestó él poniéndose de pie.
—¿De verdad no va a ayudarme?, ya no puedo vivir así, tengo el bálano irritado de tanto masturbarme pensando en mi progenitora.
—Nos veremos el próximo día, gracias por venir —se limitó a decir abriendo la puerta de la consulta e indicándome la salida con la mano.
Regresé andando a casa con tranquilidad, sonriendo por mi actuación estelar. Estaba convencido de que el socio de mi madre no iba a querer volverme a ver, había recuperado mi libertad, mi autonomía, incluso me había divertido en la parte final de la sesión con aquel hombrecillo. Al entrar en casa pude escuchar a mi hermana gritándole al móvil, era la cuarta o la quinta discusión que Gonzalo y ella tenían a través del teléfono, todo iba como la seda. Me encerré en mi habitación, me vestí con ropa de deporte y entrené más de una hora hasta quedar exhausto. Después de una larga y reparadora ducha salí al pasilla tapado solo con una toalla en la cintura cuando mi madre, que ya había vuelto a casa del trabajo, se interpuso en mi camino:
—Miguel dice que seguir con la terapia sería contraproducente, no sé qué debe haber pasado esta tarde pero parecía afectado.
—No ha pasado nada mamá, simplemente que no ha encontrado ningún problema que deba ser tratado, eso es todo, estoy perfectamente.
—Yo no estoy tan segura de que pensara eso, en cualquier caso la terapia debe continuar. La excepcionalidad de los acontecimientos me obliga a hacer algo que está completamente desaconsejado, pero no le veo más remedio.
—¿De qué estás hablando?
—A partir de ahora tendrás sesiones de terapia conmigo, no me veas como tu madre, seré tu psicóloga a todos los efectos, empezaremos el lunes que viene.
David Hugo Macía Pajas. Efectivamente, os estoy revelando mi nombre. ¡Empezamos bien!, que diría el chiste. Si ya de por sí no era suficientemente humillante la combinación de apellidos mis padres tuvieron la genial idea de ponerme un nombre compuesto. Da prestigio, alegaron siempre. Lo cierto es que cuando mis compañeros se cansaron de las bromas en las que yo era un practicante compulsivo de onanismo entonces llegaron las homosexuales, dónde un tal Hugo me masturbaba sistemáticamente a mí, David. Todo muy elaborado, como suele pasar a estas edades. No les cargaré toda la culpa a mis progenitores, ellos lo intentaron, me llevaron al colegio más abierto y transigente que pudieron encontrar en Madrid, un sitio dónde poder desarrollar la sensibilidad que se me presuponía. Una comunidad en la que mi hermana y yo seríamos libres, felices y partícipes de una gran comunidad abierta y avanzada.
Por suerte el calvario de las bromas para retrasados no las sufrí solo, me animaba pensar que a la señorita Paula Daniela Macía Pajas también le cayó lo suyo. Estando yo cursando el último año antes de la universidad, envidiaba pensar que mi hermana había conseguido salir de aquel antro hippie-izquierdoso para comenzar la carrera. Cierto que seguro que en psicología algún gracioso se encontraría, pero por lo menos en la universidad pública no pasarían lista todos los días, animando a los simples a reírse y envalentonarse con algún chascarrillo, buscando el reconocimiento fácil e inmediato.
Reitero, no fue el nombre lo que me convirtió en lo que soy. Fue la apatía, la indiferencia, la superioridad moral, la altivez malentendida, no lo sé, podríamos preguntárselo a las mujeres de mi familia, una psicóloga publicada y la otra en construcción. Simplemente nunca he sido capaz de concentrarme en lo que la sociedad consideraría normal. Podría haber disimulado, vivido un engaño, esforzado, pero no quise. Nunca me decidí por ser parte de ninguna de las pequeñas sociedades que convivían en el peculiar ecosistema que es un centro escolar.
Los deportistas, una mezcla de chicos sanos y vanidosos que viven por y para entrenar. Supongo que se excitan al mirar sus cuerpos musculados en el espejo, pero, yo siempre he tenido un defecto, soy heterosexual. Sí, por supuesto que es una imperfección, hay unos siete mil doscientos treinta millones de habitantes en el planeta, y yo empiezo el juego teniendo que descartar a la mitad por ser varones. Al diablo los deportistas, estoy en forma, conozco veintidós formas distintas de matar a un ser humano con las manos y no he necesitado que ningún cincuentón barrigudo con un silbato en la boca me dé lecciones de nada después de clase.
Los intelectuales, unos insufribles pedantes que hablan siempre de los mismos autores, debaten e incluso utilizan las instalaciones del colegio para ensayar sus obras de teatro. Obras que, por si fuera poco, nos obligan a ver al resto de alumnos cada trimestre. He leído más que todos ellos juntos, expertos en memorizar frases prefabricadas para ligar, hipócritas falso-sensibles que utilizan su rostro barbilampiño para intentar, frustradamente, dejarse algo parecido a una perilla, imitando a los pensadores franceses de antaño. Despertad queridos, no os llamáis Pierre y la boina en España está de moda solo pasado los setenta años.
Los empollones, marginados cubiertos de acné que estudian simplemente porque no tienen nada mejor que hacer. Adolescentes vestidas como monjas que sueñan con que algún interesante macho las penetre sin compasión, arrancándole los leotardos de colores mientras ellas leen la lección del día entre orgasmo y orgasmo. Abrid los ojos, eso no pasará, la gente popular de vuestra clase no sueña en secreto con vosotros, simplemente no sabe que existís. Saco mejores notas que vosotros sin despeinarme, no necesito llevar anteojos de culo de vaso para bordar mis calificaciones y detesto la pana, especialmente cuando hace calor.
No puedo olvidarme de los malotes, repetidores fumadores de hierba, agresivos homo sapiens inundados de testosterona. Líderes del aula que esconden problemas como la dislexia, el TDH o simplemente un padre dominante y alcohólico. Siento decíroslo, pero soy mucho más transgresor que vosotros, simplemente no necesito que nadie aplauda mis actos, podéis quedaros con el reconocimiento.
Quizás podría haber encajado con los frikis, inofensivos personajes que se unen haciendo su propia tribu urbana. Da igual que lo tuyo sea Star Trek, las partidas de rol o el heavy metal, la mente abierta de estos seres, habitantes del eslabón más bajo de la sociedad estudiantil siempre podrá acogerte. La lástima es que no me gusta ni la ropa negra, ni la caspa ni el Anime. Si queréis jugar a un juego de estrategia, olvidad los dados y sentaros a jugar al ajedrez conmigo, la rencarnación del mismísimo Mikhail Talh caerá como un martillo sobre vuestras pobres almas, parafraseándolo os diré: “hay dos clases de sacrificios, los correctos y los míos”.
Y es cierto que sacrifiqué muchas cosas, pero a mis dieciocho años y a menos de seis meses de graduarme puedo afirmar con orgullo que soy un inadaptado, una persona sin amigos. Mis convicciones me han hecho fuerte para no sucumbir al río de borregos que llena los pasillos del colegio, las calles o los centros comerciales. Creo firmemente todo lo que digo, el problema empieza cuando una persona se queda sin retos, entonces, a veces, tu mente empieza a tomar riesgos. Se olvida de toda la educación, las normas sociales y lo políticamente correcto e intenta ir siempre más y más allá, como si fuera una droga. No es fácil sentirse vivo en el siglo XXI, no es fácil no morir de aburrimiento.
Capítulo II
Fue de golpe, un día me desperté y necesité sacar lo que llevaba en mi interior. Desenmascarar a la sociedad, estimular sus más bajos instintos. Nos llenamos la boca de palabras bien intencionadas y condolencias cuando ponemos los informativos y vemos que el grupo terrorista de turno, cualquier radical casado con el salafismo ha cometido un atentado. Teñimos el mundo con la bandera del país perjudicado, enarbolamos el emblema de la libertad. Sin embargo nos quedamos pegados a la pantalla, oliendo la sangre, esperando ver imágenes de cuerpos mutilados y familiares llorando. Las chicas más populares entran corriendo a las redes sociales para aplicar el filtro de la bandera en su estudiadísima foto de perfil, posando como si estuvieran en una macabra alfombra roja. A veces parece que desean que al mundo le atice una desgracia solo para tener la excusa perfecta para lucir nuevo modelito y curvas.
Los terroristas a su vez disfrutan viendo a occidente temblar, orgullosos envían a todas las cadenas sus vídeos reivindicando la matanza, parece que también posen, incluso editan imágenes apocalípticas para intentar sembrar aún más el pánico. Yo no necesito eso, disfruto tan solo viendo los resultados, me carcajeo internamente en cada una de mis acciones. Soy el hermano malo de Batman, menos hortera y sin necesidad de notoriedad, el foco con mi símbolo se lo regalo al amigo rata con alas, tan solo acudo a mi propia llamada.
Lo primero que necesité fue una víctima, alguien que nunca sospechara de mí y que a su vez fuera foco de mi diversión. Lo tuve claro, mi hermana un año mayor que yo llevaba mucho tiempo pidiéndolo a gritos. Me asqueaba su mediocridad, su convencionalismo. Otra de tantas personas cortada por el mismo patrón, fácilmente clasificable. Si vivera en Estados Unidos mínimo habría alcanzado la cima convirtiéndose en la jefa de animadoras. También se rieron de ella por tan inoportuna combinación de apellidos, hasta que le crecieron las tetas por supuesto, entonces los chicos buscaban que les hiciera una paja y no humillarla. Hete aquí una gran metáfora.
Metro setenta, castaña clara, ojos verdes, nariz bien perfilada, labios gruesos, orejas pequeñas y pegadas, facciones armónicas, talla noventa de sujetador, cintura de avispa, nalgas trabajadas, trasero respingón, tono de piel adecuado, piernas largas y torneadas, pies pequeños y elegantes, manos finas de pianista, uñas cuidadas, ciento ocho de coeficiente intelectual, ¿necesitáis algo más? A mi hermana no la fecundaron, la recortaron directamente de una revista de moda y nuevas tendencias.
Tenía mi primera acción en mente, lo que nunca pensé fue que sería tan fácil.
—¡David, Paula, a cenar! —anunció mi madre desde la cocina, terminando de emplatar unos guisantes con jamón y cebolla.
Lo bueno de las nuevas tecnologías es que son como las personas, todas son iguales dentro del grupo adecuado. En este caso debía agradecerle a mis padres que nos hubieran regalado el mismo móvil las navidades pasadas, en su afán por no discriminarnos nunca habían simplificado mucho mis planes. Mi hermana dejó su Smartphone en el sofá, descansando por un rato hasta que volviese de cenar y siguiera machacando sus partes táctiles para parlotear con sus amigas o su novio. Tan solo tuve que poner el mío cerca, gracias al bluetooth y con el programa adecuado en poco tiempo se copiarían todas sus fotos e información al mío, sin contraseñas ni permisos. Estaba ansioso porque concluyera la cena, me esperaba un divertido rato cotilleando aquella vida tan standard, inmiscuyéndome en sus más íntimos secretos.
—¿Qué tal va el último año de colegio, David? —preguntó mi padre como un autómata, siguiendo la programación de su sistema binario.
—Bien, como siempre.
—¿Ya hay alguna chica por allí a la que quieras presentarnos? —añadió saliéndose ligeramente del guion.
—No.
—Ay hijo, que soso eres de verdad —intervino mi madre ante mi desdén.
—No hay nadie a la que presentaros, ¿no veis que es un bicho raro? —dijo mi hermana siempre dispuesta a poner su granito de arena.
—Deja en paz a tu hermano —le ordenó mi padre.
—Pero si es verdad, ni chicas, ni amigos, ni nada, es como un ermitaño de diecisiete años.
No me sorprendió que mi hermana ni siquiera supiese la edad que tengo o su afán por meterse conmigo, simplemente me daba absolutamente igual.
—Paula, basta por favor.
—Pero si es verdad papá, es como un fantasma, vive en su mundo como un autista. Yo creo que es asperger.
—Que desperdicio de dinero el invertido en tu carrera hermanita, deberías estudiar más y quedar menos con tu novio. Por cierto, ¿cómo le va?, compartí un año entretenido con Gonzalo cuando repitió, pero claro a la segunda vez perdimos el contacto. Quizás deberías psicoanalizarle a él y dejarme a mí tranquilo, me parece que el pobre muchacho necesita ayuda, tiene claros problemas de aprendizaje.
Aquello fue un latigazo para mi hermana, un torpedo en su línea de flotación. Salir con el malote de clase cuando tienes dieciséis años es glamuroso, pero cuando vas a la universidad empieza a ser más conflictivo.
—Haya paz —sentenció mi madre, viendo la cara compungida de su hija.
El resto de la cena transcurrió casi en silencio, por un momento pensé que Paula acabaría haciendo algún que otro puchero, pero no tuve tanta suerte. Se levantó la primera de la mesa y salió disparada a por su más preciado objeto de valor, su móvil, aquel consolador digital que tanto placer le daba a la vez que poco a poco le practicaba una lobotomización cerebral. Ni por un momento sospechó que ese pequeño trasto se había convertido en mi mayor cómplice. El siguiente en levantarse fui yo y después de dar las buenas noches recogí también mi teléfono y me encerré en mi cuarto como era costumbre en mí
Enseguida comprobé que la copia había sido completada con éxito y estuve más de una hora sumergido entre whatsapps intrascendentes y selfies estúpidos. Por un momento pensé que era tan simple que no encontraría nada de valor, pero mi paciencia obtuvo su recompensa. Una foto, una magnífica y valiosa foto hizo que casi llorara de la emoción. En ella se apreciaba con cierta dificultad por culpa de la oscuridad pero suficientemente bien a mi hermana en topless, con sus cotizados pechos al aire observando libidinosamente lo que, bien seguro, era el miembro erecto de su novio. Claramente la fotografía la había tomado él, tumbado en la cama con su manubrio en primer plano y Paula semidesnuda de fondo.
¡Bingo!, tenemos dos víctimas por el precio de una. Pasé la imagen rápidamente a mi portátil y con el Photoshop, jugando con la saturación y el brillo la mejoré considerablemente, la primera parte de mi plan ya estaba en marcha. El resto era aún más fácil, cree una cuenta falsa en varias redes sociales e imprimí varias copias de la fotografía. Bendita tecnología, que fácil lo ha convertido todo. Aquella noche dormí poco, la emoción me tenía sobreexcitado, me sentía más vivo que en mucho tiempo.
La mañana siguiente llegué al colegio como siempre, pasé entre varios corritos de estudiantes y sus intrascendentes conversaciones como cada día, alegrándome de comprobar que nadie se fijaba en mí. Cuando sonó el timbre y todos entraron en clase me quedé el último y aproveché aquel minuto de soledad por los pasillos del edificio para colgar tres de las lascivas imágenes que llevaba impresas. Era imposible que alguien se fijara en mi momentánea ausencia y mucho menos sospechara de mí. Cuando entré en clase vi que la mayoría de compañeros seguían acomodándose y charlando, esperando la reprimenda del profesor de matemáticas. La segunda parte de la acción estaba completada, la última fue la más fácil, con discreción agarré mi móvil y con la cuenta falsa se la envié todos los contactos de mi hermana, incluso a muchos estudiantes a los que no tenía agregados ella pero Gonzalo sí. Misión finalizada, ataque combinado completado con éxito.
Pronto los murmullos interrumpieron la clase, descolocando al maestro que no entendía nada de lo que estaba pasando. La imagen se propagó como un virus.
—Pajero, tu hermana tiene unas buenas tetas —me dijo un alumno que se sentaba detrás de mí, pensando equivocadamente que aquello me molestaría.
—Paula me hacía mamadas —dijo otro en voz alta, arrancando las carcajadas de toda la clase ante el enfado del profesos.
—¡Silencio!, ¡¿a qué viene este alboroto!?
Ya era imparable, me costó no sonreír ante aquella maldad, no podía entender como la gente de mi edad podía ser tan estúpida, tanto como para hacerse fotos comprometidas con su celular o como para enviarlas o dejar que alguien las tuviera. En unas catorce horas había sembrado el caos, jaque al rey. Cuando salí al recreo observé que algún profesor o miembro del colegio ya había retirado las imágenes de la pared, pero eso no frenó en absoluto aquella metástasis en grado avanzado, nadie hablaba de otra cosa, sentí incluso excitación.
Cuando llegué a casa a la hora de comer vi a mi hermana sentada en el sofá de casa. Mis padres revoloteaban a su alrededor intentando ser comprensivos, animándola pese a pensar que aquella chiquilla había cometido la mayor de las estupideces. Me acerqué lentamente a ellos y pregunté:
—Supongo que todo esto es por la dichosa foto, ¿verdad?
—Nos ha llamado la directora a media mañana —contestó mi padre con cara de circunstancias.
—David, si tienes alguna información sobre lo que ha pasado te ruego que nos lo digas —me dijo mi madre en un alarde de psicología aplicada.
—Ni siquiera tengo redes sociales, han estado toda la mañana metiéndose conmigo y he tardado dos horas en entender que estaba pasando —mentí.
—Está claro que ese gilipollas de novio que tienes es el culpable —afirmó mi padre, dejando aparecer parte de su monumental enfado.
—No es el momento de buscar culpables, yo no veo a Gonzalo haciendo algo así —intentó apaciguar los ánimos mi madre.
—¡Vamos Gloria no seas ingenua!, la habrá mandado a algún amigo para hacerse el machito o cualquier tontería por el estilo —insistió mi padre mientras que Paula se frotaba los ojos compulsivamente, probablemente después de horas llorando.
Mi madre la agarró del brazo y se la llevó a la habitación mientras prometía prepararle una camamila y llevársela más tarde. Mi padre me miró y con complicidad me dijo:
—Esta tarde tenemos que ir a tu colegio para hablar del tema, me parece que van a expulsar a Gonzalo y está claro que tu hermana lo va a dejar, de eso me ocuparé personalmente si es necesario. Siento que todo esto te salpique hijo.
—No te preocupes papá, seguro que se olvidará pronto.
Capítulo III
Mientras que mis padres seguían reunidos en el colegio pude oír los gritos que mi hermana le profería a su novio a través del teléfono. Habría pagado lo que fuese por ver la cara del pobre diablo, con lo inútil que era seguramente no sabía ni imprimir un documento. Le había caído una tormenta de mierda sin comerlo ni beberlo. Sin novia, sin reputación, sin colegio, todo eso es lo que había perdido en el mejor de los casos. Mi hermana salía más perjudicada incluso, pero por lo menos con un poco de suerte en la universidad encontraría la manera de evadirse de todo aquello, cambiando de amistades a lo sumo. Meterse conmigo tenía un precio, era una lástima no poder alardear de ello, pero como ya he dicho anteriormente, no lo necesitaba.
Al fin llegaron mis padres con la tez incluso más blanca con la que se habían ido. Fueron directamente hasta la habitación de mi hermana y estuvieron más de una hora hablando con ella. En sus esfuerzos por ser unos padres del siglo XXI siguieron siendo comprensivos a pesar de sentirse obviamente decepcionados con su hija. Finalmente mi madre vino al salón y se sentó a mi lado, pensé en preguntar por el estado de Paula pero me dio miedo meter la pata, nunca había mostrado el más mínimo interés por ella y cambiar ahora de actitud, pese a la gravedad del asunto, podía ser sospechoso. Mi madre me explicó un poco la conversación que habían mantenido en el colegio, confirmándome la expulsión de Gonzalo hasta que finalmente me dijo:
—También hemos hablado de ti, David. La directora está un poco preocupada, dice que te cuesta relacionarte con tus compañeros, que eres muy solitario.
—No le veo el problema —contesté serio aunque sorprendido con el giro que había tomado la conversación.
—Pues lo hay hijo, no es normal que a tu edad no tengas amigos, que no salgas por allí con la gente a divertirte.
—Sigo sin verle el problema, es cosa mía —respondí cada vez más incómodo.
—La profesora de literatura española es una de las más preocupadas, la directora nos ha contado que le ha comentado este tema en más de una ocasión.
—Saco excelentes en su materia, eso es lo único que debería importarle.
—Ella lo hace con la mejor intención, es normal que la gente se interese por ti.
A pesar del tono comprensivo y preocupado de mi madre aquello estaba yendo por un camino no deseado para mí. Estuve varios minutos manteniendo un incómodo silencio hasta que, sin mirarle ni a la cara, pregunté:
—¿Hemos acabado?
—Hijo…
—Estaré en mi cuarto si quieres decirme algo más —informé justo antes de levantarme e irme.
La profesora de literatura, ¿qué demonios sabrá ella? ¿Qué narices le importa mi manera de vivir? Otra marginada que se siente mejor por las noches pensando que ella es una maestra de raza, una de esas que se preocupa realmente por sus alumnos. Por mí podía ser voluntaria de un comedor social, ponerse una redecilla en la cabeza y repartir lentejas o plantar árboles en África, lo que fuera menos meterse en mi vida. La maldita estúpida se había cargado el regocijo de mi acción y no se lo iba a perdonar. Suerte que en el último curso no tenía que ir a clase por las tardes, lo último que me apetecía era ver su cara de mojigata mirándome con ojos de incomprensión.
El largo día pasó junto a su larga noche. Acudí a clase aún enfadado con aquella aburrida y entrometida profesora, quería hacerle pagar la desfachatez de hablar de mí a mis espaldas pero era consciente de que debía ser algo rápido y poco elaborado o de lo contrario llamaría demasiado la atención. Llegó la hora del recreo y me encerré en uno de los baños del colegio. Premeditadamente me bajé los pantalones y la ropa interior y comencé a acariciarme el miembro. Por mi mente pasaban todo tipo de imágenes lujuriosas.
La de Nuria Biosca haciéndome una paja en su casa ganaba por goleada. Las empollonas eran tan deprimentes como útiles, la excusa de realizar un trabajo juntos fue suficiente para seducirla. No era guapa ni popular ni demasiado inteligente, pero era fácilmente manipulable y sabía mover las manos con la suficiente gracia como para provocarme un orgasmo. Enseguida se quedó prendada de mi labia y mi cuerpo fibroso, me gustaba porque requería poco esfuerzo. Odio la seducción, días y días de trabajo, mostrando lo mejor de ti e incluso engañando para llegar a un objetivo tan básico como el sexo. Prefería pagar a cualquier prostituta que perder el tiempo de esa manera, pero Nuria lo ponía tan fácil que se me hacía irresistible. Complaciente y rápida, esas eran sus virtudes. Me masturbé recordando aquellas delicadas manos subiendo y bajando mi prepucio hasta que eyaculé encima de un papel que llevaba impreso de casa.
Guardando mis fluidos como oro en paño llegué el primero a la clase de literatura, me cercioré bien de que nadie me veía y guardé aquel papel impregnado de mí en el primer cajón del escritorio de los profesores. Sabía que sería lo primero que haría Carmen, la entrometida maestra antes de comenzar la clase, abrir aquel cajón en busca de las tizas. Según lo previsto pocos minutos después el aula se fue llenando de estudiantes dispuestos a soportar una hora de soporífera lección. La señorita Íñiguez llegó puntual como siempre, saludó a todos a la vez que nos mandaba ir callando y abrió el cajón. Sentía mi corazón acelerarse, me embargaba la emoción mientras miraba atentamente aquella cara de perrita maltratada. Vi como metía la mano despacio, como si fuera a cámara lenta, de repente la expresión de su cara cambió por la de sorpresa, agarró aquel papel y rápidamente lo volvió a guardar, restregándose compulsivamente la mano contra su vestido. Lo que aquella mala pécora acababa de leer en mi bonita nota de amor mientras impregnaba sus dedos con mi leche era:
“Sí, es lo que piensas, SEMEN”
Carmen intentó comenzar la clase con normalidad, pero a los pocos minutos dijo que se sentía indispuesta y se largó a paso ligero ante la sorpresa del resto de chicos. Aquello fue más placentero que la paja que me había hecho hacía un rato, pensar como la había ultrajado, la facilidad con la que había violado su ingenuidad me llenaba de orgullo. A ver si esto se lo contaba a la directora, tanto que le gustaba hablar con ella visto lo visto. Terminaron el resto de clases y fui directo a casa a comer.
Mis padres y yo nos sentamos en la mesa dispuestos a degustar un buen cocido cuando me di cuenta de que mi hermana no estaba.
—¿Dónde está Paula? —pregunté intentando parecer ingenuo.
—No tenía demasiado apetito, comerá algo más tarde —la excusó mi madre.
La comida transcurrió aún más sosa de lo normal, mi padre agarró un plátano de postre y se fue rápidamente diciendo:
—Luego te llamo cariño, llego tarde a una reunión.
Aquello nos dejó solos a mi madre y a mí, momento que muy a mi pesar mi madre aprovechó:
—David, hijo, necesito que me hagas un favor. Sabes que comparto consulta con un compañero, ¿verdad?
—Sí.
—Vale, pues él es un tipo encantador, Miguel está especializado en conducta adolescente y me gustaría que le hicieras una visita.
—¿Qué?, ¿cómo?, ¿yo?
—Estamos un poco preocupados por ti, cada día eres más introvertido y eso no es sano.
—¿Pero qué pinto yo en un loquero?, ¡enviad a Paula que es idiota!
—Hijo, deja a tu hermana en paz—me ordenó con voz firme —solo quiero que charles un poco con él. Lo que habléis vosotros dos nadie lo sabrá nunca, es un psicólogo no un psiquiatra no hay nada de malo en que os conozcáis. Yo misma lo haría si no fuera contraproducente y poco recomendable.
—Mamá, ¿me podéis dejar en paz?, es que solo quiero eso de verdad. Saco buenas notas, no me meto en líos, ¿qué más queréis?
—Hazlo por mí, si no va bien la primera sesión lo dejas. Él me lo hace como un favor, tendrías que estar agradecido.
—¡¿Pero qué coño…?!
—¡David!, haz el favor de hablar bien, ya está decidido, el jueves a las cinco te quiero ver en la consulta.
Capítulo IV
Complejo de Edipo: En psicología, complejo de una persona, especialmente durante su niñez, por el que manifiesta un evidente sentimiento de amor hacia al padre del sexo contrario y un sentimiento de rivalidad hacia el padre del mismo sexo; se aplica más concretamente al del hombre, por el que manifiesta amor por su madre y rivalidad hacia su padre.
A las cinco en punto llegué puntual a mi obligada cita. Cuando entré en aquel piso que mi madre compartía con su socio una jovencita recepcionista de muy buen ver me atendió y me indicó dónde estaba el despacho de Miguel. Al entrar un tipo de unos cincuenta años, vestido como lo haría un catedrático de filosofía, me estrechó débilmente la mano mientras me daba la bienvenida:
—Buenas tardes David, es un placer conocerte. Pasa por favor, ¿te importa que te tuee?
Le devolví el apretón de manos con todas mis fuerzas, acercándome a dislocarle un dedo y contesté:
—No sin invitarme a cenar primero.
El psicólogo sonrió y yo mientras me acomodaba en un sillón sentía que aquella tarde se me iba a hacer eterna.
—Pensaba que me estiraría en un diván mientras usted me preguntaba sobre aquello y lo otro.
—Aquí pensamos que es mejor mirar a nuestros pacientes cara a cara, el tema del diván es muy cinematográfico, pero poco efectivo. Dígame, ¿viene usted voluntariamente?
—Por supuesto que no.
—¿No?, pero es usted mayor de edad, ¿me equivoco?
—A efectos prácticos es lo mismo que si tuviera diez años, no gozo de independencia económica.
—Sin embargo la ley le permite tomar esta clase de decisiones a usted mismo.
—Por eso he dicho a efectos prácticos y no legales.
Miguel esbozó una nueva sonrisa antes de continuar:
—Bien, usted viene aquí porque su madre se lo ha recomendado tengo entendido, hay cierta preocupación en su entorno, creen que es usted muy huraño, antisocial.
—Me centro en lo que me interesa, eso es todo, no necesito exhibir mis aficiones o sentimientos.
—¿Y no cree que eso lo convierte en una persona introvertida?
—No, yo no tengo dificultades para manifestar mis sentimientos, simplemente no me interesa.
—De acuerdo, volvamos a lo que me acaba de comentar, ¿qué aficiones tiene?
—La lectura, el deporte, la música, lo típico de una persona de mi edad.
—Curioso —dijo mientras se frotaba el mentón pensativo —no sabía que practicase ningún deporte.
—Practico varias artes marciales.
—¿Ah sí?, muy interesante, ¿está apuntado a algún gimnasio?, ¿qué arte marcial es la que más le gusta?
—Me gusta el aikido, soy un autodidacta.
—Creía que era imprescindible practicar las llaves con algún compañero —viendo que respondía con un simple silencio Miguel prosiguió: —¿qué es lo que más le gusta del aikido?
—Poder controlar a una persona utilizando simplemente dos dedos.
Ahora fue el psicólogo el que se quedó callado, pensativo, dio un sorbo a algún brebaje que tenía en una taza y prosiguió:
—¿Le gusta a usted el control?
—¿Y a quién no?
—Se sorprendería de lo que le gusta y lo que le deja de gustar a mucha gente. Dejemos el tema, ¿qué estilo musical es su favorito?, ¿algún grupo en particular?
—No creo que los conozca.
—Bueno, eso ya lo veremos, a mí me gusta Cat Stevens, ¿y a usted?
—Sneaker Pimps, por ejemplo.
—¿Alguna canción en particular?
—Bloodsport.
—¿Y de qué habla?
—De un chico que se queja de las lecciones de su madre, le echa en cara que no le hablase de que el amor y el sexo es un deporte sangriento.
Miguel meditó aquella respuesta, intentaba que pareciera que tenía la situación controlada pero seguramente no sabía por dónde atacarme.
—El sexo, ese es otro tema importante, ¿ha tenido muchas relaciones sexuales?
—Las necesarias.
—Pero nunca ha presentado ninguna pareja a su familia, ¿verdad?, ni parece que dedique demasiado tiempo a estar con nadie.
—Me ha preguntado por el sexo, si lo que quiere preguntarme es si he tenido alguna relación sentimental entonces le diré que la respuesta es no.
—De acuerdo, de acuerdo. Dígame, ¿es usted heterosexual?
—Sí, a mi pesar.
—¿Le habría gustado ser homosexual?
—Me habría gustado que mis tendencias fueran lo más plurales posibles, cuantos más peces en el mar más fácil es pescar.
—Veo que tiene usted respuesta para todo, ¿cree que es una persona inteligente?
—Lo soy.
—¿Cómo lo sabe?
—Es empíricamente demostrable, además, estoy seguro de que mi madre ya le ha hablado de eso, vulnerando en cierta manera la privacidad del paciente.
Otra sonrisa del psicólogo, cada una de ellas era una derrota, un punto que subía a mi casillero.
—Es posible que me haya comentado algo, también que le gusta el ajedrez. Yo jugué en mi juventud, ¿qué Elo tiene?
—No compito, no necesito ir a ningún torneo para saber que soy Gran Maestro.
—¿Bobby Fischer o Kaspárov?
—Ninguno de los dos, jugadores mediatizados, politizados, cobardes. Mikhail Talh, jugador arriesgado y ofensivo, no se fijaba en el palmarés, ganaba o perdía pero nunca estaba a la defensiva.
—¿Se identifica con él?, ¿con su agresividad? ¿Sientes rabia, David?
—Ninguna.
—¿Estás seguro?, tienes un discurso muy bien armado, se te nota. Eres brillante, pero a veces la inseguridad se puede camuflar de muchas maneras. Una de ellas es en forma de coraza, de cinismo, de pasotismo. Es peligroso vivir así, la ira contenida puede hacer mucho daño.
—No siento ninguna ira, tan solo estoy asqueado por tener que venir aquí a escuchar sus estupideces de manual. El mundo me aborrece, eso es todo. ¿Cree que todo es así de sencillo?, ¿se siente como Hannibal Lecter interpretando a Clarice? Lo siento pero no tiene nada que hacer conmigo, ningún pseudointelectual que se crea un humanista por llevar una americana de pana con parches en los codos tiene nada que hacer conmigo. Sonría ahora, beba un trago de lo que sea que hay en esa taza y hágame la siguiente pregunta. ¡Ah!, y le he dicho que no tiene permiso para tutearme, no vuelva a olvidarlo.
La expresión del psicólogo se endureció, aquel era mi primer ataque directo y había dado en el centro de la diana, ahora era el momento de darle la estocada final, librarme de una vez por todas de aquel payaso con licenciatura.
—¿Tiene algún vicio, señor Macía?
—Ninguno.
—¿Ninguno?, ¿no fuma?, ¿no bebe?
—No.
—¿Nunca miente? —insistió él.
—Por supuesto que sí, pero no tengo el hábito de hacerlo, por lo tanto no es un vicio.
Miguel inspiró profundamente, parecía agotado, había llegado con una actitud distante pero ahora estábamos tan lejos el uno del otro que no compartíamos ni el mismo continente.
—Volvamos al tema del sexo, no le gusta perder el tiempo, ¿cómo obtiene placer entonces?, el cortejo es algo necesario creo yo.
—Quizás en su época, quizás para usted.
—Ilumíneme —dijo el psicólogo con una mezcla de amargura y sarcasmo.
—Fácil, prostitutas, masturbación y chicas fácilmente manipulables.
—¿Nunca se ha enamorado?
—No me permito tal cosa, yo controlo mi cuerpo y mi mente no mis hormonas.
—¿No es una visión de la vida algo triste?
—Yo no hago las reglas, simplemente las juego a mi manera, lo mejor que sé.
Miguel empezó a rascarse por varias partes de la cara y el cuello, nervioso e incómodo, no sé quién de los dos tenía más ganas de perder al otro de vista.
—¿Alguna vez ha deseado a alguna mujer que le fuera inalcanzable?
—Muchas veces.
—¿Por ejemplo?
—Jessica Alba, Megan Fox.
—¿Alguien más cercano a usted, de su entorno?
Aquel era mi momento, el psicólogo estaba harto de mí y yo de él, tenía que aprovecharme.
—También —respondí con desgana.
—¿A quién, si puedo preguntar?
—A mi madre.
La bomba ya había detonado, ahora solo faltaba ver cuanta metralla le iba a impactar.
—Te debe parecer muy gracioso —afirmó desencantado.
—Por una vez que abro mi corazoncito y usted me ignora, es terrible en su trabajo, ¿no cree?
—Reconozco a un provocador en cuanto cruza la puerta.
—Vamos, es algo muy natural, casi todos los varones lo padecen, se llama complejo de Edipo, ¿no estudió eso en la carrera? Además, usted pasa el día con mi madre, no me dirá que nunca ha fantaseado con tirársela. Arrancarle las medias y poseerla brutalmente. La señora Pajas mostrándole sus enormes pechos, desparramándolos encima de su escritorio. Sea sincero.
—Creo que hemos terminado por hoy —contestó él poniéndose de pie.
—¿De verdad no va a ayudarme?, ya no puedo vivir así, tengo el bálano irritado de tanto masturbarme pensando en mi progenitora.
—Nos veremos el próximo día, gracias por venir —se limitó a decir abriendo la puerta de la consulta e indicándome la salida con la mano.
Regresé andando a casa con tranquilidad, sonriendo por mi actuación estelar. Estaba convencido de que el socio de mi madre no iba a querer volverme a ver, había recuperado mi libertad, mi autonomía, incluso me había divertido en la parte final de la sesión con aquel hombrecillo. Al entrar en casa pude escuchar a mi hermana gritándole al móvil, era la cuarta o la quinta discusión que Gonzalo y ella tenían a través del teléfono, todo iba como la seda. Me encerré en mi habitación, me vestí con ropa de deporte y entrené más de una hora hasta quedar exhausto. Después de una larga y reparadora ducha salí al pasilla tapado solo con una toalla en la cintura cuando mi madre, que ya había vuelto a casa del trabajo, se interpuso en mi camino:
—Miguel dice que seguir con la terapia sería contraproducente, no sé qué debe haber pasado esta tarde pero parecía afectado.
—No ha pasado nada mamá, simplemente que no ha encontrado ningún problema que deba ser tratado, eso es todo, estoy perfectamente.
—Yo no estoy tan segura de que pensara eso, en cualquier caso la terapia debe continuar. La excepcionalidad de los acontecimientos me obliga a hacer algo que está completamente desaconsejado, pero no le veo más remedio.
—¿De qué estás hablando?
—A partir de ahora tendrás sesiones de terapia conmigo, no me veas como tu madre, seré tu psicóloga a todos los efectos, empezaremos el lunes que viene.
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