Comenzaré el relato diciendo que me llamo Alberto, aunque por motivos obvios éste no sea mi nombre real, ya que he tenido que alterar algunos detalles para evitar ser reconocido.
Tengo 19 años, soy hijo único y resido en el domicilio familiar junto a mi madre.
Rosa, que así la llamaré, se trata de un ama de casa de 46 años, separada, de carácter afable y cariñoso, 1,65 de estatura, pelo moreno hasta los hombros, pecho voluminoso y amplias caderas.
Separada y con recursos económicos suficientes como para poder subsistir sin depender de un trabajo fijo, tras la separación, su vida pasó a ser aburrida y monótona, ya que yo, su único hijo, apenas le causaba problemas y las labores propias de una casa pequeña tampoco la ocupaban demasiadas horas.
Nuestra relación madre e hijo no podía ser mas normal, carente de problemas, e incluso excesivamente “cariñosa” para un chico de mi edad que, en la mayoría de los casos, optan por la rebeldía, siendo normal entre nosotros el intercambio de abrazos y besos afectuosos.
Todo aquello cambió por completo cuando mi madre decidió comprarse un ordenador portátil para aprender informática y “entretenerse”.
Fui yo el que tuvo que explicarle cómo manejarse con el ordenador y le proporcionó los conocimientos indispensables sobre el uso de Internet.
Tras unos meses de aprendizaje, mi madre pareció adaptarse a la tecnología, incrementando de forma considerable el tiempo pasado frente a la pantalla del portátil, sin que aquello me provocara el más mínimo resquemor, más bien al contrario, me alegré de que se entretuviera de forma instructiva.
La observaba leer la prensa, noticias sobre chismorreos de televisión o revistas a través de Internet, sin que el uso del portátil causara el mas mínimo problema entre nosotros o en sus labores cotidianas.
Sin embargo, al cabo del tiempo, su actitud comenzó a variar de forma ostensible, extrañándome que algunas veces ocultara disimuladamente la pantalla del portátil de mi vista.
No podía imaginar que podría estar viendo mi madre para intentar ocultarlo con tanto celo, lo cual no hizo más que aumentar mi curiosidad por conocer sus “secretos”.
A pesar de mis intentos, jamás lograba sorprenderla, ya que nada mas verme aparecer en el salón donde habitualmente usaba el portátil, se las arreglaba para cambiar de pantalla, reanudando lo que estuviera haciendo o viendo, cuando yo ya me había tumbado en el sofá y solo podía ver la parte trasera del portátil.
Picado por la curiosidad, no me quedó más remedio que “expiar” el portátil aprovechando sus ausencias cuando salía a hacer la compra u otras gestiones.
Sorprendido de que hubiese sido capaz de aprender ese tipo de cosas por su cuenta, comprobé que se las había ingeniado para proteger el inicio del portátil con una clave, lo que elevó mi curiosidad más aún, al no poder imaginar que podría desear mi madre ocultarme, ya que jamás había dado síntomas de tener “amigos” secretos desde que se separó, o cualquier otra actividad que pudiera desear esconder a su hijo.
A pesar de sus precauciones, inexperta en estas situaciones, no tardé en averiguar la clave tras probar con diferentes fechas de nacimiento, nombres de familiares, lugares nacimiento, etc.
Sonreí victorioso, cuando por fin acerté la clave y supe que sus “secretos” tan celosamente guardados iban a quedar a mi alcance.
Hubo un momento en que llegué a sentir remordimientos por aprovecharme de su falta de pericia en la creación de claves de acceso, pero la curiosidad, y estar convencido de aquellos “secretos” se trataban de cualquier tontería inocente, me inclinó a seguir adelante.
Con los nervios a flor de piel, temiendo que mi madre regresara en cualquier momento y me pillara “con las manos en la masa”, examiné el portátil sin encontrar en principio nada “raro”.
Tras una búsqueda más “exhaustiva”, localicé una carpeta en la que guardaba un documento “recordatorio” de su e-mail, así como……. ¡la clave del mismo!, y no pude dejar de sonreír pensando en lo inocente que era mi madre.
Había mas carpetas que no tuve tiempo de curiosear, ya que aquella información espoleó mi deseo por “expiar” el contenido de sus conversaciones.
Inicie el explorador de Internet, pero antes de abrir su correo, por simple presentimiento, abrí el “historial” de páginas visitadas por si allí apareciera algo “interesante”.
No podía creer lo que estaban viendo mis ojos cuando abrí el mismo, y es que, junto a las clásicas y normales de revistas, prensa, etc., con las que me había estado “engañando”, se acumulaban otras de manifiesto contenido pornográfico, destacando entre ellas las de contenido “exhibicionista” y lo más “inquietante”, algunas visitas correspondían a relatos eróticos de maduras con jóvenes, incluyendo relaciones incestuosas de madres con hijos o sobrinos, o ingresos en chats de contenido sexual.
Estupefacto, atónito, sin dar crédito a lo que estaba viendo, y a pesar de que el “celo” con el que mi madre había estado ocultándome sus andanzas por Internet, deberían haberme dado alguna pista, jamás me hubiera pasado por la cabeza que una señora cualquiera de su edad, ama de casa, de carácter pudoroso y hogareño, pudiera visitar aquel tipo de páginas pornográficas de semejante temática, y que esa señora se tratara de mi propia madre, de la cual jamás había notado el más mínimo síntoma de interés por nada que no se tratara de sus labores o chismorreos televisivos, me dejó completamente abrumado.
Nervioso, sin llegar a haber asimilado aquello, y prácticamente “acojonado” por lo que podría “encontrarme”, decidí abrir su correo electrónico con la precaución de “curiosear” los ya abiertos por ella para evitar ser descubierto.
Conté tres “conversaciones”, dos con personas de Nicks masculinos y otro femenino, cuyos nombres no me sonaban a nadie conocido.
Abrí la primera conversación al azar, de un tal “xxxx1997”, cuyo Nick indicaba a las claras su probable edad.
Se iniciaba con un “soy xxxx el del chat”, e inmediatamente dejaba a las claras de lo que habían estado “chateando” anteriormente y las “pretensiones” del chico, manifestando que le encantaría “conocerla y “meterle un pollazo”, “que lo había puesto cachondo” y que “las maduras como tu me ponen a mil”, todo ello en un lenguaje tan soez como para avergonzar a un miliciano afgano.
En una serie de intercambios de mensajes, mi madre, lejos de “asustarse” con el lenguaje usado por aquel chico, aparentaba alentarlo (o más bien “calentarlo”) a seguir con ese tipo de correos, haciéndose la “interesante” o respondiéndole con frases menos soeces, pero igual de obscenas
Completamente aturdido, seguí examinando el intercambio de mensajes con aquel chico, cuyos comentarios obscenos hacia mi madre se incrementaban exponencialmente con cada respuesta de la misma, alucinando por completo cuando, en uno de ellos, y a requerimiento del chico, mi madre le “obsequió” con una fotografía suya en ropa interior, provocándolo a “devolvérsela” cubierta de semen.
Abrí los ojos como platos al ver la foto de la que, aunque ocultara el rostro, sin duda se trataba de mi madre, (se podían reconocer perfectamente los muebles de su dormitorio), con un conjunto de bragas y sujetador blancos sumamente excitantes
A pesar de convivir con ella, siempre se había mostrado celosa de su intimidad en mi presencia, y a pesar de que lógicamente alguna vez la había sorprendido cambiándose de ropa, etc. jamás la había visto tan “manifiestamente” en ropa interior, y mucho menos tan provocativa.
Había escogido unas bragas tan ajustadas a su cuerpo como para distinguirse el abultamiento de los labios de su sexo, así como para dejar intuir el negro vello que lo recubría.
El sujetador a juego realzaba sus pechos de una forma voluptuosa, e incluso, al “aumentar” la foto, creí ver que, o bien sus pezones se encontraban erectos, o el tamaño de los mismos daban esa impresión.
Instintivamente deseé que la foto hubiera reflejado su rostro, pero mi madre, inocente poniendo claves pero astuta en eso, se las había arreglado para “calentar” a aquel chico sin hacer peligrar su intimidad.
No tardó en llegar la foto “respuesta” de aquel chico, cuyo cuerpo, (aunque ocultando también el rostro), verificaba la juventud del nick, en la que podía verse el miembro erecto del mismo sobre la foto impresa de mi madre completamente impregnada de semen.
A tenor de lo que estaba leyendo deduje que, si bien aparentemente mi madre no parecía buscar un contacto “real”, y daba “largas” al chico cuando insistía en ese aspecto (por lo menos hasta ese momento), “disfrutaba”, ni siquiera me atrevía a pensar en “excitaba”, calentando y exhibiéndose semidesnuda ante aquel chico
Temiendo por el tiempo transcurrido que pudiera regresar a casa en cualquier momento y sorprenderme expiando “su” ordenador, lo apagué sin darme tiempo a seguir “expiando” el resto de conversaciones.
Me levanté del lugar, avergonzándome inmediatamente de mí mismo, tras notar la erección con la que de forma refleja e involuntaria había estado leyendo los mensajes, y lo más “preocupante” …. viendo su foto.
Unos minutos después, sin tiempo para “tranquilizarme”, y con el mismo rostro candoroso y angelical con el que había partido, regresó cargada de bolsas de la compra.
- ¿Te pasa algo hijo mío?
- ¿A mí?, no…. ¿por qué?
- No se…te noto nervioso…
- ¿A mí?, que va.
- Anda, ayúdame a con las bolsas de la compra.
Agarré la más pesada, volviendo a avergonzarme cuando al dirigirme detrás de ella en dirección a la cocina, mis ojos, sin haberlo premeditado, se enfocaron en su culo al tiempo que mi mente intentaba averiguar el tipo de lencería que podría llevar bajo el vestido.
- ¿De verdad no te pasa nada?
- Que no mamá, que pesadita estas.
- Te conozco desde que naciste, a ti te pasa algo.
- Hay que ver mamá, que no me pasa nada.
- Anda, dame un beso hijo mío.
A pesar del nerviosismo me las arreglé para abrazarla y besarla tiernamente como cualquier otro día, con la precaución, eso sí, de apartar las caderas para atrás, previniendo que pudiera notar la permanente erección que pugnaba por reventarme el pantalón, lo cual me habría dejado en situación “difícil” de explicar.
No pude pensar en otra cosa durante todo el día, y por mucho que deseara evitarlo, y para mi mayor sentimiento de culpa o vergüenza, mi mente recordaba de forma permanente el cuerpo semidesnudo de mi madre, y aquel intercambio de mensajes obscenos con aquel chico que había terminado manchando de semen su foto.
Para colmo, aquella tarde, mientras la observaba interactuando con el ordenador portátil sin variar un ápice su rostro cándido y maternal, mi mente divagaba sobre la posibilidad de que en aquellos momentos estuviera visitando páginas pornográficas o chateando obscenamente con alguna persona, lo que no hizo otra cosa que elevar mi “nerviosismo”.
La confusión y la vergüenza por comprender que algo en lo que estuviera relacionado mi propia madre me excitara de aquella manera, impidió que, a pesar de la dolorosa erección que me acompañó durante todo el día, terminara por desfogar masturbándome.
No obstante, no pude evitar desear en los días posteriores que saliera de compras para poder volver a “expiar” su ordenador, sin ni siquiera poder engañarme diciéndome que solo pretendía “curiosear”
Cuando por fin tuvo necesidad de salir de casa para hacer la compra, me lancé ansioso a por el portátil, sonriendo aliviado al comprobar que la clave seguía siendo la misma.
Esta vez decidí “curiosear” otro hilo de conversación con otro chico.
Éste, infinitamente más “educado” que el anterior, afirmaba alegrase de poder “conversar con una señora que lo comprendiera, ya que no podía hablarlo con nadie”.
A decir verdad, en principio, y conociendo Internet, llegué a pensar que se trataba de un embustero “saca fotos” o algo por el estilo, pero por el cariz de la “conversación” y otra serie de detalles, terminé convencido de la veracidad de sus palabras.
Resumiendo, y tras darle las gracias por haber chateado con él y proporcionarle el e-mail para seguir charlando, afirmaba ser virgen, y encontrarse confuso por una “extraña” experiencia con su tía de 50 años, en la que ésta, bajo los efectos de unas copas de más, había terminado masturbándolo tras intercambiar besos y caricias en el domicilio de ésta, al residir allí temporalmente por motivos de estudios.
Mi madre contestaba solicitándole detalles de la experiencia, así como el motivo de no haber terminado “consumando”, y por la relación posterior con su tía tras aquella experiencia.
El chico, que entre respuesta y respuesta, aprovechaba para intercalar diversos mensajes mostrando su deseo de “hacer el amor” con mi madre para perder la virginidad y acabar lo que no había podido hacer con su tía, afirmaba no comprender por que ésta, a pesar del evidente deseo y excitación con el que se había comportado en aquella experiencia, y de haber llegado a dejarse acariciar o haberlo a masturbado, se negó a ser penetrada, y posteriormente fingía que “no había pasado nada” sin querer hablar del tema.
Mi madre, actuando de “consejera cuasi-maternal”, le contestaba diciéndole que debía “conformarse” con lo disfrutado y comprender a su tía, ya que, aunque con seguridad lo deseaba, probablemente el alcohol habría bajado sus defensas ante el tabú del incesto, y en un momento de “lucidez” aquel tabú habría sido insuperable para ella, sobre todo llegado el momento de la penetración, que lo mejor era no agobiarla, y que llegado el caso de que ella lo deseara, lo que tuviera que pasar pasaría.
El chico insistía en que cada día la deseaba más, que se masturbaba a diario fantaseando con su tía, y ahora con ella también.
Mi madre, continuando con su papel de “consejera”, en una de aquellas respuestas que me dejó completamente confuso, afirmó comprender a su tía perfectamente, ya que “ella también había sentido esa atracción y deseo incestuoso por una “persona” que no citaba, (que no podría ser otro que yo, ya que carecía de sobrinos), pero que no había tenido la “suerte” de ser correspondida, ya que seguramente la vería “vieja y gorda”, y que por motivos obvios jamás daría un paso en ese sentido, pero que se excitaba fantaseando con ello”.
Sin poder creérmelo, llegando a pensar que mi madre se había percatado de que expiaba su portátil y estaba siendo “victima” de alguna broma muy subida de tono por su parte, tuve que releer varias veces aquel mensaje en el que, sin citarme expresamente, confesaba fantasear “eróticamente” conmigo.
Aquella “revelación” insospechada me provocó una excitación y morbo brutales, al tiempo que ayudó a aminorar el sentimiento de vergüenza y culpa que me embarga por excitarme pensando en mi propia madre.
La serie de mensajes finalizaba con la remisión de una foto de mi madre en lencería, similar a la que había mandado al otro chico, y con la respuesta de éste, en el que le adjuntaba un vídeo en el que se le veía masturbándose hasta correrse mirando la misma, acompañado de toda clase de comentarios a cuál más lascivo sobre lo que le gustaría hacer con ella “si la pillara”
No podía encontrarme más confuso y excitado, por lo que decidí expiar el tercer hilo de conversación de su correo electrónico, en busca de alguna respuesta a mis dudas y confusión.
En este caso, sorprendentemente, el Nick era de mujer.
Afirmaba ser una señora casada de 40 años, exhibicionista, y que buscaba compañera de “aventuras”, (recordé inmediatamente que, en el historial de visitas de internet, figuraban innumerables páginas de temática exhibicionista).
En una serie de mensajes, relataba que le encantaba exhibirse en toda clase lugares o establecimientos, incluyendo los públicos, bien de forma “disimulada” o abiertamente, que su marido participaba en aquellos “juegos”, bien fotografiándola o manteniendo relaciones sexuales en lugares podrían ser vistos por otras personas.
También le “ofrecía” la posibilidad en ser su “compañera” en aquel tipo de situaciones, y “compartir” a su marido, el cual estaba “bien armado y con mucho aguante”.
MI madre, a su vez, volvió a sorprenderme aún más (por si lo anterior no hubiese sido lo suficientemente sorprendente), narrándole una serie de experiencias de las que jamás hubiera sospechado pudiera haber participado.
Afirmaba que, a pesar de haberse casado muy joven y virgen, en su juventud había disfrutado exhibiéndose y dejándose acariciar por sus amigos, llegando a hacerlo con varios a la vez para que todos pudieran verla.
Que en estos “juegos”, aparte de “desfilar” ante ellos desnuda o semidesnuda, o dejarse acariciar, terminaba masturbándolos permitiendo que se corrieran sobre su cuerpo, excitándola enormemente ser el “motivo” de sus eyaculaciones y sentir el calor del semen resbalando por su cuerpo como “prueba” de cuanto la deseaban
Que aquellas prácticas finalizaron cuando el padre de uno de sus amigos, (un cincuentón de aspecto rudo) los sorprendió en su casa in fraganti “con las manos en la masa”, y aprovechó para “apuntarse a la fiesta” chantajeándola con contárselo a sus padres, y que aquel día llegó a temer terminar perdiendo involuntariamente la virginidad, ya que, aunque accedió al “chantaje” y consintió en dejarse sobar por él a su antojo, e incluso a mamarle la polla (cosa que no había hecho nunca), fuera de sí, llegó a desgarrarle las bragas y se las vio y deseó para evitar ser penetrada, y desde entonces, a pesar de que el morbo por estas prácticas exhibicionistas se mantenía intacto, el miedo a que la situación se descontrolara la habían hecho desistir de las mismas, aunque alguna vez se había atrevido a dejar la cortinilla del probador de alguna tienda algo abierta “por descuido”, para permitir ser “expiada” por algún hombre.
Apenas podía asimilar aquellos “secretos” que acababa de conocer, para cualquier hijo es difícil imaginar una experiencia erótica de “juventud” de su madre, y mucho menos que ésta tenga contenido exhibicionista, en el que participaban “varios” amigos que la sobaban a su antojo hasta cubrirla de semen, o que fuera víctima de un “chantaje”, en el que no aclaraba si había disfrutado o no siendo sobada o mamándole la polla a un “cincuentón”, o solo había terminado mal por miedo a perder la virginidad.
Aunque el más difícil de asimilar, y que me perturbaba por completo, era aquella “confesión” sobre el morbo inconfesable de ser deseada por mí.
Escuché la puerta y cerré el portátil a toda prisa con el corazón en un puño, librándome de ser descubierto que parara a descargar las bolsas de la compra en la cocina antes de entrar en el salón.
- ¿Otra vez?, te vuelvo a notar nervioso, ¿se puede saber qué haces en mi ausencia?, parece que has visto un fantasma.
- Ja, ja, ja, que cosas tienes mamá.
- No se….. te veo muy raro últimamente….
- Ja, ja, ja. Anda, dame un beso, que ésta mañana se te ha olvidado dármelo y déjate de tonterías
- Vaya, que cariñoso estás…. algo ocultas…. Ja, ja, ja.
La abracé e intenté besarla tiernamente en la cara como de costumbre, pero el azoramiento provocado por el nerviosismo que atenazaba mi cuerpo, hizo que, en un movimiento extraño, mis labios terminaran posándose sobre los suyos, lo que provocó una risa “nerviosa” en ambos.
- Ja, ja, ja. Perdona mamá.
- No pasa nada hijo mío, has besado a tu madre…. No hay nada malo en ello…. (Contestó con inocente sonrisa maternal), pero ten cuidado no equivocarte con la vecina que está casada y su marido tiene malas pulgas, ja, ja, ja.
- ¿No?, ¡pues nada más que por decir eso te voy a dar otro! (Aturdido, y sin el pleno control de mis actos, dije aquello sin llegar a pensar en las posibles consecuencias
Sonriendo nerviosamente, e intentando (seguramente con escaso éxito) dar la apariencia de un juego inocente entre madre e hijo, volví a abrazarla y a posar mis labios sobre los suyos.
Noté que, a pesar de no intentar zafarse de mí, mantuvo los labios cerrados sin dar muestras de desear abrirlos, permaneciendo así durante unos segundos expectantes, en los que ninguno de los dos aparentábamos saber lo que deseábamos hacer.
Instintivamente, envalentonado por la excitación que me habían provocado el conocimiento de aquellos “secretos”, y por el escaso control que mi mente tenía sobre mi cuerpo, mi lengua intentó abrirse camino entre sus labios, consiguiendo vencer su resistencia tras unos segundos de indecisión.
Fuera de control y excitado al máximo, jamás hubiera imaginado ser capaz de llegar tan lejos, por mucho que intentara seguir fingiendo que se trataba de algo inocente.
Por fin fin mi lengua logró saborear la suya, notándola extremadamente caliente y húmeda, provocándome una instantánea oleada de placer y deseo irrefrenable.
Mi madre correspondía a aquel beso manifiestamente improcedente entre madre e hijo, con la misma intensidad, e incrementó de forma sutil pero firme, el vigor del abrazo que nos ataba, permitiendo que se alargara en el tiempo hasta un límite difícilmente achacable a un “error” o “desliz” por su parte.
Fuera de mí, olvidé echar el culo para atrás, por lo que mi madre acabó apreciando la evidente erección de mi miembro sobre su cuerpo, lo que pareció despertarla del “trance” en la que se encontraba y percatarse de lo inadecuado de estar besándose de aquella forma con su hijo, y tras deshacer el abrazo hábilmente, fingió no haberse percatado de mi excitación.
- Ja, ja, ja. Hemos dicho un beso, hijo mío, eso ya se estaba convirtiendo en un morreo, tampoco hay que pasarse, una cosa es que beses a tu madre y otra morrearla así. (Dijo sin dejar de sonreír y soslayando que ella no se había limitado a recibir el beso de forma pasiva, si no que su lengua se había recreado con la mía).
- Pues a mí me ha encantado, mamá. No creo que sea nada malo que nos besemos, incluso me he sentido más “unido” a ti que nunca. Obviamente tampoco es cuestión de besarnos así delante de la gente, ja, ja, ja, ja, pero……por mi parte repetiría…. Y más aquí que estamos solos y no podemos “asustar” a nadie.
- Ja, ja, ja. Menudo golfo estás hecho. Anda, tira y ordena tu habitación, que no piensas nada bueno.
Aquel día intercambiamos multitud de “miradas”, en las que ella parecía preguntarse qué pasaba por mi mente, o el motivo de aquel “inesperado” interés por besarla, y yo apenas podía lograr que mis ojos se posaran en otra parte que en sus pechos o en su culo sin que se percatara de ello.
Llegada la noche, y en el momento del correspondiente y habitual beso de “despedida” hasta la mañana siguiente, mi madre, sonriendo pícaramente, y señalándose ostentosamente la mejilla, me ofreció la misma para que la besara, aparentando desear bromear con lo sucedido anteriormente.
- Venga, mamá, no seas tonta, cualquiera diría que hicimos algo malo, me encantó besarte y nadie se va a enterar.
- Ja, ja, ja. No es porque se entere nadie, es que no me fio de ti, los jóvenes tenéis las hormonas “aceleradas” …. ja, ja, ja.
- No te preocupes mamá, es “solo” un beso, si noto que me “acelero” paro, solo quiero sentirme más unido a ti…
- Que no, que no, que está feo que nos besemos así. (Percibí en su voz una escasa determinación a evitarlo)
- Venga mamá. Uno pequeño…, parece mentira que no quieras besarme…
- Venga, que pesado te pones, uno rápido y te acuestas que es tarde ya.
Abracé a mi madre mirándola a los ojos, su rostro reflejaba un nerviosismo y expectación evidentes. Mis labios se unieron a los suyos y de forma instantánea nuestras lenguas se fundieron en un beso indiscutiblemente obsceno.
A pesar de lo “acordado”, el beso, lejos de ser “rápido”, se alargó el tiempo suficiente para proporcionarme un tan placer inmenso como para perder la noción del tiempo y del pudor.
Pasados unos intensos minutos, y sin recordar haberlo pretendido, noté que mis brazos habían bajado y que me encontraba acariciándole el culo a mi madre de forma más que evidente, sin que ella aparentara notarlo o hiciera nada por impedir aquellas caricias tan improcedentes de su propio hijo
Llegó un momento en el que la lujuria y el deseo de aquel beso provocaron tal cantidad sonidos “húmedos” e intercambio de saliva que rezumaba entre nuestros labios, como para convertir en absurdo cualquier intento de justificación sobre la “inocencia” del mismo.
- Ufffff….. para hijo mío…. déjame respirar…. (completamente sonrojada, comprendí que estaba sumamente excitada y deseaba descansar para evitar evidenciarlo con gemidos)
- Ja, ja, ja. ¿Ves cómo me controlo a pesar de las hormonas juveniles?
-
- ¿Qué te controlas?, ¡si llevas media hora sobándole el culo a tu madre!, y…. además…. ¿esto qué es? (Palpó mi evidente erección con una sonrisa pícara, apartando la mano de inmediato).
- Ostras, no me había dado ni cuenta, mamá……. La emoción…… ya sabes….
- Ni emoción de leches frescas, se acabó, tira para tu cama ahora mismo.
Excitado, deseaba con todas mis fuerzas seguir besándola y acariciándola, pero, recordando los “consejos” que había dado al chico con el que intercambiaba mensajes, y ante la posibilidad de fastidiar aquella química surgida entre nosotros, atosigándola antes de tiempo, decidí hacerle caso, no sin antes observar en su rostro el mismo deseo y temores que me atenazaban a mí.
Ni que decir tiene que, aquella noche, en la soledad de mi dormitorio, acabé masturbándome como un loco fantaseando sin ningún tipo de remordimiento que penetraba a mi madre de todas las maneras imaginables.
Los días posteriores, para mi mayor desesperación, transcurrieron entre la actitud “huidiza” de mi madre, la cual aparentaba haberse arrepentido de aquella experiencia, y mis propias dudas, ya que, aunque deseaba con todas mis fuerzas abrazarla y decirle cuanto la deseaba, temía que un exceso de insistencia por mi parte, terminara por enfadarla y convencerla de que lo mejor era no repetir aquella experiencia.
A pesar de ello, por mucho que ambos intentáramos disimularlo, seguimos intercambiando “miradas inadecuadas “en una relación madre/hijo, con mis ojos “devorando” su cuerpo, y mi madre “sonriendo” al percatarse de ello.
Volví a quedarme a solas, y aproveché para indagar en su ordenador portátil en busca de “respuestas” a mis dudas.
Efectivamente, mi madre había seguido intercambiando mensajes con aquellos chicos, en los que posiblemente, excitada por aquellos “juegos” conmigo, había elevado el contenido exhibicionista de los mismo, llegando a adjuntarles varias fotos en posturas sumamente provocativas.
Pero el principal de todos los mensajes, y que leí ansiosamente, estaba dirigido al chico que deseaba a su tía.
Tengo 19 años, soy hijo único y resido en el domicilio familiar junto a mi madre.
Rosa, que así la llamaré, se trata de un ama de casa de 46 años, separada, de carácter afable y cariñoso, 1,65 de estatura, pelo moreno hasta los hombros, pecho voluminoso y amplias caderas.
Separada y con recursos económicos suficientes como para poder subsistir sin depender de un trabajo fijo, tras la separación, su vida pasó a ser aburrida y monótona, ya que yo, su único hijo, apenas le causaba problemas y las labores propias de una casa pequeña tampoco la ocupaban demasiadas horas.
Nuestra relación madre e hijo no podía ser mas normal, carente de problemas, e incluso excesivamente “cariñosa” para un chico de mi edad que, en la mayoría de los casos, optan por la rebeldía, siendo normal entre nosotros el intercambio de abrazos y besos afectuosos.
Todo aquello cambió por completo cuando mi madre decidió comprarse un ordenador portátil para aprender informática y “entretenerse”.
Fui yo el que tuvo que explicarle cómo manejarse con el ordenador y le proporcionó los conocimientos indispensables sobre el uso de Internet.
Tras unos meses de aprendizaje, mi madre pareció adaptarse a la tecnología, incrementando de forma considerable el tiempo pasado frente a la pantalla del portátil, sin que aquello me provocara el más mínimo resquemor, más bien al contrario, me alegré de que se entretuviera de forma instructiva.
La observaba leer la prensa, noticias sobre chismorreos de televisión o revistas a través de Internet, sin que el uso del portátil causara el mas mínimo problema entre nosotros o en sus labores cotidianas.
Sin embargo, al cabo del tiempo, su actitud comenzó a variar de forma ostensible, extrañándome que algunas veces ocultara disimuladamente la pantalla del portátil de mi vista.
No podía imaginar que podría estar viendo mi madre para intentar ocultarlo con tanto celo, lo cual no hizo más que aumentar mi curiosidad por conocer sus “secretos”.
A pesar de mis intentos, jamás lograba sorprenderla, ya que nada mas verme aparecer en el salón donde habitualmente usaba el portátil, se las arreglaba para cambiar de pantalla, reanudando lo que estuviera haciendo o viendo, cuando yo ya me había tumbado en el sofá y solo podía ver la parte trasera del portátil.
Picado por la curiosidad, no me quedó más remedio que “expiar” el portátil aprovechando sus ausencias cuando salía a hacer la compra u otras gestiones.
Sorprendido de que hubiese sido capaz de aprender ese tipo de cosas por su cuenta, comprobé que se las había ingeniado para proteger el inicio del portátil con una clave, lo que elevó mi curiosidad más aún, al no poder imaginar que podría desear mi madre ocultarme, ya que jamás había dado síntomas de tener “amigos” secretos desde que se separó, o cualquier otra actividad que pudiera desear esconder a su hijo.
A pesar de sus precauciones, inexperta en estas situaciones, no tardé en averiguar la clave tras probar con diferentes fechas de nacimiento, nombres de familiares, lugares nacimiento, etc.
Sonreí victorioso, cuando por fin acerté la clave y supe que sus “secretos” tan celosamente guardados iban a quedar a mi alcance.
Hubo un momento en que llegué a sentir remordimientos por aprovecharme de su falta de pericia en la creación de claves de acceso, pero la curiosidad, y estar convencido de aquellos “secretos” se trataban de cualquier tontería inocente, me inclinó a seguir adelante.
Con los nervios a flor de piel, temiendo que mi madre regresara en cualquier momento y me pillara “con las manos en la masa”, examiné el portátil sin encontrar en principio nada “raro”.
Tras una búsqueda más “exhaustiva”, localicé una carpeta en la que guardaba un documento “recordatorio” de su e-mail, así como……. ¡la clave del mismo!, y no pude dejar de sonreír pensando en lo inocente que era mi madre.
Había mas carpetas que no tuve tiempo de curiosear, ya que aquella información espoleó mi deseo por “expiar” el contenido de sus conversaciones.
Inicie el explorador de Internet, pero antes de abrir su correo, por simple presentimiento, abrí el “historial” de páginas visitadas por si allí apareciera algo “interesante”.
No podía creer lo que estaban viendo mis ojos cuando abrí el mismo, y es que, junto a las clásicas y normales de revistas, prensa, etc., con las que me había estado “engañando”, se acumulaban otras de manifiesto contenido pornográfico, destacando entre ellas las de contenido “exhibicionista” y lo más “inquietante”, algunas visitas correspondían a relatos eróticos de maduras con jóvenes, incluyendo relaciones incestuosas de madres con hijos o sobrinos, o ingresos en chats de contenido sexual.
Estupefacto, atónito, sin dar crédito a lo que estaba viendo, y a pesar de que el “celo” con el que mi madre había estado ocultándome sus andanzas por Internet, deberían haberme dado alguna pista, jamás me hubiera pasado por la cabeza que una señora cualquiera de su edad, ama de casa, de carácter pudoroso y hogareño, pudiera visitar aquel tipo de páginas pornográficas de semejante temática, y que esa señora se tratara de mi propia madre, de la cual jamás había notado el más mínimo síntoma de interés por nada que no se tratara de sus labores o chismorreos televisivos, me dejó completamente abrumado.
Nervioso, sin llegar a haber asimilado aquello, y prácticamente “acojonado” por lo que podría “encontrarme”, decidí abrir su correo electrónico con la precaución de “curiosear” los ya abiertos por ella para evitar ser descubierto.
Conté tres “conversaciones”, dos con personas de Nicks masculinos y otro femenino, cuyos nombres no me sonaban a nadie conocido.
Abrí la primera conversación al azar, de un tal “xxxx1997”, cuyo Nick indicaba a las claras su probable edad.
Se iniciaba con un “soy xxxx el del chat”, e inmediatamente dejaba a las claras de lo que habían estado “chateando” anteriormente y las “pretensiones” del chico, manifestando que le encantaría “conocerla y “meterle un pollazo”, “que lo había puesto cachondo” y que “las maduras como tu me ponen a mil”, todo ello en un lenguaje tan soez como para avergonzar a un miliciano afgano.
En una serie de intercambios de mensajes, mi madre, lejos de “asustarse” con el lenguaje usado por aquel chico, aparentaba alentarlo (o más bien “calentarlo”) a seguir con ese tipo de correos, haciéndose la “interesante” o respondiéndole con frases menos soeces, pero igual de obscenas
Completamente aturdido, seguí examinando el intercambio de mensajes con aquel chico, cuyos comentarios obscenos hacia mi madre se incrementaban exponencialmente con cada respuesta de la misma, alucinando por completo cuando, en uno de ellos, y a requerimiento del chico, mi madre le “obsequió” con una fotografía suya en ropa interior, provocándolo a “devolvérsela” cubierta de semen.
Abrí los ojos como platos al ver la foto de la que, aunque ocultara el rostro, sin duda se trataba de mi madre, (se podían reconocer perfectamente los muebles de su dormitorio), con un conjunto de bragas y sujetador blancos sumamente excitantes
A pesar de convivir con ella, siempre se había mostrado celosa de su intimidad en mi presencia, y a pesar de que lógicamente alguna vez la había sorprendido cambiándose de ropa, etc. jamás la había visto tan “manifiestamente” en ropa interior, y mucho menos tan provocativa.
Había escogido unas bragas tan ajustadas a su cuerpo como para distinguirse el abultamiento de los labios de su sexo, así como para dejar intuir el negro vello que lo recubría.
El sujetador a juego realzaba sus pechos de una forma voluptuosa, e incluso, al “aumentar” la foto, creí ver que, o bien sus pezones se encontraban erectos, o el tamaño de los mismos daban esa impresión.
Instintivamente deseé que la foto hubiera reflejado su rostro, pero mi madre, inocente poniendo claves pero astuta en eso, se las había arreglado para “calentar” a aquel chico sin hacer peligrar su intimidad.
No tardó en llegar la foto “respuesta” de aquel chico, cuyo cuerpo, (aunque ocultando también el rostro), verificaba la juventud del nick, en la que podía verse el miembro erecto del mismo sobre la foto impresa de mi madre completamente impregnada de semen.
A tenor de lo que estaba leyendo deduje que, si bien aparentemente mi madre no parecía buscar un contacto “real”, y daba “largas” al chico cuando insistía en ese aspecto (por lo menos hasta ese momento), “disfrutaba”, ni siquiera me atrevía a pensar en “excitaba”, calentando y exhibiéndose semidesnuda ante aquel chico
Temiendo por el tiempo transcurrido que pudiera regresar a casa en cualquier momento y sorprenderme expiando “su” ordenador, lo apagué sin darme tiempo a seguir “expiando” el resto de conversaciones.
Me levanté del lugar, avergonzándome inmediatamente de mí mismo, tras notar la erección con la que de forma refleja e involuntaria había estado leyendo los mensajes, y lo más “preocupante” …. viendo su foto.
Unos minutos después, sin tiempo para “tranquilizarme”, y con el mismo rostro candoroso y angelical con el que había partido, regresó cargada de bolsas de la compra.
- ¿Te pasa algo hijo mío?
- ¿A mí?, no…. ¿por qué?
- No se…te noto nervioso…
- ¿A mí?, que va.
- Anda, ayúdame a con las bolsas de la compra.
Agarré la más pesada, volviendo a avergonzarme cuando al dirigirme detrás de ella en dirección a la cocina, mis ojos, sin haberlo premeditado, se enfocaron en su culo al tiempo que mi mente intentaba averiguar el tipo de lencería que podría llevar bajo el vestido.
- ¿De verdad no te pasa nada?
- Que no mamá, que pesadita estas.
- Te conozco desde que naciste, a ti te pasa algo.
- Hay que ver mamá, que no me pasa nada.
- Anda, dame un beso hijo mío.
A pesar del nerviosismo me las arreglé para abrazarla y besarla tiernamente como cualquier otro día, con la precaución, eso sí, de apartar las caderas para atrás, previniendo que pudiera notar la permanente erección que pugnaba por reventarme el pantalón, lo cual me habría dejado en situación “difícil” de explicar.
No pude pensar en otra cosa durante todo el día, y por mucho que deseara evitarlo, y para mi mayor sentimiento de culpa o vergüenza, mi mente recordaba de forma permanente el cuerpo semidesnudo de mi madre, y aquel intercambio de mensajes obscenos con aquel chico que había terminado manchando de semen su foto.
Para colmo, aquella tarde, mientras la observaba interactuando con el ordenador portátil sin variar un ápice su rostro cándido y maternal, mi mente divagaba sobre la posibilidad de que en aquellos momentos estuviera visitando páginas pornográficas o chateando obscenamente con alguna persona, lo que no hizo otra cosa que elevar mi “nerviosismo”.
La confusión y la vergüenza por comprender que algo en lo que estuviera relacionado mi propia madre me excitara de aquella manera, impidió que, a pesar de la dolorosa erección que me acompañó durante todo el día, terminara por desfogar masturbándome.
No obstante, no pude evitar desear en los días posteriores que saliera de compras para poder volver a “expiar” su ordenador, sin ni siquiera poder engañarme diciéndome que solo pretendía “curiosear”
Cuando por fin tuvo necesidad de salir de casa para hacer la compra, me lancé ansioso a por el portátil, sonriendo aliviado al comprobar que la clave seguía siendo la misma.
Esta vez decidí “curiosear” otro hilo de conversación con otro chico.
Éste, infinitamente más “educado” que el anterior, afirmaba alegrase de poder “conversar con una señora que lo comprendiera, ya que no podía hablarlo con nadie”.
A decir verdad, en principio, y conociendo Internet, llegué a pensar que se trataba de un embustero “saca fotos” o algo por el estilo, pero por el cariz de la “conversación” y otra serie de detalles, terminé convencido de la veracidad de sus palabras.
Resumiendo, y tras darle las gracias por haber chateado con él y proporcionarle el e-mail para seguir charlando, afirmaba ser virgen, y encontrarse confuso por una “extraña” experiencia con su tía de 50 años, en la que ésta, bajo los efectos de unas copas de más, había terminado masturbándolo tras intercambiar besos y caricias en el domicilio de ésta, al residir allí temporalmente por motivos de estudios.
Mi madre contestaba solicitándole detalles de la experiencia, así como el motivo de no haber terminado “consumando”, y por la relación posterior con su tía tras aquella experiencia.
El chico, que entre respuesta y respuesta, aprovechaba para intercalar diversos mensajes mostrando su deseo de “hacer el amor” con mi madre para perder la virginidad y acabar lo que no había podido hacer con su tía, afirmaba no comprender por que ésta, a pesar del evidente deseo y excitación con el que se había comportado en aquella experiencia, y de haber llegado a dejarse acariciar o haberlo a masturbado, se negó a ser penetrada, y posteriormente fingía que “no había pasado nada” sin querer hablar del tema.
Mi madre, actuando de “consejera cuasi-maternal”, le contestaba diciéndole que debía “conformarse” con lo disfrutado y comprender a su tía, ya que, aunque con seguridad lo deseaba, probablemente el alcohol habría bajado sus defensas ante el tabú del incesto, y en un momento de “lucidez” aquel tabú habría sido insuperable para ella, sobre todo llegado el momento de la penetración, que lo mejor era no agobiarla, y que llegado el caso de que ella lo deseara, lo que tuviera que pasar pasaría.
El chico insistía en que cada día la deseaba más, que se masturbaba a diario fantaseando con su tía, y ahora con ella también.
Mi madre, continuando con su papel de “consejera”, en una de aquellas respuestas que me dejó completamente confuso, afirmó comprender a su tía perfectamente, ya que “ella también había sentido esa atracción y deseo incestuoso por una “persona” que no citaba, (que no podría ser otro que yo, ya que carecía de sobrinos), pero que no había tenido la “suerte” de ser correspondida, ya que seguramente la vería “vieja y gorda”, y que por motivos obvios jamás daría un paso en ese sentido, pero que se excitaba fantaseando con ello”.
Sin poder creérmelo, llegando a pensar que mi madre se había percatado de que expiaba su portátil y estaba siendo “victima” de alguna broma muy subida de tono por su parte, tuve que releer varias veces aquel mensaje en el que, sin citarme expresamente, confesaba fantasear “eróticamente” conmigo.
Aquella “revelación” insospechada me provocó una excitación y morbo brutales, al tiempo que ayudó a aminorar el sentimiento de vergüenza y culpa que me embarga por excitarme pensando en mi propia madre.
La serie de mensajes finalizaba con la remisión de una foto de mi madre en lencería, similar a la que había mandado al otro chico, y con la respuesta de éste, en el que le adjuntaba un vídeo en el que se le veía masturbándose hasta correrse mirando la misma, acompañado de toda clase de comentarios a cuál más lascivo sobre lo que le gustaría hacer con ella “si la pillara”
No podía encontrarme más confuso y excitado, por lo que decidí expiar el tercer hilo de conversación de su correo electrónico, en busca de alguna respuesta a mis dudas y confusión.
En este caso, sorprendentemente, el Nick era de mujer.
Afirmaba ser una señora casada de 40 años, exhibicionista, y que buscaba compañera de “aventuras”, (recordé inmediatamente que, en el historial de visitas de internet, figuraban innumerables páginas de temática exhibicionista).
En una serie de mensajes, relataba que le encantaba exhibirse en toda clase lugares o establecimientos, incluyendo los públicos, bien de forma “disimulada” o abiertamente, que su marido participaba en aquellos “juegos”, bien fotografiándola o manteniendo relaciones sexuales en lugares podrían ser vistos por otras personas.
También le “ofrecía” la posibilidad en ser su “compañera” en aquel tipo de situaciones, y “compartir” a su marido, el cual estaba “bien armado y con mucho aguante”.
MI madre, a su vez, volvió a sorprenderme aún más (por si lo anterior no hubiese sido lo suficientemente sorprendente), narrándole una serie de experiencias de las que jamás hubiera sospechado pudiera haber participado.
Afirmaba que, a pesar de haberse casado muy joven y virgen, en su juventud había disfrutado exhibiéndose y dejándose acariciar por sus amigos, llegando a hacerlo con varios a la vez para que todos pudieran verla.
Que en estos “juegos”, aparte de “desfilar” ante ellos desnuda o semidesnuda, o dejarse acariciar, terminaba masturbándolos permitiendo que se corrieran sobre su cuerpo, excitándola enormemente ser el “motivo” de sus eyaculaciones y sentir el calor del semen resbalando por su cuerpo como “prueba” de cuanto la deseaban
Que aquellas prácticas finalizaron cuando el padre de uno de sus amigos, (un cincuentón de aspecto rudo) los sorprendió en su casa in fraganti “con las manos en la masa”, y aprovechó para “apuntarse a la fiesta” chantajeándola con contárselo a sus padres, y que aquel día llegó a temer terminar perdiendo involuntariamente la virginidad, ya que, aunque accedió al “chantaje” y consintió en dejarse sobar por él a su antojo, e incluso a mamarle la polla (cosa que no había hecho nunca), fuera de sí, llegó a desgarrarle las bragas y se las vio y deseó para evitar ser penetrada, y desde entonces, a pesar de que el morbo por estas prácticas exhibicionistas se mantenía intacto, el miedo a que la situación se descontrolara la habían hecho desistir de las mismas, aunque alguna vez se había atrevido a dejar la cortinilla del probador de alguna tienda algo abierta “por descuido”, para permitir ser “expiada” por algún hombre.
Apenas podía asimilar aquellos “secretos” que acababa de conocer, para cualquier hijo es difícil imaginar una experiencia erótica de “juventud” de su madre, y mucho menos que ésta tenga contenido exhibicionista, en el que participaban “varios” amigos que la sobaban a su antojo hasta cubrirla de semen, o que fuera víctima de un “chantaje”, en el que no aclaraba si había disfrutado o no siendo sobada o mamándole la polla a un “cincuentón”, o solo había terminado mal por miedo a perder la virginidad.
Aunque el más difícil de asimilar, y que me perturbaba por completo, era aquella “confesión” sobre el morbo inconfesable de ser deseada por mí.
Escuché la puerta y cerré el portátil a toda prisa con el corazón en un puño, librándome de ser descubierto que parara a descargar las bolsas de la compra en la cocina antes de entrar en el salón.
- ¿Otra vez?, te vuelvo a notar nervioso, ¿se puede saber qué haces en mi ausencia?, parece que has visto un fantasma.
- Ja, ja, ja, que cosas tienes mamá.
- No se….. te veo muy raro últimamente….
- Ja, ja, ja. Anda, dame un beso, que ésta mañana se te ha olvidado dármelo y déjate de tonterías
- Vaya, que cariñoso estás…. algo ocultas…. Ja, ja, ja.
La abracé e intenté besarla tiernamente en la cara como de costumbre, pero el azoramiento provocado por el nerviosismo que atenazaba mi cuerpo, hizo que, en un movimiento extraño, mis labios terminaran posándose sobre los suyos, lo que provocó una risa “nerviosa” en ambos.
- Ja, ja, ja. Perdona mamá.
- No pasa nada hijo mío, has besado a tu madre…. No hay nada malo en ello…. (Contestó con inocente sonrisa maternal), pero ten cuidado no equivocarte con la vecina que está casada y su marido tiene malas pulgas, ja, ja, ja.
- ¿No?, ¡pues nada más que por decir eso te voy a dar otro! (Aturdido, y sin el pleno control de mis actos, dije aquello sin llegar a pensar en las posibles consecuencias
Sonriendo nerviosamente, e intentando (seguramente con escaso éxito) dar la apariencia de un juego inocente entre madre e hijo, volví a abrazarla y a posar mis labios sobre los suyos.
Noté que, a pesar de no intentar zafarse de mí, mantuvo los labios cerrados sin dar muestras de desear abrirlos, permaneciendo así durante unos segundos expectantes, en los que ninguno de los dos aparentábamos saber lo que deseábamos hacer.
Instintivamente, envalentonado por la excitación que me habían provocado el conocimiento de aquellos “secretos”, y por el escaso control que mi mente tenía sobre mi cuerpo, mi lengua intentó abrirse camino entre sus labios, consiguiendo vencer su resistencia tras unos segundos de indecisión.
Fuera de control y excitado al máximo, jamás hubiera imaginado ser capaz de llegar tan lejos, por mucho que intentara seguir fingiendo que se trataba de algo inocente.
Por fin fin mi lengua logró saborear la suya, notándola extremadamente caliente y húmeda, provocándome una instantánea oleada de placer y deseo irrefrenable.
Mi madre correspondía a aquel beso manifiestamente improcedente entre madre e hijo, con la misma intensidad, e incrementó de forma sutil pero firme, el vigor del abrazo que nos ataba, permitiendo que se alargara en el tiempo hasta un límite difícilmente achacable a un “error” o “desliz” por su parte.
Fuera de mí, olvidé echar el culo para atrás, por lo que mi madre acabó apreciando la evidente erección de mi miembro sobre su cuerpo, lo que pareció despertarla del “trance” en la que se encontraba y percatarse de lo inadecuado de estar besándose de aquella forma con su hijo, y tras deshacer el abrazo hábilmente, fingió no haberse percatado de mi excitación.
- Ja, ja, ja. Hemos dicho un beso, hijo mío, eso ya se estaba convirtiendo en un morreo, tampoco hay que pasarse, una cosa es que beses a tu madre y otra morrearla así. (Dijo sin dejar de sonreír y soslayando que ella no se había limitado a recibir el beso de forma pasiva, si no que su lengua se había recreado con la mía).
- Pues a mí me ha encantado, mamá. No creo que sea nada malo que nos besemos, incluso me he sentido más “unido” a ti que nunca. Obviamente tampoco es cuestión de besarnos así delante de la gente, ja, ja, ja, ja, pero……por mi parte repetiría…. Y más aquí que estamos solos y no podemos “asustar” a nadie.
- Ja, ja, ja. Menudo golfo estás hecho. Anda, tira y ordena tu habitación, que no piensas nada bueno.
Aquel día intercambiamos multitud de “miradas”, en las que ella parecía preguntarse qué pasaba por mi mente, o el motivo de aquel “inesperado” interés por besarla, y yo apenas podía lograr que mis ojos se posaran en otra parte que en sus pechos o en su culo sin que se percatara de ello.
Llegada la noche, y en el momento del correspondiente y habitual beso de “despedida” hasta la mañana siguiente, mi madre, sonriendo pícaramente, y señalándose ostentosamente la mejilla, me ofreció la misma para que la besara, aparentando desear bromear con lo sucedido anteriormente.
- Venga, mamá, no seas tonta, cualquiera diría que hicimos algo malo, me encantó besarte y nadie se va a enterar.
- Ja, ja, ja. No es porque se entere nadie, es que no me fio de ti, los jóvenes tenéis las hormonas “aceleradas” …. ja, ja, ja.
- No te preocupes mamá, es “solo” un beso, si noto que me “acelero” paro, solo quiero sentirme más unido a ti…
- Que no, que no, que está feo que nos besemos así. (Percibí en su voz una escasa determinación a evitarlo)
- Venga mamá. Uno pequeño…, parece mentira que no quieras besarme…
- Venga, que pesado te pones, uno rápido y te acuestas que es tarde ya.
Abracé a mi madre mirándola a los ojos, su rostro reflejaba un nerviosismo y expectación evidentes. Mis labios se unieron a los suyos y de forma instantánea nuestras lenguas se fundieron en un beso indiscutiblemente obsceno.
A pesar de lo “acordado”, el beso, lejos de ser “rápido”, se alargó el tiempo suficiente para proporcionarme un tan placer inmenso como para perder la noción del tiempo y del pudor.
Pasados unos intensos minutos, y sin recordar haberlo pretendido, noté que mis brazos habían bajado y que me encontraba acariciándole el culo a mi madre de forma más que evidente, sin que ella aparentara notarlo o hiciera nada por impedir aquellas caricias tan improcedentes de su propio hijo
Llegó un momento en el que la lujuria y el deseo de aquel beso provocaron tal cantidad sonidos “húmedos” e intercambio de saliva que rezumaba entre nuestros labios, como para convertir en absurdo cualquier intento de justificación sobre la “inocencia” del mismo.
- Ufffff….. para hijo mío…. déjame respirar…. (completamente sonrojada, comprendí que estaba sumamente excitada y deseaba descansar para evitar evidenciarlo con gemidos)
- Ja, ja, ja. ¿Ves cómo me controlo a pesar de las hormonas juveniles?
-
- ¿Qué te controlas?, ¡si llevas media hora sobándole el culo a tu madre!, y…. además…. ¿esto qué es? (Palpó mi evidente erección con una sonrisa pícara, apartando la mano de inmediato).
- Ostras, no me había dado ni cuenta, mamá……. La emoción…… ya sabes….
- Ni emoción de leches frescas, se acabó, tira para tu cama ahora mismo.
Excitado, deseaba con todas mis fuerzas seguir besándola y acariciándola, pero, recordando los “consejos” que había dado al chico con el que intercambiaba mensajes, y ante la posibilidad de fastidiar aquella química surgida entre nosotros, atosigándola antes de tiempo, decidí hacerle caso, no sin antes observar en su rostro el mismo deseo y temores que me atenazaban a mí.
Ni que decir tiene que, aquella noche, en la soledad de mi dormitorio, acabé masturbándome como un loco fantaseando sin ningún tipo de remordimiento que penetraba a mi madre de todas las maneras imaginables.
Los días posteriores, para mi mayor desesperación, transcurrieron entre la actitud “huidiza” de mi madre, la cual aparentaba haberse arrepentido de aquella experiencia, y mis propias dudas, ya que, aunque deseaba con todas mis fuerzas abrazarla y decirle cuanto la deseaba, temía que un exceso de insistencia por mi parte, terminara por enfadarla y convencerla de que lo mejor era no repetir aquella experiencia.
A pesar de ello, por mucho que ambos intentáramos disimularlo, seguimos intercambiando “miradas inadecuadas “en una relación madre/hijo, con mis ojos “devorando” su cuerpo, y mi madre “sonriendo” al percatarse de ello.
Volví a quedarme a solas, y aproveché para indagar en su ordenador portátil en busca de “respuestas” a mis dudas.
Efectivamente, mi madre había seguido intercambiando mensajes con aquellos chicos, en los que posiblemente, excitada por aquellos “juegos” conmigo, había elevado el contenido exhibicionista de los mismo, llegando a adjuntarles varias fotos en posturas sumamente provocativas.
Pero el principal de todos los mensajes, y que leí ansiosamente, estaba dirigido al chico que deseaba a su tía.
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