Apenas llegué se me abalanzó; le regalé unos besos profundos y letoqué por encima de la tanga. Yo sabía lo que ella quería, yo lo queríatambién, el trabajo fue duro y estuve un mes separado de ella. La deseaba. Peroa decir verdad son sus recientes problemas para tener orgasmos los que mequitan las ganas. Elena misma se ha creado un bloque mental que le arrebata susorgasmos y esto ha maltratado un poco nuestras relaciones.
Asíque la dejé excitada, en un estado lascivo sentada frente al televisor, con sustangas blancas y mi playera de Nick Cave.
Subíal cuarto, revisé el teléfono y tenía montones de llamadas de mi madre… lasignoré sabiendo que estaba mal, sabiendo que mi madre odia no saber de mídurante tanto tiempo, pero decidí que cargaría con esa culpa y me hundí en unsueño parsimonioso.
Elenaentró al cuarto haciendo rechinar el suelo, su cuerpo invadió la cálidahabitación. Vacilé entre actuar dormido o levantarme perezosamente. Pero sentísu tacto gentil en mi espalda y entonces entendí. Cerré los ojos y exageré larespiración aprovechándome del estupor aún presente después de una siesta depar de horas. Elena estaba decidida, y no hay nada mejor que entregarse alas fauces de una mujer cuando se encuentra en ese estado depredador.Sedo.
Asíque permanezco los ojos apretados y me quedo bocabajo, se diluye todo lo demás,el mundo entero es una pintura en una pared y lo único real es su caricia, que pasan de ser sus manos suaves a su lengua discreta, que intensificafluida, vivaz, poco a poco se entierra en mi piel y la pinta de su néctar. Bajahasta mis nalgas, piernas… y me estremece cuando sube por la planta de mispies. Sus manos abrigan todo lo que su lengua va desnudando. Y entonces seacerca a mi oído y me dice un susurro sin oraciones ni palabras, solo sucálido, húmedo y tembloroso aliento que es más claro que cualquier frasetrillada. Siento un hormigueo por el cuerpo entero, alimentado por imaginar loque nos espera.
Mesujeta del hombro y me indica que me dé vuelta, puedo notar su impaciencia enmi olfato, ese olor deleitoso que proviene de su sexo, atrapado en la tanga. Comienza a recorrerme con sus uñas, por el pecho y por las piernas, sulengua y sus manos me exploran, mientras ella desliza repetidamente su sexosobre mi pierna, impregnándola. Todas las cosas que de ella emanan meabrazan como un sol bondadoso y maternal.
Todomi cuerpo está despierto, siento placer en cada briza y cabello que lo roza.Ella evita a toda costa tocar mi erección, dejándola allí paratorturarme y aumentar mi placer., de vez en vez soplos de aire recubrenmí miembro, tan abrasadores que por un momento dudo si aguantaré otro más. Misojos se resisten a abrirse, porque ese ingrediente es parte de mi entrega a susdeseos, este juego no es de miradas ni de ternura, es una batalla decrescendos, de liberaciones, el preludio a encontrarnos completamente, por uninstante, en la punta de nuestros sexos.
Ellase aleja de mí y puedo distinguir aún sin ver, los movimientos lentos con los que se quita la camisa, la tanga. El sonido que hace el hilo al salir deentre sus nalgas redondas me hace, de manera inconsciente, lamerme los labios yentreabrir mis ojos para mirarla: está confiada de que permanezco a ciegas,esto me permite ver a Elena en su forma más natural, desnuda, sin testigos, sinactuaciones . Es la forma más hermosa y afilada que a su rostro le hevisto jamás, es lo más cerca que la he visto de la libertad. Se postra frente amí y por la rendija que he abierto espío, su esbeltez, su cuello largo,los senos firmes de la juventud en su pico, el vello púbico castaño que sobresalede su piel blanca, su vientre con esa ligera curva que inicia por encima de suombligo y que destella sensualidad; su rostro, sobre todo su rostro, delicado,afilado, los labios aguzados, su mirada intensa es una joya que brilla debajode esas cejas pobladas, parece que me había estado perdiendo de todo lo queella es, de todas las cosas que hace, por resolver otros problemas de los queno tendré recuerdo alguno.
Sequeda ahí, parada, pensando cómo lo quiere hacer. Mi cuerpo me pide que seacerque una vez más a conquistarlo. Distingo que sus ojos están clavados en mimiembro tenso, punzante, con las venas saltadas, y al notar su miradacomienza moverse espasmódicamente, porque sé cuál es la siguiente parte dondeella se abalanzará ahora. Y me tortura con el tiempo, me tortura con el placerque me ocasiona incluso sin tocarme, hasta que se arroja a mi carne y se meescapa un gemido al percibir que el ardiente interior de su bocaengulle mis ansias. Su saliva golpea como olas y su lengua recorrecon exquisitez lo largo de mi falo, incrementando la intensidad, de arribahacia abajo. Luego abandona mi pene que no para de convulsionar, y empapa mistestículos con su saliva, apretando su cara contra mí, succionándome mientrassu mano se desliza por mi estómago hasta llegar de nuevo al miembro, y loaprieta en un puño suave, acariciando el frenillo son su pulgar, con un ritmopreciso, y luego regresa a masturbarme intensamente, rodeándome con sus dedospor la mitad. Estoy a punto de terminar, ella sabe, así que con su pulgar eíndice presiona el glande con fuerza durante unos segundos, retrasando miclímax. Pronto me pone a prueba y regresa con su boca a devorarme, asuccionarme, a rendirme, tragando hasta donde puede abarcar. Lo saca lentamentey me dice con la voz golpeada por exhalaciones
–esmi turno-
Selevanta sobre mí y moviendo su pelvis en círculos, se penetra paulatinamente.Está tan húmeda como si fuera ella la que recibió sexo oral. Se comienzaa mover, pausada pero violenta, golpeando su clítoris contra mí cuerpo en cadaembestida. Sin salirse gira sobre mi pene hasta colocarse dándome la espalda.Me aferro a sus nalgas y palpo su dureza, donde entierro mis uñas. Se mueve conferocidad y aprieta mi falo contrayendo sus paredes. Sus fluidos se escurrenpor mis testículos y mi vientre.
Nopuedo evitarlo, otra vez estoy por venirme, y la penetro aún más profundo,cargándola con mi cintura, pero ella me agarra de los testículos y me grita -¡no lo harás!-, y me baja de golpe. Incrementa la velocidad y sus nalgasrebotan sobre mi vejiga deliciosamente, la sujeto de la cintura –es el momento-y ella alza su mano derecha hasta su nuca, la otra frota su clítoris.
¡Allíestá! ¡Al fin!
Suespalda se arquea y…. tocan el timbre y su bloque reaparece, sin más.Rápidamente me saca de ella dejando todo cálidamente mojado y furiosa maldice,desquitando su frustración con un grito de odio. Va directo a la ventana, asomasu cabeza, embarrando su sudor en el cristal, gira hacia a mí y chilla
–es tu madre ¡carajo!-.
Asíque la dejé excitada, en un estado lascivo sentada frente al televisor, con sustangas blancas y mi playera de Nick Cave.
Subíal cuarto, revisé el teléfono y tenía montones de llamadas de mi madre… lasignoré sabiendo que estaba mal, sabiendo que mi madre odia no saber de mídurante tanto tiempo, pero decidí que cargaría con esa culpa y me hundí en unsueño parsimonioso.
Elenaentró al cuarto haciendo rechinar el suelo, su cuerpo invadió la cálidahabitación. Vacilé entre actuar dormido o levantarme perezosamente. Pero sentísu tacto gentil en mi espalda y entonces entendí. Cerré los ojos y exageré larespiración aprovechándome del estupor aún presente después de una siesta depar de horas. Elena estaba decidida, y no hay nada mejor que entregarse alas fauces de una mujer cuando se encuentra en ese estado depredador.Sedo.
Asíque permanezco los ojos apretados y me quedo bocabajo, se diluye todo lo demás,el mundo entero es una pintura en una pared y lo único real es su caricia, que pasan de ser sus manos suaves a su lengua discreta, que intensificafluida, vivaz, poco a poco se entierra en mi piel y la pinta de su néctar. Bajahasta mis nalgas, piernas… y me estremece cuando sube por la planta de mispies. Sus manos abrigan todo lo que su lengua va desnudando. Y entonces seacerca a mi oído y me dice un susurro sin oraciones ni palabras, solo sucálido, húmedo y tembloroso aliento que es más claro que cualquier frasetrillada. Siento un hormigueo por el cuerpo entero, alimentado por imaginar loque nos espera.
Mesujeta del hombro y me indica que me dé vuelta, puedo notar su impaciencia enmi olfato, ese olor deleitoso que proviene de su sexo, atrapado en la tanga. Comienza a recorrerme con sus uñas, por el pecho y por las piernas, sulengua y sus manos me exploran, mientras ella desliza repetidamente su sexosobre mi pierna, impregnándola. Todas las cosas que de ella emanan meabrazan como un sol bondadoso y maternal.
Todomi cuerpo está despierto, siento placer en cada briza y cabello que lo roza.Ella evita a toda costa tocar mi erección, dejándola allí paratorturarme y aumentar mi placer., de vez en vez soplos de aire recubrenmí miembro, tan abrasadores que por un momento dudo si aguantaré otro más. Misojos se resisten a abrirse, porque ese ingrediente es parte de mi entrega a susdeseos, este juego no es de miradas ni de ternura, es una batalla decrescendos, de liberaciones, el preludio a encontrarnos completamente, por uninstante, en la punta de nuestros sexos.
Ellase aleja de mí y puedo distinguir aún sin ver, los movimientos lentos con los que se quita la camisa, la tanga. El sonido que hace el hilo al salir deentre sus nalgas redondas me hace, de manera inconsciente, lamerme los labios yentreabrir mis ojos para mirarla: está confiada de que permanezco a ciegas,esto me permite ver a Elena en su forma más natural, desnuda, sin testigos, sinactuaciones . Es la forma más hermosa y afilada que a su rostro le hevisto jamás, es lo más cerca que la he visto de la libertad. Se postra frente amí y por la rendija que he abierto espío, su esbeltez, su cuello largo,los senos firmes de la juventud en su pico, el vello púbico castaño que sobresalede su piel blanca, su vientre con esa ligera curva que inicia por encima de suombligo y que destella sensualidad; su rostro, sobre todo su rostro, delicado,afilado, los labios aguzados, su mirada intensa es una joya que brilla debajode esas cejas pobladas, parece que me había estado perdiendo de todo lo queella es, de todas las cosas que hace, por resolver otros problemas de los queno tendré recuerdo alguno.
Sequeda ahí, parada, pensando cómo lo quiere hacer. Mi cuerpo me pide que seacerque una vez más a conquistarlo. Distingo que sus ojos están clavados en mimiembro tenso, punzante, con las venas saltadas, y al notar su miradacomienza moverse espasmódicamente, porque sé cuál es la siguiente parte dondeella se abalanzará ahora. Y me tortura con el tiempo, me tortura con el placerque me ocasiona incluso sin tocarme, hasta que se arroja a mi carne y se meescapa un gemido al percibir que el ardiente interior de su bocaengulle mis ansias. Su saliva golpea como olas y su lengua recorrecon exquisitez lo largo de mi falo, incrementando la intensidad, de arribahacia abajo. Luego abandona mi pene que no para de convulsionar, y empapa mistestículos con su saliva, apretando su cara contra mí, succionándome mientrassu mano se desliza por mi estómago hasta llegar de nuevo al miembro, y loaprieta en un puño suave, acariciando el frenillo son su pulgar, con un ritmopreciso, y luego regresa a masturbarme intensamente, rodeándome con sus dedospor la mitad. Estoy a punto de terminar, ella sabe, así que con su pulgar eíndice presiona el glande con fuerza durante unos segundos, retrasando miclímax. Pronto me pone a prueba y regresa con su boca a devorarme, asuccionarme, a rendirme, tragando hasta donde puede abarcar. Lo saca lentamentey me dice con la voz golpeada por exhalaciones
–esmi turno-
Selevanta sobre mí y moviendo su pelvis en círculos, se penetra paulatinamente.Está tan húmeda como si fuera ella la que recibió sexo oral. Se comienzaa mover, pausada pero violenta, golpeando su clítoris contra mí cuerpo en cadaembestida. Sin salirse gira sobre mi pene hasta colocarse dándome la espalda.Me aferro a sus nalgas y palpo su dureza, donde entierro mis uñas. Se mueve conferocidad y aprieta mi falo contrayendo sus paredes. Sus fluidos se escurrenpor mis testículos y mi vientre.
Nopuedo evitarlo, otra vez estoy por venirme, y la penetro aún más profundo,cargándola con mi cintura, pero ella me agarra de los testículos y me grita -¡no lo harás!-, y me baja de golpe. Incrementa la velocidad y sus nalgasrebotan sobre mi vejiga deliciosamente, la sujeto de la cintura –es el momento-y ella alza su mano derecha hasta su nuca, la otra frota su clítoris.
¡Allíestá! ¡Al fin!
Suespalda se arquea y…. tocan el timbre y su bloque reaparece, sin más.Rápidamente me saca de ella dejando todo cálidamente mojado y furiosa maldice,desquitando su frustración con un grito de odio. Va directo a la ventana, asomasu cabeza, embarrando su sudor en el cristal, gira hacia a mí y chilla
–es tu madre ¡carajo!-.
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