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Aventuras cuckold 7

Nos debíamos un descanso de pareja solos desde hacía un tiempo y Ceci me despertó con la sorpresa de que había pedido a su madre que nos cuidara los chicos el fin de semana. Había aprovechado, además, para sacar pasajes para Uruguay. Me pareció genial. Mientras yo llevaba a los chicos a lo de mi suegra, ella preparó las valijas y noté de inmediato que algo planeaba porque se tomó la tarde para ir a depilarse y hacerse pies y manos, y cuando llegué se maquillaba y me mostró lo que iba a ponerse: un jean apretadísimo, que parecía dos números más chico, botas de cuero negro y una remera blanca que resaltaba todo. Encima se puso una camperita liviana para disimular y partimos.

Durante el cruce me hizo comprarle unos perfumes importados en el duty free del barco, pinchándome con comentarios como “Éste es el que le gusta a Juan”. Yo pagaba feliz. Cuando la veía caminar por el barco producida, sexy, segura, taconeando con una soltura que jamás le había conocido y algunos tipos se daban vuelta a mirarla porque se había sacado la campera y los pechos se le bamboleaban por todos lados, yo me moría de amor. Me calentaba sobre todo la mezcla de picardía y timidez. Por un lado, porque la veía soltando la perra “en vivo y en directo” y, por el otro, porque a la vez no dejaba de ser mi querida esposa. Durante el viaje ella me torturaba señalándome qué otros pasajeros la atraían y con cuáles iría a la cama: incluso me señaló algunas mujeres que también le gustaban. Yo no podía más.

Durante el trayecto nocturno en auto al airbnb se durmió y yo traté de pensar cualquier otra cosa para aliviar mi calentura. Y al llegar nos fuimos a dormir sin comer ni conversar porque estábamos rendidos luego de una semana ajetreada. A la mañana siguiente, sin embargo, ella estaba de un humor maravilloso y el día estaba espléndido. Me esperaba con el desayuno preparado y me dijo que quería ir a la playa.

Cuando salimos, casi me da un infarto. Se había puesto una tanga minúscula, roja, que contrastaba bien con su esmalte de uñas negro, y encima una remerita que apenas mantenía las cosas en su lugar. Bajamos a la playa para disfrutar el día y nos tiramos en nuestras lonas bajo una sombrilla. Había una pareja mayor a unos metros y Ceci comenzó a untarse protector por todo el cuerpo, juguetona, mostrándose todo lo posible, mientras iba subiendo mi temperatura al advertir cómo la crema le hacía brillar la piel y la pareja comenzaba a mirarla y a cuchichear. Luego nos fuimos a bañar.

Al salir del agua tuve sed y fui a comprar unas cervezas a un bolichito que había visto por ahí cerca. Cuando volvía casi me da otro ataque cuando la vi charlando animadamente con uno de esos morochos de tipo africano que vende artesanías y collares.El tipo había desplegado su manta y Ceci se probaba unos collares, se daba vuelta y le preguntaba si le quedaban bien. Él la aconsejaba tomándose su tiempo, y más considerando el espectáculo que daba mi esposa haciéndose la tonta, girando y luciéndose para él. Para colmo el negrazo no sólo era una masa de músculos inmensa, que me llevaba una cabeza, sino que era realmente agradable y simpático. Nos dijo que se llamaba Paul. Ceci tomó una de las cervezas y la otra se la dio a él, sin que yo atinara a decir algo, y cuando el tipo le agradeció porque hacía calor le dijo “no es nada” y por un momento que pareció eterno le puso la mano en el pectoral. Yo temblaba. Él la miró, sonrió, y seguimos conversando.

Paul recomendó los colores que le quedarían mejor y dijo que tenía que aprovechar la ocasión para hacer topless y broncearse parejo, porque esa playa era bastante liberal y nadie diría nada. Ceci se ruborizó, porque jamás lo había hecho, ni aun cuando yo se lo pedí reiteradamente, y él la seguía persuadiendo con un verso ridículo que entremezclaba ecología y sanata astrológica: algo sobre la relación entre el zodíaco, la combinación cromática y los tonos de piel. Traté de hacer un chiste ingenioso sobre la fruta que estaba mandando Paul, pero ni me dieron bola; por el contario, ella asentía embelesada a todo lo que él decía, mirándolo fijo a los ojos y de vez en cuando repasando visualmente su pecho y sus brazos musculosos. Y luego, como para darle todavía más la razón, se dio vuelta y le pidió que le desatara el corpiño. Yo me quedé mudo. Paul se lo sacó suavemente y me lo dio. Luego dijo que el sol estaba fuerte y que debía pasarse protector. Ceci asintió y me mandó a buscar crema a la sombrilla.

Cuando volví él seguía diciendo algo sobre la sintonía de los colores y los ojos y con cualquier excusa le rozaba la cara, el pelo o los hombros. Ella evidentemente se calentaba y se acercaba cada vez más. Luego le pidió que le pusiera la crema. Yo estaba pintado al óleo y, no voy a mentir, también excitadísimo. Ceci se dio vuelta, le dio la espalda y con las manos sostuvo su pelo arriba para que él la untara: era obvio que sacaba la cola a propósito, casi ofreciéndose, mientras Paul le frotaba crema por los pechos con sus manos enormes. Ceci se tensó al instante en que la tocó, tratando de mantener la calma mientras él le pasaba protector por los pechos y no paraba de hablar. Ella se reía, nerviosa. Era lo más erótico que yo había visto en mi vida y tuve una tremenda erección que me obligó a alejarme y tirarme en la lona para disimular mientras pispeaba de reojo, haciéndome el indiferente, la forma firme pero gentil en que Paul manoseaba a mi esposa en público: hasta tuvo la delicadeza de no pasarle crema por los pezones, porque, como dijo, eso le correspondía a ella. Terminando de pasarse el protector, Ceci lo miró y dijo que le había interesado mucho lo que contaba y que sería bueno continuar la charla esa noche. Él sonrió y se citaron para las nueve.

Paul le dio un beso en la mejilla, me saludó con la mano y siguió su recorrido por la playa. Ceci se fue al mar y la acompañé para enfriarme un poco. Atardecía y el mar comenzó a picarse. “Qué cuerpazo que tiene Paul, eh”, dije, mientras rompían las olas. “¿Sí? No me di cuenta”, me dijo, y el agua le pegaba en los pechos, me besó y salimos para dormitar un rato largo debajo de la sombrilla.

Cuando recogimos las cosas para volver al departamento, la pareja de al lado nos miraba perpleja, con los ojos desorbitados, como si fuéramos marcianos.

3 comentarios - Aventuras cuckold 7

AmoVzla +1
Como me rei con el final 😄 esperando la 8va parte