La que voy a contar hoy, es de esas que ya les supe comentar y que, con mi esposa convinimos en llamar "encuentros a ciegas". Consiste en esos en los cuales improvisamos, como suele ocurrir en casos muy especiales, tales como con empleados de algún hotel, con personas que conocemos en un club swinger, o casos en que la oportunidad se presenta repentinamente, sin haberlo planeado y no conocemos al candidato. Hay que aclarar que en todos los casos (que son muy poco frecuentes), tomamos un mínimo de precauciones que nos garanticen seguridad o muy bajo riesgo. También es bueno señalar, que este tipo de encuentros lleva consigo un fuerte componente de excitación, porque está presente la unión íntima con alguien al que "le cae de arriba" una mujer casada a la que va a cogerse en presencia de su marido. Esto solo debería hacerse cuando se ha adquirido experiencia, ya que hay cierto "olfato" que permite percibir si es conveniente seguir adelante. Por eso no lo hicimos más de 5 ó 6 veces en más de 25 años de estas aventuras.
Esto sucedió en Córdoba, en un invierno (creo que en 2011) en que viajamos para pasar unos días y tener un encuentro planeado con un tipo a través de internet. Alquilamos un departamento por día en el barrio Nueva Córdoba (a pocas cuadras del centro) y, cuando nos comunicamos con el candidato, éste se disculpó y se borró con cualquier pretexto (a veces sucede porque hay mucho chanta). Lo tomamos con calma y nos dedicamos a hacer turismo urbano.
Una mañana, salimos a caminar por el centro y, al llegar a una plazoleta, nos sentamos a descansar. Al rato nos llamó la atención un pequeño tumulto, en el que había varias personas con vendedores ambulantes, un policía y dos tipos que después supimos eran inspectores municipales. Entre los vendedores, había tres hombres negros. Una señora argumentaba que los dejaran trabajar, ya que los funcionarios los querían correr. Mi esposa (que siempre se muestra solidaria con los trabajadores), me instó a hacer algo por los pobres tipos (soy abogado aunque no ejerzo más que en condición de docente) y nos acercamos a preguntar qué pasaba. Los negros eran senegaleses y el policía estaba pidiéndoles documentación migratoria. Uno de ellos le mostraba llorando su pasaporte y una autorización municipal (algo precaria porque tenía membrete pero sin firma) y yo, traté de explicarle al policía que si el procedimiento estaba referido a la venta ambulante, no era procedente que se exigiera documento migratorio alguno (un recurso no muy válido, pero el policía accedió muy amablemente). Cierta ignorancia de los funcionarios sirvió para dar por terminado el asunto. El negrito agradeció emocionado (los otros se habían ido) y mi mujer se quedó conversando con él y con el uniformado.
Yo me había retirado al banco a sentarme y la veía hablar muy animadamente con ambos. Eran testigos algunos curiosos, que creo que se quedaban más admirando el cuerpito de mi esposa que a participar. Ella estaba abrigada, pero su culito se destacaba por el pantaloncito de cuero muy ajustado. Durante la charla, ella me envió una "señal" en un código que manejamos siempre. Consiste en que ella se para separando su pie derecho y torciendo su zapato hacia adentro (como "chuequita" haciéndolo oscilar sobre el taco. Eso significa que le interesa el tipo con el que está, pero yo no sabía si la calentura era con el cana o con el negro. Me llamó para irnos y se despidió de ambos con sendos besos y sonrisas.
Seguimos caminando y ahí me aclaró que le había gustado el negro. Cuando nos sentamos en un bar, me propuso volver e intentar con él, tramar algo "a ciegas". Ella tuvo encuentros con negros y sé que le enloquecen. Siempre tengo pruritos con las experiencias "a ciegas", aunque nunca nos ocurrió nada malo. Me contó su idea, que consistía en hacer que el negro nos "visite" en el depto, con el pretexto de comprarle medias y chucherías que vendía, para poder probarse las prendas con comodidad. Ya no tuve chances de hacerla desistir, así que volvimos a ver si estaba.
Se llamaba "Uvo" o algo así, nos recibió con alegría y aceptó la propuesta. "Yo muy gusto voy" (hablaba un castellano atravesado y era muy simpático). Quedamos para la siesta, cuando volviéramos de almorzar. Lo hicimos por ahí y fuimos al depto a preparar la "escena". Mientras tanto, no dejó de hacerme sus acostumbradas "gastadas" acerca de cuán grandes eran los cuernos que me iba a poner. Se desabrigó conforme la calefacción del ambiente, poniéndose un shortcito negro, unos zuecos de taco chino también negros y un top muy volado, de esos que dejan la pancita descubierta, color lila y bastante translúcido (pezoncitos en relieve).
En este tipo de casos "a ciegas", ella suele ser más expeditiva dejando de lado los preámbulos, con la premisa de "no dejar pensar" al candidato, pasando por encima de la sorpresa del mismo. Así las cosas, bajé yo mismo a recibir a Uvo cuando el guardia avisó que estaba (no tenía permitido dejar pasar a nadie, que no reciba el ocupante de un depto). Dicho sea de paso, con ese guardia (que junto al que lo reemplazaba, no le sacaban los ojos de encima a mi esposa) hay una anécdota graciosa que ocurrió al final.
Cuando entramos, Eva lo abrazó con beso y, de una, le comenzó a desprender la campera y hasta le apretó las manos con "¡estás helado!". Le quitó el bolso inmenso arrojándolo al suelo y lo arrastró de la cintura para caer juntos al sillón. "Traele café, mi amor", me dijo sin soltarle las manos. Conversaron un rato sobre la situación del tipo en el país, la familia que dejó y cosas así. Ella le sacó el gorrito de lana que tenía puesto, le sacudió una basurita del cuello de la camisa y otros gestos de "excesiva confianza" que hacían que Uvo me mirara con inquietud. Tomamos café los tres y le pidió que abra el bolso para ver la mercadería. Comenzó sacando medias, de esas chiquitas de colores fluo y le pidió probarlas, dicho lo cual le apoyó una pierna encima de las del negro y le dijo "dale, sacame el zueco y ponémela vos". El tipo comenzó tímidamente y ella ya se recostó en el sillón, pasó las dos piernas a la falda de él y le iba pidiendo su opinión. El negro ponía y sacaba y, en los intervalos, no tenía más alternativa que apoyar sus antebrazos en los muslos de mi mujer. Uvo levantó la vista en un momento y vió que yo me manoseaba la bragueta. Cuando ella le dijo "ya tenés las manos calentitas, ahora la fría soy yo", enfilé para el baño y ella agregó "a ver, poné las manitos acá, dame calor" y le tomó las manos deslizándolas desde la rodilla hacia arriba. Antes de cerrar la puerta del baño, alcancé a verla tomarlo del mentón para comerle la boca...
Aparte de preferir el baño para masturbarme, suelo no animarme a volver de inmediato y pego la oreja a la puerta para escuchar. Es cuando mi mente se desata imaginando lo que me dicen los sonidos. Ese concierto que me hacen las lenguas, los jadeos de mi muñequita, sentirla poseída por un hombre que le gusta, que la llena de placer, que no sabe ni quién es pero que la posee con alma y vida y me la quita, me despoja de ella y la disfruta como a él se le antoja, me llenan de satisfacción. Me pajeo hasta el hartazgo y eyaculo mi semen soñando que es por ella. Es el amor de mi vida, la madre de mis hijas y la que me eriza los sentidos, ahora en brazos de otro jugando a ser su puta. Lo siento en sus gemidos, en sus orgasmos infinitos que la hacen feliz...
Cuando salí del baño, el cuadro con que me encontré, como tantas veces superó mis expectativas. Los zuecos, la bombachita, el short y el top estaban desparramados por el suelo. Mi tesoro, desnudita, acostada de espaldas y "al revés" en el sillón, con sus piernitas abiertas y montadas en el respaldo, su cabecita colgando próxima al piso, el negro arrodillado para poner la verga a la altura de su boca y metiéndosela hasta la garganta provocándole arcadas.
Que yo abriera la puerta, hizo que el negro me mire y creo que eso desató su gruñido de tigre viejo cuando ahí nomás acabó. Le inundó la boca con semen. Ella con sus manos lo atraía haca sí, empujando los glúteos de ese potro desbocado. Uvo, con una mano, jugaba con los húmedos jugos de su vagina, hasta que enseguida de tragarse toda la leche, ella lanzó el inigualable jadeo de un orgasmo profundo, casi como en una convulsión. El negro se desplomó con su boca en esos flujos sabrosos, mientras mi mujer, asomando su blanco rostro bajo las negras piernas, me balbuceó: "limpiale la pija". Demoré en entender, entonces ella me gritó: "¡dale, limpiásela!" Corrí a buscar servilletas de papel y mientras de rodillas trataba de cumplir, el brazo del negro sobre mis hombros me dio un mensaje de compasión. Mi esposa acomodó su posición, sacó del rollo la suya para limpiarse la boca, me miró sonriendo, después lo miró a él, le arrimó los labios... y se besaron apasionadamente...
Hubo un silencio prolongado mientras las respiraciones se calmaban. Me serví un whisky (nunca me falta en estos casos) y me senté en una silla del comedor. El negro se levantaba el slip y los pantalones (que no tuvo tiempo de quitarse) cuando Eva, aún totalmente desnuda se "montó" en mi falda para abrazarme y besarme. Es su modo de confirmarme el amor como única razón de lo que hacemos. Uvo se le acercó de atrás, la tomó por los hombros, la atrajo hacia sí, bajó las manos hasta apretarle los pechos y ella levantó su cabeza y sacó la lengua, hasta encontrar la boca del negro que se la chupó chorreando saliva por las mejillas, a centímetros de mi cara. Después se fue al baño y ella, quedó en mis brazos, transpirada y exhausta...
Tomamos café, algunos tragos, vimos tv, charlamos, nos reímos, se manosearon, se besaron, se fueron a la cama...y se amaron... Ver ese cuerpo negro jugar, besar, mojar, recorrer la piel blanca y frágil de mi flaquita, dibujaba un contraste de dominación caliente y erótico con finales de profanación plena al penetrarla. Mi mujer a merced y disposición de un negro desconocido que la usó, la disfrutó como nunca había soñado, entregada para ser devorada en un banquete de placer, por delante, por detrás, por arriba y por abajo, bebiendo y untando su cuerpo con leche de macho... Bien sucia, bien puta, bien "tramposa" y corneadora...
No aceptó quedarse a cenar, ni que le pagara las prendas elegidas. Creo que prefirió recluirse en su casa para averiguar si todo lo vivido fue verdad. Se despidió de mí con mucho respeto y sinceridad. Ella lo acompañó en el ascensor, con una campera mía como toda vestimenta. No pudo con su genio y ensayó una vez más su divertimento de histeriqueo provocador (esto me lo contó ella después): Bajaron del ascensor tomados de la mano. El tipo de la seguridad, que ya estaba acompañado por su relevo, disimulaba su sorpresa (siempre me vieron con ella, como su esposo). Se detuvieron en el palier, antes de la puerta de vidrio y la apoyó contra la pared, la besó y manoseó levantando varias veces la campera, mostrando que abajo no tenía nada, la masturbó, la hizo gemir a pocos metros de los guardias. Se despidieron. Cuando volvía pasó frente a los tipos con la prenda desabrochada. Llamó el ascensor. Cuando uno de ellos se asomaba para verla un poco más, ella sonriendo le hizo con el dedo la seña de "silencio, esto queda entre ustedes y yo". Por fin, subió a contármelo muerta de risa. En ese paseo, fui cornudo conciente para uno y cornudo idiota para dos...
Esto sucedió en Córdoba, en un invierno (creo que en 2011) en que viajamos para pasar unos días y tener un encuentro planeado con un tipo a través de internet. Alquilamos un departamento por día en el barrio Nueva Córdoba (a pocas cuadras del centro) y, cuando nos comunicamos con el candidato, éste se disculpó y se borró con cualquier pretexto (a veces sucede porque hay mucho chanta). Lo tomamos con calma y nos dedicamos a hacer turismo urbano.
Una mañana, salimos a caminar por el centro y, al llegar a una plazoleta, nos sentamos a descansar. Al rato nos llamó la atención un pequeño tumulto, en el que había varias personas con vendedores ambulantes, un policía y dos tipos que después supimos eran inspectores municipales. Entre los vendedores, había tres hombres negros. Una señora argumentaba que los dejaran trabajar, ya que los funcionarios los querían correr. Mi esposa (que siempre se muestra solidaria con los trabajadores), me instó a hacer algo por los pobres tipos (soy abogado aunque no ejerzo más que en condición de docente) y nos acercamos a preguntar qué pasaba. Los negros eran senegaleses y el policía estaba pidiéndoles documentación migratoria. Uno de ellos le mostraba llorando su pasaporte y una autorización municipal (algo precaria porque tenía membrete pero sin firma) y yo, traté de explicarle al policía que si el procedimiento estaba referido a la venta ambulante, no era procedente que se exigiera documento migratorio alguno (un recurso no muy válido, pero el policía accedió muy amablemente). Cierta ignorancia de los funcionarios sirvió para dar por terminado el asunto. El negrito agradeció emocionado (los otros se habían ido) y mi mujer se quedó conversando con él y con el uniformado.
Yo me había retirado al banco a sentarme y la veía hablar muy animadamente con ambos. Eran testigos algunos curiosos, que creo que se quedaban más admirando el cuerpito de mi esposa que a participar. Ella estaba abrigada, pero su culito se destacaba por el pantaloncito de cuero muy ajustado. Durante la charla, ella me envió una "señal" en un código que manejamos siempre. Consiste en que ella se para separando su pie derecho y torciendo su zapato hacia adentro (como "chuequita" haciéndolo oscilar sobre el taco. Eso significa que le interesa el tipo con el que está, pero yo no sabía si la calentura era con el cana o con el negro. Me llamó para irnos y se despidió de ambos con sendos besos y sonrisas.
Seguimos caminando y ahí me aclaró que le había gustado el negro. Cuando nos sentamos en un bar, me propuso volver e intentar con él, tramar algo "a ciegas". Ella tuvo encuentros con negros y sé que le enloquecen. Siempre tengo pruritos con las experiencias "a ciegas", aunque nunca nos ocurrió nada malo. Me contó su idea, que consistía en hacer que el negro nos "visite" en el depto, con el pretexto de comprarle medias y chucherías que vendía, para poder probarse las prendas con comodidad. Ya no tuve chances de hacerla desistir, así que volvimos a ver si estaba.
Se llamaba "Uvo" o algo así, nos recibió con alegría y aceptó la propuesta. "Yo muy gusto voy" (hablaba un castellano atravesado y era muy simpático). Quedamos para la siesta, cuando volviéramos de almorzar. Lo hicimos por ahí y fuimos al depto a preparar la "escena". Mientras tanto, no dejó de hacerme sus acostumbradas "gastadas" acerca de cuán grandes eran los cuernos que me iba a poner. Se desabrigó conforme la calefacción del ambiente, poniéndose un shortcito negro, unos zuecos de taco chino también negros y un top muy volado, de esos que dejan la pancita descubierta, color lila y bastante translúcido (pezoncitos en relieve).
En este tipo de casos "a ciegas", ella suele ser más expeditiva dejando de lado los preámbulos, con la premisa de "no dejar pensar" al candidato, pasando por encima de la sorpresa del mismo. Así las cosas, bajé yo mismo a recibir a Uvo cuando el guardia avisó que estaba (no tenía permitido dejar pasar a nadie, que no reciba el ocupante de un depto). Dicho sea de paso, con ese guardia (que junto al que lo reemplazaba, no le sacaban los ojos de encima a mi esposa) hay una anécdota graciosa que ocurrió al final.
Cuando entramos, Eva lo abrazó con beso y, de una, le comenzó a desprender la campera y hasta le apretó las manos con "¡estás helado!". Le quitó el bolso inmenso arrojándolo al suelo y lo arrastró de la cintura para caer juntos al sillón. "Traele café, mi amor", me dijo sin soltarle las manos. Conversaron un rato sobre la situación del tipo en el país, la familia que dejó y cosas así. Ella le sacó el gorrito de lana que tenía puesto, le sacudió una basurita del cuello de la camisa y otros gestos de "excesiva confianza" que hacían que Uvo me mirara con inquietud. Tomamos café los tres y le pidió que abra el bolso para ver la mercadería. Comenzó sacando medias, de esas chiquitas de colores fluo y le pidió probarlas, dicho lo cual le apoyó una pierna encima de las del negro y le dijo "dale, sacame el zueco y ponémela vos". El tipo comenzó tímidamente y ella ya se recostó en el sillón, pasó las dos piernas a la falda de él y le iba pidiendo su opinión. El negro ponía y sacaba y, en los intervalos, no tenía más alternativa que apoyar sus antebrazos en los muslos de mi mujer. Uvo levantó la vista en un momento y vió que yo me manoseaba la bragueta. Cuando ella le dijo "ya tenés las manos calentitas, ahora la fría soy yo", enfilé para el baño y ella agregó "a ver, poné las manitos acá, dame calor" y le tomó las manos deslizándolas desde la rodilla hacia arriba. Antes de cerrar la puerta del baño, alcancé a verla tomarlo del mentón para comerle la boca...
Aparte de preferir el baño para masturbarme, suelo no animarme a volver de inmediato y pego la oreja a la puerta para escuchar. Es cuando mi mente se desata imaginando lo que me dicen los sonidos. Ese concierto que me hacen las lenguas, los jadeos de mi muñequita, sentirla poseída por un hombre que le gusta, que la llena de placer, que no sabe ni quién es pero que la posee con alma y vida y me la quita, me despoja de ella y la disfruta como a él se le antoja, me llenan de satisfacción. Me pajeo hasta el hartazgo y eyaculo mi semen soñando que es por ella. Es el amor de mi vida, la madre de mis hijas y la que me eriza los sentidos, ahora en brazos de otro jugando a ser su puta. Lo siento en sus gemidos, en sus orgasmos infinitos que la hacen feliz...
Cuando salí del baño, el cuadro con que me encontré, como tantas veces superó mis expectativas. Los zuecos, la bombachita, el short y el top estaban desparramados por el suelo. Mi tesoro, desnudita, acostada de espaldas y "al revés" en el sillón, con sus piernitas abiertas y montadas en el respaldo, su cabecita colgando próxima al piso, el negro arrodillado para poner la verga a la altura de su boca y metiéndosela hasta la garganta provocándole arcadas.
Que yo abriera la puerta, hizo que el negro me mire y creo que eso desató su gruñido de tigre viejo cuando ahí nomás acabó. Le inundó la boca con semen. Ella con sus manos lo atraía haca sí, empujando los glúteos de ese potro desbocado. Uvo, con una mano, jugaba con los húmedos jugos de su vagina, hasta que enseguida de tragarse toda la leche, ella lanzó el inigualable jadeo de un orgasmo profundo, casi como en una convulsión. El negro se desplomó con su boca en esos flujos sabrosos, mientras mi mujer, asomando su blanco rostro bajo las negras piernas, me balbuceó: "limpiale la pija". Demoré en entender, entonces ella me gritó: "¡dale, limpiásela!" Corrí a buscar servilletas de papel y mientras de rodillas trataba de cumplir, el brazo del negro sobre mis hombros me dio un mensaje de compasión. Mi esposa acomodó su posición, sacó del rollo la suya para limpiarse la boca, me miró sonriendo, después lo miró a él, le arrimó los labios... y se besaron apasionadamente...
Hubo un silencio prolongado mientras las respiraciones se calmaban. Me serví un whisky (nunca me falta en estos casos) y me senté en una silla del comedor. El negro se levantaba el slip y los pantalones (que no tuvo tiempo de quitarse) cuando Eva, aún totalmente desnuda se "montó" en mi falda para abrazarme y besarme. Es su modo de confirmarme el amor como única razón de lo que hacemos. Uvo se le acercó de atrás, la tomó por los hombros, la atrajo hacia sí, bajó las manos hasta apretarle los pechos y ella levantó su cabeza y sacó la lengua, hasta encontrar la boca del negro que se la chupó chorreando saliva por las mejillas, a centímetros de mi cara. Después se fue al baño y ella, quedó en mis brazos, transpirada y exhausta...
Tomamos café, algunos tragos, vimos tv, charlamos, nos reímos, se manosearon, se besaron, se fueron a la cama...y se amaron... Ver ese cuerpo negro jugar, besar, mojar, recorrer la piel blanca y frágil de mi flaquita, dibujaba un contraste de dominación caliente y erótico con finales de profanación plena al penetrarla. Mi mujer a merced y disposición de un negro desconocido que la usó, la disfrutó como nunca había soñado, entregada para ser devorada en un banquete de placer, por delante, por detrás, por arriba y por abajo, bebiendo y untando su cuerpo con leche de macho... Bien sucia, bien puta, bien "tramposa" y corneadora...
No aceptó quedarse a cenar, ni que le pagara las prendas elegidas. Creo que prefirió recluirse en su casa para averiguar si todo lo vivido fue verdad. Se despidió de mí con mucho respeto y sinceridad. Ella lo acompañó en el ascensor, con una campera mía como toda vestimenta. No pudo con su genio y ensayó una vez más su divertimento de histeriqueo provocador (esto me lo contó ella después): Bajaron del ascensor tomados de la mano. El tipo de la seguridad, que ya estaba acompañado por su relevo, disimulaba su sorpresa (siempre me vieron con ella, como su esposo). Se detuvieron en el palier, antes de la puerta de vidrio y la apoyó contra la pared, la besó y manoseó levantando varias veces la campera, mostrando que abajo no tenía nada, la masturbó, la hizo gemir a pocos metros de los guardias. Se despidieron. Cuando volvía pasó frente a los tipos con la prenda desabrochada. Llamó el ascensor. Cuando uno de ellos se asomaba para verla un poco más, ella sonriendo le hizo con el dedo la seña de "silencio, esto queda entre ustedes y yo". Por fin, subió a contármelo muerta de risa. En ese paseo, fui cornudo conciente para uno y cornudo idiota para dos...
8 comentarios - Con un negro senegalés
http://www.poringa.net/posts/imagenes/3380703/Mi-esposa.html
Y sí, sos pelotudo.