Piel tostada sin ayuda del sol, de un color trigueño cautivante, de una suavidad indescriptible, opaca por naturaleza, brillosa ahora por los aceites para hacer masajes. Completamente desnuda, tendida en la camilla, dispuesta en el centro de una habitación carente casi por completo de color. Paredes blancas, toallas blancas, todo lo blanco apenas interrumpido por algunas estanterías dispuestas en una pared, de un material que simulaban el color del pino. Una habitación que sin dudas invita a desconectarse del caos visual que proporciona una ciudad que, si bien es relativamente nueva, crece a pasos agigantados.
Momentos antes la invité a recostarse boca abajo, dándole a elegir si hacerlo completamente desnuda o dejando puesta la parte baja del conjunto negro de algodón. Negro -pienso para mis adentros- el color que eligen las mujeres para ocultar. Elige la primera opción, aunque se la nota algo incomoda de su desnudez. Le pido en un tono casi susurrante que se relaje, que cierre los ojos y se deje llevar por los demás sentidos.
Ahora, ya recostada puedo admirarla con más detenimiento. Su cuerpo no es como lo venden en las revistas. Todas las estrías, celulitis y la flacidez propia de los cuerpos reales están ahí. Incluso una cicatriz, aquella de la que toda puérpera reniega. Todo estaba allí, expuesto. Como estaban expuestas todas sus inseguridades. La recorro con mis manos llenas de aceite, empezando por los omóplatos, subiendo con pequeños círculos hasta el cuello. Lo recorro y me detengo unos segundos en la zona justa donde comienza la cabeza. Bajo nuevamente con pequeños círculos esta vez hasta la parte baja de la cintura. Puedo sentirla aún tensa, pero a medida que avanzo con los masajes todos sus músculos se relajan, su actitud defensiva del comienzo se convierte en una más receptiva.
Continúo con los masajes recorriéndola por completo. Cuello, espalda, glúteos, muslos, pantorrillas, pies. Y de regreso. Cada centímetro de piel que recorro es un estímulo tanto para ella como para mí. Apenas logro contener mis impulsos más primitivos cuando le pido que se dé vuelta, quedándome a la vista el par de pechos turgentes que tiene en su haber. Coronados con un par de pezones de un marrón oscuro, duros, erectos. Imposible disimular los efectos físicos que logra en mi cuerpo aquella mujer. ¿Cómo disimular todo tipo de durezas y humedades en mi propio cuerpo?
Intentando seguir lo más profesionalmente posible vuelvo a echar algo de aceite sobre tu piel, y continúo los masajes. Recorro entera su anatomía, desde la zona de la clavícula, rodeando sus pechos, cruzando su abdomen y cadera, presionando ligeramente sus muslos, completando sus piernas, y terminando nuevamente en sus pies. Vuelvo a subir hasta su entrepierna, con un leve movimiento con las manos la invito a abrirse un poco. Acepta relajada, dejándose llevar, dejándose hacer. Aquella actitud defensiva de principio ya no existe en absoluto. Está completamente entregada al placer que le generan mis dedos, mis manos. Y me lo hace saber con casi tímidos suspiros que intenta, sin lograrlo, ocultar.
Dudo por un momento si avanzar hacia lo irreversible. Llegó a mí por un poco de relajación, no expresó en ningún momento que quisiera algo más. Dudo si estoy entiendo correctamente las señales, o es mi propia calentura la que me está aconsejando. Me decido. Empiezo una lenta peregrinación desde el monte de venus, abriéndome paso entre sus labios, hasta casi la entrada de su tórrida cavidad. Puedo notar que está relajada, puedo notarla hasta excitada. La acompaño en su excitación con una erección que es imposible de disimular. Incluso, si en este momento abriera sus ojos y fijara su mirada, sin dudas vería la circular marca húmeda en mis pantalones.
Enseguida su humedad se hace notoria, saliendo al exterior en abundantes cantidades. Se estremece al sentirse mojada. Incentivo el estremecimiento untando mis dedos en sus jugos, llevándolo al clítoris, masajeándolo muy suavemente con pequeños círculos, hacia un lado-y hacia el otro. No obtengo ninguna oposición de su parte. La habitación, hasta ahora solo musicalizada con un repertorio de música clásica en un volumen casi inaudible, se empezaba a llenar de largos suspiros primero, y de pequeños gemidos después.
Puedo presentir el inminente orgasmo en los masajes que ahora ella ofrece a mis dedos penetrándola. Puedo sentir en su Punto G que está por acabar. Dejo de mover mis dedos y lo presiono suavemente mientras estimulo su clítoris. Su interior se contrae y relaja al ritmo de su agitada respiración. Sus piernas tiemblan, su cuerpo entero se contorsiona suavemente. La miro a los ojos -aunque ella sigue con los de ella cerrados- esperando el desenlace.
Y acaba. Esa mujer llena de inseguridades y timidez acaba solo con los masajes que mis dedos le ofrecen. Acaba de una manera tan auténtica, tan natural, como toda ella. Acaba y sonríe.
Llegó a mí por un poco de relajación, se encontró con un hombre que la cogería sin prisa, sin apuros. Un hombre que la cogería aun cuando no fuese con la clásica idea del coito formal. Llegó a mí por un poco de relajación y se fue relajada y satisfecha.
Momentos antes la invité a recostarse boca abajo, dándole a elegir si hacerlo completamente desnuda o dejando puesta la parte baja del conjunto negro de algodón. Negro -pienso para mis adentros- el color que eligen las mujeres para ocultar. Elige la primera opción, aunque se la nota algo incomoda de su desnudez. Le pido en un tono casi susurrante que se relaje, que cierre los ojos y se deje llevar por los demás sentidos.
Ahora, ya recostada puedo admirarla con más detenimiento. Su cuerpo no es como lo venden en las revistas. Todas las estrías, celulitis y la flacidez propia de los cuerpos reales están ahí. Incluso una cicatriz, aquella de la que toda puérpera reniega. Todo estaba allí, expuesto. Como estaban expuestas todas sus inseguridades. La recorro con mis manos llenas de aceite, empezando por los omóplatos, subiendo con pequeños círculos hasta el cuello. Lo recorro y me detengo unos segundos en la zona justa donde comienza la cabeza. Bajo nuevamente con pequeños círculos esta vez hasta la parte baja de la cintura. Puedo sentirla aún tensa, pero a medida que avanzo con los masajes todos sus músculos se relajan, su actitud defensiva del comienzo se convierte en una más receptiva.
Continúo con los masajes recorriéndola por completo. Cuello, espalda, glúteos, muslos, pantorrillas, pies. Y de regreso. Cada centímetro de piel que recorro es un estímulo tanto para ella como para mí. Apenas logro contener mis impulsos más primitivos cuando le pido que se dé vuelta, quedándome a la vista el par de pechos turgentes que tiene en su haber. Coronados con un par de pezones de un marrón oscuro, duros, erectos. Imposible disimular los efectos físicos que logra en mi cuerpo aquella mujer. ¿Cómo disimular todo tipo de durezas y humedades en mi propio cuerpo?
Intentando seguir lo más profesionalmente posible vuelvo a echar algo de aceite sobre tu piel, y continúo los masajes. Recorro entera su anatomía, desde la zona de la clavícula, rodeando sus pechos, cruzando su abdomen y cadera, presionando ligeramente sus muslos, completando sus piernas, y terminando nuevamente en sus pies. Vuelvo a subir hasta su entrepierna, con un leve movimiento con las manos la invito a abrirse un poco. Acepta relajada, dejándose llevar, dejándose hacer. Aquella actitud defensiva de principio ya no existe en absoluto. Está completamente entregada al placer que le generan mis dedos, mis manos. Y me lo hace saber con casi tímidos suspiros que intenta, sin lograrlo, ocultar.
Dudo por un momento si avanzar hacia lo irreversible. Llegó a mí por un poco de relajación, no expresó en ningún momento que quisiera algo más. Dudo si estoy entiendo correctamente las señales, o es mi propia calentura la que me está aconsejando. Me decido. Empiezo una lenta peregrinación desde el monte de venus, abriéndome paso entre sus labios, hasta casi la entrada de su tórrida cavidad. Puedo notar que está relajada, puedo notarla hasta excitada. La acompaño en su excitación con una erección que es imposible de disimular. Incluso, si en este momento abriera sus ojos y fijara su mirada, sin dudas vería la circular marca húmeda en mis pantalones.
Enseguida su humedad se hace notoria, saliendo al exterior en abundantes cantidades. Se estremece al sentirse mojada. Incentivo el estremecimiento untando mis dedos en sus jugos, llevándolo al clítoris, masajeándolo muy suavemente con pequeños círculos, hacia un lado-y hacia el otro. No obtengo ninguna oposición de su parte. La habitación, hasta ahora solo musicalizada con un repertorio de música clásica en un volumen casi inaudible, se empezaba a llenar de largos suspiros primero, y de pequeños gemidos después.
Puedo presentir el inminente orgasmo en los masajes que ahora ella ofrece a mis dedos penetrándola. Puedo sentir en su Punto G que está por acabar. Dejo de mover mis dedos y lo presiono suavemente mientras estimulo su clítoris. Su interior se contrae y relaja al ritmo de su agitada respiración. Sus piernas tiemblan, su cuerpo entero se contorsiona suavemente. La miro a los ojos -aunque ella sigue con los de ella cerrados- esperando el desenlace.
Y acaba. Esa mujer llena de inseguridades y timidez acaba solo con los masajes que mis dedos le ofrecen. Acaba de una manera tan auténtica, tan natural, como toda ella. Acaba y sonríe.
Llegó a mí por un poco de relajación, se encontró con un hombre que la cogería sin prisa, sin apuros. Un hombre que la cogería aun cuando no fuese con la clásica idea del coito formal. Llegó a mí por un poco de relajación y se fue relajada y satisfecha.
9 comentarios - Relajada y satisfecha - La Fantasía
Ir por Relajación, y llevarse el combo completo!!
gracias
Ahora con la que se anima.... se lleva su recompenza!