Al día siguiente era el cumpleaños de mi mamá (la que tenía un chongo. Ya subí un relato al respecto) y de regalo me había pedido un traje sastre de Gucci, similar a uno que tenía yo.
A la salida del trabajo, fui al shopping donde lo había comprado.
Tomé el subterráneo, de regreso, bastante más tarde de lo habitual, con el paquete del regalo y paquetes varios de otras compras improvisadas.
Al entrar en el vagón, mirando alrededor, me llamó la atención un tipo robusto, alto, con cabello revuelto, barba descuidada, vestido con camisa y jean. Lo tenía visto, pero no recodaba, donde.
Se sentó en la fila de asientos enfrentada a la elegí yo, pero, tres lugares a mi izquierda y clavó la vista sobre mí, sin pudor.
En el bamboleo monótono del vagón, cuando percibía que lo miraba, hacía leves movimientos con sus piernas, abriéndolas y cerrándolas apenas, con una oscilación que hacía mover su bulto debajo de la tela del jean. Estaba aturdida, pero no podía dejar de mirarlo, de tanto en tanto. En una de las veces, me miró fijamente por unos momentos y luego de repente bajó los párpados, mirándose… justo allí, logrando que yo hiciera lo mismo. La palma de su mano se apoyó sobre el bulto de sus pantalones y se movió lentamente, frotando... arriba y abajo... arriba y abajo... Me sonrojé violentamente y dejé mis ojos fijos, durante mucho tiempo, sobre la hinchazón... Sentí que estaba como hipnotizada, y haciendo caso omiso de los demás pasajeros... mi respiración se volvió pesada... ... mi cabeza comenzó a girar, mis sienes a palpitar, imaginando lo que me estaba proponiendo.
Descendimos al final del recorrido del subte, dentro de la estación de trenes suburbanos. Me encaminé al andén de la formación que me llevaría a casa.
El hombre me siguió por el pasillo, casi desierto, aceleró el paso y me alcanzó.
Si yo había imaginado lo que quería, él me lo tradujo en palabras:
-Vamos para el mismo lado…. Somos vecinos…. Soy el del maxi quiosco que está a menos de 200 mts de tu casa… Mario.-
Ahí se develó el misterio de donde lo conocía, de vista.
-…. hoy salí de casa con mucha gana de…… una linda señora burguesa… y, quiso el destino, que di con vos en el subte… -
Alegué que estaba casada, que me consideraba una buena madre, etc… Replicó que eso nos hacía compatibles ya que él era casado y se consideraba un buen padre.
Subimos juntos al vagón. Se sentó a mi lado y durante el trayecto, le dije mi nombre y hablamos de vaguedades, intercaladas, de tanto en tanto con frases rebuscadas y agradables, susurradas en mi oído, para adularme.
Llegados a la estación de destino, bajé apresuradamente del tren. De nuevo él se me apareó y caminamos unos 200 mts. lado a lado, hacia mi casa (y su negocio).
Al llegar frente a la puerta de su quiosco, cerrado, me tomó de un brazo, con una mano, en la otra sostenía un llavero. Me susurró al oído:
-Mi hijo ya cerró, Sé que tenés ganas de “dunga dunga” entrá y vas a tener de sobra.-
Se agachó y abrió el candado de la puertita de la cortina metálica de enrollar, la desmontó y abrió la puerta de vidrio del local y me dio una mirada de invitación.
Yo estaba enrojecida, sentía mis piernas temblequear, calor en el pecho y en el bajo vientre.
Me alegué que era tarde, que me estaban esperando, que no correspondía, que…
todo fue inútil. Una fuerza superior me atrajo hacia el interior, me incliné metí la cabeza en la pequeña abertura de la cortina metálica, sentí una mano en el culo que me empujaba levemente y así entré, con todos mis paquetes de las compras.
Mario entró detrás de mí, cerró el local, dijo que “de afuera se ve todo a través de la vidriera”. Dejé las compras en el mostrador y fuimos a dar en el reducido, baño del local, con inodoro y una pileta inserta en una estrecha mesadita. El aire estaba impregnado de un fuerte olor a orina y a desodorante/detergente barato... mientras pensaba en eso, él me agarró y me empujó contra la mesada. Se bajó el cierre del jean, metió la mano adentro y muy lentamente, sus dedos comenzaron a manosear el bulto sobre el slip... la sacó y con una sonrisa astuta pintada en su cara, sin hablar, me invitó. Me rendí, moviéndome un paso hacia él, tímidamente extendí mi brazo... metí la mano en su jean y palpé una cosa gruesa y dura debajo del algodón del slip... seguí acariciándolo, luego aparté la tela y, como en un sueño, emergió su verga, increíblemente gruesa y larga ... más de como la había imaginado antes, en el subterráneo. Mis dedos rodearon ese palo de carne, que terminó de crecer en mi mano, cálido, pulsante, enorme.
Sorprendida por mi falta de pudor, con un hombre prácticamente desconocido, comencé a hacerle, lentamente, una paja, mientras mis sienes palpitaban. Al rato, se quitó la camisa, bajó los pantalones, me sacó la mano de su miembro, se bajó el slip, se sentó en el inodoro y me ordenó:
-¡Arrodíllate, dale!
Pensé que me estaba volviendo loca, pero obedecí. Su verga quedó ante mis ojos, la agarré, frenética... era un pedazo de hierro, tan duro, grande y largo que me inquieté pensando que lo iba a tener adentro. Comencé a explorarlo, con mis labios y lengua, centímetro a centímetro, bajando a los testículos y subiendo, deslizando la piel atrás y adelante, lentamente, muy lentamente, Mario exteriorizó que le gustaba:
-¡Qué buenooo!- Pero fue por más, con voz firme:
-¡Sos…. una maestra,…… a chuparla ahora! –
Abrí la boca y comencé a engullir esa verga grande y húmeda... Sabía a orina, era cálida y suave... La tragué poco a poco, lamiendo y chupando, mientras con mi mano seguí corriendo atrás y adelante la piel... Me agarró por el cabello imponiendo, el ritmo que más le gustaba...
En ese momento me sentí como una verdadera puta.
- Me había parecido que sos una loca de abajo... acerté- murmuró con satisfacción mientras gemía salvajemente por su excitación animal... luego me agarró con brusquedad, me hizo parar, Me sacó la blusa y corpiño, me manoseó y chupeteó las tetas, levantó mi pollera para palpar mis muslos, mi culo con las manos dentro de la bombacha. No demoró mucho en bajármela, me sentó en la mesadita y terminó de arrancármela y, con sus dedos se puso a explorar cada una de mis partes íntimas, mientras mi débil voz simulaba una última, inútil rebelión:
-¡No, noooo…. no…. Déjame…!-
Sus dedos comenzaron a rozar mi clítoris, causándome espasmos imparables, avanzó entre mis muslos y sentí su grueso glande abrirse camino en mi concha, empapada. Me penetró, empalándome sin miramientos, y me cogió durante un buen tiempo, mientras su boca codiciosa y voraz, me besaba en la boca, en el cuello o chupeteaba mis tetas desnudas, Experimenté un placer, raras veces, antes disfrutado, mientras me bombeaba inexorablemente.
Me provocó orgasmos intermedios y uno final, intenso en exceso, desmedido, fuera de lo común. Lo grité sin recato.
Él acabó gruñendo con la boca e inundándome de esperma con el miembro.
Al llegar a casa debo haber estado aún bastante alterada y con el culo dolorido (por lo exiguo de la mesada del baño de Mario, mis nalgas quedaron, mitad, colgadas sobre el hueco de la pileta. Con el trajín del polvo y el frenesí de los orgasmos, quedé con el trasero maltrecho)
Miguel, mi marido, me semblanteó y, luego con sorna, me verdugueó:
-¡Vaya con las compras….. largas y agitadas…. ¿Noo?-
Leyó en mi cara y mirada, mi reciente ligue pasajero.
A la salida del trabajo, fui al shopping donde lo había comprado.
Tomé el subterráneo, de regreso, bastante más tarde de lo habitual, con el paquete del regalo y paquetes varios de otras compras improvisadas.
Al entrar en el vagón, mirando alrededor, me llamó la atención un tipo robusto, alto, con cabello revuelto, barba descuidada, vestido con camisa y jean. Lo tenía visto, pero no recodaba, donde.
Se sentó en la fila de asientos enfrentada a la elegí yo, pero, tres lugares a mi izquierda y clavó la vista sobre mí, sin pudor.
En el bamboleo monótono del vagón, cuando percibía que lo miraba, hacía leves movimientos con sus piernas, abriéndolas y cerrándolas apenas, con una oscilación que hacía mover su bulto debajo de la tela del jean. Estaba aturdida, pero no podía dejar de mirarlo, de tanto en tanto. En una de las veces, me miró fijamente por unos momentos y luego de repente bajó los párpados, mirándose… justo allí, logrando que yo hiciera lo mismo. La palma de su mano se apoyó sobre el bulto de sus pantalones y se movió lentamente, frotando... arriba y abajo... arriba y abajo... Me sonrojé violentamente y dejé mis ojos fijos, durante mucho tiempo, sobre la hinchazón... Sentí que estaba como hipnotizada, y haciendo caso omiso de los demás pasajeros... mi respiración se volvió pesada... ... mi cabeza comenzó a girar, mis sienes a palpitar, imaginando lo que me estaba proponiendo.
Descendimos al final del recorrido del subte, dentro de la estación de trenes suburbanos. Me encaminé al andén de la formación que me llevaría a casa.
El hombre me siguió por el pasillo, casi desierto, aceleró el paso y me alcanzó.
Si yo había imaginado lo que quería, él me lo tradujo en palabras:
-Vamos para el mismo lado…. Somos vecinos…. Soy el del maxi quiosco que está a menos de 200 mts de tu casa… Mario.-
Ahí se develó el misterio de donde lo conocía, de vista.
-…. hoy salí de casa con mucha gana de…… una linda señora burguesa… y, quiso el destino, que di con vos en el subte… -
Alegué que estaba casada, que me consideraba una buena madre, etc… Replicó que eso nos hacía compatibles ya que él era casado y se consideraba un buen padre.
Subimos juntos al vagón. Se sentó a mi lado y durante el trayecto, le dije mi nombre y hablamos de vaguedades, intercaladas, de tanto en tanto con frases rebuscadas y agradables, susurradas en mi oído, para adularme.
Llegados a la estación de destino, bajé apresuradamente del tren. De nuevo él se me apareó y caminamos unos 200 mts. lado a lado, hacia mi casa (y su negocio).
Al llegar frente a la puerta de su quiosco, cerrado, me tomó de un brazo, con una mano, en la otra sostenía un llavero. Me susurró al oído:
-Mi hijo ya cerró, Sé que tenés ganas de “dunga dunga” entrá y vas a tener de sobra.-
Se agachó y abrió el candado de la puertita de la cortina metálica de enrollar, la desmontó y abrió la puerta de vidrio del local y me dio una mirada de invitación.
Yo estaba enrojecida, sentía mis piernas temblequear, calor en el pecho y en el bajo vientre.
Me alegué que era tarde, que me estaban esperando, que no correspondía, que…
todo fue inútil. Una fuerza superior me atrajo hacia el interior, me incliné metí la cabeza en la pequeña abertura de la cortina metálica, sentí una mano en el culo que me empujaba levemente y así entré, con todos mis paquetes de las compras.
Mario entró detrás de mí, cerró el local, dijo que “de afuera se ve todo a través de la vidriera”. Dejé las compras en el mostrador y fuimos a dar en el reducido, baño del local, con inodoro y una pileta inserta en una estrecha mesadita. El aire estaba impregnado de un fuerte olor a orina y a desodorante/detergente barato... mientras pensaba en eso, él me agarró y me empujó contra la mesada. Se bajó el cierre del jean, metió la mano adentro y muy lentamente, sus dedos comenzaron a manosear el bulto sobre el slip... la sacó y con una sonrisa astuta pintada en su cara, sin hablar, me invitó. Me rendí, moviéndome un paso hacia él, tímidamente extendí mi brazo... metí la mano en su jean y palpé una cosa gruesa y dura debajo del algodón del slip... seguí acariciándolo, luego aparté la tela y, como en un sueño, emergió su verga, increíblemente gruesa y larga ... más de como la había imaginado antes, en el subterráneo. Mis dedos rodearon ese palo de carne, que terminó de crecer en mi mano, cálido, pulsante, enorme.
Sorprendida por mi falta de pudor, con un hombre prácticamente desconocido, comencé a hacerle, lentamente, una paja, mientras mis sienes palpitaban. Al rato, se quitó la camisa, bajó los pantalones, me sacó la mano de su miembro, se bajó el slip, se sentó en el inodoro y me ordenó:
-¡Arrodíllate, dale!
Pensé que me estaba volviendo loca, pero obedecí. Su verga quedó ante mis ojos, la agarré, frenética... era un pedazo de hierro, tan duro, grande y largo que me inquieté pensando que lo iba a tener adentro. Comencé a explorarlo, con mis labios y lengua, centímetro a centímetro, bajando a los testículos y subiendo, deslizando la piel atrás y adelante, lentamente, muy lentamente, Mario exteriorizó que le gustaba:
-¡Qué buenooo!- Pero fue por más, con voz firme:
-¡Sos…. una maestra,…… a chuparla ahora! –
Abrí la boca y comencé a engullir esa verga grande y húmeda... Sabía a orina, era cálida y suave... La tragué poco a poco, lamiendo y chupando, mientras con mi mano seguí corriendo atrás y adelante la piel... Me agarró por el cabello imponiendo, el ritmo que más le gustaba...
En ese momento me sentí como una verdadera puta.
- Me había parecido que sos una loca de abajo... acerté- murmuró con satisfacción mientras gemía salvajemente por su excitación animal... luego me agarró con brusquedad, me hizo parar, Me sacó la blusa y corpiño, me manoseó y chupeteó las tetas, levantó mi pollera para palpar mis muslos, mi culo con las manos dentro de la bombacha. No demoró mucho en bajármela, me sentó en la mesadita y terminó de arrancármela y, con sus dedos se puso a explorar cada una de mis partes íntimas, mientras mi débil voz simulaba una última, inútil rebelión:
-¡No, noooo…. no…. Déjame…!-
Sus dedos comenzaron a rozar mi clítoris, causándome espasmos imparables, avanzó entre mis muslos y sentí su grueso glande abrirse camino en mi concha, empapada. Me penetró, empalándome sin miramientos, y me cogió durante un buen tiempo, mientras su boca codiciosa y voraz, me besaba en la boca, en el cuello o chupeteaba mis tetas desnudas, Experimenté un placer, raras veces, antes disfrutado, mientras me bombeaba inexorablemente.
Me provocó orgasmos intermedios y uno final, intenso en exceso, desmedido, fuera de lo común. Lo grité sin recato.
Él acabó gruñendo con la boca e inundándome de esperma con el miembro.
Al llegar a casa debo haber estado aún bastante alterada y con el culo dolorido (por lo exiguo de la mesada del baño de Mario, mis nalgas quedaron, mitad, colgadas sobre el hueco de la pileta. Con el trajín del polvo y el frenesí de los orgasmos, quedé con el trasero maltrecho)
Miguel, mi marido, me semblanteó y, luego con sorna, me verdugueó:
-¡Vaya con las compras….. largas y agitadas…. ¿Noo?-
Leyó en mi cara y mirada, mi reciente ligue pasajero.
3 comentarios - Ocasional
me quedó una duda, tipo reflexion.
usted (la chica del relato) dudaba o mentia?
como hace un hombre para saber cuando no es no?