Mi esposa Mariana (Maru) es genial y, ambos, somos compatibles en todo.
¡Casi!
Solemos, de tanto en tanto, tener fantasías libertinas o absolutamente increíbles.
En esas ocasiones, admitimos dejar de lado por un rato, al conyugue y no relegar los deseos más profundos. Lo contrario sería una pena y un desperdicio.
Así fue que, a tarde avanzada, de un viernes, estaba cogiendo a Mariana, mi mujer, después que ella había cogido con otro.
Llegué a casa, nos abrazamos. Realmente la quiero y durante el día había estado deseando ese momento, besarla, saborear sus labios, y, obviamente, cogerla.
Mientras me aferraba a su cuerpo, inmediatamente busqué sus labios suaves y cálidos. Mis manos se deslizaron debajo de la camisa, sus pechos estaban hinchados y mi lengua comenzó a explorar su boca. Reconocí el sabor de su saliva. Me gusta mucho pero esta vez había algo más en su sabor.
No tardé en comprender qué era esa extraña sensación en mi órgano del gusto: a su sabor natural se le sumaba el del esperma. Sí, tenía rastros de esperma en la boca y en los labios.
No era mi semen, era de otro.
Le pregunté dónde había estado en la tarde. No anduvo con tapujos:
-Con Osvaldo,….. ese amigo mío… del que ya te hablé, tiempo atrás-
Osvaldo es su amigo-con derecho a roce- Lo descubrí un día que regresé antes de tiempo de un viaje a Brasil. Estaba en casa teniendo copioso sexo con Maru.
En esa ocasión me oculté a la vista de ambos, para encubrir que estaba presente y presenciando el festín de pasiones desenfrenadas.
Días después, Maru, blanqueó su abandono temporal.
No estaba al tanto que, aún seguían “viéndose”.
Le pregunté qué habían hecho y ella me dijo que habían charlado.
-¿Se besaron?-
-Sí, cuando nos encontramos nos abrazamos y nos damos un beso-
En su boca había algo más que un beso de otro.
No estaba celoso, de hecho estaba excitado.
La besé con pasión, disfrutando de ese sabor mixto de saliva y semen ajeno.
Obviamente le había dado una buena mamada, al tal Osvaldo.
A ella realmente le gusta chupar verga y, lógicamente, si está con un hombre que le gusta, no tiene problemas para hacerlo., Mucho menos le va a negar una mamada a un amigo-con derecho a roce- que ama.
Colé mi mano en su entrepiernas, dentro del calzón, palpé los labios vaginales suaves, abiertos y mojados.
“¿La mojadura, incluirá esperma.” Pensé.
No hice preguntas, fuimos al dormitorio y la desvestí por completo.
Estaba hermosa, estupenda, lista para darle la bienvenida a mi verga.
El sabor del esperma del otro, en los labios, la convicción de que además de la mamada de ella, él la había cogido me excitaba de modo tal que, no esperé ni un segundo, me ubiqué entre sus piernas y me metí dentro de ella.
Pero una idea capciosa cruzó por mi mente “Si no tuvo tiempo de enjuagarse la boca ¿lo habrá tenido para higienizarse el sexo?”
La curiosidad era fuerte así que, saqué la verga, le metí la boca y comencé a lamerla. Estaba completamente empapada.
“¿Sólo por los humores propios o también por los de él?”
Creí percibir huellas, vestigios del mismo gustito extraño mezclado con su saliva.
Estaba volando de excitación, volví a penetrarla y comencé a cogerla, fuerte, como le gusta a ella y a mí.
Estaba cogiendo a mi esposa, después que ella había cogido con otro.
El disfrute de ambos fue un despropósito.
La doble penetración, a una distancia de una hora o menos, la deslumbraba, la alucinaba. La prueba era el modo como se movía, gemía y gritaba e hizo patente un orgasmo tras otro, mientras la bombeaba,
Finalmente también tuve mi orgasmo, desmesurado, en placer e intensidad de eyaculación dentro de ella.
Después hablamos, me confesó que esa tarde, poco antes de mi regreso a casa, había estado, más tiempo de lo previamente estimado, con Osvaldo y, “chocolate por la noticia”, que habían cogido.
¡Casi!
Solemos, de tanto en tanto, tener fantasías libertinas o absolutamente increíbles.
En esas ocasiones, admitimos dejar de lado por un rato, al conyugue y no relegar los deseos más profundos. Lo contrario sería una pena y un desperdicio.
Así fue que, a tarde avanzada, de un viernes, estaba cogiendo a Mariana, mi mujer, después que ella había cogido con otro.
Llegué a casa, nos abrazamos. Realmente la quiero y durante el día había estado deseando ese momento, besarla, saborear sus labios, y, obviamente, cogerla.
Mientras me aferraba a su cuerpo, inmediatamente busqué sus labios suaves y cálidos. Mis manos se deslizaron debajo de la camisa, sus pechos estaban hinchados y mi lengua comenzó a explorar su boca. Reconocí el sabor de su saliva. Me gusta mucho pero esta vez había algo más en su sabor.
No tardé en comprender qué era esa extraña sensación en mi órgano del gusto: a su sabor natural se le sumaba el del esperma. Sí, tenía rastros de esperma en la boca y en los labios.
No era mi semen, era de otro.
Le pregunté dónde había estado en la tarde. No anduvo con tapujos:
-Con Osvaldo,….. ese amigo mío… del que ya te hablé, tiempo atrás-
Osvaldo es su amigo-con derecho a roce- Lo descubrí un día que regresé antes de tiempo de un viaje a Brasil. Estaba en casa teniendo copioso sexo con Maru.
En esa ocasión me oculté a la vista de ambos, para encubrir que estaba presente y presenciando el festín de pasiones desenfrenadas.
Días después, Maru, blanqueó su abandono temporal.
No estaba al tanto que, aún seguían “viéndose”.
Le pregunté qué habían hecho y ella me dijo que habían charlado.
-¿Se besaron?-
-Sí, cuando nos encontramos nos abrazamos y nos damos un beso-
En su boca había algo más que un beso de otro.
No estaba celoso, de hecho estaba excitado.
La besé con pasión, disfrutando de ese sabor mixto de saliva y semen ajeno.
Obviamente le había dado una buena mamada, al tal Osvaldo.
A ella realmente le gusta chupar verga y, lógicamente, si está con un hombre que le gusta, no tiene problemas para hacerlo., Mucho menos le va a negar una mamada a un amigo-con derecho a roce- que ama.
Colé mi mano en su entrepiernas, dentro del calzón, palpé los labios vaginales suaves, abiertos y mojados.
“¿La mojadura, incluirá esperma.” Pensé.
No hice preguntas, fuimos al dormitorio y la desvestí por completo.
Estaba hermosa, estupenda, lista para darle la bienvenida a mi verga.
El sabor del esperma del otro, en los labios, la convicción de que además de la mamada de ella, él la había cogido me excitaba de modo tal que, no esperé ni un segundo, me ubiqué entre sus piernas y me metí dentro de ella.
Pero una idea capciosa cruzó por mi mente “Si no tuvo tiempo de enjuagarse la boca ¿lo habrá tenido para higienizarse el sexo?”
La curiosidad era fuerte así que, saqué la verga, le metí la boca y comencé a lamerla. Estaba completamente empapada.
“¿Sólo por los humores propios o también por los de él?”
Creí percibir huellas, vestigios del mismo gustito extraño mezclado con su saliva.
Estaba volando de excitación, volví a penetrarla y comencé a cogerla, fuerte, como le gusta a ella y a mí.
Estaba cogiendo a mi esposa, después que ella había cogido con otro.
El disfrute de ambos fue un despropósito.
La doble penetración, a una distancia de una hora o menos, la deslumbraba, la alucinaba. La prueba era el modo como se movía, gemía y gritaba e hizo patente un orgasmo tras otro, mientras la bombeaba,
Finalmente también tuve mi orgasmo, desmesurado, en placer e intensidad de eyaculación dentro de ella.
Después hablamos, me confesó que esa tarde, poco antes de mi regreso a casa, había estado, más tiempo de lo previamente estimado, con Osvaldo y, “chocolate por la noticia”, que habían cogido.
0 comentarios - Ese extraño gustito.