(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
“¿Qué te parece?”, me dijo Alfonso.
“¿Qué me parece qué?”
“Coño, la chica que viene a hacer las prácticas a la oficina”, respondió. Así que era eso. El pobre… era feo y se pasaba el día diciendo cosas sobre las mujeres, cosas como “A esa me la follaba. Y a esa. Y a esa si la tapo la cabeza”. Un caballero que no entendía por qué todas le mandaban a tomar por culo.
“Pues me parece muy bien que venga a hacer las prácticas”, respondí. A mi me daba lo mismo.
“Ah, es que no has visto la foto, claro. Mira”.
Me pasó hoja de papel. Era el currículum de la chica en cuestión. Se llamaba Noelia, tenía 20 años, estudiaba Administración… y era guapa. Condenadamente guapa. Una hermosura a primera vista. Nada mal la chica. Pero al trabajo se va a trabajar, así que ignoré a mi compañero y seguí preparando la reunión del departamento.
“Buenos días, ¿me prestáis atención?”
La jefa de Personal estaba allí. Detrás de ella, bastante tímida, estaba Noelia. Era aún más bella al natural. Decidí no hacer caso a ese pensamiento.
“Os presento a Noelia. Va a estar con nosotros seis meses de prácticas”, nos informó. “Espero que os porteis bien con ella y que aprenda mucho de todos vosotros”.
“Será un placer”, dije, pero en ese momento, Alfonso se puso en pie para saludar a la joven.
“Encantado”, dijo, en una invasión terrible del espacio vital de la pobre Noelia, avanzó hasta que le dio dos besos en la mejilla. Tanto la jefa de Personal como yo le miramos con bastante desaprobación. De hecho Noelia parecía un poco cohibida.
“Bueno, Noelia, este va a ser tu formador durante tu estancia con nosotros”, le indicó a la chica y me señaló a mi. Eso pareció irritar a Alfonso pero me daba igual. Yo asentí, me puse de pie, y le tendí la mano para saludarla.
Evaluándola bien, la joven era todo un monumento. No era muy alta. Su cabello negro y largo caía por su espalda. Su piel parecía un poco pálida a la luz del techo. Tenía unas bonitas curvas en la cintura, bien marcadas por su ceñida camiseta. Aunque lo que más marcaba era el tamaño de sus tetas. Eran grandes. No un tamaño excesivo, pero grandes, grandes. Un escote además generoso. Pero ella parecía no darse cuenta de cómo la evaluaba y se limitó a sonreír.
“Os dejo. No olvides la reunión”, me recordó la jefa de Personal.
“Descuida”, le respondí. “Bueno, Noelia, si te parece te sientas aquí”, le señalé la mesa que estaba a mi lado, habitualmente vacía. Le pasé unos documentos donde le explicaba los primeros pasos para configurar su usuario y continué con el tema de la reunión.
Pasé un rato sin escuchar nada, hasta que de pronto Noelia me preguntó algo.
“Tengo una duda…”
“Dime”.
Me giré para mirarla. Y sin saber cómo, me topé con su escote frente a mis ojos. A menos de un milímetro de mi nariz estaban sus pechos. Me volví a girar de inmediato, pero ella no parecía molesta por aquel malentendido. Retrocedí un poco mi silla para hablar con ella.
“¿Qué es lo que pasa?”, pregunté, algo sonrojado.
“Mira, cuando me pone esta pantalla”, se acercó un poco más, mostrándome el manual, y con sus tetas peligrosamente cerca de mi cara.
Si de mi hubiera dependido, hubiera hundido la cabeza entre sus pechos, hubiera empezado a lamerlos, a quitarle la ropa… pero me controlé y le expliqué cómo configurar el sistema de seguridad para evitar que alguien accediese con su cuenta.
Desde ese día, mis pensamientos lascivos fueron en aumento. Noelia llegaba todos los días a la oficina temprano, con su pantalón vaquero (que tapaba su rico culo) y camisetas que no disimulaban el tamaño de sus tetas. Una vez la vi recogiendo unos papeles de la sala de reuniones, y fantaseé con cerrar esa puerta y tomarla mientras ella me suplicaba por más sexo.
Tal vez la fantasía no era tan puramente física. Noelia era una persona buena, dulce, amable… pero ante todo era una estudiante recién entrada en la mayoría de edad que acababa de terminar sus estudios y que lo que menos necesitaba era que su responsable la acosara. Para eso estaba el pesado de Alfonso.
Aún así Noelia solía ir detrás de mi en la oficina, y solía bajar a comer a la hora que yo. Y eso me hizo pensar que tal vez lo mejor sería sincerarme. No con la idea de que saltara a mis brazos presa del deseo, sino para pedirle al menos que se “despegase” un poco de mi. Por mi salud mental.
Así que un viernes, que salíamos a la hora de comer, le dije que quería hablar con ella. Ella aceptó… pero no me debió entender muy bien cuando me llevó al bar de enfrente de la oficina para tomar un refresco con un bocata.
“Noelia… no me refería a esto”, dije, algo cohibido. “Y no hace falta que pagues…”, añadí cuando la vi sacar la cartera y pagar.
“No sé tú, pero yo tengo hambre, si me espero a llegar a casa hasta las cuatro y media no como”, dijo mientras tomaba uno de los platos con un bocadillo y se fue a la única mesa que quedaba libre. Yo la seguí con mi bocata y dos latas de bebida.
“Bueno, que nos aproveche”, le dije, y empecé a comer.
“¿Qué me tenías que decir? Parecías nervioso antes”, me comentó. Me miró directamente a los ojos. Tenía unos bonitos ojos azules.
Me quedé un minuto callado. La verdad, era más fácil pensarlo que decirlo. Podría interpretar cualquier cosa. Ella se limitaba a mirarme y sonreír. Joder.
“A ver, Noelia, yo…”, empecé. “Lo siento”.
“¿Que lo sientes? ¿El qué?”, preguntó sin entender.
“Yo… he tenido algún pensamiento sobre ti. Nada profesional, es decir… eres una chica muy atractiva. Estás a mi lado todo el día, me sigues por la oficina, y no he podido evitar fijarme”.
Noelia no dijo nada. Me seguía mirando.
“No pienses nada raro. Estás a salvo. Bastante tienes con Alfonso intentando seducirte todo el día… sólo quería saber si no te importa que mantengamos un poco la distancia”.
“Si es así, no pasa nada”, aseguró ella. “Agradezco tu sinceridad. Aunque me parece un poco ofensivo que sólo me veas atractiva…”
“Joder, no. Tienes muchas cualidades. Eres una de las personas más competentes que están en la oficina, y una persona realmente agradable”.
“Eso me gusta más. Y no te preocupes, que no me vas a espantar. No me pareces un cerdo”, me dijo. “Siento si te he puesto nervioso… normalmente siempre he sido así”.
“No tiene nada de malo”, le aseguré. “Supongo que tu novio estará harto de que te pasen esas cosas”, dejé caer mientras le daba un trago a mi lata.
“¿Novio? No, me temo que no”.
“Oh. ¿A tu novia?”
“Cuando decía me temo que no es porque no tengo novio, pero eso no implica automáticamente que tenga novia. Estoy soltera”.
“Perdón, no quería ofenderte”.
“No pasa nada. Tú no has sido un cerdo. Pero cuando salgo a tomar algun un fin de semana por la noche… Que si guapa, ven aquí que te lo como todo, que si quién fuera bragas para estar en tu coño... Por eso no he querido juntarme con ninguno. Y eso sólo los que se limitan a decir. Que alguno toca.”
“Joder”.
“Si, y yo también les toco. La cara entera con la palma de la mano”.
Reímos. Había estado bien charlar. Nos despedimos después de comer, y yo me fui al coche. Iba a pasar el fin de semana en el pueblo.
Pero creo que nuestra conversación no sirvió de mucho. A partir del lunes siguiente noté a Noelia aún más cercana a mi. Me tocaba la mano cuando me pedía algún favor, se echaba un poco para adelante mostranso su escote sin pudor alguno…
Aquí tenemos un refrán que dice “donde guardes la olla no metas la polla”. Creo que al otro lado del charco decís “no comas en el sitio que cagas”. En cualquier caso, el significaco es el mismo: no mantengas relaciones con alguien de tu entorno de trabajo. Y Noelia se estaba acercando demasiado a mi. Debía detenerla. Pero en mi fuero interno no quería hacerlo. Quería romper todo protocolo social, comerle la boca… y si me aceptaba, pasar al siguiente nivel.
Volvía a ser viernes por la tarde. Estábamos a punto de salir. Y Noelia me había pedido volver a conversar. Pero bajo la excusa de tener que hacer fotocopias, me quedé en la salita donde guardábamos la fotocopiadora para no hacer ruido en la oficina. Calculé que al menos media hora estando allí me permitiría irme a casa directamente. Así que me quedé en la tenue luz de la sala, haciendo tiempo.
“Eres muy malo por rechazar una invitación”, me susurró una voz al oído, y pegué un brinco. Noelia estaba en la sala.
“¿Qué haces?”, le pregunté. Estaba contra la pared… y ella se acercaba a mi peligrosamente.
“Estaba esperándote. ¿No tenías que usar la máquina?”, inquirió. Aparté la mirada. Sí, había soltado una mierda de excusa. “Si no quieres comer conmigo me lo dices, pero no me vengas con mentiras”.
La puerta estaba cerrada. Noelia frente a mi. Y a su espalda, una mesa. No pude contenerme. Pegué mi boca a la suya, la besé con ganas mientras tomaba sus caderas. Avancé, haciéndola retroceder hasta la mesa. La subí sujetándola por las nalgas y la senté sobre el mueble, pegando mi entrepierna a su pelvis.
“Pensaba que no ibas a dar el paso…”, dijo ella con una sonrisa cuando la liberé. “Aunque no esperaba que lo dieras en un sitio tan arriesgado como este…”
“¿Qué dices? Tendrías que estar enfadada…”
“Pensé en lo que me dijiste el viernes pasado… y yo también he visto cualidades buenas en tí… me encanta cómo eres conmigo… y me pone cachonda saber que despierto esto en ti…”
No pudo hablar mucho más porque volví a besarla. En ese momento sentí cierta presión en la entrepierna. Mi erección luchaba por salir del pantalón, algo complicado teniendo el cinturón puesto. Ella parecía haberse dado cuenta ya que movía las caderas con la intención de excitarme. Qué mala. Iba a tener que castigarla.
“Podemos ir a comer… y rematar esto luego”, le dije. Definitiviamente, aunque la oficina era excitante, prefería que no nos pillasen haciendo nada.
“A comerte la polla voy a ir”, me susurró. “Tengo hambre de tí… quiero que me folles de una maldita vez…”
“Vamos”.
La tomé de la mano y bajamos directamente al garaje de la empresa. Tuvimos cuidado durante la bajada, así como en la pequeña caminata que nos llevaba a mi coche. Había cámaras de seguridad que podrían hacernos perder el puesto de trabajo. Noelia se puso el cinturón y yo hice lo mismo.
“Tengo muchísimas ganas de ti… por favor, no juegues conmigo mientras conduzco”, le pedí mientras ponía el motor en marcha.
“Seré buena”, prometió. “Ya seré mala más tarde”.
Hice grandes esfuerzos en concentrarme en la conducción. Por suerte yo iba por una ruta poco transitada, y no pasaron más de diez minutos hasta que llegué a mi calle. Milagrosamente, había hueco justo en la puerta. Aparqué, no demasiado bien, y nos bajamos. Por suerte, vivo en una planta baja.
La dejé entrar, cerré la puerta tras de mí y volví a apoderarme de ella. Mis manos se aferraron a sus caderas mientras nos besábamos. Puse una mano en su cabeza, por miedo a que se chocara contra alguna pared mientras iba de espalda a mi habitación guiada por mi. El sabor de sus labios me encantó.
Por fin llegamos a mi cuarto, y caí sobre ella en mi colchón. Y por fin pude hacerlo. Tiré de su camiseta para quitársela. Me quedé una fracción de segundo admirando su escote antes de empezar a lamerlo. Mis manos no acertaban con el cierre de su sujetador, pero ella amablemente lo abrió para mi.
Toqué, lamí, chupé, succioné cada poro de aquellas tetas. Creo que me llegó a preguntar si me gustaban tanto, pero estaba demasiado ocupado con la boca como para atender a mis oídos. Mientras mis labios y mi lengua hacían su trabajo mis manos se ocuparon del resto de ella, acariciando todo su cuerpo, y lentamente, apartando ese pantalón vaquero que nos iba a molestar.
Tiré de la goma de su tanga hacia abajo, y la tuva delante de mi. Reclinada sobre mi cama, apoyada en sus manos, con las piernas separadas, exponiendo su coño hacia mi. Me volvía a doler la entrepierna. Debía liberar mi erección ya.
“Espera… yo sé jugar a esto”, me dijo, y volvió a besarme mientras se ocupaba de desabrochar mi camisa en primer lugar. Masajeó rápidamente mi cuerpo antes de llegar al pantalón, que bajó con cierta brusquedad. Me quitó el boxer, eso si, muy suavemente, como si temiera hacerme daño en el pene.
“Noelia…”, le dije. Quería follar ya mismo, pero…
“Te prometí una cosa”, dijo con su voz más tierna. “Disfrútalo”
Y empezó a mamármela. Fue muy delicada al principio. Solo al principio. Me chupeteó la punta mientras sus manos estimulaban el resto de mi erección. Con sus dedos meñiques acarició mis testículos. Pero pronto se atrevió a tragarse todo mi rabo, no lo bastante rápido como para causarle arcadas, pero asegurándose de tener cada centímetro de mi erección en su boca.
Acaricié sus cabellos mientras ella se dedicaba a chupármela. Se la sacó un momento, y recorrió todo el tronco hacia abajo. Trató mis bolas con un cuidado y una profesionalidad que me dejaba claro que no era su primera vez haciendo eso. Mi pene estaba apoyado en el resto de su cabeza mientras trataba mis pelotas… y hubo un momento en que fue un paso más allá. Su lengua alcanzó mi ano. Yo no estaba preparado para aquello, me temblaron las piernas, pero Noelia regresó al punto de inicio.
Sujeté sus tetas mientras ella me la chupaba, así que se ofreció a hacer otra cosa. Tumbada sobre la cama, apoyé mi polla entre sus pechos, y los utilicé para masturbarme. Ella puso sus manos sobre las mías, y usó su lengua para lamerme el glande tanto como podía. Jugué con sus pezones, provocándole serios gemidos, antes de correrme por primera vez. Observé horrorizado cómo dejé sus pechos, su cuello y sus labios manchados con mi semen.
“Espero que no sea eso todo lo que vamos a hacer”, me soltó de pronto, levantando una pierna. “Hay algo que me apetece mucho…”
“¿No te molesta…?”
“No. Me gusta hacer estas cosas… con quien yo quiero. Y quiero contigo. Ahora fóllame… por favor… estoy empapada…”
Me moví para ponerme entre sus piernas, y contemplé que era cierto. Su coño estaba completamente mojado. Le excitaban esos juegos. Pues no iba a hacer esperar a una señorita. Con cuidado, me puse entre sus piernas, y se la metí. Ella gimió.
“Más rápido… no soy una muñeca delicada…”, me pidió. “Quiero sexo duro. Quiero que me folles fuerte”.
Pocas veces había tenido la oportunidad de hacer algo así, pero sería muy tonto desperdiciarlo. Así que pasé una de sus piernas por encima de la mía, la tumbé de costado, y empecé a follarla con todas mis ganas. Mis caderas se movían solas. Mi mano se posó sobre su teta, acariciándola, mientras que la otra mano sujetaba su cadera y me servía de apoyo para seguir con mis embestidas.
“Joder… sigue…”, suspiró. “Qué rico… mmmmmmm… me gustaaah, me gustaaaaah”.
“Gime… dime que quieres más”, le ordené.
“Sí, quiero más… quiero que me des más…”
Y en ese momento, levanté la mano con que sujetaba su cadera y le di un sonoro azote. Ella gritó. Tal vez me había pasado.
“Sí, papi… dame, castígame…”
“¿Vas a ser mala de nuevo?”, pregunté, y volví a azotarla. Mis embestidas no cesaban.
“No… seré buena… pero merezco un castigo…” gimió.
La azoté varias veces más mientras seguía follando con ella. Paré en cierto momento cuando, cerca de mi orgamso, cambié de posición. La puse bocarriba, la alcé las piernas, y me la follé sujetando sus caderas hasta que me corrí, mientras ella gritaba “Voy a acabar… mi amor, acabo…”
“Me has llamado mi amor”, le dije mientras la acomodaba entre mis brazos.
“¿Eso es un problema?”, me preguntó.
“Claro que no… aunque es mejor que no se enteren en la oficina”, le dije.
“Eso no es un problema… sólo quiero que sigamos haciendo esto”.
Acepté sin dudarlo. Ella llevaba un mes en la oficina… dentro de cinco meses ella estaría fuera de la empresa. ¿Merecía la pena esperar cinco meses sin hacer nada para permitir que se apagara la chispa? No. Lo mejor sería mantener la relación en secreto. Dos compañeros en la oficina… y dos amantes en el colchón.
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“¿Qué te parece?”, me dijo Alfonso.
“¿Qué me parece qué?”
“Coño, la chica que viene a hacer las prácticas a la oficina”, respondió. Así que era eso. El pobre… era feo y se pasaba el día diciendo cosas sobre las mujeres, cosas como “A esa me la follaba. Y a esa. Y a esa si la tapo la cabeza”. Un caballero que no entendía por qué todas le mandaban a tomar por culo.
“Pues me parece muy bien que venga a hacer las prácticas”, respondí. A mi me daba lo mismo.
“Ah, es que no has visto la foto, claro. Mira”.
Me pasó hoja de papel. Era el currículum de la chica en cuestión. Se llamaba Noelia, tenía 20 años, estudiaba Administración… y era guapa. Condenadamente guapa. Una hermosura a primera vista. Nada mal la chica. Pero al trabajo se va a trabajar, así que ignoré a mi compañero y seguí preparando la reunión del departamento.
“Buenos días, ¿me prestáis atención?”
La jefa de Personal estaba allí. Detrás de ella, bastante tímida, estaba Noelia. Era aún más bella al natural. Decidí no hacer caso a ese pensamiento.
“Os presento a Noelia. Va a estar con nosotros seis meses de prácticas”, nos informó. “Espero que os porteis bien con ella y que aprenda mucho de todos vosotros”.
“Será un placer”, dije, pero en ese momento, Alfonso se puso en pie para saludar a la joven.
“Encantado”, dijo, en una invasión terrible del espacio vital de la pobre Noelia, avanzó hasta que le dio dos besos en la mejilla. Tanto la jefa de Personal como yo le miramos con bastante desaprobación. De hecho Noelia parecía un poco cohibida.
“Bueno, Noelia, este va a ser tu formador durante tu estancia con nosotros”, le indicó a la chica y me señaló a mi. Eso pareció irritar a Alfonso pero me daba igual. Yo asentí, me puse de pie, y le tendí la mano para saludarla.
Evaluándola bien, la joven era todo un monumento. No era muy alta. Su cabello negro y largo caía por su espalda. Su piel parecía un poco pálida a la luz del techo. Tenía unas bonitas curvas en la cintura, bien marcadas por su ceñida camiseta. Aunque lo que más marcaba era el tamaño de sus tetas. Eran grandes. No un tamaño excesivo, pero grandes, grandes. Un escote además generoso. Pero ella parecía no darse cuenta de cómo la evaluaba y se limitó a sonreír.
“Os dejo. No olvides la reunión”, me recordó la jefa de Personal.
“Descuida”, le respondí. “Bueno, Noelia, si te parece te sientas aquí”, le señalé la mesa que estaba a mi lado, habitualmente vacía. Le pasé unos documentos donde le explicaba los primeros pasos para configurar su usuario y continué con el tema de la reunión.
Pasé un rato sin escuchar nada, hasta que de pronto Noelia me preguntó algo.
“Tengo una duda…”
“Dime”.
Me giré para mirarla. Y sin saber cómo, me topé con su escote frente a mis ojos. A menos de un milímetro de mi nariz estaban sus pechos. Me volví a girar de inmediato, pero ella no parecía molesta por aquel malentendido. Retrocedí un poco mi silla para hablar con ella.
“¿Qué es lo que pasa?”, pregunté, algo sonrojado.
“Mira, cuando me pone esta pantalla”, se acercó un poco más, mostrándome el manual, y con sus tetas peligrosamente cerca de mi cara.
Si de mi hubiera dependido, hubiera hundido la cabeza entre sus pechos, hubiera empezado a lamerlos, a quitarle la ropa… pero me controlé y le expliqué cómo configurar el sistema de seguridad para evitar que alguien accediese con su cuenta.
Desde ese día, mis pensamientos lascivos fueron en aumento. Noelia llegaba todos los días a la oficina temprano, con su pantalón vaquero (que tapaba su rico culo) y camisetas que no disimulaban el tamaño de sus tetas. Una vez la vi recogiendo unos papeles de la sala de reuniones, y fantaseé con cerrar esa puerta y tomarla mientras ella me suplicaba por más sexo.
Tal vez la fantasía no era tan puramente física. Noelia era una persona buena, dulce, amable… pero ante todo era una estudiante recién entrada en la mayoría de edad que acababa de terminar sus estudios y que lo que menos necesitaba era que su responsable la acosara. Para eso estaba el pesado de Alfonso.
Aún así Noelia solía ir detrás de mi en la oficina, y solía bajar a comer a la hora que yo. Y eso me hizo pensar que tal vez lo mejor sería sincerarme. No con la idea de que saltara a mis brazos presa del deseo, sino para pedirle al menos que se “despegase” un poco de mi. Por mi salud mental.
Así que un viernes, que salíamos a la hora de comer, le dije que quería hablar con ella. Ella aceptó… pero no me debió entender muy bien cuando me llevó al bar de enfrente de la oficina para tomar un refresco con un bocata.
“Noelia… no me refería a esto”, dije, algo cohibido. “Y no hace falta que pagues…”, añadí cuando la vi sacar la cartera y pagar.
“No sé tú, pero yo tengo hambre, si me espero a llegar a casa hasta las cuatro y media no como”, dijo mientras tomaba uno de los platos con un bocadillo y se fue a la única mesa que quedaba libre. Yo la seguí con mi bocata y dos latas de bebida.
“Bueno, que nos aproveche”, le dije, y empecé a comer.
“¿Qué me tenías que decir? Parecías nervioso antes”, me comentó. Me miró directamente a los ojos. Tenía unos bonitos ojos azules.
Me quedé un minuto callado. La verdad, era más fácil pensarlo que decirlo. Podría interpretar cualquier cosa. Ella se limitaba a mirarme y sonreír. Joder.
“A ver, Noelia, yo…”, empecé. “Lo siento”.
“¿Que lo sientes? ¿El qué?”, preguntó sin entender.
“Yo… he tenido algún pensamiento sobre ti. Nada profesional, es decir… eres una chica muy atractiva. Estás a mi lado todo el día, me sigues por la oficina, y no he podido evitar fijarme”.
Noelia no dijo nada. Me seguía mirando.
“No pienses nada raro. Estás a salvo. Bastante tienes con Alfonso intentando seducirte todo el día… sólo quería saber si no te importa que mantengamos un poco la distancia”.
“Si es así, no pasa nada”, aseguró ella. “Agradezco tu sinceridad. Aunque me parece un poco ofensivo que sólo me veas atractiva…”
“Joder, no. Tienes muchas cualidades. Eres una de las personas más competentes que están en la oficina, y una persona realmente agradable”.
“Eso me gusta más. Y no te preocupes, que no me vas a espantar. No me pareces un cerdo”, me dijo. “Siento si te he puesto nervioso… normalmente siempre he sido así”.
“No tiene nada de malo”, le aseguré. “Supongo que tu novio estará harto de que te pasen esas cosas”, dejé caer mientras le daba un trago a mi lata.
“¿Novio? No, me temo que no”.
“Oh. ¿A tu novia?”
“Cuando decía me temo que no es porque no tengo novio, pero eso no implica automáticamente que tenga novia. Estoy soltera”.
“Perdón, no quería ofenderte”.
“No pasa nada. Tú no has sido un cerdo. Pero cuando salgo a tomar algun un fin de semana por la noche… Que si guapa, ven aquí que te lo como todo, que si quién fuera bragas para estar en tu coño... Por eso no he querido juntarme con ninguno. Y eso sólo los que se limitan a decir. Que alguno toca.”
“Joder”.
“Si, y yo también les toco. La cara entera con la palma de la mano”.
Reímos. Había estado bien charlar. Nos despedimos después de comer, y yo me fui al coche. Iba a pasar el fin de semana en el pueblo.
Pero creo que nuestra conversación no sirvió de mucho. A partir del lunes siguiente noté a Noelia aún más cercana a mi. Me tocaba la mano cuando me pedía algún favor, se echaba un poco para adelante mostranso su escote sin pudor alguno…
Aquí tenemos un refrán que dice “donde guardes la olla no metas la polla”. Creo que al otro lado del charco decís “no comas en el sitio que cagas”. En cualquier caso, el significaco es el mismo: no mantengas relaciones con alguien de tu entorno de trabajo. Y Noelia se estaba acercando demasiado a mi. Debía detenerla. Pero en mi fuero interno no quería hacerlo. Quería romper todo protocolo social, comerle la boca… y si me aceptaba, pasar al siguiente nivel.
Volvía a ser viernes por la tarde. Estábamos a punto de salir. Y Noelia me había pedido volver a conversar. Pero bajo la excusa de tener que hacer fotocopias, me quedé en la salita donde guardábamos la fotocopiadora para no hacer ruido en la oficina. Calculé que al menos media hora estando allí me permitiría irme a casa directamente. Así que me quedé en la tenue luz de la sala, haciendo tiempo.
“Eres muy malo por rechazar una invitación”, me susurró una voz al oído, y pegué un brinco. Noelia estaba en la sala.
“¿Qué haces?”, le pregunté. Estaba contra la pared… y ella se acercaba a mi peligrosamente.
“Estaba esperándote. ¿No tenías que usar la máquina?”, inquirió. Aparté la mirada. Sí, había soltado una mierda de excusa. “Si no quieres comer conmigo me lo dices, pero no me vengas con mentiras”.
La puerta estaba cerrada. Noelia frente a mi. Y a su espalda, una mesa. No pude contenerme. Pegué mi boca a la suya, la besé con ganas mientras tomaba sus caderas. Avancé, haciéndola retroceder hasta la mesa. La subí sujetándola por las nalgas y la senté sobre el mueble, pegando mi entrepierna a su pelvis.
“Pensaba que no ibas a dar el paso…”, dijo ella con una sonrisa cuando la liberé. “Aunque no esperaba que lo dieras en un sitio tan arriesgado como este…”
“¿Qué dices? Tendrías que estar enfadada…”
“Pensé en lo que me dijiste el viernes pasado… y yo también he visto cualidades buenas en tí… me encanta cómo eres conmigo… y me pone cachonda saber que despierto esto en ti…”
No pudo hablar mucho más porque volví a besarla. En ese momento sentí cierta presión en la entrepierna. Mi erección luchaba por salir del pantalón, algo complicado teniendo el cinturón puesto. Ella parecía haberse dado cuenta ya que movía las caderas con la intención de excitarme. Qué mala. Iba a tener que castigarla.
“Podemos ir a comer… y rematar esto luego”, le dije. Definitiviamente, aunque la oficina era excitante, prefería que no nos pillasen haciendo nada.
“A comerte la polla voy a ir”, me susurró. “Tengo hambre de tí… quiero que me folles de una maldita vez…”
“Vamos”.
La tomé de la mano y bajamos directamente al garaje de la empresa. Tuvimos cuidado durante la bajada, así como en la pequeña caminata que nos llevaba a mi coche. Había cámaras de seguridad que podrían hacernos perder el puesto de trabajo. Noelia se puso el cinturón y yo hice lo mismo.
“Tengo muchísimas ganas de ti… por favor, no juegues conmigo mientras conduzco”, le pedí mientras ponía el motor en marcha.
“Seré buena”, prometió. “Ya seré mala más tarde”.
Hice grandes esfuerzos en concentrarme en la conducción. Por suerte yo iba por una ruta poco transitada, y no pasaron más de diez minutos hasta que llegué a mi calle. Milagrosamente, había hueco justo en la puerta. Aparqué, no demasiado bien, y nos bajamos. Por suerte, vivo en una planta baja.
La dejé entrar, cerré la puerta tras de mí y volví a apoderarme de ella. Mis manos se aferraron a sus caderas mientras nos besábamos. Puse una mano en su cabeza, por miedo a que se chocara contra alguna pared mientras iba de espalda a mi habitación guiada por mi. El sabor de sus labios me encantó.
Por fin llegamos a mi cuarto, y caí sobre ella en mi colchón. Y por fin pude hacerlo. Tiré de su camiseta para quitársela. Me quedé una fracción de segundo admirando su escote antes de empezar a lamerlo. Mis manos no acertaban con el cierre de su sujetador, pero ella amablemente lo abrió para mi.
Toqué, lamí, chupé, succioné cada poro de aquellas tetas. Creo que me llegó a preguntar si me gustaban tanto, pero estaba demasiado ocupado con la boca como para atender a mis oídos. Mientras mis labios y mi lengua hacían su trabajo mis manos se ocuparon del resto de ella, acariciando todo su cuerpo, y lentamente, apartando ese pantalón vaquero que nos iba a molestar.
Tiré de la goma de su tanga hacia abajo, y la tuva delante de mi. Reclinada sobre mi cama, apoyada en sus manos, con las piernas separadas, exponiendo su coño hacia mi. Me volvía a doler la entrepierna. Debía liberar mi erección ya.
“Espera… yo sé jugar a esto”, me dijo, y volvió a besarme mientras se ocupaba de desabrochar mi camisa en primer lugar. Masajeó rápidamente mi cuerpo antes de llegar al pantalón, que bajó con cierta brusquedad. Me quitó el boxer, eso si, muy suavemente, como si temiera hacerme daño en el pene.
“Noelia…”, le dije. Quería follar ya mismo, pero…
“Te prometí una cosa”, dijo con su voz más tierna. “Disfrútalo”
Y empezó a mamármela. Fue muy delicada al principio. Solo al principio. Me chupeteó la punta mientras sus manos estimulaban el resto de mi erección. Con sus dedos meñiques acarició mis testículos. Pero pronto se atrevió a tragarse todo mi rabo, no lo bastante rápido como para causarle arcadas, pero asegurándose de tener cada centímetro de mi erección en su boca.
Acaricié sus cabellos mientras ella se dedicaba a chupármela. Se la sacó un momento, y recorrió todo el tronco hacia abajo. Trató mis bolas con un cuidado y una profesionalidad que me dejaba claro que no era su primera vez haciendo eso. Mi pene estaba apoyado en el resto de su cabeza mientras trataba mis pelotas… y hubo un momento en que fue un paso más allá. Su lengua alcanzó mi ano. Yo no estaba preparado para aquello, me temblaron las piernas, pero Noelia regresó al punto de inicio.
Sujeté sus tetas mientras ella me la chupaba, así que se ofreció a hacer otra cosa. Tumbada sobre la cama, apoyé mi polla entre sus pechos, y los utilicé para masturbarme. Ella puso sus manos sobre las mías, y usó su lengua para lamerme el glande tanto como podía. Jugué con sus pezones, provocándole serios gemidos, antes de correrme por primera vez. Observé horrorizado cómo dejé sus pechos, su cuello y sus labios manchados con mi semen.
“Espero que no sea eso todo lo que vamos a hacer”, me soltó de pronto, levantando una pierna. “Hay algo que me apetece mucho…”
“¿No te molesta…?”
“No. Me gusta hacer estas cosas… con quien yo quiero. Y quiero contigo. Ahora fóllame… por favor… estoy empapada…”
Me moví para ponerme entre sus piernas, y contemplé que era cierto. Su coño estaba completamente mojado. Le excitaban esos juegos. Pues no iba a hacer esperar a una señorita. Con cuidado, me puse entre sus piernas, y se la metí. Ella gimió.
“Más rápido… no soy una muñeca delicada…”, me pidió. “Quiero sexo duro. Quiero que me folles fuerte”.
Pocas veces había tenido la oportunidad de hacer algo así, pero sería muy tonto desperdiciarlo. Así que pasé una de sus piernas por encima de la mía, la tumbé de costado, y empecé a follarla con todas mis ganas. Mis caderas se movían solas. Mi mano se posó sobre su teta, acariciándola, mientras que la otra mano sujetaba su cadera y me servía de apoyo para seguir con mis embestidas.
“Joder… sigue…”, suspiró. “Qué rico… mmmmmmm… me gustaaah, me gustaaaaah”.
“Gime… dime que quieres más”, le ordené.
“Sí, quiero más… quiero que me des más…”
Y en ese momento, levanté la mano con que sujetaba su cadera y le di un sonoro azote. Ella gritó. Tal vez me había pasado.
“Sí, papi… dame, castígame…”
“¿Vas a ser mala de nuevo?”, pregunté, y volví a azotarla. Mis embestidas no cesaban.
“No… seré buena… pero merezco un castigo…” gimió.
La azoté varias veces más mientras seguía follando con ella. Paré en cierto momento cuando, cerca de mi orgamso, cambié de posición. La puse bocarriba, la alcé las piernas, y me la follé sujetando sus caderas hasta que me corrí, mientras ella gritaba “Voy a acabar… mi amor, acabo…”
“Me has llamado mi amor”, le dije mientras la acomodaba entre mis brazos.
“¿Eso es un problema?”, me preguntó.
“Claro que no… aunque es mejor que no se enteren en la oficina”, le dije.
“Eso no es un problema… sólo quiero que sigamos haciendo esto”.
Acepté sin dudarlo. Ella llevaba un mes en la oficina… dentro de cinco meses ella estaría fuera de la empresa. ¿Merecía la pena esperar cinco meses sin hacer nada para permitir que se apagara la chispa? No. Lo mejor sería mantener la relación en secreto. Dos compañeros en la oficina… y dos amantes en el colchón.
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