Por aquellos gastos en los que no me permitis incurrir habíamos llegado al acuerdo que te debía cien pesos por cada orgasmo que logres sacarme. Sabía, desde un principio, que perdería -como se dice- como en la guerra, pero lo acepté.
Las cosas se salieron de control, como suelen ocurrir en nuestros encuentros, y en pocas horas llegué a la deuda de dos mil pesos.. que gustoso aceptaste condonar a cambio de un relato de aquel orgasmo, el mas intenso y largo de esa noche.
No me detendré en los detalles de los veinte orgasmos que llegaste a contar, porque aunque quisiera no recuerdo a todos, y no viene al caso. Sólo me detendré en mi preferido.. el decimotercero o decimocuarto (no recuerdo con exactitud pero que, casi como un capricho, lo dejaré en mi número favorito: decimotercero).
El decimotercero vino luego de una serie de orgasmos pequeños en duración y en intensidad, donde te dije -un poco provocándote, y un poco en serio- que ya no daba más. Para mi sorpresa me acurrucaste en tus brazos, y aproveché a besarte todo lo que no me dejaste en el juego previo. Aproveché a abrazarte, a acariciarte, a tocarte y a pedirte:
- Quiero tu leche, quiero hacerte acabar.
Te negaste, por supuesto. Porque si algo aprendí en el tiempo que te conozco es que te gusta hacerte desear, y te gusta verme gozar.. y rogar. Mi cuerpo en ese momento relajado volvió a encenderse con apenas unas caricias tuya. Pero me ordenaste no acabar, me ordenaste contener el orgasmo lo más que pueda. Y como siempre, sabiendo que si hago tu voluntad no hago más que disfrutar, obedecí.
No puedo precisar el tiempo que transcurrió, ni cuantas veces me acercaste al borde del orgasmo y me dejaste ahí.. flotando, tratando de controlar los espasmos de mi cuerpo, el temblor de mis piernas, la dureza de mis pezones. Tus dedos en mi interior hacían magia, tu lengua en mi clítoris me hacía delirar de placer. Cada parte de tu cuerpo tocando cada "botón" que conoce del mío me hacía estremecer. Y de nuevo yo tratando de controlar la ola de placer y electricidad que recorrían mi cuerpo, que eran cada vez mas incontrolables. Y nuevamente parabas, y sentía el vacío de tus caricias en mi cuerpo, al tiempo que intentaba alejarme del orgasmo.
Hasta que me avisaste que la próxima vez no ibas a parar. Te acomodaste en la cama, y supe que iba en serio. Aún así intenté contener una vez más el orgasmo, pero apenas lo logré viéndote decidido a sacarme uno de los buenos. Como si se tratase de una orquesta perfectamente sincronizada, tus dedos, tus manos, tu lengua, tu cuerpo completo tocó majestuosamente cada instrumento de placer del mío. Me dejé hacer, me dejé llevar. Y llegó.
Aquel orgasmo, el decimotercero, se hizo presente con toda su intensidad. El ritmo cardíaco se aceleró, la respiración se volvió frenética y entrecortada. Los gemidos, por mas que intenté controlarlos, aumentaron de volúmen. La electricidad recorriéndome fue tal que no pude controlar los espasmos de mi cuerpo. Mis piernas temblaron, se tensaron y se sacudieron. En mi vientre sentí las placenteras contracciones, que se te hicieron evidente en los masajes recibidos en tus dedos. Mi cuerpo completo pareció levitar por escasos segundos, que precedieron a una nueva tanda de espasmos, temblores, sacudones y contracciones. La vorágine a la que me llevaste parecía no tener fin.
Pero como sucede con todo lo bueno, llegó el fin. Llegó la calma. Llegó la carcajada cómplice. Llegaron los espasmos menos intensos producto de las pequeñas olas de electricidad que aún daban vueltas por el roce de las sábanas, o por el roce de tus dedos tratando de tranquilizar tanto frenesí.
Y llegó el nuevo arrumaco en tus brazos, con una sonrisa de satisfacción que -bien lo dijiste- difícilmente podría justificar sin sonrojarme.
En resumen, me quedo con cuatro cosas: un orgasmo intenso y devastador, un regalo, una foto usándolo y una frase tuya:
- ¡Que lindo es poder coger y reir!
Las cosas se salieron de control, como suelen ocurrir en nuestros encuentros, y en pocas horas llegué a la deuda de dos mil pesos.. que gustoso aceptaste condonar a cambio de un relato de aquel orgasmo, el mas intenso y largo de esa noche.
No me detendré en los detalles de los veinte orgasmos que llegaste a contar, porque aunque quisiera no recuerdo a todos, y no viene al caso. Sólo me detendré en mi preferido.. el decimotercero o decimocuarto (no recuerdo con exactitud pero que, casi como un capricho, lo dejaré en mi número favorito: decimotercero).
El decimotercero vino luego de una serie de orgasmos pequeños en duración y en intensidad, donde te dije -un poco provocándote, y un poco en serio- que ya no daba más. Para mi sorpresa me acurrucaste en tus brazos, y aproveché a besarte todo lo que no me dejaste en el juego previo. Aproveché a abrazarte, a acariciarte, a tocarte y a pedirte:
- Quiero tu leche, quiero hacerte acabar.
Te negaste, por supuesto. Porque si algo aprendí en el tiempo que te conozco es que te gusta hacerte desear, y te gusta verme gozar.. y rogar. Mi cuerpo en ese momento relajado volvió a encenderse con apenas unas caricias tuya. Pero me ordenaste no acabar, me ordenaste contener el orgasmo lo más que pueda. Y como siempre, sabiendo que si hago tu voluntad no hago más que disfrutar, obedecí.
No puedo precisar el tiempo que transcurrió, ni cuantas veces me acercaste al borde del orgasmo y me dejaste ahí.. flotando, tratando de controlar los espasmos de mi cuerpo, el temblor de mis piernas, la dureza de mis pezones. Tus dedos en mi interior hacían magia, tu lengua en mi clítoris me hacía delirar de placer. Cada parte de tu cuerpo tocando cada "botón" que conoce del mío me hacía estremecer. Y de nuevo yo tratando de controlar la ola de placer y electricidad que recorrían mi cuerpo, que eran cada vez mas incontrolables. Y nuevamente parabas, y sentía el vacío de tus caricias en mi cuerpo, al tiempo que intentaba alejarme del orgasmo.
Hasta que me avisaste que la próxima vez no ibas a parar. Te acomodaste en la cama, y supe que iba en serio. Aún así intenté contener una vez más el orgasmo, pero apenas lo logré viéndote decidido a sacarme uno de los buenos. Como si se tratase de una orquesta perfectamente sincronizada, tus dedos, tus manos, tu lengua, tu cuerpo completo tocó majestuosamente cada instrumento de placer del mío. Me dejé hacer, me dejé llevar. Y llegó.
Aquel orgasmo, el decimotercero, se hizo presente con toda su intensidad. El ritmo cardíaco se aceleró, la respiración se volvió frenética y entrecortada. Los gemidos, por mas que intenté controlarlos, aumentaron de volúmen. La electricidad recorriéndome fue tal que no pude controlar los espasmos de mi cuerpo. Mis piernas temblaron, se tensaron y se sacudieron. En mi vientre sentí las placenteras contracciones, que se te hicieron evidente en los masajes recibidos en tus dedos. Mi cuerpo completo pareció levitar por escasos segundos, que precedieron a una nueva tanda de espasmos, temblores, sacudones y contracciones. La vorágine a la que me llevaste parecía no tener fin.
Pero como sucede con todo lo bueno, llegó el fin. Llegó la calma. Llegó la carcajada cómplice. Llegaron los espasmos menos intensos producto de las pequeñas olas de electricidad que aún daban vueltas por el roce de las sábanas, o por el roce de tus dedos tratando de tranquilizar tanto frenesí.
Y llegó el nuevo arrumaco en tus brazos, con una sonrisa de satisfacción que -bien lo dijiste- difícilmente podría justificar sin sonrojarme.
En resumen, me quedo con cuatro cosas: un orgasmo intenso y devastador, un regalo, una foto usándolo y una frase tuya:
- ¡Que lindo es poder coger y reir!
7 comentarios - Dos mil... O un relato
Al final, ¡trae buena suerte!
Jajajaja
( sigo esperando eĺ relato del que me hablaste... igual yo te debo el relato del que te hable!)
Esta en el horno todavía ese relato, pero es al que mas ganas le tengo.. asi que pronto pronto saldrá, creo 😛