Soy un profesional, casado, tres hijos… Una familia corriente. Pero, ¿existen las familias corrientes? Sólo en apariencia. Cuando uno comienza a indagar al interior de ella, fijarse en los detalles que la forman, descubre que cada una de ellas constituye un universo independiente, exclusivo, inimitable e irrepetible.
Algunos años después de contraer matrimonio mi mujer, gran mujer debo decirlo, me confesó que no sentía el menor deseo sexual, que no tenía ningún atractivo para ella. Me dijo, claro, que no iba a ser como el “perro del hortelano”; podía yo tener todas las aventuras que quisiera, pero con discreción. Y, ojalá, no tuviera la intención de divorciarme, pues ella me quería.
Fue muy triste para mí, pero lo asumí y, finalmente, determiné que iba a vivir mi vida sin complejos ni limitaciones, salvo las necesarias para conservar la armonía familia. Tuve muchas aventuras, casi todas terminadas en forma triste, pues la mayoría de las mujeres sólo buscan un hombre “para su propiedad”. Lo aman a uno mientras uno esté dispuesto a ser su objeto. Si uno exige independencia, automáticamente ese amor muta en odio parido y se convierten en hienas.
No pude ser canalla, nunca. Podría mentir, engañar, pero aquello iba contra mi naturaleza y mi formación. Por último, después de muchas frustraciones y, con bastante sacrificio, decidí que era momento de cerrar la puerta al sexo. ¡Demasiados problemas! Así que, a pesar de ser un hombre con una líbido muy alta, comencé mi tarea de eliminar o, por lo menos, silenciar aquella parte de mi naturaleza. Podía no ser bueno hacerlo, pero en mi caso resultaba peor no hacerlo.
Mi vida comenzó a desarrollarse de forma normal: trabajo, descanso, vida familiar… Nada extraordinario. Sólo buscaba placidez, calma, paz… Pero esta vino a quebrarse de la forma más inesperada y canalla que puedan imaginarse.
Era nuestra costumbre juntarnos a ver películas en la televisión. Allí estabamos todos, amontonados en la cama, disfrutando de un video de acción. Mi hija Liliana se metió en mi cama y se acostó a mi lado y al rato se quedó dormida. Entonces se volvió, quedando pegada a mi, poniendo uno de sus brazos sobre mi pecho. Su camisón se había subido y sentía su estómago pegado a mi costado, moviéndose acompasadamente por la respiración regular de su respingada naricita. De pronto noté que se pegaba aún más a mí, y en mi muslo comencé a sentir su pubis. En su sueño, levantó una de sus piernas y la colocó sobre la mía. Ahora su sexo estaba completamente pegado a mi pierna y podía sentir su temperatura. Hacía grandes esfuerzos por concentrarme en la película y evitar, así, una erección que se insinuaba cada vez con más violencia. Además, si despertaba, ella lo notaría de inmediato, pues parte de su muslo estaba sobre mi miembro.
Cuando la película terminó me retiré suavemente y mi mujer la sacó de la cama y la llevo, dormida como estaba, a la suya. Apagué la luz y, en la soledad de mi habitación, intenté dormir, pero fue imposible. Las sensaciones vividas habían sido demasiado fuertes para mí y no podía sacarme de la cabeza las ideas inquietantes que se habían metido en ellas. Así que me fui al baño y me masturbé. ¡Fue una corrida colosal! Nunca había tenido una corrida así. Pero logré tranquilizarme y, finalmente, dormirme.
Pasaron varios días en los cuales aquella circunstancia volvía, como chispazos, a mi memoria, pero poco a poco fueron desvaneciéndose, volviendo a mi calma habitual.
Una noche mi mujer tuvo que llevar a mis dos hijos mayores a una fiesta y me quedé solo con Lily en la casa. Me acosté y me dispuse a leer, pero mi hija entró a mi dormitorio con un video y me preguntó si quería verlo. Acepté y ella colocó la película. Era una de esas películas de terror bastante mala, pero que fascinan a los chicos. Se acostó a mi lado y ambos nos dedicamos a la película.
Ya había transcurrido la mitad de esta cuando, encontrando que el volumen estaba muy fuerte, le pedí que lo bajara. Pero ella no tenía el control remoto. Se arrodilló en la cama y avanzó así a coger el control que estaba junto al televisor. Cuando se agachó su pequeño camisón se levantó y su precioso trasero quedó frente a mi vista. El calzón era pequeño y se le había metido entre las nalgas.
Fue apenas un par de segundos pero que me parecieron una eternidad. Veía su trasero redondo, perfecto, sin una mancha ni arruga. Veía el delicioso pliegue que se formaba entre la nalga y el muslo. Veía el bulto precioso de su vulva y la ranura central que se insinuaba a través del calzón. Las piernas suaves. Los pies perfectos…
La erección fue instantánea y tremenda. Ella volvió a meterse en la cama, se acomodó y continuamos viendo la película, pero mi mente se disparó en otra dirección, a pesar de mis esfuerzos por dominarla.
¡Fue una tortura! Además, para agravar aún más mi situación, en cada escena de suspenso, se abrazaba a mi y podía sentir pegados a mi cuerpo sus dos pequeños y maravillosos senos que el delicado camisón apenas cubría.
Antes que terminara la película llegó mi mujer, se acostó junto a nosotros y terminó de verla con nosotros, después de lo cual ambas se despidieron y se marcharon. Apagué la luz y quitándome los calzoncillos, me masturbé como jamás lo había hecho, completamente desnudo en la cama. Las imágenes que se habían anclado en mi cerebro eran un afrodisíaco tremendo. Nuevamente tuve un orgasmo descomunal, tremendo, lleno de sensaciones nuevas y violentas.
Desde entonces evité en lo posible el estar cerca de mi hija y, especialmente, las veladas nocturnas de televisión. Pero no quería que sintiera rechazo de mi parte pues sabía que ella no comprendería la razón ni yo podía decírselo. Pero ya la enfermedad se había incubado en mi pensamiento y no podía extirpármela.
Una tarde en que iban a salir todos, menos yo que tenía que terminar un trabajo, Lily entró a mi dormitorio y me pidió permiso para ocupar mi baño pues sus hermanos se habían atrincherado en el otro. Al momento sentí correr la ducha. Sentado a mi escritorio intentaba concentrarme en mi trabajo pero la sola idea de que mi hija se bañaba, completamente desnuda a escasos metros de distancia, volvió a despertar en mi aquellas sensaciones contra las que tanto luchaba.
La puerta del baño se abrió y Lily apareció completamente desnuda. Se colocó frente al espejo del closet y siguió secándose mientras se observaba. Ahí tenía, frente a mis ojos, a la chiquilla mas preciosa que pueden imaginarse. Su cuerpo ondulado y perfecto; sus senos pequeños como dos conitos coronados por pezones ya bastante desarrollados; Su precioso trasero redondo y rosado; sus piernas torneadas y juveniles…
Ella notó, por el espejo, que la observaba.
-¿Qué me miras? -dijo.
En ese momento volví a la consciencia.
-Estás muy linda -le dije y, volviéndome, hice como que seguía en mi trabajo, pero mi mente seguía observándola y, ahora, con verdadera lascivia.
Sentí cuando cerró la puerta y se fue. Entonces me fui al baño. Miré la tina y me la imaginé allí. Bajé el cierre de mi bragueta y mi miembro saltó a fuera como un animal enfurecido. Bastó un par de movimiento de mi mano para que la descarga saltara hacia la tina. Tuve que afirmarme en el lavatorio para no caer. Mis piernas se habían puesto de lana y ya no me sostenía. Me senté en el inodoro y puse mi cabeza entre las manos.
Simplemente no podía creer que me estuviera sucediendo esto a mi, un padre cariñoso, un hombre normal… Amaba a mi hija como todo padre debe hacerlo, pero el demonio del deseo se había metido entre medio y me estaba destruyendo, carcomiendo…
Y lloré…
A partir de ese día comencé a quedarme más tiempo en la oficina, a evitar las sesiones de películas en mi pieza, a toparme con mi hija en cualquier circunstancia, por nimia que fuera. Estaba perdiendo a mi familia, los estaba sacando de mi vida, pero sabía que era la única alternativa, de lo contrario, terminaría por cometer una villanía.
Un día, ya absolutamente agotado en esta lucha contra mis depravados deseos y sintiéndome vencido por ellos, le dije a mi mujer que me iba de casa. Me preguntó si se trataba de otra mujer y le dije que sí, lo que era cierto. Ella lloró pero, en el fondo, sabía que sucedería tarde o temprano. Decidimos que se lo diríamos a los niños más adelante. Hice una maleta y salí de la casa rumbo a un hotel.
Arrendé un pequeño departamento y me instalé con mis cosas. Ya los niños sabían la situación y se habían hecho a la idea. Mi vida se convirtió en una monótona rutina de trabajo y descanso. Hablaba por teléfono con mi familia en forma regular y, poco a poco, mi obsesión comenzó a desvanecerse.
Fue un día sábado, ya tarde, en que tocaron a la puerta. Era mi hija. Pensé que había logrado superar mi circunstancia, que aquella enfermedad había sido, por fin, vencida, pero no más la vi, volvieron a latir en mi aquellas sensaciones torturantes. Nos saludamos, entró y se sentó. Conversamos un momento, deseando yo que se fuera lo antes posible, pero no daba señales de hacerlo. Al contrario, la notaba muy intranquila.
-Papito -dijo-, no quiero meterme en tu vida, pero, ¿estás bien?
-¡Claro!
-No lo creo. Te echamos mucho de menos… Mamá llora mucho…
-Lo siento… No tenía intención de causarle tanta pena, pero, créeme que ha sido lo mejor para todos…
-¿Y tu… amiga? -preguntó.
-No. No vive conmigo…
-¿Te trata bien?
Me encogí de hombros. Ella me miró con curiosidad.
-¿Hay alguien en realidad?
Yo solo la miraba, sentada allí, con sus piernas so
bre el sofá. Su falda de había levantado lo bastante como para vislumbrar su calzón.
-Sí. Lo hay…
-¿La conozco?
En ese momento sentí que tenía que decirlo todo, que esa sería la única forma de liberarme de aquella tortura.
-Sí.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Tú.
Me miró en forma extraña, sin comprender. Entonces me arrojé de rodillas junto a ella y puse mis manos sobre sus desnudos muslos.
-¿Qué quieres decir?
-Niña… ¡Perdóname, por favor! Si me ido de casa a sido por tu causa. No puedo sacarte de mi cabeza… Es una obsesión, una cruel y terrible obsesión. Te veo y me lleno de ideas depravadas, intolerables… ¡Me enloqueces…! -grité. Ella se había corrido hacia atrás y me miraba horrorizada.
Sólo sueño con hacerte el amor, con tenerte desnuda entre mis brazos, con amarte como a una mujer… ¡Vete! -le grité casi con furia- ¡Ándate de aquí! Y no vuelvas, nunca más. Olvídate de tu padre, olvídate que existo. Dame por muerto…
Ella se levantó de un salto. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Tomó su bolso y corrió a la puerta. Escuché su carrera por el pasillo. Salí al balcón y miré hacia abajo. La vi salir corriendo, como si hubiera visto al demonio. Y quién sabe si en eso me había yo convertido. Mi vista quedó fija en el vacío. Eran doce pisos. Una buena altura. Quizás lo mejor era dejarse devorar por ella…
Pero no tuve el valor… O la cobardía… No sé. Sólo sé que durante un mes no supe nada de mi hija. No volvió a llamarme por teléfono. Pero no dijo nada de nuestra conversación a mi mujer. Ella siguió siendo amable conmigo. Pensé en el daño que le había hecho, en lo terrible que, seguramente, había sido mi confesión para ella. Estaba destruido. Y no tenía ya nada que hacer al respecto. Mis días comenzaron a ser cada vez más oscuros, mas sin destino, como entrar en un túnel donde no se vislumbra el otro extremo porque, quizás, no existe.
Llamaron a la puerta. Era ella. Me miraba con sus bellos ojos verdes redondos, como asustada.
-¿Por qué volviste?
No dijo nada. Sólo entró, apagó la luz, se empinó en la punta de los pies y me besó en la boca. Un fuego calcinante recorrió mi cuerpo. Se retiró un poquito de mi y, por los reflejos que llegaban de la calle, que se estaba quitando el vestido.
-Lily… -dije intentando detenerla.
Pero ella colocó un dedo en mi boca. Después tomó mis manos y la llevó hasta su cuerpo. Estaba desnuda. Comencé a tocarla. Ella echó la cabeza para atrás y sacudió su rubia cabellera. Me incliné y la besé en la comisura de los senos. Busqué su boca. Sentí su aliento que ardía y ya no pude detenerme.
La levanté en vilo y la puse sobre la cama. Ella se dejó caer de espaldas y abrió las piernas. Mi boca corrió en busca de su vulva, cubierta de un suave vello dorado. La besé con ansias, con amor profundo. Me enloquecía aquel sexo joven, oloroso y bello. Pude ver que los gorditos labios vaginales se abrían. Pude ver un delicado hilo de sus flujos formarse entre ellos. Aquella vulva maravillosa se abría como una flor ante el sol, emanando sus bellos y nacarados colores y su aromática esencia. Y hundí mi boca en ella. Besé, lamí, chupé, bebí sus jugos hasta hartarme. Y sentía los espasmos de sus múltiples orgasmos en mis labios, sentí el latido de su vagina nunca satisfecha…
Me quité la ropa con rapidez. Ella se incorporó y tomándome por la cabeza, me arrojó sobre la cama. Entonces se abalanzó sobre mi miembro, tomándolo con sus bellísimas manos, moviéndolo con maravillosa suavidad. Vi cuando lo puso en su boca y lo tragó completamente. Sentí como lo apretaba con su lengua a su paladar. Sentí correr por el tronco su saliva deliciosa…
Se recostó sobre mí y me besó en la boca. Nuestras lenguas eran dos serpientes en lucha furiosa. Yo sentía los sabores de mi miembro y ella, los flujos de su vagina. Todos nuestros jugos se mezclaron en nuestras bocas. Ella se incorporó y, tomando mi endurecido pene, lo ubicó en la entrada de su vagina y comenzó a bajar, introduciéndolo lenta pero decididamente.
-¡Toma mi virginidad, papito! ¡Es tuya! ¡Sólo tuya!
Esas palabras fueron dichas con tanta suavidad, con tanto amor que, en ese momento, ella era la persona que mas amaba en el planeta. La única que podía merecer un amor absoluto, completo y total. Sentí cuando mi pene encontró aquella delicada resistencia y sentí, también, cuando por una presión decidida de Lily, la rompió, invadiendo su interior.
-¡Ooooooooohhhhhh!
Fue un quejido tan delicioso, tan lleno de placer, que me enterneció el alma. Inmediatamente comenzó a subir y bajar, a deslizarse con una regularidad exquisita. Veía con absoluta claridad mi pene entrando y saliendo de aquella maravillosa vagina. Veía el rostro de Lily radiante, expresando los infinitos placeres que aquello le producía, los infinitos orgasmos que invadían su precioso cuerpo de niña que se retorcía de gusto. De pronto reaccioné. Estaba a punto de correrme y corría el riesgo de embarazarla.
-Hija, me corro…
Ella entendió mi mensaje. De un salto se retiró y arrojándose de bruces, metió todo mi miembro en su boca y comenzó a masturbarlo con rapidez. Solté la descarga, tremenda, terrible y ella no hizo amago de retirarse. La veía tragar y tragar. Los espasmos invadieron mi cuerpo. Me retorcía casi con violencia. Me incorporaba, caía y volvía a incorporarme, movido por las fuerzas mágicas del más extraordinario placer, hasta quedar exhausto. Entonces mi cuerpo se relajó y, como un encanto, entré a un éxtasis maravilloso. Lily se recostó sobre mi y pegó su boca a la mía. Ella traspasó restos de mi propio semen a mi boca y yo los tragué con amor…
¿Cómo termina todo esto?.
No lo sé, ya que mi incestuosa experiencia ocurrió recién 2012. Lily duerme en la cama. Sé que pronto va a despertar y me va a buscar. Sé que volveremos a hacer el amor, locamente, extraordinariamente, sin limitaciones… ¿Qué límite puede haber para nosotros?
Pero, ¿qué sucederá después que amanezca?
Ya no importa. Quizás me pegue un tiro para poner fin a esta locura y permitir a mi hija una vida normal… “Normal”…
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Algunos años después de contraer matrimonio mi mujer, gran mujer debo decirlo, me confesó que no sentía el menor deseo sexual, que no tenía ningún atractivo para ella. Me dijo, claro, que no iba a ser como el “perro del hortelano”; podía yo tener todas las aventuras que quisiera, pero con discreción. Y, ojalá, no tuviera la intención de divorciarme, pues ella me quería.
Fue muy triste para mí, pero lo asumí y, finalmente, determiné que iba a vivir mi vida sin complejos ni limitaciones, salvo las necesarias para conservar la armonía familia. Tuve muchas aventuras, casi todas terminadas en forma triste, pues la mayoría de las mujeres sólo buscan un hombre “para su propiedad”. Lo aman a uno mientras uno esté dispuesto a ser su objeto. Si uno exige independencia, automáticamente ese amor muta en odio parido y se convierten en hienas.
No pude ser canalla, nunca. Podría mentir, engañar, pero aquello iba contra mi naturaleza y mi formación. Por último, después de muchas frustraciones y, con bastante sacrificio, decidí que era momento de cerrar la puerta al sexo. ¡Demasiados problemas! Así que, a pesar de ser un hombre con una líbido muy alta, comencé mi tarea de eliminar o, por lo menos, silenciar aquella parte de mi naturaleza. Podía no ser bueno hacerlo, pero en mi caso resultaba peor no hacerlo.
Mi vida comenzó a desarrollarse de forma normal: trabajo, descanso, vida familiar… Nada extraordinario. Sólo buscaba placidez, calma, paz… Pero esta vino a quebrarse de la forma más inesperada y canalla que puedan imaginarse.
Era nuestra costumbre juntarnos a ver películas en la televisión. Allí estabamos todos, amontonados en la cama, disfrutando de un video de acción. Mi hija Liliana se metió en mi cama y se acostó a mi lado y al rato se quedó dormida. Entonces se volvió, quedando pegada a mi, poniendo uno de sus brazos sobre mi pecho. Su camisón se había subido y sentía su estómago pegado a mi costado, moviéndose acompasadamente por la respiración regular de su respingada naricita. De pronto noté que se pegaba aún más a mí, y en mi muslo comencé a sentir su pubis. En su sueño, levantó una de sus piernas y la colocó sobre la mía. Ahora su sexo estaba completamente pegado a mi pierna y podía sentir su temperatura. Hacía grandes esfuerzos por concentrarme en la película y evitar, así, una erección que se insinuaba cada vez con más violencia. Además, si despertaba, ella lo notaría de inmediato, pues parte de su muslo estaba sobre mi miembro.
Cuando la película terminó me retiré suavemente y mi mujer la sacó de la cama y la llevo, dormida como estaba, a la suya. Apagué la luz y, en la soledad de mi habitación, intenté dormir, pero fue imposible. Las sensaciones vividas habían sido demasiado fuertes para mí y no podía sacarme de la cabeza las ideas inquietantes que se habían metido en ellas. Así que me fui al baño y me masturbé. ¡Fue una corrida colosal! Nunca había tenido una corrida así. Pero logré tranquilizarme y, finalmente, dormirme.
Pasaron varios días en los cuales aquella circunstancia volvía, como chispazos, a mi memoria, pero poco a poco fueron desvaneciéndose, volviendo a mi calma habitual.
Una noche mi mujer tuvo que llevar a mis dos hijos mayores a una fiesta y me quedé solo con Lily en la casa. Me acosté y me dispuse a leer, pero mi hija entró a mi dormitorio con un video y me preguntó si quería verlo. Acepté y ella colocó la película. Era una de esas películas de terror bastante mala, pero que fascinan a los chicos. Se acostó a mi lado y ambos nos dedicamos a la película.
Ya había transcurrido la mitad de esta cuando, encontrando que el volumen estaba muy fuerte, le pedí que lo bajara. Pero ella no tenía el control remoto. Se arrodilló en la cama y avanzó así a coger el control que estaba junto al televisor. Cuando se agachó su pequeño camisón se levantó y su precioso trasero quedó frente a mi vista. El calzón era pequeño y se le había metido entre las nalgas.
Fue apenas un par de segundos pero que me parecieron una eternidad. Veía su trasero redondo, perfecto, sin una mancha ni arruga. Veía el delicioso pliegue que se formaba entre la nalga y el muslo. Veía el bulto precioso de su vulva y la ranura central que se insinuaba a través del calzón. Las piernas suaves. Los pies perfectos…
La erección fue instantánea y tremenda. Ella volvió a meterse en la cama, se acomodó y continuamos viendo la película, pero mi mente se disparó en otra dirección, a pesar de mis esfuerzos por dominarla.
¡Fue una tortura! Además, para agravar aún más mi situación, en cada escena de suspenso, se abrazaba a mi y podía sentir pegados a mi cuerpo sus dos pequeños y maravillosos senos que el delicado camisón apenas cubría.
Antes que terminara la película llegó mi mujer, se acostó junto a nosotros y terminó de verla con nosotros, después de lo cual ambas se despidieron y se marcharon. Apagué la luz y quitándome los calzoncillos, me masturbé como jamás lo había hecho, completamente desnudo en la cama. Las imágenes que se habían anclado en mi cerebro eran un afrodisíaco tremendo. Nuevamente tuve un orgasmo descomunal, tremendo, lleno de sensaciones nuevas y violentas.
Desde entonces evité en lo posible el estar cerca de mi hija y, especialmente, las veladas nocturnas de televisión. Pero no quería que sintiera rechazo de mi parte pues sabía que ella no comprendería la razón ni yo podía decírselo. Pero ya la enfermedad se había incubado en mi pensamiento y no podía extirpármela.
Una tarde en que iban a salir todos, menos yo que tenía que terminar un trabajo, Lily entró a mi dormitorio y me pidió permiso para ocupar mi baño pues sus hermanos se habían atrincherado en el otro. Al momento sentí correr la ducha. Sentado a mi escritorio intentaba concentrarme en mi trabajo pero la sola idea de que mi hija se bañaba, completamente desnuda a escasos metros de distancia, volvió a despertar en mi aquellas sensaciones contra las que tanto luchaba.
La puerta del baño se abrió y Lily apareció completamente desnuda. Se colocó frente al espejo del closet y siguió secándose mientras se observaba. Ahí tenía, frente a mis ojos, a la chiquilla mas preciosa que pueden imaginarse. Su cuerpo ondulado y perfecto; sus senos pequeños como dos conitos coronados por pezones ya bastante desarrollados; Su precioso trasero redondo y rosado; sus piernas torneadas y juveniles…
Ella notó, por el espejo, que la observaba.
-¿Qué me miras? -dijo.
En ese momento volví a la consciencia.
-Estás muy linda -le dije y, volviéndome, hice como que seguía en mi trabajo, pero mi mente seguía observándola y, ahora, con verdadera lascivia.
Sentí cuando cerró la puerta y se fue. Entonces me fui al baño. Miré la tina y me la imaginé allí. Bajé el cierre de mi bragueta y mi miembro saltó a fuera como un animal enfurecido. Bastó un par de movimiento de mi mano para que la descarga saltara hacia la tina. Tuve que afirmarme en el lavatorio para no caer. Mis piernas se habían puesto de lana y ya no me sostenía. Me senté en el inodoro y puse mi cabeza entre las manos.
Simplemente no podía creer que me estuviera sucediendo esto a mi, un padre cariñoso, un hombre normal… Amaba a mi hija como todo padre debe hacerlo, pero el demonio del deseo se había metido entre medio y me estaba destruyendo, carcomiendo…
Y lloré…
A partir de ese día comencé a quedarme más tiempo en la oficina, a evitar las sesiones de películas en mi pieza, a toparme con mi hija en cualquier circunstancia, por nimia que fuera. Estaba perdiendo a mi familia, los estaba sacando de mi vida, pero sabía que era la única alternativa, de lo contrario, terminaría por cometer una villanía.
Un día, ya absolutamente agotado en esta lucha contra mis depravados deseos y sintiéndome vencido por ellos, le dije a mi mujer que me iba de casa. Me preguntó si se trataba de otra mujer y le dije que sí, lo que era cierto. Ella lloró pero, en el fondo, sabía que sucedería tarde o temprano. Decidimos que se lo diríamos a los niños más adelante. Hice una maleta y salí de la casa rumbo a un hotel.
Arrendé un pequeño departamento y me instalé con mis cosas. Ya los niños sabían la situación y se habían hecho a la idea. Mi vida se convirtió en una monótona rutina de trabajo y descanso. Hablaba por teléfono con mi familia en forma regular y, poco a poco, mi obsesión comenzó a desvanecerse.
Fue un día sábado, ya tarde, en que tocaron a la puerta. Era mi hija. Pensé que había logrado superar mi circunstancia, que aquella enfermedad había sido, por fin, vencida, pero no más la vi, volvieron a latir en mi aquellas sensaciones torturantes. Nos saludamos, entró y se sentó. Conversamos un momento, deseando yo que se fuera lo antes posible, pero no daba señales de hacerlo. Al contrario, la notaba muy intranquila.
-Papito -dijo-, no quiero meterme en tu vida, pero, ¿estás bien?
-¡Claro!
-No lo creo. Te echamos mucho de menos… Mamá llora mucho…
-Lo siento… No tenía intención de causarle tanta pena, pero, créeme que ha sido lo mejor para todos…
-¿Y tu… amiga? -preguntó.
-No. No vive conmigo…
-¿Te trata bien?
Me encogí de hombros. Ella me miró con curiosidad.
-¿Hay alguien en realidad?
Yo solo la miraba, sentada allí, con sus piernas so
bre el sofá. Su falda de había levantado lo bastante como para vislumbrar su calzón.
-Sí. Lo hay…
-¿La conozco?
En ese momento sentí que tenía que decirlo todo, que esa sería la única forma de liberarme de aquella tortura.
-Sí.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Tú.
Me miró en forma extraña, sin comprender. Entonces me arrojé de rodillas junto a ella y puse mis manos sobre sus desnudos muslos.
-¿Qué quieres decir?
-Niña… ¡Perdóname, por favor! Si me ido de casa a sido por tu causa. No puedo sacarte de mi cabeza… Es una obsesión, una cruel y terrible obsesión. Te veo y me lleno de ideas depravadas, intolerables… ¡Me enloqueces…! -grité. Ella se había corrido hacia atrás y me miraba horrorizada.
Sólo sueño con hacerte el amor, con tenerte desnuda entre mis brazos, con amarte como a una mujer… ¡Vete! -le grité casi con furia- ¡Ándate de aquí! Y no vuelvas, nunca más. Olvídate de tu padre, olvídate que existo. Dame por muerto…
Ella se levantó de un salto. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Tomó su bolso y corrió a la puerta. Escuché su carrera por el pasillo. Salí al balcón y miré hacia abajo. La vi salir corriendo, como si hubiera visto al demonio. Y quién sabe si en eso me había yo convertido. Mi vista quedó fija en el vacío. Eran doce pisos. Una buena altura. Quizás lo mejor era dejarse devorar por ella…
Pero no tuve el valor… O la cobardía… No sé. Sólo sé que durante un mes no supe nada de mi hija. No volvió a llamarme por teléfono. Pero no dijo nada de nuestra conversación a mi mujer. Ella siguió siendo amable conmigo. Pensé en el daño que le había hecho, en lo terrible que, seguramente, había sido mi confesión para ella. Estaba destruido. Y no tenía ya nada que hacer al respecto. Mis días comenzaron a ser cada vez más oscuros, mas sin destino, como entrar en un túnel donde no se vislumbra el otro extremo porque, quizás, no existe.
Llamaron a la puerta. Era ella. Me miraba con sus bellos ojos verdes redondos, como asustada.
-¿Por qué volviste?
No dijo nada. Sólo entró, apagó la luz, se empinó en la punta de los pies y me besó en la boca. Un fuego calcinante recorrió mi cuerpo. Se retiró un poquito de mi y, por los reflejos que llegaban de la calle, que se estaba quitando el vestido.
-Lily… -dije intentando detenerla.
Pero ella colocó un dedo en mi boca. Después tomó mis manos y la llevó hasta su cuerpo. Estaba desnuda. Comencé a tocarla. Ella echó la cabeza para atrás y sacudió su rubia cabellera. Me incliné y la besé en la comisura de los senos. Busqué su boca. Sentí su aliento que ardía y ya no pude detenerme.
La levanté en vilo y la puse sobre la cama. Ella se dejó caer de espaldas y abrió las piernas. Mi boca corrió en busca de su vulva, cubierta de un suave vello dorado. La besé con ansias, con amor profundo. Me enloquecía aquel sexo joven, oloroso y bello. Pude ver que los gorditos labios vaginales se abrían. Pude ver un delicado hilo de sus flujos formarse entre ellos. Aquella vulva maravillosa se abría como una flor ante el sol, emanando sus bellos y nacarados colores y su aromática esencia. Y hundí mi boca en ella. Besé, lamí, chupé, bebí sus jugos hasta hartarme. Y sentía los espasmos de sus múltiples orgasmos en mis labios, sentí el latido de su vagina nunca satisfecha…
Me quité la ropa con rapidez. Ella se incorporó y tomándome por la cabeza, me arrojó sobre la cama. Entonces se abalanzó sobre mi miembro, tomándolo con sus bellísimas manos, moviéndolo con maravillosa suavidad. Vi cuando lo puso en su boca y lo tragó completamente. Sentí como lo apretaba con su lengua a su paladar. Sentí correr por el tronco su saliva deliciosa…
Se recostó sobre mí y me besó en la boca. Nuestras lenguas eran dos serpientes en lucha furiosa. Yo sentía los sabores de mi miembro y ella, los flujos de su vagina. Todos nuestros jugos se mezclaron en nuestras bocas. Ella se incorporó y, tomando mi endurecido pene, lo ubicó en la entrada de su vagina y comenzó a bajar, introduciéndolo lenta pero decididamente.
-¡Toma mi virginidad, papito! ¡Es tuya! ¡Sólo tuya!
Esas palabras fueron dichas con tanta suavidad, con tanto amor que, en ese momento, ella era la persona que mas amaba en el planeta. La única que podía merecer un amor absoluto, completo y total. Sentí cuando mi pene encontró aquella delicada resistencia y sentí, también, cuando por una presión decidida de Lily, la rompió, invadiendo su interior.
-¡Ooooooooohhhhhh!
Fue un quejido tan delicioso, tan lleno de placer, que me enterneció el alma. Inmediatamente comenzó a subir y bajar, a deslizarse con una regularidad exquisita. Veía con absoluta claridad mi pene entrando y saliendo de aquella maravillosa vagina. Veía el rostro de Lily radiante, expresando los infinitos placeres que aquello le producía, los infinitos orgasmos que invadían su precioso cuerpo de niña que se retorcía de gusto. De pronto reaccioné. Estaba a punto de correrme y corría el riesgo de embarazarla.
-Hija, me corro…
Ella entendió mi mensaje. De un salto se retiró y arrojándose de bruces, metió todo mi miembro en su boca y comenzó a masturbarlo con rapidez. Solté la descarga, tremenda, terrible y ella no hizo amago de retirarse. La veía tragar y tragar. Los espasmos invadieron mi cuerpo. Me retorcía casi con violencia. Me incorporaba, caía y volvía a incorporarme, movido por las fuerzas mágicas del más extraordinario placer, hasta quedar exhausto. Entonces mi cuerpo se relajó y, como un encanto, entré a un éxtasis maravilloso. Lily se recostó sobre mi y pegó su boca a la mía. Ella traspasó restos de mi propio semen a mi boca y yo los tragué con amor…
¿Cómo termina todo esto?.
No lo sé, ya que mi incestuosa experiencia ocurrió recién 2012. Lily duerme en la cama. Sé que pronto va a despertar y me va a buscar. Sé que volveremos a hacer el amor, locamente, extraordinariamente, sin limitaciones… ¿Qué límite puede haber para nosotros?
Pero, ¿qué sucederá después que amanezca?
Ya no importa. Quizás me pegue un tiro para poner fin a esta locura y permitir a mi hija una vida normal… “Normal”…
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