Me llamo Sophia y en esa época contaba con 22 años de edad, hacia poco que estaba casada y esperaba un bebe. Para el día de mi cumpleaños mi esposo me obsequio con un perro, era un labrador de dos años, al que llamamos Bobby. Era muy juguetón y cariñoso, al que había que retar cada tanto por algún desastre que hacía. Yo tendría en ese entonces un embarazo de casi 5 meses.
Todo se inicio de una manera inocente en un principio, pero las situaciones se fueron encadenando en algo mucho más intenso. Estábamos mirando televisión con Ariel, mi esposo, y comiendo helado cuando un trozo cayó sobre mi vientre descubierto, rápidamente Bobby comenzó a lamer mi panza, produciéndome una sensación extraña, si bien nos reímos con mi esposo, no le hice ningún comentario al respecto. Reconozco que mi estado de futura mamá, me ponía más sensible y hasta mis hormonas parecían alterar mi estado voluptuoso, pero a pesar de eso no paso por mi mente hacer alguna cosa extraña con mi cachorro.
Por lo general me recostaba por la tarde a descansar un poco del trajín diario, ese día estaba bastante caluroso, así que me tiré sobre la cama. Estaba media dormida cuando sentí unas cosquillas entre los dedos de mi pie. Era Bobby, que aparentemente le atrajo mi pie sudoroso, mi cuerpo se estremeció, mientras una excitación comenzó a invadirme. Si bien mi primera intención fue de echarlo, decidí disfrutar de su mimo, que gradualmente iba estimulándome, instintivamente mis manos buscaron mi sexo, para iniciar una suave y placentera masturbación. Estimulada por la lengua de Bobby, friccionaba de manera circular mi clítoris, hasta dejarlo como un duro garbanzo, llevando posteriormente mis dedos al interior de mi vulva, hasta explotar en un intenso y rico orgasmo, pensé que había hecho algo poco confesable; pero a pesar de eso lo volví a reiterar días después.
A partir de ese momento mi juego amatorio con mi perro se fue intensificando, lo ansiaba, aunque mi temor, me contenía a tener una relación completa. El hecho de estar sola la mayoría del día, hasta la llegada de mi marido, hizo que poco a poco fuese haciendo realidad mis fantasías.
Una tarde, repitiendo la práctica anterior, después de haber tenido mi orgasmo, vi la punta roja de su miembro, pensé que se debía de excitar igual que yo, así que con mi pie desnudo, comencé a tocarlo, friccionándolo suavemente, todos mis sentidos estaban puestos en ese suceso, de pronto sus patas se abrazaron a mi pierna, para iniciar un alocado bombeo. Me entusiasmaba su reacción, así que dejé que las cosas se desencadenasen naturalmente, su bombeo se incrementaba, a lo mismo que mi excitación, estaba fuera de sí, tocaba mi raja sedienta de sexo, hasta que un cálido y espeso liquido baño mi pierna, grité al sentir explotar mi cuerpo ante la llegada de una convulsión. Pero lo que más me conmocionó fue sentir su lengua lamer mi entrepierna, apretaba mis senos hasta que mi cuerpo comenzó a estremecerse nuevamente. Reaccioné en un momento al recordar que mi esposo estaría por llegar, así que corté rápidamente para evitar ser descubierta.
A partir de esa tarde, la relación con mi perro se iba acrecentando, o más bien mi interés hacia él era cada vez mayor, si bien no estaba totalmente convencida en ser penetrada por mi Bobby, la idea no terminaba de cerrarme. Poco a poco me fui involucrando con el animal, fue como ir descubriendo entre ambos una serie de experiencias que disfrutábamos ampliamente, mi perro por su instinto y yo por curiosidad. A pesar de contenerme en un principio, pensando que estaba cometiendo algo prohibido, terminé con el tiempo, ese tabú, para transformarme en su acérrima hembra, dispuesta a entregarme plenamente, sin ningún tipo de tapujos. En determinados momentos pensaba que estaba cometiendo una locura, que debería finalizar con esa manía, pero a los tres o cuatro días, caía nuevamente en la tentación.
En mi sexto mes de gestación, había decidido cortar con esta práctica, pero recuerdo que fue un sábado, mi esposo había concretado una reunión con sus amigos, me dio rabia que me dejase sola ese día, así por despecho, volví a recurrir a mi rica mascota. Cerré bien toda la casa, y lo llevé a una habitación del fondo de la casa. Me quité las bragas, y alcé mi falda, tratando de provocarlo, acercando mí sexo a su húmedo hocico, no tardó su lengua en lamerme, cosa que me encantó.
La lamida abarcaba desde mi hendidura hasta el orificio anal, mi clítoris se rigidizo, ante el roce de esa lengua inquisidora, no podía dejar de gemir, deseando cada vez más y más, me saqué la falda y el buzo, para disfrutarlo mejor, terminando quitándome el sostén, para comprimir mis senos hinchados por el embarazo y por mi excitación, llegando a evacuar mi leche materna. Le ofrecí a Bobby mis senos impregnados, que gustosamente no tardó en pasar su áspera y rápida lengua, para lamer mis erguidos pezones, muy enardecidos por mi exaltación. Me volqué sobre la alfombra recibiendo su insistente lengua sobre mi cuerpo, le entregué mi húmeda vagina, producto de mis flujos a su delicioso sexo oral. Era algo totalmente distinto a lo que mi esposo me hacía, seguramente por su rapidez o por el hecho de estar haciendo algo vedado por la sociedad. Su estriada lengua friccionaba ligeramente mi enarbolado clítoris, produciéndome ante su paso, como descargas eléctricas, era algo nuevo y placentero, mandaba mi cuerpo hacia atrás elevando mi pelvis para seguir deleitando de ese indescriptible tratamiento.
El hecho que estaba más que frenética al sentir ese contacto en mi vagina. Un ruido me trajo a la realidad era mi esposo que acababa de llegar, había perdido la noción del tiempo, rápidamente me vestí para ir a recibirlo. Por suerte esa noche tuve sexo, así que pude descargar mi calentura acopiada.
A partir de ese momento comencé a involucrarme cada vez más, me encantaba sentir su pelaje sobre la desnudez de mi blanca piel, mientras su lengua buscaba mis cavidades, excitándome cada vez más, no era solo yo, sino también Bobby, que lo demostraba, al ver surgir su punta roja, era una especie de química, muy difícil de abandonar.
Repitiendo lo de aquel sábado, y aprovechando la ausencia de mi esposo, a las 10 de la mañana, llevé a Bobby a la misma habitación. Inicie el juego, tratando de incitarlo y a su vez excitarme, llegando a un clímax ideal, me fui quitando la ropa de a poco, colocándome en 4 cada tanto para provocarlo a que me montase, así estuve un buen rato, dándole mi sexo para sentir su lengua, que alteraban mis hormonas, lo continúe durante un buen tiempo, hasta sentir que necesitaba ser penetrada. Culminé quitándome mi última prenda, y desnuda como una perra ardiente, me coloque en cuclillas, decidida a entregarme plenamente a mi mascota, a pesar de mi preñez.
Mi respiración parecía agitarse cada vez más a la espera de esa nueva sensación, mientras Bobby iniciaba una serie de movimientos para intentar acoplarse. En un instante me monto, para emprender un loco bombeo, intentando sin pérdida de tiempo, insertar su verga en mi sexo, sentía como se refregaba sobre mis nalgas buscando afanosamente mi abertura. Eso me provocaba, al saber que quería poseerme con toda su energía, tomé su miembro y lo conduje a la puerta de mi húmeda vagina, fue suficiente para sentir penetrarme de manera salvaje y sin ningún escrúpulo, mientras sus patas delanteras, se aferraban a mis caderas de manera impetuosa.
Comencé a gemir, al sentir la manera en que me estaba penetrando, su instinto animal no tenia parámetros, era realmente su hembra. Su verga parecía crecer en mi interior, como tomando posesión de cavidad, esa dilatación me excitaba, mientras los jadeos de mi mascota eran cada vez más acentuados. No podía creer que me estaba sucediendo, me veía en un espejo con mi panza, mis tetas agitándose, y Bobby penetrándome como si fuese su par. Era una escena totalmente obscena, salvaje e inmoral, pero a pesar de eso, llena de lujuria, tanto de la parte de mi perro, como mía al entregarme a su instinto animal.
Me sentía totalmente poseída por esa furia sexual e incontrolable, su verga parecía seguir creciendo en mi útero, apropiándose cada vez más, su bola que había llegado a la totalidad de su volumen, impedía su salida, quedando apresada en el interior de mi vagina, los movimientos se hicieron más lentos, fue en ese momento que su esperma cálida y cuantiosa comenzó a regar mi seno, en donde una ola de orgasmos comenzó a estremecerse en mi interior. Gemía como nunca lo había hecho, y mi respiración se agitaba, y mi corazón latía apresuradamente, mientras Bobby me apresaba continuando eyaculando su flujo. Traté de contenerlo, pero apenas acabó en mi interior, intentó salirse, no fue fácil, pero después de un esfuerzo su bola zafó de mis labios vaginales, acompañado de una cascada de su semen, cayendo por mi entrepierna.
Lamio mi vagina, y posteriormente su verga roja, hasta el momento solo se la había tocado, pero al verla, aun totalmente crecida, sentí un deseo imperioso, de mamársela, fue algo instintivo, así que me agache y mi boca busco ese tronco aun erguido. La toqué primero con mi lengua hasta que la engullí en su totalidad, sentía el sabor de su semen, invadir mis sentidos. Mi boca la hurgaba de un extremo a otro, mientras mis labios rosaban la totalidad de su grosor. Era lo más promiscuo que había hecho en mi vida, pero me encantaba, esa mezcla de morbosidad me llenaba de excitación, realmente era un placer hacerle sexo oral a mi perro. Después de varios minutos, de deglutir su verga con mi boca, Bobby estaba nuevamente preparado para cogerme.
Como su sumisa hembra, y a su vez excitada por su calentura, accedí apetecible a su nueva intención de penetrarme y ser servida por mi querida mascota, quien apenas me coloque en cuatro, gustoso, me volvió a montar introduciéndome su aparato sexual.
Con el tiempo se fue transformando en un placer animal, asiduo e ilimitado.
Todo se inicio de una manera inocente en un principio, pero las situaciones se fueron encadenando en algo mucho más intenso. Estábamos mirando televisión con Ariel, mi esposo, y comiendo helado cuando un trozo cayó sobre mi vientre descubierto, rápidamente Bobby comenzó a lamer mi panza, produciéndome una sensación extraña, si bien nos reímos con mi esposo, no le hice ningún comentario al respecto. Reconozco que mi estado de futura mamá, me ponía más sensible y hasta mis hormonas parecían alterar mi estado voluptuoso, pero a pesar de eso no paso por mi mente hacer alguna cosa extraña con mi cachorro.
Por lo general me recostaba por la tarde a descansar un poco del trajín diario, ese día estaba bastante caluroso, así que me tiré sobre la cama. Estaba media dormida cuando sentí unas cosquillas entre los dedos de mi pie. Era Bobby, que aparentemente le atrajo mi pie sudoroso, mi cuerpo se estremeció, mientras una excitación comenzó a invadirme. Si bien mi primera intención fue de echarlo, decidí disfrutar de su mimo, que gradualmente iba estimulándome, instintivamente mis manos buscaron mi sexo, para iniciar una suave y placentera masturbación. Estimulada por la lengua de Bobby, friccionaba de manera circular mi clítoris, hasta dejarlo como un duro garbanzo, llevando posteriormente mis dedos al interior de mi vulva, hasta explotar en un intenso y rico orgasmo, pensé que había hecho algo poco confesable; pero a pesar de eso lo volví a reiterar días después.
A partir de ese momento mi juego amatorio con mi perro se fue intensificando, lo ansiaba, aunque mi temor, me contenía a tener una relación completa. El hecho de estar sola la mayoría del día, hasta la llegada de mi marido, hizo que poco a poco fuese haciendo realidad mis fantasías.
Una tarde, repitiendo la práctica anterior, después de haber tenido mi orgasmo, vi la punta roja de su miembro, pensé que se debía de excitar igual que yo, así que con mi pie desnudo, comencé a tocarlo, friccionándolo suavemente, todos mis sentidos estaban puestos en ese suceso, de pronto sus patas se abrazaron a mi pierna, para iniciar un alocado bombeo. Me entusiasmaba su reacción, así que dejé que las cosas se desencadenasen naturalmente, su bombeo se incrementaba, a lo mismo que mi excitación, estaba fuera de sí, tocaba mi raja sedienta de sexo, hasta que un cálido y espeso liquido baño mi pierna, grité al sentir explotar mi cuerpo ante la llegada de una convulsión. Pero lo que más me conmocionó fue sentir su lengua lamer mi entrepierna, apretaba mis senos hasta que mi cuerpo comenzó a estremecerse nuevamente. Reaccioné en un momento al recordar que mi esposo estaría por llegar, así que corté rápidamente para evitar ser descubierta.
A partir de esa tarde, la relación con mi perro se iba acrecentando, o más bien mi interés hacia él era cada vez mayor, si bien no estaba totalmente convencida en ser penetrada por mi Bobby, la idea no terminaba de cerrarme. Poco a poco me fui involucrando con el animal, fue como ir descubriendo entre ambos una serie de experiencias que disfrutábamos ampliamente, mi perro por su instinto y yo por curiosidad. A pesar de contenerme en un principio, pensando que estaba cometiendo algo prohibido, terminé con el tiempo, ese tabú, para transformarme en su acérrima hembra, dispuesta a entregarme plenamente, sin ningún tipo de tapujos. En determinados momentos pensaba que estaba cometiendo una locura, que debería finalizar con esa manía, pero a los tres o cuatro días, caía nuevamente en la tentación.
En mi sexto mes de gestación, había decidido cortar con esta práctica, pero recuerdo que fue un sábado, mi esposo había concretado una reunión con sus amigos, me dio rabia que me dejase sola ese día, así por despecho, volví a recurrir a mi rica mascota. Cerré bien toda la casa, y lo llevé a una habitación del fondo de la casa. Me quité las bragas, y alcé mi falda, tratando de provocarlo, acercando mí sexo a su húmedo hocico, no tardó su lengua en lamerme, cosa que me encantó.
La lamida abarcaba desde mi hendidura hasta el orificio anal, mi clítoris se rigidizo, ante el roce de esa lengua inquisidora, no podía dejar de gemir, deseando cada vez más y más, me saqué la falda y el buzo, para disfrutarlo mejor, terminando quitándome el sostén, para comprimir mis senos hinchados por el embarazo y por mi excitación, llegando a evacuar mi leche materna. Le ofrecí a Bobby mis senos impregnados, que gustosamente no tardó en pasar su áspera y rápida lengua, para lamer mis erguidos pezones, muy enardecidos por mi exaltación. Me volqué sobre la alfombra recibiendo su insistente lengua sobre mi cuerpo, le entregué mi húmeda vagina, producto de mis flujos a su delicioso sexo oral. Era algo totalmente distinto a lo que mi esposo me hacía, seguramente por su rapidez o por el hecho de estar haciendo algo vedado por la sociedad. Su estriada lengua friccionaba ligeramente mi enarbolado clítoris, produciéndome ante su paso, como descargas eléctricas, era algo nuevo y placentero, mandaba mi cuerpo hacia atrás elevando mi pelvis para seguir deleitando de ese indescriptible tratamiento.
El hecho que estaba más que frenética al sentir ese contacto en mi vagina. Un ruido me trajo a la realidad era mi esposo que acababa de llegar, había perdido la noción del tiempo, rápidamente me vestí para ir a recibirlo. Por suerte esa noche tuve sexo, así que pude descargar mi calentura acopiada.
A partir de ese momento comencé a involucrarme cada vez más, me encantaba sentir su pelaje sobre la desnudez de mi blanca piel, mientras su lengua buscaba mis cavidades, excitándome cada vez más, no era solo yo, sino también Bobby, que lo demostraba, al ver surgir su punta roja, era una especie de química, muy difícil de abandonar.
Repitiendo lo de aquel sábado, y aprovechando la ausencia de mi esposo, a las 10 de la mañana, llevé a Bobby a la misma habitación. Inicie el juego, tratando de incitarlo y a su vez excitarme, llegando a un clímax ideal, me fui quitando la ropa de a poco, colocándome en 4 cada tanto para provocarlo a que me montase, así estuve un buen rato, dándole mi sexo para sentir su lengua, que alteraban mis hormonas, lo continúe durante un buen tiempo, hasta sentir que necesitaba ser penetrada. Culminé quitándome mi última prenda, y desnuda como una perra ardiente, me coloque en cuclillas, decidida a entregarme plenamente a mi mascota, a pesar de mi preñez.
Mi respiración parecía agitarse cada vez más a la espera de esa nueva sensación, mientras Bobby iniciaba una serie de movimientos para intentar acoplarse. En un instante me monto, para emprender un loco bombeo, intentando sin pérdida de tiempo, insertar su verga en mi sexo, sentía como se refregaba sobre mis nalgas buscando afanosamente mi abertura. Eso me provocaba, al saber que quería poseerme con toda su energía, tomé su miembro y lo conduje a la puerta de mi húmeda vagina, fue suficiente para sentir penetrarme de manera salvaje y sin ningún escrúpulo, mientras sus patas delanteras, se aferraban a mis caderas de manera impetuosa.
Comencé a gemir, al sentir la manera en que me estaba penetrando, su instinto animal no tenia parámetros, era realmente su hembra. Su verga parecía crecer en mi interior, como tomando posesión de cavidad, esa dilatación me excitaba, mientras los jadeos de mi mascota eran cada vez más acentuados. No podía creer que me estaba sucediendo, me veía en un espejo con mi panza, mis tetas agitándose, y Bobby penetrándome como si fuese su par. Era una escena totalmente obscena, salvaje e inmoral, pero a pesar de eso, llena de lujuria, tanto de la parte de mi perro, como mía al entregarme a su instinto animal.
Me sentía totalmente poseída por esa furia sexual e incontrolable, su verga parecía seguir creciendo en mi útero, apropiándose cada vez más, su bola que había llegado a la totalidad de su volumen, impedía su salida, quedando apresada en el interior de mi vagina, los movimientos se hicieron más lentos, fue en ese momento que su esperma cálida y cuantiosa comenzó a regar mi seno, en donde una ola de orgasmos comenzó a estremecerse en mi interior. Gemía como nunca lo había hecho, y mi respiración se agitaba, y mi corazón latía apresuradamente, mientras Bobby me apresaba continuando eyaculando su flujo. Traté de contenerlo, pero apenas acabó en mi interior, intentó salirse, no fue fácil, pero después de un esfuerzo su bola zafó de mis labios vaginales, acompañado de una cascada de su semen, cayendo por mi entrepierna.
Lamio mi vagina, y posteriormente su verga roja, hasta el momento solo se la había tocado, pero al verla, aun totalmente crecida, sentí un deseo imperioso, de mamársela, fue algo instintivo, así que me agache y mi boca busco ese tronco aun erguido. La toqué primero con mi lengua hasta que la engullí en su totalidad, sentía el sabor de su semen, invadir mis sentidos. Mi boca la hurgaba de un extremo a otro, mientras mis labios rosaban la totalidad de su grosor. Era lo más promiscuo que había hecho en mi vida, pero me encantaba, esa mezcla de morbosidad me llenaba de excitación, realmente era un placer hacerle sexo oral a mi perro. Después de varios minutos, de deglutir su verga con mi boca, Bobby estaba nuevamente preparado para cogerme.
Como su sumisa hembra, y a su vez excitada por su calentura, accedí apetecible a su nueva intención de penetrarme y ser servida por mi querida mascota, quien apenas me coloque en cuatro, gustoso, me volvió a montar introduciéndome su aparato sexual.
Con el tiempo se fue transformando en un placer animal, asiduo e ilimitado.
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