Estaba de vacaciones por un par de semanas, en un lujoso hotel resort, en compañía de mi marido Miguel y una agradable pareja de amigos, Valentina y Mario, disfrutando del relajamiento físico y psíquico, de una “dolce vita”, con la prole al cuidado de mis padres, en nuestra ciudad de residencia.
Fue durante un lapso de relax, en la tarde, sentada con mi amiga en el jacuzzi externo del spa, después de un paseo por los las inmediaciones, que lo vi o, más precisamente, vi una parte de su cuerpo. Exactamente no vi, entreví, un importante trozo de carne contenido, a duras penas en el, ajustado, slip de baño, de un hombre guapo, espléndido.
De un modo atento, cortés, obsequioso, nos pidió, a ambas, si podía entrar y relajarse con el hidromasaje. Raramente, en mi vida había evaluado a un hombre sobre la base de su abultamiento en el bajo vientre, pero me impactó su poderosa protuberancia.
La seguí con los ojos cuando entró en el agua, casi hipnotizada, examinándola cuidadosamente y tratando de estimar el centrimetraje. Una sensación semejante al escalofrío, desde la base de mi cuello, descendió entre mis pechos y culminó en un shock eléctrico en mi bajo vientre.
Afortunadamente, el agua agitada y las burbujas del remolino del hidromasaje, ocultaron a los ojos del recién llegado, la reacción de mi rostro, cuerpo y especialmente de mis pezones. Sin embargo, mi expresión no escapó a la sagacidad femenina de mí amiga y, ante su mirada mordaz, me sonrojé violentamente.
Descubrí, gracias a una breve y amable charla coqueta y complicidades de mi amiga que, además de su “dotación”, tenía 43 años y era viudo, con dos hijos de seis y cuatro años, que, durante parte del día, dejaba en la guardería del hotel (con diversión y animación, muy apreciada por los chicos). Era simplemente un espléndido hombre de cuarenta años, culto, afable y galante, con un cuerpo hermoso, una mirada profunda y melancólica de hombre que ha vivido. La comparación con él, hacía palidecer a, la casi totalidad, de los hombres que había conocido en mi vida.
Como el imán atrae al hierro, él me atraía a mí. Cuando salió del jacuzzi y se despidió, no pude quitarle los ojos de encima: seguí su andar ágil, suelto y observé encantada la, antes mencionada, parte anatómica de su cuerpo, hasta que la ocultó la salida de baño que se puso. Me quedé fantaseando “¡qué gran verga debe calzar este!” Un nuevo escalofrío recorrió imparable mi cuerpo y mi intimidad.
En los días siguientes, mi estado de euforia persistió. Me sentía casi avergonzada ante su presencia física, sola o en compañía de mi marido y mis amigos. Mis miradas hacia él, tanto sigilosas como recíprocas, continuaron y aumentaron, toda ocasión era buena para admirar su rostro, su cuerpo y, confieso, el tamaño de su bulto, que avivaba el deseo obsceno de ser poseída por él.
Mi desorden y desconcierto no le pasaron desapercibidos. Me lo hizo saber con un giñar de ojo, una sonrisa elocuente y un dicho breve alabando mi la belleza. El tono de su voz hizo vibrar cada una de mis células. Mi réplica fue una sonrisa, también, casi una copia exacta de la suya, en lo que atañe a elocuencia.
Había que pergeñar la ocasión para “concretar”.
Al otro día, mi deseo y mi lujuria estaban en la cima y, como faltaban tres días para que se acaben las vacaciones, decidí actuar. Por la tarde, simulando un malestar estomacal y dolor de cabeza insoportables, con la complicidad tácita de mi amiga, me quedé en el hotel, mientras los otros tres salían de excursión previamente contratada. Lo busqué en todas partes, estaba tremendamente excitada. Finalmente lo crucé en el hall, estaba con sus dos hijitos. Sentí la conchita completamente mojada.
-¡Hola, mi nombre es Laura! ¿El tuyo?-
-¡Horacio! ¿Qué estás haciendo, deambulando sola?-
-Eso, ando, camino,….. hago tiempo. Mi esposo y mis amigos están de excursión. Van a volver a la nochecita….-
No necesitamos más palabras ni mohines, nuestros ojos malintencionados se cruzaron
-Dejo los nenes en la guardería y vuelvo. Mi cuarto es el 401, tomá la tarjeta de ingreso y esperame adentro-
-No, andá, te espero aquí abajo-
En el ascensor nuestras bocas se unieron. Las lenguas hambrientas se degustaron vigorosamente, impulsada por una tremenda curiosidad, bajé la mano derecha a la altura de su pubis, lo que toqué me embelesó “¡Qué gran verga dura, pensé! "
En su habitación me levantó del suelo y me besó obscenamente con la lengua en la boca.
Experimenté un gran placer con el empuje y la dureza de su bulto en contacto con mi cuerpo, Me acostó en la cama y, mientras continuaba besándome y lamiéndome, comenzó a desvestirme. Sentí sus cálidas manos sobre mi cuerpo, rodeó con ellas mis pechos, apretándolos vigorosamente pero sin lastimarme y lamiéndome y mordiéndome los pezones con avidez haciéndome gemir. Continuó lamiéndome toda, cada centímetro de mi piel vibraba bajo su lengua y sentía, el leve vello de mis brazos, electrizado.
Se desplazó lenta y hábilmente por mi vientre y bajó hasta mi monte de Venus. Con sus manos fuertes, separó mis muslos al extremo, su lengua lamía con avidez mis grandes labios, luego se sumergió en mi concha, a continuación se movió más abajo en el agujerito de mi trasero. Por unos instantes se sumergió alternativamente en ambos orificios. Su boca voraz se abrió de par en par, saboreando mis dos orificios y mis humores líquidos.
-¡Qué pedazo de mina sos! …. ¡Estás re-buena!- murmuró.
Se quitó la remera y el slip. Por fin pude palpar su gran trozo de carne, lo tomé con mis dos manos, el pulgar y el índice, no lograban tocarse. Suspiré de placer, caliente y húmeda por mi deseo y por su saliva, acerqué el glande a mis grandes labios y, en modo vulgar, lo incité a la acción con palabras que nunca había pronunciado, salvo con mi marido:
-¡Dale... por favor, cogeme... no aguanto más ...! -
Sentí que cada centímetro de ese tótem de carne entrar, lubricado por mis fluidos, y como abría mi vagina de forma obscena. Comenzó una lenta cogida, y fue gradualmente aumentando en ritmo y fuerza. Cogía como los dioses... con vigor y dulzura, me sentía mujer como nunca antes.
Ni siquiera puedo describir el huracán de placer del primer orgasmo. Siguió con el ponga y saque, cuando percibió próxima su culminación:
- Dejame sentir cómo lo disfrutás……, dejame escucharlo... gritámelo en mi cara- me dijo
Grité mi placer y mi orgasmo final de hembra con toda la fuerza que tenía dentro. Él alcanzó el suyo, de macho, dando gritos y gruñidos y descargando cuantiosa cantidad de semen en mi intimidad.
En la breve quietud, pausa entre la primera cogida y la siguiente, se disculpó por su falta de control que lo llevó a eyacular dentro de mí. Dijo que tenía planeado hacerlo en mi vientre y pecho, pero que yo lo había enajenado. Lo tranquilicé enterándolo que tomaba anticonceptivos.
Seguimos en reposo, con adulaciones recíprocas y algunas referencias personales, ya que, sólo nos conocíamos de vista. En el mientras tanto, le venía palpando el garrote. Cuando lo sentí imposible de doblar, me subí a caballo sobre él y me lo metí a fondo. Esta vez quería comandar yo el juego. Que placer sensual vivo, sentirme otra vez llena. Me mojé de nuevo y con, un ritmo lento, comencé a subir y bajar, nos besamos delicadamente primero, con las lenguas enmarañadas después. Me retuvo recostada sobre él para saborear mis tetas y lamer mis pezones. Su mano derecha se movió hacia mi entrepiernas y comenzó a acariciarme el clítoris.
Estiré mi mano izquierda hasta detrás de mi espalda y mi culo y palpé la consistencia de sus testículos en la base de esa espléndida vara, que estaba cogiendo.
Reaccionó, obligándome, delicada pero firmemente, a acostarme de espaldas y, sin salir de dentro de mí, le dio continuidad a la cogida pero ahora con él sobre mí y al mando.
La compenetración sexual de nuestros cuerpos era perfecta y cómplice, a pesar de que era la primera vez entre los dos. Hicimos el amor con pasión y delicadeza. Completamente arrobada, aumenté el ritmo del empinar de mi pubis y las contracciones de mi vagina, disfrutándolo dentro de mí y, por sus gemidos y las expresiones de su rostro, gozando él dentro de mí. Una vez más me fascinó un magnífico orgasmo. A juzgar por su exteriorización y caudalosa eyaculación, no fue menos placentero el suyo.
De nuevo en reposo, cabeza a cabeza, acostados de costado frente a frente, más adulaciones recíprocas y otras referencias personales. A pedido de él intercambiamos números de celulares. Comenzó con su forma vigorosa pero delicada, a tocar, a tientas, con avidez mis nalgas redondas. De pronto se sentó y me hizo girar boca abajo:
-¡Mi madre, que culo tan fantástico tenés!!!- disfruté escuchando esa vulgaridad.
Creyó que todo le estaba permitido y, yo no deseaba otra cosa, pero su intención manifiesta, chocó con dos escollos o temores míos: que era próximo el regreso de mi marido y amigos y, principalmente, que su vergón era demasiado grueso para mi culo.
-¿Te gusta, verdad?..... pero otra vez será, no tengo más tiempo-
Lo sentí morderme, dulcemente los glúteos y, luego, mi agujerito acariciado por su lengua. Casi casi aflojo. Me sobrepuse, me levanté, vestí y me fui a mi habitación.
Apenas tuve tiempo de ducharme, arreglarme y vestirme, Miguel y Valentina entraron al cuarto.
Los tranquilicé: había disfrutado de una siesta reparadora y gratificante.
Unos dos meses después, en Buenos Aires, en el mucho más modesto hotel Osiris de Puerto Madero, que el lujoso resort de las vacaciones, Horacio, tras dos cogidas convencionales, en las poses, pero extraordinarias en el goce, volvió a exclamar:
-¡Vuelvo a insistir, que culo fantástico tenés!!!-
Tras morderme, dulcemente los glúteos y, lamer mi agujerito y mi conchita, teniéndome acostada boca abajo, y salivarme bien el ano sentí que el glande se apoyaba en mi agujerito.
-¡Siiii…. ¡- susurré entre dientes
Me aferré con manos y uñas en las sábanas y aguanté el escozor de la penetración, centímetro a centímetro, de esa verga. Parecía que nunca terminaba. Aflojé, lo más que pude, cuerpo y culo hasta que entró todo lo posible.
La molestia inicial, lentamente, dio paso a mis ganas, a mi lujuria y sobrevino el placer. Mientras él me enculaba, cada vez con más bríos, pasando una mano debajo del cuerpo toqué mi monte de Venus, mi concha – mojada y abierta por las dos cogidas precedentes - sus testículos y su verga cuando salía de mi carne. Así durante varios minutos, hasta que las contracciones de mi ano aumentaron repentinamente, como una yegua loca y con un movimiento convulsivo de mi culo tuve otro orgasmo largo y delicioso.
Sorprendido por mi repentino y descontrolado impulso, largó un reproche-halago:
-¡Me estás volviendo loco….!¡Voy a acabar…!-
-¡Siiii…. Acabame adentro, por favoooor..!-
Explotó en un orgasmo largo y poderoso, tirándome del cabello. Caímos agotados y complacidos en la cama y me dio uno de los besos más cálidos y apasionados que he recibido en mi vida. Hoy todavía siento la dulce sensación de los chorros de su esperma caliente invadiendo completamente mis entrañas. Seguí viéndolo una vez cada dos o tres meses, cuando venía a Buenos Aires, por negocios. No podía resistirme, no podía prescindir de él, de su masculinidad, de su colección de anécdotas, ni de su verga, obvio.
Más allá de mi moral y mi falsa respetabilidad...
Fue durante un lapso de relax, en la tarde, sentada con mi amiga en el jacuzzi externo del spa, después de un paseo por los las inmediaciones, que lo vi o, más precisamente, vi una parte de su cuerpo. Exactamente no vi, entreví, un importante trozo de carne contenido, a duras penas en el, ajustado, slip de baño, de un hombre guapo, espléndido.
De un modo atento, cortés, obsequioso, nos pidió, a ambas, si podía entrar y relajarse con el hidromasaje. Raramente, en mi vida había evaluado a un hombre sobre la base de su abultamiento en el bajo vientre, pero me impactó su poderosa protuberancia.
La seguí con los ojos cuando entró en el agua, casi hipnotizada, examinándola cuidadosamente y tratando de estimar el centrimetraje. Una sensación semejante al escalofrío, desde la base de mi cuello, descendió entre mis pechos y culminó en un shock eléctrico en mi bajo vientre.
Afortunadamente, el agua agitada y las burbujas del remolino del hidromasaje, ocultaron a los ojos del recién llegado, la reacción de mi rostro, cuerpo y especialmente de mis pezones. Sin embargo, mi expresión no escapó a la sagacidad femenina de mí amiga y, ante su mirada mordaz, me sonrojé violentamente.
Descubrí, gracias a una breve y amable charla coqueta y complicidades de mi amiga que, además de su “dotación”, tenía 43 años y era viudo, con dos hijos de seis y cuatro años, que, durante parte del día, dejaba en la guardería del hotel (con diversión y animación, muy apreciada por los chicos). Era simplemente un espléndido hombre de cuarenta años, culto, afable y galante, con un cuerpo hermoso, una mirada profunda y melancólica de hombre que ha vivido. La comparación con él, hacía palidecer a, la casi totalidad, de los hombres que había conocido en mi vida.
Como el imán atrae al hierro, él me atraía a mí. Cuando salió del jacuzzi y se despidió, no pude quitarle los ojos de encima: seguí su andar ágil, suelto y observé encantada la, antes mencionada, parte anatómica de su cuerpo, hasta que la ocultó la salida de baño que se puso. Me quedé fantaseando “¡qué gran verga debe calzar este!” Un nuevo escalofrío recorrió imparable mi cuerpo y mi intimidad.
En los días siguientes, mi estado de euforia persistió. Me sentía casi avergonzada ante su presencia física, sola o en compañía de mi marido y mis amigos. Mis miradas hacia él, tanto sigilosas como recíprocas, continuaron y aumentaron, toda ocasión era buena para admirar su rostro, su cuerpo y, confieso, el tamaño de su bulto, que avivaba el deseo obsceno de ser poseída por él.
Mi desorden y desconcierto no le pasaron desapercibidos. Me lo hizo saber con un giñar de ojo, una sonrisa elocuente y un dicho breve alabando mi la belleza. El tono de su voz hizo vibrar cada una de mis células. Mi réplica fue una sonrisa, también, casi una copia exacta de la suya, en lo que atañe a elocuencia.
Había que pergeñar la ocasión para “concretar”.
Al otro día, mi deseo y mi lujuria estaban en la cima y, como faltaban tres días para que se acaben las vacaciones, decidí actuar. Por la tarde, simulando un malestar estomacal y dolor de cabeza insoportables, con la complicidad tácita de mi amiga, me quedé en el hotel, mientras los otros tres salían de excursión previamente contratada. Lo busqué en todas partes, estaba tremendamente excitada. Finalmente lo crucé en el hall, estaba con sus dos hijitos. Sentí la conchita completamente mojada.
-¡Hola, mi nombre es Laura! ¿El tuyo?-
-¡Horacio! ¿Qué estás haciendo, deambulando sola?-
-Eso, ando, camino,….. hago tiempo. Mi esposo y mis amigos están de excursión. Van a volver a la nochecita….-
No necesitamos más palabras ni mohines, nuestros ojos malintencionados se cruzaron
-Dejo los nenes en la guardería y vuelvo. Mi cuarto es el 401, tomá la tarjeta de ingreso y esperame adentro-
-No, andá, te espero aquí abajo-
En el ascensor nuestras bocas se unieron. Las lenguas hambrientas se degustaron vigorosamente, impulsada por una tremenda curiosidad, bajé la mano derecha a la altura de su pubis, lo que toqué me embelesó “¡Qué gran verga dura, pensé! "
En su habitación me levantó del suelo y me besó obscenamente con la lengua en la boca.
Experimenté un gran placer con el empuje y la dureza de su bulto en contacto con mi cuerpo, Me acostó en la cama y, mientras continuaba besándome y lamiéndome, comenzó a desvestirme. Sentí sus cálidas manos sobre mi cuerpo, rodeó con ellas mis pechos, apretándolos vigorosamente pero sin lastimarme y lamiéndome y mordiéndome los pezones con avidez haciéndome gemir. Continuó lamiéndome toda, cada centímetro de mi piel vibraba bajo su lengua y sentía, el leve vello de mis brazos, electrizado.
Se desplazó lenta y hábilmente por mi vientre y bajó hasta mi monte de Venus. Con sus manos fuertes, separó mis muslos al extremo, su lengua lamía con avidez mis grandes labios, luego se sumergió en mi concha, a continuación se movió más abajo en el agujerito de mi trasero. Por unos instantes se sumergió alternativamente en ambos orificios. Su boca voraz se abrió de par en par, saboreando mis dos orificios y mis humores líquidos.
-¡Qué pedazo de mina sos! …. ¡Estás re-buena!- murmuró.
Se quitó la remera y el slip. Por fin pude palpar su gran trozo de carne, lo tomé con mis dos manos, el pulgar y el índice, no lograban tocarse. Suspiré de placer, caliente y húmeda por mi deseo y por su saliva, acerqué el glande a mis grandes labios y, en modo vulgar, lo incité a la acción con palabras que nunca había pronunciado, salvo con mi marido:
-¡Dale... por favor, cogeme... no aguanto más ...! -
Sentí que cada centímetro de ese tótem de carne entrar, lubricado por mis fluidos, y como abría mi vagina de forma obscena. Comenzó una lenta cogida, y fue gradualmente aumentando en ritmo y fuerza. Cogía como los dioses... con vigor y dulzura, me sentía mujer como nunca antes.
Ni siquiera puedo describir el huracán de placer del primer orgasmo. Siguió con el ponga y saque, cuando percibió próxima su culminación:
- Dejame sentir cómo lo disfrutás……, dejame escucharlo... gritámelo en mi cara- me dijo
Grité mi placer y mi orgasmo final de hembra con toda la fuerza que tenía dentro. Él alcanzó el suyo, de macho, dando gritos y gruñidos y descargando cuantiosa cantidad de semen en mi intimidad.
En la breve quietud, pausa entre la primera cogida y la siguiente, se disculpó por su falta de control que lo llevó a eyacular dentro de mí. Dijo que tenía planeado hacerlo en mi vientre y pecho, pero que yo lo había enajenado. Lo tranquilicé enterándolo que tomaba anticonceptivos.
Seguimos en reposo, con adulaciones recíprocas y algunas referencias personales, ya que, sólo nos conocíamos de vista. En el mientras tanto, le venía palpando el garrote. Cuando lo sentí imposible de doblar, me subí a caballo sobre él y me lo metí a fondo. Esta vez quería comandar yo el juego. Que placer sensual vivo, sentirme otra vez llena. Me mojé de nuevo y con, un ritmo lento, comencé a subir y bajar, nos besamos delicadamente primero, con las lenguas enmarañadas después. Me retuvo recostada sobre él para saborear mis tetas y lamer mis pezones. Su mano derecha se movió hacia mi entrepiernas y comenzó a acariciarme el clítoris.
Estiré mi mano izquierda hasta detrás de mi espalda y mi culo y palpé la consistencia de sus testículos en la base de esa espléndida vara, que estaba cogiendo.
Reaccionó, obligándome, delicada pero firmemente, a acostarme de espaldas y, sin salir de dentro de mí, le dio continuidad a la cogida pero ahora con él sobre mí y al mando.
La compenetración sexual de nuestros cuerpos era perfecta y cómplice, a pesar de que era la primera vez entre los dos. Hicimos el amor con pasión y delicadeza. Completamente arrobada, aumenté el ritmo del empinar de mi pubis y las contracciones de mi vagina, disfrutándolo dentro de mí y, por sus gemidos y las expresiones de su rostro, gozando él dentro de mí. Una vez más me fascinó un magnífico orgasmo. A juzgar por su exteriorización y caudalosa eyaculación, no fue menos placentero el suyo.
De nuevo en reposo, cabeza a cabeza, acostados de costado frente a frente, más adulaciones recíprocas y otras referencias personales. A pedido de él intercambiamos números de celulares. Comenzó con su forma vigorosa pero delicada, a tocar, a tientas, con avidez mis nalgas redondas. De pronto se sentó y me hizo girar boca abajo:
-¡Mi madre, que culo tan fantástico tenés!!!- disfruté escuchando esa vulgaridad.
Creyó que todo le estaba permitido y, yo no deseaba otra cosa, pero su intención manifiesta, chocó con dos escollos o temores míos: que era próximo el regreso de mi marido y amigos y, principalmente, que su vergón era demasiado grueso para mi culo.
-¿Te gusta, verdad?..... pero otra vez será, no tengo más tiempo-
Lo sentí morderme, dulcemente los glúteos y, luego, mi agujerito acariciado por su lengua. Casi casi aflojo. Me sobrepuse, me levanté, vestí y me fui a mi habitación.
Apenas tuve tiempo de ducharme, arreglarme y vestirme, Miguel y Valentina entraron al cuarto.
Los tranquilicé: había disfrutado de una siesta reparadora y gratificante.
Unos dos meses después, en Buenos Aires, en el mucho más modesto hotel Osiris de Puerto Madero, que el lujoso resort de las vacaciones, Horacio, tras dos cogidas convencionales, en las poses, pero extraordinarias en el goce, volvió a exclamar:
-¡Vuelvo a insistir, que culo fantástico tenés!!!-
Tras morderme, dulcemente los glúteos y, lamer mi agujerito y mi conchita, teniéndome acostada boca abajo, y salivarme bien el ano sentí que el glande se apoyaba en mi agujerito.
-¡Siiii…. ¡- susurré entre dientes
Me aferré con manos y uñas en las sábanas y aguanté el escozor de la penetración, centímetro a centímetro, de esa verga. Parecía que nunca terminaba. Aflojé, lo más que pude, cuerpo y culo hasta que entró todo lo posible.
La molestia inicial, lentamente, dio paso a mis ganas, a mi lujuria y sobrevino el placer. Mientras él me enculaba, cada vez con más bríos, pasando una mano debajo del cuerpo toqué mi monte de Venus, mi concha – mojada y abierta por las dos cogidas precedentes - sus testículos y su verga cuando salía de mi carne. Así durante varios minutos, hasta que las contracciones de mi ano aumentaron repentinamente, como una yegua loca y con un movimiento convulsivo de mi culo tuve otro orgasmo largo y delicioso.
Sorprendido por mi repentino y descontrolado impulso, largó un reproche-halago:
-¡Me estás volviendo loco….!¡Voy a acabar…!-
-¡Siiii…. Acabame adentro, por favoooor..!-
Explotó en un orgasmo largo y poderoso, tirándome del cabello. Caímos agotados y complacidos en la cama y me dio uno de los besos más cálidos y apasionados que he recibido en mi vida. Hoy todavía siento la dulce sensación de los chorros de su esperma caliente invadiendo completamente mis entrañas. Seguí viéndolo una vez cada dos o tres meses, cuando venía a Buenos Aires, por negocios. No podía resistirme, no podía prescindir de él, de su masculinidad, de su colección de anécdotas, ni de su verga, obvio.
Más allá de mi moral y mi falsa respetabilidad...
5 comentarios - El quinto huésped.
(y. muy caliente)