Mi marido es un romántico empedernido. Siempre me está agasajando con regalos, gestos y diciéndome que me quiere. Pero especialmente en febrero, el mes del amor, tales atenciones se vuelven más frecuentes.
No voy a negar que me gusta sentirme mimada, pero la verdad es que a veces tanta consideración resulta asfixiante.
El 14 de febrero empezó temprano regalándome un desayuno en la cama. Luego subió varios posteos a su cuenta de Facebook etiquetándome como el Gran amor de su vida, y editando un vídeo con las fotos de nuestros mejores momentos, con la canción "Sin principio ni final" de Abel Pintos como banda sonora, revalidando de esa forma sus sentimientos hacia mí.
Durante el día cada uno tenía que cumplir con distintas actividades, pero con precisión horaria me siguió enviando poemas y vídeos románticos al whatsapp.
A la noche nos encontramos para ir a cenar a un elegante restaurante étnico, y luego, como broche de oro, pernoctamos en el mejor albergue transitorio de Puerto Madero.
Desde hace tiempo que ya no podemos ir al Rampa Car de Córdoba y Carranza, dónde tuvimos nuestros primeros encuentros estando de novios, ya que cerró para nunca más abrir. Así que en cada aniversario y día de los enamorados vamos probando distintas opciones. Esta vez fue el turno de "Trianon" en Bouchard y Tucumán.
Como siempre que estoy con mi marido, me sentí amada, respetada y protegida. No tengo nada que reprocharle, sin embargo, el día de los enamorados, había empezado mucho más temprano para mí.
Luego de compartir el delicioso desayuno que me había regalado y mientras él se duchaba, me puse a revisar mis mensajes. Ya había tomado la decisión de encamarme con el primero que me saludara aquel día.
No muchos se animan a escribirme, por temor a meterme en algún lío, pero en una fecha tan especial aquellos con los que me une una amistad mucho más íntima, no se quedan con las ganas. Así que ahí estaba, a la medianoche y un minuto, un mensaje de Juan Carlos, el colectivero de la línea 50.
"Que pases un lindo día, hermosa".
Luego había otros, de Jorgito, Damián, el Cholo, de Pablo y hasta del Oso, y durante el día me llegaron muchos más, pero Juan Carlos fue el primero.
Todavía se escucha el ruido de la ducha, así que le escribo:
"Gracias, espero que vos también tengas un lindo día".
Como si estuviera esperando mi respuesta, me contesta al toque:
"Me imagino que tendrás un día bastante ocupado".
"Algo, pero si querés puedo hacerme un tiempo, solo que va a tener que ser por la mañana".
"Decime dónde y ahí estoy".
Reviso mi agenda del día. A las diez tengo una inspección en Floresta. Ya no escucho la ducha, así que le escribo rápido:
"Diez y media en Juan B. Justo y Chivilcoy".
"Ok".
Ni bien termino de inspeccionar una flota de tres taxis, me subo a mi auto, les mando un saludo a mis amigos de Poringa, y me voy al lugar en dónde quedamos en encontrarnos, que está a solo media cuadra.
Cuándo paso por la esquina lo veo parado frente a un local de venta de baterías de autos, de jean, la camisa celeste de la empresa, lentes oscuros y un ramo de flores. Le toco bocina y me acerco. Arroja el cigarrillo que está fumando y se sube.
Cuándo ya está arriba nos besamos con esa pasión que renace cada vez que nos encontramos. No me importa que los autos de atrás me toquen bocina para que avance, es el día de los enamorados y me merezco disfrutar de un buen beso.
Mientras iba al lugar de la inspección, estaba atenta a los telos de la zona, para no perder tiempo buscando después. Así que fui directamente a uno que está en Juan B. Justo y Lamarca.
Entramos por la cochera, bajamos del auto y tomándonos de las manos, como cualquier pareja enamorada, pasamos por la recepción.
Pese a que es todavía temprano, el hotel parece bullir de actividad, a esa hora de la mañana me imagino que de tramposos igual que nosotros.
Subimos a la habitación y ya ni bien cerramos la puerta que empezamos con los besos y caricias. Con el colectivero no necesitamos de preliminares ni nada. Los dos ya estamos calientes de antemano.
Nos tiramos sobre la cama y nos comemos a chupones. Por mi parte sin dejar de acariciarle el paquete ni por un momento, apretándolo, sobándoselo por encima de la ropa.
No tengo reparos en mostrarme así de desesperada, ya que el recato siempre lo dejo afuera del telo.
Le desabrocho el pantalón y le saco la pija afuera, un portento de dureza y vigor, la virilidad en su máxima expresión. Le paso la lengua desde los huevos hasta la punta, para luego chupársela con todas mis ganas, sintiendo en ese momento que no puede haber nada más rico y que me complazca tanto.
Me lleno de pija hasta las amígdalas, saboreando cada pedazo, haciendo que se retuerza de placer.
Por más putañero que sea, dudo que esté acostumbrado a que le tiren la goma con tanta avidez y entusiasmo. Pero yo sí estoy habituada a comerme chotazos como el suyo, por lo que le hago garganta profunda pese al tamaño que llega a ostentar.
Ya desnudos hacemos un 69 de ensueño, chupándonos con mutua devoción, convirtiendo a nuestros sexos en nuestros bocados predilectos.
Ya con la quijada entumecida de tanto chupar, me le subo encima y me ensarto con furor y alevosía en ese imponente pijazo que tan bien sabe amoldarse a mis cavidades.
No usamos forro, cogemos sin protección, piel contra piel, entregándonos en una forma completa y absoluta.
El colectivero me agarra de la cintura y me acompaña en la cabalgata, moviéndose conmigo, arriba y abajo, coincidiendo no solo en los movimientos, sino también en los gemidos.
-¡¡¡Ahhhhh..., ahhhhh..., ahhhhhhh...!!!- la habitación se llena con nuestras expresiones de placer.
Expresiones cargadas de morbo y deseo.
En el día de los enamorados estoy en el telo garchando con un colectivero de la línea 50. Y lo estoy disfrutando. Me siento plena y satisfecha, rebosante, embriagada de júbilo y excitación. El colectivero se da cuenta.
-¡Estás "on fire"!- me dice mientras me contorsiono encima suyo, clavándome su verga hasta lo más profundo.
La leche me sorprende en pleno trance onírico, una descarga brutal, arrolladora, abundante. Sentí que me llenaba hasta esos lugares que están restringidos solo a aquellos que saben como alcanzarlos.
Mi orgasmo se precipitó junto al suyo, fundiéndonos los dos en un goce absoluto, atemporal.
Que un hombre que no es tu marido te llene de leche, debe ser el placer más morboso que una mujer se pueda permitir. El placer del pecado, de la infidelidad.
El colectivero se queda inmóvil, suspirando plácidamente, extasiado, mientras derrama en mi interior hasta la última gota de semen. Luego, sin que la pija haya cedido ni una pizca de vigor, empieza a cogerme de nuevo. Ávido, imponente, posesivo.
Vamos por el segundo sin que siquiera me la haya sacado.
Mis tetas están duras, hinchadas, sensibles y él me las aprieta, me las retuerce, haciéndome sentir el rigor de su masculinidad.
Sintiendo que todo me da vueltas, me levanto y voy hacia una pequeña barra que hay a un costado de la cama. Mientras camino siento como la leche del colectivero se escurre por entre mis piernas.
Me subo de rodillas sobre la banqueta de asiento redondo y apoyándome en la barra, levanto la cola y la muevo seductoramente.
El colectivero se levanta de un salto y con la pija moviéndose dura y erguida por entre sus muslos, viene hacia mí. Se afirma por detrás, me agarra de las caderas y me la mete por el culo.
No la tiene tan gorda como el Oso, pero igualmente me la hace sentir.
Me sostengo de los caños que están al costado de la barra, y aguanto el vendaval que viene después. Una culeada de antología, de esas que te dejan el orto bien abierto hasta varias horas después de ocurrido el crimen.
Me sujeta entonces de las piernas, y dejándomela bien hundida, me levanta en el aire y vuelve hacia la cama. Se echa de espalda, de modo que yo quedo encima, con toda la verga adentro.
Apoyo entonces los pies en el colchón, las manos en su pecho y empiezo a mecerme, arriba y abajo, deslizándome con el culo por toda su verga.
Me entra toda, hasta los pelos, con los huevos golpeándome en la entrada cada vez que me la mando hasta el fondo.
Resulta delicioso y estimulante sentir el culo tan lleno y abierto. Siempre creí que el epítome de la infidelidad es que te rompan bien el orto y eso es lo que Juan Carlos estaba haciendo, me lo estaba demoliendo.
Cuándo ya no me dan más los brazos ni las piernas, me tumba de lado y me sigue bombeando, feroz, implacable, haciéndome gritar de dolor y placer.
No hay culeada sin dolor ya que el dolor es lo que más gratifica.
Estoy en pleno polvo cuando siento un borbotón de leche llenándome el culo. Sin sacármela el colectivero me tumba boca abajo y aplastándome con su cuerpo, me la manda más al fondo todavía.
La efusividad del orgasmo me subyuga y aniquila.
Mientras cogíamos dejamos llenando el hidromasaje, así que tras tomarnos un respiro, nos levantamos de la cama y nos metemos en el agua burbujeante.
Yo entro primero, él se demora sirviendo en sendas copas el champán que habíamos pedido para hacer un brindis. Parece increíble pero mientras hace todo esto, levantarse, ir hasta la mesa, servir la bebida, está con la pija al palo.
Me alcanza una copa, se mete conmigo al agua, brindamos, nos besamos y mientras disfrutamos del champán, conversamos como los dos viejos amigos que somos.
-Me imagino que habrá una yapa- me dice luego de un rato.
Todavía está con la pija como un misil tierra-aire en busca de su objetivo. Y su objetivo está ahí, entre mis piernas.
Dejo la copa a un costado, me levanto y me siento encima suyo, volviéndome a clavar en esa delicia hecha carne. Con mis pechos aplastados contra su tórax, me muevo arriba y abajo, gimiendo gustosamente.
-Ésta vez la quiero en la boca...- le digo al sentir la cercanía de un nuevo orgasmo.
-¡Ahora...!- me avisa el colectivero.
Me salgo y me quedo en el agua, esperando ansiosa mi banquete predilecto pero, ya sea por haber demorado la eyaculación o por todo lo que descargó antes, la lechita se hace desear.
Entonces se levanta, y con un pie fuera y otro dentro del hidromasaje, se sacude la pija con fuerza. El CHACA-CHACA-CHACA de la paja que se hace me endulza los oídos.
Veo como tiembla, como se pone colorado del cuello para arriba y entonces...
Me la mete en la boca y me llena de guasca...
Se la retengo entre los labios, succionando con avidez, mientras siento como le pulsan las venas por la fuerza con que sale expulsado el semen.
Me trago todo lo que eyacula, que es bastante considerando que ya acabó dos veces.
Mientras le saboreo a chupadas la poronga, el colectivero me acaricia el pelo y me mira con ternura, como enamorado.
-¡Por Dios Mariela...!- exclama -¿Qué le voy a decir a mi señora cuando me pida sexo ésta noche?-
-Que el día de los enamorados también es para celebrarlo con las amigas- le bromeo, dándole una lamidita por aquí y otra por allá.
Cuando salimos del telo ya eran las dos de la tarde. El celular me hervía de mensajes de mi marido, con frases de amor y videos románticos. Por suerte, a modo de coartada, le había dicho que iba a tener varias reuniones, por lo que lo más probable era que demoraría en contestarle.
Lo dejo al colectivero en Nazca, para que se tome la 84 y yo me estaciono a un costado para contestarle al menos algunos mensajes. Busco en internet algunas frases acordes a la fecha y se las envio. Luego sigo rumbo a la oficina para seguir con mi jornada laboral.
A la noche, como ya dije, cena en un restaurante y telo para celebrar nuestro día. Aunque mi "día de los enamorados" ya lo había festejado temprano por la mañana. Y es que en lo que a mí respecta, en el día del amor, el amor no resulta excluyente...
No voy a negar que me gusta sentirme mimada, pero la verdad es que a veces tanta consideración resulta asfixiante.
El 14 de febrero empezó temprano regalándome un desayuno en la cama. Luego subió varios posteos a su cuenta de Facebook etiquetándome como el Gran amor de su vida, y editando un vídeo con las fotos de nuestros mejores momentos, con la canción "Sin principio ni final" de Abel Pintos como banda sonora, revalidando de esa forma sus sentimientos hacia mí.
Durante el día cada uno tenía que cumplir con distintas actividades, pero con precisión horaria me siguió enviando poemas y vídeos románticos al whatsapp.
A la noche nos encontramos para ir a cenar a un elegante restaurante étnico, y luego, como broche de oro, pernoctamos en el mejor albergue transitorio de Puerto Madero.
Desde hace tiempo que ya no podemos ir al Rampa Car de Córdoba y Carranza, dónde tuvimos nuestros primeros encuentros estando de novios, ya que cerró para nunca más abrir. Así que en cada aniversario y día de los enamorados vamos probando distintas opciones. Esta vez fue el turno de "Trianon" en Bouchard y Tucumán.
Como siempre que estoy con mi marido, me sentí amada, respetada y protegida. No tengo nada que reprocharle, sin embargo, el día de los enamorados, había empezado mucho más temprano para mí.
Luego de compartir el delicioso desayuno que me había regalado y mientras él se duchaba, me puse a revisar mis mensajes. Ya había tomado la decisión de encamarme con el primero que me saludara aquel día.
No muchos se animan a escribirme, por temor a meterme en algún lío, pero en una fecha tan especial aquellos con los que me une una amistad mucho más íntima, no se quedan con las ganas. Así que ahí estaba, a la medianoche y un minuto, un mensaje de Juan Carlos, el colectivero de la línea 50.
"Que pases un lindo día, hermosa".
Luego había otros, de Jorgito, Damián, el Cholo, de Pablo y hasta del Oso, y durante el día me llegaron muchos más, pero Juan Carlos fue el primero.
Todavía se escucha el ruido de la ducha, así que le escribo:
"Gracias, espero que vos también tengas un lindo día".
Como si estuviera esperando mi respuesta, me contesta al toque:
"Me imagino que tendrás un día bastante ocupado".
"Algo, pero si querés puedo hacerme un tiempo, solo que va a tener que ser por la mañana".
"Decime dónde y ahí estoy".
Reviso mi agenda del día. A las diez tengo una inspección en Floresta. Ya no escucho la ducha, así que le escribo rápido:
"Diez y media en Juan B. Justo y Chivilcoy".
"Ok".
Ni bien termino de inspeccionar una flota de tres taxis, me subo a mi auto, les mando un saludo a mis amigos de Poringa, y me voy al lugar en dónde quedamos en encontrarnos, que está a solo media cuadra.
Cuándo paso por la esquina lo veo parado frente a un local de venta de baterías de autos, de jean, la camisa celeste de la empresa, lentes oscuros y un ramo de flores. Le toco bocina y me acerco. Arroja el cigarrillo que está fumando y se sube.
Cuándo ya está arriba nos besamos con esa pasión que renace cada vez que nos encontramos. No me importa que los autos de atrás me toquen bocina para que avance, es el día de los enamorados y me merezco disfrutar de un buen beso.
Mientras iba al lugar de la inspección, estaba atenta a los telos de la zona, para no perder tiempo buscando después. Así que fui directamente a uno que está en Juan B. Justo y Lamarca.
Entramos por la cochera, bajamos del auto y tomándonos de las manos, como cualquier pareja enamorada, pasamos por la recepción.
Pese a que es todavía temprano, el hotel parece bullir de actividad, a esa hora de la mañana me imagino que de tramposos igual que nosotros.
Subimos a la habitación y ya ni bien cerramos la puerta que empezamos con los besos y caricias. Con el colectivero no necesitamos de preliminares ni nada. Los dos ya estamos calientes de antemano.
Nos tiramos sobre la cama y nos comemos a chupones. Por mi parte sin dejar de acariciarle el paquete ni por un momento, apretándolo, sobándoselo por encima de la ropa.
No tengo reparos en mostrarme así de desesperada, ya que el recato siempre lo dejo afuera del telo.
Le desabrocho el pantalón y le saco la pija afuera, un portento de dureza y vigor, la virilidad en su máxima expresión. Le paso la lengua desde los huevos hasta la punta, para luego chupársela con todas mis ganas, sintiendo en ese momento que no puede haber nada más rico y que me complazca tanto.
Me lleno de pija hasta las amígdalas, saboreando cada pedazo, haciendo que se retuerza de placer.
Por más putañero que sea, dudo que esté acostumbrado a que le tiren la goma con tanta avidez y entusiasmo. Pero yo sí estoy habituada a comerme chotazos como el suyo, por lo que le hago garganta profunda pese al tamaño que llega a ostentar.
Ya desnudos hacemos un 69 de ensueño, chupándonos con mutua devoción, convirtiendo a nuestros sexos en nuestros bocados predilectos.
Ya con la quijada entumecida de tanto chupar, me le subo encima y me ensarto con furor y alevosía en ese imponente pijazo que tan bien sabe amoldarse a mis cavidades.
No usamos forro, cogemos sin protección, piel contra piel, entregándonos en una forma completa y absoluta.
El colectivero me agarra de la cintura y me acompaña en la cabalgata, moviéndose conmigo, arriba y abajo, coincidiendo no solo en los movimientos, sino también en los gemidos.
-¡¡¡Ahhhhh..., ahhhhh..., ahhhhhhh...!!!- la habitación se llena con nuestras expresiones de placer.
Expresiones cargadas de morbo y deseo.
En el día de los enamorados estoy en el telo garchando con un colectivero de la línea 50. Y lo estoy disfrutando. Me siento plena y satisfecha, rebosante, embriagada de júbilo y excitación. El colectivero se da cuenta.
-¡Estás "on fire"!- me dice mientras me contorsiono encima suyo, clavándome su verga hasta lo más profundo.
La leche me sorprende en pleno trance onírico, una descarga brutal, arrolladora, abundante. Sentí que me llenaba hasta esos lugares que están restringidos solo a aquellos que saben como alcanzarlos.
Mi orgasmo se precipitó junto al suyo, fundiéndonos los dos en un goce absoluto, atemporal.
Que un hombre que no es tu marido te llene de leche, debe ser el placer más morboso que una mujer se pueda permitir. El placer del pecado, de la infidelidad.
El colectivero se queda inmóvil, suspirando plácidamente, extasiado, mientras derrama en mi interior hasta la última gota de semen. Luego, sin que la pija haya cedido ni una pizca de vigor, empieza a cogerme de nuevo. Ávido, imponente, posesivo.
Vamos por el segundo sin que siquiera me la haya sacado.
Mis tetas están duras, hinchadas, sensibles y él me las aprieta, me las retuerce, haciéndome sentir el rigor de su masculinidad.
Sintiendo que todo me da vueltas, me levanto y voy hacia una pequeña barra que hay a un costado de la cama. Mientras camino siento como la leche del colectivero se escurre por entre mis piernas.
Me subo de rodillas sobre la banqueta de asiento redondo y apoyándome en la barra, levanto la cola y la muevo seductoramente.
El colectivero se levanta de un salto y con la pija moviéndose dura y erguida por entre sus muslos, viene hacia mí. Se afirma por detrás, me agarra de las caderas y me la mete por el culo.
No la tiene tan gorda como el Oso, pero igualmente me la hace sentir.
Me sostengo de los caños que están al costado de la barra, y aguanto el vendaval que viene después. Una culeada de antología, de esas que te dejan el orto bien abierto hasta varias horas después de ocurrido el crimen.
Me sujeta entonces de las piernas, y dejándomela bien hundida, me levanta en el aire y vuelve hacia la cama. Se echa de espalda, de modo que yo quedo encima, con toda la verga adentro.
Apoyo entonces los pies en el colchón, las manos en su pecho y empiezo a mecerme, arriba y abajo, deslizándome con el culo por toda su verga.
Me entra toda, hasta los pelos, con los huevos golpeándome en la entrada cada vez que me la mando hasta el fondo.
Resulta delicioso y estimulante sentir el culo tan lleno y abierto. Siempre creí que el epítome de la infidelidad es que te rompan bien el orto y eso es lo que Juan Carlos estaba haciendo, me lo estaba demoliendo.
Cuándo ya no me dan más los brazos ni las piernas, me tumba de lado y me sigue bombeando, feroz, implacable, haciéndome gritar de dolor y placer.
No hay culeada sin dolor ya que el dolor es lo que más gratifica.
Estoy en pleno polvo cuando siento un borbotón de leche llenándome el culo. Sin sacármela el colectivero me tumba boca abajo y aplastándome con su cuerpo, me la manda más al fondo todavía.
La efusividad del orgasmo me subyuga y aniquila.
Mientras cogíamos dejamos llenando el hidromasaje, así que tras tomarnos un respiro, nos levantamos de la cama y nos metemos en el agua burbujeante.
Yo entro primero, él se demora sirviendo en sendas copas el champán que habíamos pedido para hacer un brindis. Parece increíble pero mientras hace todo esto, levantarse, ir hasta la mesa, servir la bebida, está con la pija al palo.
Me alcanza una copa, se mete conmigo al agua, brindamos, nos besamos y mientras disfrutamos del champán, conversamos como los dos viejos amigos que somos.
-Me imagino que habrá una yapa- me dice luego de un rato.
Todavía está con la pija como un misil tierra-aire en busca de su objetivo. Y su objetivo está ahí, entre mis piernas.
Dejo la copa a un costado, me levanto y me siento encima suyo, volviéndome a clavar en esa delicia hecha carne. Con mis pechos aplastados contra su tórax, me muevo arriba y abajo, gimiendo gustosamente.
-Ésta vez la quiero en la boca...- le digo al sentir la cercanía de un nuevo orgasmo.
-¡Ahora...!- me avisa el colectivero.
Me salgo y me quedo en el agua, esperando ansiosa mi banquete predilecto pero, ya sea por haber demorado la eyaculación o por todo lo que descargó antes, la lechita se hace desear.
Entonces se levanta, y con un pie fuera y otro dentro del hidromasaje, se sacude la pija con fuerza. El CHACA-CHACA-CHACA de la paja que se hace me endulza los oídos.
Veo como tiembla, como se pone colorado del cuello para arriba y entonces...
Me la mete en la boca y me llena de guasca...
Se la retengo entre los labios, succionando con avidez, mientras siento como le pulsan las venas por la fuerza con que sale expulsado el semen.
Me trago todo lo que eyacula, que es bastante considerando que ya acabó dos veces.
Mientras le saboreo a chupadas la poronga, el colectivero me acaricia el pelo y me mira con ternura, como enamorado.
-¡Por Dios Mariela...!- exclama -¿Qué le voy a decir a mi señora cuando me pida sexo ésta noche?-
-Que el día de los enamorados también es para celebrarlo con las amigas- le bromeo, dándole una lamidita por aquí y otra por allá.
Cuando salimos del telo ya eran las dos de la tarde. El celular me hervía de mensajes de mi marido, con frases de amor y videos románticos. Por suerte, a modo de coartada, le había dicho que iba a tener varias reuniones, por lo que lo más probable era que demoraría en contestarle.
Lo dejo al colectivero en Nazca, para que se tome la 84 y yo me estaciono a un costado para contestarle al menos algunos mensajes. Busco en internet algunas frases acordes a la fecha y se las envio. Luego sigo rumbo a la oficina para seguir con mi jornada laboral.
A la noche, como ya dije, cena en un restaurante y telo para celebrar nuestro día. Aunque mi "día de los enamorados" ya lo había festejado temprano por la mañana. Y es que en lo que a mí respecta, en el día del amor, el amor no resulta excluyente...
14 comentarios - El día de los enamorados...
besos atorrantita y gran shout 😘😘😘
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