La puerta se abrió chirriante ante una Bianca confundida y agitada.
La llamada se colgó, mientras ella admiraba a la chica de látex que tenía de frente.
La jóven, que vestía látex de cabeza a pies, sólo contaba con tres agujeros, uno por cada ojo y uno extra para la boca. Era alta y delgada, la tela de conjunto delataba sus grandes senos y sus pezones bien erectos. Se movió hacia un lado e hizo una seña a Bianca, para que entrase.
Cerró la puerta tras ellas y se adelantó, para marcar el paso.
-¿Cuál es tú nombre? - La voz de la mujer sonó más grave de lo que Bianca esperó.
-Bi...Bianca- carraspeó antes de responder y le costó poder articular palabra.
-No. -Le respondió con seriedad - El nombre que mi amo te asignó.
Bianca dudo. Se humedeció los labios y movió sus manos nerviosas.
-Sami. -Dijo en voz baja, casi inaudible. Tanto que, si no fuese porque el pasillo estaba en completo silencio, la mujer que iba delante de ella, no la hubiera escuchado. El sonido de una pequeña risa, indicaba que lo había hecho.
La vergüenza subía por las mejillas y bajaba por sus piernas.
-Bienvenida.
Recorrieron el largo pasillo oscuro, una delante de la otra, en completo silencio.
Sami iba detrás, concentrada en el baiben danzante de la mujer de látex, que tenía en frente. Concentrándose, para bajar la tensión y la temperatura de su cuerpo.
-Llegamos. - A lo que parecía, el final del pasillo, se asomaba una luz roja, muy tenue; que a penas marcaba el final de su camino.
A lo largo del pasillo, Sami no había visto puertas o salidas a otras habitaciones. Esta era la primera.
Su corazón galopaba en su pecho. Sintió una sacudida en la entrepierna y como sus piernas se comenzaban a humedecer, una vez más.
La mujer abrió la puerta y dejo que Sami entrará.
La habitación estaba escasa de muebles, sólo una cama amplia; que al menos entraban seis personas, únicamente con un colchón forrado de cuerina roja y un baúl de madera a sus pies. El piso de madera oscura y las paredes lisas, de color rojo, sólo una de ellas, con un espejo que la revestia.
La puerta se cerró y Sami quedó sola en la habitación
Caminó en ella, de un lado a otro. Se observó en el espejo y pudo ver el rojo de sus mejillas y lo dilatados que estaban sus ojos.
Un zumbido recorrió su interior una vez más. Pero esta vez era más fuerte, que el que la había traído hasta aquí. Sus piernas temblaron, pero ya no se pudo sostener.
Calló de rodillas al piso. Su respiración era agitada. Apoyó una mano al espejo y con la otra se tapó la boca, ahogando un grito; que sonaba a gemido, detrás de su mano.
Sus pezones le dolían y se escapaban de la red de la blusa. Un impulso más fuerte que ella, le llevaba la mano hasta su entre piernas y volvía a sus senos, cada vez que recordaba la orden de "no tocarse", que le habían dado.
La importancia y la excitación la hacían sudar. La nuca, la cara y sus senos estaban mojados de sudor.
Cómo pudo, se levantó. Pero sus piernas no resistieron, ni un solo paso y cayó de rodillas al piso.
Gateo hasta la cama, excitada y agitada. No logro subir y se rindió en el piso.
La llamada se colgó, mientras ella admiraba a la chica de látex que tenía de frente.
La jóven, que vestía látex de cabeza a pies, sólo contaba con tres agujeros, uno por cada ojo y uno extra para la boca. Era alta y delgada, la tela de conjunto delataba sus grandes senos y sus pezones bien erectos. Se movió hacia un lado e hizo una seña a Bianca, para que entrase.
Cerró la puerta tras ellas y se adelantó, para marcar el paso.
-¿Cuál es tú nombre? - La voz de la mujer sonó más grave de lo que Bianca esperó.
-Bi...Bianca- carraspeó antes de responder y le costó poder articular palabra.
-No. -Le respondió con seriedad - El nombre que mi amo te asignó.
Bianca dudo. Se humedeció los labios y movió sus manos nerviosas.
-Sami. -Dijo en voz baja, casi inaudible. Tanto que, si no fuese porque el pasillo estaba en completo silencio, la mujer que iba delante de ella, no la hubiera escuchado. El sonido de una pequeña risa, indicaba que lo había hecho.
La vergüenza subía por las mejillas y bajaba por sus piernas.
-Bienvenida.
Recorrieron el largo pasillo oscuro, una delante de la otra, en completo silencio.
Sami iba detrás, concentrada en el baiben danzante de la mujer de látex, que tenía en frente. Concentrándose, para bajar la tensión y la temperatura de su cuerpo.
-Llegamos. - A lo que parecía, el final del pasillo, se asomaba una luz roja, muy tenue; que a penas marcaba el final de su camino.
A lo largo del pasillo, Sami no había visto puertas o salidas a otras habitaciones. Esta era la primera.
Su corazón galopaba en su pecho. Sintió una sacudida en la entrepierna y como sus piernas se comenzaban a humedecer, una vez más.
La mujer abrió la puerta y dejo que Sami entrará.
La habitación estaba escasa de muebles, sólo una cama amplia; que al menos entraban seis personas, únicamente con un colchón forrado de cuerina roja y un baúl de madera a sus pies. El piso de madera oscura y las paredes lisas, de color rojo, sólo una de ellas, con un espejo que la revestia.
La puerta se cerró y Sami quedó sola en la habitación
Caminó en ella, de un lado a otro. Se observó en el espejo y pudo ver el rojo de sus mejillas y lo dilatados que estaban sus ojos.
Un zumbido recorrió su interior una vez más. Pero esta vez era más fuerte, que el que la había traído hasta aquí. Sus piernas temblaron, pero ya no se pudo sostener.
Calló de rodillas al piso. Su respiración era agitada. Apoyó una mano al espejo y con la otra se tapó la boca, ahogando un grito; que sonaba a gemido, detrás de su mano.
Sus pezones le dolían y se escapaban de la red de la blusa. Un impulso más fuerte que ella, le llevaba la mano hasta su entre piernas y volvía a sus senos, cada vez que recordaba la orden de "no tocarse", que le habían dado.
La importancia y la excitación la hacían sudar. La nuca, la cara y sus senos estaban mojados de sudor.
Cómo pudo, se levantó. Pero sus piernas no resistieron, ni un solo paso y cayó de rodillas al piso.
Gateo hasta la cama, excitada y agitada. No logro subir y se rindió en el piso.
1 comentarios - Entre sombras y cadenas II