Dicen que los hermanos mellizos tienen una conexión especial. Que son amigos para siempre e incluso que pueden saber cómo se siente el otro a distancia. No era el caso de Blanca y Marcos. Su madre sospechó siempre que ya dentro del útero se peleaban, dado el difícil embarazo que tuvo. La relación de los hermanos iba más allá de la rivalidad, era puro desprecio y rozaba el odio. Los años pasaron hasta que cumplieron la mayoría de edad, punto en el que las cosas se complicaron.
La noticia
—Hijos, si hoy hemos decidido cenar en familia es porque vuestra madre y yo os tenemos que decir algo —anunció el padre, enigmático.
—¿Por fin os separáis? —preguntó Marcos impertinente.
—¿Os habéis dado cuenta de que lo mejor es mandar al imbécil a estudiar al extranjero? —añadió la hermana siempre combativa.
El padre se frotó las sienes, miró a su esposa con cara de circunstancias y continuó:
—Me han ofrecido un trabajo en Barcelona y he decidido aceptarlo. Es una muy buena oportunidad para mí. Para la familia. El mes que viene nos mudamos. Por supuesto vendremos todos los fines de semana y esperamos que sepáis comportaros.
—¿Mamá también se muda? —interpeló el chico.
—¿Ya no distingues ni siquiera cuando alguien habla en plural? Pues claro, inútil, mamá también. Ve aprendiendo a planchar —respondió sarcástica Blanca.
—¡Tú te callas vaca burra que no estoy hablando contigo!
El griterío de los mellizos rápidamente resonó por todo el salón hasta que la madre los interrumpió con autoridad:
—¡Parad! ¡Parad de una vez! No ha sido fácil tomar esta decisión y por una vez, aunque solo sea por una vez, esperamos que sepáis comportaros. Los dos seguiréis con los estudios, os daremos una asignación a cada uno para que paséis la semana. Por favor, os lo suplico, sed responsables.
—¿Pero por qué tienes que irte tú también? —insistió un desquiciado Marcos.
—¿¿Porque son un matrimonio?? —dijo Blanca simulando una voz mongólica.
—¡Basta! La decisión está tomada. Podéis hacerlo por las buenas o por las malas, el que no sepa estar a la altura tendrá que venir con nosotros a Barcelona. Eso es todo —sentenció el padre.
Blanca
Aunque no tenía clase en la facultad de psicología hasta las diez, Blanca siempre se despertaba tres horas antes para elegir, con precisión, la vestimenta adecuada. Llevaba solo un mes de clases y ese era el primer lunes que ambos hermanos se habían quedado solos en casa, sin la protección ni la supervisión de los padres. Vestida solo con la ropa interior se miraba en su preciado espejo de cuerpo entero y posaba. Posaba como si de una modelo se tratase.
De todos los improperios que su hermano le lanzaba, probablemente los referentes a su peso eran los más injustos. No era, en absoluto, una chica gorda. Ni lo más mínimo. Su vientre era firme y plano como el de la mejor de las deportistas. Era, eso sí, una mujer voluptuosa. Con pechos grandes y caderas algo anchas. De notable altura y trasero respingón. Su metro setenta y tres hacía que sus formas fueran aún más proporcionadas. Conocía sus medidas de memoria, unas 98-62-92 que sin duda eran del agrado de muchos chicos, y procuraba cuidarse lo suficiente para no perder la figura. No se parecía a la típica anoréxica de pasarela, ni deseaba parecerse.
Después de mucho cambio eligió un look arreglado pero informal. Pijo pero “casual”. Aprovechando que el calor aún estaba muy presente se vistió con unos pantalones piratas blancos y una camiseta de tirantes del mismo color. Todo, por supuesto, de marca. El toque lo daban unas sandalias anaranjadas que ellas solas costaban más que el resto del conjunto. Se alisó su negra melena que empezaba a ser bastante larga y fue directa a la cocina a desayunar su habitual bol con cereales.
—Con todos vosotros, ¡la pija vaca! ¡La Brienne de Tarth de Chamartín! —atacó el hermano con solo verla asomarse por la puerta.
Marcos
Marcos se levantó a las nueve. Buena hora teniendo en cuenta que, esa misma, era la que marcaba el inicio de sus clases en el conservatorio. Se encerró en el baño y se lavó la cara con agua muy fría, pero nada consiguió desperezarlo. Después de desayunar junto a su “querida” hermana volvió al baño con la intención de terminar lo que había empezado antes, esta vez mediante una ducha.
—¡Marcos! ¡Déjame entrar un momento que me tengo que ir a clase! —ordenó la melliza gritando desde el pasillo mientras aporreaba la puerta.
—¡Déjame joder! ¡Ve al de mamá y para de dar por el saco! ¡¿No ves que ya no lo utilizan?!
El resoplido de Blanca fue perceptible incluso a través de la puerta cerrada. Él siguió con sus tareas de acicalamiento, se vistió con los primeros vaqueros roídos y camiseta que encontró, miró la hora y decidió que ya era demasiado tarde para perder la mañana encerrado entre las paredes del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Sacó la funda de un viejo videojuego que escondía debajo de la cama y desparramó su pequeño arsenal sobre esta, dispuesto a liarse un porro matutino. Cuando lo tuvo terminado agarró el móvil y escribió a su mejor amigo:
MARCOS: He hecho pellas. ¿Fumada en casa? Estoy solo.
EDU: Hoy no voy al taller hasta la tarde, voy para allá.
Jueves noche
Blanca se arreglaba en el baño cuando fue interrumpida por uno de los amigos babosos de su hermano, un chico delgado y pálido llamado Bosco. Los gritos de esta se pudieron oír por toda la casa. Cuando llegó al salón las risas de Marcos y Edu estaban descontroladas.
—Jajajaja, ¿pero qué coño has hecho para que la vaca te diga de todo? Jajajajajaja.
—Joder, yo que sé, iba al lavabo a giñar y me la he encontrado en bragas. Casi me mata —respondió este en shock.
—Jajajajaj, ¿pero no has llamado antes? —Interrogó Edu.
—Yo qué coño me iba a imaginar, no sabía ni que estaba.
Los tres amigos estaban colocados por la marihuana, aquella era una noche de chicos. Porros, pizza y películas.
—Ya ves, que mala hostia gasta la foca. Esta mañana nos hemos cargado el pestillo peleándonos con la puerta del baño. Ve al de mis padres, está al fondo de todo a la derecha.
—No…si…se me han pasado las ganas.
Volvieron a estallar de risa, las carcajadas podían oírse desde la calle.
—Jajajajaj, ¿no será que te lo has hecho encima del susto? —bromeó Edu.
—¡Eso! ¿Necesitas que te preste unos calzoncillos?
Bosco los miró cabizbajo, musitando entre dientes:
—Par de cabrones…
Los tres volvían a estar acomodados en el sofá, compartiendo unas cervezas, cuando Blanca hizo acto de presencia. Vestía un sensual vestido negro y unos tacones que resaltaban aún más su altura. Llevaba el pelo recogido en una especie de moño y se disponía a ir a una de las míticas fiestas que organizaba su facultad los jueves.
—Dile al pervertido de tu amigo que si vuelve a entrar mientras estoy yo en el baño lo castraré. Así ya seréis tres los eunucos.
—Venga, lárgate de aquí pija. A ver si algún pringao te echa un polvo y te relajas un poco, monina —contratacó el hermano.
—Quizás no te iría mal a ti tampoco. De hecho, creo que es lo que te gusta, ¿no? Porque chicas por casa…pocas. Supongo que os dedicáis a eso, ¿verdad? Quedáis todos juntos, le dais un poco al fumeque, y luego unas pajitas y a dormir.
—¡Pírate ya mastodonte! —dijo Marcos intentando disimular su enfado.
—Tranquilos, ya me voy. El papel higiénico ya os dirá mi hermanito dónde está, pajilleros.
Cuando sonó la puerta cerrándose como indicativo de que la hermana se había ido, los amigos ya no reían. Miraban al suelo sin saber muy bien que decir hasta que Edu rompió el hielo:
—Menuda lengua tiene tu hermanita.
—Ya te digo, es completamente insoportable.
Sabían que en ese pequeño e improvisado duelo la muchacha les había ganado por goleada. Pasó otro rato en silencio hasta que Bosco se animó a hablar:
—Una cabrona, eso sí, de gorda tiene muy poco.
Combate a muerte por el mando de la tele
Faltaban días para noviembre, pero el tiempo parecía no haberse dado cuenta. El calor no solo no decrecía sino que iba en aumento. Era un martes por la noche, los dos hermanos estaban en el sofá del salón amorrados al televisor. Ambos vestidos con improvisados pijamas, él simplemente con un bóxer negro y ella con un diminuto pantaloncito short rosa y una vieja y ancha camiseta blanca.
—Cambia de canal, quita esta basura —ordenó la hermana.
—A mí me mola —respondió el hermano señalando la pantalla, riéndose de un estúpido que casi se mataba haciendo figuras con el skate.
—Odio los programas de tortazos, son para niñatos.
—Haber cogido tú el mando.
Siguieron un rato con el típico programa que recopilaba los vídeos más absurdos de internet hasta que Blanca explotó:
—¡¿Pero quieres cambiar de canal de una vez?! ¡Inútil! ¿No te apetece ir a fumarte un porro o lo que sea?
El hermano apenas se inmutó, sin desviar la vista contestó tranquilamente:
—Hoy no hacen Pretty Woman, lo siento.
Harta, la melliza se abalanzó sobre él intentando quitarle el mando, pero Marcos solo tuvo que extender el brazo en dirección contraria para protegerse.
—¡Quita de encima morsa!
—¡Dame el mando de una vez!
El forcejeo duró unos segundos hasta que el hermano la apartó con el brazo libre, sentándola de nuevo en su sitio del sofá.
—Vete a pintarte las uñas y déjame en paz.
Hacía tiempo que Blanca no se sentía tan perdedora. Le ardía la sangre de pensar que el pordiosero de su hermano se había librado de ella casi sin esfuerzo. Notó como la respiración se le aceleraba. Pilló impulso y nuevamente atacó, con tanta fuerza que se quedó tumbada sobre él, alargando las manos con la intención de arrebatarle el mando a distancia.
—¡¿Quieres dejarme en paz, joder?! —gritó Marcos.
Ella siguió encima, peleando, luchando mientras los dos se insultaban.
—¡Dame el puto mando, inútil!
—¡Suéltame joder! ¡Me vas a aplastar mamotreto!
La melliza ya rozaba su objetivo cuando el hermano consiguió rodar, cayendo ambos al suelo e intercambiándose las posiciones sobre el parqué. Ahora era él quien estaba encima y por lo tanto recuperaba su ventaja.
—¡Eres un bestia!
—¿Bestia yo? ¡Eres tú la que se me ha tirado encima!
A Blanca le dolía la espalda por el impacto, pero se negaba a darse por vencida. Aquello parecía más una escena de lucha libre que dos hermanos discutiendo sobre qué ver en la tele. Ahora los dos agarraban el mando, ella intentándolo refugiar contra su pecho y él haciendo fuerza hacia arriba para despegarlo definitivamente. Brazos y piernas se entrelazaban en un combate a muerte sin que ninguno de los dos lograra alzarse con la victoria. El forcejeo duró un par de minutos más hasta que pasó algo completamente inesperado: El miembro de Marcos creció rápidamente y sin previo aviso.
Tenía sus partes colocadas justo encima del sexo de la hermana, apretujándose y rozándose cuando pudo sentir como el bulto de su bóxer chocaba impunemente contra su pubis, separados solo por la fina ropa que llevaban. Aquel hecho fue como si de repente, en mitad de un peleado saque de esquina, el árbitro pitara el final del partido. Se quedaron mirando, casi con terror por lo sucedido. Quietos, inmóviles, como dos estatuas. La melliza podía notar claramente aquel pedazo de carne empujando contra su cueva cuando él, con un movimiento realmente rápido, se levantó mientras decía:
—Quédate con el puto mando.
Apenas pudo reaccionar mientras veía a su hermano yéndose, casi a la carrera, del salón.
Calma tensa, y corta
Se evitaron durante unos días. Días en las que no hubo gritos, ni peleas, ni forcejeos. Incluso los padres, cuando venían los fines de semana, parecían estar satisfecho con el cambio de actitud de sus hijos. Como todas las cosas buenas, la calma fue transitoria.
—¿Quieres salir? ¿No ves que me estoy arreglando? —ordenó su hermana mientras miraba como le quedaba un nuevo sujetador en el espejo del baño.
—Necesito peinarme, yo también he quedado.
—Pues ve al otro lavabo.
—¡Vamos! ¡Sabes perfectamente que no han puesto el espejo nuevo aún!
—¿Y qué? Ni que te arreglaras mucho. Marquitos…no hay nada que hacer y lo sabes.
—Eres una cabrona —dijo el mellizo algo resignado—. Tú tienes espejo en la habitación, no necesitas este.
Dos espejos, dos personas. La solución parecía fácil, obvia. Pero a los hermanos no se lo pareció.
—Ahora termino y te dedicas a arreglar ese nido de pájaros que tienes por pelo si quieres.
—Llegaré tarde —insistió el mellizo.
—Tranquilo, seguro que los pajilleros de tus amigos te perdonarán.
—¡¡Eres una cabrona!! —estalló Marcos—. ¡Para ya de mirarte las tetas y deja de dar por el saco como siempre!
Desde “el incidente” no estaba para bromas. No le divertían las discusiones y sentía que tenía incluso una intensa rabia interior. Blanca se percató del desmesurado enfado del hermano, pero fue incapaz de aflojar.
—Quizás no quieres que me vaya. A lo mejor has venido porque eres tú el que quiere mirarme las tetas.
Su voz fue sosegada, no así la respuesta del hermano:
—¡¿Qué?! ¡¿De qué mierda te crees que estás hablando?!
A la hermana le intimidó un poco el tono, pero se obligó a no desviar la vista del espejo y contestar, nuevamente, con tranquilidad:
—El otro día no pareció que me vieras tan vaca…
Marcos perdió el control, agarró del pelo a su hermana y dándole la vuelta le dijo con voz realmente intimidante:
—Mira niñata engreída de mierda, te aseguro que lo del otro día no fue más que una reacción biológica. Ni que fueras la única mujer de la Tierra. Ni que no fuéramos familia o la única oportunidad que tuviera la humanidad para perpetuar la especie fuéramos tú y yo me fijaría en tu cuerpo de giganta, ¿me entiendes?
A Blanca le dolía la raíz del pelo, el cuero cabelludo y casi el orgullo, pero sin embargo notó algo extraño en aquella demostración de fuerza primitiva. Por un momento pensó que ojalá su último novio, Bruno, supiera tratarla así.
—Suéltame ahora mismo, psicópata —susurró ella.
El hermano obedeció en el acto, volviendo en sí y preocupándose por aquella exagerada reacción. Segundos después se encerró en su cuarto, asustado de sí mismo.
Nocturnidad sí, pero no alevosía
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Los siguientes dos días parecieron semanas. Blanca le daba vueltas a lo sucedido mientras que a Marcos le mataba la mala conciencia. Sus ojeras empezaban a ser profundas y sentía que no podía seguir viviendo así. Aquella noche daba vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño cuando oyó que su hermana llegó a casa. Eran más de las dos de la madrugada. Un horario poco habitual en ella entre semana. Desde el colchón pudo oírla como entraba en el baño, para cambiarse y desmaquillarse. Esperó un tiempo prudencial hasta cerciorarse de que ya se encontraba en su habitación cuando decidió, en un acto de coraje, ir en su en encuentro.
—¿Blanca? —preguntó tímido desde la puerta.
—Déjame en paz —contestó ella desde la cama, sin verle por culpa de la oscuridad.
El mellizo enseguida pudo notar en su tono de voz que algo no iba bien y decidió no hacerle caso. Se acercó casi a hurtadillas mientras insistía:
—Blanca, ¿estás bien? Necesito hablar contigo.
—¡Qué me dejes! —ordenó cerca del llanto.
El hermano siguió avanzando hasta sentarse en el borde de la cama. Dejó que sus ojos se acostumbraran un poco a la oscuridad hasta que pudo ver como ella estaba tumbada de espaldas a él, con la cara pegada a la pared.
—¿Es por lo del otro día? Te juro que yo no quería…
—No, Marcos, ¡No! No todo tiene que ver contigo, ¿vale? Me importas una mierda a ver si te enteras.
—Joder, tía, he venido en son de paz.
Hubo un silencio hasta que Blanca se dio la vuelta, quedándose tumbada con la cabeza mirando al techo.
—Lo he dejado con Bruno, eso es todo.
—¿Quién es Bruno? —preguntó Marcos realmente despistado.
—Mi novio Marcos, joder. En serio, es que no te importa nada.
—¿Cómo lo voy a saber si no me lo cuentas?
Los dos se dieron cuenta de que el tono subía, como siempre, pero esta vez decidieron relajarse.
—Le he dejado yo. No sé, no estábamos bien, es difícil de explicar.
—Entonces, ¿por qué estás tan triste?
—Llevábamos seis meses, ¿vale? Que no nos fuera bien no significa que no tenga corazón.
—Vale, vale, tranquila. Perdona. Oye…yo solo quería que habláramos un momento.
La hermana se acomodó más cerca de la pared, como invitándole a que se tumbara junto a ella. Él así lo hizo, probablemente aquella escena no se repetía desde que tenían cinco o seis años.
—Solo quería disculparme. Te juro que no quería hacerte daño, sabes que nunca te lo haría. Eres peor que un grano en el culo —bromeó él—. Pero hay límites.
La oscuridad evitó que Marcos percibiera una ligera sonrisa en el rostro de su hermana.
—Está olvidado. Solo me agarraste del pelo, no es para tanto. Una riña entre hermanos.
—De acuerdo, gracias —terminó él, sorprendido de la repentina comprensión de su melliza.
—¿Hay algo más de lo que quieras hablar? —preguntó ella.
A Marcos le dio miedo que se refiriera al incidente del mando a distancia, así que decidió evitar el tema.
—La verdad es que me gustaría que nos lleváramos mejor. Es muy cansado estar siempre a la gresca.
—¿Significa eso que vas a dejar de decirme foca, morsa, vaca, giganta, y que vas a dejar de compararme con cualquier personaje marimacho que te venga a la cabeza?
—Joder hermanita, sabes mejor que nadie que eso son chorradas para picar. Lo haré siempre que tú dejes de llamarme inútil, fumeta, pordiosero y zarrapastroso.
—Prometo que lo intentaré —afirmó Blanca casi feliz por ese momento entre hermanos—. ¿Quieres contarme algo más?
—Nada, que el tal Bruno se lo pierde. Debería haberte cuidad mejor.
Blanca respiró profundamente, no por hartazgo, sino por mera reflexión interior.
—La verdad es que el pobre desgraciado no ha hecho nada malo, el problema es mío. No sé, es como un pusilánime.
—¿No será que eres muy exigente? A todo el mundo le ves fallos —preguntó Marcos con cierto medio a desatar a la bestia.
—No, qué va. Es educado, simpático, inteligente, guapo…es solo que no me llena. De verdad, no sé cómo explicarlo. Pero oye, para de interrogarme, ¿y tú? ¿No tienes a nadie por allí?
—Que va, a nadie. A nadie desde hace casi un año.
—¡¿Un año?! Ahora lo entiendo todo.
El hermano volvió a tensarse, notó como sus músculos parecían piedras debajo del pijama.
—¿A qué te refieres? —preguntó en un hilo de voz.
Blanca enseguida percibió su incomodidad y decidió ser lo más “diplomática” posible.
—Que los tíos sois como sois. Con un año de abstinencia seríais capaces de follaros hasta a vuestro perro.
—¿Ah sí? ¿Y vosotras no? —se defendió él.
—No lo sé, nunca me ha pasado —respondió ella con cierta maldad.
Los dos callaron, empezando un nuevo y prolongado silencio. Cuando el hermano estaba a punto de levantarse de la cama y despedirse Blanca le sorprendió con una nueva pregunta:
—Entonces…¿lo del otro día fue porque vas más caliente que un volcán? ¿No es que me veas atractiva?
—¡Joder tía! ¿A qué viene eso? Somos hermanos eh. Ya sabes que a los chicos nos puede pasar simplemente con rozarnos con una tabla de planchar. Eso es todo.
La melliza nunca había visto a su hermano tan frágil y se sintió juguetona. Recordó también lo sucedido con Bruno horas atrás. Cuando estaban en su casa dispuestos a follar y ella se dio cuenta de que siempre era igual. Igual de aburrido. Igual de soso. Igual de poco placentero. Se imaginó a su novio corriéndose a los cinco minutos y a ella teniéndose que terminar sola con los dedos mientras este la animaba con patosas caricias. Fue ese el momento en el que decidió cortar con él.
—Sí ya, de acuerdo. Entonces no te gusto, ¿no? Estirado aquí conmigo y yo vestida solo con un camisón y braguitas no sientes nada.
—¡¡¿Pero qué dices?!!
—Tranquilo hermano, solo pregunto. No sé, creo que tengo unas buenas tetas, eso es todo. Si empezamos a contarnos las cosas tenemos que ser sinceros el uno con el otro.
—¡¡Blanca, joder!!
—Vale, vale, no te mosquees. Una última pregunta, ¿puedo?
—Una más y me piro —concedió él, sudando.
Lo que no advirtió la hermana es que la pregunta iba acompañada de una acción. Se giró hacia él y puso su mano delicadamente encima de su pijama, acariciando con suavidad su ingle por encima de la ropa y avanzando, milímetro a milímetro, en dirección a su falo.
—Es que no me ha quedado muy claro Marquitos, tengo dudas. ¿Si yo hago esto te excitas porque simplemente eres un hombre y es una reacción natural? ¿O por el contrario no sientes nada porque soy tu hermana y no te gusto nada, bla bla bla?
No pudo responder, tan solo respirar profundamente. Notó como los dedos de la melliza seguían su camino hasta llegar a su miembro que, desde hacía unos segundos, estaba en estado de medio-erección. La hermana siguió acariciándolo, incluso agarrándoselo a través de la ropa.
—Vaya, vaya. Parece que a tu amiguito le importa una mierda el parentesco.
Tragó saliva mientras que su pene siguió creciendo hasta parecer estar a punto de explotar. Blanca agarró la goma del pijama y se lo bajó, liberando aquella fuerza de la naturaleza, dura y desatendida durante demasiado tiempo.
—Shhh, ya no hace falta que respondas Marquitos. No te preocupes, no te dejaré así.
Le agarró el órgano viril y comenzó a masturbarle, lenta pero profundamente, bajando y subiendo la piel con una cadencia exacta. Notó el primer líquido pre-seminal apareciendo en el glande y decidió aumentar un poco el ritmo.
—Mmm.
—Definitivamente sí, creo que te alegras de esto —afirmó la melliza con voz queda sin dejar de acariciarle.
—Mmm, mmm.
La paja siguió placentera como pocas. Marcos notaba un morbo especial y también que su instrumento estaba en manos expertas mientras que su hermana seguía con complaciéndolo. Por un momento se olvidó de todo y se centró solo en disfrutar. Creía que la escena no podía mejorar hasta que su hermana le susurró:
—Puedes tocarme las tetas de gorda vaca si quieres mientras sigo con lo mío.
Ni se lo pensó, sus manos se lanzaron a aquel par de melones como liberadas después de años de inactividad, magreándole los pechos como si fueran los primeros que le daban permiso para jugar con ellos.
—Mmm, ohh, ohh.
Siguió sobándole los senos mientras ella le pajeaba. Pensó en atacar también a sus generosos pero fibrosos glúteos pero le dio miedo cometer un error. Hacer algo prohibido.
—Mmm, mmm, mmm, sí, síii.
Finalmente eyaculó, experimentando un espectacular orgasmo mientras expulsaba chorros de semen a la vez que apretujaba las mejores tetas que habían pasado nunca por su tacto.
—¡¡Ahh!!, ¡¡ahh!!, ¡¡ohh!!, síii, mmm, ¡mmm!, ¡¡mmm!!
Quedó exhausto, casi aturdido. Recuperando el aliento mientras que su melliza le decía:
—Ahora, por lo menos, sé un buen chico y ve a buscar una toallita limpia.
¡Ayúdame!
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Pasó otra semana. Los mellizos se evitaban un poco pero a la hora de tener que interactuar el trato era más cordial que nunca. Nuevamente los padres pensaron que haberse ido a vivir a Barcelona había sido una bendición. Marcos se sentía especialmente incómodo mientras que Blanca se divertía provocándole un poco. Nunca se había paseado tanto por casa en ropa interior, pero el hermano se hizo el despistado durante días. El mellizo se cambiaba en su habitación cuando entró su hermana:
—Vaya, vaya. No estás mal teniendo en cuenta que no haces nunca ejercicio. Pareces fuerte y todo —dijo ella al sorprenderle solo en calzoncillos.
—¡Joder Blanca!, ¿llama antes de entrar no? Me estoy cambiando.
—Tranquilo Marquitos, no seas tímido que somos hermanos. ¿Por qué te vistes a estas horas? Es casi la hora de cenar.
—Vienen los chicos un rato, pillaremos unas pizzas veremos la nueva peli de Eli Roth.
—¿Otra de esas mierdas gores?
Marcos prefirió no contestar, evitaba el enfrentamiento a toda costa. La hermana lo observó un rato más desde la puerta hasta que decidió acercarse. Le acarició la espalda mientras preguntaba:
—¿Y no se te ocurre ningún plan mejor que este?
—No sé a qué te refieres —respondió un poco violentado por la situación.
La melliza siguió recorriendo su cuerpo estático, inmóvil, ahora por sus pectorales y bajando hasta llegar al vientre. No se detuvo, siguiendo su camino hasta llegar a la ropa interior del hermano y acariciándole por encima.
—Podrías llamar a alguna amiguita, o simplemente cancelar el plan con tus amigos.
—Blanca, ¿qué coño haces?
Ella siguió frotándole las partes por encima de la ropa mientras le susurraba al oído:
—Seguro que nos lo pasaremos mejor, ¿no crees?
Enseguida notó como su miembro empezaba a reaccionar pero estaba mentalizado de que lo que había pasado la semana pasada nunca volvería a repetirse. Le aparto la mano con autoridad y separándose de ella sentenció:
—Sal de mi habitación, por favor.
—Joder hermanito no seas egoísta, yo te ayudé a ti el otro día, me debes un favor —suplicó Blanca acercándose nuevamente a él.
—¡Que no joder! ¿Qué te pasa? ¿Estás loca?
Ni siquiera subir la voz hizo que la hermana se rindiera, le empujó contra la pared y agarrándole el falo por encima del bóxer le dijo:
—¡No seas crío! ¡Me lo debes! ¡Ayúdame un momento aunque sea!
Marcos le cogió de los brazos y la separó por última vez, sin soltarla la llevó hasta la puerta y la sacó al pasillo.
—¡Sal de aquí! Si estás cachonda vete de fiesta o llama a tu ex —sentenció pegando un portazo.
Pasaron un par de horas en la que Marcos, Edu y Bosco compartieron pizzas, cervezas y algún que otro porro en el salón. La película había quedado a un segundo plano y ahora el anfitrión se había animado a coger la guitarra y tocar algunos acordes. Under the bridge de los Red Hot Chili Peppers fue la escogida, deleitando a sus amigos con una melodía más pensada para bajo que para guitarra española, pero que con su voz lograba una versión aún más intimista.
Sometimes I feel
Like I don’t have a partner
Sometimes I feel
Like my only friend
Is the city I live in
The city of angels
Lonely as I am
Together we cry
Seguían con su pequeña fiesta particular cuando Blanca apareció en el salón, vestida con un pequeño bikini y bromeando:
—Qué chicos, ¿os traigo unas velitas?
El hermano dejó de cantar pero no de tocar, rezando internamente para que la melliza se diera la vuelta y volviese por dónde había venido. Pero no hubo suerte. Los amigos se quedaron con los ojos como platos, recreándose con las curvas y su excelente cuerpo. Se dieron cuenta además de que su pecaminosa figura iba acompañada de una cara bonita, con grandes ojos marrones y rasgos armónicos.
—Perdonad que os moleste chicos, vengo en son de paz. Necesito una opinión experta. ¿Me queda bien este bikini?
Este era bastante sugerente, con una braga normal, no de esas tan finas estilo brasileño, pero con la parte de arriba especialmente pequeña. Tan solo un par de triangulitos de tela unidos por finas tiras que apenas podían tapar su generosísimo busto.
—Te queda de puta madre —dijo Edu.
—De puta madre —repitió Bosco al borde del colapso.
—Bueno, tú ya me viste el otro día —dijo señalando a Bosco— así que para ti no es una novedad. Me quedo con la opinión de tu amigo.
Blanca Ni siquiera sabía el nombre de los amigos de su hermano. Tampoco le importaba en absoluto lo que pudieran opinar sobre ella. Simplemente quería jugar, provocar un poco. Molestar a su querido hermano.
—¿Se puede saber qué haces en el salón medio desnuda? —preguntó Marcos dejando definitivamente la guitarra a un lado.
—Nada, probándome la ropa de verano.
—¿Bikinis en noviembre? ¿En serio? —insistió él.
—¡Eh! Yo me pruebo la ropa cuando me da la gana. Además a tus amigos no parece importarles, ¿verdad? No hace falta que opines si no quieres.
El hermano dejó los ojos en blanco en señal de paciencia mientras que la melliza empezaba a dar vueltas sobre sí misma y seguía con las preguntas:
—Entonces…¿no me hace el culo gordo? —Consultó poniéndose en pompa y agarrándose la goma de la parte inferior del traje de baño.
—Para nada —afirmó con rotundidad Edu.
—Te queda genial —añadió Bosco en un acto de valentía.
Blanca se puso frente a ellos agarrándose los pechos con fuerza, haciéndolos incluso votar mientras seguía:
—¿Y las tetas? ¿No se ve un poco descarado? Parece que se me vayan a salir y se me marcan los pezones.
Los amigos seguían disfrutando de esa fantasía erótica hecha realidad cuando finalmente Marcos se levantó del sofá, agarró a su hermana del brazo con fuerza y la llevó directamente, casi a rastras, hasta el pasillo que daba al resto de la casa.
—¿A qué coño juegas? —le preguntó al oído en voz baja pero dominante.
—Nada, si a ti no te gusto solo quería saber si a tus amiguitos sí. No parece que les haya importado mi desfile.
—¿Estás perdiendo la cabeza? —le dijo apretándole aún más el brazo.
Ella sintió una excitación que jamás había experimentado. Si ese día ya se había despertado especialmente gamberra el trato autoritario del hermano la estaba poniendo a mil. Sabía que en cualquier momento terminaría todo y decidió seguir provocándole:
—La estarás perdiendo tú. Eres tú el que me llenó la cama de leche el otro día, y no parecía que estuvieras a disgusto.
Marcos la soltó momentáneamente para agarrarla por los hombros y zarandeándola le ordenó:
—Déjame en paz puta lunática de mierda. ¡Olvídame!
Sin añadir ni una palabra más la dejó en el pasillo y volvió junto a sus amigos, abochornado por la situación y también furioso. Blanca fue a su habitación y se tumbó sobre la cama. Introdujo su mano por dentro de la braga del bikini y se masturbó de la manera más salvaje que pudo, alcanzando uno de los mejores orgasmos de su vida.
…se desean
Esa noche Marcos apenas pudo dormir. Un montón de sensaciones, muchas de ellas contradictorias, le tuvieron en vela. Por la mañana fue a la cocina a desayunar y despejarse un poco. Decidió ir completamente desnudo. Pensó que en caso de encontrarse con su hermana probaría de su propia medicina. Sentado en la mesa de la cocina con un par de tostadas vio como Blanca entraba sin reparar ni siquiera en su presencia. Llevaba el cesto de la ropa sucia en y se dedicó a poner una lavadora con la intención de poder tenderla antes de ir a la universidad. Apenas eran las siete de la mañana.
El chico se quedó sin hambre al momento. El poco apetito que tenía se desvaneció al observar a su hermana en pompa, vestida solo con un culote azul clarito y una camiseta blanca anudada a la cintura, colocando las prendas en la lavadora. Se quedó obnubilado mirando sus piernas, firmes y tersas. Su trasero redondo y respingón, con nalgas que parecían esculpidas en piedra. Como si fuera un autómata se levantó y avanzó a hurtadillas hacia ella. Devorándola con la mirada mientras que con una mano estimulaba su miembro. Llegó hasta su posición y presionó su erecto falo directamente contra el fino culote.
—¿Eso es lo que querías? ¿Ponerme cachondo? —le preguntó mientras que la hermana se quedaba completamente inmóvil.
—¿Te gusta provocarme, es eso? —insistió el mellizo mientras que Blanca se ponía en pie y se daba la vuelta.
Le miró a los ojos. Ojos enormes, marrones y profundos. Estaban tan cerca que pudo notar sus pechos presionados contra el cuerpo del hermano y su pene, excitado, clavado contra su ropa interior.
—Lo que quiero es que me folles como a una perra. Que me trates como a una puta y me domines como si fuera tu esclava. ¿Puedes?
El miembro de Marcos respondió antes que él, moviéndose en un espasmo como si tuviera vida propia.
—¿Eso es lo que quieres?
—¡Eso es lo que necesito!
Marcos le cogió del pelo y le dio la vuelta con brusquedad. Apoyó su cuerpo contra la encimera de la cocina y desde detrás le agarró los pechos con fuerza por encima de la camiseta, sobándoselos casi con violencia.
—Así que eres una puta, ¡¿eh?!
—Soy tu puta.
Seguía magreándole los pechos mientras que su falo recorría su espectacular trasero. Le bajó la ropa interior hasta los pies y se la quitó, le abrió ligeramente las piernas y comenzó a estimularle el clítoris con los dedos, colando la mano entre su cuerpo y el mueble.
—¿Te gusta?
—No preguntes, ¡ordena!
Los gemidos y la voz entrecortada de Blanca respondían por si solos a la pregunta. El hermano siguió metiéndole mano mientras ordenaba:
—Quítate la camiseta.
La melliza obedeció, quedándose completamente desnuda y apoyando sus enormes pechos sobre el frio mármol de la encimera. Marcos sentía que era demasiada hembra para él, pero también sabía que aquella era una oportunidad única que no iba a desaprovechar. Le agarró de las caderas, colocó el glande en la entrada de su vagina y la penetró hasta lo más hondo. Con fuerza pero sin dificultad.
—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ohhh!!
Mientras empezaba a moverse hacia delante y hacia atrás no perdía momento en manosearle los senos, el clítoris o incluso tirarle del pelo. Acción última que la hermana parecía recibir con auténtica excitación.
—¡Muévete puta!
—¡¡Ahh!!, ¡¡ahh!!, ¡¡ohh!!, síii, mmm, ¡mmm!, ¡¡mmm!!
Siguió penetrándola, cada vez con más fuerza. La embestía con tanta fuerza que ella tenía que ponerse de puntillas para no perder el equilibrio. Notaba sus testículos rebotar contra sus glúteos.
—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ohhh!!
—Eres una auténtica zorra, ¡guarra!
Marcos intercalaba acometidas con insultos y Blanca recibía estos como si fueran casi tan placenteros como sentir a su hermano dentro. Todo iba a pedir de boca hasta que el hermano se dio cuenta de que estaba demasiado excitado, casi a punto de correrse. Decidió intentar alargarlo un poco más y sin previo aviso retiró su falo. Le dio la vuelta y antes de que la hermana pudiera preguntar le agarró del cuello y la puso de rodillas sobre el suelo.
—¡Chúpamela!
La melliza obedeció, agarrándole el órgano viril por la base y colocándose el glande en la boca. Lamiéndolo con suavidad. Él se excitó aún más al ver por primera vez que la hermana llevaba el pubis rasurado en forma de triangulito. También por la nueva perspectiva, deleitándose con su increíble escote mientras seguía con la felación.
—Despacito, con suavidad —mandaba mientras le agarraba nuevamente del pelo para marcar el compás.
Con eso pretendía romper el ritmo, pero Blanca la mamaba de una manera tan placentera que tuvo claro enseguida que el efecto sería relativo. Apenas había cogido velocidad cuando volvió a cortarla:
—Ponte de pie.
Cumplió al instante ella. Marcos la agarró por el culo y la empotró contra el mueble de la cocina. Manteniendo sus piernas en suspensión, en un esfuerzo físico titánico y la penetró nuevamente ensartándola contra la encimera.
—Pronto notarás como me corro dentro de ti, ¡puta!
La melliza casi se corrió al oír eso. Notar la fuerza de su hermano, su decisión. Verse follada con violencia contra el armario era lo que llevaba toda la vida buscando. Las embestidas fueron duras y profundas. Marcos podía ver como los pechos de su hermana botaban en el aire con cada una hasta que, sin poder evitarlo, se derramó en su interior.
—¡¡¡Ohhh síii!!!, ¡¡ohh!!, mmm, ¡¡ohh!!. Córrete. ¡Córrete perra! Mmm.
Incluso en eso fue obediente Blanca. Alcanzando el orgasmo en el mismo momento en el que notó la simiente del mellizo dentro. Teniendo ambos un brutal orgasmo para después caer sobre el suelo como si fueran peso muerto. Ninguno de los dos pudo hablar en un rato hasta que Marcos consiguió decir entre dientes:
—Estamos en paz…zorra…
La noticia
—Hijos, si hoy hemos decidido cenar en familia es porque vuestra madre y yo os tenemos que decir algo —anunció el padre, enigmático.
—¿Por fin os separáis? —preguntó Marcos impertinente.
—¿Os habéis dado cuenta de que lo mejor es mandar al imbécil a estudiar al extranjero? —añadió la hermana siempre combativa.
El padre se frotó las sienes, miró a su esposa con cara de circunstancias y continuó:
—Me han ofrecido un trabajo en Barcelona y he decidido aceptarlo. Es una muy buena oportunidad para mí. Para la familia. El mes que viene nos mudamos. Por supuesto vendremos todos los fines de semana y esperamos que sepáis comportaros.
—¿Mamá también se muda? —interpeló el chico.
—¿Ya no distingues ni siquiera cuando alguien habla en plural? Pues claro, inútil, mamá también. Ve aprendiendo a planchar —respondió sarcástica Blanca.
—¡Tú te callas vaca burra que no estoy hablando contigo!
El griterío de los mellizos rápidamente resonó por todo el salón hasta que la madre los interrumpió con autoridad:
—¡Parad! ¡Parad de una vez! No ha sido fácil tomar esta decisión y por una vez, aunque solo sea por una vez, esperamos que sepáis comportaros. Los dos seguiréis con los estudios, os daremos una asignación a cada uno para que paséis la semana. Por favor, os lo suplico, sed responsables.
—¿Pero por qué tienes que irte tú también? —insistió un desquiciado Marcos.
—¿¿Porque son un matrimonio?? —dijo Blanca simulando una voz mongólica.
—¡Basta! La decisión está tomada. Podéis hacerlo por las buenas o por las malas, el que no sepa estar a la altura tendrá que venir con nosotros a Barcelona. Eso es todo —sentenció el padre.
Blanca
Aunque no tenía clase en la facultad de psicología hasta las diez, Blanca siempre se despertaba tres horas antes para elegir, con precisión, la vestimenta adecuada. Llevaba solo un mes de clases y ese era el primer lunes que ambos hermanos se habían quedado solos en casa, sin la protección ni la supervisión de los padres. Vestida solo con la ropa interior se miraba en su preciado espejo de cuerpo entero y posaba. Posaba como si de una modelo se tratase.
De todos los improperios que su hermano le lanzaba, probablemente los referentes a su peso eran los más injustos. No era, en absoluto, una chica gorda. Ni lo más mínimo. Su vientre era firme y plano como el de la mejor de las deportistas. Era, eso sí, una mujer voluptuosa. Con pechos grandes y caderas algo anchas. De notable altura y trasero respingón. Su metro setenta y tres hacía que sus formas fueran aún más proporcionadas. Conocía sus medidas de memoria, unas 98-62-92 que sin duda eran del agrado de muchos chicos, y procuraba cuidarse lo suficiente para no perder la figura. No se parecía a la típica anoréxica de pasarela, ni deseaba parecerse.
Después de mucho cambio eligió un look arreglado pero informal. Pijo pero “casual”. Aprovechando que el calor aún estaba muy presente se vistió con unos pantalones piratas blancos y una camiseta de tirantes del mismo color. Todo, por supuesto, de marca. El toque lo daban unas sandalias anaranjadas que ellas solas costaban más que el resto del conjunto. Se alisó su negra melena que empezaba a ser bastante larga y fue directa a la cocina a desayunar su habitual bol con cereales.
—Con todos vosotros, ¡la pija vaca! ¡La Brienne de Tarth de Chamartín! —atacó el hermano con solo verla asomarse por la puerta.
Marcos
Marcos se levantó a las nueve. Buena hora teniendo en cuenta que, esa misma, era la que marcaba el inicio de sus clases en el conservatorio. Se encerró en el baño y se lavó la cara con agua muy fría, pero nada consiguió desperezarlo. Después de desayunar junto a su “querida” hermana volvió al baño con la intención de terminar lo que había empezado antes, esta vez mediante una ducha.
—¡Marcos! ¡Déjame entrar un momento que me tengo que ir a clase! —ordenó la melliza gritando desde el pasillo mientras aporreaba la puerta.
—¡Déjame joder! ¡Ve al de mamá y para de dar por el saco! ¡¿No ves que ya no lo utilizan?!
El resoplido de Blanca fue perceptible incluso a través de la puerta cerrada. Él siguió con sus tareas de acicalamiento, se vistió con los primeros vaqueros roídos y camiseta que encontró, miró la hora y decidió que ya era demasiado tarde para perder la mañana encerrado entre las paredes del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Sacó la funda de un viejo videojuego que escondía debajo de la cama y desparramó su pequeño arsenal sobre esta, dispuesto a liarse un porro matutino. Cuando lo tuvo terminado agarró el móvil y escribió a su mejor amigo:
MARCOS: He hecho pellas. ¿Fumada en casa? Estoy solo.
EDU: Hoy no voy al taller hasta la tarde, voy para allá.
Jueves noche
Blanca se arreglaba en el baño cuando fue interrumpida por uno de los amigos babosos de su hermano, un chico delgado y pálido llamado Bosco. Los gritos de esta se pudieron oír por toda la casa. Cuando llegó al salón las risas de Marcos y Edu estaban descontroladas.
—Jajajaja, ¿pero qué coño has hecho para que la vaca te diga de todo? Jajajajajaja.
—Joder, yo que sé, iba al lavabo a giñar y me la he encontrado en bragas. Casi me mata —respondió este en shock.
—Jajajajaj, ¿pero no has llamado antes? —Interrogó Edu.
—Yo qué coño me iba a imaginar, no sabía ni que estaba.
Los tres amigos estaban colocados por la marihuana, aquella era una noche de chicos. Porros, pizza y películas.
—Ya ves, que mala hostia gasta la foca. Esta mañana nos hemos cargado el pestillo peleándonos con la puerta del baño. Ve al de mis padres, está al fondo de todo a la derecha.
—No…si…se me han pasado las ganas.
Volvieron a estallar de risa, las carcajadas podían oírse desde la calle.
—Jajajajaj, ¿no será que te lo has hecho encima del susto? —bromeó Edu.
—¡Eso! ¿Necesitas que te preste unos calzoncillos?
Bosco los miró cabizbajo, musitando entre dientes:
—Par de cabrones…
Los tres volvían a estar acomodados en el sofá, compartiendo unas cervezas, cuando Blanca hizo acto de presencia. Vestía un sensual vestido negro y unos tacones que resaltaban aún más su altura. Llevaba el pelo recogido en una especie de moño y se disponía a ir a una de las míticas fiestas que organizaba su facultad los jueves.
—Dile al pervertido de tu amigo que si vuelve a entrar mientras estoy yo en el baño lo castraré. Así ya seréis tres los eunucos.
—Venga, lárgate de aquí pija. A ver si algún pringao te echa un polvo y te relajas un poco, monina —contratacó el hermano.
—Quizás no te iría mal a ti tampoco. De hecho, creo que es lo que te gusta, ¿no? Porque chicas por casa…pocas. Supongo que os dedicáis a eso, ¿verdad? Quedáis todos juntos, le dais un poco al fumeque, y luego unas pajitas y a dormir.
—¡Pírate ya mastodonte! —dijo Marcos intentando disimular su enfado.
—Tranquilos, ya me voy. El papel higiénico ya os dirá mi hermanito dónde está, pajilleros.
Cuando sonó la puerta cerrándose como indicativo de que la hermana se había ido, los amigos ya no reían. Miraban al suelo sin saber muy bien que decir hasta que Edu rompió el hielo:
—Menuda lengua tiene tu hermanita.
—Ya te digo, es completamente insoportable.
Sabían que en ese pequeño e improvisado duelo la muchacha les había ganado por goleada. Pasó otro rato en silencio hasta que Bosco se animó a hablar:
—Una cabrona, eso sí, de gorda tiene muy poco.
Combate a muerte por el mando de la tele
Faltaban días para noviembre, pero el tiempo parecía no haberse dado cuenta. El calor no solo no decrecía sino que iba en aumento. Era un martes por la noche, los dos hermanos estaban en el sofá del salón amorrados al televisor. Ambos vestidos con improvisados pijamas, él simplemente con un bóxer negro y ella con un diminuto pantaloncito short rosa y una vieja y ancha camiseta blanca.
—Cambia de canal, quita esta basura —ordenó la hermana.
—A mí me mola —respondió el hermano señalando la pantalla, riéndose de un estúpido que casi se mataba haciendo figuras con el skate.
—Odio los programas de tortazos, son para niñatos.
—Haber cogido tú el mando.
Siguieron un rato con el típico programa que recopilaba los vídeos más absurdos de internet hasta que Blanca explotó:
—¡¿Pero quieres cambiar de canal de una vez?! ¡Inútil! ¿No te apetece ir a fumarte un porro o lo que sea?
El hermano apenas se inmutó, sin desviar la vista contestó tranquilamente:
—Hoy no hacen Pretty Woman, lo siento.
Harta, la melliza se abalanzó sobre él intentando quitarle el mando, pero Marcos solo tuvo que extender el brazo en dirección contraria para protegerse.
—¡Quita de encima morsa!
—¡Dame el mando de una vez!
El forcejeo duró unos segundos hasta que el hermano la apartó con el brazo libre, sentándola de nuevo en su sitio del sofá.
—Vete a pintarte las uñas y déjame en paz.
Hacía tiempo que Blanca no se sentía tan perdedora. Le ardía la sangre de pensar que el pordiosero de su hermano se había librado de ella casi sin esfuerzo. Notó como la respiración se le aceleraba. Pilló impulso y nuevamente atacó, con tanta fuerza que se quedó tumbada sobre él, alargando las manos con la intención de arrebatarle el mando a distancia.
—¡¿Quieres dejarme en paz, joder?! —gritó Marcos.
Ella siguió encima, peleando, luchando mientras los dos se insultaban.
—¡Dame el puto mando, inútil!
—¡Suéltame joder! ¡Me vas a aplastar mamotreto!
La melliza ya rozaba su objetivo cuando el hermano consiguió rodar, cayendo ambos al suelo e intercambiándose las posiciones sobre el parqué. Ahora era él quien estaba encima y por lo tanto recuperaba su ventaja.
—¡Eres un bestia!
—¿Bestia yo? ¡Eres tú la que se me ha tirado encima!
A Blanca le dolía la espalda por el impacto, pero se negaba a darse por vencida. Aquello parecía más una escena de lucha libre que dos hermanos discutiendo sobre qué ver en la tele. Ahora los dos agarraban el mando, ella intentándolo refugiar contra su pecho y él haciendo fuerza hacia arriba para despegarlo definitivamente. Brazos y piernas se entrelazaban en un combate a muerte sin que ninguno de los dos lograra alzarse con la victoria. El forcejeo duró un par de minutos más hasta que pasó algo completamente inesperado: El miembro de Marcos creció rápidamente y sin previo aviso.
Tenía sus partes colocadas justo encima del sexo de la hermana, apretujándose y rozándose cuando pudo sentir como el bulto de su bóxer chocaba impunemente contra su pubis, separados solo por la fina ropa que llevaban. Aquel hecho fue como si de repente, en mitad de un peleado saque de esquina, el árbitro pitara el final del partido. Se quedaron mirando, casi con terror por lo sucedido. Quietos, inmóviles, como dos estatuas. La melliza podía notar claramente aquel pedazo de carne empujando contra su cueva cuando él, con un movimiento realmente rápido, se levantó mientras decía:
—Quédate con el puto mando.
Apenas pudo reaccionar mientras veía a su hermano yéndose, casi a la carrera, del salón.
Calma tensa, y corta
Se evitaron durante unos días. Días en las que no hubo gritos, ni peleas, ni forcejeos. Incluso los padres, cuando venían los fines de semana, parecían estar satisfecho con el cambio de actitud de sus hijos. Como todas las cosas buenas, la calma fue transitoria.
—¿Quieres salir? ¿No ves que me estoy arreglando? —ordenó su hermana mientras miraba como le quedaba un nuevo sujetador en el espejo del baño.
—Necesito peinarme, yo también he quedado.
—Pues ve al otro lavabo.
—¡Vamos! ¡Sabes perfectamente que no han puesto el espejo nuevo aún!
—¿Y qué? Ni que te arreglaras mucho. Marquitos…no hay nada que hacer y lo sabes.
—Eres una cabrona —dijo el mellizo algo resignado—. Tú tienes espejo en la habitación, no necesitas este.
Dos espejos, dos personas. La solución parecía fácil, obvia. Pero a los hermanos no se lo pareció.
—Ahora termino y te dedicas a arreglar ese nido de pájaros que tienes por pelo si quieres.
—Llegaré tarde —insistió el mellizo.
—Tranquilo, seguro que los pajilleros de tus amigos te perdonarán.
—¡¡Eres una cabrona!! —estalló Marcos—. ¡Para ya de mirarte las tetas y deja de dar por el saco como siempre!
Desde “el incidente” no estaba para bromas. No le divertían las discusiones y sentía que tenía incluso una intensa rabia interior. Blanca se percató del desmesurado enfado del hermano, pero fue incapaz de aflojar.
—Quizás no quieres que me vaya. A lo mejor has venido porque eres tú el que quiere mirarme las tetas.
Su voz fue sosegada, no así la respuesta del hermano:
—¡¿Qué?! ¡¿De qué mierda te crees que estás hablando?!
A la hermana le intimidó un poco el tono, pero se obligó a no desviar la vista del espejo y contestar, nuevamente, con tranquilidad:
—El otro día no pareció que me vieras tan vaca…
Marcos perdió el control, agarró del pelo a su hermana y dándole la vuelta le dijo con voz realmente intimidante:
—Mira niñata engreída de mierda, te aseguro que lo del otro día no fue más que una reacción biológica. Ni que fueras la única mujer de la Tierra. Ni que no fuéramos familia o la única oportunidad que tuviera la humanidad para perpetuar la especie fuéramos tú y yo me fijaría en tu cuerpo de giganta, ¿me entiendes?
A Blanca le dolía la raíz del pelo, el cuero cabelludo y casi el orgullo, pero sin embargo notó algo extraño en aquella demostración de fuerza primitiva. Por un momento pensó que ojalá su último novio, Bruno, supiera tratarla así.
—Suéltame ahora mismo, psicópata —susurró ella.
El hermano obedeció en el acto, volviendo en sí y preocupándose por aquella exagerada reacción. Segundos después se encerró en su cuarto, asustado de sí mismo.
Nocturnidad sí, pero no alevosía
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Los siguientes dos días parecieron semanas. Blanca le daba vueltas a lo sucedido mientras que a Marcos le mataba la mala conciencia. Sus ojeras empezaban a ser profundas y sentía que no podía seguir viviendo así. Aquella noche daba vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño cuando oyó que su hermana llegó a casa. Eran más de las dos de la madrugada. Un horario poco habitual en ella entre semana. Desde el colchón pudo oírla como entraba en el baño, para cambiarse y desmaquillarse. Esperó un tiempo prudencial hasta cerciorarse de que ya se encontraba en su habitación cuando decidió, en un acto de coraje, ir en su en encuentro.
—¿Blanca? —preguntó tímido desde la puerta.
—Déjame en paz —contestó ella desde la cama, sin verle por culpa de la oscuridad.
El mellizo enseguida pudo notar en su tono de voz que algo no iba bien y decidió no hacerle caso. Se acercó casi a hurtadillas mientras insistía:
—Blanca, ¿estás bien? Necesito hablar contigo.
—¡Qué me dejes! —ordenó cerca del llanto.
El hermano siguió avanzando hasta sentarse en el borde de la cama. Dejó que sus ojos se acostumbraran un poco a la oscuridad hasta que pudo ver como ella estaba tumbada de espaldas a él, con la cara pegada a la pared.
—¿Es por lo del otro día? Te juro que yo no quería…
—No, Marcos, ¡No! No todo tiene que ver contigo, ¿vale? Me importas una mierda a ver si te enteras.
—Joder, tía, he venido en son de paz.
Hubo un silencio hasta que Blanca se dio la vuelta, quedándose tumbada con la cabeza mirando al techo.
—Lo he dejado con Bruno, eso es todo.
—¿Quién es Bruno? —preguntó Marcos realmente despistado.
—Mi novio Marcos, joder. En serio, es que no te importa nada.
—¿Cómo lo voy a saber si no me lo cuentas?
Los dos se dieron cuenta de que el tono subía, como siempre, pero esta vez decidieron relajarse.
—Le he dejado yo. No sé, no estábamos bien, es difícil de explicar.
—Entonces, ¿por qué estás tan triste?
—Llevábamos seis meses, ¿vale? Que no nos fuera bien no significa que no tenga corazón.
—Vale, vale, tranquila. Perdona. Oye…yo solo quería que habláramos un momento.
La hermana se acomodó más cerca de la pared, como invitándole a que se tumbara junto a ella. Él así lo hizo, probablemente aquella escena no se repetía desde que tenían cinco o seis años.
—Solo quería disculparme. Te juro que no quería hacerte daño, sabes que nunca te lo haría. Eres peor que un grano en el culo —bromeó él—. Pero hay límites.
La oscuridad evitó que Marcos percibiera una ligera sonrisa en el rostro de su hermana.
—Está olvidado. Solo me agarraste del pelo, no es para tanto. Una riña entre hermanos.
—De acuerdo, gracias —terminó él, sorprendido de la repentina comprensión de su melliza.
—¿Hay algo más de lo que quieras hablar? —preguntó ella.
A Marcos le dio miedo que se refiriera al incidente del mando a distancia, así que decidió evitar el tema.
—La verdad es que me gustaría que nos lleváramos mejor. Es muy cansado estar siempre a la gresca.
—¿Significa eso que vas a dejar de decirme foca, morsa, vaca, giganta, y que vas a dejar de compararme con cualquier personaje marimacho que te venga a la cabeza?
—Joder hermanita, sabes mejor que nadie que eso son chorradas para picar. Lo haré siempre que tú dejes de llamarme inútil, fumeta, pordiosero y zarrapastroso.
—Prometo que lo intentaré —afirmó Blanca casi feliz por ese momento entre hermanos—. ¿Quieres contarme algo más?
—Nada, que el tal Bruno se lo pierde. Debería haberte cuidad mejor.
Blanca respiró profundamente, no por hartazgo, sino por mera reflexión interior.
—La verdad es que el pobre desgraciado no ha hecho nada malo, el problema es mío. No sé, es como un pusilánime.
—¿No será que eres muy exigente? A todo el mundo le ves fallos —preguntó Marcos con cierto medio a desatar a la bestia.
—No, qué va. Es educado, simpático, inteligente, guapo…es solo que no me llena. De verdad, no sé cómo explicarlo. Pero oye, para de interrogarme, ¿y tú? ¿No tienes a nadie por allí?
—Que va, a nadie. A nadie desde hace casi un año.
—¡¿Un año?! Ahora lo entiendo todo.
El hermano volvió a tensarse, notó como sus músculos parecían piedras debajo del pijama.
—¿A qué te refieres? —preguntó en un hilo de voz.
Blanca enseguida percibió su incomodidad y decidió ser lo más “diplomática” posible.
—Que los tíos sois como sois. Con un año de abstinencia seríais capaces de follaros hasta a vuestro perro.
—¿Ah sí? ¿Y vosotras no? —se defendió él.
—No lo sé, nunca me ha pasado —respondió ella con cierta maldad.
Los dos callaron, empezando un nuevo y prolongado silencio. Cuando el hermano estaba a punto de levantarse de la cama y despedirse Blanca le sorprendió con una nueva pregunta:
—Entonces…¿lo del otro día fue porque vas más caliente que un volcán? ¿No es que me veas atractiva?
—¡Joder tía! ¿A qué viene eso? Somos hermanos eh. Ya sabes que a los chicos nos puede pasar simplemente con rozarnos con una tabla de planchar. Eso es todo.
La melliza nunca había visto a su hermano tan frágil y se sintió juguetona. Recordó también lo sucedido con Bruno horas atrás. Cuando estaban en su casa dispuestos a follar y ella se dio cuenta de que siempre era igual. Igual de aburrido. Igual de soso. Igual de poco placentero. Se imaginó a su novio corriéndose a los cinco minutos y a ella teniéndose que terminar sola con los dedos mientras este la animaba con patosas caricias. Fue ese el momento en el que decidió cortar con él.
—Sí ya, de acuerdo. Entonces no te gusto, ¿no? Estirado aquí conmigo y yo vestida solo con un camisón y braguitas no sientes nada.
—¡¡¿Pero qué dices?!!
—Tranquilo hermano, solo pregunto. No sé, creo que tengo unas buenas tetas, eso es todo. Si empezamos a contarnos las cosas tenemos que ser sinceros el uno con el otro.
—¡¡Blanca, joder!!
—Vale, vale, no te mosquees. Una última pregunta, ¿puedo?
—Una más y me piro —concedió él, sudando.
Lo que no advirtió la hermana es que la pregunta iba acompañada de una acción. Se giró hacia él y puso su mano delicadamente encima de su pijama, acariciando con suavidad su ingle por encima de la ropa y avanzando, milímetro a milímetro, en dirección a su falo.
—Es que no me ha quedado muy claro Marquitos, tengo dudas. ¿Si yo hago esto te excitas porque simplemente eres un hombre y es una reacción natural? ¿O por el contrario no sientes nada porque soy tu hermana y no te gusto nada, bla bla bla?
No pudo responder, tan solo respirar profundamente. Notó como los dedos de la melliza seguían su camino hasta llegar a su miembro que, desde hacía unos segundos, estaba en estado de medio-erección. La hermana siguió acariciándolo, incluso agarrándoselo a través de la ropa.
—Vaya, vaya. Parece que a tu amiguito le importa una mierda el parentesco.
Tragó saliva mientras que su pene siguió creciendo hasta parecer estar a punto de explotar. Blanca agarró la goma del pijama y se lo bajó, liberando aquella fuerza de la naturaleza, dura y desatendida durante demasiado tiempo.
—Shhh, ya no hace falta que respondas Marquitos. No te preocupes, no te dejaré así.
Le agarró el órgano viril y comenzó a masturbarle, lenta pero profundamente, bajando y subiendo la piel con una cadencia exacta. Notó el primer líquido pre-seminal apareciendo en el glande y decidió aumentar un poco el ritmo.
—Mmm.
—Definitivamente sí, creo que te alegras de esto —afirmó la melliza con voz queda sin dejar de acariciarle.
—Mmm, mmm.
La paja siguió placentera como pocas. Marcos notaba un morbo especial y también que su instrumento estaba en manos expertas mientras que su hermana seguía con complaciéndolo. Por un momento se olvidó de todo y se centró solo en disfrutar. Creía que la escena no podía mejorar hasta que su hermana le susurró:
—Puedes tocarme las tetas de gorda vaca si quieres mientras sigo con lo mío.
Ni se lo pensó, sus manos se lanzaron a aquel par de melones como liberadas después de años de inactividad, magreándole los pechos como si fueran los primeros que le daban permiso para jugar con ellos.
—Mmm, ohh, ohh.
Siguió sobándole los senos mientras ella le pajeaba. Pensó en atacar también a sus generosos pero fibrosos glúteos pero le dio miedo cometer un error. Hacer algo prohibido.
—Mmm, mmm, mmm, sí, síii.
Finalmente eyaculó, experimentando un espectacular orgasmo mientras expulsaba chorros de semen a la vez que apretujaba las mejores tetas que habían pasado nunca por su tacto.
—¡¡Ahh!!, ¡¡ahh!!, ¡¡ohh!!, síii, mmm, ¡mmm!, ¡¡mmm!!
Quedó exhausto, casi aturdido. Recuperando el aliento mientras que su melliza le decía:
—Ahora, por lo menos, sé un buen chico y ve a buscar una toallita limpia.
¡Ayúdame!
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Pasó otra semana. Los mellizos se evitaban un poco pero a la hora de tener que interactuar el trato era más cordial que nunca. Nuevamente los padres pensaron que haberse ido a vivir a Barcelona había sido una bendición. Marcos se sentía especialmente incómodo mientras que Blanca se divertía provocándole un poco. Nunca se había paseado tanto por casa en ropa interior, pero el hermano se hizo el despistado durante días. El mellizo se cambiaba en su habitación cuando entró su hermana:
—Vaya, vaya. No estás mal teniendo en cuenta que no haces nunca ejercicio. Pareces fuerte y todo —dijo ella al sorprenderle solo en calzoncillos.
—¡Joder Blanca!, ¿llama antes de entrar no? Me estoy cambiando.
—Tranquilo Marquitos, no seas tímido que somos hermanos. ¿Por qué te vistes a estas horas? Es casi la hora de cenar.
—Vienen los chicos un rato, pillaremos unas pizzas veremos la nueva peli de Eli Roth.
—¿Otra de esas mierdas gores?
Marcos prefirió no contestar, evitaba el enfrentamiento a toda costa. La hermana lo observó un rato más desde la puerta hasta que decidió acercarse. Le acarició la espalda mientras preguntaba:
—¿Y no se te ocurre ningún plan mejor que este?
—No sé a qué te refieres —respondió un poco violentado por la situación.
La melliza siguió recorriendo su cuerpo estático, inmóvil, ahora por sus pectorales y bajando hasta llegar al vientre. No se detuvo, siguiendo su camino hasta llegar a la ropa interior del hermano y acariciándole por encima.
—Podrías llamar a alguna amiguita, o simplemente cancelar el plan con tus amigos.
—Blanca, ¿qué coño haces?
Ella siguió frotándole las partes por encima de la ropa mientras le susurraba al oído:
—Seguro que nos lo pasaremos mejor, ¿no crees?
Enseguida notó como su miembro empezaba a reaccionar pero estaba mentalizado de que lo que había pasado la semana pasada nunca volvería a repetirse. Le aparto la mano con autoridad y separándose de ella sentenció:
—Sal de mi habitación, por favor.
—Joder hermanito no seas egoísta, yo te ayudé a ti el otro día, me debes un favor —suplicó Blanca acercándose nuevamente a él.
—¡Que no joder! ¿Qué te pasa? ¿Estás loca?
Ni siquiera subir la voz hizo que la hermana se rindiera, le empujó contra la pared y agarrándole el falo por encima del bóxer le dijo:
—¡No seas crío! ¡Me lo debes! ¡Ayúdame un momento aunque sea!
Marcos le cogió de los brazos y la separó por última vez, sin soltarla la llevó hasta la puerta y la sacó al pasillo.
—¡Sal de aquí! Si estás cachonda vete de fiesta o llama a tu ex —sentenció pegando un portazo.
Pasaron un par de horas en la que Marcos, Edu y Bosco compartieron pizzas, cervezas y algún que otro porro en el salón. La película había quedado a un segundo plano y ahora el anfitrión se había animado a coger la guitarra y tocar algunos acordes. Under the bridge de los Red Hot Chili Peppers fue la escogida, deleitando a sus amigos con una melodía más pensada para bajo que para guitarra española, pero que con su voz lograba una versión aún más intimista.
Sometimes I feel
Like I don’t have a partner
Sometimes I feel
Like my only friend
Is the city I live in
The city of angels
Lonely as I am
Together we cry
Seguían con su pequeña fiesta particular cuando Blanca apareció en el salón, vestida con un pequeño bikini y bromeando:
—Qué chicos, ¿os traigo unas velitas?
El hermano dejó de cantar pero no de tocar, rezando internamente para que la melliza se diera la vuelta y volviese por dónde había venido. Pero no hubo suerte. Los amigos se quedaron con los ojos como platos, recreándose con las curvas y su excelente cuerpo. Se dieron cuenta además de que su pecaminosa figura iba acompañada de una cara bonita, con grandes ojos marrones y rasgos armónicos.
—Perdonad que os moleste chicos, vengo en son de paz. Necesito una opinión experta. ¿Me queda bien este bikini?
Este era bastante sugerente, con una braga normal, no de esas tan finas estilo brasileño, pero con la parte de arriba especialmente pequeña. Tan solo un par de triangulitos de tela unidos por finas tiras que apenas podían tapar su generosísimo busto.
—Te queda de puta madre —dijo Edu.
—De puta madre —repitió Bosco al borde del colapso.
—Bueno, tú ya me viste el otro día —dijo señalando a Bosco— así que para ti no es una novedad. Me quedo con la opinión de tu amigo.
Blanca Ni siquiera sabía el nombre de los amigos de su hermano. Tampoco le importaba en absoluto lo que pudieran opinar sobre ella. Simplemente quería jugar, provocar un poco. Molestar a su querido hermano.
—¿Se puede saber qué haces en el salón medio desnuda? —preguntó Marcos dejando definitivamente la guitarra a un lado.
—Nada, probándome la ropa de verano.
—¿Bikinis en noviembre? ¿En serio? —insistió él.
—¡Eh! Yo me pruebo la ropa cuando me da la gana. Además a tus amigos no parece importarles, ¿verdad? No hace falta que opines si no quieres.
El hermano dejó los ojos en blanco en señal de paciencia mientras que la melliza empezaba a dar vueltas sobre sí misma y seguía con las preguntas:
—Entonces…¿no me hace el culo gordo? —Consultó poniéndose en pompa y agarrándose la goma de la parte inferior del traje de baño.
—Para nada —afirmó con rotundidad Edu.
—Te queda genial —añadió Bosco en un acto de valentía.
Blanca se puso frente a ellos agarrándose los pechos con fuerza, haciéndolos incluso votar mientras seguía:
—¿Y las tetas? ¿No se ve un poco descarado? Parece que se me vayan a salir y se me marcan los pezones.
Los amigos seguían disfrutando de esa fantasía erótica hecha realidad cuando finalmente Marcos se levantó del sofá, agarró a su hermana del brazo con fuerza y la llevó directamente, casi a rastras, hasta el pasillo que daba al resto de la casa.
—¿A qué coño juegas? —le preguntó al oído en voz baja pero dominante.
—Nada, si a ti no te gusto solo quería saber si a tus amiguitos sí. No parece que les haya importado mi desfile.
—¿Estás perdiendo la cabeza? —le dijo apretándole aún más el brazo.
Ella sintió una excitación que jamás había experimentado. Si ese día ya se había despertado especialmente gamberra el trato autoritario del hermano la estaba poniendo a mil. Sabía que en cualquier momento terminaría todo y decidió seguir provocándole:
—La estarás perdiendo tú. Eres tú el que me llenó la cama de leche el otro día, y no parecía que estuvieras a disgusto.
Marcos la soltó momentáneamente para agarrarla por los hombros y zarandeándola le ordenó:
—Déjame en paz puta lunática de mierda. ¡Olvídame!
Sin añadir ni una palabra más la dejó en el pasillo y volvió junto a sus amigos, abochornado por la situación y también furioso. Blanca fue a su habitación y se tumbó sobre la cama. Introdujo su mano por dentro de la braga del bikini y se masturbó de la manera más salvaje que pudo, alcanzando uno de los mejores orgasmos de su vida.
…se desean
Esa noche Marcos apenas pudo dormir. Un montón de sensaciones, muchas de ellas contradictorias, le tuvieron en vela. Por la mañana fue a la cocina a desayunar y despejarse un poco. Decidió ir completamente desnudo. Pensó que en caso de encontrarse con su hermana probaría de su propia medicina. Sentado en la mesa de la cocina con un par de tostadas vio como Blanca entraba sin reparar ni siquiera en su presencia. Llevaba el cesto de la ropa sucia en y se dedicó a poner una lavadora con la intención de poder tenderla antes de ir a la universidad. Apenas eran las siete de la mañana.
El chico se quedó sin hambre al momento. El poco apetito que tenía se desvaneció al observar a su hermana en pompa, vestida solo con un culote azul clarito y una camiseta blanca anudada a la cintura, colocando las prendas en la lavadora. Se quedó obnubilado mirando sus piernas, firmes y tersas. Su trasero redondo y respingón, con nalgas que parecían esculpidas en piedra. Como si fuera un autómata se levantó y avanzó a hurtadillas hacia ella. Devorándola con la mirada mientras que con una mano estimulaba su miembro. Llegó hasta su posición y presionó su erecto falo directamente contra el fino culote.
—¿Eso es lo que querías? ¿Ponerme cachondo? —le preguntó mientras que la hermana se quedaba completamente inmóvil.
—¿Te gusta provocarme, es eso? —insistió el mellizo mientras que Blanca se ponía en pie y se daba la vuelta.
Le miró a los ojos. Ojos enormes, marrones y profundos. Estaban tan cerca que pudo notar sus pechos presionados contra el cuerpo del hermano y su pene, excitado, clavado contra su ropa interior.
—Lo que quiero es que me folles como a una perra. Que me trates como a una puta y me domines como si fuera tu esclava. ¿Puedes?
El miembro de Marcos respondió antes que él, moviéndose en un espasmo como si tuviera vida propia.
—¿Eso es lo que quieres?
—¡Eso es lo que necesito!
Marcos le cogió del pelo y le dio la vuelta con brusquedad. Apoyó su cuerpo contra la encimera de la cocina y desde detrás le agarró los pechos con fuerza por encima de la camiseta, sobándoselos casi con violencia.
—Así que eres una puta, ¡¿eh?!
—Soy tu puta.
Seguía magreándole los pechos mientras que su falo recorría su espectacular trasero. Le bajó la ropa interior hasta los pies y se la quitó, le abrió ligeramente las piernas y comenzó a estimularle el clítoris con los dedos, colando la mano entre su cuerpo y el mueble.
—¿Te gusta?
—No preguntes, ¡ordena!
Los gemidos y la voz entrecortada de Blanca respondían por si solos a la pregunta. El hermano siguió metiéndole mano mientras ordenaba:
—Quítate la camiseta.
La melliza obedeció, quedándose completamente desnuda y apoyando sus enormes pechos sobre el frio mármol de la encimera. Marcos sentía que era demasiada hembra para él, pero también sabía que aquella era una oportunidad única que no iba a desaprovechar. Le agarró de las caderas, colocó el glande en la entrada de su vagina y la penetró hasta lo más hondo. Con fuerza pero sin dificultad.
—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ohhh!!
Mientras empezaba a moverse hacia delante y hacia atrás no perdía momento en manosearle los senos, el clítoris o incluso tirarle del pelo. Acción última que la hermana parecía recibir con auténtica excitación.
—¡Muévete puta!
—¡¡Ahh!!, ¡¡ahh!!, ¡¡ohh!!, síii, mmm, ¡mmm!, ¡¡mmm!!
Siguió penetrándola, cada vez con más fuerza. La embestía con tanta fuerza que ella tenía que ponerse de puntillas para no perder el equilibrio. Notaba sus testículos rebotar contra sus glúteos.
—¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡Ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡ohhh!!
—Eres una auténtica zorra, ¡guarra!
Marcos intercalaba acometidas con insultos y Blanca recibía estos como si fueran casi tan placenteros como sentir a su hermano dentro. Todo iba a pedir de boca hasta que el hermano se dio cuenta de que estaba demasiado excitado, casi a punto de correrse. Decidió intentar alargarlo un poco más y sin previo aviso retiró su falo. Le dio la vuelta y antes de que la hermana pudiera preguntar le agarró del cuello y la puso de rodillas sobre el suelo.
—¡Chúpamela!
La melliza obedeció, agarrándole el órgano viril por la base y colocándose el glande en la boca. Lamiéndolo con suavidad. Él se excitó aún más al ver por primera vez que la hermana llevaba el pubis rasurado en forma de triangulito. También por la nueva perspectiva, deleitándose con su increíble escote mientras seguía con la felación.
—Despacito, con suavidad —mandaba mientras le agarraba nuevamente del pelo para marcar el compás.
Con eso pretendía romper el ritmo, pero Blanca la mamaba de una manera tan placentera que tuvo claro enseguida que el efecto sería relativo. Apenas había cogido velocidad cuando volvió a cortarla:
—Ponte de pie.
Cumplió al instante ella. Marcos la agarró por el culo y la empotró contra el mueble de la cocina. Manteniendo sus piernas en suspensión, en un esfuerzo físico titánico y la penetró nuevamente ensartándola contra la encimera.
—Pronto notarás como me corro dentro de ti, ¡puta!
La melliza casi se corrió al oír eso. Notar la fuerza de su hermano, su decisión. Verse follada con violencia contra el armario era lo que llevaba toda la vida buscando. Las embestidas fueron duras y profundas. Marcos podía ver como los pechos de su hermana botaban en el aire con cada una hasta que, sin poder evitarlo, se derramó en su interior.
—¡¡¡Ohhh síii!!!, ¡¡ohh!!, mmm, ¡¡ohh!!. Córrete. ¡Córrete perra! Mmm.
Incluso en eso fue obediente Blanca. Alcanzando el orgasmo en el mismo momento en el que notó la simiente del mellizo dentro. Teniendo ambos un brutal orgasmo para después caer sobre el suelo como si fueran peso muerto. Ninguno de los dos pudo hablar en un rato hasta que Marcos consiguió decir entre dientes:
—Estamos en paz…zorra…
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