Abrí los ojos. No podía enfocar imágenes por la cegadora luz que venía de no sé dónde. Además, el mareo que pululaba en mi cabeza no es que ayudara en lo más mínimo. Me notaba sucio, con humedad en mi espalda que sería de mi propio sudor, con la boca con la sensación de haber devorado una caja de arena… seca, estropajosa. Oía un murmullo de ruidos. Sonidos difusos que se iban aclarando con el paso del tiempo, familiares.
Cuando reconocí las voces que me llamaban y pude acostumbrarme a la luz vi a mi madre que me miraba con los ojos arrasados en lágrimas. A su lado mi hermana con aún peor cara que mi madre y detrás, con cara de preocupación, mi padre. También puede reconocer la estancia en la que me encontraba, estancia que, a todas luces, era o una habitación de hospital o un box de urgencias. Sobre mí un tubo metálico con reguladores de oxígeno, conectores varios y pulsadores de llamada. También en ese momento supe el motivo de mi estancia allí. Mis ojos empezaron a desbordarse y tuve que girar la cabeza hacia donde no estaba ninguno de ellos, incapaz de aguantar su mirada. Había fallado. No conseguí mi objetivo de terminar con mi agonía y, seguramente, mi familia tendría ahora más sufrimiento por mi culpa del que sabía que hubieran podido tener.
Un motivo más para no querer seguir viviendo…
* * * * * * * * * Meses atrás…
Hola. Soy Jorge y soy un chico de veinte años de edad y bastante corriente. Ni alto ni bajo, ni feo ni guapo, ni delgado ni gordo, ni listo ni tonto… Vamos, la mediocridad más representativa. Lo que en términos bonitos se suele decir un chico normal. Vivo en un barrio medio de un pueblo medio de la periferia de Madrid. Estudio con bastante esfuerzo para llegar a ser un ingeniero técnico industrial. Me chifla la tecnología, los “gatches” electrónicos, los ordenadores,… Como no soy ninguna lumbrera no pude optar a estudiar para teleco (ingeniero de telecomunicaciones) aunque espero poder especializarme dentro de mi carrera en lo más parecido a esta carrera. No suelo suspender mucho pero las buenas notas son igual de escasas que los suspensos. ¿Se puede ser más normal?
Mi familia la componen cuatro miembros. Mi padre, de nombre Luis, que es taxista. Gracias a su esfuerzo siempre hemos tenido las comodidades más corrientes cubiertas. Ahora el pobre, por la crisis, tiene que echar más horas para traer un buen sueldo a casa pero nos vamos apañando. Luego está mi madre, Cristina, que se encarga en exclusiva de las tareas del hogar. Gracias a su esfuerzo, el resto de la familia puede desentenderse de la casa y centrarse en sus respectivas tareas, aunque eso no impide que la ayudemos cuando podemos. Mis padres tienen ambos 44 años y tienen el aspecto más corriente para su edad y estilo de vida. Voy a describirles.
Mi madre de cara es muy guapa, rubia de bote para tapar las canas que ya la están saliendo y con unos ojos preciosos de color miel. Debido a los dos partos y un aborto avanzado que tuvo, su cuerpo tiene las marcas características del hecho: caderas anchas, pechos grandes y un poco caídos (lo sé porque mi madre no se corta en hacer topless en la playa), culo y muslos fuertes, que no gordos, y con pequeños inicios de celulitis. Esto sumado a su baja estatura (no llega al metro sesenta) la hace aparentar más rechonchita de lo que de verdad es. Para mí, personalmente, me parece la más guapa de todas las amigas suyas y de las conocidas del barrio. Además que su carácter abierto y alegre la hace ser muy querida por todas las personas conocidas.
Mi padre es más como yo. Moreno de pelo abundante y sin canas, y con los ojos de color azul verdoso (una de las cosas que enamoró a mi madre). Tampoco tiene arrugas en la cara al igual que mi madre pero sí que le delata la barriguita cervecera que tiene, producto de la falta de actividad física y el continuo picoteo que hace en las horas de aburrimiento del taxi. No es que esté gordo porque apenas tiene un sobrepeso de algo más de diez quilos. Lo que le pasa es que se le quedan todos en el flotador lo que hace que tenga que usar camisas más grandes que le hacen parecer aún más gordo. De carácter es algo menos extrovertido que mi madre pero también es muy afable y buen conversador (¿horas de charla en el taxi?) aunque cuando le sale la mala leche… Como podéis ver nos tuvieron bastante jóvenes y me consta que todo sigue siendo igual entre ellos desde que empezaron a salir con los dieciséis recién cumplidos. Hay veces que incluso dan vergüenza ajena por cómo se comportan.
Luego está mi hermana Natalia (Nata para todo el mundo) y es… ¿cómo decirlo?, preciosa, cariñosa, inteligente, graciosa,… Es la chica que todo hombre busca para vivir y morir a su lado. Mide lo mismo que mi padre, es decir, algo más de metro setenta, de pelo castaño claro (o rubio oscuro, que con eso de los colores los hombres tenemos más problemas que ellas J), unos labios carnosos como los de Scarlett Johanson aunque más pequeños, ojos un poco rasgados de un hipnótico color verde y una figura estilizada pero con todo en su sitio y con “de todo, TODO”. Resumiendo, que me tengo que emplear a fondo cuando la tengo que ayudar a espantar a las miríadas de moscones que se arriman a ella. Con deciros que tenemos hasta un código de señas para tal fin… Por cierto, ella es once meses más pequeña que yo.
Y luego estoy yo. Como dije, veinte años, metro ochenta, robusto (no gordo), soy también castaño pero más oscuro que Nata y mis ojos son del tono miel de mi madre pero algo más oscuros. Las chicas me dicen que lo que más les gusta de mí es la carita de niño bueno que tengo por las posturas y gestos que pongo de forma natural y ayudado por la forma de mis ojos y cejas. Lo único que destaca de mí son mis fuertes músculos debidos al ejercicio que hago. Me gustan la natación, el baloncesto, el tenis y la bicicleta y procuro practicarlos todo lo más que puedo lo que ha hecho que, a pesar de todo lo que me meto para el cuerpo, no engorde aunque tampoco sea capaz de marcarlos por las ligeras chichillas que tengo y los tapan, aunque doy fe de que están ahí.
La relación entre Nata y yo es muy cercana porque nuestra poca diferencia de edad ha propiciado que desde siempre lo hayamos hecho todo juntos. El colegio, el instituto, la pandilla de amigos, campamentos de vacaciones, actividades extraescolares,… Todo. Como a diferencia de la mayoría de los hermanos, y más cuando son chico y chica, nunca hemos tenido enfrentamientos o gustos dispares hemos crecido siendo el uno la sombra del otro. Si se jugaba a las muñecas o a casitas, se saltaba a la comba o cualquier otro juego (mal dicho) “de chicas” yo lo hacía con ella. Si era fútbol, baloncesto, canicas, chapas,… ella lo hacía conmigo. Como tampoco era la única chica del grupo que lo hacía pues tampoco lo veíamos raro. Fijaros que estábamos tan juntos desde siempre y desde tan pequeños que si nos dicen que nuestra primera palabra fue el nombre del otro nos lo creeríamos.
Cuando empezamos a alborotarnos con las hormonas, cada uno de nosotros era el confidente del otro. Nunca hemos tenido entre nosotros ese pudor referente al sexo o a la distinción de sexos. No era extraño que nos contásemos nuestros avances en las relaciones con el otro género. Nuestros primeros toqueteos, besos, inquietudes, salidas de novios… Incluso no teníamos problemas en vernos en ropa interior o desnudos, aunque por respeto a la privacidad del otro procurábamos tener cuidado. También es cierto que, pese a no haber sentido nunca una clara atracción hacia el cuerpazo que apuntaba maneras de mi hermana, sí era consciente de cada uno de sus atributos femeninos y de la atracción que provocaría entre los chicos. Vi sus curvas redondearse, sus pechos transformarse desde unos montículos puntiagudos a un pecho curvo, erguido y desafiante a la gravedad, cómo sus piernas se estilizaban. En fin, que fui testigo directo de su completo desarrollo. Pero nunca tuve otros pensamientos hacia ella.
Nunca, hasta el día en que la pillé desnuda, follando con su novio, completamente desatada en el salón de casa. Se habían suspendido las dos últimas clases de un catedrático y salí hacia casa mucho antes. Además ese día tenía planeado quedar con unos compañeros en unas pistas de basket para echar un partidillo pero, como estaba un poco atrasado con los estudios, tuve que darles plantón e irme a casa a aprovechar la tarde. Al entrar por la puerta noté ciertos ruidos que, aunque al principio no reconocí, poco a poco ubiqué como los de un combate sexual. Nuestra casa tiene un pasillo que conecta todas las estancias y, aún siendo el salón la primera de todas, hay una puerta que conecta con la cocina desde la que se puede acceder también al resto de las habitaciones. Pasando por la cocina me dirigía a mi alcoba, pensando que ya la valía a mi hermana (porque tenía claro que no era mi madre) el arriesgarse a hacerlo ahí con el riesgo de que volviéramos mi madre o yo (mi padre solía venir entre las ocho o nueve de la noche y solía comer con conocidos del taxi) y la pilláramos en plena faena. Aunque mi madre hubiera salido, como tenía toda la pinta, muy claro debería haberlo visto. Iba un poco enfadado porque, para más INRI, el capullo con el que salía me caía igual de bien que un puntapié en donde la espalda pierde su casto nombre. Me giré con cuidado para asegurarme que no me vieran y fue lo peor que pude hacer en mi vida.
El capullo estaba en el sofá, sentado y mirando hacia la puerta donde yo me encontraba. Claro está que no me veía puesto que el cuerpo de mi hermana me tapaba. Nata estaba sentada sobre él, acuchillándose con la polla del imbécil. Éste la cogía con fuerza de las nalgas para dirigirla la velocidad y la fuerza con la que se follaba a mi hermana, un ritmo bastante alto que todo hay que decirlo. Veía de refilón los pechos de Nata saltando con cada embestida y el pelo, ligeramente humedecido en la zona de su cuello, moverse al ritmo de la danza sexual. Gemían cada vez que sus pelvis chocaban y la polla del gilipollas llegaba al fondo de mi hermana. Aunque tenía que haberme ido de allí y encerrarme en mi cuarto, algo me retenía estático en mi posición de voyeur.
– Uhmm, que culito tienes, zorrita mía.
– Uff… Mmm… No me llames… aahhh… zorrita, que no me… gustaaahh. –contestaba mi hermana al cretino.
– Argg, lo que tú digas pero… ¡Dios! ¡¡¡Cómo me follas, tía!!! Aggg…
Oír al estúpido llamar zorra a mi hermana me sentó como una patada en los huevos. ¿Cómo se puede llamar así a un ángel como ella? Es tan sacrílego como decir que Jesús es el Diablo. Aun así tuve que escuchar al baboso decir unas cuantas lindezas más a mi hermana y ella mostrar su disgusto por ello, eso sí, bastante tibiamente a mi forma de ver. Sé que hay gente que le gusta usar ese lenguaje en mitad del polvo y puede que se lo hubiera perdonado al cerdo ése, pero no es el caso porque muchas veces le había visto usar ese lenguaje con mi hermana y con referencia a otras chicas. Vamos, un perfecto Neanderthal en todo el espectro de la palabra.
Finalmente me encerré en mi habitación a estudiar, o a intentarlo al menos. En mi cabeza no dejaba de aparecer la imagen de Nata, botando y gimiendo durante el polvo. Milagrosamente sólo aparecía ella en mis pensamientos y no había rastro del soplapollas.
Tras un rato que no pude medir (pudieron ser 5 minutos o 60) dejé de oírles follar. Sí escuchaba a Nata decirle al pavo que no la gustaba que la llamara así mientras oía como éste pasaba de ella. Después de un tiempo de discusión noté un portazo en la puerta de la calle por lo que asumí que lo había mandado a la puta calle. Sentí a mi hermana hablando sola y el ruido del aseo mientras se estaba lavando e imagino que quitando los restos de lo que acababa de hacer. Y a continuación, silencio.
Poco después salí de mi cuarto encontrándome con mi hermana que casi vestida, a falta de la camiseta y con un sujetador de florecitas, recogía el salón para borrar el rastro de lo acontecido.
– Hola nena…
– ¡¡¡Coño!!! ¡Coque, que susto me has dado! –me llaman así en casa.
– Pues anda que tú a mí con tu grito…
– ¿Llevas mucho tiempo en casa? –me preguntó Nata, intentando claramente saber si me habría enterado de todo.
– Sólo un rato. –respondí escuetamente, no dándome por aludido. Pocas veces había ocultado algo a mi hermanita pero esta vez iba a ser una de ellas. No me apetecía hablar con ella del tema.
– Ah, vale. –respondió Nata aunque claramente no muy convencida.
Pasaron los días pero mi inquietud interior seguía por lo visto con mi hermana. Lo achacaba al mosqueo que tenía con el payaso del novio por cómo se refería a ella, por la desazón de ver a mi dulce Nata empalada hasta las entrañas en la verga del tío ése. Fue por ese entonces cuando empecé a ver a mi querida hermana como mujer, con una mirada menos filial y más sexual. Cientos de veces la había visto en formas suficientemente provocativas como para poner a tono a una manada de toros, pero no fue hasta ahora cuando algo cambió en mi cabeza, un fusible que saltó y me hizo verla distinta. Apetecible.
Mi cabeza era un puto hervidero de pensamientos. Excitación ante su magnífico cuerpo frente a los sentimientos de remordimiento al tratarse de mi hermana. Deseos de algo más, no sólo quererla como hermana sino para mí pero estando prohibido por nuestro estatus. Cada día era una lucha de sentimientos cada vez más intensa que empezó a notarse en el exterior.
Ahora, echando la vista hacia atrás, puedo decir que ese fue el momento en el que me empecé a interesar en mi hermana. Nata ya no era mi confidente, mi amiga, mi hermana… Nata era la misma mujer de siempre pero, para mí, había hecho metamorfosis. Ahora la veía como veía a mis amigas. Sólo que ellas perdían en todo con mi adorada Natalia. Ya no es el hecho de la belleza que es, no. Para mí trasciende a todo lo físico. Me encanta su manera de moverse; con gracia, sutil, elegante. Su forma de hablar, pausada, melosa y con un timbre de voz de que es capaz de subyugarte, de convencer al Diablo para vaya de visita al Cielo. Y esa forma de clavarte los ojos en los de los demás cuando habla, siempre atenta a la conversación…
De repente estaba más callado, más encerrado en mí mismo y mis pensamientos que con la gente que me rodeaba, incluida, claro está, mi familia. Extrañados de mi comportamiento me preguntaban pero yo me hacía el loco dando respuestas peregrinas como los estudios, movidas con algún conocido e incluso pensamientos que rondaban hacia alguna chica. Mis padres lo dieron por bueno puesto que tampoco había motivos para pensar otra cosa. Pero mi hermana no es mis padres. Ella sabía que había algo que me estaba torturando y que no la reconocía y esto sí que la mosqueaba y la jodía (cada vez era más claro que sabía que algo la ocultaba y que no quería decir). Y es que no estaba acostumbrada a que yo fuera esquivo con ella.
Al final, para evitar otros males, no tuve otra genial idea que hacerme el cabreado con ella y/o con el mundo. Empecé a ser más brusco en maneras, contestaciones, apariencia… Me hice huraño y protestón siendo incluso muy desagradable en ocasiones. Muy habitual buen humor se desvaneció y todos los que me conocían notaron el cambio a peor. Incluso hubo quien me empezó a rehuir.
Esa era mi fachada externa. La interna era peor.
Esto duró hasta que pasaron seis meses desde la pillada de mi hermana. El último punto de inflexión (y definitivo para mi salud mental) ocurrió cuando ya estábamos de vacaciones de nuestras carreras. Volvía yo a casa de madrugada después de haber estado bebiendo con los colegas (también subí el consumo de alcohol en un tonto intento de olvidarme de todo) y me encontré con la desagradable sorpresa de ver a mi hermana medio sentada en el portal y el cabrón del novio intentando meterle la polla en la boca. Había algo malo puesto que mi hermana no bebe casi nada (como mucho un cubata de Martini con limón o Malibú con zumo de piña) y tenía síntomas de estar muy borracha o que hubiera tomado “algo” (tema tabú para ella). Además, a pesar de su estado, estaba oponiendo una tenue resistencia debido a su estado.
Y se montó el lío. Cabreado como estaba siempre, sumando al cabreo de la situación más el “cariño” al desgraciado de su novio, me acerqué a él y le aparté de mi hermana con un violento empujón. El tío no tuvo otra ocurrencia que revolverse hacia mí y lanzarme un puñetazo que me llegó a medias, no haciendo ningún daño pero elevando al cubo mi genio. Le conseguí trincar cogiendo con mi mano derecha sus huevos y parte de la polla, empezando unas “suaves caricias” consistentes en cerrar mi puño con toda la fuerza de la que fui capaz procurando que no se me escaparan sus atributos de la misma. El dolorcillo debió ser cojonudo porque en muy poco tiempo se le puso la polla como la de un liliputiense mientras del dolor se encogía sobre mí, totalmente incapaz siquiera de pronunciar palabra. Me miraba con miedo puesto que tenía que tener un careto para echarme a comer aparte.
Cuando le solté le dije “Vete de aquí y como te vuelva a ver con mi hermana te corto la polla y te la meto por el culo” acercándome a Nata pero sin perder el contacto visual con él. Cuando hubo salido del portal me agaché para ver cómo se encontraba mi hermana. Ciertamente no le olía el aliento a alcohol por lo que me confirmé en mis sospechas de que el hijo de puta la hubiera colado algo para ponerla así. Estaba totalmente ida e intentó apartarme como si fuera el otro sin reconocerme. No me quedó otra que cogerla como un fardo al no colaborar y subirla a casa. Era un viernes y mis padres se habían ido a la casa de mi tío para pasar el fin de semana, un hermano de mi madre que tenía un chalecito en un pueblo de Toledo.
Mi dulce hermana hizo una gracia más. Debió sentarle mal lo que fuera, el caso es que vomitó y se puso la ropa perdida, librándome yo por poco. No me quedó otra que llevarla al baño, dejarla en ropa interior y lavarla. Todo esto a peso muerto porque ya se quedó grogui al aliviarse tras la vomitona. Tras acostarla arreglé todo el estropicio y me acosté. Seguía dormida al día siguiente cuando, tras levantarme y hacer la comida, salí con la bici a hacer una ruta larga entre los pueblos cercanos.
El sábado decidí no salir (estaba matado entre la noche anterior y la bici) y me quedé viendo un par de pelis en casa. La primera la vi pero en la segunda me quedé frito. Sobre la una de la mañana vino el terremoto Natalia. Me despertó de golpe y me preguntó de muy mala leche que qué era lo que le había hecho a su novio, que había cortado con ella y que, al pedirle explicaciones, sólo le dijo que no me aguantaba más y que me preguntase qué le haría si la volvía a ver con ella. Por la forma tan brusca de despertarme no tuve mejor idea que contárselo de iguales formas.
– ¡Ah! Pues nada, sólo que le cortaba la polla y se la metía por el culo. –la solté la bomba mientras que su mandíbula se descolgaba para, poco después, cerrarse de nuevo violentamente mientras su cara pasaba al color encarnado de furia.
– ¿Pero quién te crees que eres para meterte así en mi vida sin siquiera hablar conmigo? ¿Sabes que te has pasado quince pueblos, verdad?
– Pues la verdad es que no me he pasado. Por una casualidad, ¿me puedes decir que te pasó anoche? –vi como su cara cambiaba a la sorpresa.
– ¿Y eso a que viene ahora? No te quieras escaquear de… –no la dejé seguir con su diatriba. Sin saber el por qué exacto, mi cabreo había subido de forma exponencial.
– Pues es muy sencillo. Ayer me lo encontré en el portal intentando que se la mamaras como una guarra mientras no estabas en condiciones. ¿Recuerdas algo de cómo llegaste a casa o como te acostaste?
– ¿Qué? ¿Cómo? Ahora me dices que soy una guarra por chupársela a mi novio. –no tenía mucho sentido esa salida de tono. Si no hubiera estado tan alterado habría reconocido esa señal de mi hermana. Pero en mi estado del momento, la terminé de cagar y bien.
– No te digo que seas una guarra por chupar pollas. Lo que te digo es que el hijo puta ése te estaba tratando como a una guarra intentando casi forzarte a que se la mamaras. Y no has contestado a mi pregunta…
– ¡Fantástico! Ahora mi hermano me llama puta a la cara. Te metes en mi vida y me insultas.
– Te lo estás diciendo tú todo. Esas palabras no han salido de mi boca. Y te sigues saliendo por la tangente. Contesta ya, ¡COÑO! –la dije ya gritándola.
– ¿Qué quieres que te diga, joder? Ayer me encontré mal, mareada y me trajo a casa. Debí quedarme frita y me subió a casa.
– ¡Y una mierda! Te acosté yo después de desnudarte porque te echaste encima la pota, eso después de evitar que ese gilipollas te intentara violar y tuviera que mandarle al puto carajo. –dije volviendo a subir el tono.
– Pues no sé qué pasó, pero te sigo diciendo que te has pasado, idiota. Me lo tenías que haber dicho y yo le hubiera cortado las pelotas y así me habría ahorrado quedar como una gilipollas. –me dijo colérica.
– O sea, que lo que te preocupa es que has parecido gilipollas, no que te intentara forzar aprovechando que estabas ida perdida, ¿no? Vamos, que te da igual que se te hubiera tirado el cuerpo de bomberos, pero te jode parecer idiota. ¡Pues muy bien!
– ¿Pero me meto yo contigo, GILIPOLLAS? Se acabó. No te pienso aguantar más… ¡¡¡que te jodan!!!
– Pues procura no beber y así te enterarás cuando te jodan a ti. –ese último exabrupto terminó de rematar a Natalia. Intentó sacudirme un guantazo que esquivé por los pelos (que también hay que decirlo, porque como me hubiera calzado…) y totalmente colérica, con una voz cargada de rabia, me dijo “¡¡No me vuelvas a dirigir la palabra!!”. Tras esto se dio la vuelta y se marchó. Y ciertamente en todo el día no la dirigí la palabra, entre otras cosas porque nada más coincidir en alguna habitación, ella se esfumaba en el acto sin una palabra y con unas miradas que… brrrr.
Los días pasaban y el cabreo monumental de mi querida hermana perduraba. Aunque por fuera daba la fachada de “Me importa una mierda”, lo cierto es que lo estaba llevando fatal. Ya no sólo eran los sentimientos hacia mi hermana sino que la echaba de menos a ella, ¡qué coño! Que no se pueden quitar de un plumazo años y años de profundo roce y camaradería.
Cada día que pasaba me dolía más su cara de desdén, su indiferencia hacia mí, el muro que erigió con todo lo referente a mí. Y lo cierto es que no la podía culpar puesto que todo esto era cosa mía.
Y toqué fondo. Dejé de salir con todo el mundo. No podía ir con los amigos puesto que los míos eran los suyos y ya no podía evitar mirarla sin que se me aguaran los ojos. Adelgacé más de siete quilos en menos de dos meses. Mis ojos perdieron el brillo y unas enormes ojeras los decoraban al no poder tampoco descansar por las noches.
Mi madre intentaba por todos los medios averiguar qué era lo que me pasaba pero no soltaba prenda. Me quedaba callado sin saber que decirla. Claro que, cuando además veía a Nata mirarme también preocupada (el cabreo la iba remitiendo acorde a mi mal aspecto) mis lágrimas salían libremente, sin poder esconderlas. Como no, me llevaron al médico y éste me remitió a un psiquiatra que tampoco tuvo mayor fortuna puesto que, con él, también me cerré en banda. Sólo consiguieron que me recetara unas pastillas que sólo me tomaba cuando mis padres me las metían (casi literalmente) en la boca. Excepto estar más somnoliento, no cambió nada más.
Caminaba zombi, encerrado en los pensamientos hacia mi hermana, llamándome monstruo por estar enamorado de ella. Por desearla en todas las facetas: hermana, amiga, mujer, compañera,… pero sabiendo que era algo antinatural y socialmente condenable. Un círculo que se cerraba sobre mi mente, destruyendo todo lo positivo de ella y dejándome en la oscuridad.
Ya no tenía nada sentido. Los estudios de todas las cosas que me gustaban no me decían nada. No quería socializar con nadie puesto que, para mí, no había nadie imprescindible (salvo ella), no encontraba interés en vivir…
¡¡¡Eso era!!! ¿Para qué querer vivir así? Cada día que pasaba la acongoja que atenazaba mi corazón iba a más, cada día era peor que el anterior. A pesar de saber positivamente del dolor que iba a causar en mi familia, sabía que tarde o temprano lo acabarían superando. Mi padre se distraería con su taxi y era lo suficientemente fuerte para tirar de sí mismo y de mi madre, que sería posiblemente la que peor lo llevase (teniendo en cuenta, sobre todo, el tiempo que pasa sola en casa a pesar de las salidas con las amigas del barrio). A Natalia también la costaría, pero acabaría saliendo con algún chico, tarde o temprano, con la que formaría su propia vida y el recuerdo de su hermano quería en el pasado. No digo que no la fuera a doler, pero siempre se supera cuando tiene a una persona especial a tu lado y no me cabía la menor duda que ella conseguiría a ese hombre que bebería los vientos por ella y la cuidaría para siempre.
Yo no tendría esa oportunidad. Puede sonar melodramático pero era consciente que no encontraría a una persona que llenase el hueco de Nata… nunca se podría comparar ninguna a ella. Sería incluso injusto para la chica en cuestión que siempre la estuviera midiendo en comparación con mi hermana y no creo que nadie se lo merezca. Y sé positivamente que no soy persona de vivir solitariamente. La idea de no compartir mi vida con nadie me ha dado pavor desde siempre. Y en estos momentos, ése era el futuro que veía para mí.
Y no lo quería. Prefería desaparecer para siempre que sentirme así para siempre. Habrá que me tilde de cobarde y puede ser que tengan razón. Pero para aguantar así toda la vida se requiere una fortaleza que yo no tenía, tengo ni tendré.
Planeé mi suicidio. Deseché las muertes más violentas, pero no por mí sino por mi familia. El trago ya sería muy duro como para añadir una última imagen mía desagradable que perdurara en su recuerdo. Opté por una solución más “calmada”… sobredosis. Repasé mis opciones. Siempre podía agenciarme algún tipo de droga en cantidad suficiente para acabar con mi vida de una forma rápida. Pero siempre me he mantenido alejado de ese mundo y no conocía a nadie que me pudiera “indicar” cómo conseguirla.
Recordé que a mis padres les habían recetado varias cosas que podrían serme útiles. Mi madre a veces tenía problemas de sueño y la recetaron Lorazepam®, una especie de ansiolítico o algo así. A mi padre, por las horas en el taxi, conservaba varias cajas que me podrían valer también puesto que le habían recetado varios relajantes musculares hasta dar con uno idóneo. En total tenía casi dos cajas completas de relajantes y una caja de mi madre. Para potenciar el efecto (como decía algún prospecto de los fármacos) juntaría todo eso con una botella entera de ron que me bebería completa. Contaba que esto sería más que suficiente para provocarme alguna depresión cardiaca o un infarto cerebral o algo con desenlace fatal.
Esperé un par de semanas hasta un fin de semana en el que mis padres no estarían y mi hermana saldría hasta muy entrada la madrugada, momento en el que contaba que mi corazón hubiera parado ya de latir.
Y llegó el día. Mis padres quedaron con unos amigos, saliendo de casa a las siete de la tarde, y Natalia había empalmado una comida con unas amigas de la facultad y no vendría hasta la noche. El día propicio para mis tristes fines.
Me puse una música lenta en la mini cadena, saqué la botella de ron junto a todas las cajas de los fármacos. Sentándome en el suelo, justo enfrente de la mesita auxiliar del salón, comencé a sacar parsimoniosa y metódicamente todos los comprimidos de sus respectivos blisters. Acababa uno y me tomaba una copa de ron con un poco de hierbabuena y azúcar en el borde (sí… pensé que ya que me iba, lo haría al menos tomándome un buen copazo).
Según bajaba el nivel de la botella empecé a sentir los efectos del alcohol. Sólo que cogí la mona en plan llorera. Ni siquiera borracho me olvidaba de los motivos de toda aquella parafernalia que había montado. Cuanto más ron ingería, más lágrimas impedían mi visión y, a la par, más me costaba sacar las pastillas. Cuando por fin “liberé” todas las medicinas de su encierro y las junté en una montañita me dispuse hacer el número final. Como apenas quedaba medio vaso de ron de toda la botella, lo apuré de un trago y me fui (o mejor dicho, trastabillé) al mueble bar del cual tomé otra botella de whisky. Lo cogí aunque no me gusta porque no había otra cosa exceptuando una botella de Martini rojo de mi madre y otra de Malibú de Nata.
Rellené el vaso bien hasta arriba del licor, dejándolo en la mano izquierda, mientras con la mano derecha cogía todas las pastillas. Haciendo un brindis al cielo llevé mi mano a la boca en la que vertí todas las pastillas dando un trago largo al vaso de whisky hasta que su contenido consiguió deslizarlas todas a mi estómago.
Bueno, pues ya estaba hecho.
Como pude me levanté del suelo y fui a mi habitación por última vez. Cogí una foto en la que estaban todos mis familiares en la que, sobre todo, destacaba Natalia. Tomé también una nota que había escrito para despedirme de ellos y me marché hacia el salón, comprobando la dureza de todas las paredes y de los bordes de las puertas con las que me daba al ir de lado a lado. Me volví a sentar y dejé la foto delante de mí sobre la mesa, justo de después de besar cada una de las imágenes de ellos. Quería que lo último que viera antes de morir fueran mis padres y, sobre todo, Natalia. Esa mujer que, estando tan cerca de mí, siempre estaría tan lejos. Volví a leer la nota de mi despedida como pude porque ya casi ni era capaz de enfocar las imágenes y mucho menos las letras.
Papá, Mamá, Natalia…
Sólo quiero deciros que os quiero mucho, que os amo con todo mi ser y que siento muchísimo el dolor que sé que os voy a causar. Por favor, encontrad la forma de perdonarme algún día por mi egoísmo pero hay cosas que me oprimen de tal manera que no me dejan vivir, cosas que no puedo cambiar ni evitar.
Papá, cuida mucho de mamá y ayúdala a que lo supere. Por favor, no cambies. Siempre quise ser un hombre como tú. Mamá, quiero que sepas que ni tú ni nadie hubiera podido evitar esto. No te eches la culpa. Me has enseñado a amar y por eso te estaré siempre agradecido.
Nata, por favor, recuérdame con cariño. Busca a alguien que te complemente como lo hacen papá y mamá y sé muy feliz. Te lo desea tu hermano de todo corazón.
Os veré desde donde esté a partir de ahora. Os quiero.
Jorge
Después de leer mi carta de despedida, llorando, me recosté contra el asiento del sofá. Sentía una sensación muy vaga de todo lo que me rodeaba a mi alrededor. Me sentía como en una nube, adormecido. Me daba cuenta que debía ser la medicación haciendo efecto.
Al poco tiempo era ya incapaz de enfocar imágenes coherentes del mundo a mi alrededor. Sentía la cabeza ida, como cuando te bajas de una montaña rusa, pero con una sensación mucho más fuerte. Mis ojos se cerraban y, en medio de la oscuridad, pasaban imágenes por mi cabeza de forma aleatoria y sin sentido. Natalia y yo montados en una bici cuando éramos pequeños, sentados haciendo los deberes, jugando juntos, excursiones con nuestros padres por el campo,… Empecé a reír “a lo borracho”, sin sonidos porque no tenía ni fuerzas ya para emitirlos. Me sentía volando, soñando que era aire… oxígeno, nitrógeno y amor (como decía la canción de Mecano). Y mientras estaba flotando volvió a aparecer la imagen de mi Nata, que se acercaba a mí, llamándome. La veía insistir tanto que imaginé que la contestaba, a lo que ella no se daba cuenta mientras me seguía llamando y zarandeando. Y entonces la negrura me invadió y ya no recuerdo más…
* * * * * * * * *
Mis padres me hablaban con cariño, intentando sonsacarme el porqué de mi intento de suicidio. Yo casi no podía ni hablar, sólo lloraba y les pedía sin cesar que me perdonaran, que sentía mucho hacerles sufrir. Y vuelta a llorar. Mi hermana mientras tanto me miraba todo el rato, intentando ver mis ojos sin conseguirlo pues, a ella, no era capaz de aguantar la mirada.
Tras mucho insistir sin conseguir nada, llegó el cuadro médico que me atendía. Informaron a mis padres (yo estaba allí pero no contaba puesto que no aparentaba hacer caso) que los resultados de mis analíticas eran casi normales, que el lavado gástrico había limpiado lo que quedaba en mi cuerpo después de vomitar (cosa que no recordaba haber hecho) y que, a excepción de poner un poco de vitamina B12, no sería necesario ningún tratamiento adicional por parte de ellos, que sólo quedaría el tratamiento que me dispensase el psiquiatra que me iba a tratar.
Después de irse, me enteré por mis padres que Natalia me había salvado la vida, que si no llega a ser por ella que fue a casa antes de tiempo… Parece ser que me encontró tirado en el suelo, totalmente borracho pero que, al ver las pastillas (o mejor dicho, los blisters vacíos) sumado a lo raro que estaba últimamente fue consciente de lo que había intentado y que, casi inconsciente del todo, se había apañado en meterme los dedos hasta la garganta para hacerme vomitar la mezcla que tenía dentro de mí y llamar al 112.
Inconscientemente miré a mi hermana que me miraba aún de forma inquisitiva, seria y preocupada. Una vez más mis ojos se desbordaron y no puede aguantar su escrutadora mirada. No había conseguido matarme porque me había salvado la misma persona causante (sin saberlo) de mi sufrimiento. Esto me hizo sentirme aún más sucio por dentro.
Mis padres dejaron que descansara por órdenes de un sargento de enfermera que casi se podría decir que los echó. Sólo permitió que se quedara una persona que fue Natalia ya que consiguió hacer ceder a mi madre ante la promesa de dejarla a ella al día siguiente. Cuando se fueron Natalia se sentó en la silla junta a la cama y se puso a mirarme, sin distraerse de mí.
– Estoy bien. Vete a descansar que llevas desde ayer sin dormir y yo estoy bien. –la dije para ver si la convencía y me dejaba solo.
– Le he dicho a mamá que aquí estaría y sabes que siempre cumplo lo que digo.
– Eso no es del todo cierto. También dijiste que no querías saber nada más de mí, que no me volverías a dirigir la palabra y lo estás haciendo. Anda, déjalo y vete a descansar, que no van a dejar que me escape de aquí.
– ¡Claro! Eso fue antes que la vida de la familia se revolviera porque el idiota de mi hermano ha intentado quitarse la vida. ¿Se puede saber qué mierda tienes en la cabeza para haber llegado a eso? –me sorprendió un poco la agresividad de mi hermana en ese momento, sobre todo comparándola con la forma pasiva de interrogarme de mis padres.
– No quería revolver nada. Sólo… –no puede seguir. La voz se me quedó muda en la garganta y empecé de nuevo a sentir escozor en los ojos. ¿Quién fue el gilipollas que dijo que los hombres no lloran? Porque yo me estaba deshidratando de tanta llorera.
– ¡YA! Pues no sé qué es lo que esperabas. Quizás que no nos importara, que nos diera igual, o yo qué sé que narices tenías en la cabeza. Lo único que parece es que no te importamos para nada si crees que esto no nos iba afectar nada, ¿no crees?
– Pues claro que me importáis –dije con, incluso, demasiado ánimo. – Y sí que lo sabía pero ya… no aguanto… más…
Mi voz se fue difuminando poco a poco de nuevo. La emoción me embargaba y la presión de mi pecho subía. Y mi hermana parece que lo sabía porque no dejaba de machacarme, consciente de sobra que suelo irme de la lengua cuando me “emociono” en exceso.
– Pues entonces, ¿qué es? ¿Qué ya no quieres a papá y mamá? Porque no parece que pensaras en ellos…
– Pues claro que sí los quiero. Me han dado todo lo que soy y…
– Pues entonces es por mí… Está claro que ni me quieres ni te importo una mierda.
– ¡¡¡No!!! No puedo dejar de quererte aunque quiera y por eso yo… –ahí me di perfecta cuenta que había largado de más. Se me había escapado quizá por las ganas reales que tenía de decírselo a Nata, habiendo el subconsciente jugado en mi contra. Además, para terminar de rematarlo, empecé a ponerme rojo como la grana.
– ¿Y entonces es por el enfado que tenía contigo? Porque no queda otra explicación. No tienes novia con la que haber discutido, no sales con nadie de amigos, casi ni a clase. Porque estábamos enfadados, ¿te has querido matar? No me creo que seas tan imbécil para eso.
– ¡Pues claro que no! Quería olvidar y el enfado era un intento de olvidarme de que te qui… –una vez más, metedura de pata hasta el corvejón. Si es que cuando se es tonto, se es y punto.
– ¿Pero qué dices que no te entiendo nada? Que querías olvidarte de que me…
Por la cara que veía en mi hermana, Nata acababa de sumar dos más dos, dándole el consabido cuatro. Sus ojos debieron de cubrirse de nieve de lo que subió las cejas ante lo que acababa de descubrir. Balbuceaba “No, no puede…”, “Pe… pero”, y luego algo inconexo que no fui capaz de oír. Yo volví a llorar (¿pero aún me quedaban lágrimas?) e incapaz de aguantar más me arrebujé entre las sábanas de la cama y me tapé con ellas, como si eso me pudiera proteger de cualquier cosa. Nata debía estar desbordada porque la pedí que me dejara solo y, no sólo lo hizo, sino que se fue sin decir nada, algo que en ese momento agradecí
Cuando reconocí las voces que me llamaban y pude acostumbrarme a la luz vi a mi madre que me miraba con los ojos arrasados en lágrimas. A su lado mi hermana con aún peor cara que mi madre y detrás, con cara de preocupación, mi padre. También puede reconocer la estancia en la que me encontraba, estancia que, a todas luces, era o una habitación de hospital o un box de urgencias. Sobre mí un tubo metálico con reguladores de oxígeno, conectores varios y pulsadores de llamada. También en ese momento supe el motivo de mi estancia allí. Mis ojos empezaron a desbordarse y tuve que girar la cabeza hacia donde no estaba ninguno de ellos, incapaz de aguantar su mirada. Había fallado. No conseguí mi objetivo de terminar con mi agonía y, seguramente, mi familia tendría ahora más sufrimiento por mi culpa del que sabía que hubieran podido tener.
Un motivo más para no querer seguir viviendo…
* * * * * * * * * Meses atrás…
Hola. Soy Jorge y soy un chico de veinte años de edad y bastante corriente. Ni alto ni bajo, ni feo ni guapo, ni delgado ni gordo, ni listo ni tonto… Vamos, la mediocridad más representativa. Lo que en términos bonitos se suele decir un chico normal. Vivo en un barrio medio de un pueblo medio de la periferia de Madrid. Estudio con bastante esfuerzo para llegar a ser un ingeniero técnico industrial. Me chifla la tecnología, los “gatches” electrónicos, los ordenadores,… Como no soy ninguna lumbrera no pude optar a estudiar para teleco (ingeniero de telecomunicaciones) aunque espero poder especializarme dentro de mi carrera en lo más parecido a esta carrera. No suelo suspender mucho pero las buenas notas son igual de escasas que los suspensos. ¿Se puede ser más normal?
Mi familia la componen cuatro miembros. Mi padre, de nombre Luis, que es taxista. Gracias a su esfuerzo siempre hemos tenido las comodidades más corrientes cubiertas. Ahora el pobre, por la crisis, tiene que echar más horas para traer un buen sueldo a casa pero nos vamos apañando. Luego está mi madre, Cristina, que se encarga en exclusiva de las tareas del hogar. Gracias a su esfuerzo, el resto de la familia puede desentenderse de la casa y centrarse en sus respectivas tareas, aunque eso no impide que la ayudemos cuando podemos. Mis padres tienen ambos 44 años y tienen el aspecto más corriente para su edad y estilo de vida. Voy a describirles.
Mi madre de cara es muy guapa, rubia de bote para tapar las canas que ya la están saliendo y con unos ojos preciosos de color miel. Debido a los dos partos y un aborto avanzado que tuvo, su cuerpo tiene las marcas características del hecho: caderas anchas, pechos grandes y un poco caídos (lo sé porque mi madre no se corta en hacer topless en la playa), culo y muslos fuertes, que no gordos, y con pequeños inicios de celulitis. Esto sumado a su baja estatura (no llega al metro sesenta) la hace aparentar más rechonchita de lo que de verdad es. Para mí, personalmente, me parece la más guapa de todas las amigas suyas y de las conocidas del barrio. Además que su carácter abierto y alegre la hace ser muy querida por todas las personas conocidas.
Mi padre es más como yo. Moreno de pelo abundante y sin canas, y con los ojos de color azul verdoso (una de las cosas que enamoró a mi madre). Tampoco tiene arrugas en la cara al igual que mi madre pero sí que le delata la barriguita cervecera que tiene, producto de la falta de actividad física y el continuo picoteo que hace en las horas de aburrimiento del taxi. No es que esté gordo porque apenas tiene un sobrepeso de algo más de diez quilos. Lo que le pasa es que se le quedan todos en el flotador lo que hace que tenga que usar camisas más grandes que le hacen parecer aún más gordo. De carácter es algo menos extrovertido que mi madre pero también es muy afable y buen conversador (¿horas de charla en el taxi?) aunque cuando le sale la mala leche… Como podéis ver nos tuvieron bastante jóvenes y me consta que todo sigue siendo igual entre ellos desde que empezaron a salir con los dieciséis recién cumplidos. Hay veces que incluso dan vergüenza ajena por cómo se comportan.
Luego está mi hermana Natalia (Nata para todo el mundo) y es… ¿cómo decirlo?, preciosa, cariñosa, inteligente, graciosa,… Es la chica que todo hombre busca para vivir y morir a su lado. Mide lo mismo que mi padre, es decir, algo más de metro setenta, de pelo castaño claro (o rubio oscuro, que con eso de los colores los hombres tenemos más problemas que ellas J), unos labios carnosos como los de Scarlett Johanson aunque más pequeños, ojos un poco rasgados de un hipnótico color verde y una figura estilizada pero con todo en su sitio y con “de todo, TODO”. Resumiendo, que me tengo que emplear a fondo cuando la tengo que ayudar a espantar a las miríadas de moscones que se arriman a ella. Con deciros que tenemos hasta un código de señas para tal fin… Por cierto, ella es once meses más pequeña que yo.
Y luego estoy yo. Como dije, veinte años, metro ochenta, robusto (no gordo), soy también castaño pero más oscuro que Nata y mis ojos son del tono miel de mi madre pero algo más oscuros. Las chicas me dicen que lo que más les gusta de mí es la carita de niño bueno que tengo por las posturas y gestos que pongo de forma natural y ayudado por la forma de mis ojos y cejas. Lo único que destaca de mí son mis fuertes músculos debidos al ejercicio que hago. Me gustan la natación, el baloncesto, el tenis y la bicicleta y procuro practicarlos todo lo más que puedo lo que ha hecho que, a pesar de todo lo que me meto para el cuerpo, no engorde aunque tampoco sea capaz de marcarlos por las ligeras chichillas que tengo y los tapan, aunque doy fe de que están ahí.
La relación entre Nata y yo es muy cercana porque nuestra poca diferencia de edad ha propiciado que desde siempre lo hayamos hecho todo juntos. El colegio, el instituto, la pandilla de amigos, campamentos de vacaciones, actividades extraescolares,… Todo. Como a diferencia de la mayoría de los hermanos, y más cuando son chico y chica, nunca hemos tenido enfrentamientos o gustos dispares hemos crecido siendo el uno la sombra del otro. Si se jugaba a las muñecas o a casitas, se saltaba a la comba o cualquier otro juego (mal dicho) “de chicas” yo lo hacía con ella. Si era fútbol, baloncesto, canicas, chapas,… ella lo hacía conmigo. Como tampoco era la única chica del grupo que lo hacía pues tampoco lo veíamos raro. Fijaros que estábamos tan juntos desde siempre y desde tan pequeños que si nos dicen que nuestra primera palabra fue el nombre del otro nos lo creeríamos.
Cuando empezamos a alborotarnos con las hormonas, cada uno de nosotros era el confidente del otro. Nunca hemos tenido entre nosotros ese pudor referente al sexo o a la distinción de sexos. No era extraño que nos contásemos nuestros avances en las relaciones con el otro género. Nuestros primeros toqueteos, besos, inquietudes, salidas de novios… Incluso no teníamos problemas en vernos en ropa interior o desnudos, aunque por respeto a la privacidad del otro procurábamos tener cuidado. También es cierto que, pese a no haber sentido nunca una clara atracción hacia el cuerpazo que apuntaba maneras de mi hermana, sí era consciente de cada uno de sus atributos femeninos y de la atracción que provocaría entre los chicos. Vi sus curvas redondearse, sus pechos transformarse desde unos montículos puntiagudos a un pecho curvo, erguido y desafiante a la gravedad, cómo sus piernas se estilizaban. En fin, que fui testigo directo de su completo desarrollo. Pero nunca tuve otros pensamientos hacia ella.
Nunca, hasta el día en que la pillé desnuda, follando con su novio, completamente desatada en el salón de casa. Se habían suspendido las dos últimas clases de un catedrático y salí hacia casa mucho antes. Además ese día tenía planeado quedar con unos compañeros en unas pistas de basket para echar un partidillo pero, como estaba un poco atrasado con los estudios, tuve que darles plantón e irme a casa a aprovechar la tarde. Al entrar por la puerta noté ciertos ruidos que, aunque al principio no reconocí, poco a poco ubiqué como los de un combate sexual. Nuestra casa tiene un pasillo que conecta todas las estancias y, aún siendo el salón la primera de todas, hay una puerta que conecta con la cocina desde la que se puede acceder también al resto de las habitaciones. Pasando por la cocina me dirigía a mi alcoba, pensando que ya la valía a mi hermana (porque tenía claro que no era mi madre) el arriesgarse a hacerlo ahí con el riesgo de que volviéramos mi madre o yo (mi padre solía venir entre las ocho o nueve de la noche y solía comer con conocidos del taxi) y la pilláramos en plena faena. Aunque mi madre hubiera salido, como tenía toda la pinta, muy claro debería haberlo visto. Iba un poco enfadado porque, para más INRI, el capullo con el que salía me caía igual de bien que un puntapié en donde la espalda pierde su casto nombre. Me giré con cuidado para asegurarme que no me vieran y fue lo peor que pude hacer en mi vida.
El capullo estaba en el sofá, sentado y mirando hacia la puerta donde yo me encontraba. Claro está que no me veía puesto que el cuerpo de mi hermana me tapaba. Nata estaba sentada sobre él, acuchillándose con la polla del imbécil. Éste la cogía con fuerza de las nalgas para dirigirla la velocidad y la fuerza con la que se follaba a mi hermana, un ritmo bastante alto que todo hay que decirlo. Veía de refilón los pechos de Nata saltando con cada embestida y el pelo, ligeramente humedecido en la zona de su cuello, moverse al ritmo de la danza sexual. Gemían cada vez que sus pelvis chocaban y la polla del gilipollas llegaba al fondo de mi hermana. Aunque tenía que haberme ido de allí y encerrarme en mi cuarto, algo me retenía estático en mi posición de voyeur.
– Uhmm, que culito tienes, zorrita mía.
– Uff… Mmm… No me llames… aahhh… zorrita, que no me… gustaaahh. –contestaba mi hermana al cretino.
– Argg, lo que tú digas pero… ¡Dios! ¡¡¡Cómo me follas, tía!!! Aggg…
Oír al estúpido llamar zorra a mi hermana me sentó como una patada en los huevos. ¿Cómo se puede llamar así a un ángel como ella? Es tan sacrílego como decir que Jesús es el Diablo. Aun así tuve que escuchar al baboso decir unas cuantas lindezas más a mi hermana y ella mostrar su disgusto por ello, eso sí, bastante tibiamente a mi forma de ver. Sé que hay gente que le gusta usar ese lenguaje en mitad del polvo y puede que se lo hubiera perdonado al cerdo ése, pero no es el caso porque muchas veces le había visto usar ese lenguaje con mi hermana y con referencia a otras chicas. Vamos, un perfecto Neanderthal en todo el espectro de la palabra.
Finalmente me encerré en mi habitación a estudiar, o a intentarlo al menos. En mi cabeza no dejaba de aparecer la imagen de Nata, botando y gimiendo durante el polvo. Milagrosamente sólo aparecía ella en mis pensamientos y no había rastro del soplapollas.
Tras un rato que no pude medir (pudieron ser 5 minutos o 60) dejé de oírles follar. Sí escuchaba a Nata decirle al pavo que no la gustaba que la llamara así mientras oía como éste pasaba de ella. Después de un tiempo de discusión noté un portazo en la puerta de la calle por lo que asumí que lo había mandado a la puta calle. Sentí a mi hermana hablando sola y el ruido del aseo mientras se estaba lavando e imagino que quitando los restos de lo que acababa de hacer. Y a continuación, silencio.
Poco después salí de mi cuarto encontrándome con mi hermana que casi vestida, a falta de la camiseta y con un sujetador de florecitas, recogía el salón para borrar el rastro de lo acontecido.
– Hola nena…
– ¡¡¡Coño!!! ¡Coque, que susto me has dado! –me llaman así en casa.
– Pues anda que tú a mí con tu grito…
– ¿Llevas mucho tiempo en casa? –me preguntó Nata, intentando claramente saber si me habría enterado de todo.
– Sólo un rato. –respondí escuetamente, no dándome por aludido. Pocas veces había ocultado algo a mi hermanita pero esta vez iba a ser una de ellas. No me apetecía hablar con ella del tema.
– Ah, vale. –respondió Nata aunque claramente no muy convencida.
Pasaron los días pero mi inquietud interior seguía por lo visto con mi hermana. Lo achacaba al mosqueo que tenía con el payaso del novio por cómo se refería a ella, por la desazón de ver a mi dulce Nata empalada hasta las entrañas en la verga del tío ése. Fue por ese entonces cuando empecé a ver a mi querida hermana como mujer, con una mirada menos filial y más sexual. Cientos de veces la había visto en formas suficientemente provocativas como para poner a tono a una manada de toros, pero no fue hasta ahora cuando algo cambió en mi cabeza, un fusible que saltó y me hizo verla distinta. Apetecible.
Mi cabeza era un puto hervidero de pensamientos. Excitación ante su magnífico cuerpo frente a los sentimientos de remordimiento al tratarse de mi hermana. Deseos de algo más, no sólo quererla como hermana sino para mí pero estando prohibido por nuestro estatus. Cada día era una lucha de sentimientos cada vez más intensa que empezó a notarse en el exterior.
Ahora, echando la vista hacia atrás, puedo decir que ese fue el momento en el que me empecé a interesar en mi hermana. Nata ya no era mi confidente, mi amiga, mi hermana… Nata era la misma mujer de siempre pero, para mí, había hecho metamorfosis. Ahora la veía como veía a mis amigas. Sólo que ellas perdían en todo con mi adorada Natalia. Ya no es el hecho de la belleza que es, no. Para mí trasciende a todo lo físico. Me encanta su manera de moverse; con gracia, sutil, elegante. Su forma de hablar, pausada, melosa y con un timbre de voz de que es capaz de subyugarte, de convencer al Diablo para vaya de visita al Cielo. Y esa forma de clavarte los ojos en los de los demás cuando habla, siempre atenta a la conversación…
De repente estaba más callado, más encerrado en mí mismo y mis pensamientos que con la gente que me rodeaba, incluida, claro está, mi familia. Extrañados de mi comportamiento me preguntaban pero yo me hacía el loco dando respuestas peregrinas como los estudios, movidas con algún conocido e incluso pensamientos que rondaban hacia alguna chica. Mis padres lo dieron por bueno puesto que tampoco había motivos para pensar otra cosa. Pero mi hermana no es mis padres. Ella sabía que había algo que me estaba torturando y que no la reconocía y esto sí que la mosqueaba y la jodía (cada vez era más claro que sabía que algo la ocultaba y que no quería decir). Y es que no estaba acostumbrada a que yo fuera esquivo con ella.
Al final, para evitar otros males, no tuve otra genial idea que hacerme el cabreado con ella y/o con el mundo. Empecé a ser más brusco en maneras, contestaciones, apariencia… Me hice huraño y protestón siendo incluso muy desagradable en ocasiones. Muy habitual buen humor se desvaneció y todos los que me conocían notaron el cambio a peor. Incluso hubo quien me empezó a rehuir.
Esa era mi fachada externa. La interna era peor.
Esto duró hasta que pasaron seis meses desde la pillada de mi hermana. El último punto de inflexión (y definitivo para mi salud mental) ocurrió cuando ya estábamos de vacaciones de nuestras carreras. Volvía yo a casa de madrugada después de haber estado bebiendo con los colegas (también subí el consumo de alcohol en un tonto intento de olvidarme de todo) y me encontré con la desagradable sorpresa de ver a mi hermana medio sentada en el portal y el cabrón del novio intentando meterle la polla en la boca. Había algo malo puesto que mi hermana no bebe casi nada (como mucho un cubata de Martini con limón o Malibú con zumo de piña) y tenía síntomas de estar muy borracha o que hubiera tomado “algo” (tema tabú para ella). Además, a pesar de su estado, estaba oponiendo una tenue resistencia debido a su estado.
Y se montó el lío. Cabreado como estaba siempre, sumando al cabreo de la situación más el “cariño” al desgraciado de su novio, me acerqué a él y le aparté de mi hermana con un violento empujón. El tío no tuvo otra ocurrencia que revolverse hacia mí y lanzarme un puñetazo que me llegó a medias, no haciendo ningún daño pero elevando al cubo mi genio. Le conseguí trincar cogiendo con mi mano derecha sus huevos y parte de la polla, empezando unas “suaves caricias” consistentes en cerrar mi puño con toda la fuerza de la que fui capaz procurando que no se me escaparan sus atributos de la misma. El dolorcillo debió ser cojonudo porque en muy poco tiempo se le puso la polla como la de un liliputiense mientras del dolor se encogía sobre mí, totalmente incapaz siquiera de pronunciar palabra. Me miraba con miedo puesto que tenía que tener un careto para echarme a comer aparte.
Cuando le solté le dije “Vete de aquí y como te vuelva a ver con mi hermana te corto la polla y te la meto por el culo” acercándome a Nata pero sin perder el contacto visual con él. Cuando hubo salido del portal me agaché para ver cómo se encontraba mi hermana. Ciertamente no le olía el aliento a alcohol por lo que me confirmé en mis sospechas de que el hijo de puta la hubiera colado algo para ponerla así. Estaba totalmente ida e intentó apartarme como si fuera el otro sin reconocerme. No me quedó otra que cogerla como un fardo al no colaborar y subirla a casa. Era un viernes y mis padres se habían ido a la casa de mi tío para pasar el fin de semana, un hermano de mi madre que tenía un chalecito en un pueblo de Toledo.
Mi dulce hermana hizo una gracia más. Debió sentarle mal lo que fuera, el caso es que vomitó y se puso la ropa perdida, librándome yo por poco. No me quedó otra que llevarla al baño, dejarla en ropa interior y lavarla. Todo esto a peso muerto porque ya se quedó grogui al aliviarse tras la vomitona. Tras acostarla arreglé todo el estropicio y me acosté. Seguía dormida al día siguiente cuando, tras levantarme y hacer la comida, salí con la bici a hacer una ruta larga entre los pueblos cercanos.
El sábado decidí no salir (estaba matado entre la noche anterior y la bici) y me quedé viendo un par de pelis en casa. La primera la vi pero en la segunda me quedé frito. Sobre la una de la mañana vino el terremoto Natalia. Me despertó de golpe y me preguntó de muy mala leche que qué era lo que le había hecho a su novio, que había cortado con ella y que, al pedirle explicaciones, sólo le dijo que no me aguantaba más y que me preguntase qué le haría si la volvía a ver con ella. Por la forma tan brusca de despertarme no tuve mejor idea que contárselo de iguales formas.
– ¡Ah! Pues nada, sólo que le cortaba la polla y se la metía por el culo. –la solté la bomba mientras que su mandíbula se descolgaba para, poco después, cerrarse de nuevo violentamente mientras su cara pasaba al color encarnado de furia.
– ¿Pero quién te crees que eres para meterte así en mi vida sin siquiera hablar conmigo? ¿Sabes que te has pasado quince pueblos, verdad?
– Pues la verdad es que no me he pasado. Por una casualidad, ¿me puedes decir que te pasó anoche? –vi como su cara cambiaba a la sorpresa.
– ¿Y eso a que viene ahora? No te quieras escaquear de… –no la dejé seguir con su diatriba. Sin saber el por qué exacto, mi cabreo había subido de forma exponencial.
– Pues es muy sencillo. Ayer me lo encontré en el portal intentando que se la mamaras como una guarra mientras no estabas en condiciones. ¿Recuerdas algo de cómo llegaste a casa o como te acostaste?
– ¿Qué? ¿Cómo? Ahora me dices que soy una guarra por chupársela a mi novio. –no tenía mucho sentido esa salida de tono. Si no hubiera estado tan alterado habría reconocido esa señal de mi hermana. Pero en mi estado del momento, la terminé de cagar y bien.
– No te digo que seas una guarra por chupar pollas. Lo que te digo es que el hijo puta ése te estaba tratando como a una guarra intentando casi forzarte a que se la mamaras. Y no has contestado a mi pregunta…
– ¡Fantástico! Ahora mi hermano me llama puta a la cara. Te metes en mi vida y me insultas.
– Te lo estás diciendo tú todo. Esas palabras no han salido de mi boca. Y te sigues saliendo por la tangente. Contesta ya, ¡COÑO! –la dije ya gritándola.
– ¿Qué quieres que te diga, joder? Ayer me encontré mal, mareada y me trajo a casa. Debí quedarme frita y me subió a casa.
– ¡Y una mierda! Te acosté yo después de desnudarte porque te echaste encima la pota, eso después de evitar que ese gilipollas te intentara violar y tuviera que mandarle al puto carajo. –dije volviendo a subir el tono.
– Pues no sé qué pasó, pero te sigo diciendo que te has pasado, idiota. Me lo tenías que haber dicho y yo le hubiera cortado las pelotas y así me habría ahorrado quedar como una gilipollas. –me dijo colérica.
– O sea, que lo que te preocupa es que has parecido gilipollas, no que te intentara forzar aprovechando que estabas ida perdida, ¿no? Vamos, que te da igual que se te hubiera tirado el cuerpo de bomberos, pero te jode parecer idiota. ¡Pues muy bien!
– ¿Pero me meto yo contigo, GILIPOLLAS? Se acabó. No te pienso aguantar más… ¡¡¡que te jodan!!!
– Pues procura no beber y así te enterarás cuando te jodan a ti. –ese último exabrupto terminó de rematar a Natalia. Intentó sacudirme un guantazo que esquivé por los pelos (que también hay que decirlo, porque como me hubiera calzado…) y totalmente colérica, con una voz cargada de rabia, me dijo “¡¡No me vuelvas a dirigir la palabra!!”. Tras esto se dio la vuelta y se marchó. Y ciertamente en todo el día no la dirigí la palabra, entre otras cosas porque nada más coincidir en alguna habitación, ella se esfumaba en el acto sin una palabra y con unas miradas que… brrrr.
Los días pasaban y el cabreo monumental de mi querida hermana perduraba. Aunque por fuera daba la fachada de “Me importa una mierda”, lo cierto es que lo estaba llevando fatal. Ya no sólo eran los sentimientos hacia mi hermana sino que la echaba de menos a ella, ¡qué coño! Que no se pueden quitar de un plumazo años y años de profundo roce y camaradería.
Cada día que pasaba me dolía más su cara de desdén, su indiferencia hacia mí, el muro que erigió con todo lo referente a mí. Y lo cierto es que no la podía culpar puesto que todo esto era cosa mía.
Y toqué fondo. Dejé de salir con todo el mundo. No podía ir con los amigos puesto que los míos eran los suyos y ya no podía evitar mirarla sin que se me aguaran los ojos. Adelgacé más de siete quilos en menos de dos meses. Mis ojos perdieron el brillo y unas enormes ojeras los decoraban al no poder tampoco descansar por las noches.
Mi madre intentaba por todos los medios averiguar qué era lo que me pasaba pero no soltaba prenda. Me quedaba callado sin saber que decirla. Claro que, cuando además veía a Nata mirarme también preocupada (el cabreo la iba remitiendo acorde a mi mal aspecto) mis lágrimas salían libremente, sin poder esconderlas. Como no, me llevaron al médico y éste me remitió a un psiquiatra que tampoco tuvo mayor fortuna puesto que, con él, también me cerré en banda. Sólo consiguieron que me recetara unas pastillas que sólo me tomaba cuando mis padres me las metían (casi literalmente) en la boca. Excepto estar más somnoliento, no cambió nada más.
Caminaba zombi, encerrado en los pensamientos hacia mi hermana, llamándome monstruo por estar enamorado de ella. Por desearla en todas las facetas: hermana, amiga, mujer, compañera,… pero sabiendo que era algo antinatural y socialmente condenable. Un círculo que se cerraba sobre mi mente, destruyendo todo lo positivo de ella y dejándome en la oscuridad.
Ya no tenía nada sentido. Los estudios de todas las cosas que me gustaban no me decían nada. No quería socializar con nadie puesto que, para mí, no había nadie imprescindible (salvo ella), no encontraba interés en vivir…
¡¡¡Eso era!!! ¿Para qué querer vivir así? Cada día que pasaba la acongoja que atenazaba mi corazón iba a más, cada día era peor que el anterior. A pesar de saber positivamente del dolor que iba a causar en mi familia, sabía que tarde o temprano lo acabarían superando. Mi padre se distraería con su taxi y era lo suficientemente fuerte para tirar de sí mismo y de mi madre, que sería posiblemente la que peor lo llevase (teniendo en cuenta, sobre todo, el tiempo que pasa sola en casa a pesar de las salidas con las amigas del barrio). A Natalia también la costaría, pero acabaría saliendo con algún chico, tarde o temprano, con la que formaría su propia vida y el recuerdo de su hermano quería en el pasado. No digo que no la fuera a doler, pero siempre se supera cuando tiene a una persona especial a tu lado y no me cabía la menor duda que ella conseguiría a ese hombre que bebería los vientos por ella y la cuidaría para siempre.
Yo no tendría esa oportunidad. Puede sonar melodramático pero era consciente que no encontraría a una persona que llenase el hueco de Nata… nunca se podría comparar ninguna a ella. Sería incluso injusto para la chica en cuestión que siempre la estuviera midiendo en comparación con mi hermana y no creo que nadie se lo merezca. Y sé positivamente que no soy persona de vivir solitariamente. La idea de no compartir mi vida con nadie me ha dado pavor desde siempre. Y en estos momentos, ése era el futuro que veía para mí.
Y no lo quería. Prefería desaparecer para siempre que sentirme así para siempre. Habrá que me tilde de cobarde y puede ser que tengan razón. Pero para aguantar así toda la vida se requiere una fortaleza que yo no tenía, tengo ni tendré.
Planeé mi suicidio. Deseché las muertes más violentas, pero no por mí sino por mi familia. El trago ya sería muy duro como para añadir una última imagen mía desagradable que perdurara en su recuerdo. Opté por una solución más “calmada”… sobredosis. Repasé mis opciones. Siempre podía agenciarme algún tipo de droga en cantidad suficiente para acabar con mi vida de una forma rápida. Pero siempre me he mantenido alejado de ese mundo y no conocía a nadie que me pudiera “indicar” cómo conseguirla.
Recordé que a mis padres les habían recetado varias cosas que podrían serme útiles. Mi madre a veces tenía problemas de sueño y la recetaron Lorazepam®, una especie de ansiolítico o algo así. A mi padre, por las horas en el taxi, conservaba varias cajas que me podrían valer también puesto que le habían recetado varios relajantes musculares hasta dar con uno idóneo. En total tenía casi dos cajas completas de relajantes y una caja de mi madre. Para potenciar el efecto (como decía algún prospecto de los fármacos) juntaría todo eso con una botella entera de ron que me bebería completa. Contaba que esto sería más que suficiente para provocarme alguna depresión cardiaca o un infarto cerebral o algo con desenlace fatal.
Esperé un par de semanas hasta un fin de semana en el que mis padres no estarían y mi hermana saldría hasta muy entrada la madrugada, momento en el que contaba que mi corazón hubiera parado ya de latir.
Y llegó el día. Mis padres quedaron con unos amigos, saliendo de casa a las siete de la tarde, y Natalia había empalmado una comida con unas amigas de la facultad y no vendría hasta la noche. El día propicio para mis tristes fines.
Me puse una música lenta en la mini cadena, saqué la botella de ron junto a todas las cajas de los fármacos. Sentándome en el suelo, justo enfrente de la mesita auxiliar del salón, comencé a sacar parsimoniosa y metódicamente todos los comprimidos de sus respectivos blisters. Acababa uno y me tomaba una copa de ron con un poco de hierbabuena y azúcar en el borde (sí… pensé que ya que me iba, lo haría al menos tomándome un buen copazo).
Según bajaba el nivel de la botella empecé a sentir los efectos del alcohol. Sólo que cogí la mona en plan llorera. Ni siquiera borracho me olvidaba de los motivos de toda aquella parafernalia que había montado. Cuanto más ron ingería, más lágrimas impedían mi visión y, a la par, más me costaba sacar las pastillas. Cuando por fin “liberé” todas las medicinas de su encierro y las junté en una montañita me dispuse hacer el número final. Como apenas quedaba medio vaso de ron de toda la botella, lo apuré de un trago y me fui (o mejor dicho, trastabillé) al mueble bar del cual tomé otra botella de whisky. Lo cogí aunque no me gusta porque no había otra cosa exceptuando una botella de Martini rojo de mi madre y otra de Malibú de Nata.
Rellené el vaso bien hasta arriba del licor, dejándolo en la mano izquierda, mientras con la mano derecha cogía todas las pastillas. Haciendo un brindis al cielo llevé mi mano a la boca en la que vertí todas las pastillas dando un trago largo al vaso de whisky hasta que su contenido consiguió deslizarlas todas a mi estómago.
Bueno, pues ya estaba hecho.
Como pude me levanté del suelo y fui a mi habitación por última vez. Cogí una foto en la que estaban todos mis familiares en la que, sobre todo, destacaba Natalia. Tomé también una nota que había escrito para despedirme de ellos y me marché hacia el salón, comprobando la dureza de todas las paredes y de los bordes de las puertas con las que me daba al ir de lado a lado. Me volví a sentar y dejé la foto delante de mí sobre la mesa, justo de después de besar cada una de las imágenes de ellos. Quería que lo último que viera antes de morir fueran mis padres y, sobre todo, Natalia. Esa mujer que, estando tan cerca de mí, siempre estaría tan lejos. Volví a leer la nota de mi despedida como pude porque ya casi ni era capaz de enfocar las imágenes y mucho menos las letras.
Papá, Mamá, Natalia…
Sólo quiero deciros que os quiero mucho, que os amo con todo mi ser y que siento muchísimo el dolor que sé que os voy a causar. Por favor, encontrad la forma de perdonarme algún día por mi egoísmo pero hay cosas que me oprimen de tal manera que no me dejan vivir, cosas que no puedo cambiar ni evitar.
Papá, cuida mucho de mamá y ayúdala a que lo supere. Por favor, no cambies. Siempre quise ser un hombre como tú. Mamá, quiero que sepas que ni tú ni nadie hubiera podido evitar esto. No te eches la culpa. Me has enseñado a amar y por eso te estaré siempre agradecido.
Nata, por favor, recuérdame con cariño. Busca a alguien que te complemente como lo hacen papá y mamá y sé muy feliz. Te lo desea tu hermano de todo corazón.
Os veré desde donde esté a partir de ahora. Os quiero.
Jorge
Después de leer mi carta de despedida, llorando, me recosté contra el asiento del sofá. Sentía una sensación muy vaga de todo lo que me rodeaba a mi alrededor. Me sentía como en una nube, adormecido. Me daba cuenta que debía ser la medicación haciendo efecto.
Al poco tiempo era ya incapaz de enfocar imágenes coherentes del mundo a mi alrededor. Sentía la cabeza ida, como cuando te bajas de una montaña rusa, pero con una sensación mucho más fuerte. Mis ojos se cerraban y, en medio de la oscuridad, pasaban imágenes por mi cabeza de forma aleatoria y sin sentido. Natalia y yo montados en una bici cuando éramos pequeños, sentados haciendo los deberes, jugando juntos, excursiones con nuestros padres por el campo,… Empecé a reír “a lo borracho”, sin sonidos porque no tenía ni fuerzas ya para emitirlos. Me sentía volando, soñando que era aire… oxígeno, nitrógeno y amor (como decía la canción de Mecano). Y mientras estaba flotando volvió a aparecer la imagen de mi Nata, que se acercaba a mí, llamándome. La veía insistir tanto que imaginé que la contestaba, a lo que ella no se daba cuenta mientras me seguía llamando y zarandeando. Y entonces la negrura me invadió y ya no recuerdo más…
* * * * * * * * *
Mis padres me hablaban con cariño, intentando sonsacarme el porqué de mi intento de suicidio. Yo casi no podía ni hablar, sólo lloraba y les pedía sin cesar que me perdonaran, que sentía mucho hacerles sufrir. Y vuelta a llorar. Mi hermana mientras tanto me miraba todo el rato, intentando ver mis ojos sin conseguirlo pues, a ella, no era capaz de aguantar la mirada.
Tras mucho insistir sin conseguir nada, llegó el cuadro médico que me atendía. Informaron a mis padres (yo estaba allí pero no contaba puesto que no aparentaba hacer caso) que los resultados de mis analíticas eran casi normales, que el lavado gástrico había limpiado lo que quedaba en mi cuerpo después de vomitar (cosa que no recordaba haber hecho) y que, a excepción de poner un poco de vitamina B12, no sería necesario ningún tratamiento adicional por parte de ellos, que sólo quedaría el tratamiento que me dispensase el psiquiatra que me iba a tratar.
Después de irse, me enteré por mis padres que Natalia me había salvado la vida, que si no llega a ser por ella que fue a casa antes de tiempo… Parece ser que me encontró tirado en el suelo, totalmente borracho pero que, al ver las pastillas (o mejor dicho, los blisters vacíos) sumado a lo raro que estaba últimamente fue consciente de lo que había intentado y que, casi inconsciente del todo, se había apañado en meterme los dedos hasta la garganta para hacerme vomitar la mezcla que tenía dentro de mí y llamar al 112.
Inconscientemente miré a mi hermana que me miraba aún de forma inquisitiva, seria y preocupada. Una vez más mis ojos se desbordaron y no puede aguantar su escrutadora mirada. No había conseguido matarme porque me había salvado la misma persona causante (sin saberlo) de mi sufrimiento. Esto me hizo sentirme aún más sucio por dentro.
Mis padres dejaron que descansara por órdenes de un sargento de enfermera que casi se podría decir que los echó. Sólo permitió que se quedara una persona que fue Natalia ya que consiguió hacer ceder a mi madre ante la promesa de dejarla a ella al día siguiente. Cuando se fueron Natalia se sentó en la silla junta a la cama y se puso a mirarme, sin distraerse de mí.
– Estoy bien. Vete a descansar que llevas desde ayer sin dormir y yo estoy bien. –la dije para ver si la convencía y me dejaba solo.
– Le he dicho a mamá que aquí estaría y sabes que siempre cumplo lo que digo.
– Eso no es del todo cierto. También dijiste que no querías saber nada más de mí, que no me volverías a dirigir la palabra y lo estás haciendo. Anda, déjalo y vete a descansar, que no van a dejar que me escape de aquí.
– ¡Claro! Eso fue antes que la vida de la familia se revolviera porque el idiota de mi hermano ha intentado quitarse la vida. ¿Se puede saber qué mierda tienes en la cabeza para haber llegado a eso? –me sorprendió un poco la agresividad de mi hermana en ese momento, sobre todo comparándola con la forma pasiva de interrogarme de mis padres.
– No quería revolver nada. Sólo… –no puede seguir. La voz se me quedó muda en la garganta y empecé de nuevo a sentir escozor en los ojos. ¿Quién fue el gilipollas que dijo que los hombres no lloran? Porque yo me estaba deshidratando de tanta llorera.
– ¡YA! Pues no sé qué es lo que esperabas. Quizás que no nos importara, que nos diera igual, o yo qué sé que narices tenías en la cabeza. Lo único que parece es que no te importamos para nada si crees que esto no nos iba afectar nada, ¿no crees?
– Pues claro que me importáis –dije con, incluso, demasiado ánimo. – Y sí que lo sabía pero ya… no aguanto… más…
Mi voz se fue difuminando poco a poco de nuevo. La emoción me embargaba y la presión de mi pecho subía. Y mi hermana parece que lo sabía porque no dejaba de machacarme, consciente de sobra que suelo irme de la lengua cuando me “emociono” en exceso.
– Pues entonces, ¿qué es? ¿Qué ya no quieres a papá y mamá? Porque no parece que pensaras en ellos…
– Pues claro que sí los quiero. Me han dado todo lo que soy y…
– Pues entonces es por mí… Está claro que ni me quieres ni te importo una mierda.
– ¡¡¡No!!! No puedo dejar de quererte aunque quiera y por eso yo… –ahí me di perfecta cuenta que había largado de más. Se me había escapado quizá por las ganas reales que tenía de decírselo a Nata, habiendo el subconsciente jugado en mi contra. Además, para terminar de rematarlo, empecé a ponerme rojo como la grana.
– ¿Y entonces es por el enfado que tenía contigo? Porque no queda otra explicación. No tienes novia con la que haber discutido, no sales con nadie de amigos, casi ni a clase. Porque estábamos enfadados, ¿te has querido matar? No me creo que seas tan imbécil para eso.
– ¡Pues claro que no! Quería olvidar y el enfado era un intento de olvidarme de que te qui… –una vez más, metedura de pata hasta el corvejón. Si es que cuando se es tonto, se es y punto.
– ¿Pero qué dices que no te entiendo nada? Que querías olvidarte de que me…
Por la cara que veía en mi hermana, Nata acababa de sumar dos más dos, dándole el consabido cuatro. Sus ojos debieron de cubrirse de nieve de lo que subió las cejas ante lo que acababa de descubrir. Balbuceaba “No, no puede…”, “Pe… pero”, y luego algo inconexo que no fui capaz de oír. Yo volví a llorar (¿pero aún me quedaban lágrimas?) e incapaz de aguantar más me arrebujé entre las sábanas de la cama y me tapé con ellas, como si eso me pudiera proteger de cualquier cosa. Nata debía estar desbordada porque la pedí que me dejara solo y, no sólo lo hizo, sino que se fue sin decir nada, algo que en ese momento agradecí
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