hola! lamento la tardanza. Les dejo cap doble 🙂
—¡Vamos a jugar a la pelota! —Exclamaron unos chicos cuando me vieron salir de la casita luego de tomar un generoso baño de agua tibia y perfumada.
—Bueno, vamos, vamos. Se los prometí.
No podía darme el lujo de rechazarlos. Me encantaba el lugar. Quería permanecer al lado de ellos, divertirme y olvidarme de que allá afuera había un mundo que estaba cayéndose a pedazos. Era una lástima que otras tribus estuvieran siendo atacadas por las talas de árboles y la expansión de las ciudades, pero por lo menos, protegidos por las leyes internacionales, estas personas serían felices.
Las caritas alegres de estos muchachos jugando conmigo a lanzarse la pelota, como un intento de fútbol americano, hizo que se asentara en mí un deseo muy fuerte de quedarme con ellos y con su gente en esta isla para siempre. No quería volver al mundo real.
—Maira.
—¿Tamir?
El atractivo chico venía con una agraciada sonrisa en sus labios. Me abrazó sin que yo le dijera nada y me tocó una nalga traviesamente.
—Tú... me gustas mucho.
—Tú también me gustas, Tamir.
—Quiero que sólo conmigo lo hagas.
¿A caso él tenía celos? Le di un beso y lo tomé de las manos.
—Tamir, eso no se puede. Detesto amarrarme a una persona.
—¿No me quieres?
¿Cómo iba él a entenderlo? ¿Cómo explicarle?
—Quiero tener otras parejas.
Eso sonó como si yo fuera alguna clase de zorra. Tamir frunció las cejas. Me soltó.
—Ah... entiendo.
Se dio media vuelta y se fue con los puños apretados. Empujó a un chico que pasó a su lado y este le devolvió el empujón. Ambos se miraron como un par de perros rabiosos y comenzaron a discutir. Pronto se armó un grupo de personas que intentaron separarlos.
—¿Seguimos jugando? —Me preguntó un niño, con la pelota en sus pequeñas manos.
—Sí —froté su cabeza y, tomándolo de la mano, lo llevé de allí para que no viera la violencia que se había desatado por mí culpa.
**Daniela**
La fiesta en la isla se animó por la noche. Le rendían honor a la Luna, o no sé exactamente a qué cosa, pero todos los habitantes y sus familias estaban reunidos. Los niños correteaban y jugaban con bolas de cuero y las mujeres interpretaban danzas muy sensuales con sus pequeñas faldas y sus torsos descubiertos. Además olía a carne asada, a especias y a frutos. Los nahili también preparaban un licor con quién sabe qué cosas, que era muy bueno y calentaba el estómago.
Ya me había acostumbrado a la desnudez. Papá, Maira y yo mirábamos embelesados la exótica muestra de cultura de estas personas, que mientras bailaban también actuaban una especie de obra teatral, en la que una princesa era secuestrada por un malvado hechicero y era sometida a crueles castigos. La historia tenía un cierto toque de lujuria, porque la chica en cuestión estaba siendo azotada de verdad. Otras doncellas simulaban estar atrapadas en una jaula. El brujo lanzaba sus hechizos y cantaba a sus dioses oscuros.
Mientras eso pasaba, yo vi que papá y Bárbara estaban muy juntitos, platicando entre sí y murmurando. La sensual fotógrafa tenía sus pechos al aire libre y papá estaba muy entusiasmado por esa visión.
Maira, ajena a todo esto, tenía un niño sobre sus piernas y platicaba con Marín, una joven mamá de la que se había hecho buena amiga. Envidié a mi hermanastra, que tan cómoda parecía en este lugar tan alejado de la civilización.
Crucé las piernas y fruncí mis labios. Al parecer, ni siquiera mi desnuda anatomía bastaba para llamar la atención de mi padre. Los celos de hija me comían las entrañas, y fue peor cuando Bárbara le dio a papá un beso en la mejilla y éste se rió.
—Maira —le hablé en susurros.
—¿Qué pasa?
—¿No te molesta que papá esté coqueteando con esa mujer?
—Pues... confío en que no pasará nada más.
Aunque lo dijo, sí que noté que estaba un poco sorprendida. Leandro y Shaira, la mamá de Maira, eran pareja y no se veía bien que una coqueteara con otra.
—No lo entiendo. Yo me siento muy molesta.
—Vive la vida, Daniela. Hay muchas cosas que conocer y el tiempo en la Tierra es muy corto como para sentirte mal por las cosas que hace otra persona. No te afecta en nada, aunque duela. Al final, será problema entre nuestros padres.
—Pues para ti todo es menos relevante porque eres muy liberal.
—Bueno... tú te lo pierdes.
La obra ya estaba culminando.
El guerrero había aparecido junto con sus soldados, quienes liberaron a las doncellas, las cargaron en brazos, cundieron de besos lujuriosos y luego se las llevaron a una casita para... recibir su premio.
Según Bárbara, esa era la recompensa por haber participado en la producción. Por otro lado, el mago fue golpeado y el actor tuvo que fingir su muerte. Lo sacaron en medio de un espectáculo de humo y fuego. El combatiente salvó a la doncella y la levantó en brazos. Ella lo acarició de forma romántica y salieron de escena en medio de una tormenta de aplausos y gritos de alegría.
El jefe de los nahili se paró en medio de todos y dijo unas cuantas palabras, oraron al cielo y cuando terminó, las mismas chicas semidesnudas se pusieron a bailar.
Esta vez varios hombres se levantaron y algunas muchachas del público también.
Maira le devolvió el niño a su mamá y se fue a danzar entre dos atractivas chicas que tenían el pelo largo y adornado con figuras elaboradas con conchas de mar y piedrecillas brillantes.
Mi padre se deshizo de su ropa y se fue con Maira para mezclarse con ella. Ambos bailaron alrededor del fuego. Antes de que me diera cuenta, las familias estaban allí en esa multitud mientras se reían y disfrutaban de la música y de la fiesta.
Yo era la única que estaba en mi lugar, con las piernas y los brazos tensos y cruzados debajo de mis pechos.
—Esto no me gusta —susurré.
***
**Maira**
Me escabullí para bucear en el cenote que estaba a las afueras del pueblo. Quería admirar la hermosa naturaleza subacuática de aquel sitio tan conectado con los nahili. Le rendían tributo al todo aquello que el planeta tenía que ofrecerles como sustentador de vida.
Ojalá todas las personas pensaran de esa manera.
Centenares de pequeños peces me hicieron cosquillas en los pies y en las piernas. Nadé durante un largo rato y les enseñé a algunas mujeres que estaban allí a flotar y a perder su miedo a ahogarse. Esto logró que fuera rápidamente aceptada por las familias del grupo, que en un extraño español acentuado, me preguntaban mi edad, de dónde venía y si me pensaba quedar más tiempo. Querían que me convirtiera en una especie de niñera para sus hijos, ya que ellas estaban más ocupadas con sus labores domésticas, como atender sus molinos de granos, limpiar sus casas y sus patios de la maleza y alimentar a sus animales.
Dijeron que me pagarían con pequeñas joyas y comida si aceptaba, así que cuando pusieron la primera piedra brillante en mis manos, no tuve más opción que decirles que sí. Cuando regresara, si es que lo hacía, lo haría con bonitos recuerdos y una pequeña fortuna que vender en las casas de empeño.
¿Sexo y joyas? Era el maldito paraíso.
Después de pasarnos la mayor parte del tiempo en el cenote, llevé a los niños a sus respectivas casas y me fui a la mía. Pasearme desnuda ya era tan natural para mí que olvidaba que no llevaba nada encima. No todos practicaban el nudismo, pero los que lo hacían, tenían tatuajes para mostrar. También iban perforados. Algunas chicas tenían aretes en las puntas de los pechos. Se tatuaban los muslos o la espalda. Lo más que llegué a ponerme fue una pintura muy bonita de una flor en la pierna derecha y una mariposa en la parte baja de la espalda, todo temporal, por supuesto.
Al entrar a la casita que me habían asignado, vi que Tamir estaba sobre la cama. Tenía un pequeño jarrón en las manos.
—Maira.
—¿Tamir? ¿Qué pasa?
—Yo te quiero —dijo con evidente timidez—. Te traje un regalo.
—¿Sí? A ver.
Del interior del jarrón sacó un bonito collar de piedras preciosas. Yo sonreí, encantada por su muestra de afecto y me puse la prenda enseguida. Después de eso, al verle desnudo, la polla flácida y gruesa, me entraron ganas de agradecerle de una manera diferente, por lo que me apresuré a empujarlo a la cama y a montarme sobre él para cubrirlo con mis labios.
Le besé con mucha ternura jugando con su lengua. Sus manos se pusieron sobre mis nalgas y las palmaron como si tuviera miedo de deformarlas. Sacudí mi cuerpo sobre el suyo con un romántico vaivén para hacerle entender lo que yo deseaba hacer con él.
—Tamir... qué bueno eres.
—¿Te gusta?
—Me fascina. No pares.
El muchacho me colocó a gatas y con el trasero expuesto hacia él. Tamir se acomodó detrás de mí, aferrándose a mis nalgas con las suaves yemas de sus dedos. Miré por encima de mi hombro y vi que sonreía mientras se adentraba a través de mi hendidura. La penetración fue algo dolorosa, obligada. Respiré despacio para tranquilizarme.
Mis nervios se llenaron de calambres cuando él se movió dentro de mi vagina. Su polla oprimía mis húmedas paredes a medida que Tamir realizaba movimientos circulares y apretaba mis glúteos con sus grandes y curtidas manos.
Muchos hombres me decían que yo era una ternura de persona, pero en el sexo, me convertía en una mujer guarra que no le tenía miedo a la liberación sexual.
Sus dedos tentaron mi orificio anal. El contacto hizo que mi cuerpo entero tiritara y se apoderó de mí el deseo de ser tomada por aquella estrecha cavidad.
Quería hacer sexo anal con el muchacho, aunque esa era una práctica que yo no realizaba con frecuencia. Tamir no quiso esperar y dirigió su pene a ese espacio. Mientras trataba de meter su grueso falo, el dolor fue todo menos excitante, así que me senté.
—Lo siento... creo que no entra —me dijo. Me pareció tan tierno que le tuve que besar con más fuerza y tumbarme sobre él.
Me coloqué a horcajadas sobre sus caderas y apoyé las manos en su pecho. Él jadeó cuando mi cuerpo lo dejó entrar y lo abrazó con cariño, bañándolo con mis mieles. La respiración de Tamir se volvió irregular cuando apreté los músculos y aumenté la velocidad de mis brincos sobre él. Atrapó mis pezones con los dedos y los oprimió como si fueran pequeños dulces antes de llevárselos a la boca.
La descarga de Tamir fue abundante y sentí cómo me llenaba. Lo bueno que yo no estaba en días fértiles. No sé qué habría hecho si me embarazaba de él.
—Ay... Tamir ¿de verdad me quieres?
—Sí. Quiero que seas mi esposa.
Me sonrojé.
—Tamir, Tamir, muchachito.
—Pero si fueras esposa mía... tendríamos un montón de hijos.
—No quiero tener hijos todavía —le di un beso en el pecho—. Suficiente tengo con cuidar a los de los otros papás.
Un poco molesto, Tamir se levantó y se fue. Justo iba a ir por él cuando entró Daniela y arqueó ambas cejas al mirarme recostada y desnuda sobre el lecho.
—Hola. ¿Todo en orden? Ese chico estaba un poco enojado.
—Descuida. Estoy bien.
—Vaya...
—Qué rico— dijo Bárbara, que venía tras ella—. ¿Te molesta si te limpio un poco?
Abrí las piernas.
—Adelante, mujer.
Quitada de la pena, Bárbara se metió entre mis muslos y comenzó la eficiente tarea de absorber los líquidos que seguían humedeciendo mis labios y el brote de mi clítoris. Mientras tanto, Daniela, suspirando, se sentó en una hamaca y comenzó a mecer.
—Quiero volver a casa.
—Lo haremos pronto —le aseguré.
—Sí. Vendrán a buscarme en unos días —afirmó Bárbara, con los labios encenagados.
—Lo sé, lo sé. Sólo que extraño mucho. Las fotos, mi Facebook, mis amigos... cosas así.
—¡Vive la vida!
—Ustedes nunca lo entenderían —enojada, salió de la casa y se internó en el pueblo. Siempre huía cuando la situación se tornaba difícil.
**Daniela**
Tanto desenfreno sexual por parte de mi hermanita comenzaba a molestarme. En los pocos días que llevábamos entre
los nahili, se había metido con varios chicos sin importarle las condiciones de salud de estos. Era una suerte que no estuviera embarazada. Aunque todavía era muy pronto para saberlo.
Ella decía que los nativos tenían un esperma delicioso por su dieta de proteínas y frutas.
Aunque yo deseaba relacionarme con los hombres nahili y probar esa teoría, una gran parte de mí, la emocional si puede decirse, continuaba queriendo intimidad con papá.
Encontré a Leandro practicando nudismo. Estaba al lado de una atractiva mujer bronceada que parecía reírse con sus bromas mientras ella le enseñaba algunos artefactos de pesca elaborados con madera y filamentos orgánicos. Una vendedora que no tenía miedo de usar sus encantos para él.
—Papá.
—Ah, Daniela ¿cómo estás? Qué bien te ves desnuda.
—Gra... gracias.
Él se despidió de la señora y comenzamos a andar por la isla, sin rumbo aparente.
—¿Te encuentras bien?
Le conté que extrañaba mi hogar, y que Maira parecía dispuesta a querer quedarse. Papá no respondió enseguida, pero se lo pensó. Dijo que la madre de Maira nunca aceptaría que su hija se mudara a una isla apartada de la civilización, y aunque a mí, la muchachita no me terminaba de caer bien, lo cierto es que compartía su opinión.
Sin darnos cuenta habíamos llegado hasta los bordes de la aldea, y más adelante se encontraba la selva. Papá sugirió que fuéramos a dar un paseo, a lo que yo contesté inmediatamente que sí. Era mi oportunidad para estar con él y para relajarme y charlar.
Nos adentramos entre la maleza. Yo iba tras él, mirando su fuerte espalda de titán e intentando no aventurarme sobre él para acosarlo. El pensamiento me divertía. Era adictivo porque sabía que la sociedad condenaba mis fantasías incestuosas con él.
Nos sentamos sobre unas piedras para tomar el brillo del sol, que se filtraba por entre las copas de los árboles.
—Este sitio es tranquilo —cruzó un brazo por detrás de mi espalda y me atrajo hacia él. Al hacerlo, uno de mis pechos se tocó con su torso. El contacto hizo que mis pezones se pusieran duros.
—Me encanta estar contigo —le toqué el vientre—. De verdad que me encanta.
—¿Quieres que hagamos algo?
—¿Puedo? —Me separé para mirarle. Leandro me guiñó un ojo.
—Hazlo. Conozco esa mirada. Es la mirada del deseo.
Tragué saliva y me acomodé entre sus rodillas. Al saber que iba a aprovecharme de él, su miembro comenzó a reaccionar y ganó un tamaño considerable. Era mi segundo encuentro con él.
Me pasé la lengua por los labios, apoyé las manos en sus muslos y él me ayudó haciendo a un lado mi pelo. Luego comenzó a golpear mi cara con su pene. Yo me reí y en una de esas atrapé su virilidad con mi boca. La sensación de tener que estirar mi mandíbula darle cabida fue fantástica y excitante.
Chupé despacio, tratando de llevarme el falo hasta el fondo de la garganta. Mis orejas zumbaban y mi corazón seguía gritando que lo que hacía estaba mal y que traería fatales consecuencias. Pero ¿qué consecuencias? ¿Cómo algo que se sentía tan bien podría lastimarme?
Leandro era un hombre. Yo era una mujer. No había nada que se interpusiera entre nosotros.
Empecé a mamar con rapidez. Con las manos estrujaba el saco de sus testículos y sentía su calor correr a través de mis nervios. Dejé el pene por un rato y atrapé sus huevos con mi boca. Jugué con ellos, provocándolo con la saliva que goteaba de mi lengua.
No tardó mucho para que papá se pusiera de pie. Su rostro enrojecido sólo delataba que quería una cosa. Nos quedamos mirándonos durante un rato en una silenciosa comunión, y entonces sucedió. Me tumbé sobre el piso y abrí las piernas ofreciéndole una hermosa vista de mi cuerpo. Él, dudando al principio, se encaramó sobre mí. Yo cerré los ojos y le dirigí su polla a la entrada de mi sexo. Reparé en el ardor cuando me penetró y la reacción de mí ser al darle cobijo.
Sin pensarlo dos veces, Leandro me tomó de las caderas y con un rápido movimiento, me encajó los centímetros que faltaban. Yo grité al sentir mis carnes separarse. Él la sacó de inmediato y volvió a hundirla con violencia. Sus estocadas eran rápidas.
Se inclinó hacia mis pezones y los atrapó. Primero uno y luego el otro. Tenía mis pechos tan duros que dolían.
¿En dónde estaba mi límite? Evidentemente, ya no existía. Se había ido para siempre.
Me puso bocabajo y se recostó encima de mi espalda. Abrió mis nalgas y buscó la entrada de mi vagina. Una vez hallándola, me penetró otra vez y tiró de mi cabello. No me estaba lastimando; pero la perspectiva de que pudiera hacerlo, de que me estaba sometiendo un hombre como él, causó que me corriera.
Mi vagina ardía. Mi clítoris mojado empapaba mis piernas. Notaba la facilidad con la que mi cuerpo se adaptaba a su polla que entraba y salía sin resistencia.
— Me dejaste bien abierta, papá.
—Sí, eso querías ¿verdad?
—Sí. Que me rompieras. Quiero que me rasgues todos los orificios de mi cuerpo.
Me coloqué a gatas y doblé la espalda. Él, antes de entrar, se dedicó a apretar mis posaderas y a tentarme las carnes con los besos de sus labios. A continuación, me pegó una palmada muy fuerte en el trasero.
—¡Más! —Le imploré.
Repitió el golpe. La piel me quemaba. No sabía si quería que se detuviera o que continuara con su castigo. Después de aquellos golpes, vinieron los mimos. Me besó la espalda y la recorrió con su lengua..
—No la saques. Córrete dentro de mí.
Él así lo hizo. Su eyaculación me llenó y provocó que volviera a correrme con él en mi interior.
—¡Padre! —le llené la cara de besos al girarme para rodearlo con mis brazos. Él me correspondió, y en ese instante, dejé de mirarlo como mi padre.
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Volvimos tomados de la mano, como dos adolescentes enamorados. Adoraba a Leandro y las cosas que me había hecho. La irrupción de su sexo en el mío seguía grabada como una película sensitiva en mis recuerdos. Nunca había estado tan relajada. Tan libre. ¿Era esto lo que Maira sentía? Podría volver a hacerlo un millón de veces
Sin pudor, en esa misma entrada a la aldea, en un rincón donde nadie nos viera, hice que papá se sentara y tomé su virilidad con mis labios. Su pene se alargó y engrosó debido a mis caricias. Tenerlo sólo para mí, degustarlo a tal grado que me parecía el puto paraíso en mi garganta, hizo que mi coño se mojara enseguida. De cuclillas como estaba, noté el fresco aire pasando entre mis nalgas, y luego un viento todavía más fuerte se desató y las primeras gotas de una tormenta cayeron. Papá se quería ir.
—Espera. Quiero que me eyacules en la boca —le rogué, ignorando el agua que nos empapaba.
Finalmente el semen se descargó en mi garganta. Ah... qué calientito que estaba. Lo tragué fácilmente y luego, muriéndonos de la risa, corrimos hasta refugiarnos en la casita que nos habían asignado. Por suerte estaba vacía, así que pude acostar a papá otra vez y volvimos a amarnos como dos locos que sólo sabían entregarse a la carne.
**Maira**
La tormenta nos había agarrado en pleno partido. Yo había estado jugando con los chicos cuando la lluvia empezó a caer y sus padres vinieron a buscarlos. Cuando el último de ellos se fue, yo misma me encontré andando rápidamente para encontrar un refugio. Pasé por un callejón, que estaba tan vacío como el resto de las calles. Entonces, una mano me agarró del brazo y me metió en un callejón cubierto por un techo de madera.
Se trataba de Tamir, el bronceado de rizos castaños que me quería como esposa.
—¿Estás bien?
—Sí, gracias. Me estaba mojando.
Sonrió y me tomó de ambas manos. pegó su cuerpo contra el mío para calentarme y luego, olió mi cabello y besó mi frente en un acto que me pareció sumamente tierno para alguien a quien acababa de decirle que no quería tener a sus bebés.
—¿En serio no quieres ser mi esposa?
Y seguía y seguía...
—En serio.
Tamir frunció las cejas, enojado.
—Yo te daría muchas riquezas.
Eso sí que era interesante. La parte codiciosa de mí las quería, pero tampoco iba a juntarme con él por mero interés.
—Es encantador, pero he dicho que no y debes respetar mi decisión.
Sonrió con tristeza.
—¿Y si vivimos juntos un tiempo?
—¿En serio?
—¡Sí! Al menos... hasta que te vayas.
—No estoy segura.
—Mi familia te gustará. Te presentaré. Te van a querer.
—¿En serio?
En ese punto, ya no sabía si decir si era una mala idea irme con él. Quería entrar en calor y cambiarme de ropa.
Acepté que Tamir me llevara a su casa, que era más grande que todas las demás. Su papá era el sacerdote de la tribu, por lo que era muy bien respetado. Su mamá era una mujer que se dedicaba a la arbolaria y que era buscada por sus ungüentos contra el dolor y sus medicamentos para combatir la fiebre.
—Hemos vuelto —dijo Tamir, y una chica de mi edad, quizá un poco menor, corrió hacia él y lo abrazó.
—¡Tamir! Papá te estaba esperando. ¿Quién es esta mujer? ¿Es tu novia?
—No... no soy eso —levanté las palmas de las manos—. Hablas muy bien el español. ¿Eres la hermanita de Tamir?
—Sí —me contestó con cierta timidez y volvió a su mesa, donde estaba trabajando con algunos libros de texto que Bárbara le había obsequiado.
Al lado de ella, tallando un trozo de madera con una navaja, estaba un chico más alto y casi dos veces más intimidante que el propio Tamir. Vestía ropajes de cuero y sus ojos almendrados me miraron como si yo fuera alguna clase de bicho raro entrando a su casa.
Era el hermano de mi novio no oficial, y me di cuenta de que no le caí bien en lo absoluto.
—Siéntate aquí —Tamir señaló un tapete mullido, al lado de su hermanita.
Nindy, la chica estudiosa, me miró con un poco de curiosidad y sus dos pequeños hoyuelos se marcaron felizmente.
—¿Visitas? —Una muchacha de mi edad apareció por un corredor. Estaba semidesnuda y, por los tatuajes que recorrían sus piernas, me di cuenta de que pertenecía al grupo de cazadoras que recorrían la isla trayendo pieles y carnes.
—Ella es Andra —dijo Tamir—. Es mi hermana mayor.
Tenía una expresión beligerante. No respondió a mi saludo. Se fue con Nindy y la abrazó cariñosamente.
Anin, la papá, apareció desde la cocina con un plato de mariscos remojados en un caldo especial que estaba muy tibio y lo dejó en la mesita del comedor. Al mirarme, sus ojos se hicieron más pequeños y levantó los pómulos. Le dijo algo a su hijo en idioma nahili y este le respondió.
—Oh. Amiga de la extranjera. ¿Quieres comer algo?
—Sí... si no es molestia. Estoy hambrienta.
—Es la joven que cuida a los hijos de las demás —dijo Nindy, que estaba dibujando una caracola en una hoja en blanco.
—¿Eres la novia de Tamir? —Preguntó Anin.
—No. Soy su... ¿amiga?
—Entonces ¿qué haces aquí? —cuestionó Andra, la mayor —. Lárgate.
—¡No la molestes!— le gritó Nindy y, al darme la espalda, vi que tenía el tatuaje de una calavera en la zona lumbar. Eso, si recordaba bien, significaba que la chica estaba entrenando para ser una guerrera. Aunque era bajita, también llevaba una joya en el ombligo que brillaba como una perla—. Me cae bien. Se parece a mí.
—Ciertamente el físico es igual —dijo Anin, tocándome la cara con sus manos suaves—. Eres bienvenida.
—No hables, mocosa —se quejó Andra.
—¡Papá!
—Tranquilas... —gruñó Anin, y me ofreció un plato con carne asada—. Nindy ¿puedes ir a traer el licor?
Nindy se levantó enseguida y volvió con una jarra y algunos cuencos. Respetuosamente sirvió un poco de licor a toda la familia, hasta para ella, y luego se acomodó feliz junto a mí. Al otro lado de la mesa, la hermana mayor miraba con celos y desaprobación la forma en la que Nindy se estaba queriendo hacer mi amiga. Yo fruncí las cejas. Iba a ser una larga noche. Me pregunté ¿qué estaría haciendo mi hermanastra?
**Daniela**
Me dolía la mandíbula. Era como si hubiera descubierto el placer que provocaba hacer una felación y ya no quería dar marcha atrás. Leandro estaba seco por mi culpa, y sumamente agotado después de hacer el amor conmigo varias veces.
En ese momento, entró Bárbara a nuestro lecho. Traía un vestido corto y se lo quitó enseguida frente a nosotros. Se exprimió el cabello y al verme allí, sonrió.
—Anda ¿le has estado comiendo la polla a papá?
—Sí —le gruñí.
Ella se aproximó y se sentó con nosotras.
—¿Me dejas probarla un poco?
—No...
—Si —dijo papá, feliz.
— ¡¿Qué?! ¡Padre!
—Anda. Estamos en esta isla para tener mucha diversión.
Refunfuñando, vi a Bárbara burlarse de mí y atrapar el pene de mi padre con sus labios carnosos. Engulló hasta la mitad y enredó su lengua como una víbora alrededor del tronco. La parte interna de sus mejillas se levantó al hacer rozar el glande contra ella.
—Cálmate —se rió en cuanto miró mis celos—. Toma. Podemos compartir.
—¿Por qué no me la chupan las dos?
—Eso estaba por hacer —empujé a Bárbara con el hombro y tomé su lugar.
Leandro hundió sus manos en mi cabello para hacer que me quedara pegada a su polla. A mi lado, la fotógrafa empezó a acariciarme la espalda y a darme tiernos besitos en el cuello para relajarme.
—Me toca.
Se lo cedí a duras penas.
La lengua de Bárbara, llena de saliva, se deslizaba por todo el largo y grueso de la verga de Leandro, mientras yo, abajo, mordía suavemente sus huevos y hundía la cara entre ellos. Ya había dejado húmeda toda esa parte e intercambiaba miradas ceñudas con la mujer adulta, que parecía haberse dado cuenta ya de lo que sentía. De alguna manera me alegró que supiera que la odiaba.
—Papi, voy a montar un rato —antes de que nadie me respondiera, subí me uní a él.
Abarqué todo su torso con mis manos y apreté su cuello a medida que mis caderas se aporreaban contra su cuerpo. Me ardía todo el cuerpo al tenerlo encajado conmigo.
Mis nalgas hacían plas plas contra sus muslos. Sentía el grosor de su virilidad clavarse dolorosamente dentro de mis carnes. Me mordí el labio inferior y me sobé los pechos. Mi mirada lujuriosa lo incitó a olvidarse de la otra mujer, al menos por un momento. Fuimos solamente él y yo.
Bárbara, sin embargo, no se quedó atrás, y se sentó sobre la cara de mi padre. Él no perdió tiempo en abrirle los labios con las manos y hundir su lengua en la estrecha abertura que le ofrecía. La exploradora se empezó a acariciar el cuello y los pechos, que los tenía tan grandes como ubres. Contesté moviendo más las caderas, en círculo, trabada en una pelea por un hombre contra esa maldita mujer.
Ella rió sardónicamente al verme y se echó para atrás. Las manos de papá, que antes jugaban con mis piernas, se posaron sobre los dos frutos de Bárbara y le pellizcaron las puntas con renombrada fuerza. Al parecer mis sentones no eran suficientes.
—Quítate un momento —le dije a Bárbara, y cuando ella lo hizo, me apresuré a dejar caer el trasero en la cara de mi padre, para formar con él un 69. Me deleité al tenerlo todo para mí. No había forma de que Bárbara me lo quitara.
La morena se quedó de pie, con el peso apoyado sobre una pierna y los brazos cruzados. Estaba incomoda y visiblemente molesta conmigo.
—Esto no se vale.
Padre me hizo quitar. Casi me empujó. En seguida, Bárbara se tumbó sobre la cama y se abrió las piernas todo lo que su esbelta anatomía le permitió. Leandro, ignorándome, se acomodó y dirigió toda su polla en la floja hendidura de la mujer, que se tragó todo el miembro de un solo movimiento.
Estaba furiosa. Me habían desplazado. ¿Qué estaba ocurriendo con mi padre? ¿No era suficiente para él? Apretando los puños, tomé mi poca ropa y salí de la casita, en dirección a la tormenta.
**Mara**
—La tormenta está muy fuerte —Nindy y yo mirábamos la lluvia caer detrás de la ventana. Aunque había frío, la chica estaba semidesnuda y jugaba con una daga de hierro oxidada que tenía entre sus dedos anillados—. ¿También llueve dónde vives?
—En todo el mundo llueve.
La chica rió encantadoramente y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—La señora Bárbara dice que soy la mejor alumna de la escuela, pero no me h a enseñado muchas cosas del mundo exterior. Aunque habló muy bien el español. Desde que era niña, he seguido a todos los exploradores que vienen y me han enseñado muchas cosas.
—Pues con razón.
—¿Vas a casarte con mi hermano? Si lo haces, toda mi familia te dará muchas cosas y nosotras podremos ser hermanas.
—Pues... no lo sé...
—Él te hará muy feliz.
Le acaricié la espalda a Nindy. Tenía la piel muy suavecita. También era algo baja de estatura, porque me llegaba a los hombros. Siempre deseé tener una hermana menor.
—Lo sé. Le quieres mucho ¿verdad?
—Quiero a todos mis hermanos.
—Suertuda. Yo no tengo hermanos. Sólo Daniela, pero es mi hermanastra.
En eso, una fuerte y fría brisa entró. Nindy y yo nos cubrimos con los brazos.
—Ven —le dije—. Mejor vamos a ponernos ropa, que andar medio desvestidas con éste frío no es bueno para la salud.
Fui al cuarto de Nindy, que amablemente me había ofrecido su cama. Las paredes, que eran gruesas y revestidas de barro y arcilla, lograban mantener la pieza aislada del agua y una chimenea en un rincón daba bastantito calor. Me prestó uno de sus vestidos, que me quedó muy corto, obviamente. Ella se puso sólo una falda más larga y un abrigo de piel.
—¿Quieres escuchar un cuento de terror? —me preguntó, sentándose frente a mí con las piernas flexionadas.
—Sí. Sería interesante.
—¿Van a contar cuentos? —la hermana mayor entró. Ella todavía estaba desnuda. No le importaba el frío —¿Les molesta si oigo?
—No, puedes sentarte aquí —me hice a un lado para darle espacio. Tenía que arreglar algunas cosas con Andra, antes de que se volviera loca y me metiera un cuchillo entre los omoplatos.
—Hace mucho tiempo existió una doncella, que en una noche de lluvia como la de hoy, salió de su aldea para buscar a su verdadero amor. Se llamaba Minal, y era muy hermosa, de cabello dorado y piel blanca. Corrió en medio del bosque por largos tramos, a la vista de espíritus lujuriosos que la seguían a ella. Profanar el cuerpo de una chica virgen ofrece energías muy fuertes...
—Otra vez esa historia aburrida —comentó Andra.
—Déjala terminar —repliqué.
—Gracias. Entonces, como todos querían...
Estalló un trueno. La brisa se filtró por una ventana y agitó las flamas de la fogata. En eso entró la padre de Tamir. Venía agitada.
—¡Maira! ¡Tu... tu...! ¿Cómo se dice en español...? Tú hermana está herida. ¡Alguien la lastimó!
Me puse de pie como si tuviera un resorte en la espalda y corrí en dirección a la salida, sin importarme que la tormenta siguiera resonando sobre mi cabeza. Todas mis tripas dieron un giro. Si algo le había ocurrido a Daniela...
Mis lágrimas de angustia se mezclaron con el agua.
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espero haya sido de su agrado 🙂
nos vemos en la siguiente parte jeje
—¡Vamos a jugar a la pelota! —Exclamaron unos chicos cuando me vieron salir de la casita luego de tomar un generoso baño de agua tibia y perfumada.
—Bueno, vamos, vamos. Se los prometí.
No podía darme el lujo de rechazarlos. Me encantaba el lugar. Quería permanecer al lado de ellos, divertirme y olvidarme de que allá afuera había un mundo que estaba cayéndose a pedazos. Era una lástima que otras tribus estuvieran siendo atacadas por las talas de árboles y la expansión de las ciudades, pero por lo menos, protegidos por las leyes internacionales, estas personas serían felices.
Las caritas alegres de estos muchachos jugando conmigo a lanzarse la pelota, como un intento de fútbol americano, hizo que se asentara en mí un deseo muy fuerte de quedarme con ellos y con su gente en esta isla para siempre. No quería volver al mundo real.
—Maira.
—¿Tamir?
El atractivo chico venía con una agraciada sonrisa en sus labios. Me abrazó sin que yo le dijera nada y me tocó una nalga traviesamente.
—Tú... me gustas mucho.
—Tú también me gustas, Tamir.
—Quiero que sólo conmigo lo hagas.
¿A caso él tenía celos? Le di un beso y lo tomé de las manos.
—Tamir, eso no se puede. Detesto amarrarme a una persona.
—¿No me quieres?
¿Cómo iba él a entenderlo? ¿Cómo explicarle?
—Quiero tener otras parejas.
Eso sonó como si yo fuera alguna clase de zorra. Tamir frunció las cejas. Me soltó.
—Ah... entiendo.
Se dio media vuelta y se fue con los puños apretados. Empujó a un chico que pasó a su lado y este le devolvió el empujón. Ambos se miraron como un par de perros rabiosos y comenzaron a discutir. Pronto se armó un grupo de personas que intentaron separarlos.
—¿Seguimos jugando? —Me preguntó un niño, con la pelota en sus pequeñas manos.
—Sí —froté su cabeza y, tomándolo de la mano, lo llevé de allí para que no viera la violencia que se había desatado por mí culpa.
**Daniela**
La fiesta en la isla se animó por la noche. Le rendían honor a la Luna, o no sé exactamente a qué cosa, pero todos los habitantes y sus familias estaban reunidos. Los niños correteaban y jugaban con bolas de cuero y las mujeres interpretaban danzas muy sensuales con sus pequeñas faldas y sus torsos descubiertos. Además olía a carne asada, a especias y a frutos. Los nahili también preparaban un licor con quién sabe qué cosas, que era muy bueno y calentaba el estómago.
Ya me había acostumbrado a la desnudez. Papá, Maira y yo mirábamos embelesados la exótica muestra de cultura de estas personas, que mientras bailaban también actuaban una especie de obra teatral, en la que una princesa era secuestrada por un malvado hechicero y era sometida a crueles castigos. La historia tenía un cierto toque de lujuria, porque la chica en cuestión estaba siendo azotada de verdad. Otras doncellas simulaban estar atrapadas en una jaula. El brujo lanzaba sus hechizos y cantaba a sus dioses oscuros.
Mientras eso pasaba, yo vi que papá y Bárbara estaban muy juntitos, platicando entre sí y murmurando. La sensual fotógrafa tenía sus pechos al aire libre y papá estaba muy entusiasmado por esa visión.
Maira, ajena a todo esto, tenía un niño sobre sus piernas y platicaba con Marín, una joven mamá de la que se había hecho buena amiga. Envidié a mi hermanastra, que tan cómoda parecía en este lugar tan alejado de la civilización.
Crucé las piernas y fruncí mis labios. Al parecer, ni siquiera mi desnuda anatomía bastaba para llamar la atención de mi padre. Los celos de hija me comían las entrañas, y fue peor cuando Bárbara le dio a papá un beso en la mejilla y éste se rió.
—Maira —le hablé en susurros.
—¿Qué pasa?
—¿No te molesta que papá esté coqueteando con esa mujer?
—Pues... confío en que no pasará nada más.
Aunque lo dijo, sí que noté que estaba un poco sorprendida. Leandro y Shaira, la mamá de Maira, eran pareja y no se veía bien que una coqueteara con otra.
—No lo entiendo. Yo me siento muy molesta.
—Vive la vida, Daniela. Hay muchas cosas que conocer y el tiempo en la Tierra es muy corto como para sentirte mal por las cosas que hace otra persona. No te afecta en nada, aunque duela. Al final, será problema entre nuestros padres.
—Pues para ti todo es menos relevante porque eres muy liberal.
—Bueno... tú te lo pierdes.
La obra ya estaba culminando.
El guerrero había aparecido junto con sus soldados, quienes liberaron a las doncellas, las cargaron en brazos, cundieron de besos lujuriosos y luego se las llevaron a una casita para... recibir su premio.
Según Bárbara, esa era la recompensa por haber participado en la producción. Por otro lado, el mago fue golpeado y el actor tuvo que fingir su muerte. Lo sacaron en medio de un espectáculo de humo y fuego. El combatiente salvó a la doncella y la levantó en brazos. Ella lo acarició de forma romántica y salieron de escena en medio de una tormenta de aplausos y gritos de alegría.
El jefe de los nahili se paró en medio de todos y dijo unas cuantas palabras, oraron al cielo y cuando terminó, las mismas chicas semidesnudas se pusieron a bailar.
Esta vez varios hombres se levantaron y algunas muchachas del público también.
Maira le devolvió el niño a su mamá y se fue a danzar entre dos atractivas chicas que tenían el pelo largo y adornado con figuras elaboradas con conchas de mar y piedrecillas brillantes.
Mi padre se deshizo de su ropa y se fue con Maira para mezclarse con ella. Ambos bailaron alrededor del fuego. Antes de que me diera cuenta, las familias estaban allí en esa multitud mientras se reían y disfrutaban de la música y de la fiesta.
Yo era la única que estaba en mi lugar, con las piernas y los brazos tensos y cruzados debajo de mis pechos.
—Esto no me gusta —susurré.
***
**Maira**
Me escabullí para bucear en el cenote que estaba a las afueras del pueblo. Quería admirar la hermosa naturaleza subacuática de aquel sitio tan conectado con los nahili. Le rendían tributo al todo aquello que el planeta tenía que ofrecerles como sustentador de vida.
Ojalá todas las personas pensaran de esa manera.
Centenares de pequeños peces me hicieron cosquillas en los pies y en las piernas. Nadé durante un largo rato y les enseñé a algunas mujeres que estaban allí a flotar y a perder su miedo a ahogarse. Esto logró que fuera rápidamente aceptada por las familias del grupo, que en un extraño español acentuado, me preguntaban mi edad, de dónde venía y si me pensaba quedar más tiempo. Querían que me convirtiera en una especie de niñera para sus hijos, ya que ellas estaban más ocupadas con sus labores domésticas, como atender sus molinos de granos, limpiar sus casas y sus patios de la maleza y alimentar a sus animales.
Dijeron que me pagarían con pequeñas joyas y comida si aceptaba, así que cuando pusieron la primera piedra brillante en mis manos, no tuve más opción que decirles que sí. Cuando regresara, si es que lo hacía, lo haría con bonitos recuerdos y una pequeña fortuna que vender en las casas de empeño.
¿Sexo y joyas? Era el maldito paraíso.
Después de pasarnos la mayor parte del tiempo en el cenote, llevé a los niños a sus respectivas casas y me fui a la mía. Pasearme desnuda ya era tan natural para mí que olvidaba que no llevaba nada encima. No todos practicaban el nudismo, pero los que lo hacían, tenían tatuajes para mostrar. También iban perforados. Algunas chicas tenían aretes en las puntas de los pechos. Se tatuaban los muslos o la espalda. Lo más que llegué a ponerme fue una pintura muy bonita de una flor en la pierna derecha y una mariposa en la parte baja de la espalda, todo temporal, por supuesto.
Al entrar a la casita que me habían asignado, vi que Tamir estaba sobre la cama. Tenía un pequeño jarrón en las manos.
—Maira.
—¿Tamir? ¿Qué pasa?
—Yo te quiero —dijo con evidente timidez—. Te traje un regalo.
—¿Sí? A ver.
Del interior del jarrón sacó un bonito collar de piedras preciosas. Yo sonreí, encantada por su muestra de afecto y me puse la prenda enseguida. Después de eso, al verle desnudo, la polla flácida y gruesa, me entraron ganas de agradecerle de una manera diferente, por lo que me apresuré a empujarlo a la cama y a montarme sobre él para cubrirlo con mis labios.
Le besé con mucha ternura jugando con su lengua. Sus manos se pusieron sobre mis nalgas y las palmaron como si tuviera miedo de deformarlas. Sacudí mi cuerpo sobre el suyo con un romántico vaivén para hacerle entender lo que yo deseaba hacer con él.
—Tamir... qué bueno eres.
—¿Te gusta?
—Me fascina. No pares.
El muchacho me colocó a gatas y con el trasero expuesto hacia él. Tamir se acomodó detrás de mí, aferrándose a mis nalgas con las suaves yemas de sus dedos. Miré por encima de mi hombro y vi que sonreía mientras se adentraba a través de mi hendidura. La penetración fue algo dolorosa, obligada. Respiré despacio para tranquilizarme.
Mis nervios se llenaron de calambres cuando él se movió dentro de mi vagina. Su polla oprimía mis húmedas paredes a medida que Tamir realizaba movimientos circulares y apretaba mis glúteos con sus grandes y curtidas manos.
Muchos hombres me decían que yo era una ternura de persona, pero en el sexo, me convertía en una mujer guarra que no le tenía miedo a la liberación sexual.
Sus dedos tentaron mi orificio anal. El contacto hizo que mi cuerpo entero tiritara y se apoderó de mí el deseo de ser tomada por aquella estrecha cavidad.
Quería hacer sexo anal con el muchacho, aunque esa era una práctica que yo no realizaba con frecuencia. Tamir no quiso esperar y dirigió su pene a ese espacio. Mientras trataba de meter su grueso falo, el dolor fue todo menos excitante, así que me senté.
—Lo siento... creo que no entra —me dijo. Me pareció tan tierno que le tuve que besar con más fuerza y tumbarme sobre él.
Me coloqué a horcajadas sobre sus caderas y apoyé las manos en su pecho. Él jadeó cuando mi cuerpo lo dejó entrar y lo abrazó con cariño, bañándolo con mis mieles. La respiración de Tamir se volvió irregular cuando apreté los músculos y aumenté la velocidad de mis brincos sobre él. Atrapó mis pezones con los dedos y los oprimió como si fueran pequeños dulces antes de llevárselos a la boca.
La descarga de Tamir fue abundante y sentí cómo me llenaba. Lo bueno que yo no estaba en días fértiles. No sé qué habría hecho si me embarazaba de él.
—Ay... Tamir ¿de verdad me quieres?
—Sí. Quiero que seas mi esposa.
Me sonrojé.
—Tamir, Tamir, muchachito.
—Pero si fueras esposa mía... tendríamos un montón de hijos.
—No quiero tener hijos todavía —le di un beso en el pecho—. Suficiente tengo con cuidar a los de los otros papás.
Un poco molesto, Tamir se levantó y se fue. Justo iba a ir por él cuando entró Daniela y arqueó ambas cejas al mirarme recostada y desnuda sobre el lecho.
—Hola. ¿Todo en orden? Ese chico estaba un poco enojado.
—Descuida. Estoy bien.
—Vaya...
—Qué rico— dijo Bárbara, que venía tras ella—. ¿Te molesta si te limpio un poco?
Abrí las piernas.
—Adelante, mujer.
Quitada de la pena, Bárbara se metió entre mis muslos y comenzó la eficiente tarea de absorber los líquidos que seguían humedeciendo mis labios y el brote de mi clítoris. Mientras tanto, Daniela, suspirando, se sentó en una hamaca y comenzó a mecer.
—Quiero volver a casa.
—Lo haremos pronto —le aseguré.
—Sí. Vendrán a buscarme en unos días —afirmó Bárbara, con los labios encenagados.
—Lo sé, lo sé. Sólo que extraño mucho. Las fotos, mi Facebook, mis amigos... cosas así.
—¡Vive la vida!
—Ustedes nunca lo entenderían —enojada, salió de la casa y se internó en el pueblo. Siempre huía cuando la situación se tornaba difícil.
**Daniela**
Tanto desenfreno sexual por parte de mi hermanita comenzaba a molestarme. En los pocos días que llevábamos entre
los nahili, se había metido con varios chicos sin importarle las condiciones de salud de estos. Era una suerte que no estuviera embarazada. Aunque todavía era muy pronto para saberlo.
Ella decía que los nativos tenían un esperma delicioso por su dieta de proteínas y frutas.
Aunque yo deseaba relacionarme con los hombres nahili y probar esa teoría, una gran parte de mí, la emocional si puede decirse, continuaba queriendo intimidad con papá.
Encontré a Leandro practicando nudismo. Estaba al lado de una atractiva mujer bronceada que parecía reírse con sus bromas mientras ella le enseñaba algunos artefactos de pesca elaborados con madera y filamentos orgánicos. Una vendedora que no tenía miedo de usar sus encantos para él.
—Papá.
—Ah, Daniela ¿cómo estás? Qué bien te ves desnuda.
—Gra... gracias.
Él se despidió de la señora y comenzamos a andar por la isla, sin rumbo aparente.
—¿Te encuentras bien?
Le conté que extrañaba mi hogar, y que Maira parecía dispuesta a querer quedarse. Papá no respondió enseguida, pero se lo pensó. Dijo que la madre de Maira nunca aceptaría que su hija se mudara a una isla apartada de la civilización, y aunque a mí, la muchachita no me terminaba de caer bien, lo cierto es que compartía su opinión.
Sin darnos cuenta habíamos llegado hasta los bordes de la aldea, y más adelante se encontraba la selva. Papá sugirió que fuéramos a dar un paseo, a lo que yo contesté inmediatamente que sí. Era mi oportunidad para estar con él y para relajarme y charlar.
Nos adentramos entre la maleza. Yo iba tras él, mirando su fuerte espalda de titán e intentando no aventurarme sobre él para acosarlo. El pensamiento me divertía. Era adictivo porque sabía que la sociedad condenaba mis fantasías incestuosas con él.
Nos sentamos sobre unas piedras para tomar el brillo del sol, que se filtraba por entre las copas de los árboles.
—Este sitio es tranquilo —cruzó un brazo por detrás de mi espalda y me atrajo hacia él. Al hacerlo, uno de mis pechos se tocó con su torso. El contacto hizo que mis pezones se pusieran duros.
—Me encanta estar contigo —le toqué el vientre—. De verdad que me encanta.
—¿Quieres que hagamos algo?
—¿Puedo? —Me separé para mirarle. Leandro me guiñó un ojo.
—Hazlo. Conozco esa mirada. Es la mirada del deseo.
Tragué saliva y me acomodé entre sus rodillas. Al saber que iba a aprovecharme de él, su miembro comenzó a reaccionar y ganó un tamaño considerable. Era mi segundo encuentro con él.
Me pasé la lengua por los labios, apoyé las manos en sus muslos y él me ayudó haciendo a un lado mi pelo. Luego comenzó a golpear mi cara con su pene. Yo me reí y en una de esas atrapé su virilidad con mi boca. La sensación de tener que estirar mi mandíbula darle cabida fue fantástica y excitante.
Chupé despacio, tratando de llevarme el falo hasta el fondo de la garganta. Mis orejas zumbaban y mi corazón seguía gritando que lo que hacía estaba mal y que traería fatales consecuencias. Pero ¿qué consecuencias? ¿Cómo algo que se sentía tan bien podría lastimarme?
Leandro era un hombre. Yo era una mujer. No había nada que se interpusiera entre nosotros.
Empecé a mamar con rapidez. Con las manos estrujaba el saco de sus testículos y sentía su calor correr a través de mis nervios. Dejé el pene por un rato y atrapé sus huevos con mi boca. Jugué con ellos, provocándolo con la saliva que goteaba de mi lengua.
No tardó mucho para que papá se pusiera de pie. Su rostro enrojecido sólo delataba que quería una cosa. Nos quedamos mirándonos durante un rato en una silenciosa comunión, y entonces sucedió. Me tumbé sobre el piso y abrí las piernas ofreciéndole una hermosa vista de mi cuerpo. Él, dudando al principio, se encaramó sobre mí. Yo cerré los ojos y le dirigí su polla a la entrada de mi sexo. Reparé en el ardor cuando me penetró y la reacción de mí ser al darle cobijo.
Sin pensarlo dos veces, Leandro me tomó de las caderas y con un rápido movimiento, me encajó los centímetros que faltaban. Yo grité al sentir mis carnes separarse. Él la sacó de inmediato y volvió a hundirla con violencia. Sus estocadas eran rápidas.
Se inclinó hacia mis pezones y los atrapó. Primero uno y luego el otro. Tenía mis pechos tan duros que dolían.
¿En dónde estaba mi límite? Evidentemente, ya no existía. Se había ido para siempre.
Me puso bocabajo y se recostó encima de mi espalda. Abrió mis nalgas y buscó la entrada de mi vagina. Una vez hallándola, me penetró otra vez y tiró de mi cabello. No me estaba lastimando; pero la perspectiva de que pudiera hacerlo, de que me estaba sometiendo un hombre como él, causó que me corriera.
Mi vagina ardía. Mi clítoris mojado empapaba mis piernas. Notaba la facilidad con la que mi cuerpo se adaptaba a su polla que entraba y salía sin resistencia.
— Me dejaste bien abierta, papá.
—Sí, eso querías ¿verdad?
—Sí. Que me rompieras. Quiero que me rasgues todos los orificios de mi cuerpo.
Me coloqué a gatas y doblé la espalda. Él, antes de entrar, se dedicó a apretar mis posaderas y a tentarme las carnes con los besos de sus labios. A continuación, me pegó una palmada muy fuerte en el trasero.
—¡Más! —Le imploré.
Repitió el golpe. La piel me quemaba. No sabía si quería que se detuviera o que continuara con su castigo. Después de aquellos golpes, vinieron los mimos. Me besó la espalda y la recorrió con su lengua..
—No la saques. Córrete dentro de mí.
Él así lo hizo. Su eyaculación me llenó y provocó que volviera a correrme con él en mi interior.
—¡Padre! —le llené la cara de besos al girarme para rodearlo con mis brazos. Él me correspondió, y en ese instante, dejé de mirarlo como mi padre.
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Volvimos tomados de la mano, como dos adolescentes enamorados. Adoraba a Leandro y las cosas que me había hecho. La irrupción de su sexo en el mío seguía grabada como una película sensitiva en mis recuerdos. Nunca había estado tan relajada. Tan libre. ¿Era esto lo que Maira sentía? Podría volver a hacerlo un millón de veces
Sin pudor, en esa misma entrada a la aldea, en un rincón donde nadie nos viera, hice que papá se sentara y tomé su virilidad con mis labios. Su pene se alargó y engrosó debido a mis caricias. Tenerlo sólo para mí, degustarlo a tal grado que me parecía el puto paraíso en mi garganta, hizo que mi coño se mojara enseguida. De cuclillas como estaba, noté el fresco aire pasando entre mis nalgas, y luego un viento todavía más fuerte se desató y las primeras gotas de una tormenta cayeron. Papá se quería ir.
—Espera. Quiero que me eyacules en la boca —le rogué, ignorando el agua que nos empapaba.
Finalmente el semen se descargó en mi garganta. Ah... qué calientito que estaba. Lo tragué fácilmente y luego, muriéndonos de la risa, corrimos hasta refugiarnos en la casita que nos habían asignado. Por suerte estaba vacía, así que pude acostar a papá otra vez y volvimos a amarnos como dos locos que sólo sabían entregarse a la carne.
**Maira**
La tormenta nos había agarrado en pleno partido. Yo había estado jugando con los chicos cuando la lluvia empezó a caer y sus padres vinieron a buscarlos. Cuando el último de ellos se fue, yo misma me encontré andando rápidamente para encontrar un refugio. Pasé por un callejón, que estaba tan vacío como el resto de las calles. Entonces, una mano me agarró del brazo y me metió en un callejón cubierto por un techo de madera.
Se trataba de Tamir, el bronceado de rizos castaños que me quería como esposa.
—¿Estás bien?
—Sí, gracias. Me estaba mojando.
Sonrió y me tomó de ambas manos. pegó su cuerpo contra el mío para calentarme y luego, olió mi cabello y besó mi frente en un acto que me pareció sumamente tierno para alguien a quien acababa de decirle que no quería tener a sus bebés.
—¿En serio no quieres ser mi esposa?
Y seguía y seguía...
—En serio.
Tamir frunció las cejas, enojado.
—Yo te daría muchas riquezas.
Eso sí que era interesante. La parte codiciosa de mí las quería, pero tampoco iba a juntarme con él por mero interés.
—Es encantador, pero he dicho que no y debes respetar mi decisión.
Sonrió con tristeza.
—¿Y si vivimos juntos un tiempo?
—¿En serio?
—¡Sí! Al menos... hasta que te vayas.
—No estoy segura.
—Mi familia te gustará. Te presentaré. Te van a querer.
—¿En serio?
En ese punto, ya no sabía si decir si era una mala idea irme con él. Quería entrar en calor y cambiarme de ropa.
Acepté que Tamir me llevara a su casa, que era más grande que todas las demás. Su papá era el sacerdote de la tribu, por lo que era muy bien respetado. Su mamá era una mujer que se dedicaba a la arbolaria y que era buscada por sus ungüentos contra el dolor y sus medicamentos para combatir la fiebre.
—Hemos vuelto —dijo Tamir, y una chica de mi edad, quizá un poco menor, corrió hacia él y lo abrazó.
—¡Tamir! Papá te estaba esperando. ¿Quién es esta mujer? ¿Es tu novia?
—No... no soy eso —levanté las palmas de las manos—. Hablas muy bien el español. ¿Eres la hermanita de Tamir?
—Sí —me contestó con cierta timidez y volvió a su mesa, donde estaba trabajando con algunos libros de texto que Bárbara le había obsequiado.
Al lado de ella, tallando un trozo de madera con una navaja, estaba un chico más alto y casi dos veces más intimidante que el propio Tamir. Vestía ropajes de cuero y sus ojos almendrados me miraron como si yo fuera alguna clase de bicho raro entrando a su casa.
Era el hermano de mi novio no oficial, y me di cuenta de que no le caí bien en lo absoluto.
—Siéntate aquí —Tamir señaló un tapete mullido, al lado de su hermanita.
Nindy, la chica estudiosa, me miró con un poco de curiosidad y sus dos pequeños hoyuelos se marcaron felizmente.
—¿Visitas? —Una muchacha de mi edad apareció por un corredor. Estaba semidesnuda y, por los tatuajes que recorrían sus piernas, me di cuenta de que pertenecía al grupo de cazadoras que recorrían la isla trayendo pieles y carnes.
—Ella es Andra —dijo Tamir—. Es mi hermana mayor.
Tenía una expresión beligerante. No respondió a mi saludo. Se fue con Nindy y la abrazó cariñosamente.
Anin, la papá, apareció desde la cocina con un plato de mariscos remojados en un caldo especial que estaba muy tibio y lo dejó en la mesita del comedor. Al mirarme, sus ojos se hicieron más pequeños y levantó los pómulos. Le dijo algo a su hijo en idioma nahili y este le respondió.
—Oh. Amiga de la extranjera. ¿Quieres comer algo?
—Sí... si no es molestia. Estoy hambrienta.
—Es la joven que cuida a los hijos de las demás —dijo Nindy, que estaba dibujando una caracola en una hoja en blanco.
—¿Eres la novia de Tamir? —Preguntó Anin.
—No. Soy su... ¿amiga?
—Entonces ¿qué haces aquí? —cuestionó Andra, la mayor —. Lárgate.
—¡No la molestes!— le gritó Nindy y, al darme la espalda, vi que tenía el tatuaje de una calavera en la zona lumbar. Eso, si recordaba bien, significaba que la chica estaba entrenando para ser una guerrera. Aunque era bajita, también llevaba una joya en el ombligo que brillaba como una perla—. Me cae bien. Se parece a mí.
—Ciertamente el físico es igual —dijo Anin, tocándome la cara con sus manos suaves—. Eres bienvenida.
—No hables, mocosa —se quejó Andra.
—¡Papá!
—Tranquilas... —gruñó Anin, y me ofreció un plato con carne asada—. Nindy ¿puedes ir a traer el licor?
Nindy se levantó enseguida y volvió con una jarra y algunos cuencos. Respetuosamente sirvió un poco de licor a toda la familia, hasta para ella, y luego se acomodó feliz junto a mí. Al otro lado de la mesa, la hermana mayor miraba con celos y desaprobación la forma en la que Nindy se estaba queriendo hacer mi amiga. Yo fruncí las cejas. Iba a ser una larga noche. Me pregunté ¿qué estaría haciendo mi hermanastra?
**Daniela**
Me dolía la mandíbula. Era como si hubiera descubierto el placer que provocaba hacer una felación y ya no quería dar marcha atrás. Leandro estaba seco por mi culpa, y sumamente agotado después de hacer el amor conmigo varias veces.
En ese momento, entró Bárbara a nuestro lecho. Traía un vestido corto y se lo quitó enseguida frente a nosotros. Se exprimió el cabello y al verme allí, sonrió.
—Anda ¿le has estado comiendo la polla a papá?
—Sí —le gruñí.
Ella se aproximó y se sentó con nosotras.
—¿Me dejas probarla un poco?
—No...
—Si —dijo papá, feliz.
— ¡¿Qué?! ¡Padre!
—Anda. Estamos en esta isla para tener mucha diversión.
Refunfuñando, vi a Bárbara burlarse de mí y atrapar el pene de mi padre con sus labios carnosos. Engulló hasta la mitad y enredó su lengua como una víbora alrededor del tronco. La parte interna de sus mejillas se levantó al hacer rozar el glande contra ella.
—Cálmate —se rió en cuanto miró mis celos—. Toma. Podemos compartir.
—¿Por qué no me la chupan las dos?
—Eso estaba por hacer —empujé a Bárbara con el hombro y tomé su lugar.
Leandro hundió sus manos en mi cabello para hacer que me quedara pegada a su polla. A mi lado, la fotógrafa empezó a acariciarme la espalda y a darme tiernos besitos en el cuello para relajarme.
—Me toca.
Se lo cedí a duras penas.
La lengua de Bárbara, llena de saliva, se deslizaba por todo el largo y grueso de la verga de Leandro, mientras yo, abajo, mordía suavemente sus huevos y hundía la cara entre ellos. Ya había dejado húmeda toda esa parte e intercambiaba miradas ceñudas con la mujer adulta, que parecía haberse dado cuenta ya de lo que sentía. De alguna manera me alegró que supiera que la odiaba.
—Papi, voy a montar un rato —antes de que nadie me respondiera, subí me uní a él.
Abarqué todo su torso con mis manos y apreté su cuello a medida que mis caderas se aporreaban contra su cuerpo. Me ardía todo el cuerpo al tenerlo encajado conmigo.
Mis nalgas hacían plas plas contra sus muslos. Sentía el grosor de su virilidad clavarse dolorosamente dentro de mis carnes. Me mordí el labio inferior y me sobé los pechos. Mi mirada lujuriosa lo incitó a olvidarse de la otra mujer, al menos por un momento. Fuimos solamente él y yo.
Bárbara, sin embargo, no se quedó atrás, y se sentó sobre la cara de mi padre. Él no perdió tiempo en abrirle los labios con las manos y hundir su lengua en la estrecha abertura que le ofrecía. La exploradora se empezó a acariciar el cuello y los pechos, que los tenía tan grandes como ubres. Contesté moviendo más las caderas, en círculo, trabada en una pelea por un hombre contra esa maldita mujer.
Ella rió sardónicamente al verme y se echó para atrás. Las manos de papá, que antes jugaban con mis piernas, se posaron sobre los dos frutos de Bárbara y le pellizcaron las puntas con renombrada fuerza. Al parecer mis sentones no eran suficientes.
—Quítate un momento —le dije a Bárbara, y cuando ella lo hizo, me apresuré a dejar caer el trasero en la cara de mi padre, para formar con él un 69. Me deleité al tenerlo todo para mí. No había forma de que Bárbara me lo quitara.
La morena se quedó de pie, con el peso apoyado sobre una pierna y los brazos cruzados. Estaba incomoda y visiblemente molesta conmigo.
—Esto no se vale.
Padre me hizo quitar. Casi me empujó. En seguida, Bárbara se tumbó sobre la cama y se abrió las piernas todo lo que su esbelta anatomía le permitió. Leandro, ignorándome, se acomodó y dirigió toda su polla en la floja hendidura de la mujer, que se tragó todo el miembro de un solo movimiento.
Estaba furiosa. Me habían desplazado. ¿Qué estaba ocurriendo con mi padre? ¿No era suficiente para él? Apretando los puños, tomé mi poca ropa y salí de la casita, en dirección a la tormenta.
**Mara**
—La tormenta está muy fuerte —Nindy y yo mirábamos la lluvia caer detrás de la ventana. Aunque había frío, la chica estaba semidesnuda y jugaba con una daga de hierro oxidada que tenía entre sus dedos anillados—. ¿También llueve dónde vives?
—En todo el mundo llueve.
La chica rió encantadoramente y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—La señora Bárbara dice que soy la mejor alumna de la escuela, pero no me h a enseñado muchas cosas del mundo exterior. Aunque habló muy bien el español. Desde que era niña, he seguido a todos los exploradores que vienen y me han enseñado muchas cosas.
—Pues con razón.
—¿Vas a casarte con mi hermano? Si lo haces, toda mi familia te dará muchas cosas y nosotras podremos ser hermanas.
—Pues... no lo sé...
—Él te hará muy feliz.
Le acaricié la espalda a Nindy. Tenía la piel muy suavecita. También era algo baja de estatura, porque me llegaba a los hombros. Siempre deseé tener una hermana menor.
—Lo sé. Le quieres mucho ¿verdad?
—Quiero a todos mis hermanos.
—Suertuda. Yo no tengo hermanos. Sólo Daniela, pero es mi hermanastra.
En eso, una fuerte y fría brisa entró. Nindy y yo nos cubrimos con los brazos.
—Ven —le dije—. Mejor vamos a ponernos ropa, que andar medio desvestidas con éste frío no es bueno para la salud.
Fui al cuarto de Nindy, que amablemente me había ofrecido su cama. Las paredes, que eran gruesas y revestidas de barro y arcilla, lograban mantener la pieza aislada del agua y una chimenea en un rincón daba bastantito calor. Me prestó uno de sus vestidos, que me quedó muy corto, obviamente. Ella se puso sólo una falda más larga y un abrigo de piel.
—¿Quieres escuchar un cuento de terror? —me preguntó, sentándose frente a mí con las piernas flexionadas.
—Sí. Sería interesante.
—¿Van a contar cuentos? —la hermana mayor entró. Ella todavía estaba desnuda. No le importaba el frío —¿Les molesta si oigo?
—No, puedes sentarte aquí —me hice a un lado para darle espacio. Tenía que arreglar algunas cosas con Andra, antes de que se volviera loca y me metiera un cuchillo entre los omoplatos.
—Hace mucho tiempo existió una doncella, que en una noche de lluvia como la de hoy, salió de su aldea para buscar a su verdadero amor. Se llamaba Minal, y era muy hermosa, de cabello dorado y piel blanca. Corrió en medio del bosque por largos tramos, a la vista de espíritus lujuriosos que la seguían a ella. Profanar el cuerpo de una chica virgen ofrece energías muy fuertes...
—Otra vez esa historia aburrida —comentó Andra.
—Déjala terminar —repliqué.
—Gracias. Entonces, como todos querían...
Estalló un trueno. La brisa se filtró por una ventana y agitó las flamas de la fogata. En eso entró la padre de Tamir. Venía agitada.
—¡Maira! ¡Tu... tu...! ¿Cómo se dice en español...? Tú hermana está herida. ¡Alguien la lastimó!
Me puse de pie como si tuviera un resorte en la espalda y corrí en dirección a la salida, sin importarme que la tormenta siguiera resonando sobre mi cabeza. Todas mis tripas dieron un giro. Si algo le había ocurrido a Daniela...
Mis lágrimas de angustia se mezclaron con el agua.
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espero haya sido de su agrado 🙂
nos vemos en la siguiente parte jeje
9 comentarios - vacaciones nudistas con mi papá -capítulo 8 y 9