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Unas vacaciones con mi tía (I)

Como os dije en mi segundo post (http://www.poringa.net/posts/relatos/3310106/Un-milagro-navideno.html), no me conformaría sólo con dos experiencias con mi tía. Cada una estuvo bien a su manera, la primera por el morbo de que ella no supiera que se estaba follando a su sobrino y la segunda porque mi chantaje salió bien y pude repetir en privado. De todas formas, necesitaba más de ella y deseaba que no se opusiera a darme todo lo que le pedía. Estuve buscando todas las formas para tener un nuevo encuentro con ella y no encontraba la excusa. Siempre que quedábamos era para hablar entre nosotros o con mi familia de por medio, si estábamos solos no me atrevía a insinuarle nada y, si no, estábamos acompañados sin un momento de intimidad. Además, mi relación con ella estaba tan bien que me sorprendía que el incesto no la hubiera afectado. A veces me preguntaba con cuánta gente se había acostado en su trabajo secreto (http://www.poringa.net/posts/relatos/3274945/Mi-regalo-de-cumpleanos.html) y cómo la tratarían, si disfrutaban golpeándola o si eran de tendencias más románticas. Trataba de imaginarme sus caras y he de reconocer que me repugnaba pensar cuántos hombres habían disfrutado del cuerpo de mi tía y, otras, me excitaba y me hacía sentir celoso. La quería sólo para mí.
Pasaron algunos meses desde aquella mañana navideña y llegó el verano. Por primera vez la suerte me sonreía de verdad y pude dejar de buscar excusas para vernos. Unos amigos suyos la invitaron a pasar un fin de semana en la montaña para hacer senderismo y desconectar de la ciudad. Tenían allí una especie de cabañas en las que poder descansar y dormir. Mi tía no estaba entusiasmada con la idea, pero me preguntó si yo quería ir y, viendo la oportunidad que podía tener por delante, le dije que sí y a ella no le quedó más remedio que aceptar también.
Salimos el sábado de madrugada y llegamos a las cabañas poco después de amanecer. Conocí a los amigos de mi tía, algunos años más jóvenes que ella, que eran los dueños de unas casas rurales dedicadas para la meditación y el senderismo. Éramos cinco, ellos tres y nosotros dos. Nos alojaron a nosotros en una cabaña con cuatro habitaciones: dos dormitorios (en realidad eran habitaciones con un colchón duro y sin sábanas), la cocina y el baño. Ellos se alojaron en otra diferente.
En fin, cuando dejamos nuestras cosas nos fuimos a dar una vuelta por los caminos de bosques y regresamos al anochecer, prendimos una hoguera y comimos algo antes de acostarnos. Estábamos destrozados por la caminata y el calor seco de la montaña. Deseaba llegar por fin y tirarme sobre el colchón para descansar y reponerme para el día siguiente, así que me tiré sobre el colchón y me quedé dormido hasta que tuve que levantarme para orinar. El principal problema que tenía la cabaña era que, para llegar al baño, primero tenía que atravesar la habitación de mi tía. No había otra forma.
Por tanto, atravesé la habitación de mi tía, tratando de no hacer ruido, y encendí la luz. Cuando terminé quise volver a mi colchón y seguir durmiendo, pero no pude evitar retrasarme un poco al ver la figura de mi tía dormida. La luz del baño alumbraba un poco el interior de su dormitorio y me permitió ver que llevaba puesto un pijama claro y usado, de pantalones muy cortos y de camiseta ceñida. Las piernas, blancas, largas y bien formadas estaban extendidas por el colchón, desnudas en su mayoría, y vi cómo su pecho subía y bajaba con la respiración. Se le notaba la marca del sujetador en la camiseta. Tenía la boca medio abierta y empecé a sentir que en mi entrepierna se levantaba una erección. Desde la distancia me saqué la polla y empecé a acariciarla, sólo con esa imagen tan erótica de mi tía durmiendo boca arriba. Estaba preciosa y no pude aguantar la tentación. Me acerqué, sin soltarme la polla, y con cada paso que daba aceleraba más el ritmo de la paja. Jadeaba en silencio para no despertarla. Me quedé muy cerca de ella, lo más cerca de su cabeza que pude y, al mirar para abajo, vi la entrada de su canalillo y la redondez perfecta y grande de sus tetas que se intuía en la camiseta escotada. No podía dejar de mirar su cuerpo de diosa y me acordaba constantemente de mis experiencias sexuales con ella, era demasiado tentador. Me vi de nuevo el día de Navidad sin poder contener el deseo y haciendo que se comiera mi polla y también me vi rodeándola con mis amigos el día de mi cumpleaños, con máscaras en la cara y ella haciendo su trabajo de prostituta sin saber quiénes éramos… El ritmo de la paja se aceleró cada vez más y no me pude contener, eché el cuerpo para adelante y, sin medir la distancia, me corrí. En un principio no me di cuenta de dónde había caído hasta que con el brillo de la luz pude ver que la mejilla derecha de mi tía y parte del pelo estaban cubiertos por una sustancia blanca y viscosa. Me puse tan nervioso que no supe ni cómo reaccionar. Me subí los calzoncillos y empecé a dar la vuelta cuando escuché una voz medio dormida a mi espalda.
-¿Adónde vas…? Eh… ¡mierda! ¿Se puede saber qué es esto?
Cuando la miré se estaba tocando el semen con los dedos con cara de asco y fastidio. Empecé a pedirle disculpas atropelladamente, pero me cortó.
-¿Qué te crees, que me puedes tratar siempre como si fuera una puta? ¿No has tenido ya bastante, eh?
-Pues no… -lo dije sin pensar y me arrepentí al ver su cara de enfado. Nunca la había visto tan molesta con algo, pero nunca tendría bastante de su cuerpo.
Nos miramos durante un buen rato, ella con el ceño fruncido y yo con cara de miedo. No sé por qué aquella situación me excitó de nuevo, con su cara enfadada y el cuerpo sensual recostado en el colchón. Mi polla se volvió a levantar y cuando quise tapármela para que ella no me malinterpretara, me detuvo.
-De acuerdo, ahora vas a aprender –fue lo único que dijo antes de ponerse de rodillas sobre el colchón.
Me bajó los calzoncillos y sacó mi rabo durísimo. Lo primero que hizo fue apretarlo con todas sus fuerzas con ambas manos y luego se lo metió en la boca poco a poco. Se metía una parte, la chupaba con la lengua y se la sacaba, se lo volvía a meter, lo mordía con suavidad (otras veces no tanta) y seguía avanzando terreno hasta que completó la verga entera. Si ella ponía los ojos en blanco cuando rozaba con mi puntita su garganta, yo me sentía en el paraíso. Me encantaba la humedad cálida de su boca y el roce de sus labios gruesos me ponía muy cachondo, quise tomar el control y acelerar el ritmo de la mamada, pero cuando lo intenté me mordió el rabo con tanta fuerza que se me saltaron las lágrimas. Se lo sacó, con hebras de saliva en las comisuras de los labios y, entre jadeos me dijo:
-Tú no vas a hacer nada, ¿entendido?
Asentí y, en vez de seguir con el trabajo que había iniciado, empezó a desnudarse completamente, empezando por los pantalones, después el tanga y terminando por la camiseta. Sólo se dejó el sujetador negro puesto.
-Túmbate.
Yo obedecí y ella se puso sobre mí, se acomodó el sostén y metió mi polla entre sus enormes pechos que, aprisionados, estaban mucho más duros que de costumbre y empezó a subir y a bajar con las manos puestas a ambos lados de las tetas y retorciendo la cara por el placer. No gemía, pero sí suspiraba a veces. Bajó con sus atributos y acercó la cara para lamer la puntita que apenas sobresalía, intentó chuparla y se limitó sólo a darle golpecitos húmedos y ardientes con la lengua. Mientras, se quitó el sujetador y liberó mi polla de ese abrazo de sus tetas enormes. Se quedó de rodillas, mirándome y, en un impulso irrefrenable, me levanté y le tapé la boca con la mano derecha mientras le ponía su cabeza contra la pared. No sé por qué actué de forma tan violenta, la escuché gritar por el gesto tan inesperado y la puse a cuatro patas, como mejor sabía gozar de su cuerpo. Apreté las nalgas con las dos manos, les di dos azotes y le tiré del pelo para levantarle la cabeza antes de penetrarla.
Le separé las nalgas y vi sus dos agujeros, el culo y el coñito húmedo. Al final me decanté por este último y se la metí casi a cámara lenta, para que sintiera cada palmo de mi polla en su interior. Luego se la saqué con la misma velocidad y, cuando repetía este proceso, aceleraba un poco más.
-Para… te he dicho que… ¡ahh!... que hoy no ibas a… ¡uhh!... hacer nada…
Trataba de hablar entre cada gemido y yo quise cerrarle la boca empujándola contra la pared hasta que se golpeó la frente. Ahora me siento mal de haber actuado así, pero en ese momento era una bestia imparable.
-¡Así es como te tratan tus clientes! Te follan así, ¿verdad, puta?
Su coño caliente estaba delicioso, húmedo y se contraía con cada gemido que retenía para que no la escucharan en mitad de la noche. Fue un incesto íntimo, con susurros en vez de gritos, y con golpes de su cabeza en la pared con cada embestida. Le bajé la cara hasta el colchón y empiné aún más su culo para metérsela con más fuerza, como si quisiera reventar su interior, y yo gritaba como un animal en celo. Mis muslos rebotaban en sus nalgas redondas y apetecibles y veía vibrar sus muslos al mismo tiempo, las tetas no paraban de moverse de arriba para abajo. Para detenerlas entre mis manos las cogí de ambos pezones y los pellizqué como si fueran las riendas de una yegua. Cuando no pude soportar más la presión, se la saqué de golpe y la obligué a ponerse de rodillas. Le metí el rabo de sopetón en la garganta y me corrí en su interior, dejé un rato la polla descansando dentro y cuando se lo saqué vi que tenía la cara enrojecida pero no estaba molesta, sino más bien cansada o excitada.
Yo también me puse de rodillas, acariciando su cuerpo con más tranquilidad que antes y susurrándole al oído.
-Me encantas, ¿lo sabías? Me gustaría repetir todas las veces que fueran necesarias hasta caernos de cansancio.
Me miró, medio avergonzada y medio pícara y se fue al baño dejándome tirado en el colchón, donde por fin pude conciliar el sueño. Ahora sabía que había muchos encuentros de ese tipo, porque se lo había confesado y porque ella no se había opuesto en aquella ocasión, lo que no me podía imaginar es que sería tan pronto. Al menos, no tendría que esperar seis meses como esta vez.

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