Y una tarde, ………
-¡Hola!-
-¡Laurita, … te pido un favor!... si te llama papá, decile que estuve con vos esta tarde ¿Entendiste?-
-¡Mamaaa! ¿Con quién estuviste?-
-Con un… amigo-
-¿Dónde mamá?-
-En un….. telo…. –
-¡Mamáaaaa! ¿A tu edad…?-
-¡No sabés!!! Ya te voy a contar- me interrumpió y colgó, segura que no la iba a deschavar.
Y no lo hice, al conversar con papá, que había olfateado el “derrape”. Al contrario de Miguel, mi marido con mis perradas, mi padre nunca descubrió o confirmó las trastadas de mamá.
El día siguiente el relato de mamá:
“…..cuando era treintañera trabajaba en Capital, en el hospital Santa Lucía, tuve un affaire, de algunos capítulos, con Carlos. Nos dejamos de ver, por largos años, hasta que semanas atrás vino a la clínica, con su esposa, ella con una infección en los ojos. Los dos simulamos no reconocernos, pero el día siguiente, él vino solo, esperó que lo atendiese y, al final de mi turno, tomamos un café y……. estamos en plena recaída. Una vez por semana tenemos un…. encuentro. Él es ingeniero y sabe cómo encender, enardecer a una mujer”
Mamá es oftalmóloga jubilada, al final de sus 60 años, de cuerpo, rostro y mente, bien conservados. Sigue atendiendo en un centro de ojos privado -porque le gusta y para redondear sus ingresos-
-¿Cuántos años tiene tu Carlos?-
-78. Pero no tenés idea de lo entero que está y que buen ver sigue teniendo, en particular ¡en pelotas!-
La miré escéptica. Pronto comprobaría lo errada que estaba, yo.
Unos 20 días después recibí una llamada- desde el celular de mamá- en el mío.
-¡Hola mamá!-
-¿Laura? Soy Carlos, un “conocido” de tu mamá– me respondió una voz masculina que, enseguida agregó.
- Estoy con María. Ella tuvo un pequeño accidente: tropezó y golpeó la nariz contra el suelo. Está sangrando. No es nada grave pero pide que vengas cuanto antes.-
-¡Uhhhhh!!!! ¿donde…. donde?-
-Estamos cerca, en calle Ccccc esquina Ggggg-
Era la ubicación de un hotel alojamiento. Entraban o salían después o para la tercer cogida, a partir del día del “blanqueo”, conmigo, de las escapadas de mamá con su chongo ingeniero, suponiendo que habían respetado la frecuencia semanal de las cogidas.
Salí disparada para auxiliar a mamá y llevarla a una guardia médica.
Al llegar, estaba sentada en una pared bajita, apretando su nariz, con un pañuelo casi totalmente ensangrentado y acompañada por un señor erguido, alto, cabello completamente gris, ojos grandes color café oscuro, pestañas largas y rizadas, nariz prominente, boca grande, labios gruesos, brazos musculosos. Carlos.
Por suerte la lesión no pasó de una fractura de tabique nasal, pero mi madre me hizo llamar porque necesitaba mi cobertura para no desasnar a mi padre.
Así fue y, a los pocos días, consideré terminado el suceso. No tuve en cuenta que el tal Carlos tenía el número de mi celular.
Al cabo de un intercambio de mensajes y llamadas, prolongado varios días y con aumento gradual deshonesto y obsceno, de palabras y propuestas, me llamó mientras estaba en el trabajo:
-…. Oime pichona, mi mujer está de viaje,….. voy a estar solo, en casa, toda la tarde. Pedí permiso en la oficina y venite. Te la doy toda, te voy a dar leche para que la repartas.-
-¿Cómo es eso que me vas a dar la leche? ¿Con que herramienta? ¡Con la cosita…… gastada…… que tenés, no creo que me hagas ni cosquillas, papito!-
Ni yo me creí esa respuesta. Por lo que sabía por mi madre (“me enloquece su verga” aseguraba), él tenía resto y arnés para dar deleite a una mujer.
Por la pinta que le vi, el día del percance con mi madre, por los comentarios de ella y por su cortejarme descarado e insistente, tenía (tengo) serias dudas de su edad declarada. “le voy a pedir el DNI” pensaba.
Extrañamente, me excité pensando en el convite. Quizás porque nunca había cogido con un viejo, tan viejo.
Y, después de idas y vueltas, lo acepté, con hora límite de finalización para ir a buscar los chicos a la escuela.
Salí de la oficina y, en casa, me arreglé la cara cuidadosamente, elegí un vestidito muy liviano, lencería desvergonzada, portaligas, medias auto sostenibles y tacos altos.
Llamé un taxi para ir a la cita. Llegué excitada y perturbada. Me anuncié por el portero eléctrico. Carlos bajó para abrirme la puerta del edificio. Quedó deslumbrado y admirado y con sonrisa, incrédula, en los labios. Los aprontes, en casa, hicieron el efecto esperado.
En el sofá, del departamento, nos besamos con ardor un breve lapso de tiempo, liberé totalmente una de mis tetas y se la ofrecí para que la chupara. Con el pezón estirado y babeado por sus gruesos labios, no pude resistir las ganas de meterle la mano adentro del pantalón. Le bajé el cierre y saqué su verga fuera del calzoncillo, que ya le quedaba chico. La tenía parada, y por lo que palpé era gruesa y larga. El veterano gimió mientras mamaba mi pezón. Tenía los ojos extraviados y la respiración conmocionada.
-…… ¿Te parece que te va….. a hacer cosquillas, putita?-
-¡Eso creo!!!- le reconocí.
Se puso de pie de un salto y dijo:
-¡Vení…. me vas a…. contar, cuando la tengas, adentro!-
Me llevó de una mano al dormitorio, Me sacó el vestidito y terminó de liberarme del corpiño, me sentó en la cama y se sacó el pantalón. Yo sabía de sobra cómo seguía el juego. Me agaché, froté mi cara en su bulto hinchado, olí con descaro su fragancia a bolas, a pis y seguro que a un par de acabaditas por pajas previas, le bajé el calzoncillo con los dientes y apenas toqué la bolsita de sus huevos pequeños, Carlos se sacudió. Eso me llenó de adrenalina. Tanto que engullí sus huevos en mi boca, le mamé la verga con su fuerte olor a macho en celo, le rocé el culo con un dedo, me paré y le di unos tetazos en la cara.
Fue todo lo que pudo aguantar, me empujó y acostó, me sacó bombacha, zapatos y medias. No podía creer la fuerza impetuosa del viejito. Se subió entre mis piernas, colocó su pene en la entrada de mi concha jugosa, y comenzó a cogerme desaforado, ardiente, lleno de pasión. Lo secundé subiendo y bajando el culo para refregarle el pubis con el mío, arañándole la espalda, metiéndole la lengua en la boca y diciéndole guasadas como:
-¡Dame la lechona viejito pajero,….. dale cogete a la pichona,…… a ver si dejá de pajeate todas las noches y de ensuciar las sábanas,……. cochino!-
Yo sentía cómo mis paredes vaginales le apretaban la verga, cómo sus gemidos le cortaban la voz, cómo se aferraba a mis piernas y cómo se moría por comerme la boca. Mis tetas se bamboleaban y él me las amasaba con rudeza. Mis nalgas resbalaban más y más por el colchón, hasta que mi cabeza chocó con el respaldo de la cama, en su afán de meterse bien adentro de mis entrañas. Un copioso sudor le inundaba los pómulos, la frente y el torso.
Acabé por primera vez, esa tarde.
No tardó en acelerar el ritmo de la cogida, mientras le pedía la leche hasta que “casi me caigo” cuando sentí un huracán de semen bañarme por dentro.
Volví a gozar de otro, el último, orgasmo
El zafado se quedó sin reacción con su cuerpo abatido a mi lado.
Después de un breve intercambio de encomios, por las performances amatorias, me paré, vestí y pedí un radio taxi. Tenía que ir a casa para adecentarme, antes de ir a recoger los nenes en la escuela.
Carlos bajó conmigo para abrirme la puerta de calle.
Detrás del taxi que había llamado, paró otro y, ante mi sorpresa, descendió mi mamá. Al cruzarme con ella, saliendo yo, entrando ella. Nos detuvimos brevemente. Obviamente no había necesidad de aclarar el porqué de mi/su presencia allí, aprovechando el viaje de la esposa de Carlos.
Sólo nos dimos un beso y ella me susurró al oído “ya sabés, para tu padre, si pregunta, estuve con vos”
Es hoy que aún dudo si, esa tarde singular, mi madre y yo, “ordeñamos” la misma poronga, calibre 15 (7+8).
Ella asegura que sí.
Yo descarto la factibilidad de que, a esa edad, un hombre pueda tener dos erecciones en un par de horas.
¿O sí?
-¡Hola!-
-¡Laurita, … te pido un favor!... si te llama papá, decile que estuve con vos esta tarde ¿Entendiste?-
-¡Mamaaa! ¿Con quién estuviste?-
-Con un… amigo-
-¿Dónde mamá?-
-En un….. telo…. –
-¡Mamáaaaa! ¿A tu edad…?-
-¡No sabés!!! Ya te voy a contar- me interrumpió y colgó, segura que no la iba a deschavar.
Y no lo hice, al conversar con papá, que había olfateado el “derrape”. Al contrario de Miguel, mi marido con mis perradas, mi padre nunca descubrió o confirmó las trastadas de mamá.
El día siguiente el relato de mamá:
“…..cuando era treintañera trabajaba en Capital, en el hospital Santa Lucía, tuve un affaire, de algunos capítulos, con Carlos. Nos dejamos de ver, por largos años, hasta que semanas atrás vino a la clínica, con su esposa, ella con una infección en los ojos. Los dos simulamos no reconocernos, pero el día siguiente, él vino solo, esperó que lo atendiese y, al final de mi turno, tomamos un café y……. estamos en plena recaída. Una vez por semana tenemos un…. encuentro. Él es ingeniero y sabe cómo encender, enardecer a una mujer”
Mamá es oftalmóloga jubilada, al final de sus 60 años, de cuerpo, rostro y mente, bien conservados. Sigue atendiendo en un centro de ojos privado -porque le gusta y para redondear sus ingresos-
-¿Cuántos años tiene tu Carlos?-
-78. Pero no tenés idea de lo entero que está y que buen ver sigue teniendo, en particular ¡en pelotas!-
La miré escéptica. Pronto comprobaría lo errada que estaba, yo.
Unos 20 días después recibí una llamada- desde el celular de mamá- en el mío.
-¡Hola mamá!-
-¿Laura? Soy Carlos, un “conocido” de tu mamá– me respondió una voz masculina que, enseguida agregó.
- Estoy con María. Ella tuvo un pequeño accidente: tropezó y golpeó la nariz contra el suelo. Está sangrando. No es nada grave pero pide que vengas cuanto antes.-
-¡Uhhhhh!!!! ¿donde…. donde?-
-Estamos cerca, en calle Ccccc esquina Ggggg-
Era la ubicación de un hotel alojamiento. Entraban o salían después o para la tercer cogida, a partir del día del “blanqueo”, conmigo, de las escapadas de mamá con su chongo ingeniero, suponiendo que habían respetado la frecuencia semanal de las cogidas.
Salí disparada para auxiliar a mamá y llevarla a una guardia médica.
Al llegar, estaba sentada en una pared bajita, apretando su nariz, con un pañuelo casi totalmente ensangrentado y acompañada por un señor erguido, alto, cabello completamente gris, ojos grandes color café oscuro, pestañas largas y rizadas, nariz prominente, boca grande, labios gruesos, brazos musculosos. Carlos.
Por suerte la lesión no pasó de una fractura de tabique nasal, pero mi madre me hizo llamar porque necesitaba mi cobertura para no desasnar a mi padre.
Así fue y, a los pocos días, consideré terminado el suceso. No tuve en cuenta que el tal Carlos tenía el número de mi celular.
Al cabo de un intercambio de mensajes y llamadas, prolongado varios días y con aumento gradual deshonesto y obsceno, de palabras y propuestas, me llamó mientras estaba en el trabajo:
-…. Oime pichona, mi mujer está de viaje,….. voy a estar solo, en casa, toda la tarde. Pedí permiso en la oficina y venite. Te la doy toda, te voy a dar leche para que la repartas.-
-¿Cómo es eso que me vas a dar la leche? ¿Con que herramienta? ¡Con la cosita…… gastada…… que tenés, no creo que me hagas ni cosquillas, papito!-
Ni yo me creí esa respuesta. Por lo que sabía por mi madre (“me enloquece su verga” aseguraba), él tenía resto y arnés para dar deleite a una mujer.
Por la pinta que le vi, el día del percance con mi madre, por los comentarios de ella y por su cortejarme descarado e insistente, tenía (tengo) serias dudas de su edad declarada. “le voy a pedir el DNI” pensaba.
Extrañamente, me excité pensando en el convite. Quizás porque nunca había cogido con un viejo, tan viejo.
Y, después de idas y vueltas, lo acepté, con hora límite de finalización para ir a buscar los chicos a la escuela.
Salí de la oficina y, en casa, me arreglé la cara cuidadosamente, elegí un vestidito muy liviano, lencería desvergonzada, portaligas, medias auto sostenibles y tacos altos.
Llamé un taxi para ir a la cita. Llegué excitada y perturbada. Me anuncié por el portero eléctrico. Carlos bajó para abrirme la puerta del edificio. Quedó deslumbrado y admirado y con sonrisa, incrédula, en los labios. Los aprontes, en casa, hicieron el efecto esperado.
En el sofá, del departamento, nos besamos con ardor un breve lapso de tiempo, liberé totalmente una de mis tetas y se la ofrecí para que la chupara. Con el pezón estirado y babeado por sus gruesos labios, no pude resistir las ganas de meterle la mano adentro del pantalón. Le bajé el cierre y saqué su verga fuera del calzoncillo, que ya le quedaba chico. La tenía parada, y por lo que palpé era gruesa y larga. El veterano gimió mientras mamaba mi pezón. Tenía los ojos extraviados y la respiración conmocionada.
-…… ¿Te parece que te va….. a hacer cosquillas, putita?-
-¡Eso creo!!!- le reconocí.
Se puso de pie de un salto y dijo:
-¡Vení…. me vas a…. contar, cuando la tengas, adentro!-
Me llevó de una mano al dormitorio, Me sacó el vestidito y terminó de liberarme del corpiño, me sentó en la cama y se sacó el pantalón. Yo sabía de sobra cómo seguía el juego. Me agaché, froté mi cara en su bulto hinchado, olí con descaro su fragancia a bolas, a pis y seguro que a un par de acabaditas por pajas previas, le bajé el calzoncillo con los dientes y apenas toqué la bolsita de sus huevos pequeños, Carlos se sacudió. Eso me llenó de adrenalina. Tanto que engullí sus huevos en mi boca, le mamé la verga con su fuerte olor a macho en celo, le rocé el culo con un dedo, me paré y le di unos tetazos en la cara.
Fue todo lo que pudo aguantar, me empujó y acostó, me sacó bombacha, zapatos y medias. No podía creer la fuerza impetuosa del viejito. Se subió entre mis piernas, colocó su pene en la entrada de mi concha jugosa, y comenzó a cogerme desaforado, ardiente, lleno de pasión. Lo secundé subiendo y bajando el culo para refregarle el pubis con el mío, arañándole la espalda, metiéndole la lengua en la boca y diciéndole guasadas como:
-¡Dame la lechona viejito pajero,….. dale cogete a la pichona,…… a ver si dejá de pajeate todas las noches y de ensuciar las sábanas,……. cochino!-
Yo sentía cómo mis paredes vaginales le apretaban la verga, cómo sus gemidos le cortaban la voz, cómo se aferraba a mis piernas y cómo se moría por comerme la boca. Mis tetas se bamboleaban y él me las amasaba con rudeza. Mis nalgas resbalaban más y más por el colchón, hasta que mi cabeza chocó con el respaldo de la cama, en su afán de meterse bien adentro de mis entrañas. Un copioso sudor le inundaba los pómulos, la frente y el torso.
Acabé por primera vez, esa tarde.
No tardó en acelerar el ritmo de la cogida, mientras le pedía la leche hasta que “casi me caigo” cuando sentí un huracán de semen bañarme por dentro.
Volví a gozar de otro, el último, orgasmo
El zafado se quedó sin reacción con su cuerpo abatido a mi lado.
Después de un breve intercambio de encomios, por las performances amatorias, me paré, vestí y pedí un radio taxi. Tenía que ir a casa para adecentarme, antes de ir a recoger los nenes en la escuela.
Carlos bajó conmigo para abrirme la puerta de calle.
Detrás del taxi que había llamado, paró otro y, ante mi sorpresa, descendió mi mamá. Al cruzarme con ella, saliendo yo, entrando ella. Nos detuvimos brevemente. Obviamente no había necesidad de aclarar el porqué de mi/su presencia allí, aprovechando el viaje de la esposa de Carlos.
Sólo nos dimos un beso y ella me susurró al oído “ya sabés, para tu padre, si pregunta, estuve con vos”
Es hoy que aún dudo si, esa tarde singular, mi madre y yo, “ordeñamos” la misma poronga, calibre 15 (7+8).
Ella asegura que sí.
Yo descarto la factibilidad de que, a esa edad, un hombre pueda tener dos erecciones en un par de horas.
¿O sí?
5 comentarios - De no creer Mamá tuvo (tiene) un chongo.
y sí... le aseguro que sí... se puede más de uno por día a cualquier edad (siempre que haya un buen estímulo)